martes, 6 de junio de 2017

Miércoles semana 9 de tiempo ordinario; año impar

Miércoles de la semana 9 de tiempo ordinario; año impar

Dios escucha nuestras peticiones, y lo que hoy es pena mañana es gloria
“En aquel tiempo, se le acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan que haya resurrección, y le preguntaban: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia; también el segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo. Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer».Jesús les contestó: «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error»” (Mc 12,18-27).
1. Los saduceos no creen en la resurrección y plantean el dilema de la mujer que enviuda siete veces, para criticar la doctrina de Jesús. Tú, Señor, nos haces ver que la vida eterna te pertenece a ti y no podemos entenderlo bien: «cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer, ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos». No llega mi cabeza, Señor, pero me fío de tus palabras, porque me llenan, mi corazón me dice que dicen la Verdad. También pienso que con lo que alabas el amor, que es para siempre, no indicas que en el cielo los lazos de amor de la tierra no existirán, sino que allí en "servir y alabar" a Dios (Mt 18,10) lo tendremos todo, también los amores que nos acompañarán en el cielo. Nos dices: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí no morirá para siempre».
No me imagino esa vida eterna pero seguro que tú sabes bien cómo hacernos felices, como señalaba San Agustín: «No padecerás allí límites ni estrecheces al poseer todo; tendrás todo, y tu hermano tendrá también todo; porque vosotros dos, tú y él, os convertiréis en uno, y este único todo también tendrá a Aquel que os posea a ambos». Imagino que puedo entenderlo a través del amor de una madre, que ama a varios hijos como si fuera el único, que así será el amor del cielo, con el que amaremos de un modo angelical, no con el exclusivismo humano que hay por ejemplo tiene que haber en la tierra con el amor conyugal, de “sólo tú”, que es un camino para la unión con Dios. Por eso, cuando una persona sufre en su matrimonio y dice: “¿tendré que estar con él/ella toda la eternidad?” me parece que se le puede responder: “no, sólo ‘hasta que la muerte os separe’”, pues nada malo de la tierra permanece en el cielo. Y en cambio cuando alguien pregunta: “será este amor que tenemos sólo hasta que la muerte nos separe?” se le puede responder: “tranquilo/a, que ningún amor de la tierra deja de continuar en el cielo: estaréis juntos por toda la eternidad”. Parece una contradicción una cosa con la otra, Jesús, pero sé que si no es de esta manera será de otra mejor, y que tú harás que seamos felices sin que no nos falte nadie ni nada en el cielo.
También nos dices las palabras de la zarza ardiente: «Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob», y agregas: «No es un Dios de muertos, sino de vivos». Señor, veo que te pones a la altura de los que te preguntan, con tu ciencia sagrada: te pedimos que amemos las Escrituras, que abras nuestra inteligencia a una comprensión más plena.
2.-“Tobías se puso a orar con gemidos y lágrimas”... Este hombre recto y que permanece fiel en la desgracia, no es un hombre insensible. Sabe lo que es sufrir, llorar, gemir. Pero todo esto en él se transforma en oración. No olvidemos el inmenso desconcierto de ese hombre: es ahora viejo, pasó toda su vida en la justicia y la piedad... y como recompensa a sus desvelos con los desgraciados, queda accidentalmente ciego... hace frente con valentía a su situación y continúa en la rectitud de su vida. Ahora bien, he ahí el colmo de su desventura: ¡su propia mujer lo abandona, lo injuria y le reprocha su «virtud»!
Sucedió aquel mismo día que también Sarra, hija de Raguel, en Ragués, ciudad de Media, fue injuriada por una de sus sirvientas... Al oír esos gritos, Sarra subió a la cámara alta, y permaneció allí tres días y tres noches sin comer ni beber, prolongando su oración, implorando a Dios con lágrimas”. Lejos del anciano que sufre y ora, he ahí otra oración dolorosa que se eleva hacia Dios. Se trata de otra desventura, la de una joven que bien quisiera casarse, pero está literalmente "embrujada". Todos los sueños de su porvenir son rotos por un demonio maléfico que mata sucesivamente a siete de sus prometidos, la noche misma de su boda. Por esta razón, la injuria su sirvienta: "¡Qué nunca veamos hijo o hija tuyos, asesina de tus maridos". Como Tobit, también Sara se ve afligida por la crítica y la burla del prójimo. La tristeza inunda su alma hasta el punto de que Sara quiere suicidarse. Sin embargo, la piedad filial contiene esta actitud y empuja su espíritu hacia Dios, de quien proviene todo consuelo. Esa es la razón de la plegaria que dirige a Dios desde la ventana, probablemente mirando hacia Jerusalén. En la oración encuentra Sara, como antes Tobit, su consuelo espiritual. Desde lo íntimo de su corazón afligido, Sara empieza su oración bendiciendo al Señor y sus obras. Vuelve hacia Dios el rostro y los ojos en señal de súplica. Como Tobit, pide a Dios que la libere del destierro y de los ultrajes que la afligen. Después acumula razones para mover la misericordia del Señor. Y como culminación de su plegaria resplandece un rayo de confianza total.
El autor nos transmite una conmovedora certidumbre sobre la eficacia de la oración. El mismo día en que Tobit oyó las injurias de su mujer, Sarra tiene las injurias de su sirvienta y los dos rezan con lágrimas. Más que de una coincidencia temporal, se trata del cumplimiento del plan de Dios. Este nuevo acontecimiento está localizado en Ecbatana, ciudad situada unos 350 kilómetros al nordeste de Bagdad. El Señor escuchó la oración de ambos. Resume todo el infortunio humano, con sus aspectos de accidentes absurdos, de fatalidad incomprensible, de malas intenciones que se suman a las cualidades. Recordando otros infortunios pasados me imagino los sufrimientos de los que HOY mismo en la tierra están pasando grandes tribulaciones.
-“En aquel tiempo, las plegarias de ambos fueron oídas en la gloria de Dios soberano”. Así, los sufrimientos de los hombres no parecen quedar sin salida. El autor del libro de Tobías nos lo sugiere al mostrarnos de qué modo sorprendente esas dos oraciones «convergen» en el corazón de Dios. Y la continuación del relato nos dirá que esos dos destinos lograrán encontrarse: el hijo de Tobías hará un viaje de 300 kilómetros y ¡tomará a Sarra por esposa! San Rafael fue enviado para curar a uno y a otro, porque sus oraciones habían sido presentadas a la vez ante la faz de Dios. Lo artificioso de la situación viene subrayada por los dos nombres propios que simbolizan todo el relato: - «Asmodeo", el demonio malhechor, significa «El que mata»... Según la creencia popular, Asmodeo era el demonio de la lujuria. Su nombre no parece provenir del judaísmo; tal vez tiene un origen persa. En todo caso, Asmodeo, el destructor, aparece claramente como el antagonista de Rafael, el salvador. - «Rafael", el ángel enviado por Dios, significa “El que sana”, para sacar las escamas de los ojos de Tobit y dar a Tobías por esposa a Sara, la hija de Raguel. La narración termina de modo semejante a como había comenzado. El artificio literario del libro de Tobías recalca la compasión del Señor, que siempre escucha la oración del justo entre los terribles dolores de la prueba. El Señor es eternamente compasivo, y sus caminos son caminos de justicia y de piedad.
-“¡Tú eres justo, Señor! Todos tus caminos son misericordia y verdad. No te acuerdes de mis faltas... No hemos obedecido tus mandatos; por ello nos has llevado a la cautividad... Ordena que mi espíritu sea recibido en la paz, porque más me vale morir que vivir...” Tal fue la emocionante oración de Tobías. En la antigua perspectiva habitual cree que sus pruebas son un castigo. Y pide perdón (Noel Quesson/J. O`Callaghan).
Esta historia es una invitación para que también nosotros sigamos teniendo fe y confianza en Dios, pase lo que pase en nuestra vida. También a nosotros nos pasa que nuestra oración no siempre es poética, gustosa y llena de aleluyas. A veces, como la de Jesús en el huerto de Getsemaní, es angustiada, desgarrada, entre lágrimas, gritada, aunque sea con gritos por dentro. A veces creemos que lo que sucede -a nosotros mismos o a la comunidad- es catastrófico y no tiene salida. Pero Dios saca bien del mal. El relato de Tobías y Sara nos asegura que Dios escucha, que está cerca, que no se desentiende de nuestra historia. Nuestros antepasados nos enseñaron unas oraciones breves que haríamos bien en no olvidar: «bendito sea Dios», «que se haga la voluntad de Dios». Esta fue la actitud de Tobías, de Sara, y sobre todo la de Jesús: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Y en todos los casos, al dolor siguió el gozo y a la muerte la resurrección.
Nuestro mundo occidental ve en él al "primer motor" y al "relojero" de nuestro mundo, al cual se hace responsable directo de todo desorden real o aparente en el mecanismo del universo… sufrimiento, catástrofes, guerra, pecado… Esta concepción nos aleja totalmente del Dios revelado en Jesucristo. Es un misterio, debido en parte al papel más o menos inmediato que el hombre desempeña en ellas. ¿Cabe la posibilidad de confundir, por ejemplo, la enfermedad que aflige, el imperialismo que aplasta, el egoísmo que separa, la indiferencia que hiere? Y, a pesar de todo, el mal existe. La existencia del hombre vive dentro de una salvación que es historia y acontecer.El hombre no cree ya que el universo esté constituido por unas fuerzas que le dominan al modo de un destino fatal; sabe más bien que tiene que reducirle a su servicio y para que pueda desarrollarse… "los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de revelarse en nosotros" (Rom 8,18-21). No estamos solos.A pesar de todo, el mal, el sufrimiento y la muerte existen. Por supuesto que existen, pero la fe nos insta a echar una ojeada de ojos nuevos sobre una situación a veces intolerable, pero que ahora ya se apoya en una visión de esperanza posible en Jesucristo. Lo que esa visión esperanzadora nos presenta de cara al futuro hemos de vivirlo dentro de una oscuridad parcial que lleva consigo el riesgo de toda nuestra existencia en aras de una promesa de salvación que ya ha comenzado, pero que todavía necesita ser actualizada en su totalidad (Maertens-Frisque).
3. Deberíamos asimilar el salmo de hoy: «Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado... los que esperan en ti no quedan defraudados. Señor, enséñame tus caminos, haz que camine con lealtad». El Señor enseña su camino a los pecadores y humildes, al hacer deponer la soberbia y acogerse a la misericordia divina, “porque ha experimentado la clemencia del que vino en su ayuda” (S. Agustín). Cuando rezamos así, Dios se nos da, y el Donante es el “tesoro” que recibimos, más importante que los dones que nos da “por añadidura”, es decir que se nos da el mismo Dios y con él lo tenemos todo, y como Jesús nos unimos así al Padre y llevamos compasión a los demás.
Llucià Pou Sabaté

lunes, 5 de junio de 2017

Martes semana 9 de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 9 de tiempo ordinario; año impar

