viernes, 16 de diciembre de 2016

Feria del 17-XII

Feria del 17-XII

Dios nos ama en Jesús, a quien envía al mundo. Estamos interconexionados en este «libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham»
“Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engrendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David.David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá (…). Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a (…), Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones” (Mateo 1,1-17).
1. Para que nos preparemos de un modo más inmediato a Navidad, la Iglesia la hace preceder de una "octava", que comienza hoy con la genealogía de Jesús: en primer lugar, nos lleva a experimentar que nuestra grandeza no está en los méritos sino en el amor que Dios nos tiene. También, que estamos todos interconexionados, y lo que hacemos influye en los demás y en la historia. Estos dos puntos están muy vivos en el pesebre. Para entender la necesidad de profundizar en nuestra dignidad vino Jesús en Navidad, y para formar un pueblo renacido, como hijos de Dios.
En la genealogía de Jesús –decíaVan Thuân predicando al Papa y su Curia- hay un canto al amor de Dios, "su misericordia es eterna": "Levanta del polvo al indigente y de la inmundicia al pobre para que se siente entre los príncipes de su pueblo"». No hemos de portarnos bien para que Dios nos quiera, sino que Dios nos quiere de todos modos, y eso nos ayuda mucho a portarnos mejor: «No hemos sido escogidos a causa de nuestros méritos, sino sólo por su misericordia. "Te he amado con un amor eterno, dice el Señor". Esta es nuestra seguridad. Este es nuestro orgullo: la conciencia de ser llamados y escogidos por amor».
En ese contexto, es bonito ver que no se nos esconde que pecadores y prostitutas fueron antepasados de Jesús. El complejo problema del pecado y de la gracia está ahí reflejado: «Si consideramos los nombre de los reyes presentes en el libro de la genealogía de Jesús, podemos constatar que sólo dos de ellos fueron fieles a Dios: Ezequiel y Jeroboam. Los demás fueron idólatras, inmorales, asesinos... En David, el rey más famoso de los antepasados del Mesías, se entrecruzaba santidad y pecado: confiesa con amargas lágrimas en los salmos sus pecados de adulterio y de homicidio, especialmente en el Salmo 50, que hoy es una oración penitencial repetida por la Liturgia de la Iglesia. Las mujeres que Mateo nombra al inicio del Evangelio, como madres que transmiten la vida y la bendición de Dios en su seno, también suscitan conmoción. Todas se encontraban en una situación irregular: Tamar es una pecadora, Rajab una prostituta, Rut una extranjera, de la cuarta mujer no se atreve a decir ni siquiera el nombre. Sólo dice que había sido "mujer de Urías", se trata de Betsabé».
Tamar, por trampa, tiene un hijo de su propio suegro (Génesis 38, 1-30). ¡Qué historia mas sombría! Rahab, prostituta (Josué 2-6). Ruth, una pagana de tierra extranjera (Rut 4-12). Finalmente Betsabé, la mujer adúltera de David y madre de Salomón (II Samuel 11). Jesús viene a salvar a la humanidad, por gracia. Y todos los hombres están llamados a esta salvación universal. ¿Estoy convencido de este inverosímil amor gratuito y salvífico que Dios nos tiene? Este panorama no lleva al desánimo, sino que el pecado exalta la misericordia de Dios: «Y sin embargo -añadió el arzobispo vietnamita- el río de la historia, lleno de pecados y crímenes, se convierte en manantial de agua limpia en la medida en que nos acercamos a la plenitud de los tiempos: en María, la Madre, y en Jesús, el Mesías, todas las generaciones son rescatadas. Esta lista de