martes, 11 de septiembre de 2018

Miércoles semana 23 de tiempo ordinario; año par


Miércoles de la semana 23 de tiempo ordinario; año par

Paz en la contradicción
“En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: -«Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas»(Lucas 6,20-26).  
I. En su camino a la santidad, el cristiano encontrará a veces un clima de hostilidad, que el Señor no dudó en llamar con una palabra dura: persecución (J. ORLANDIS, Bienaventuranzas) Ésta puede presentarse de diferentes formas, en todas las épocas y lugares, y es resello de autenticidad en el seguimiento de Cristo, de que las personas y las obras van por buena senda. Las contrariedades que surjan en nuestro camino, no deben quitarnos la paz ni deben sorprendernos. Pueden presentarse como persecución abierta –la calumnia o difamación-, o solapadamente, en forma de ironía que trata de ridiculizar los valores cristianos, o la presión ambiental que pretende amedrentar a quienes se atreven a mantener una visión cristiana de la vida y les desprestigia ante la opinión pública. Entonces debemos agradecer al Señor esa confianza que ha tenido con nosotros al considerarnos capaces de padecer algo –poca cosa será- por Él.
II. Cuesta entender la calumnia o la persecución –abierta o solapada- en una época que se habla tanto de tolerancia, de comprensión, de convivencia y de paz. Pero son más difíciles de entender las contradicciones cuando llegan de hombres “buenos”; cuando el cristiano persigue –no importa el modo- al cristiano, y el hermano al hermano. El Señor previno a los suyos para esos momentos en los que quienes difaman, calumnian o entorpecen la labor apostólica no son paganos, ni enemigos, sino hermanos en la fe, que piensan que con ello hacen un servicio a Dios (Juan 16, 2). La contradicción de los buenos es especialmente dolorosa, y a quien Dios permite padecerla, ha de perdonar, desagraviar y a actuar con rectitud de intención, con la mirada puesta en Cristo. “Busca sólo la gloria de Dios y, amando a todos, no te preocupe que otros te entiendan” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja).
III. De las contradicciones hemos de sacar muchos frutos. No sólo no deben hacernos perder la paz, ni ser causa de desaliento o de pesimismo, sino que han de servirnos para enriquecer el alma, para ganar en madurez interior, en fortaleza, en caridad, en espíritu de reparación y de desagravio, en comprensión; podemos esforzarnos en nuestros deberes cotidianos; hacer un apostolado más eficaz. El Señor se valdrá de esas horas de dolor para hacer el bien a otras personas. La Virgen Nuestra Madre, que nos ayuda en todo momento, nos oirá particularmente en los más difíciles, “... pídele que te obtenga de la trinidad Beatísima más gracias..... para que cuando en la vida parezca que sopla un viento fuerte, seco, capaz de agostar esas flores del alma, no agoste las tuyas, ni la de tus hermanos” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Santísimo Nombre de María

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI A MUNICH, ALTÖTTING Y RATISBONA
(9-14 DE SEPTIEMBRE DE 2006)
SANTA MISA EN LA EXPLANADA DE ISLING
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
 Ratisbona, martes 12 de septiembre de 2006
"El que cree nunca está solo". Permitidme repetir una vez más el lema de estos días y expresar mi alegría porque podemos verlo realizado aquí:  la fe nos reúne y nos regala una fiesta. Nos da la alegría en Dios, la alegría por la creación y por estar juntos. Sé que esta fiesta ha requerido mucho empeño y mucho trabajo previo. Por las noticias de los periódicos he podido conocer un poco cuántas personas han dedicado su tiempo y sus fuerzas para preparar esta explanada de un modo tan digno; gracias a ellos está la cruz aquí, sobre la colina, como signo de Dios para la paz del mundo; los caminos de entrada y de salida están libres; la seguridad y el orden están garantizados; se han preparado alojamientos, etc.
No podía imaginar —e incluso ahora lo sé sólo sucintamente— cuánto trabajo, hasta los mínimos detalles, ha sido necesario para que pudiéramos reunirnos todos hoy aquí. Por todo ello quiero decir sencillamente:  "¡Gracias de todo corazón!". Que el Señor os lo pague todo y que la alegría que ahora podemos experimentar gracias a vuestra preparación vuelva centuplicada a cada uno de vosotros.
Me conmovió conocer cuántas personas, especialmente de las escuelas profesionales de Weiden y Amberg, así como empresas y particulares, hombres y mujeres, han colaborado para embellecer mi casa y mi jardín. Me emociona tanta bondad, y también en este caso quiero decir solamente un humilde "¡gracias!" por este esfuerzo. No habéis hecho todo esto por un hombre, por mi pobre persona; en definitiva, lo habéis hecho por la solidaridad de la fe, impulsados por el amor a Cristo y a la Iglesia. Todo esto es un signo de verdadera humanidad, que brota de haber sido tocados por Jesucristo.
Nos hemos reunido para una fiesta de la fe. Ahora, sin embargo, surge la pregunta:  ¿Pero qué es lo que creemos en realidad? ¿Qué significa creer? ¿Puede existir todavía, de hecho, algo así en el mundo moderno? Viendo las grandes "Sumas" de teología redactadas en la Edad Media o pensando en la cantidad de libros escritos cada día a favor o contra la fe, podemos sentir la tentación de desalentarnos y pensar que todo esto es demasiado complicado. Al final, por ver los árboles, ya no se ve el bosque.
Es verdad:  la visión de la fe abarca el cielo y la tierra; el pasado, el presente, el futuro, la eternidad; por ello no se puede agotar jamás. Ahora bien, en su núcleo es muy sencilla. El Señor mismo habló de ella con el Padre diciendo:  "Has revelado estas cosas a los pequeños, a los que son capaces de ver con el corazón" (cf. Mt 11, 25). La Iglesia, por su parte, nos ofrece una pequeña "Suma", en la cual se expresa todo lo esencial:  es el así llamado "Credo de los Apóstoles". Se divide normalmente en doce artículos, como el número de los Apóstoles, y habla de Dios, creador y principio de todas las cosas; de Cristo y de su obra de la salvación, hasta la resurrección de los muertos y la vida eterna. Pero en su concepción de fondo, el Credo sólo se compone de tres partes principales y, según su historia, no es sino una amplificación de la fórmula bautismal, que el Señor resucitado entregó a los discípulos para todos los tiempos cuando les dijo:  "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19).
Esta visión demuestra dos cosas: en primer lugar, que la fe es sencilla. Creemos en Dios, principio y fin de la vida humana. En el Dios que entra en relación con nosotros, los seres humanos; que es nuestro origen y nuestro futuro. Así, la fe es al mismo tiempo esperanza, es la certeza de que tenemos un futuro y de que no caeremos en el vacío. Y la fe es amor, porque el amor de Dios quiere "contagiarnos". Esto es lo primero:  nosotros simplemente creemos en Dios, y esto lleva consigo también la esperanza y el amor.
La segunda constatación es la siguiente:  el Credo no es un conjunto de afirmaciones, no es una teoría. Está, precisamente, anclado en el acontecimiento del bautismo, un acontecimiento de encuentro entre Dios y el hombre. Dios, en el misterio del bautismo, se inclina hacia el hombre; sale a nuestro encuentro y así también nos acerca los unos a los otros. Porque el bautismo significa que Jesucristo, por decirlo así, nos adopta como hermanos y hermanas suyos, acogiéndonos así como hijos en la familia de Dios. Por consiguiente, de este modo hace de todos nosotros una gran familia en la comunidad universal de la Iglesia. Sí, el que cree nunca está solo. Dios nos sale al encuentro.
Encaminémonos también nosotros hacia Dios, pues así nos acercaremos los unos a los otros. En la medida de nuestras posibilidades, no dejemos solo a ninguno de los hijos de Dios.
Creemos en Dios. Esta es nuestra opción fundamental. Pero, nos preguntamos de nuevo:  ¿es posible esto aún hoy? ¿Es algo razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo. Y si eso fuera así, Dios sería inútil también para nuestra vida. Pero cada vez que parecía que este intento había tenido éxito, inevitablemente resultaba evidente que las cuentas no cuadran. Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran. En resumidas cuentas, quedan dos alternativas:  ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional.
Los cristianos decimos:  "Creo en Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra", creo en el Espíritu Creador. Creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad. Con esta fe no tenemos necesidad de escondernos, no debemos tener miedo de encontrarnos con ella en un callejón sin salida. Nos alegra poder conocer a Dios. Y tratamos de hacer ver también a los demás la racionalidad de la fe, como san Pedro exhortaba explícitamente, en su primera carta (cf. 1 P 3, 15), a los cristianos de su tiempo, y también a nosotros.
Creemos en Dios. Lo afirman las partes principales del Credo y lo subraya sobre todo su primera parte. Pero ahora surge inmediatamente la segunda pregunta:  ¿en qué Dios? Pues bien, creemos precisamente en el Dios que es Espíritu Creador, Razón creadora, del que proviene todo y del que provenimos también nosotros.
La segunda parte del Credo nos dice algo más. Esta Razón creadora es Bondad. Es Amor. Tiene un rostro. Dios no nos deja andar a tientas en la oscuridad. Se ha manifestado como hombre. Es tan grande que se puede permitir hacerse muy pequeño. "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre", dice Jesús (Jn 14, 9). Dios ha asumido un rostro humano. Nos ama hasta el punto de dejarse clavar por nosotros en la cruz, para llevar los sufrimientos de la humanidad hasta el corazón de Dios. Hoy, que conocemos las patologías y las enfermedades mortales de la religión y de la razón, las destrucciones de la imagen de Dios a causa del odio y del fanatismo, es importante decir con claridad en qué Dios creemos y profesar con convicción este rostro humano de Dios. Sólo esto nos impide tener miedo a Dios, un sentimiento que en definitiva es la raíz del ateísmo moderno. Sólo este Dios nos salva del miedo del mundo y de la ansiedad ante el vacío de la propia vida. Sólo mirando a Jesucristo, nuestro gozo en Dios alcanza su plenitud, se hace gozo redimido. Durante esta solemne celebración de la Eucaristía dirijamos nuestra mirada al Señor, que está aquí ante nosotros clavado en la cruz, y pidámosle el gran gozo que él prometió a sus discípulos en el momento de su despedida (cf. Jn 16, 24).
La segunda parte del Credo concluye con la perspectiva del Juicio final, y la tercera parte con la de la resurrección de los muertos. Juicio:  ¿se nos quiere infundir de nuevo el miedo con esta palabra? Pero, ¿acaso no deseamos todos que un día se haga justicia a todos los condenados injustamente, a cuantos han sufrido a lo largo de la vida y han muerto después de una vida llena de dolor? ¿Acaso no queremos todos que el exceso de injusticia y sufrimiento, que vemos en la historia, al final desaparezca; que todos en definitiva puedan gozar, que todo cobre sentido?
Este triunfo de la justicia, esta unión de tantos fragmentos de historia que parecen carecer de sentido, integrándose en un todo en el que dominen la verdad y el amor, es lo que se entiende con el concepto de Juicio del mundo. La fe no quiere infundirnos miedo; pero quiere llamarnos a la responsabilidad. No debemos desperdiciar nuestra vida, ni abusar de ella; tampoco debemos conservarla sólo para nosotros mismos. Ante la injusticia no debemos permanecer indiferentes, siendo conniventes o incluso cómplices. Debemos percibir nuestra misión en la historia y tratar de corresponder a ella. No se trata de miedo, sino de responsabilidad; se necesita responsabilidad y preocupación por nuestra salvación y por la salvación de todo el mundo. Cada uno debe contribuir a esto. Pero cuando la responsabilidad y la preocupación tiendan a convertirse en miedo, recordemos las palabras de san Juan:  "Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre:  a Jesucristo, el Justo" (1 Jn 2, 1). "En caso de que nos condene nuestra conciencia, Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (1 Jn 3, 20).
Celebramos hoy la fiesta del "Nombre de María". A quienes llevan este nombre —mi mamá y mi hermana lo llevaban, como ha recordado el Obispo— quisiera expresarles mi más cordial felicitación por su onomástico. María, la Madre del Señor, recibió del pueblo fiel el título de "Abogada", pues es nuestra abogada ante Dios. Desde las bodas de Caná la conocemos como la mujer benigna, llena de solicitud materna y de amor, la mujer que percibe las necesidades ajenas y, para ayudar, las lleva ante el Señor.
Hoy hemos escuchado en el evangelio cómo el Señor la entrega como Madre al discípulo predilecto y, en él, a todos nosotros. En todas las épocas los cristianos han acogido con gratitud este testamento de Jesús, y junto a la Madre han encontrado siempre la seguridad y la confiada esperanza que nos llenan de gozo en Dios y en nuestra fe en él.
Acojamos también nosotros a María como la estrella de nuestra vida, que nos introduce en la gran familia de Dios. Sí, el que cree nunca está solo. Amén.
© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana
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“Venid a mí, los que me amáis, y saciaos de mis frutos; mi nombre es más dulce que la miel, y mi herencia, mejor que los panales” (Eclesiástico 24,20).
El 12 de septiembre se celebra la memoria del Santísimo Nombre de María. San Buenaventura, dirigiéndose a la Virgen, dice: “Dichoso el que ama tu nombre santo, pues es fuente de gracia que refresca el alma sedienta y la hace fecunda en frutos de justicia”.
Los cristianos glorificamos al Padre, ante todo, por el “Nombre de Jesús”, el Verbo encarnado, el Salvador: “le pondrás por nombre Jesús”, dice el ángel a María (Lucas 1,31). En Jesús se nos ha revelado y se nos ha dado en la carne el Nombre de Dios Santo (cf Catecismo 2812). En la Carta a los Filipenses se afirma que el Padre concedió a Jesús el “nombre que está sobre todo nombre”, el nombre de Dios, “para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos” (Filipenses 2,9-10).
Dios también es glorificado por el “Nombre de María”, por la persona y por la misión de la Madre del Redentor. Su nombre es celebrado por la Liturgia como glorioso y santo, como maternal y providente.
El beato Ramón Llull, en su obra Blanquerna, cuenta la historia de un monje que sólo tenía por oficio dirigir, tres veces al día, una salutación a Nuestra Señora: “¡Ave, María! Salúdate tu siervo de parte de los ángeles y de los patriarcas y los profetas y los mártires y los confesores y las vírgenes, y salúdate por todos los santos de la gloria. ¡Ave, María! Saludos te traigo de todos los cristianos, justos y pecadores […] ¡Ave, María! Saludos te traigo de los sarracenos, judíos, griegos, mongoles, tártaros, búlgaros […] Todos ellos y muchos otros infieles te saludan por ministerio mío, cuyo procurador soy…". Ojalá que, al invocar el Santo Nombre de María, también nosotros nos hagamos procuradores de los demás hombres, para que Ella sea la estrella luminosa que nos guíe a todos.

