lunes, 9 de febrero de 2015

Martes semana 5ª de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 5 de tiempo ordinario; año impar

El amor a los padres está relacionado con el amor creador y redentor de Dios, y la felicidad nuestra está en corresponder al amor con sinceridad
« (…) Le preguntaron, pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no se comportan conforme a la tradición de los antiguos, sino que comen el pan con las manos impuras? Él les respondió: Bien profetizó Isaías de vosotros los hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está bien lejos de mí. En vano me dan culto, mientras enseñan doctrinas que son preceptos humanos. Abandonando el mandamiento de Dios, retenéis la tradición de los hombres. Y les decía: ¡Qué bien anuláis el mandamiento de Dios, para guardar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldiga al padre o a la madre, sea reo de muerte. Vosotros, en cambio, decís: si dice un hombre al padre o a la madre, “lo que de mi parte pudieras recibir sea Corbán”, que significa ofrenda, ya no le permitís hacer nada por el padre o por la madre; con ello anuláis la palabra de Dios por vuestra tradición, que vosotros mismos habéis establecido; y hacéis otras muchas cosas semejantes a éstas» (Marcos 7, 1-13).
1. Se reúnen junto a Jesús y le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?»
Él les llama hipócritas, por muchas razones… y les dijo con palabras de Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí... Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.» Les hace ver que no respetan a los padres con excusas religiosas. Aquellos fariseos buscaban tener las “manos limpias” pero Dios mira si tenemos las “manos llenas” de amor. Engañaban con excusas piadosas, incluso dejaban sin atender a sus padres porque habían ofrecido el dinero al templo: «¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición!»
Te veo, Jesús, como intérprete auténtico de la Ley; por eso explicas el justo sentido del cuarto mandamiento, deshaciendo el lamentable error del fanatismo judío. «Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’»: el cuarto mandamiento recuerda a los hijos las responsabilidades que tienen con los padres. Tanto como puedan, les han de prestar ayuda material y moral durante los años de la vejez y durante las épocas de enfermedad, soledad o angustia. Tú, Jesús, recuerdas este deber de gratitud. El respeto hacia los padres (piedad filial) está hecho de la gratitud que les debemos por el don de la vida y por los trabajos que han realizado con esfuerzo hacia los hijos, para que éstos pudieran crecer en edad, sabiduría y gracia. «Honra a tu padre con todo el corazón, y no te olvides de los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido. ¿Qué les darás a cambio de lo que han hecho por ti?» (Sir 7,27-28). El Señor glorifica al padre en sus hijos, y en ellos confirma el derecho de la madre. Quien honra al padre expía los pecados; quien glorifica a la madre es como quien reúne un tesoro (cf. Sir 3,2-6). Todos estos y otros consejos son una luz clara para nuestra vida en relación con nuestros padres. Pidamos al Señor la gracia para que no nos falte nunca el verdadero amor que debemos a los padres y sepamos, con el ejemplo, transmitir al prójimo esta dulce “obligación” (Iñaki Ballbé).
Ya sabemos que no se puede devolver a los padres todo lo que hacen… con frecuencia, una madre puede sentir en su interior como un desencanto, al ver que ese amor hacia sus hijos no es suficientemente correspondido por ellos. Pues podemos aprovechar ese discernimiento, para devolver a nuestra madre ese amor, si la tenemos en la tierra, y en cualquier caso, cuando nos damos cuenta vemos que es algo que hay que devolverlo “hacia delante”, hacia los hijos, pasar el testigo…
2. La narración de la Creación está reelaborado en los ambientes sacerdotales del exilio en Babilonia (VI a.C.). La historia humana, no únicamente la de Israel, es conducida por Dios. El relato se desarrolla en pórticos llamados días, en forma de mito, sin embargo podemos ver una ilustración de la religión, o desmitologización: se nos revela que Dios no forma parte del mundo y éste está en sus manos.
Siguen hoy los días de la creación, con su ritmo en la creación de sus criaturas, hasta llegar al punto central de la antropología, la persona como imagen de Dios: -"Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". El hombre tiene su lugar en la cima de la pirámide, pues recoge este capítulo las tradiciones de la época de los arquitectos y zigurats, se representa ascendiendo la obra divina, para culminar en la persona, creatura que está más cerca de Dios, con capacidad creadora, por ser él quien puede tomar conciencia de la presencia y de la acción de Dios y porque puede interpretar el mundo como obra suya y así elevar sacerdotalmente hacia él ese reconocimiento.