nombres de pecadores y pecadoras que Mateo pone de manifiesto en la genealogía de Jesús no nos escandaliza. Exalta el misterio de la misericordia de Dios. También, en el Nuevo Testamento, Jesús escogió a Pedro, que lo renegó, y a Pablo, que lo persiguió. Y, sin embargo, son las columnas de la Iglesia. Cuando un pueblo escribe su historia oficial, habla de sus victorias, de sus héroes, de su grandeza. Es estupendo constatar que un pueblo, en su historia oficial, no esconde los pecados de sus antepasados», como sucede con el pueblo escogido.
No es Jesús como un extraterrestre o un ángel que llueve del cielo. Pertenece con pleno derecho, porque así lo ha querido, a la familia humana. Es hijo de hombres y mujeres que tienen una vida recomendable, y otros que no son nada modélicos. En el primer apartado de los patriarcas, la promesa mesiánica no arranca de Ismael, el hijo mayor de Abrahán, sino de Isaac. No del hijo mayor de Isaac, que era Esaú, sino del segundo, Jacob, que le arrancó con trampas su primogenitura. No del hijo preferido de Jacob, el justo José, sino de Judá, que había vendido a su hermano. En el apartado de los reyes, aparte de David, que es una mezcla de santo y pecador, aparece una lista de reyes claramente en declive hasta el destierro. Aparte tal vez de Ezequías y Josías, los demás son idólatras, asesinos y disolutos. Y después del destierro, apenas hay nadie que se distinga precisamente por sus valores humanos y religiosos. Hasta llegar a los dos últimos nombres, José y María.
Es una genealogía donde hay mujeres sencillas, pero no ve Ratzinger que haya en ellas pecado, es un pecado de los varones, no de las mujeres. Lo especial en estas mujeres estriba, en cambio, en que no eran judías y que justamente ellas, mujeres paganas, aparecen en los puntos de inflexión de la historia de Israel, de modo que con toda razón pueden considerarse en Israel como las verdaderas madres ancestrales del reino, tipo de la Iglesia de los gentiles, la Iglesia que se reúne a partir de la suciedad del paganismo y que, a pesar de ello, en su anhelo de la salvación abre la puerta a los enviados de Dios, los apóstoles, que no habían hallado morada en Israel. Así, la Iglesia de los gentiles permite que el mundo se convierta en tierra santa de la fe, la sucia taberna en la casa santa de la comunión con Jesucristo.
Hasta llegar a María, donde ya no se habla ya de «engendrar», sino que se dice: «Jacob engendró a Jóse, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo». Se instaura un nuevo comienzo, y este verdadero comienzo, del cual depende en definitiva todo, acontece por la fe, por el sí de María, por la fe de las madres, la fe de los extranjeros. Estamos todos intercomunicados, unidos a esa nueva generación por la fe que María inaugura. La Iglesia está anticipada en esa larga genealogía que anuncia la salvación que Dios ha querido traernos, formando un pueblo, una comunidad y sirviéndose de unos intermediarios (sacerdotes, profetas, reyes, jueces...). Todos participamos de la misión de la Iglesia, apoyados en la comunión de los santos: “De que tú y yo nos portemos como Dios quiere – no lo olvides– dependen muchas cosas grandes” (J. Escrivá).
La reacción ante esta responsabilidad histórica no puede ser asustarnos “«¡No tengáis miedo!». No tengáis miedo del misterio de Dios; no tengáis miedo de Su amor; ¡y no tengáis miedo de la debilidad del hombre ni de su grandeza! El hombre no deja de ser grande ni siquiera en su debilidad” (Juan Pablo II).