Oración
Oh Dios, cuyo Hijo, al expirar en la cruz, quiso que la Virgen María, elegida por él como Madre suya, fuese en adelante nuestra Madre, concédenos a quienes recurrimos a su protección ser confortados por la invocación de su santo nombre. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Guillermo Juan Morado.
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MARÍA, EL NOMBRE DE LA VIRGEN
“Y el nombre de la Virgen era María”, nos dirá el Evangelio. En la Sagrada Escritura y en la liturgia el nombre tiene un sentido más profundo que el usual en el lenguaje de nuestros días. Es la expresión de la personalidad del que lo lleva, de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida.
El nombre de la Madre de Dios no fue escogido al azar. Fue traído del cielo. Todos los siglos han invocado el nombre de María con el mayor respeto, confianza y amor... Si los nombres de personajes bíblicos juegan papel tan importante en el drama de nuestra redención y están llenos de sentido, ¡cuánto más el de María!... Madre del Salvador, tenía que ser el más simbólico y representativo de su tarea en mundo y eternidad. El más dulce y suave, y, al mismo tiempo, el más bello de cuantos nombres se han pronunciado en la tierra después del de Jesús. Sólo para los nombres de María y Jesús ha establecido la liturgia una fiesta especial en su calendario.
España se anticipó en solicitar y obtener de la Santa Sede la celebración de la fiesta del Dulce Nombre de María. Nuestros cruzados, después de ocho siglos de Reconquista, apenas descubierta América, pidieron su celebración en 1513. Cuenca fue la primera diócesis que la solemnizó.

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“Y el nombre de la Virgen era María”, nos dirá el Evangelio. En la Sagrada Escritura y en la liturgia el nombre tiene un sentido más profundo que el usual en el lenguaje de nuestros días. Es la expresión de la personalidad del que lo lleva, de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida.
El nombre de la Madre de Dios no fue escogido al azar. Todos los siglos han invocado el nombre de María con el mayor respeto, confianza y amor... Si los nombres de personajes bíblicos juegan un papel tan importante en el drama de nuestra redención y están llenos de sentido, ¡cuánto más el de María!... la Madre del Salvador, tenía que ser el más simbólico y representativo de su tarea en el mundo y en la eternidad. El más dulce y suave, y, al mismo tiempo, el más bello de cuantos nombres se han pronunciado en la tierra después del de Jesús. Sólo para los nombres de María y Jesús ha establecido la liturgia una fiesta especial en su calendario.
España, fue la primera en solicitar y obtener de la Santa Sede autorización para celebrar la fiesta del Santísimo Nombre de Maria. Y esto acaeció el año 1513. Cuenca fue la diócesis que primeramente solemnizó dicha fiesta, siguiendo su ejemplo, en seguida, las demás, porque el amor a la Virgen Maria es efusivo y prende con facilidad en terrenos de sincera devoción.
Fue el papa Inocencio XI, quien decretó, el 25 de noviembre del año 1683, que toda la Iglesia celebrara solemnemente la fiesta del Santísimo nombre de Maria.
San Bernardo de Claraval en una oración dice así: No apartes tu mirada del resplandor de esta estrella, si no quieres sucumbir entre las olas del mundo. Cuando soplen vientos de tentaciones o te abatan tribulaciones, mira a la estrella, invoca a María. Cuando olas furiosas de soberbia, ambición o envidia amenacen tragarte, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira, avaricia o impureza quieren hundir la nave de tu alma, mira a la estrella, llama a María. Si, desesperado por la multitud de tus pecados, anegado por tus miserias, empiezas a desconfiar de tu salvación, piensa en María. En los peligros, en los sufrimientos, en tus trabajos y luchas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre no se aleje de tu corazón ni se separe de tus labios».
Deliciosamente narra sor María Jesús de Ágreda, en su Mística Ciudad de Dios, la escena en la cual la Santísima Trinidad, determina dar a la "Niña Reina" un nombre. Y dice que los ángeles oyeron la voz del Padre Eterno, que anunciaba: "María se ha de llamar nuestra electa y este nombre ha de ser maravilloso y magnífico. Los que la invoquen con afecto devoto, recibirán copiosísimas gracias; los que la estimen y pronuncien con reverencia, serán consolados y vivificados; y todos hallarán en él remedio de sus dolencias, tesoros con que enriquecerse, luz para que los encamine a la vida eterna".
«Dios te salve, María...» Es tu santo, el de todos tus hijos. Recibe nuestra felicitación emocionada, llena de confianza en el poder de tu nombre santísimo. Unámonos a la Iglesia y con ella alegrémonos venerando el nombre de María para merecer llegar a las eternas alegrías del cielo.