Estamos llamados a participar de las actividades temporales con el corazón lleno de amor de Dios.
«Le enviaron algunos de los fariseos y de los herodianos para sorprenderle en alguna palabra. Acercándose, le dicen: Maestro, sabemos que eres veraz y que no te dejas llevar de nadie, pues no haces acepción de personas, sino que enseñas el camino de Dios de verdad. ¿Es lícito dar tributo al César o no? ¿Pagamos o no pagamos? Pero él, advirtiendo su hipocresía, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Traedme un denario para que lo vea. Ellos se lo mostraron, y les dice: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le respondieron: Del César Jesús les dijo: Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y se admiraban de él» (Marcos 12,13-17).
1. Jesús, te hacen una pregunta malévola, pero tú respondes con una regla de oro para compaginar la religión con la vida social. ¿Cómo compaginar el respeto a la libertad de la conciencia de cada uno, al mismo tiempo que busco la gloria de Dios? Quisiera profundizar en tus palabras: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios». Estoy en el mundo, pero soy hijo de Dios. Soy del mundo, pero no me limito a él, estoy llamado a algo más. No te tendré solo en el cielo, Señor, sino que ya estás aquí, en nuestras cosas, en las personas que conviven conmigo: «pues cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mateo 25,40). Quiero verte, Señor, y darte lo que es tuyo, en unión con los demás, respetando su modo de ser, su libertad política, unidos en el trabajo común, en buscar el bien común a través del trabajo, la justicia, la solidaridad.
Que te sepa ver, Dios mío, en aquellos que tienen alguna necesidad material o espiritual, y que sepa darles lo que les toca por justicia, sin dejarme llevar por ese dios falso que es “don dinero”.
Se va acuñando el término “laicidad”, para significar mutuo respeto entre Iglesia y Estado fundamentado en la autonomía de cada parte, porque hoy día un “laicismo” quiere la no inclusión de la influencia religiosa en la vida social, fruto de un proceso de secularización. Cuando se rompió la unidad religiosa y un cierto control de la Iglesia sobre actividades seculares, especialmente a partir de la Ilustración, se va configurando una separación entre los ámbitos religioso y profano, con unas Constituciones democráticas donde se va plasmando esa separación Iglesia-Estado. En estos años primeros del siglo XXI, se ha focalizado la atención sobre la manifestación pública de los símbolos religiosos, como el crucifijo en los lugares públicos.
En nuestra sociedad, que los Estados quieren controlar todo, cuesta más el "dad a Dios lo que es de Dios". "Laicidad" puede significar, en positivo, superar esas tensiones antiguas de "poder civil" opuesto a "poder religioso", es decir no subyugar un aspecto al otro, pues las áreas civiles y religiosas pertenecen igualmente a la persona en su carácter público. Así, toda forma de (cesaropapismo) quedaría superada y también una respuesta -¡por fin!- por parte de la Iglesia (Concilio Vaticano II, Decreto sobre la libertad religiosa) a la justa autonomía de la esfera civil, y de los laicos, en el orden político y social. Para los creyentes, en pocas palabras, se trataría de sustituir el sueño de la "teocracia" (gobierno con "censura" religiosa) a una aspiración de "teocentrismo": uno, libremente, puede albergar la luz de Dios en su interior, y con ella iluminar a su alrededor, sabiendo que la propia libertad acaba donde comienza la libertad de los demás.
También hoy se olvida que muchos progresos de la humanidad han sido promovidos por las instituciones religiosas: en los campos del derecho (derecho de gentes, preludio del Derecho internacional), de la cultura (el comienzo de las Universidades, muchas escuelas), de los servicios (los hospitales y tantas otras cosas que ahora sustenta el Estado o entes privados), la comunicación, de la ciencia y de la tecnología. Algunos intentan excluir a Dios de estos y otros ámbitos de la vida, presentándolo como antagonista del hombre, cuando han sido los cristianos promotores de la libertad (que no existía como hoy entendemos en la antigua Grecia, por ejemplo).
Los llamados bienes de la Ilustración: libertad, igualdad, fraternidad son de raíz cristiana en gran parte. Pero sin las raíces, no dan frutos: así, sin referencia al Padre, la fraternidad no se vive -sin padres, no hay hermanos-, sino que es una filantropía que muchas veces pisa a los demás, los ningunea a través de diversas formas de su corrupción.
Jesús, tú desacralizas el concepto de impuesto, sin desprestigiar la autoridad civil que tiene derecho a la obediencia, pero nos indicas que siempre que no vaya contra la conciencia que indica una obediencia superior: la que se debe a Dios. Lo que indicas “Al César lo que le toca y Dios lo propio”, no es contradictorio sino el modo de conjugar las dos cosas. Te pedimos valentía para defender por ejemplo la libertad de la conciencia ante los asaltos de los poderes del Gobierno, a los que quizá convendrá denunciar a los tribunales, cuando falten a ese respeto al marco constitucional.
No te pedimos, Jesús, un lugar de privilegio para la Iglesia ni mandar sobre las cosas de la calle, pero sí un respeto a la libertad religiosa de cada persona. Te pido que nos ayudes a influir en la sociedad, cada uno en nuestro campo. En tu tiempo había algunos contrarios a los impuestos (zelotes) y otros que veían en ellos un modo de cuidar del Templo (fariseos), incluso algunos adulaban al poder establecido (herodianos). Jesús, que aprenda a no tomar parte sino estar con la verdad, a no “venderme” ante los poderosos, chantajes, tráfico de influencias,
Te pido también, Jesús, no servirse de lo religioso para los intereses políticos, ni de lo político para los religiosos. Que no me deje llevar por el bienestar material, y ponga encima el espiritual. Ser un ciudadano pleno, comprometido en los varios niveles de la vida económica, profesional, política, y ser creyente, como dice Jerónimo, «tenéis que dar forzosamente al César la moneda que lleva impresa su imagen; pero vosotros entregad con gusto todo vuestro ser a Dios, porque impresa está en nosotros su imagen y no la del César».
Te pido verte en las cosas el mundo, buscar una ética en mi campo profesional, con un discernimiento que vaya madurando en la oración, donde –dice Tertuliano- «Cristo nos va enseñando cuál era el designio del Padre que Él realizaba en el mundo, y cual la conducta del hombre para que sea conforme a este mismo designio».
2. –“Un día Tobías, fatigado después de su trabajo, volvió a su casa, se recostó contra una tapia y se durmió. Mientras dormía, del nido de unas golondrinas cayó excremento caliente sobre sus ojos y quedó ciego”. Escena tan viva que parece una película, que se queda grabado en la imaginación. Aquí se nos dice que los justos no son preservados de la desgracia de modo mágico. Dios no interviene constantemente en las leyes del universo para hacer excepciones. El azar de ese grotesco accidente sugiere, sin necesidad de largos razonamientos, que no hay que hacer a Dios responsable de muchas «pruebas» que nos llegan como ésta por la conjunción de unas circunstancias ordinarias y ridículas.
Una segunda lección que se nos da: nuestra fidelidad a Dios se pone a prueba en los acontecimientos más banales. Más frecuente que las grandes catástrofes cósmicas anunciadas por los apocalipsis, son las adversidades corrientes, que por desgracia provienen simplemente de la condición humana. Hay muchas cosas que pasan, que podían no haber sucedido. Humildad. Realismo. Aceptación profunda de nuestra contingencia de criaturas limitadas.
-“Pero Dios permitió esa prueba para dar a la posteridad el ejemplo de su paciencia”. Una tercera lección: el mal puede a veces resultar un bien. El autor afirma que, aunque Dios no haya querido ese accidente estúpido... lo ha "permitido" para que creciera el mérito de Tobías. Cuando se cree en Dios, es evidente que se cree que Dios no puede querer el mal: el que ama, sólo quiere el bien para los que ama... Ahora bien, Dios es Amor absoluto, el Padre por excelencia. Sin embargo, el mal que existe en el mundo parece ir en contra de esa convicción. ¡El mal cuestiona a Dios! Y es natural que nuestra primera reacción sea rebelarnos. Pero se trata de hallar en nuestra fe la certeza de que Dios lo «permite» tan sólo para que resulte un mayor bien. Esto es lo que Tobías vivió. Ayúdanos, Señor, a ver el bien que Tú quieres sacar de esas pruebas que nos llegan, sea por el juego de las leyes naturales, sea por culpa de algunos hombres, sea por nuestra propia culpa. Todo el tema de la Redención está ya ahí: ¡la cruz que se transforma en resurrección, la muerte que es vencida por la vida!
-“Tobías fue siempre temeroso de Dios, por lo mismo no le reprochó la ceguera de que estaba afectado, sino que perseveró inquebrantablemente en el temor de Dios, glorificándole todos los días de su vida”. A menudo nos resulta difícil aceptar la prueba. Pero, finalmente, ¿no es la fidelidad nuestra mejor actitud, como creyentes? Ayúdanos, Señor, a conservar la esperanza en la noche, cuando ya nada vemos. Cuando la «ceguera» cae sobre nuestros ojos de carne, refuerza en nosotros, Señor, esa luz interior que iluminaba la vida de Tobías.
-“Ana, su mujer, iba cada día al taller de hilados y tejidos y traía a casa el sueldo ganado por su trabajo. Un día recibió además un cabrito. Tobías oyó balar al animal y dijo a su mujer: "Cuida que no sea producto de un robo; devuélvelo a los amos"”. Su fidelidad no es tan sólo meritoria respecto a Dios, sino que tiene la misma delicadeza de conciencia respecto a los hombres. No fue muy oportuno en su pregunta sobre el cabrito, dudando de ella. El paralelismo de Tobías con Job es subrayado claramente por el libro, por la reacción de ambos ante las desgracias que les suceden.
-“Furiosa, su mujer le injurió”. No hay peor prueba que ese tipo de abandono (Noel Quesson).
3. “¡Aleluya! ¡Dichoso el hombre que teme a Yahveh, que en sus mandamientos mucho se complace!” El salmo va más allá de las desgracias: “Fuerte será en la tierra su estirpe, bendita la raza de los hombres rectos”. ¿Cómo reaccionamos nosotros ante las pruebas que nos depara la vida? Hay temporadas en que parece que se acumulan las malas noticias y no tenemos suerte en nada: salud, vida familiar, trabajo. ¿Nos rebelamos ante Dios?, ¿o hacemos como Tobías y seguimos confiando en él día tras día?
“No tiene que temer noticias malas, firme es su corazón, en Yahveh confiado.  Seguro está su corazón, no teme: al fin desafiará a sus adversarios. Con largueza da a los pobres; su justicia por siempre permanece, su frente se levanta con honor”.  Un cristiano creyente no se muestra agradecido a Dios sólo cuando todo le va bien, sino también cuando le acontece alguna desgracia. No sólo cuando el ambiente le ayuda, sino también cuando los comentarios de los demás son irónicos u hostiles. No pierde el humor ni la esperanza por nada. Deja siempre abierta la puerta a la confianza en Dios y anima a los que pasan por malos momentos en lugar de apesumbrarlos (J. Aldazábal).
Llucià Pou Sabaté
San Norberto, obispo