La genealogía se divide aquí en tres partes compuestas cada una de 14 nombres. El centro de la misma lo ocupa David. El número 14, por ser el doble de 7, indica perfección y plenitud, y por tanto los nombres se escogen en un sentido también simbólico. Significaría la providencia especial de Dios en la disposición de toda la historia de salvación que culmina en Cristo.
-“Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual fue engendrado Jesús, llamado Cristo o Mesías”. Jesús es el "mesías", el esperado por toda la historia de Israel, el "hijo de David" (Noel Quesson).
O Sapientia... «Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, / abarcando del uno al otro confín / y ordenándolo todo con firmeza y suavidad: / ven y muéstranos el camino de la salvación», dice la primera antífona de estos días, que comienzan con “¡oh!”, en la liturgia de las horas, para despertar nuestra fe y esperanza. Lo es también para hablar de María, Virgen de la Esperanza, y de la intensidad con que debemos vivir el preludio de la Navidad, gran sinfonía de la recreación y salvación del mundo.
Lo sorprendente de esta cadena de generaciones es que precisamente en el último eslabón, cuando aparece José, hijo de Jacob y esposo de María, José queda excluido totalmente del origen de Jesús y con él toda la lista que le precede. Sóla María se convierte en fuente de Jesús. ¡Sin José! ¡Sola ella y el Espíritu Santo! (como proclamamos en el Credo). José es para Jesús un padre que le transmite la gran tradición del pueblo. La mujer adquiere un gran protagonismo (José Cristo Rey García Paredes).
2. Jacob imparte su bendición, que es su herencia. No es el primogénito Rubén, ni el segundo Simeón, ni el tercero Leví, quienes "heredarán de la promesa", sino el cuarto Judá. Jesús nacerá en la tribu de Judá en Judea, en Belén. Un descendiente de Judá reinará no sólo sobre las demás tribus del pueblo elegido, como David, sino sobre todas las naciones.
-“Jacob llamó a sus hijos: «Quiero anunciaros lo que os ha de acontecer en días venideros...»” Es el testamento de Jacob de cuya «genealogía» nos hablará el evangelio. Un pueblo en marcha y abierto al futuro. La humanidad posee un «porvenir».
-“Judá, tus hermanos te rendirán homenaje... Judá, mi hijo, es un león joven”... Dios es el que elige. «He ahí que el León de la tribu de Judá ha vencido». (Apocalipsis 5,5). Jesús nacerá en la "tribu de Judá", en Judea, en Belén, Dios ya piensa en ello. Haznos disponibles, Señor, a tus «designios» a los que Tú quieres hacer por medio de nuestras vidas, de nuestras responsabilidades.
-“La realeza no se irá de Judá, ni el bastón del mando se irá de su descendencia, hasta tanto que venga aquél a quien le está reservado el poder y a quién las naciones obedecerán”...: un descendiente de Judá reinará no sólo sobre las demás tribus del pueblo elegido, sino sobre todas las naciones (Noel Quesson).
3. “Dios mío, confía tu juicio al rey, / tu justicia al hijo de reyes, / para que rija a tu pueblo con justicia, / a tus humildes con rectitud”: el salmo 71, el salmo del rey justo y su programa de gobierno, canta lo que será el estilo del rey mesiánico: “Que los montes traigan paz, / y los collados justicia; / que él defienda a los humildes del pueblo, / socorra a los hijos del pobre”.
Que en sus días florezca la justicia / y la paz hasta que falte la luna; / que domine de mar a mar, / del Gran Río al confín de la tierra”. A través de los siglos, a través de las vicisitudes y de los fracasos de la historia se ha mantenido esa sorprendente esperanza: ¡un "salvador" nacerá de la familia de Judá!  “Que su nombre sea eterno, / y su fama dure como el sol; / que él sea la bendición de todos los pueblos, / y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra”.
Llucià Pou Sabaté

