Domingo de Pentecostés; ciclo A
La efusión del Espíritu Santo nos lleva a acoger el Amor divino y con nuestra vida darlo a los demás
“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:-Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Juan 20,19-23).
1. Jesús nos había prometido su Espíritu y hoy lo celebramos; nos dijo: “Cuando venga aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa... El me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará”. Y en otra ocasión comenta a sus apóstoles: “el Paráclito, el Espíritu Santo... os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho”. En el Antiguo Testamento la acción del Espíritu Santo se manifiesta como “un soplo”. Pensemos cómo el viento se cuela por todas partes. Es también fuerza divina que se manifiesta en la concepción de Jesús: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra”, dice el ángel Gabriel a María. Cuando nuestra Madre visita a su prima Isabel, nos dice S. Lucas que “Isabel llena del Espíritu Santo exclama: Bendita tú entre las mujeres”. En la escena de la presentación de Jesús en el Templo, nos dice el evangelista que Simeón “lleno del Espíritu Santo” tomó al Niño en sus brazos e hizo aquel vaticinio. Es el Espíritu, la presencia constante del Espíritu lo que caracteriza los tiempos mesiánicos y eso se realiza en este momento y continúa en nuestro tiempo. No es un hecho aislado. El Paráclito vivifica constantemente a la Iglesia y a cada alma, a través de continuas inspiraciones, que son “todos los atractivos, movimientos, reproches y remordimientos interiores, luces y conocimientos que Dios obra en nosotros, previniendo nuestro corazón con sus bendiciones, por su cuidado y amor paternal, a fin de despertarnos, movernos, empujarnos y atraernos a las santas virtudes, al amor celestial, a las buenas resoluciones; en una palabra a todo cuanto nos encamina a nuestra vida eterna” (S. Francisco de Sales).
El Espíritu Santo hace pasar a los apóstoles de incrédulos a llenos de fe; de cobardes a valientes para confesar su fe ante todo el mundo; de ignorantes a doctos (los doctores quedan admirados de su ciencia), de humanos en divinos (difunden con entrega y milagros el reino de Dios), de pusilánimes a magnánimos. Si comprendiéramos mejor la realidad del Espíritu Santo nuestra vida sería distinta: - En las dificultades y en las tentaciones nunca nos sentiríamos solos; - tampoco podríamos sentirnos inseguros o angustiados, pues el Espíritu Santo está siempre pendiente de cada uno de nosotros; - no buscaríamos la felicidad fuera del trato íntimo con el Dulce Huésped del alma.
Jesús, lo primero que haces tras la resurrección es enviar el Espíritu Santo a tus discípulos. Tú eres Dios-con-nosotros. Una vez resucitado envías ya tu Espíritu; pero aún no de modo solemne hasta que subas a los cielos.
Jesús "exhaló su aliento sobre ellos". Como en el génesis ("Dios insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente": Gn 2,7), vemos una nueva creación, y nos hacemos portadores del Espíritu a los hombres hermanos, y trabajamos para que de hombres pecadores y dispersos vayamos construyendo el pueblo de Dios que es templo del Espíritu.
2. "Se llenaron todos de Espíritu Santo". El Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesús resucitado, viene como un viento irresistible, que sopla donde quiere. Y la comunidad está reunida, y está reunida "en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús". La comunidad reunida en oración, y "con María la madre de Jesús". Estos son aspectos fundamentales de todo grupo cristiano si quiere ser una comunidad que experimente y viva del Espíritu: comunidad que reza, y en la que "María la madre de Jesús" está muy presente. Siempre es Pentecostés. Pentecostés en griego significa 50, que en el simbolismo de los números bíblicos significa la perfección, plenitud, cumplimiento. San Lucas nos describe cinco "pentecostés", venidas del Espíritu Santo en diferentes momentos de la vida de la comunidad cristiana, para mostrarnos que siempre que viene el Espíritu es Pentecostés. No fue un solo y aislado Pentecostés. Nuestro bautismo fue Pentecostés, en la confirmación recibimos como "Don" el mismo de Pentecostés; la Eucaristía es acción del Espíritu Santo que nos reúne, nos comunica y hace entender la Palabra, y hace que la Palabra se haga Pan que alimenta, y nos envía a hacer las obras que el Padre quiere en favor de los hermanos.