La Virgen en sus distintas advocaciones, coronada de estrellas o atravesada de espadas dolorosas, resume en su culto los amores de la Península Ibérica. Creció bajo su manto, desde las montañas de Covadonga al iniciar la gran cruzada de Occidente, hasta terminarla invocando su nombre en aguas de Lepanto. La carabela de Colón descubriendo América, la prodigiosa de Magallanes dando la primera vuelta al mundo, bordarán también entre los pliegues de sus velas henchidas al viento, el dulce nombre de María, Reina y Auxilio de los cristianos.
Después de la derrota de Lepanto, los turcos se retiran hacia el interior de Persia. Cien años más tarde, con inesperado coraje, reaccionan y ponen sitio a Viena. Alborea límpido y radiante el sol del 12 de septiembre de 1663. El ejército cruzado ‑sólo unos miles de hombres‑ se consagra a María. El rey polaco Juan Sobieski ayuda la misa con brazos en cruz. Sus guerreros le imitan. Después de comulgar, tras breve oración, se levanta y exclama lleno de fe: ¡Marchemos bajo la poderosa protección de la Virgen Santa María!»
Se lanzan al ataque de los sitiadores. Una tormenta de granizo cae inesperada y violenta sobre el campamento turco. Antes de anochecer, el prodigio se ha realizado. La victoria sonríe a las fuerzas cristianas que se habían lanzado al combate invocando el nombre de María, vencedora en cien batallas. Inocencio XI extiende a toda la iglesia la festividad del dulce y santísimo nombre de María para conmemorar este triunfo de la Virgen.
«Y el nombre de la Virgen era María»... Preguntas: «¿quién eres?»> Con suavidad te responde: «Yo, como una viña, di aroma fragante. Mis flores y frutos son bellos y abundantes. Soy la madre del amor hermoso, del temor, de la santa esperaza. Tengo la gracia del camino y de la verdad. En mí está la esperanza de la vida» (cf. Si 24, 16‑21).

ESTRELLA, LUZ, DULZURA
María, Estrella del mar. En las tormentas de la vida, cuando la galerna ruge y encrespa olas, cuando la navecilla del alma está a punto de naufragar: Dios te salve, María, Estrella del mar.
María, Esperanza. Eso significa también su nombre arco iris de ilusión y anhelo que une el cielo con la tierra. «Feliz el que ama tu santo nombre ‑grita San Buenaventura , pues es fuente de gracia que refresca el alma sedienta y la hace fecunda en frutos de justicia».
Está llena de luz y transparencia. Sostiene en sus brazos a la luz del mundo (cf. Jn 8, 12). Irradia pureza. El nombre de María indica castidad, apunta Pedro Crisólogo. Azucenas y jazmines, nardos y lirios, embalsaman el ambiente con la fragancia de sus perfumes. Pero María, iluminada y pura, nos embriaga con el aroma de su virginidad incontaminada. Nos invita a todos: ,Venid a mí los que me amáis, saciaos de mis frutos. Mi recuerdo es más dulce que la. miel, mi heredad mejor que los panales» (Si 24, 19‑20).
María, mar amargo, simboliza asimismo su nombre. Asociada a la redención dolorosa de Cristo, su corazón es mar de amargura inundado de sufrimientos. Pide reparación y amor aún hoy, en Fátima y Lourdes. Dios te salve María, mar amargo de dolores. Angustia de madre, que ve con tristeza que sus hijos se condenan...
«María, nombre cargado de divinas dulzuras» (San Alfonso de Ligorio, ‑ 1 de agosto). «Puede el Altísimo fabricar un mundo mayor, extender un cielo más espacioso ‑exclama Conrado de Sajonia‑, pero una madre mejor y más excelente no puede hacerla»». Años antes, San Anselmo (‑‑ 21 de abril), prorrumpía lleno de admiración: «Nada hay igual a ti, de cuanto existe, o está sobre ti o debajo de ti. Sobre ti, sólo Dios. Debajo de ti, cuanto no es Dios>.
«Dios te salve, María...» San Bernardo (.‑ 20 de agosto), entusiasmado al mirarla, siente su corazón arrebatarse en amor. Cantaba un día la Salve con sus monjes en un anochecer misterioso. Llenos de melancolía y esperanza, los cistercienses despiden el día rodeando a la Virgen. Al llegar a la petición final ‑‑‑después de este destierro, muéstranos a jesús, fruto bendito de tu vientre‑, Bernardo sigue solo balbuceando lleno de Júbilo, loco de amor: <«¡Oh clementísima, oh piadosísima, oh dulce Virgen María...!»
MIRA A LA ESTRELLA, INVOCA A MARÍA
Estrella de los mares. Ave, Maris stella», le canta la Iglesia. La estrella irradia luz sin corromperse. De María nace Jesús sin mancillar su pureza virginal. Ni el rayo de luz disminuye la claridad de la estrella, ni el Hijo de la Virgen marchita su integridad. María es la noble y brillante estrella que baña en su luz todo el orbe. Su resplandor ilumina la tierra. Enardece corazones, florecen virtudes, se amortiguan pasiones y se ahogan los vicios.
Es la estrella bella y hermosa reluciendo en las tinieblas del mundo y marcándonos la ruta del cielo. «<Mi recuerdo durará por los siglos. El que me come, tendrá más hambre; el que me bebe, tendrá más sed. El que me escucha, no se avergonzará. El que trabaja conmigo, no pecará. Los que me den a conocer, tendrán la vida eterna» (cf. Si 24, 20‑22).
San Bernardo nos dice en este día del Santísimo y Dulce Nombre de María: ,No apartes tu mirada del resplandor de esta estrella, si no quieres sucumbir entre las olas del mundo. Cuando soplen vientos de tentaciones o te abatan tribulaciones, mira a la estrella, invoca a María. Cuando olas furiosas de soberbia, ambición o envidia amenacen tragarte, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira, avaricia o impureza quieren hundir la nave de tu alma, mira a la estrella, llama a María. Si, desesperado por la multitud de tus pecados, anegado por tus miserias, empiezas a desconfiar de tu salvación, piensa en María. En los peligros, en los sufrimientos, en tus trabajos y luchas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre no se aleje de tu corazón ni se separe de tus labios».
«Dios te salve, María...» Es tu santo, el de todos tus hijos. Recibe nuestra felicitación emocionada, llena de confianza en el poder de tu nombre santísimo. Unámonos a la Iglesia y con ella alegrémonos venerando el nombre de María para merecer llegar a las eternas alegrías del cielo.
El Santísimo y Dulce Nombre de María será para nosotros emblema de victoria. Así ella va delante señalando luminosa el camino... Nos apropiamos las palabras de San Bernardo que continúan su segunda homilía de la Anunciación. <,,Siguiéndola a ella, no te desviarás. Rogándola, serás fuerte. Mirándola, no te equivocarás. Agarrándote, no caerás. Siendo ella protectora, no temerás. Capitana, no te fatigarás. Siendo propicia, llegarás».
Padre Tomás Morales, s. j.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Martes semana 23 de tiempo ordinario año par

Martes de la semana 23 de tiempo ordinario; año par

La oración de Cristo. Nuestra oración
“Por aquellos días subió Jesús al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor. Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.” (Lucas 6,12-19)
I. En muchos pasajes evangélicos se nos muestra Cristo unido al Padre Celestial en una íntima y confiada plegaria. Su oración siempre fue escuchada (SANTO TOMÁS, Suma Teológica), y sus discípulos conocían bien este poder de la oración del Señor. En su oración sacerdotal de la Última Cena suplica el Señor a su Padre por todos los que han de creer en Él a través de los siglos. Pidió el Señor por nosotros y su gracia no nos falta. En todo momento nos envuelve, a nosotros y al mundo entero, el amor de este corazón que tanto ha amado a los hombres y que es tan poco correspondido por ellos (JUAN PABLO II, Homilía en la Basílica del Sagrado Corazón de Montmartre, París) ¡Qué alegría pensar que Cristo, siempre vivo, no cesa de interceder por nosotros! (Hebreos 7, 25) Que podemos unir nuestras oraciones y nuestro trabajo a su oración, y que junto a ella alcanzan un valor infinito.
II. El Maestro nos enseñó con su ejemplo la necesidad de hacer oración. Repitió una y otra vez que es necesario orar y no desfallecer. Cuando también nosotros nos recogemos para orar nos acercamos sedientos a la fuente de las aguas vivas (Salmo 41, 2). Allí encontramos la paz y las fuerzas necesarias para seguir con optimismo y alegría en este caminar de la vida. ¡Cuánto bien hacemos a la Iglesia y al mundo con nuestra oración! Se ha dicho que quienes hacen oración son “como las columnas del mundo”, sin las cuales todo se vendría abajo. San Juan de la Cruz enseñaba bellamente que “es más precioso delante de Dios y del alma un poquito de este amor puro, y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas obras juntas” (Cántico espiritual, Canción 29), que poco o nada valdrían fuera de Cristo. El diálogo íntimo de Jesús con Dios Padre fue continuo: a eso debemos aspirar nosotros, a tratar a Dios siempre, en los momentos que tenemos dedicados especialmente para ello, y a lo largo de las situaciones que tejen nuestra jornada.
III. El Señor nos dio ejemplo de aprecio por la oración vocal: en cuanto hombre, debió aprender de labio de su Madre muchas plegarias que se habían transmitido por generaciones en el pueblo hebreo. En su última plegaria al Padre utilizará las palabras de un Salmo. Y nos enseñó la oración por excelencia, el Padrenuestro, donde se contiene todo lo que debemos pedir. La oración vocal nos ayuda a mantener viva la presencia de Dios durante el día. Para evitar la rutina nos puede ayudar este consejo: “procura recitarlas con el mismo amor con que habla por primera vez el enamorado..., y como si fuera la última ocasión en que pudieras dirigirte al Señor” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja).