jueves, 15 de diciembre de 2016

Viernes semana 3 de Adviento

Viernes de la semana 3 de Adviento

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
«Vosotros enviasteis legados a Juan y él dio testimonio de la verdad. Pero yo no recibo el testimonio de hombre, sino que os digo esto para que os salvéis. Aquél era la antorcha que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis alegraros por un momento con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan, pues las obras que me ha dado mi Padre para que las lleve a cabo, las mismas obras que yo hago, dan testimonio acerca de mí, de que el Padre me ha enviado». (Juan 5, 33-36)

1º. Jesús, hoy me hablas de tus milagros: «las obras que me ha dado mi Padre dan testimonio de mí.»
Juan también había dado testimonio de Ti, y su luz alumbró durante un tiempo.
«Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan».
Junto con las profecías del Antiguo Testamento -que se cumplieron en Ti con una exactitud inexplicable humanamente-, los milagros salidos de tus manos son una prueba irrefutable de que eres el Mesías enviado por Dios.
Jesús acompaña sus palabras con numerosos «milagros, prodigios y signos» (Hechos 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él.
Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado.
Hasta los dirigentes judíos se dan cuenta: «Entonces los pontífices y los fariseos convocaron el sanedrín y decían: ¿qué hacemos, puesto que este hombre realiza muchos milagros? Si le dejamos así, todos creerán en él» (Juan 11,47-48).
Sin embargo, no quieren aceptar que eres el Hijo de Dios.
Jesús, ¿cómo es posible que, viendo tus milagros, no creyeran en Ti?
Tú mismo me das la respuesta en la parábola del rico Epulón: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite» (Lucas 16,31).
Si no hago oración, si no tengo una vida de piedad en serio, si no sigo tus consejos ni los consejos de los ministros de tu Iglesia, ningún suceso extraordinario me dará la fe.
¡Cuánta gente ha vivido verdaderos milagros y ni se ha dado cuenta de que Tú estabas detrás.
Para verte, antes hay que tener ojos de fe o, al menos, querer tenerlos.
2º.  « ¿Has visto? -¡Con Él, has podido! ¿De qué te asombras?
-Convéncete: no tienes de qué maravillarte. Confiando en Dios           -¡confiando de veras!-, las cosas resultan fáciles. Y, además, se sobrepasa siempre el límite de lo imaginado» (Surco.-123).
Jesús, sigues haciendo milagros.
Sólo me pides que confíe en Ti, que confíe de veras.
Sobre todo quieres hacer muchos milagros de tipo sobrenatural: conversiones, decisiones de mayor entrega, nuevos campos apostólicos, victorias en la lucha ascética contra defectos arraigados.
¡Con El, has podido!
¿De qué te asombras?
Jesús, quieres que me apoye mucho en Ti para mejorar mis virtudes y superar los defectos que me impiden amarte más.
También estás dispuesto a ayudarme en mis necesidades humanas y materiales, y en las de los demás.
Por ello, es bueno que pida para que se solucione aquella dificultad familiar, o una enfermedad, o un examen.
También es cristiano pedir por el fin de las guerras, de las injusticias y de los sufrimientos de los hombres. Tú puedes hacer -y haces continuamente- muchos milagros materiales, especialmente cuando los pedimos a través de la intercesión de tu Madre la Virgen o de algún santo.
Sin embargo, no siempre me concedes lo que te pido.
¿Es que no me escuchas?
Jesús, Tú sabes más que yo.
Cuando no me concedes lo que te pido, es porque no me conviene o porque me tratas como tu Padre te trató: cargándote con la cruz.
Dios bendice con la Cruz.
La cruz es una muestra de confianza.
Cuando me envías una dificultad, me estás dando una ocasión de unirme y parecerme más a Ti.
No quieres que me busque cruces, pero tampoco que me rebele cuando me las envíes.
¡Qué gran testimonio cristiano da el que lleva con alegría su cruz.
Dame, Jesús, la fortaleza y la fe para saberla llevar, si me la envías.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Jueves semana 3 de Adviento

Jueves de la semana 3 de Adviento

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
«Después de marcharse los enviados de Juan, comenzó a decir a las muchedumbres acerca de Juan: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿Qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas delicadas? Mirad, los que visten con lujo y viven entre placeres están en palacios de reyes. ¿Qué habéis salido a ver? ¿Un profeta? Si; os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío delante de ti mi mensajero, que vaya preparándote el camino.
Os digo, pues, que entre los nacidos de mujer nadie hay mayor que Juan; aunque el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él. Y todo el pueblo y los publicanos, habiéndole escuchado, reconocieron la justicia de Dios, recibiendo el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los doctores de la Ley rechazaron el plan de Dios sobre ellos, no habiendo sido bautizados por él».(Lucas 7, 24-30)