San Norberto de Xanten es un santo cristiano, fundador de la orden de canónigos regulares Norbertinos o Premonstratenses.
Nació hacia el año 1080 en Xanten (Alemania), en la ribera del Río Rin. Su padre, Heriberto, Conde de Gennep, estaba relacionado con la casa imperial alemana. Su madre se llamaba Hedwig de Guise.
Fue asignado a la corte de Enrique V, donde fue el encargado imperial de distribuir las obras de caridad.
Después de un grave accidente a caballo, su fe se profundizó y renunció a su puesto en la corte. Volvió a Xanten, donde llevó una vida de penitencia bajo la dirección de Cono, Abad de Siegburg.
En 1115, Norberto fundó la Abadía de Fürstenberg y poco después fue ordenado sacerdote.
En el Concilio de Reims, en octubre de 1119, el Papa Calixto II le pidió que fundara una orden religiosa en la diócesis de Laon. En 1120, Norberto eligió el valle de Prémontré para fundar la abadía de Prémontré. Al año siguiente, la comunidad alcanzaba los 40 miembros.
En el año 1125 el papa Honorio II aprobó la constitución para la Orden.
Norberto murió en Magdeburgo (Alemania), el 6 de junio de 1134. Fue canonizado por el papa Gregorio XIII en 1582.

domingo, 4 de junio de 2017

Lunes semana 9 de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 9 de tiempo ordinario; año impar

Somos la viña del Señor, que en Jesús nos salva, y cuida de nosotros para que demos fruto según su corazón.
“Y se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó. Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de la viña. Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las manos vacías. De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le descalabraron y le insultaron. Y envió a otro y a éste le mataron; y también a otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros. Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: "A mi hijo le respetarán". Pero aquellos labradores dijeron entre sí: "Este es el heredero. Vamos, matémosle, y será nuestra la herencia." Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros. ¿No habéis leído esta Escritura: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido;      fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos?» Trataban de detenerle - pero tuvieron miedo a la gente - porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron” (Marcos 12,1-12).
1.En esta parábola Jesús resume la historia de la salvación y su propia vida. Los judíos están acostumbrados a las viñas, comprenden muy bien la imagen que les pone el Señor, para mostrar las atenciones de Dios para que su pueblo diera frutos, y también muestra la malicia de los hombres, especialmente los jefes de Israel. Los del Gran Sanedrín le están espiando, y buscaban una ocasión para prenderle y matarle; esto da mucho más significado a toda la parábola:
"Un hombre plantó una viña, la cercó de un muro, cavó un lagar y edificó una torre..." Jesús, como los que te escuchan, también yo veo que la "viña" es el pueblo de Israel. Amenizas la narración con detalles cargados de significado: la cerca es tu protección, el lagar (donde se recoge la uva para prensarla) es para mí una imagen de cómo darás la vida por nosotros y te ofreces en la Eucaristía, la torre es el reposo y vivienda… todo se refiere al cuidado de Dios por nosotros, que nos ama.
-“Arrendó "su" viña y partió lejos de allí...Yo soy "tu" viña, Señor.Qué gran misterio... que me ames hasta considerarme tuyo...Misterio de amor escondido, porque a no te veo, ¡pero te siento tan próximo! “Jesús, has hecho conmigo lo mismo que con la viña: has plantado la semilla de la fe en mi alma; me has rodeado de familiares y amigos que me ayudan a vivir cristianamente; has excavado lo necesario para quitarme defectos; y has edificado poco a poco algunas virtudes que me facilitan la lucha por la santidad” (Pablo Cardona).
«Ha de hacer cuenta el que comienza, que comienza a hacer un huerto en tierra muy infructuosa, que lleva muy malas hierbas, para que se deleite el Señor Su majestad arranca las malas hierbas, y ha de plantar las buenas. Pues hagamos cuenta de que está ya hecho esto cuando se determina a tener oración un alma, y lo ha comenzado a usar. Y, con la ayuda de Dios, hemos de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas y tener cuidado de regarlas, para que no se pierdan, sino que vengan a echar flores que den de sí gran olor para dar recreación a este Señor nuestro, y así se venga a deleitar muchas veces a esta huerta y a holgarse entre estas virtudes» (Santa Teresa).
Maltrataron a tus enviados, Señor.Al acercarse la Pasión, recuerdas que ahora eres tú, el Hijo, que viene como Salvador: -Le quedaba todavía uno, su Hijo "muy amado" y se lo envió también a ellos...Es un derroche de amor el que haces con nosotros, Jesús, cuando te nos das hasta la muerte, y cambias todo, para que incluso la ignorancia sea motivo de salvación, cuando rezas por los que te matarán, para que se salven también ellos. Pones la primera piedra para una forma nueva de vivir, por el amor: "La piedra que desecharon los constructores vino a ser la principal piedra angular. ¡El Señor es el que hizo esto y estamos viendo con nuestros ojos tal maravilla!"
Jesús sabe que quieren eliminarlo, pero proclama sin miedo la verdad, acepta su martirio y sabe que la Pasión nos salvará. Desde Isaías el pueblo judío sabe que está representado por la imagen de la viña, que cuida Dios, a pesar de que no daba los frutos que Dios esperaba de ella (Is 5). Por eso usas este ejemplo, Jesús, para mostrar el drama de lo que sucederá cuando te rechazan y te matan, cuando desprecian la piedra clave de la salvación. También hoy me examino con tus palabras, Señor, para revisar si soy coherente con la verdad: ¿Soy viña que da los frutos que tú esperas? ¿Acudo a los medios de salvación: Sacramentos, oración, perdón, amor?
Vemos a los jefes de los judíos que acosan contra Jesús, hasta mentir y juzgarle luego, y matarlo. Jesús les muestra esto que está por pasar, como una evolución del rechazo de los arrendatarios hacia el amo de la viña: "Aquellos viñadores se dijeron: Este es el heredero. Matémoslo y será nuestra la herencia." Jesús, nos haces ver otra realidad, distinta del fracaso humano: que tu Pasión está unida a la resurrección y la gloria, y que esta realidad es más completa que ver solo logros humanos. Nos haces ver que ser rechazado por los hombres, muchas veces, es señal de elección divina como nos resumes en las bienaventuranzas, tu retrato vivo. Nos muestras quiénes son los nuevos arrendatarios (que ya son hijos), y –dice S. Ireneo- son los miembros de la Iglesia: “El Señor Dios la consignó –no ya cercada, sino dilatada por todo el mundo- a otros colonos que den fruto a sus tiempos, con la torre de elección levantada en alto por todas partes y hermosa. Porque en todas partes resplandece la Iglesia, y en todas partes está cavado en torno al lagar, porque en todas partes hay quienes reciben el Espíritu”; le pedimos a Él, que con sus dones nos ayude a dar frutos de gozo y de entrega, de trabajo y de amor, de sacrificios y de autenticidad y amor a la Verdad.
2. Esta semana leemos el libro de Tobías o Tobit, de los más tardíos del AT (s. II a.C.), de género sapiencial o didáctico: relato edificante, contado con viveza y colorido. Sobre el trasfondo histórico del destierro de los israelitas, se dibuja la historia de dos familias, la de Tobías y la de Sara. Una en Nínive, otra en Ecbatana de Media. Ambas sufren dificultades, ambas son piadosas y reciben a su tiempo la ayuda de Dios. Exhorta a mantenerse fieles a la Alianza con Dios en medio de una sociedad pagana. Sobre todo quiere que aprecien los valores de la oración, la limosna y el ayuno, que nos atraen las bendiciones de Dios. Hoy el protagonista de la lectura es Tobías padre, judío creyente de corazón, y lo sigue siendo también en el destierro, rodeado de una sociedad pagana. Por ejemplo, muestra su buen corazón y su valentía enterrando a los muertos que quedan abandonados por la calle, a pesar de la prohibición de la ley y del poco apoyo de sus vecinos.
En medio de un mundo como el actual, que no respira precisamente en cristiano, tenemos nosotros ocasión de mostrar nuestra de raíces convencidas, que muestra un buen corazón y el deseo de ayudar a los demás, porque siempre hay ocasiones en que podemos echar una mano y ayudar a quien lo necesita. Somos invitados a defender nuestra identidad en medio de un ambiente nada fácil. Apreciamos en el mundo de hoy valores como los de la paz, la justicia, la igualdad, la ecología. Pero nos tenemos que defender de otras direcciones que, aunque estén de moda o reflejen mayorías estadísticas, ni son humanas ni cristianas, porque no respetan la vida ni la fidelidad y llevan a la superficialidad, al mero deseo de satisfacer las apetencias de los sentidos o la idolatría. Te pedimos, Señor, valentía para defender la fe, aunque me comporte riesgos y tenga que luchar, entre otras cosas, contra la indiferencia o la mala interpretación de los más allegados. Ayúdanos, Señor, a vivir tu evangelio, aunque todo a nuestro alrededor nos diga lo contrario. Ayuda, en particular a los cristianos aislados en ambientes globalmente paganos o ateos.
-“Cautivo, no abandonó nunca el camino de la verdad”. El exilio, el aislamiento es ciertamente una prueba para la fe. Hay que resistir. Se trata de continuar por el camino comenzado, aun cuando se presenten muchas encrucijadas. Ven, Señor, a guiarnos en las opciones que se presenten en nuestro camino.
-“Un día de fiesta del Señor, estando preparada una buena comida en casa de Tobías, dijo éste a su hijo: «Ve a buscar, entre nuestros hermanos deportados, a algún indigente que se acuerde del Señor y tráelo para que coma con nosotros.»” Para cualquiera que no puede «practicar» normalmente el culto, porque no tiene ni sinagoga ni Templo, su fidelidad a Dios se expresa por unos gestos humanos muy sencillos: se celebra la festividad de Pentecostés con una comida en familia... y se procura invitar a unos pobres que no tienen los medios de festejarla. Cuando algunas costumbres religiosas no son posibles procuro encarnar más aún mi fe en las humildes realidades cotidianas: por ejemplo, en la alegría participada... el servicio a los demás... la atención a los más pobres...
-“El hijo se fue, pero volvió para anunciar a su padre que un hijo de Israel estrangulado, yacía en la calle. Tobías se levantó al punto y sin probar la comida se fue donde el cadáver. Lo abrazó y lo llevó a escondidas a su casa para enterrarlo, una vez puesto el sol”... He ahí el drama que interrumpe la fiesta preparada. Tobías sabe aceptar lo imprevisto de la Fe, la aventura arriesgada por Dios. Sabe que los deportados no tienen el derecho de enterrar a sus muertos. Pero ¡Dios lo manda! ¿Me hallo a veces en la necesidad de seguir convicciones profundas de mi conciencia particularmente difíciles en un contexto donde todo me llevaría a unas actitudes contrarias?
-“Todos sus vecinos lo criticaban: "Ya has sido condenado a muerte por ese motivo y ¿vuelves de nuevo a enterrar a los muertos?"” ¡Ser capaz de resistir, incluso a contracorriente de todo un entorno, donde en ciertos casos lo que está en juego es grave! No siendo testarudo, sino sólidamente responsable de nuestras propias opciones.
-“Pero Tobías era más temeroso de Dios que del rey”... También los apóstoles, ante el Poder, dirán: "Es mejor obedecer a Dios que a los hombres" (Hechos 4,19). La alegría de actuar según la propia conciencia, bajo la mirada de Dios (Noel Quesson).
Nos encontramos ante uno de los problemas más inescrutables: el sufrimiento del justo. Para colmo de males, después de esta buena acción vendrá la gran prueba: la ceguera.
3. Ojalá se pudiera decir de nosotros, con las palabras del Salmo de hoy, «dichoso quien teme al Señor», «en las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo». Los dirigentes pretenden construir su edificio / institución prescindiendo de la piedra angular (el Mesías) que Dios había designado. La piedra que desecharon corresponde al «lo arrojaron fuera» de la parábola; los constructores, a «los labradores». Pero, al rechazar ellos al Mesías, Dios se formará un nuevo pueblo; la muerte del Hijo no significará el fin de su misión. Del rechazo saldrá una nueva muestra del amor de Dios. Esta es la gran maravilla.
Llucià Pou Sabaté
San Bonifacio, obispo y mártir