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal

domingo, 9 de septiembre de 2018

Lunes semana 23 de tiempo ordinario año par

Lunes de la semana 23 de tiempo ordinario; año par

Extiende tu mano
“Un sábado, entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenla parálisis en el brazo derecho. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo. Pero él, sabiendo lo que pensaban, dijo al hombre del brazo paralítico: -«Levántate y ponte ahí en medio.» Él se levantó y se quedó en pie. Jesús les dijo: -«Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?» Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo al hombre: -«Extiende el brazo.» Él lo hizo, y su brazo quedó restablecido. Ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús” (Lucas 6,6-11).
I. San Lucas (6, 6-11) nos narra hoy que el Señor curó la mano derecha seca de un hombre que había venido a la sinagoga con la esperanza puesta en Él, con la sola condición de hacer el esfuerzo de extenderla. Así son los milagros de la gracia: ante defectos que nos parecen insuperables, frente a metas apostólicas que se ven excesivamente altas o difíciles, el Señor pide esta misma actitud: confianza en Él, manifestada en el uso de los recursos sobrenaturales, y en poner por obra aquello que está a nuestro alcance y que el Maestro nos insinúa en la intimidad de la oración o a través de la dirección espiritual. Si nos empeñamos, la gracia realiza maravillas con nuestros esfuerzos que parecen poca cosa. Las virtudes se forjan día a día, la santidad se labra siendo fieles en lo menudo, en lo corriente, en acciones que podrían parecer irrelevantes, si no estuvieran vivificadas por la gracia.
II. La tibieza paraliza el ejercicio de las virtudes, mientras que éstas con el amor cobran alas. La tibieza hace que parezcan irrealizables los más pequeños esfuerzos. La persona tibia piensa que, aunque el Señor le pide que extienda su mano, ella no puede. Y, como consecuencia, no la extiende... y no se cura. La caridad se afianza en actos que parecen de poco relieve: hacer buena cara, sonreír, crear un clima amable alrededor aunque estemos cansados, evitar esa palabra que puede molestar. Los defectos arraigados ( pereza, envidia), se vencen, tratando de vivir la escena evangélica y recordando el mandato de Cristo: Extiende tu mano. Un día le preguntaron a Santo Tomás, hombre de pocas palabras, qué es lo que se necesitaba para ser santos; él contestó: QUERER. Hoy pedimos al Señor que de verdad queramos ir cada día a Él con renovado amor.
III. La dirección espiritual se engarza con la íntima acción del Espíritu Santo en el alma, que sugiere de continuo esos pequeños vencimientos que nos ayudan eficazmente a disponernos para nuevas gracias. La santidad no es para gente excepcional, el Señor nos llama a todos: a la atareada ama de casa, al empresario, al estudiante, a la dependienta de unos grandes almacenes o a la que está al frente de un puesto de verduras. El Espíritu Santo nos dice a todos: ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación. A nuestra Madre Santa María le pedimos que nos ayude a ser cada vez más dóciles al Espíritu Santo, a crecer en las virtudes, luchando en las pequeñas metas de cada día.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

sábado, 8 de septiembre de 2018

Domingo semana 23 de tiempo ordinario; año par

Domingo de la semana 23 de tiempo ordinario; ciclo B

Oir a Dios y hablar de Él
«De nuevo, saliendo de la región de Tiro, vino a través de Sidón hacia el mar de Galilea, cruzando el territorio de la Decápolis. Le traen un sordo y mudo, y le ruegan que le imponga su mano. Y apartándolo de la muchedumbre, metió los dedos en sus orejas, y con saliva tocó su lengua; y mirando al cielo, dio un suspiro, y le dice: Eftétha, que significa: ábrete. Al instante se le abrieron los oídos, quedó suelta la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Y les ordenó que no lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo proclamaban; y estaban tan maravillados que decían: Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos.» (Marcos 7; 31-37)
I. La liturgia de la Misa es una llamada a la esperanza, a confiar plenamente en el Señor. El Evangelio (Marcos 7, 31-37) narra la curación de un sordomudo. En este pasaje podemos ver una imagen de la actuación del Señor en las almas: libra al hombre del pecado, abre su oído para escuchar la Palabra de Dios y suelta su lengua para alabar y proclamar las maravillas divinas. En el Bautismo, el Espíritu Santo nos dejó libre el oído para escuchar la palabra de Dios, y nos dejó expedita la lengua para anunciarla por todas partes: Y esta acción se prolonga a lo largo de nuestra vida. Nosotros escucharemos la palabra de Dios y la transmitiremos si tenemos el oído atento a las continuas mociones del Espíritu Santo y si tenemos la lengua bien dispuesta para hablar de Dios sin respetos humanos.
II. Muchos tienen los oídos cerrados a la Palabra de Dios, y muchos también quienes se van endureciendo más y más ante las innumerables llamadas de la gracia. Nuestro apostolado paciente y tenaz, lleno de comprensión, hará que muchas personas escuchen la voz de Dios. Los cristianos no podemos permanecer mudos cuando debemos hablar de Dios y de su mensaje ante las muchas oportunidades que el Señor nos pone para que mostremos a todos el camino de la santidad en medio del mundo. Los demás lo esperan, y les defraudamos si permanecemos callados. Muchos son los motivos para hablar de la belleza de la fe, de la alegría incomparable de tener a Cristo, especialmente ahora ante la avalancha de ideas y de errores doctrinales y morales ante los cuales muchos se sienten indefensos. ¿Acaso vamos a permanecer impasibles? La misión que recibimos en el Bautismo hemos de ponerla en práctica durante toda la vida, en toda circunstancia.
III. También la lengua se ha de soltar para hablar con claridad del estado del alma en la dirección espiritual, siendo muy sinceros, exponiendo con sencillez lo que nos pasa, los deseos de santidad y las tentaciones del enemigo, las pequeñas victorias y los desánimos, si los hubiera. El oído ha de estar libre para escuchar atentamente las muchas enseñanzas y sugerencias que nos quiera hacer llegar el Maestro a través de la dirección espiritual (R. GARRIGOU LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior) Con sinceridad y docilidad, la batalla está siempre ganada. La Virgen siempre tuvo el oído atento para escuchar la voluntad de Dios. Pidámosle que nos enseñe a oír atentamente lo que nos dice de parte de Dios, y a ponerlo en práctica.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
San Pedro Claver, presbítero

Pedro Claver y Juana Corberó, campesinos catalanes, tuvieron seis hijos, pero solo sobrevivieron Juan, el mayor, y los dos mas pequeños, Pedro e Isabel. El padre apenas podía firmar su nombre, pero era un hombre trabajador y buen cristiano. La infancia de Pedro quedó oculta para la historia como la de tantos santos, incluso la de Nuestro Señor. Trabajaba en el campo con su familia.
Pedro se graduó de la Universidad de Barcelona. A los 19 años decide ser Jesuita e ingresa en Tarragona. Mientras estudiaba filosofía en Mallorca en 1605 se encuentra con San Alonso Rodriguez, portero del colegio. Fue providencial. San Alonso recibió por inspiración de Dios conocimiento de la futura misión del joven Pedro y desde entonces no paró de animarlo a ir a evangelizar lo territorios españoles en América.
Pedro creyó en esta inspiración y con gran fe y el beneplácito de sus superiores se embarcó hacia la Nueva Granada en 1610. Debía estudiar su teología en Santa Fe de Bogotá. Allí estuvo dos años, uno en Tunja y luego es enviado a Cartagena, en lo que hoy es la costa de Colombia. En Cartagena es ordenado sacerdote el 20 de Marzo de 1616.
Al llegar a América, Pedro encontró la terrible injusticia de la esclavitud institucionalizada que había comenzado ya desde el segundo viaje de Colón el 12 de Enero de 1510, cuando el rey mandó a emplear negros como esclavos. Se trata de una tragedia que envolvió a unos 14 millones de infelices seres humanos. Un millón de ellos pasaron por Cartagena. Los esclavos venían en su mayoría de Guinea, del Congo y de Angola. Los jefes de algunas tribus de esas tierras vendían a sus súbditos y sus prisioneros. En América los usaban en todo tipo de trabajo forzado: agricultura, minas, construcción.
Cartagena por ser lugar estratégico en la ruta de las flotas españolas se convirtió en el principal centro del comercio de esclavos en el Nuevo Mundo. Mil esclavos desembarcaban cada mes. Aunque se murieran la mitad en la trayectoria marítima, el negocio dejaba grandes ganancias. Por eso, las repetidas censuras del papa no lograron parar este vergonzoso mercado humano.
Pedro no podía cambiar el sistema. Pero si había mucho que se podía hacer con la gracia de Dios. Pero hacía falta tener mucha fe y mucho amor. Pedro supo dar la talla. En la escuela del gran misionero, el padre Alfonso Sandoval, Pedro escribió: "Ego Petrus Claver, etiopum semper servus" (yo Pedro Claver, de los negros esclavo para siempre". Así fue. San Pedro no se limitó a quejarse de las injusticias o a lamentarse de los tiempos en que vivía. Supo ser santo en aquella situación y dejarse usar por Jesucristo plenamente para su obra de misericordia. En Cartagena durante cuarenta años de intensa labor misionera se convirtió en apóstol de los esclavos negros. Entre tantos cristianos acomodados a los tiempos, el supo ser luz y sal, supo hacer constar para la historia lo que es posible para Dios en un alma que tiene fe.
A pesar de su timidez la cual tubo que vencer, se convirtió en un organizador ingenioso y valiente. Cada mes cuando se anunciaba la llegada del barco esclavista, el padre Claver salía a visitarlos llevándoles comida. Los negros se encontraban abarrotados en la parte inferior del barco en condiciones inhumanas. Llegaban en muy malas condiciones, víctimas de la brutalidad del trato, la mala alimentación, del sufrimiento y del miedo. Claver atendía a cada uno y los cuidaba con exquisita amabilidad. Así les hacia ver que el era su defensor y padre.
Los esclavos hablaban diferentes dialectos y era difícil comunicarse con ellos. Para hacer frente a esta dificultad, el padre Claver organizó un grupo de intérpretes de varias nacionalidades, los instruyó haciéndolos catequistas.
Mientras los esclavos estaban retenidos en Cartagena en espera de ser comprados y llevados a diversos lugares, el padre Claver los instruía y los bautizaba. Los reunía, se preocupaba por sus necesidades y los defendía de sus opresores. Esta labor de amor le causó grandes pruebas. Los esclavistas no eran sus únicos enemigos. El santo fue acusado de ser indiscreto por su celo por los esclavos y de haber profanado los Sacramentos al dárselos a criaturas que a penas tienen alma. Las mujeres de sociedad de Cartagena rehusaban entrar en las iglesias donde el padre Claver reunía a sus negros. Sus superiores con frecuencia se dejaron llevar por las presiones que exigían se corrigiesen los excesos del padre Claver. Este sin embargo pudo continuar su obra entre muchas humillaciones y obstáculos. Hacia además penitencias rigurosas. Carecía de la comprensión y el apoyo de los hombres pero tenia una fuerza dada por Dios.
Muchos, aun entre los que se sentían molestos con la caridad del padre Claver, sabían que hacia la obra de Dios siendo un gran profeta del amor evangélico que no tiene fronteras ni color. Era conocido en toda Nueva Granada por sus milagros. Llegó a catequizar y bautizar a mas de 300,000 negros.
En la mañana del 9 de Septiembre de 1654, después de haber contemplado a Jesús y a la Santísima Virgen, con gran paz se fue al cielo.
Beatificado el 16 de Julio de 1850 por Pío IX.
Canonizado el 15 de Enero de 1888 por León XIII junto con Alfonso Rodriguez.
El 7 de Julio de 1896 fue proclamado patrón especial de todas las misiones católicas entre los negros.
El papa Juan Pablo II rezó ante los restos mortales de San Pedro Claver en la Iglesia de los Jesuitas en Cartagena el 6 de Julio de 1986.
Su fiesta se celebra el 9 de Septiembre.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Sábado semana 22 de tiempo ordinario año par