1º. «Pero los fariseos y los doctores de la Ley rechazaron el plan de Dios sobre ellos».
Por tanto, Jesús, Tú tenias pensado otros planes para ellos; otros planes que no quisieron seguir, usando mal su libertad.
¿Qué hubiera pasado si los hubieran seguido?
Probablemente, el mundo sería distinto.
Jesús, Tú también me has preparado unos planes, una misión que debo cumplir en la tierra.
Y para que la pueda llevar a cabo, me has dado unos medios humanos y sobrenaturales: unas capacidades humanas, una familia, unos amigos, unas circunstancias económicas; y la gracia de Dios necesaria, que encuentro habitualmente a través de los sacramentos.
Jesús, las circunstancias que me han llevado a conocerte ya las tenias previstas: unos padres cristianos, un amigo, un maestro, un acontecimiento que me ha hecho pensar.
Seguramente me has estado enviando «gracias actuales», es decir, gracias específicas para situaciones concretas: «intervenciones divinas que están en el origen de la conversión o en el curso de la obra de la santificación» (CEC.- 2000). Son estas gracias las que me han impulsado a querer conocerte más.
¿Cómo no agradecértelo, Jesús?
Quiero corresponder a tus llamadas, quiero seguir tus planes, no rechazarlos como hicieron los fariseos y doctores de la Ley.
2º. «De que tú y yo nos portemos como Dios quiere -no lo olvides-dependen muchas cosas grandes» (Camino.-755).
Jesús, estás a punto de nacer.
Estás ahí, aún en el vientre de tu madre, y ya me das una lección: obediencia a los planes de Dios.
La Humanidad lleva siglos esperando, pero Tú no te impacientas.
Esta es siempre tu regla de conducta: hacer lo que quiere tu Padre Dios.
Por eso, ya desde el seno de Maria, sigues obedientemente los planes trazados por Dios desde la eternidad: quieres nacer como un niño normal, sin espectáculo, sin más cosas extraordinarias que las estrictamente necesarias.
De mi obediencia a tus planes, Jesús, dependen muchas cosas grandes.
¿Qué quieres hoy de mí?
Que no me pase como a esos fariseos y doctores de la Ley, que eran los que estaban más preparados para conocer tu venida: rechazaron el plan de Dios sobre ellos.
¡Qué pena!
Yo también tengo muchas posibilidades de conocerte más, de tratarte personalmente, incluso puedo recibirte en la comunión, si mi alma está limpia.
Que no me pase por alto la misión que me tienes reservada; que no me desentienda de esa vocación a la santidad que has puesto en el corazón de todos los hombres.
Quiero estar seguro de no fallar en esto, Señor.
Por eso me interesa preguntar, aconsejarme, escuchar a alguien capaz de ayudarme y... ¡dejarme ayudar!
Alguien que entienda mis circunstancias y que esté cerca de Ti, que luche también por cumplir tu voluntad por encima de todas las cosas.
¡Qué gran ayuda es la dirección espiritual!
Que me dé cuenta de que necesito ayuda para conocer tu voluntad, y que aprenda de Ti a obedecer los planes que Dios tiene para mí.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