Y Dios vio que lo que había hecho era muy bueno, como la cumbre de la creación: todo lo demás -animales, plantas- estaba al servicio del hombre y la mujer. El día séptimo «descansó Dios de todo el trabajo que había hecho». En la semana judía, el sábado («sabbat» significa «descanso»). Todo procede de Dios y que todo lo ha pensado para bien de la raza humana. El salmo recuerda esa misión de adorar y bendecir el amor divino. Esta primera creación la completará con la nueva y definitiva creación en Cristo, en la que nos comunicará de modo más pleno todavía la participación en su vida divina. El “Sabbat” pasa a perpetuarse en nosotros con el “domingo”, “dies dominus”, día del Señor. La creación se realiza por la salvación de Dios en la historia. A la luz de esto, la creación no debe entenderse como obra realizada en un punto del tiempo, terminada, sino como obra en curso (Edic. Marova).
Al crearnos amorosamente, de alguna manera, Dios se ha puesto en nuestras manos. Un místico alemán decía: "Dios tiene tanta necesidad de mí como yo tengo necesidad de él". El que ama necesita a la persona amada. Los humanistas ateos dicen: si admitimos la existencia de Dios, el hombre no sería libre. Es al revés: si el hombre existe, Dios ya no es libre para dejar de amarlo. El hombre puede abandonar a Dios, pero Dios no abandona al hombre. Dios no crea para adueñarse de alguien, sino sólo para dar, para compartir y para esperar. Nos espera. Nos ama de tal manera que dio su vida por nosotros.
La Pascua no es condenación de la realidad humana, no es un esperar otro mundo despreciando éste; sino un redescubrir la voluntad de Dios que quiere vida para el hombre. El paso a la mayor vida que ofrece la Resurrección de Jesús no es negación de lo que llamamos lo "natural", sino valoración para ir más allá (Joaquín Gomis).
El hombre, imagen de Dios, no existe ya para sí mismo: así como Dios es amor y comunión, nosotros existimos para Dios y los demás. Somos buscados por Dios desde el principio, tiene sed de nosotros, que a su vez tenemos sed de amor y de Dios. Nos encontramos felices al sentirnos amados, nos encontramos a nosotros mismos cuando amamos, con el don sincero de sí a los demás. Los dos sexos los ha pensado Dios en relación con el amor y la familia, y de ahí la mutua atracción entre ellos. Hombre y mujer son uno para el otro, la mujer no sale del hombre, ni la maternidad no es una maldición sino la fecundidad misma de una pareja bendecida por Dios. Si los animales les bendice para "multiplicarse según su especie", la fecundidad humana se orienta hacia poblar el mundo y "sometedlo" (Maertens-Frisque).
Adán, salido de sus manos trémulas de amor, tiene ya ese rostro que Dios ama desde la eternidad, el de su Hijo único. Adán se llama ya Jesús. Dios podía mirar lo que había hecho y reconocerse en ello, había hecho una obra hermosa. "Esto es muy bueno”: éstas son las palabras maravillosas que cierran la creación. Y Dios añadió las primeras palabras de ternura susurradas al hombre, al que amaba apasionadamente: "La fuerza con que te amo no es distinta de la fuerza por la cual existes" (Paul Claudel, El zapato de raso).
Dios y Padre creador, bendito sea tu nombre; tú nos has hecho a tu imagen y nos has moldeado a semejanza tuya. Llevamos ya estos nombres gloriosos: hijos amados, hombres nacidos de una palabra de amor. Haz que nada desfigure nuestra belleza original, sino que ésta florezca esplendorosa,
sin mancha ni arruga, en la resurrección eterna (Dios cada día, Sal Terrae).
La creación nueva instaurada por Cristo se corresponde, punto por punto, con la primera creación. Todo tiene que ser instaurado en Cristo, los seres del cielo y los de la tierra (Ef 1,10), pues el designio de Dios es recapitular todas las cosas bajo una única cabeza. En medio de este mundo en trance de renovación se sitúa al hombre (Adrien Nocent). ¡Oh Dios!, que con acción maravillosa creaste al hombre y con mayor maravilla lo redimiste, concédenos resistir a los atractivos del pecado, guiados por la sabiduría del Espíritu, para llegar a las alegrías del cielo.
3. Es precioso el salmo como respuesta a ese don divino: “Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste tú,  ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides? Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies: ovejas y bueyes, todos juntos, y aun las bestias del campo, y las aves del cielo, y los peces del mar, que surcan las sendas de las aguas”. Es un resumen de nuestros sentimientos de admiración y gratitud por la obra de la creación… Parecemos tan insignificantes ante la inmensidad del universo. Sin embargo todo está a nuestro servicio. Por desgracia muchas veces nos hemos dejado dominar por las cosas pasajeras. Y hay discordias entre nosotros. Envidias. Caminos de desamor… vamos a procurar los auténticos valores que distinguen a los hijos de Dios.
Llucià Pou Sabaté