Llamado el "apóstol de Alemania", nació en Crediton, Devonshire. Pertenecía a una buena familia y ya manifestó a muy temprana edad y en contra de la voluntad de su padre, su deseo de entrar en la vida monástica. Empezó sus estudios teológicos en los monasterios de Exeter y Nutcell, y profesó a los treinta años.
En 715 realiza una expedición misionera a Frisia, con el fin de convertir a los paganos del Norte de Europa predicando en su lengua, su propia lengua anglo-sajona, muy similar a la lengua frisona, pero sus esfuerzos resultaron vanos a causa de la guerra que enfrentaba a Carlos Martel y a Radbol, rey de los frisones.
En 718, Bonifacio visita Roma y el Papa Gregorio II le encarga la misión de organizar la Iglesia en Alemania y evangelizar a los paganos. Durante cinco años recorre Turingia, Hesse y Frisia, y regresa a Roma para informar de todo ello al Papa. En esta ocasión el Papa le nombra obispo y Bonifacio retorna a Alemania con plenos poderes. Bautiza a miles de paganos y se implica en los problemas de numerosos cristianos que habían perdido el contacto con la jerarquía de la Iglesia católica.
En 738 acude a Roma nuevamente donde, el sucesor de Gregorio II, Gregorio III le nombra arzobispo y delegado Papal. Continúa su misión por Baviera, y funda los obispados de Salzburgo, Ratisbona, Freising y Nassau. En 742, con uno de sus principales discípulos, Sturm, funda la abadía de Fulda, no muy lejos de la misión de Fritzlar, y el obispado de Büraburg, ambos creados por Bonifacio, se interesó con gran celo en el desarrollo de esta abadía que llegó a ser el centro principal para la formación de los monjes. El financiamiento inicial de la abadía fue asignado por Pipino el Breve, el hijo de Carlos Martel. El apoyo de los Mayordomos de palacio y, más tarde, de los primeros Pipinides y reyes carolingios, fue crucial para Bonifacio que logró mantener el equilibrio entre su ayuda y la del papado, así como la de los gobernadores de Agilolfing de Baviera. En 746 obispo de Maguncia.
Cuando regresa de su misión en Baviera, Bonifacio prosigue con sus misiones en Alemania, donde funda las diócesis de Würzburg, Erfurt y Buraburg. Nombra a sus discípulos obispos y consigue que éstos tengan una cierta independencia con respecto al poder carolingio. Organiza unos sínodos provinciales en la Iglesia franca y aunque sus relaciones con el rey de los francos son a veces azarosas, corona a Pipino el Breve en Soissons, en 751 consagrándole en marzo del año siguiente. Continúa ocupándose de los asuntos internos de su país de origen, y envía, en 746, una larga carta de reprimenda al rey Aethelbald de Mercie, en la que muestra su disconformidad por las costumbres sexuales que le parecen un mal ejemplo para los pueblos no cristianizados todavía.
Nunca renunció, en su interior, a convertir a los frisones. En 750, nombra a su discípulo, Gregorio, abad de la abadía de San Martín de Utrecht, enseñándole y ayudándole en la administración de la diócesis, la menos cristianizada de su vasto campo de apostolado. Pasa un largo tiempo en Frisia y, en 754, bautiza a un gran número de habitantes de esta región que, en su mayoría, es todavía, pagana.
El 5 de junio de 754, Bonifacio, por entonces cercano a los setenta años, junto con una cincuentena de sus compañeros, es asesinado en Flandes, cerca de la ribera de Borré Becque, entre Kassel y Hazebrouck, al este de Saint-Omer, a unos cuarenta kilómetros de Dunkerque. El hecho de que ciertos escritos históricos actuales sitúen el lugar de su muerte en Dokkum, en Frisia (Países Bajos) nace de la falsificación de un antiguo texto escrito por un monje de Utrecht del siglo XIII que cambió el nombre original de Dockynchirica (Dunkerque) por el de Dockinga, nombre primitivo de Dokkum. El departamento de Dokkum que no existía en 754, se menciona siempre como el lugar en el que murió Bonifacio, pese a que, hoy en día, un gran número de historiadores medievalistas refutan esta afirmación.
Se encuentran, recogidos por Serrarius, 1605 in-4, Sermones y Cartas de Bonifacio, que fueron reeditadas por Giles, en Londres, en 1844. Su discípulo, Willibal, escribió su Vida en latín.
sus ultimas palabras fueron "animo en Cristo" Sus principales atributos son: el hábito de obispo, la mitra y un libro cruzado por una espada. En ocasiones se le representa bautizando a los conversos, con un pie encima de un roble abatido que simboliza el sometimiento de la religión pagana.
A Bonifacio se le atribuye la invención del árbol de Navidad. Según la leyenda, cortó un fresno decorado, consagrado a los dioses de los germanos; y lo cambió por un pino, cambiándole su significado por completo.