martes, 13 de diciembre de 2016

Miércoles semana 3 de Adviento

Miércoles de la semana 3 de Adviento

Los cielos son llamados a destilar el rocío… ha llegado la salvación: “Anunciad a Juan lo que habéis visto y oído” 
En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: - «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?» Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: -«Juan, el Bautista, nos ha mandado a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?"» Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: -«Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí»”  (Lucas 7, 19-23)
1. Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: - «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?» La pregunta del Bautista ha condensado su destino de mensajero que anuncia la llegada del juicio de Dios sobre la tierra. Cuando acaba su vida en el fracaso aparente de una cárcel, hace la pregunta: ¿Eres tú el que ha de venir? Esta pregunta es el sentido de la historia de Israel. Esa pregunta sigue flotando en medio de la historia. Pensamos que al final de los tiempos, en el cielo nuevo y la nueva tierra, se realizará la buena nueva; pero todos ven que ya ahora Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: -«Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Vemos que en el mundo hay injusticias, que muchas cosas no van bien, y muchos suponen que Jesús ha fracasado. Pero la Palabra va haciéndose historia, la vida de Jesús, su amor y sus milagros es una semilla que ha irrumpido en el mundo fructificando en esa realidad definitiva que es la victoria de la vida sobre la muerte.
Dios se revela en la pascua del nacimiento de Jesús, su vida y milagros, y nos muestra el camino que conduce a la Vida, y estamos en el camino cuando ayudamos a los necesitados. Jesús es débil en poder humano, silenciosamente "pasa haciendo el bien", en su amor es "potente en la acción... en la palabra" (Hechos 10,38). Procuro imaginar a Jesús en medio de estos enfermos, tratando de hacerles bien... sus gestos, las breves palabras que les dirige. -Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan... Jesús cita al profeta Isaías (29, 18. 19; 35, 5-6) Así se inserta en la gran tradición de Israel, en la espera que le ha precedido. Adviento nos hace revivir este tiempo de espera. Son tantos los hombres que hoy también esperan la liberación de todo lo que pesa sobre sus vidas. En mi plegaria, expreso a Dios lo que percibo concretamente a mi alrededor de esta inmensa aspiración de la humanidad. -A los pobres... se les anuncia la Buena Nueva. Es el resumen de todos los otros beneficios. Hablar a los pobres, decirles alguna cosa "buena" para ellos. Hablar al corazón de los pobres para darles una noticia, la buena nueva de su liberación. Actuar primero antes que hablar. Y yo, ¿soy quizá de los que a menudo me contento con sólo mis buenas intenciones?
-Y bienaventurado aquel que no se escandalizare por causa mía. Una bienaventuranza nueva: No escandalizarse por las preferencias divinas (Noel Quesson).
Tantos y tantos formulan, más o menos conscientemente, la misma pregunta a Jesús: «¿eres tú o esperamos a otro?, ¿de dónde nos vendrá la felicidad, el pleno sentido de la vida? ¿de la Iglesia, de las ideologías, de las instituciones, de las religiones orientales, de las sectas, de los estimulantes? Porque no vemos que vayan reinando la justicia y la paz en este mundo». Nuestra respuesta debería ser tan concreta como la de Jesús, y en la misma dirección. Sólo puede ser evangelizadora una comunidad cristiana que cura, que atiende, que infunde paz y esperanza, que libera, que se muestra llena de misericordia. La credibilidad de la Iglesia, y de cada uno de nosotros, se consigue sólo si hacemos el bien a nuestro alrededor. Como en el caso de Jesús, de quien se pudo decir que «pasó haciendo el bien».
Como el Bautista ayuda a reconocer a Jesús, ¿actuamos también nosotros de precursores a nuestro alrededor? No hace falta ser sacerdote u obispo para eso. Todo cristiano puede, en este Adviento, ante todo crecer él mismo en su fe, y luego transmitirla a los demás, evangelizar, conducir a Jesús. Pueden ser precursores de Jesús los padres para con los hijos, los amigos con los amigos, los catequistas con su grupo. Y a veces al revés: los hijos para los padres, los discípulos para con el maestro. Según quién ayude y acompañe a quién, desde su fe y su convicción. Todo el que está trabajando a su modo en el campo de la evangelización, está acercando la salvación a este mundo, está siendo profeta y precursor de Adviento para los demás. Para que no sigan esperando a otro, Y se enteren que ya ha venido el Salvador enviado por Dios.