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Santa Escolástica, virgen

Nació en el año 480, en Nursia, Italia. Su madre murió de parto. Es hermana gemela de San Benito. Ambos se entregaron a Dios desde muy jóvenes y alcanzaron la santidad en la vida religiosa.
Después que su hermano se fuera a Montecasino a establecer el famoso monasterio, ella se estableció a unas cinco millas de distancia, en Plombariola, donde fundó un monasterio y la orden de las monjas benedictinas la cual gobernó siguiendo la regla de su hermano.
San Benito y Sta. Escolástica regularmente se reunían para orar juntos y compartir sobre la vida espiritual. En una ocasión se hizo tarde y San Benito quería irse. Vea lo que ocurrió:
Pudo más porque amó más
De los libros de los Diálogos de san Gregorio Magno, papa (Libro 2,33:PL 66, 194-196)
Escolástica, hermana de Benito, dedicada desde su infancia al Señor todopoderoso, solía visitar a su hermano una vez al año. El varón de Dios se encontraba con ella fuera de las puertas del convento, en las posesiones del monasterio. Cierto día vino Escolástica, como de costumbre, y su venerable hermano bajó a verla con algunos discípulos, y pasaron el día entero entonando las alabanzas de Dios y entretenidos en santas conversaciones. Al anochecer, cenaron juntos.
Con el interés de la conversación se hizo tarde y entonces aquella santa mujer le dijo: «Te ruego que no me dejes esta noche y que sigamos hablando de las delicias del cielo hasta mañana».
A lo que respondió Benito: «¿Qué es lo que dices, hermana? No me está permitido permanecer fuera del convento». Pero aquella santa, al oír la negativa de su hermano, cruzando sus manos, las puso sobre la mesa y, apoyando en ellas la cabeza, oró al Dios todopoderoso.
Al levantar la cabeza, comenzó a relampaguear, tronar y diluviar de tal modo, que ni Benito ni los hermanos que le acompañaban pudieron salir de aquel lugar.
Comenzó entonces el varón de Dios a lamentarse y entristecerse, diciendo: «Que Dios te perdone, hermana. ¿Qué es lo que acabas hacer?».
Respondió ella: «Te lo pedí, y no quisiste escucharme; rogué a mi Dios, escuchó. Ahora sal, si puedes, despídeme y vuelve al monasterio».
Benito, que no había querido quedarse voluntariamente, no tuvo, al fin, más remedio que quedarse allí. Así pudieron pasar toda la noche en vela, en santas conversaciones sobre la vida espiritual, quedando cada uno gozoso de las palabras que escuchaba a su hermano.
No es de extrañar que al fin la mujer fuera más poderosa que el varón, ya que, como dice Juan: Dios es amor, y, por esto, pudo más porque amó más.
A los tres días, Benito, mirando al cielo, vio cómo el alma de su hermana salía de su cuerpo en figura de paloma y penetraba en el cielo. Él, congratulándose de su gran gloria, dio gracias al Dios todopoderoso con himnos y cánticos, y envió a unos hermanos a que trajeran su cuerpo al monasterio y lo depositaran en el sepulcro que había preparado para sí.
Así ocurrió que estas dos almas, siempre unidas en Dios, no vieron tampoco sus cuerpos separados ni siquiera en la sepultura.
Murió hacia el año 547. San Benito murió poco después.

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