Sábado de la semana 22 de tiempo ordinario; año par

La fe de santa María
“Un sábado, Jesús atravesaba un sembrado; sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano. Unos fariseos les preguntaron: -«¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?» Jesús les replicó: -«¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios, tomó los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y les dio a sus compañeros.» Y añadió: -«El Hijo del hombre es señor del sábado» (Lucas 6,1-5).
I. Hoy, sábado, es un día apropiado para que meditemos la vida de fe de la Virgen y le pidamos su ayuda para crecer más y más en esta virtud teologal. Desde los primeros siglos, este día ha estado dedicado a honrarla. Santo Tomás señala que dedicamos el sábado a nuestra Madre porque “conservó en ese día la fe en el misterio de Cristo mientras Él estaba muerto” (Sobre los mandamientos, en Escritos de Catequesis) Muchos cristianos procuran esmerarse este día en honrar a la Reina del Cielo: Escogen una jaculatoria para repetírsela muchas veces en el día, hacen una visita a alguna persona enferma, o sola, o necesitada, ofrecen una mortificación que marca ese día mariano, acuden a rezar alguna ermita o iglesia dedicada a la Virgen, ponen más atención en las oraciones que le dirigen: Santo Rosario, Angelus, Regina Coeli, la Salve... Consideremos hoy cómo vivimos el sábado habitualmente y si tenemos detalles de cariño hacia la Virgen.
II. El momento culminante de la fe de María es la Anunciación: tiene realidad lo que tantas veces había meditado en la intimidad de su corazón; “pero además es el punto de partida, de donde inicia todo su “camino hacia Dios”, todo su camino de fe” (JUAN PABLO II, Redemptoris Mater). De inmediato prestó su asentimiento pleno, abandonada en el Señor: fiat mihi secundum verbum tuum, hágase en mí según tu palabra. Ésta es la primera consecuencia de la fe de Santa María en su vida: una plena obediencia a los planes de Dios. Cuando miramos a nuestra Madre del Cielo vemos nosotros si la fe nos mueve a llevar a cabo la voluntad de Dios sin poner límites: a querer lo que Él quiere, cuando quiere y del modo que quiera. Examinemos cómo aceptamos las contrariedades que se oponen a los propios planes y si nos santifican, o por el contrario, nos alejan del Señor.
III. A la Virgen no le fueron ahorradas pruebas y dificultades, pero su fe saldría victoriosa y fortalecida, convirtiéndose en modelo para todos nosotros. En el Nacimiento de su Hijo contempla las grandezas de Dios en la tierra; en los años de Nazaret brilla en silencio la fe de la Virgen, mientras su fe se encendía con el trato íntimo con Jesús; la fe de Santa María alcanzó su punto culminante junto a la Cruz de Jesús. Sin palabras, con su sola presencia en el Calvario por designio divino (CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium), manifiesta que la luz de la fe alumbra con esplendor incomparable en su corazón. Toda la vida de María fue una obediencia a la fe. Pidámosle a nuestra Madre que sepamos enfocar y dirigir todos los acontecimientos con una fe serena e inconmovible.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
La Natividad de la Santísima Virgen María