El programa mesiánico no se ha cumplido todavía. No reinan en la medida que prometían los profetas la justicia y la paz. El programa mesiánico sólo está inaugurado, sigue en marcha hasta el final. Y somos nosotros los que lo llevamos adelante. Cuanto más se manifieste la justicia y la esperanza en nuestro alrededor, tanto mejor estamos viviendo el Adviento y preparando la Navidad. En la Eucaristía, antes de comulgar, rezamos todos juntos el Padrenuestro. Y en esta oración hay una invocación que ahora en Adviento podemos decir con más convicción interior: «venga a nosotros tu Reino». Con el compromiso de que no sólo pedimos que venga el Salvador, sino también que nosotros trabajaremos en la construcción, en nuestro mundo de hoy, de ese Reino que trae paz y salvación a todos (J. Aldazábal).
No hay otro a quien esperar. Jesucristo está en nosotros y nos llama. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in saecula (Hebreos13,8). “¡Cuánto me gusta recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios” (J. Escrivá). Nosotros queremos ver al Señor, tratarle, amarle y servirle. ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!, nos anima su Vicario (Juan Pablo II).
2. Isaías comienza con un oráculo de investidura dedicado a Ciro. Por primera vez en la historia del pueblo escogido un oráculo favorable se dirige a un rey extranjero llamándolo "el ungido". Después de las nefastas invasiones de Babilonia y Siria, Persia, más permisivo y conciliador, resulta una bendición para la nación judía. Es un canto a la libertad: "Que los cielos manden de lo alto la lluvia y que las nubes descarguen la justicia. Que se abra la tierra y produzca su fruto que es la salvación”. Es el anuncio de la venida del Salvador. Cristo es el primer "brote" de la nueva humanidad renovada. Justicia y salvación son los frutos de la humanidad fecundada por la misericordia divina. Esta es una de las profecías de Isaías que el Adviento ha tenido más en cuenta. La renovación mesiánica es anunciada como una «primavera». La naturaleza entera se renueva y participa a la eclosión del Mesías.
-“Que los cielos destilen el rocío. Que las nubes derramen la justicia y produzca la salvación. Que la justicia haga que crezcan a la vez todos sus brotes”... Visión poética y optimista. Una vez más, oímos esa revelación constante de la Biblia. La humanidad no puede ser feliz, sin que la naturaleza obtenga de ello un beneficio. La tierra reseca recibe un «rocío» que la hace "fecunda" y las yemas brotan de todas partes. Concepción optimista de la naturaleza. -¡Yo, el Señor, he creado todo esto! Así habla el Señor, el Creador de los cielos. Que ha modelado la tierra y la ha formado. No la creó como un desierto, sino para que fuera habitada. Constantemente debemos volver a encontrar ese sentido profundo de las cosas, ese optimismo enraizado. Efectivamente, Dios hizo hermosa la tierra; y quiere que sea bella, fecunda y dichosa. El anuncio de la era mesiánica, anuncia también ese renuevo. ¿Cuál es mi participación en esa renovación? Concebir todo mi trabajo, mi vida de familia, mis compromisos, como una cooperación a Dios creador.
-“Yo soy el Señor. No existe ningún otro. No hay otro Dios, sino Yo”. Ese optimismo está fundado en un monoteísmo feroz. Isaías es el más estricto defensor del monoteísmo: ¡un solo Dios! ¡No hay otro!
-“Un Dios justo y salvador, no hay otro fuera de mi. ¡Volveos a mí y seréis «salvados», habitantes de toda la tierra!”La reivindicación divina es la maravillosa primavera anunciada. Cumple, Señor, tu promesa. Cambia el corazón de los hombres (Noel Quesson).
3. El Señor derrama en nosotros la lluvia abundante de su gracia y de su Espíritu Santo, para que no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino que lo seamos en verdad, y lo manifestemos con nuestras buenas obras, pues de lo que está lleno el corazón de eso habla la boca. Dios siempre ha sido bondadoso para con nosotros; si Él nos ha dado su Vida, demos frutos de justicia y de paz; sólo así nos habremos puesto en camino tras las huellas de Cristo hacia la Gloria del Padre. El único que puede salvar es Dios. Él es el todopoderoso, el creador de la luz y las tinieblas, de la paz y de las tribulaciones. Sólo a él podemos clamar pidiendo salvación y justicia. Los profetas intentaban recordar al pueblo -siempre olvidadizo y distraído- la existencia y la actuación de ese Dios trascendente, el único, el «todo Otro», lleno de poder y de misericordia a la vez, Señor del cosmos y de la historia. De esta convicción brota la oración más propia del Adviento: «cielos, lloved vuestro rocío, ábrase la tierra y brote el Salvador». El único que puede concedernos eso es Dios: «yo, el Señor, lo he creado. ¿Quién anunció esto desde antiguo? ¿no fui yo, el Señor?».
Este salmo es uno de los más propios del tiempo de Adviento: «la salvación está ya cerca de sus fieles». Seria bueno que lo rezáramos entero, reposadamente, por ejemplo después de la comunión, o en un momento de oración personal.
Debemos desear una nueva conversión para contemplarle en esta próxima Navidad. La Virgen nos ayudará a prepararnos para recibirle, y su fortaleza ayudará nuestra debilidad, y nos hará comprobar que para Dios nada es imposible.
Llucià Pou Sabaté
San Juan de la Cruz, presbítero y doctor de la Iglesia