«Las Hechos de los Apóstoles, al narrarnos los acontecimientos de aquel día de Pentecostés en el que el Espíritu Santo descendió en forma de lenguas de fuego sobre los discípulos de Nuestro Señor; nos hacen asistir a la gran manifestación del poder de Dios, con el que la Iglesia inició su camino entre las naciones. (...) La venida solemne del Espíritu en el día de Pentecostés no fue un suceso aislado. Apenas hay una página de los Hechos de los Apóstoles en la que no se nos hable de Él y de la acción por la que guía, dirige y anima la vida y las obras de la primitiva comunidad cristiana.
Esa realidad profunda que nos da a conocer el texto de la Escritura Santa, no es un recuerdo del pasado, una edad de oro de la Iglesia que quedó atrás en la historia. Es, por encima de las miserias y de los pecados de cada uno de nosotros, la realidad también de la Iglesia de hoy y de la Iglesia de todos los tiempos.
Para concretar; aunque sea de una manera muy general, un estilo de vida que nos impulse a tratar al Espíritu Santo -y, con Él, al Padre y al Hijo- y a tener familiaridad con el Paráclito, podemos fijarnos en tres realidades fundamentales: docilidad, vida de oración, unión con la Cruz.
Docilidad, en primer lugar; porque el Espíritu Santo es quien, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a nuestros pensamientos, deseos y obras. Él es quien nos empuja a adherirnos a la doctrina de Cristo y a asimilaría con profundidad, quien nos da luz para tomar conciencia de nuestra vocación personal y fuerza para realizar todo lo que Dios espera. Si somos dóciles al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez más en nosotros.
Vida de oración, en segundo lugar; porque la entrega, la obediencia, la mansedumbre del cristiano nacen del amor y al amor se encaminan. Y el amor lleva al trato, a la conversación, a la amistad. La vida cristiana requiere un diálogo constante con Dios Uno y Trino, y es a esa intimidad a donde nos conduce el Espíritu Santo. (...) Acostumbrémonos a frecuentar al Espíritu Santo, que es quien nos ha de santificar: a confiar en El, a pedir su ayuda, a sentirlo cerca de nosotros. Así se irá agrandando nuestro pobre corazón, tendremos más ansias de amar a Dios y, por El, a todas las criaturas.
Unión con la Cruz, finalmente, porque en la vida de Cristo el Calvario precedió a la Resurrección y a la Pentecostés, y ese mismo proceso debe reproducirse en la vida de cada cristiano: «somos - nos dice San Pablo- coherederos con Jesucristo, con tal que padezcamos con El, a fin de que seamos con Él glorificados». El Espíritu Santo es fruto de la cruz, de la entrega total a Dios, de buscar exclusivamente su gloria y de renunciar por entero a nosotros mismos.
Sólo cuando el hombre, siendo fiel a la gracia, se decide a colocar en el centro de su alma la Cruz, negándose a sí mismo por amor a Dios, estando realmente desprendido del egoísmo y de toda falsa seguridad humana, es decir; cuando vive verdaderamente de fe, es entonces y sólo entonces cuando recibe con plenitud el gran juego, la gran luz, la gran consolación del Espíritu Santo». (J. Escrivá, Es Cristo que pasa, 127-137).
“Bendice, alma mía, al Señor. ¡Dios mío, qué grande eres!”, canta el salmo: “Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas. Les retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo; envías tu aliento y los creas, y repueblas la faz de la tierra. Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras. Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor”.
3. “Hermanos: Nadie puede decir «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo”, nos dice san Pablo: “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”. Todos nosotros somos testigos de cómo el Espíritu nos va transformando, personal y comunitariamente; cómo el Espíritu va suscitando hombres y mujeres que luchan para la transformación de nuestro mundo. "Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu". Por eso el misterio de Pentecostés está actuando siempre. Es el Espíritu que nos da la fe por la que confesamos que "Jesús es Señor". Es el Espíritu que nos congrega y nos hace una comunidad, la Iglesia. Es el Espíritu que suscita múltiples carismas, servicios, dones, regalos, ministerios, al servicio de la comunidad.
El Espíritu es el que hace posible que siendo muchos, y teniendo distintas maneras de pensar y actuar, sepamos amarnos y ser "uno". El Espíritu Santo nos hace superar todas las divisiones, fruto del pecado, y salta todas las barreras sociales, de raza, de religión. El Espíritu Santo es la única bebida que da la Vida de Dios (Gerardo Soler). La esencia de todo está en la caridad. Quien ama tiene el Espíritu Santo.
Llucià Pou Sabaté
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