Desde muy antiguo se tienen noticias de esta fiesta de la Virgen, primero en Oriente y luego en la Iglesia universal. Esta festividad, en la que se conmemora el nacimiento de la que habría de ser la Madre de Dios, y también Madre nuestra, está llena de alegría. Su llegada al mundo es el anuncio de la Redención ya próxima. Muchos pueblos y ciudades, bajo diversas advocaciones, celebran hoy a su Patrona.
“El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa "Díos-con-nosotros"” (Mateo 1,1-16.18-23).
I. Celebremos con alegría el Nacimiento de María, la Virgen: de Ella salió el Sol de justicia, Cristo, nuestro Dios.
La invitación a la alegría de los textos litúrgicos es constante desde los antiquísimos comienzos de esta fiesta. Es lógico que así sea: si se alegran la familia y los amigos y vecinos cuando nace una criatura, y si se celebran los cumpleaños con júbilo, ¿cómo no nos íbamos a llenar de alegría en la conmemoración del nacimiento de nuestra Madre? Este acontecimiento feliz nos señala que el Mesías está ya próximo: María es la Estrella de la mañana que, en la aurora que precede a la salida del sol, anuncia la llegada del Salvador, el Sol de justicia en la historia del género humano. «Convenía señala un antiguo escritor sagrado que esta fulgurante y sorprendente venida de Dios a los hombres fuera precedida de algún hecho que nos preparara para recibir con gozo el gran don de la salvación. Y éste es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya que el Nacimiento de la Madre de Dios es el exordio de todo este cúmulo de bienes (...). Que toda la creación, pues, rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. Cielo y tierra se aúnen en esta celebración y que la festeje con gozo todo lo que hay en el mundo y por encima del mundo».
La Liturgia de la Misa de hoy aplica a la Virgen recién nacida el pasaje de la Carta a los Romanos en el que San Pablo describe la misericordia divina que elige a los hombres para un destino eterno: María, desde la eternidad, es predestinada por la Trinidad Beatísima para ser la Madre de su Hijo. Para este fin fue adornada de todas las gracias: «El alma de María fue la más bella que Dios crió, de tal manera que, después de la encarnación del Verbo, ésta fue la obra mayor y más digna que el Omnipotente llevó a cabo en este mundo». La gracia de María en el momento de su concepción sobrepasó las gracias de todos los santos y ángeles juntos, pues Dios da a cada uno la gracia que corresponde a su misión en el mundo. La inmensa gracia de María fue suficiente y proporcionada a la singular dignidad a la que Dios la había llamado desde la eternidad. Fue tan grande María en santidad y belleza expone San Bernardo, que no convenía que Dios tuviese otra Madre, ni convenía tampoco que María tuviese otro Hijo que Dios. Y San Buenaventura afirma que Dios puede hacer un mundo mayor, pero no puede hacer una madre más perfecta que la Madre de Dios.
Recordemos hoy también nosotros que hemos recibido de Dios una llamada a la santidad, a cumplir una misión concreta en el mundo. Además de la alegría que nos produce siempre el contemplar la plenitud de gracia y la belleza de Nuestra Señora, también debemos pensar que Dios nos da a cada uno las gracias necesarias y suficientes, sin que falte una, para llevar a cabo nuestra vocación específica en medio del mundo. También hoy podemos considerar que es lógico que deseemos festejar el aniversario del propio nacimiento nuestro cumpleaños porque Dios quiso expresamente que naciéramos, y porque nos llamó a un destino eterno de felicidad y de amor.
II. Que se alegre tu Iglesia, Señor (...), y se goce en el nacimiento de la Virgen María, que fue para el mundo esperanza y aurora de salvación.
¿Cuántos años cumple hoy Nuestra Madre?... Para Ella el tiempo ya no pasa, porque ha alcanzado la plenitud de la edad, esa juventud eterna y plena que nace de la participación en la juventud de Dios que, según nos dice San Agustín, «es más joven que todos», precisamente por ser eterno e inmutable. Quizá hemos podido ver de cerca la alegría y la juventud interior de alguna persona santa, y contemplar cómo de un cuerpo que llevaba el peso de los años surgía una juventud del corazón con una energía y una vida incontenible. Esta juventud interior es más honda cuanto mayor es la unión con Dios. María, por ser la criatura que más íntimamente ha estado unida a Él, es ciertamente la más joven de todas las criaturas. Juventud y madurez se confunden en Ella, y también en nosotros cuando vamos derechamente ad Deum, qui laetificat iuventutem meam, hacia Dios que nos rejuvenece cada día por dentro y, con su gracia, nos inunda de alegría.
Desde su adolescencia, la Virgen gozó de una madurez interior plena y proporcionada a su edad. Ahora, en el Cielo, con la plenitud de la gracia la inicial y la que alcanzó con sus méritos uniéndose a la Obra de su Hijo nos contempla y presta oído a nuestras alabanzas y a nuestras peticiones. Hoy escucha nuestro canto de acción de gracias a Dios por haberla creado, y nos mira y nos comprende porque Ella después de Dios es quien más sabe de nuestra vida, de nuestras fatigas, de nuestros empeños.
Todos los padres piensan cuando nace un hijo que es incomparable. También debieron de pensarlo San Joaquín y Santa Ana cuando nació María, y ciertamente no se equivocaban. Todas las generaciones la llaman bienaventurada... «No podían sospechar aquel día, Joaquín y Ana, lo que había de ser aquel fruto de su limpio amor. Nunca se sabe. ¿Quién puede decir lo que será una criatura recién nacida? Nunca se sabe...». Cada una es un misterio de Dios que viene al mundo con un específico quehacer del Creador.
La fiesta de hoy nos lleva a mirar con hondo respeto la concepción y el nacimiento de todo ser humano, a quien Dios le ha dado el cuerpo a través de los padres y le ha infundido un alma inmortal e irrepetible, creada directamente por Él en el momento de la concepción. «La gran alegría que como fieles experimentamos por el nacimiento de la Madre de Dios (...) comporta a la vez, para todos nosotros, una gran exigencia: debemos sentirnos felices por principio cuando en el seno de una madre se forma un niño y cuando ve la luz del mundo. Incluso cuando el recién nacido exige dificultades, renuncias, limitaciones, gravámenes, deberá ser siempre acogido y sentirse protegido por el amor de sus padres». Todo ser humano concebido está llamado a ser hijo de Dios, a darle gloria y a un destino eterno y feliz.
Dios Padre, al contemplar a María recién nacida, se alegró con una alegría infinita al ver a una criatura humana sin el pecado de origen, llena de gracia, purísima, destinada a ser la Madre de su Hijo para siempre. Aunque Dios concedió a Joaquín y a Ana una alegría muy particular, como participación de la gracia derramada sobre su Hija, ¿qué hubieran sentido si, al menos de lejos, hubieran vislumbrado el destino de aquella criatura, que vino al mundo como las demás? En otro orden, tampoco nosotros podemos sospechar la eficacia inconmensurable de nuestro paso por la tierra si somos fieles a las gracias recibidas para llevar a cabo nuestra propia vocación, otorgada por Dios desde la eternidad.
III. Ningún acontecimiento acompañó el Nacimiento de María, y nada nos dicen de él los Evangelios. Nació, quizá, en una ciudad de Galilea, probablemente en el mismo Nazareth, y aquel día nada se reveló a los hombres. El mundo seguía dándole importancia a otros acontecimientos que luego serían completamente borrados de la faz de la tierra sin dejar la menor huella. Con frecuencia, lo importante para Dios pasa oculto a los ojos de los hombres que buscan algo extraordinario para sobrellevar su existencia. Sólo en el Cielo hubo fiesta, y fiesta grande.
Después, durante muchos años, la Virgen pasa inadvertida. Todo Israel esperaba a esa doncella anunciada en la Escritura y no sabe que ya vive entre los hombres. Externamente, apenas se diferencia de los demás. Tenía voluntad, quería, amaba con una intensidad difícil de comprender para nosotros, con un amor que en todo se ajustaba al amor de Dios. Tenía entendimiento, al servicio de los misterios que poco a poco iba descubriendo, comprendía la perfecta relación que había entre ellos, las profecías que hablaban del Redentor...; y entendimiento para aprender cómo se hilaba o se cocinaba... Y tenía memoria -guardaba las cosas en su corazón y pasaba de unos recuerdos a otros, se valía de referencias concretas. Poseía Nuestra Señora una viva imaginación que le hizo tener una vida llena de iniciativas y de sencillo ingenio en el modo de servir a los demás, de hacerles más llevadera la existencia, a veces penosa por la enfermedad o por la desgracia... Dios la contemplaba lleno de amor en los menudos quehaceres de cada día y se gozaba con un inmenso gozo en estas tareas sin apenas relieve.
Al contemplar su vida normal, nos enseña a nosotros a obrar de tal modo que sepamos hacer lo de todos los días de cara a Dios: a servir a los demás sin ruido, sin hacer valer constantemente los propios derechos o los privilegios que nosotros mismos nos hemos otorgado, a terminar bien el trabajo que tenemos entre manos... Si imitamos a Nuestra Madre, aprenderemos a valorar lo pequeño de los días iguales, a darle sentido sobrenatural a nuestros actos, que quizá nadie ve: limpiar unos muebles, corregir unos datos en el ordenador, arreglar la cama de un enfermo, buscar las referencias precisas para explicar la lección que estamos preparando... Estas pequeñas cosas, hechas con amor, atraen la misericordia divina y aumentan de continuo la gracia santificante en el alma. María es el ejemplo acabado de esta entrega diaria, «que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda al Señor».
Bajo diversas advocaciones, muchos pueblos y ciudades celebran hoy sus fiestas, con intuición acertada, pues «si Salomón enseña San Pedro Damián, con motivo de la dedicación del templo material, celebró con todo el pueblo de Israel solemnemente un sacrificio tan copioso y magnífico, ¿cuál y cuánta no será la alegría del pueblo cristiano al celebrar el nacimiento de la Virgen María, en cuyo seno, como en un templo sacratísimo, descendió Dios en persona para recibir de ella la naturaleza humana y se dignó vivir visiblemente entre los hombres?». No dejemos de festejar hoy a Nuestra Señora con esas delicadezas propias de los buenos hijos.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Viernes semana 22 de tiempo ordinario; año par


Viernes de la semana 22 de tiempo ordinario; año par

Los amigos del esposo
“En aquel tiempo, dijeron a Jesús los fariseos y los escribas: -«Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber.» Jesús les contestó: -«¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán.»Y añadió esta parábola: -«Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque se estropea el nuevo, y la pieza no le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino nuevo revienta los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: "Está bueno el añejo."»” (Lucas 5,33-39).
I. Entre los hebreos existía la costumbre de que el nuevo esposo iba acompañado por otros jóvenes de su edad, sus íntimos, como una escolta de honor. Se llamaban los amigos del esposo (1 Marcos 9, 39), y su misión era honrar al que iba a contraer nupcias, alegrarse con sus alegrías, participar de modo especial en los festejos de la boda. Jesús llama amigos íntimos –los amigos del esposo- a quienes le siguen, a nosotros; hemos sido invitados a participar entrañablemente del banquete nupcial figura del Reino de los Cielos. El Señor quiso ser ejemplo de amistad verdadera y estuvo abierto a todos con ternura y afecto. Jesús nos llama amigos. Y nos enseña a acoger a todos, y a ampliar y desarrollar nuestra capacidad de amistad. Y sólo lo aprenderemos si lo tratamos en la intimidad de la oración, en nuestra amistad con Él.
II. Jesús tuvo amigos de todas las clases sociales y en todas las profesiones: eran de edad y de condición bien diversa. Jesús amaba a sus amigos. Cuando llegó a Betania, Lázaro había muerto, y ante la sorpresa de todos, Jesús comenzó a llorar. Decían entonces los judíos: Mirad cómo le amaba (Juan 11, 36). Jesús llora lágrimas de hombre; no permanece impasible ante el dolor de quienes ama, de sus amigos. Nosotros no tenemos nada más valioso que la amistad con Jesucristo, y de Él aprendemos a tener muchos amigos, aprovechando las relaciones de vecindad, de trabajo, de estudio. El cristiano está siempre abierto a los demás. El afán apostólico, para llevar a nuestros amigos al Amigo, y las virtudes humanas de la convivencia nos ayudarán a encontrar puntos de unión y entendimiento con los demás y sabremos prescindir de lo que desune.
III. Un amigo fiel es poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo fiel: su precio es incalculable. (Eclo 6, 14-17) Cuando encontramos un amigo debemos cultivar su amistad por encima del tiempo, de las distancias, de todo aquello que tienda a separar. La amistad requiere que cuidemos al amigo, de nuestra corrección si lo necesita, de ayudarle en la adversidad, de rezar por él. Si miramos a Cristo aprenderemos a ser buenos amigos: Él dio su vida por cada uno de nosotros. No dejemos de dar a nuestros amigos lo mejor que tenemos: el amor a Jesús.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Jueves semana 22 de tiempo ordinario; año par