sábado, 3 de junio de 2017

Domingo de Pentecostés; ciclo A

Domingo de Pentecostés; ciclo A

La efusión del Espíritu Santo nos lleva a acoger el Amor divino y con nuestra vida darlo a los demás
“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:-Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Juan 20,19-23).
1. Jesús nos había prometido su Espíritu y hoy lo celebramos; nos dijo: Cuando venga aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa... El me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará”. Y en otra ocasión comenta a sus apóstoles: “el Paráclito, el Espíritu Santo... os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho”. En el Antiguo Testamento la acción del Espíritu Santo se manifiesta como “un soplo”. Pensemos cómo el viento se cuela por todas partes. Es también fuerza divina que se manifiesta en la concepción de Jesús: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra”, dice el ángel Gabriel a María. Cuando nuestra Madre visita a su prima Isabel, nos dice S. Lucas que “Isabel llena del Espíritu Santo exclama: Bendita tú entre las mujeres. En la escena de la presentación de Jesús en el Templo, nos dice el evangelista que Simeón “lleno del Espíritu Santo” tomó al Niño en sus brazos e hizo aquel vaticinio. Es el Espíritu, la presencia constante del Espíritu lo que caracteriza los tiempos mesiánicos y eso se realiza en este momento y continúa en nuestro tiempo. No es un hecho aislado. El Paráclito vivifica constantemente a la Iglesia y a cada alma, a través de continuas inspiraciones, que son todos los atractivos, movimientos, reproches y remordimientos interiores, luces y conocimientos que Dios obra en nosotros, previniendo nuestro corazón con sus bendiciones, por su cuidado y amor paternal, a fin de despertarnos, movernos, empujarnos y atraernos a las santas virtudes, al amor celestial, a las buenas resoluciones; en una palabra a todo cuanto nos encamina a nuestra vida eterna (S. Francisco de Sales).
El Espíritu Santo hace pasar a los apóstoles de incrédulos a llenos de fe; de cobardes a valientes para confesar su fe ante todo el mundo; de ignorantes a doctos (los doctores quedan admirados de su ciencia), de humanos en divinos (difunden con entrega y milagros el reino de Dios), de pusilánimes a magnánimos. Si comprendiéramos mejor la realidad del Espíritu Santo nuestra vida sería distinta: - En las dificultades y en las tentaciones nunca nos sentiríamos solos; - tampoco podríamos sentirnos inseguros o angustiados, pues el Espíritu Santo está siempre pendiente de cada uno de nosotros; - no buscaríamos la felicidad fuera del trato íntimo con el Dulce Huésped del alma.
Jesús, lo primero que haces tras la resurrección es enviar el Espíritu Santo a tus discípulos. Tú eres Dios-con-nosotros.  Una vez resucitado envías ya tu Espíritu; pero aún no de modo solemne hasta que subas a los cielos.
Jesús "exhaló su aliento sobre ellos". Como en el génesis ("Dios insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente": Gn 2,7), vemos una nueva creación, y nos hacemos portadores del Espíritu a los hombres hermanos, y trabajamos para que de hombres pecadores y dispersos vayamos construyendo el pueblo de Dios que es templo del Espíritu.
2. "Se llenaron todos de Espíritu Santo". El Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesús resucitado, viene como un viento irresistible, que sopla donde quiere. Y la comunidad está reunida, y está reunida "en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús". La comunidad reunida en oración, y "con María la madre de Jesús". Estos son aspectos fundamentales de todo grupo cristiano si quiere ser una comunidad que experimente y viva del Espíritu: comunidad que reza, y en la que "María la madre de Jesús" está muy presente. Siempre es Pentecostés. Pentecostés en griego significa 50, que en el simbolismo de los números bíblicos significa la perfección, plenitud, cumplimiento. San Lucas nos describe cinco "pentecostés", venidas del Espíritu Santo en diferentes momentos de la vida de la comunidad cristiana, para mostrarnos que siempre que viene el Espíritu es Pentecostés. No fue un solo y aislado Pentecostés. Nuestro bautismo fue Pentecostés, en la confirmación recibimos como "Don" el mismo de Pentecostés; la Eucaristía es acción del Espíritu Santo que nos reúne, nos comunica y hace entender la Palabra, y hace que la Palabra se haga Pan que alimenta, y nos envía a hacer las obras que el Padre quiere en favor de los hermanos.
«Las Hechos de los Apóstoles, al narrarnos los acontecimientos de aquel día de Pentecostés en el que el Espíritu Santo descendió en forma de lenguas de fuego sobre los discípulos de Nuestro Señor; nos hacen asistir a la gran manifestación del poder de Dios, con el que la Iglesia inició su camino entre las naciones. (...) La venida solemne del Espíritu en el día de Pentecostés no fue un suceso aislado. Apenas hay una página de los Hechos de los Apóstoles en la que no se nos hable de Él y de la acción por la que guía, dirige y anima la vida y las obras de la primitiva comunidad cristiana.
Esa realidad profunda que nos da a conocer el texto de la Escritura Santa, no es un recuerdo del pasado, una edad de oro de la Iglesia que quedó atrás en la historia. Es, por encima de las miserias y de los pecados de cada uno de nosotros, la realidad también de la Iglesia de hoy y de la Iglesia de todos los tiempos.
Para concretar; aunque sea de una manera muy general, un estilo de vida que nos impulse a tratar al Espíritu Santo -y, con Él, al Padre y al Hijo- y a tener familiaridad con el Paráclito, podemos fijarnos en tres realidades fundamentales: docilidad, vida de oración, unión con la Cruz.
Docilidad, en primer lugar; porque el Espíritu Santo es quien, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a nuestros pensamientos, deseos y obras. Él es quien nos empuja a adherirnos a la doctrina de Cristo y a asimilaría con profundidad, quien nos da luz para tomar conciencia de nuestra vocación personal y fuerza para realizar todo lo que Dios espera. Si somos dóciles al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez más en nosotros.
Vida de oración, en segundo lugar; porque la entrega, la obediencia, la mansedumbre del cristiano nacen del amor y al amor se encaminan. Y el amor lleva al trato, a la conversación, a la amistad. La vida cristiana requiere un diálogo constante con Dios Uno y Trino, y es a esa intimidad a donde nos conduce el Espíritu Santo. (...) Acostumbrémonos a frecuentar al Espíritu Santo, que es quien nos ha de santificar: a confiar en El, a pedir su ayuda, a sentirlo cerca de nosotros. Así se irá agrandando nuestro pobre corazón, tendremos más ansias de amar a Dios y, por El, a todas las criaturas.
Unión con la Cruz, finalmente, porque en la vida de Cristo el Calvario precedió a la Resurrección y a la Pentecostés, y ese mismo proceso debe reproducirse en la vida de cada cristiano: «somos - nos dice San Pablo- coherederos con Jesucristo, con tal que padezcamos con El, a fin de que seamos con Él glorificados». El Espíritu Santo es fruto de la cruz, de la entrega total a Dios, de buscar exclusivamente su gloria y de renunciar por entero a nosotros mismos.
Sólo cuando el hombre, siendo fiel a la gracia, se decide a colocar en el centro de su alma la Cruz, negándose a sí mismo por amor a Dios, estando realmente desprendido del egoísmo y de toda falsa seguridad humana, es decir; cuando vive verdaderamente de fe, es entonces y sólo entonces cuando recibe con plenitud el gran juego, la gran luz, la gran consolación del Espíritu Santo». (J. Escrivá, Es Cristo que pasa, 127-137).
Bendice, alma mía, al Señor. ¡Dios mío, qué grande eres!”, canta el salmo: “Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas. Les retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo; envías tu aliento y los creas, y repueblas la faz de la tierra. Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras. Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor”.
3. “Hermanos: Nadie puede decir «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo”, nos dice san Pablo: “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”. Todos nosotros somos testigos de cómo el Espíritu nos va transformando, personal y comunitariamente; cómo el Espíritu va suscitando hombres y mujeres que luchan para la transformación de nuestro mundo. "Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu". Por eso el misterio de Pentecostés está actuando siempre. Es el Espíritu que nos da la fe por la que confesamos que "Jesús es Señor". Es el Espíritu que nos congrega y nos hace una comunidad, la Iglesia. Es el Espíritu que suscita múltiples carismas, servicios, dones, regalos, ministerios, al servicio de la comunidad.
El Espíritu es el que hace posible que siendo muchos, y teniendo distintas maneras de pensar y actuar, sepamos amarnos y ser "uno". El Espíritu Santo nos hace superar todas las divisiones, fruto del pecado, y salta todas las barreras sociales, de raza, de religión. El Espíritu Santo es la única bebida que da la Vida de Dios (Gerardo Soler). La esencia de todo está en la caridad. Quien ama tiene el Espíritu Santo.
Llucià Pou Sabaté