Jueves de la semana 22 de tiempo ordinario; año par

El poder de la obediencia
“En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: -«Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.» Simón contestó: -«Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.» Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a lo socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: -«Apártate de mi, Señor, que soy un pecador.» Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: -«No temas; desde ahora serás pescador de hombres.» Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron” (Lucas 5,1-11).
I. Pedro, a la orilla del lago de Genesaret, había terminado de lavar sus redes después de haber bregado toda la noche sin pescar nada. Jesús le dice : Guía mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca (Lucas 5, 1-11). Todo invita a la excusa: el cansancio, la frustración de no haber pescado nada, las redes lavadas para la noche siguiente, la inoportunidad de la hora...... Pero la mirada de Jesús, Su palabra, llevaron a Pedro a embarcarse de nuevo. También nosotros, cuando nos parece que todo ha fracasado y encontramos motivos para abandonar todo, debemos oír la voz de Jesús que nos dice: Guía mar adentro, vuelve a empezar... en mi Nombre. El Señor siempre nos acompaña en nuestra barca, nosotros solamente necesitamos docilidad y poner en práctica los consejos que hemos recibido en la Confesión, en la dirección espiritual.
II. Pedro se adentró en el lago con Jesús en su barca y pronto se dio cuenta de que las redes se llenaban de peces; tantos, que parecía que se iban a romper. Este pasaje del Evangelio tiene muchas enseñanzas: por la noche, en ausencia de Cristo, la labor había sido estéril: lo mismo sucede con las labores apostólicas que no cuentan con el Señor. Pedro, con su gran experiencia como pescador, con humildad, se fía de la palabra de Jesús que no tenía experiencia en su oficio. La necesidad de la obediencia para quien quiere ser discípulo de Cristo –por encima de toda razón de conveniencia, de eficacia- está en que forma parte del misterio de la Redención, pues Cristo mismo “reveló su misterio y realizó la redención con su obediencia” (CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium). La obediencia nos lleva a querer identificar en todo nuestra voluntad con la voluntad de Dios que se manifiesta a través de los padres, de los superiores y de nuestros deberes. El Señor espera de nosotros una obediencia delicada y alegre. Si permanecemos con Cristo, Él llena siempre nuestras redes.
III. Pedro quedó admirado, miró a Jesús, y se arrojó a sus pies diciendo: Apártate de mí que soy un hombre pecador. Pedro comprendió su pequeñez. Entonces Jesús le dice: No temas: desde ahora serán hombres los que habrás de pescar. Jesús comenzó pidiéndole su barca y se quedó con su vida. Pedro comenzó obedeciendo en lo pequeño y el Señor le manifestó los grandiosos planes que para él, pobre pescador de Galilea, tenía desde la eternidad: la roca, el cimiento inconmovible de la Iglesia. Nuestra Madre, Stella maris, Estrella del mar, nos enseñará a ser generosos con el Señor cuando nos pida prestada nuestra pobre barca.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

martes, 4 de septiembre de 2018

Miércoles semana 22 de tiempo ordinario;año par


Miércoles de la semana 22 de tiempo ordinario; año par

Les imponía las manos
“En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: -«Tú eres el Hijo de Dios.» Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con Él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero Él les dijo: -«También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado.» Y predicaba en las sinagogas de Judea” (Lucas 4,38-44).
I. San Lucas nos relata en el Evangelio de la Misa (1) un detalle singular acerca de la ocasión cuando trajeron a Jesús muchos enfermos para que los curase: singulis manus imponens, les imponía las manos. Se fija en cada uno de los enfermos, le dedica su atención plena, porque toda persona es única para Él, lo trata con la dignidad incomparable que merece siempre la persona humana. San Lucas nos muestra la infatigable actividad de Cristo; nos enseña el camino que debemos seguir nosotros con quienes están alejados de la fe. Nuestro camino es servir a todos como Cristo lo hizo, con el mismo aprecio, con el mismo respeto, a cada uno individualmente, teniendo en cuenta sus circunstancias particulares, su modo de ser, el estado en que se encuentra, sin aplicar a todos la misma receta.
II. Necesitamos paciencia y constancia para recorrer el camino que nos lleva a Cristo y llevar hasta Él a nuestros amigos, a nuestros compañeros, a nuestros hijos y hermanos: a todos los espera el Señor. En algunos de ellos encontraremos resistencias o pasividad. Esto nos llevará a rezar más, a ofrecer mortificaciones, horas de trabajo o de estudio por ellos. La fe nos llevará a comprenderlos y a tenerles paciencia, recordando la que Dios ha tenido con nosotros, y las incontables veces que nosotros lo hemos hecho esperar. Con prudencia sobrenatural unida a una gran caridad y comprensión, insistiremos a nuestros amigos para llevarlos a Cristo. ¡Tú sabes, Señor, que sólo buscamos lo mejor para ellos! Lo mejor eres Tú mismo, que te das a quien quiere acogerte.

III. Son muchos los que no conocen a Cristo. El Señor pone en nuestro corazón la urgencia de combatir tanta ignorancia, difundiendo por todas partes la buena doctrina, con iniciativas y maneras diversas. Todo cristiano debe participar en la tarea de formación cristiana. Sólo si miramos a Cristo venceremos la pereza y comodidad para salir de nuestra torre de marfil que cada uno tiende a construirse a su alrededor, y haremos que muchos ciegos vean a Cristo, muchos sordos le oigan, y muchos paralíticos caminen a su lado. Nos ayudará a hacer apostolado la consideración de que el bien y el mal tiene efecto multiplicador. Quienes sintieron que Cristo les imponía sus manos divinas experimentaron que su vida ya no podía ser como antes: Ellos mismos se convirtieron en apóstoles. Acudamos a María, Reina de los Apóstoles, para que encienda nuestro corazón en amor a su Hijo y deseos de llevar a muchos junto a Él.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Martes semana 22 de tiempo ordinario; año par

Martes de la semana 22 de tiempo ordinario; año par

Enseñaba con autoridad
“En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenla un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: -«¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.» Jesús le intimó: -«¡Cierra la boca y sal!» El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: -«¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.» Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca” (Lucas 4,31-37).
I. San Marcos señala en su Evangelio que las gentes estaban admiradas de Jesús y su doctrina, pues les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas (1, 22) A través de su Santísima Humanidad hablaba la Segunda Persona de la Trinidad, y el pueblo que lo escuchaba percibió con claridad la seguridad y fuerza con que el Señor declaraba su doctrina. Habla en nombre propio: Yo os digo... Jesús nos sigue hablando uno a uno, personalmente, en la intimidad de la oración, al leer cada día el Evangelio... Hemos de aprender a escucharle también entre los mil sucesos del día, y en lo que nosotros llamamos fracaso o dolor. “...en ese texto encontrarás la Vida de Jesús; pero además, debes encontrar tu propia vida. Toma el Evangelio a diario, y léelo y vívelo como norma concreta. –Así han procedido los santos” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja)
II. Las palabras de Jesús están llenas de vida, penetran hasta el fondo del alma, y cuando nosotros se la abrimos, también nos transforman. En el Santo Evangelio encontramos cada día a Cristo mismo que nos habla, nos enseña y nos consuela. En su lectura –unos pocos minutos cada día- aprendemos a conocerle cada vez mejor, a imitar su vida, a amarle. El Espíritu Santo –autor principal de la Escritura Santa- nos ayudará, si acudimos a Él en petición de ayuda, a ser un personaje más de la escena que leemos, a sacar una enseñanza, quizá pequeña pero concreta para ese día.
III. El Señor nos habla de muchas maneras cuando leemos el Evangelio: nos da ejemplo con su vida para que le imitemos en la nuestra; nos enseña el modo de comportarnos con nuestros hermanos, y su predilección por los pequeños y pobres; nos recuerda que somos hijos de Dios y que nada debe quitarnos la paz; nos enseña a perdonar y que seamos misericordiosos con los defectos ajenos, pues Él lo fue en grado sumo; nos alienta a preparar con esmero la Confesión frecuente, donde nos espera el Padre del Cielo para darnos un abrazo; nos impulsa a santificar el trabajo, haciéndolo con perfección humana, como Él lo hizo en Nazaret. Por todo esto, es recomendable que lo leamos a primera hora del día para tenerlo presente en nuestra jornada. Todos los días, mientras leemos el Evangelio, Jesús pasa junto a nosotros. No dejemos de verlo y oírlo, como aquellos discípulos que se encontraron con Él en el camino de Emaús. “Quédate con nosotros, porque ha oscurecido... ¡Qué pena si tú y yo no supiéramos “detener” a Jesús que pasa! ¡Qué dolor, si no le pedimos que se quede! (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Surco)

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Lunes semana 22 de tiempo ordinario; año par


Lunes de la semana 22 de tiempo ordinario; año par

Obras de misericordia
“En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: -«¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: -«Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo Y'; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» Y añadió: -«Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel habla muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos habla en Israel en tiempos de] profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba” (Lucas 4,16-30).
I. El amor de Cristo se expresa particularmente en el encuentro con el sufrimiento, en todo aquello en que se manifiesta la fragilidad humana, tanto física como moral. De esta manera revela la actitud continua de Dios Padre hacia nosotros, que es amor (1 Juan 4, 16) y rico en misericordia (Efesios 2, 4) La misericordia es el núcleo fundamental de su predicación y la razón principal de sus milagros. También la Iglesia “abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, en los pobres y en los que sufren reconoce la imagen de su Fundador, pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo” (CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium) ¿Y qué otra cosa haremos nosotros si queremos imitar al Maestro y ser buenos hijos de la Iglesia? Cada día se nos presentan incontables ocasiones de poner en práctica la enseñanza de Jesús ante el dolor y la necesidad, con un corazón lleno de misericordia.
II. Si la mayor desgracia, el peor de los desastres, es alejarse de Dios, nuestra mayor obra de misericordia será en muchas ocasiones acercar a los sacramentos, fuentes de Vida, y especialmente a la Confesión, a nuestros familiares y amigos. Toda miseria moral, cualquiera que sea, reclama nuestra compasión, y la verdadera compasión comienza por la situación espiritual del alma de los que nos rodean, que hemos de procurar remediar con la ayuda de la gracia. Ahora que el número de analfabetas ha decrecido en tantos países, ha aumentado la ignorancia religiosa con el total desconocimiento de las más elementales nociones de la Fe y la Moral y de los rudimentos mínimos de la piedad. Por esta razón, la catequesis ha pasado a ser una obra de misericordia de primera importancia (J. ORLANDIS, Bienaventuranzas)
III. Imitar a Jesús misericordioso nos llevará a dar consuelo y compañía a quienes se encuentran solos, a los enfermos, a los ancianos, a quienes sufren una pobreza vergonzante o descarada. Haremos nuestro su dolor y les ayudaremos a santificarlo mientras que procuramos remediar ese estado en el modo que nos sea posible. La misericordia nos lleva a perdonar con prontitud y de corazón, aunque quien ofende no manifieste arrepentimiento por su falta o rechace la reconciliación. El cristiano no guarda rencores en su alma, no se siente enemigo de nadie, ni juzga severamente a nadie. Si somos misericordiosos, obtendremos del Señor la misericordia que tanto necesitamos, particularmente para esas flaquezas, errores y fragilidades que Él bien conoce. María, Madre de la misericordia, nos dará un corazón capaz de compadecerse de quienes sufren a nuestro lado.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia

San Gregorio Magno es el cuarto y último de los originales Doctores de la Iglesia Latina. Defendió la supremacía del Papa y trabajó por la reforma del clero y la vida monástica.
Combatió la herejía nestoriana. Hizo contribuciones claves a la cristología.
Nació en Roma alrededor del año 540, hijo de Gordianus, un senador influente que llegó a renunciar al mundo y ser uno de los siete diáconos de Roma.
Después de que Gregorio adquiriese una buena educación, el Emperador Justino lo nombró, en 574, magistrado principal de Roma. Tenía solo 34 años.
Después de la muerte de su padre edificó siete monasterios, el último de los cuales fue en su propia casa en Roma, que se llamó Monasterio Benedictino de San Andrés. El mismo tomó al hábito monástico en el 575, a la edad de 35 años. Fue ordenado diácono y nombrado legado pontificio en Constantinopla.
Después de la muerte de Pelagio, San Gregorio fue escogido unánimemente Papa por los sacerdotes y el pueblo, el día 3 de septiembre del año 590. Ejerció su cargo como verdadero pastor, en su modo de gobernar, en su ayuda a los pobres, en la propagación y consolidación de la fe. Mantenía contacto con todas las iglesias y a pesar de sus sufrimientos y labores, compuso grandes obras. Entre ellas hay magnificas contribuciones a la Liturgia de la Misa y el Oficio.
Tiene escritas muchas obras sobre teología moral y dogmática. 
Su extraordinario trabajo le valió el nombre de "El Grande".  Su celo era extender la fe por todo el mundo.
Murió el 12 de Marzo del 604.
Es patrón de maestros.
Nacido en Roma hacia el 540, de familia noble y cristiana, vive la desolación de la Urbe, caído el Imperio occidental, y el inicio de una época ascendente. En 590 es elegido Papa, mereciendo por su ingente labor que se le considere gran figura entre las de todos los tiempos, y que se le haya otorgado el título de Doctor y Padre de la Iglesia latina. Su muerte acaeció el 12 de marzo del 604.
«Importa que el pastor sea puro en sus pensamientos, intachable en sus obras, discreto en el silencio, provechoso en las palabras, compasivo con todos, más que todos levantado en la contemplación, compañero de los buenos por la humildad y firme en velar por la justicia contra los vicios de los delincuentes. Que la ocupación de las cosas exteriores no le disminuya el cuidado de las interiores y el cuidado de las interiores no le impida el proveer a las exteriores», escribe San Gregorio Magno en su «Regla Pastoral», y éste fue el programa de su actuación. Genio práctico en la acción, fue ante todo el buen pastor cuya solicitud se extiende a toda su grey. No es tan sólo Roma la que merece sus cuidados, sino todas las Iglesias España, Galia, Inglaterra, Armenia, el Oriente, toda Italia, especialmente las diez provincias dependientes de la metrópoli romana. Fue incansable restaurador de la disciplina católica. En su tiempo se convirtió Inglaterra y los visigodos abjuraron el arrianismo.
Él renovó el culto y la liturgia y reorganizó la caridad en la Iglesia. Sus obras teológicas y la autoridad de las mismas fueron indiscutidas hasta la llegada del protestantismo. Dio al pontificado un gran prestigio. Su voz era buscada y escuchada en toda la cristiandad. Su obra fue curar, socorrer, ayudar, enseñar, cicatrizar las llagas sangrantes de una sociedad en ruinas. No tuvo que luchar con desviaciones dogmáticas, sino con la desesperación de los pueblos vencidos y la soberbia de los vencedores.
La obra realizada por San Gregorio Magno fue inmensa; y no obstante, en su gran humildad, había procurado por todos los medios no aceptar el mando supremo de la Iglesia. Pero una vez elegido Papa por el clero, el senado y el pueblo fiel reunidos, y bien vista su elección por el emperador, su alma entregóse a aquella tarea para la que toda su vida anterior había sido una providencial preparación. En efecto, Gregorio nace en el seno de una familia profundamente cristiana. No es él el único de los Anicios que ha merecido el honor de los altares; también sus padres y sus dos tías, Társila y Emiliana, figuran en el catálogo de los santos. Y en este ambiente de religiosidad va su espíritu desarrollándose, mientras Roma llega a lo más bajo de la curva de su caída.
Cuando el poder imperial, en manos de Constantinopla, es definitivamente restablecido en Roma, Gregorio comienza su formación cultural. No sobresale en la literatura, pero sí en los estudios jurídicos, donde encuentra una magnífica preparación para sus futuras e insoñadas actividades. Terminada ya su carrera de Derecho, acepta del emperador Justino II el cargo de prefecto de Roma, que trae consigo todas las funciones administrativas y judiciales.
Pero su corazón aspiraba a cosas más altas, y tras una desgarradora lucha interior —que él mismo describe en una carta a su amigo íntimo San Leandro de Sevilla—, Roma contempla un día cómo su prefecto cambia sus ricas vestiduras por los austeros hábitos de los campesinos que San Benito había adoptado para sus monjes. Su mismo palacio del monte Celio fue transformado en monasterio. Gregorio es feliz en la paz del claustro, aunque pronto será arrancado de ella por el mismo Sumo Pontífice, que le envía como Nuncio a Constantinopla. De aquí en adelante añorará siempre aquellos cuatro años de vida monacal.
Unos ocho años más tarde, hacia el 586, regresa a Roma cuando las aguas del Tíber se desbordan y siembran la desolación. Personas ahogadas, palacios destruidos, hambre y, finalmente, la peste, son el balance de aquella tragedia. Una de las víctimas de la peste es el Papa Pelagio II. Y es entonces cuando Gregorio es elegido para sucederle, quedando así apartado definitivamente de la soledad que en el monasterio buscara.
Ya no vivirá más la paz de la vida monacal, pero sí que la espiritualidad de aquellos hombres entregados a la oración le quedará presente en lo que le queda de vida. Uno de los puntos que más llaman la atención en su fecundo Pontificado, es su celo por el perfeccionamiento de la liturgia, alcanzando gran importancia su impulso en la organización definitiva del canto litúrgico, que se conoce bajo el nombre de «canto gregoriano», aun cuando no sea él su autor. Es el pastor auténtico, que quiere lo mejor para sus ovejas que viven en la unidad del mismo Amor. No ahorrará para ello trabajos ni sacrificios. Su voz se levanta potente y su pluma escribe sin descanso; el que no había sobresalido en sus estudios literarios nos legará un tesoro inagotable en sus escritos, de estilo sencillo y cordial. Y no se contenta con las ovejas que ya están en el verdadero redil; su corazón ardiente se lanza a la conquista de Inglaterra, ganándola para el catolicismo. Para todos es el padre amante, cuyas preocupaciones son las de sus hijos. Su honor es el de la Iglesia universal y su grandeza el ser y llamarse «Siervo de los siervos de Dios», título que pasará a ser desde entonces patrimonio de todos los Papas.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Domingo semana 22 de tiempo ordinario; ciclo B

Domingo de la semana 22 de tiempo ordinario; ciclo B

La verdadera pureza
“En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.) Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?» Él les contestó: - «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.» Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro»”(Marcos 7, 1-8.14-15. 21-23).     
I. La verdadera pureza ha de comenzar por el corazón porque de ahí provienen las acciones. Si el corazón está manchado, el hombre entero queda manchado. La impureza no sólo se refiere al desorden de la sensualidad, aunque este desorden –es decir, la lujuria- deje una huella profunda, sino también al deseo inmoderado de bienes materiales, a la actitud que lleva a ver a los demás con malos ojos, con torcida intención, a la envidia, al rencor, a la inclinación egocéntrica de pensar en uno mismo con olvido de los demás, a la abulia interior, causa de ensueños y fantasías que impiden la presencia de Dios y un trabajo intenso. La verdadera pureza de corazón es la que nos permite ver a Dios en medio de nuestra tarea. Él quiere reinar en nuestros afectos, acompañarnos en nuestra actividad, darle un nuevo sentido a todo lo que hacemos.
II. La pureza del alma –castidad y rectitud interior en los afectos y sentimientos- tiene que ser plenamente amada y buscada con alegría y con empeño, apoyándonos siempre en la gracia de Dios. Esa limpieza interior, condición de todo amor, se va logrando mediante una lucha alegre y constante, prolongada a lo largo de la vida, que se mantiene vigilante con el examen de conciencia diario para no pactar con actitudes y pensamientos que nos alejan de Dios y de los demás; es también el fruto de un gran amor a la Confesión frecuente bien hecha, donde lavamos el corazón y el Señor nos llena de su gracia. Es nuestra tarea, con la ayuda de la gracia, mostrar, con una vida limpia y con la palabra, que la castidad es virtud esencial para todos –hombres, mujeres, jóvenes y adultos-, y que cada uno ha de vivirla de acuerdo con las exigencias del estado al que le llamó el Señor.
III. Esta exigencia de amor ha de llevarnos con fortaleza y el indispensable sentido común, a actuar con sensatez, a evitar las ocasiones de peligro para la salud del alma y para la integridad de la vida espiritual. La castidad ha sido desde siempre una gloria de la Iglesia y una de las manifestaciones más claras de su santidad. Nosotros, cada uno en su estado, pedimos hoy al Señor que nos conceda un corazón bueno y limpio, capaz de comprender a todas las criaturas y de acercarlas a Dios. Y junto a la petición, un deseo eficaz de luchar para que el corazón nunca quede manchado. Nuestra Madre, nos enseñará a ser fuertes si en algún momento fuera más costoso mantener el corazón limpio y lleno de amor a su Hijo.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.