Sábado semana 7 de Pascua

Sábado de la semana 7 de Pascua

Confiar en Jesús y seguirle, proclamar su Reino, es el camino de la felicidad: el Espíritu Santo viene a darnos esta alegría y abandono en el amor de Dios
Volviéndose Pedro vio que le seguía aquel discípulo que Jesús amaba, el que en la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: Señor, ¿quién es el que te entregará? Viéndole Pedro dijo a Jesús: Señor, ¿y éste qué? Jesús le respondió: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme. Por eso surgió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Hay, además,  otras muchas cosas que hizo Jesús, y que si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir” (Jn 21,20-25).
1. Pedro acaba de saber por boca de Jesús que será mártir. Morirá por los años 64-67 en los jardines de Nerón. En el Evangelio de hoy vemos que pregunta al Señor qué pasará con Juan. Con lo que dice Jesús hoy, Juan tendrá fama de "inmortal", y llegará de hecho a muy anciano… Dice S. Ireneo que Juan vivió mucho tiempo, alcanzando el imperio de Trajano (98-117).
Las palabras de Jesús quiero que resuenen hoy y siempre en mi corazón: “Tú sígueme”. Señor, quiero que esto sea lo importante en mi vida: seguirte. Que me convenza de que todo lo demás es secundario. Quiero seguir tu vida, Jesús: el plan que me das, mi vocación.
2. Pablo estará con Pedro en Roma. Los Hechos terminan hoy con esta llegada de Pablo a Roma acompañado por los hermanos de la ciudad, que habían salido a su encuentro; su situación es arresto domiciliario, y durante dos años puede enseñar libremente, “con un soldado que le custodiara”. Sin pérdida de tiempo, emprende la evangelización de Roma.  Convoca a los judíos, les habla primero a ellos, como siempre: “precisamente por la esperanza de Israel, llevo yo esas cadenas”. Les abre el sentido del Antiguo Testamento, portador de una "esperanza", que Jesús ha realizado.
Te pido, Jesús, que sepa leer las Escrituras cada día, para verte en ellas, para verme, para poder llevarte a los demás: “Pablo permaneció dos años completos en el lugar que había alquilado y recibía a todos los que acudían a él. Predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo relativo al Señor Jesucristo con toda libertad y sin ningún estorbo” (Hch 28,16-20.30-31).
Hoy quedan las ruinas de los Foros y de Templos romanos. El apostolado de Pablo y los primeros cristianos será una levadura que fermentará toda la pasta. Señor, que yo sepa proclamar tu «reino», y para esto te pido que yo te deje «reinar» en mí, para poder hacer realidad el “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. Hemos visto la conversión de muchos apóstoles de la fe cristiana: Pedro, Esteban, Felipe, Bernabé, Marcos, y luego hemos seguido a Pablo por sus correrías. Señor, sé que la historia continúa con otros protagonistas, que ya no salen en las Escrituras… que continúa con mi vida, con la vida de los que hoy formamos parte de tu Iglesia, que hoy sigue tu Espíritu Santo actuando en el mundo. Dame la fe de sentir tu presencia, tu acción en mí y en los demás.
3. Dios es mi Padre, y me quiere con locura. Me quiere como soy, con mis pecados y por eso envió a su Hijo, para perdonarme, para invitarme a vivir como hijo suyo: “El Señor es justo / y ama la justicia; / los rectos verán su rostro” (Salmo 10,7). Jesús, tú eres el Buen Pastor que me buscas como a la oveja descarriada, hasta que me tomas en tus brazos para llevarme al redil. Que me deje guiar, encontrar, salvar y amar por ti, Señor. “La alabanza conclusiva refleja la esperanza del justo. Ver el ‘rostro’ de Dios significa aquí tener libre y confiado acceso a Dios en el Templo, de modo parecido a como la expresión ‘ver el rostro del rey’ indica en otros pasajes del Antiguo  Testamento poder acceder a él libre y confiadamente. Jesús en las Bienaventuranzas promete asimismo a los limpios de corazón que verán a Dios” (Biblia de Navarra). Esta “promesa supera toda felicidad… en la Escritura, ver es poseer… el que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir” (S. Gregorio de Nisa).
Llucià Pou Sabaté
Santos Carlos Luanga y compañeros, mártires

SAN CARLOS LUANGA Y COMPAÑEROS MáRTIRES
Mártires de Uganda
(† 1886)
Memoria
Verdes colinas, frescos valles, feraces llanuras, una vegetación opulenta de variadas hierbas y árboles gigantescos, corrientes de agua bordeadas de sotos y praderas, hacen de Uganda una de las regiones más pintorescas que se extienden en el áfrica tropical. Más acá, Zanzíbar; más allá, el lago de Nyanza; arriba, un cielo claro, que nunca se olvida de dar la lluvia en el tiempo oportuno; abajo, el banano, don de Kintou, el rey fabuloso, fundador y legislador del reino de Uganda; el banano, que sirve a los hombres de la tierra, a los baganda, para construir sus chozas, para preparar su bebida y para recoger su mejor alimento.
El sucesor de Kintou en 1885 se llamaba Muanga. Su corte estaba en Mengo. Allí vive con sus pajes y sus guerreros; allí descansa después de sus partidas de caza y sus excursiones bélicas en reinos circundantes; allí da audiencia, en un salón rodeado de patios y jardines, recostado sobre un lecho deslumbrante de sedas y tapices, y sin más vestido que un manto de algodón galonado de oro y plata.
Es un joven de veinte años, que acaba de suceder a su padre, Mutesa, el que visitó Stanley en sus exploraciones africanas. Belleza negra, instintos sanguinarios y alma salvaje. Adora a los loubaté, les sacrifica sus cautivos de guerra, y consulta a los adivinos, vestidos de pieles de mono y de gato montés. Pero tanto como a los hechiceros admira a los Padres Blancos, que unos años antes llegaron de Europa. Les consulta en los problemas difíciles, acude a su ciencia para buscar remedio contra las enfermedades, escucha con curiosidad la exposición de su doctrina y hasta dice a sus gentes que no hay mejor oración que el Padrenuestro. A favor de la benevolencia real, el cristianismo se extiende en torno suyo: muchos de sus pajes acaban de abrazar el cristianismo y son ya miles los bagandas que han abandonado el culto sangriento de los espíritus invisibles.
No tarda en surgir la reacción, representada por los adivinos y un grupo numeroso de los grandes del reino. Unos y otros tienen interés en mantener las tradiciones patrias. Conjuran; resuelven suprimir al rey y poner en su lugar a un hermano suyo. Al frente de la conspiración se pone el primer ministro, Katikiro. Pero los cristianos velan por la vida de su señor. Dos de ellos, José Makasa y Andrés Kagwa, advierten a Muanga del peligro y ponen a su disposición un cuerpo de dos mil guerreros para defenderle. Al primer rumor, Katikiro corre al palacio, cae a los pies del rey, se echa a llorar como un niño y protesta de su fidelidad. Muanga le cree, le perdona y le mantiene en su puesto; y él comprende que la ruina de los cristianos es para él cuestión de vida o muerte. Sus pérfidas insinuaciones fueron transformando poco a poco el ánimo del soberano. La benevolencia da lugar al recelo, el recelo al odio. Con motivo de una indisposición, el rey toma una píldora que le receta el misionero, y poco después se siente peor. «Los extranjeros le han querido envenenar», se dice entre los grupos de la oposición pagana, y el primer ministro consigue explotar el rumor con toda la finura de un hombre civilizado. Además, aquella religión que condenaba los sacrificios humanos; la poligamia, la injusticia y la crueldad, se iba haciendo demasiado molesta. Muanga había advertido que algunos de sus pajes se negaban a satisfacer sus instintos bestiales, y eran precisamente los cristianos.
De pronto, empezó una de aquellas horribles matanzas tan frecuentes en las tierras africanas. En ella el heroísmo de aquellos pobres negros, que a veces despreciamos, rayó a tal altura, que no tienen nada que envidiar a los generosos martirios cosechados por la religión cristiana entre los pueblos civilizados. La primera víctima fue José Makasa, el que había descubierto la conspiración de los paganos. Era uno de los primeros oficiales del palacio; durante algún tiempo, Muanga había tenido tal confianza en él, que le mandó morar al lado de su misma habitación. Ahora, en cambio, aparecía como el primero de los envenenadores, y tenía, sobre todo, el crimen de impedir que los pajes se convirtiesen para el rey en instrumentos de placer. «En adelante—dijo Muanga—no habrá ya dos reyes en mi corte.» Y añadió, dirigiéndose a Mukajanga, que era el jefe de los verdugos: «Corre al tribunal, que se encuentra a la puerta de la villa, y haz reunir la leña necesaria para quemarlo.» Mkasa caminó sonriente al suplicio, limitándose a decir mientras le ataban las manos: «Advertid a Muanga que me ha condenado injustamente, pero que le perdono, y que estoy contento porque muero por la religión.»
El 25 de mayo, al anochecer, volvía Muanga de cazar junto al lago de Nyanza, cuando se le ocurrió preguntar por uno de los muchachos que vivían en la corte, Mwafu, hijo del primer ministro.
—Lo vi en la calle principal con Sebugwawo—dijo uno de los circunstantes.
—Entiendo—murmuró Muanga—; han ido a casa de mi armero Kisulé para aprender la religión.
Y habiendo visto que los dos entraban poco después en el palacio, tuvo con ellos este interrogatorio:
—¿Eres tú, Sebugwawo, el que lleva a Mwafu a aprender la religión?
—Sí.
—¿Y tu, Mwafu, aprendes la religión?
—Sí.
—¿Y te atreves—continuó el rey, dirigiéndose a Sebugwawo—, te atreves a llevar al hijo de mi primer ministro para que le enseñen la religión?
—Te he dicho que sí.
—¿Y no sabes que he prohibido enseñar la religión? ¿No entiendes mis órdenes?
Y, sin aguardar respuesta, tomó una lanza que había a su diestra, se arrojó sobre el cristiano y le dejó sangrante y palpitante a sus pies. Así murió el segundo mártir. Dionisio Sebugwawo era un adolescente de naturaleza delicada y enfermiza, que estaba emparentado con el primer ministro y contaba apenas diecisiete años.
Unas horas después, Muanga celebra Consejo con sus dignatarios. Está nervioso y congestionado; ruge, y sus grandes ojos lanzan llamas de venganza.
—Esto no se puede consentir—dice a sus magnates—; vuestros hijos son unos traidores, se han rebelado contra mí.
Humillados y confusos, aquellos hombres abyectos, acostumbrados a la servidumbre y a la adulación, responden:
—Si eso es verdad, si nuestros hijos son malvados, mátalos; ya te daremos otros que te sirvan mejor.
Alegre al oír estas palabras, seguro de que no peligra su trono, Muanga ordena entonces una matanza general de cuantos profesan la religión de los Padres Blancos. Ante todo, necesita vengar su autoridad ultrajada, castigar a sus pajes o ponerlos en razón. Un testimonio dirá más tarde: «El rey empezó a odiar a los cristianos porque algunos de ellos se opusieron a sus vergonzosas solicitaciones.» El grupo de aquellos jóvenes generosos tenía un jefe llamado Carlos Luanga. Bello y fuerte, Luanga era el maestro de ceremonias de la corte, y a pesar de sus veinte años, la guardia real obedecía a sus órdenes. Los mismos paganos le amaban por su bondad, y los fieles encontraban en él un dechado, un sostén y un consejero. Gracias a su entereza digna y respetuosa, logró salvar muchas veces la inocencia de los pajes de las agresiones del rey. Fue, sobre todo, el ángel de un niño que se llamaba Kizito y era hijo de uno de los más nobles señores de Uganda. Nunca en el jardín real se había abierto una flor tan graciosa. Kizito contaba trece años, era de una exquisita delicadeza y de costumbres purísimas. Simple catecúmeno, nada deseaba tanto en el mundo como recibir las aguas del bautismo. «Quiero ser hijo de Dios», decía con frecuencia. La vida del palacio le tenía en una inquietud continua. Cuando le invitaban a entrar en el departamento privado del monarca, se estremecía como una hoja, e iba a echarse en brazos de su protector.
Conociendo el peligro que se cernía sobre sus cabezas, los pajes cristianos fueron a consultar sobre la conducta que debían seguir al más respetado de todos los convertidos de Uganda, el armero Matías Kisulé. «Podéis huir—les dijo el anciano—y ocultaros entre vuestras familias; pero si tenéis valor para morir por nuestra santa religión cristiana, yo os aconsejo que volváis al lado del rey.» Y todos aquellos pequeños héroes, prefiriendo el sacrificio a la fuga, se reunieron en torno a su jefe y juraron morir con él. Al llegar la noche, Luanga los reunió a todos en una de las salas del palacio, los arengó y los preparó al combate con la oración. Kizito se acercó a él y le dijo que quería recibir el bautismo antes de morir; y el mismo ruego le hicieron otros tres catecúmenos. Carlos tomó un poco de agua y la derramó sobre las cabezas de sus compañeros, pronunciando las palabras rituales: «Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.» Parecía una escena de las catacumbas, y, efectivamente, de allí iban a salir aquellos campeones para renovar las gestas gloriosas de los primeros héroes cristianos.
Al amanecer se corrió la noticia por la residencia real, y tras ella vino una orden inquietante: todos los pajes debían ser conducidos a presencia del rey. «Nosotros, los cristianos—dice uno de los que habían asistido a la ceremonia de aquella noche—, nos presentamos con Carlos Luanga a la cabeza. El rey estaba sentado sobre un trono, y a su lado estaba la princesa Nassiwa. Antes de sentarnos saludamos al monarca, diciéndole: « ¿Cómo estáis, señor?» Él se burlaba de nosotros, nos insultaba y decía: «Vaya con los cristianos. Mis perros valen más que vosotros.» Después de unos momentos, el rey preguntó: « ¿Han llegado todos?» «Todos», le respondieron. Entonces mandó que cerrasen todas las puertas, y añadió: «Bueno, que los que rezan vayan a aquel rincón, para que sepa a quiénes tengo que matar.» Al instante, Carlos Luanga se levantó y se dirigió al punto designado; los demás nos levantamos también y le seguimos con alegría. Nadie iba triste. Luego el rey dijo; «¿Han marchado ya todos los que rezan?» Y los que se habían quedado en su puesto, gritaron: «Aquí no reza nadie.» Desconfiando de esta respuesta, el rey dijo a uno de sus oficiales: «Mira a ver si queda alguno todavía.» El oficial descubrió entre ellos a Wasiva, y le dijo: «¿No eres tú también de los que rezan?» «Lo era—contestó él—, pero ya no lo soy.» «Ese engañador miente—gritó el rey desde su silla—. Matadlo; que no llegue vivo a la noche.» Inmediatamente el verdugo se arrojó sobre él y lo llevó. Nosotros nos reímos en nuestro rincón y decíamos: « ¡Desgraciado! ¿Qué cosa le habrá movido a renunciar a la fe?» Después el rey pronunció la sentencia y dijo: «Que todos los que rezan, que todos los que han abrazado la religión, sean atados y quemados.» Los verdugos nos ataron a todos. Serían las once de la mañana.»
Poco después se desarrollaba en el palacio real otra escena no menos admirable. Llamado por el rey, entró en su cámara uno de sus capitanes, Santiago Buzabaliawo, cristiano fervoroso, que en el entusiasmo de su celo propagandista había hecho esfuerzos para convertir a su señor. ¿Eres tú—le dijo Muanga—el jefe de los cristianos? «Soy cristiano—respondió él con dignidad—; pero ese título de jefe no me corresponde a mí.» «Este joven—replicó el rey—quiere hacerse el valiente; al verle, creeríamos que es el mismo Kintou.» «Muchas gracias por el honor que me haces.» «Este es el que se esforzaba por hacerme abrazar su religión.... Verdugos: llevadle de aquí y matadle.» «Adiós —dijo el soldado sin inmutarse—. Me voy al paraíso para rezar a Dios por ti.» Una carcajada inmensa acogió las últimas palabras: «Se ve—dijo el rey—que estos pobres cristianos han perdido la razón.»
Entre tanto, los valientes pajes eran conducidos desde la residencia del rey a la capital del reino, y de aquí a Namugongo. Llegaron al ponerse el sol, precedidos siempre por el prefecto de los suplicios, Mukajanga, que caminaba al son de los tambores, «íbamos uno tras otro—dice uno de los presos que luego salió con vida—. En el camino apalearon y alancearon a uno de nuestros compañeros. Atanasio Badzekuketta, cuyo cadáver abandonaron a las aves. Nosotros nos decíamos unos a otros: Nuestro amigo ha sido un héroe; no ha temido morir por la causa de Dios. Seamos nosotros fuertes como él. Después empezamos a hablar de Dios, manifestando nuestros sentimientos con estas palabras: Hacer la ofrenda de nuestra persona por cumplir una bella acción, y retirarla luego es cosa de cobardes. Para nosotros ha llegado el momento de cumplir lo que habíamos prometido; muramos por Dios.»
Antes de entrar en la cárcel se les juntaron otros dos condenados, el capitán Buzabaliawo y el soldado Bruno Serunkuma. Este último, fuerte muchacho de veinticinco años, había pasado durante el viaje por una granja de su hermano. Devorado por la sed y el calor, no pudo contenerse y gritó en dirección a la cabaña: « ¡Bosa, Bosa, tráeme un poco de vino de banano!» Y al verle venir, añadía: «Ya ves, nos llevan a la muerte; pero vamos al Cielo a coger puesto para vosotros. Una fuente que tiene muchos manantiales no puede agotarse; cuando nosotros hayamos desaparecido, otros rezarán en lugar nuestro.» Bosa, entre tanto, le alargaba el vaso, diciendo: «Toma el vino que pediste.» Entonces Bruno miró fijamente a su hermano, y volviéndose luego hacia el verdugo, le dijo: «Vamos.» Había recordado que Cristo no quiso beber en la cruz, y súbitamente le vino el deseo de imitarle. Y pasó adelante sin beber.
Durante una semana los héroes permanecieron en la cárcel, rezando desde la mañana hasta la noche y dirigiéndose unos a otros palabras de aliento: «Estemos firmes—se decían—; muramos por Jesucristo. Nuestro dolor será momentáneo. No moriremos dos veces.» Llegó, finalmente, el día 2 de junio. Por la tarde los verdugos se reunieron al son de los tambores y al canto de la melodía, que es el distintivo de su respectiva circunscripción. «Cuando vimos que se reunían—dice Dionisio Kamyuka—comprendimos que se acercaba nuestra última hora. No obstante, dormimos muy bien aquella noche. Y si alguno se despertaba, miraba al vecino y le decía: ¿Duermes? Ya sabes; el combate será mañana. Seamos fuertes. Y rezábamos el Padrenuestro y saludábamos a la Virgen.» Al amanecer del día siguiente se presentaron los verdugos, teñidos de arcilla roja y de carbón. Para inspirar más miedo, llevaban en la cabeza y en todo el cuerpo toda suerte de objetos extraños, como collares de azabache, pieles de pequeños animales, plumas de pájaros y amuletos. Los presos caminaban al lugar del suplicio con las manos sujetas a la espalda. Eran dieciséis. Sus conductores danzaban en torno de una manera vertiginosa, tocando panderetas y cantando canciones sanguinarias. Era un rito macabro. El estribillo decía: «Hoy, día de llanto para las madres que han parido a sus hijos.» No pudiendo abrazarse, los presos se miraban, sonreían y se dirigían las dulces palabras que les dictaba la comunidad en la fe y en el sacrificio. La hoguera estaba preparada en el fondo de un valle. Al llegar a ella, el prefecto de los verdugos se acercó a los reos y empezó a golpearles dulcemente la cabeza con un bastón. Este rito tenía por objeto impedir que las sombras de los ajusticiados molestasen al espíritu del rey. De los dieciséis, sólo trece fueron golpeados. Esto quería decir que a tres de ellos se les conservaba la vida. Así lo comprendieron, por lo cual se echaron a llorar, diciendo casi desesperados: « ¿Por qué no nos matáis? También nosotros somos cristianos. Ni hemos renunciado a nuestra religión, ni renunciaremos jamás.» Sordo a sus gritos, el verdugo dio las órdenes para proceder al suplicio de los demás. Entre los perdonados figuraba Dionisio Kamyuka, por quien conocemos muchos de los detalles de aquel drama sublime.
Cuando se encendía la leña, dijo el verdugo a los mártires: «Declarad simplemente que no volveréis a rezar y Muanga os perdonará.» « ¡Oh, no—respondieron ellos—, rezaremos mientras vivamos!» Y continuó el siniestro preparativo. Carlos Luanga fue quemado aparte, a fuego lento. Cuando le llevaban, se despidió de los demás con estas palabras: «Amigos, hasta más ver; nos encontraremos en el Cielo.» Empezaron a aplicarle el fuego en los pies, y poco a poco pasaban a las demás partes del cuerpo. Al mismo tiempo el verdugo le decía: «¡Que tu Dios venga a sacarte de las brasas!» « ¡Pobre insensato—respondía él—; no sabes lo que dices! Ahora no haces más que echar agua sobre mis miembros; cuida de que el Dios a quien insultas no te sumerja un día en el verdadero fuego.» Y añadía con un valor heroico: «Suéltame las manos para que yo mismo pueda atizar la llama.» Entre tanto, sus compañeros cantaban en medio de las llamas. «El fuego—decía Dionisio—se levantó como un torbellino, como cuando se quema una casa. Y cuando empezaron a alzarse las llamas yo oía salir de en medio de ellas el murmullo de las oraciones de los cristianos, que morían invocando a Dios.» El pequeño Kizito, el más joven de aquellos adolescentes, fue uno de los más valerosos. Cuando le arrojaron a la hoguera, seguía sonriendo y hablando a los ejecutores con la gracia de un apóstol y la altivez de un héroe. A sus palabras respondía el que le llevaba al suplicio: «Tú me llamas demonio; tu me dices que el fuego con que fumo el tabaco me abrasará. Ahora es a mí a quien toca quemarte a ti.» El pequeño atleta seguía sonriendo y provocando a sus asesinos.
Quedaba una víctima todavía: era el propio hijo de Mukajanga, el jefe de los verdugos. Se llamaba Mubaga Tuzindé, uno de los que habían recibido el bautismo la noche antes de la prisión. Desde aquel día se habían puesto en juego todos los medios para hacerle apostatar. Pero él respondía siempre: «No es posible; yo soy cristiano y permaneceré cristiano.» Y sus compañeros rezaban por él, para que no les abandonase en la última hora. El padre había esperado que la vista de los preparativos del suplicio quebrantaría su valor. Pero el muchacho permanecía firme. Él mismo se echó a las llamas, y cuando quedó rodeado de ellas: «Ueraba—dijo—; adiós, padre.» «Hijo mío—suplicó entonces el feroz verdugo—, ven, yo te ocultaré en mi choza; nadie pasa por allí y no te encontrarán.» «Padre—contestó él—, yo no quiero esconderme; yo quiero ser fiel a la oración. Por otra parte, tú eres esclavo del rey; si me escondes te matarán a ti; pero, padre mío, tengo miedo al fuego; mátame antes que se encienda más». Mukajanga hizo señas a uno de sus subalternos y volvió la vista. El ayudante levantó al niño y le rompió la nuca con un mazo. Entre los siniestros chisporroteos se oían aún las plegarias de los demás. ¡Ni un grito, ni una lágrima, ni un gemido! Tal fue la muerte de aquellos negros admirables. De repente, el salvaje se levantaba a la más alta gloria del hombre civilizado. No es menos noble la actitud de estos jóvenes africanos que la de los mártires civilizados del Imperio romano. Pertenecen a la misma familia de los mártires de Cristo, y en el Cielo llevan la misma corona. En pocos años el catecismo había despertado entre la barbarie el anhelo de todas las grandezas.

jueves, 1 de junio de 2017

Viernes semana 7 de pascua

Viernes de la semana 7 de Pascua

Pedro, pescador y pecador, por la misericordia divina es ahora pastor, su vida es ayudar a los demás. También la nuestra.
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.» Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Él le dice: «Pastorea mis ovejas.» Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme.» (Juan 21,15-19)
1. Señor, tres fueron las negaciones de Pedro, y para que no esté triste tres son las veces que preguntaste a Pedro si te quería. Jesús, quiero decirte no 3 sino 33 veces cada día que te quiero. Procuraré que no me agobien más mis faltas de amor, te pido que sepa arreglarlas con actos de amor. Que sepa acudir al sacramento del perdón, el sacramento de la alegría.
Jesús, a ti también me preguntas: "¿Me amas, Tú?" Noto que no puedo excusarme con lo que dicen los demás; te digo de corazón: -“Sí, Señor, Tú sabes...” y me respondes que haga apostolado: -“Apacienta mis corderos”. He de ser buen pastor para los demás, dar la vida por ellos.
Tres veces Jesús le pregunta a Pedro: "¿Me amas, tú?" Recuerdan a Pedro las tres negaciones a su Maestro. Responde ´Yo te amo´, sin decir ´más que estos´. Con su fracaso, aprendió humildad. Señor, que yo también confíe más en Ti y menos en mí, y, que no me compare con nadie.
Jesús usa dos veces el verbo amar (amor de agapé: agapás me) y Pedro contesta siempre con otro verbo: te quiero (amor de amistad, filia: filo se), no se atreve a decir que ama con un amor tan grande como el que Jesús nos ama. La tercera vez Jesús toma el verbo de Pedro: me quieres (filéis me), se pone a su altura, y Pedro le contesta ya con humildad: “tú lo sabes todo… me conoces”. Señor, que también yo sea consciente de la debilidad de mi amor, y te ame con el Tuyo. Recuerdo la historia de una niña, a la que cuando su madre le apaga la luz de noche, ella le dice “mamá, te amo con todo tu corazón”. La madre responde: “se dice con todo mi corazón” pero la niña insiste: “no, con tu corazón, que es más grande”.
2. Pablo dice en la lectura de hoy que Jesús está vivo: no se ha ido de entre nosotros; sólo se ha hecho invisible. Jesús, sé que continúan conmigo, que habitas en mi interior, por tu Espíritu. En preparación a la fiesta de Pentecostés, podemos rezarle esta Secuencia: “Ven, Espíritu divino, / manda tu luz desde el cielo. / Padre amoroso del pobre; / don, en tus dones espléndido; / luz que penetra las almas; / fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, / descanso de nuestro esfuerzo, / tregua en el duro trabajo, / brisa en las horas de fuego, / gozo que enjuga las lágrimas / y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, / divina luz, y enriquécenos. / Mira el vacío del hombre / si tu le faltas por dentro; / mira el poder del pecado / cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, / sana el corazón enfermo, / lava las manchas, infunde / calor de vida en el hielo, / doma el espíritu indómito, / guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones / según la fe de tus siervos. / Por tu bondad y tu gracia / dale al esfuerzo su mérito; / salva al que busca salvarse / y danos tu gozo eterno. / Amén”.
3. En espera de la venida del Espíritu Santo, en el Salmo damos gracias a Dios por tantos dones: ser hijos suyos, la redención: Bendice, alma mía, al Señor, / y con todo mi ser a su Nombre santo. / Bendice, alma mía, al Señor, no olvides ninguno de tus beneficios. / Pues cuando se elevan los cielos sobre la tierra, / Así prevalece su misericordia con los que le temen. / Cuanto dista el oriente del occidente, / así aleja de nosotros nuestras iniquidades. / El Señor estableció su trono en los cielos, / su reino domina todas las cosas. / Bendecid al Señor, ángeles suyos, / fuertes guerreros, que ejecutáis sus mandatos, prestos a obedecer a la voz de su palabra” (Salmo 103/102,1-2.11-12.19-20). No es Dios un juez, sino un Padre lleno de amor y de ternura por sus hijos.
Llucià Pou Sabaté
San Marcelino y san Pedro, mártires

Marcelino y Pedro se encuentran entre los Santos romanos que se conmemoran diariamente en el canon de la Misa. Marcelino era sacerdote en Roma durante el reinado de Diocleciano, mientras que Pedro según se afirma, ejercía el exorcismo. Uno de los relatos que habla de la "pasión" de estos mártires, cuenta que fueron aprehendidos y arrojados a la prisión, donde mostraron un celo extraordinario en alentar a los fieles cautivos y catequizar a los paganos. Marcelino y Pedro, fueron condenados a muerte por el magistrado Sereno o Severo, quien ordenó que se les condujera en secreto a un bosque llamado Selva Negra para que nadie supiera el lugar de su sepultura.
Allí se les cortó la cabeza. Sin embargo, el secreto se divulgó, tal vez por el mismo verdugo que posteriormente se convirtió al Cristianismo. Dos piadosas mujeres exhumaron los cadáveres y les dieron correcta sepultura en la catacumba de San Tiburcio, sobre la Vía Lavicana. El emperador Constantino mandó edificar una Iglesia sobre la tumba de los mártires y, en el año 827, el Papa Gregorio IV donó los restos de estos Santos a Eginhard, hombre de confianza de Carlomagno, para que las reliquias fueran veneradas. Finalmente, los cuerpos de los mártires descansaron en el monasterio de Selingestadt, a unos 22 km. de Francfort. Durante esta traslación, cuentan algunos relatos, ocurrieron numerosos milagros.