Nació en Fontiveros, provincia de Ávila (España), hacia el año 1542. Pasados algunos años en la Orden de los carmelitas, fue, a instancias de Santa Teresa de Jesús, el primero que, a partir de 1568, se declaró a favor de su reforma, por la que soportó innumerables sufrimientos y trabajos. Murió en Ubeda el año 1591, con gran fama de santidad y sabiduría, de las que dan testimonio precioso sus escritos espirituales.
Su padre, Gonzalo de Yepes pertenecía a una buena familia de Toledo, pero como se casó con una joven de clase "inferior", fue desheredado y tuvo que ganarse la vida como tejedor de seda. A la muerte de Gonzalo, su esposa, Catalina Alvarez, quedó en la miseria y con tres hijos. Juan, que era el menor, nació en Fontiveros, en Castilla la Vieja, en 1542.
Asistió a una escuela de niños pobres en Medina del Campo y empezó a aprender el oficio de tejedor, pero como no tenía aptitudes, entró más tarde a trabajar como criado del director del hospital de Medina del Campo. Así pasó siete años. Al mismo tiempo que continuaba sus estudios en el colegio de los jesuitas, practicaba rudas mortificaciones corporales.
A los veintiún años, tomó el hábito en el convento de los carmelitas de Medina del Campo. Su nombre de religión era Juan de San Matías. Después de hacer la profesión, pidió y obtuvo permiso para observar la regla original del Carmelo, sin hacer uso de las mitigaciones (permisos para relajar las reglas) que varios Pontífices habían aprobado y eran entonces cosa común en todos los conventos.
San Juan hubiese querido ser hermano lego, pero sus superiores no se lo permitieron. Tras haber hecho con éxito sus estudios de teología, fue ordenado sacerdote en 1567. Las gracias que recibió con el sacerdocio le encendieron en deseos de mayor retiro, de suerte que llegó a pensar en ingresar en la Cartuja.
Santa Teresa fundaba por entonces los conventos de la rama reformada de las carmelitas. Cuando oyó hablar del hermano Juan, en Medina del Campo, la santa se entrevistó con él, quedó admirada de su espíritu religioso y le dijo que Dios le llamaba a santificarse en la orden de Nuestra Señora del Carmen. También le refirió que el prior general le había dado permiso de fundar dos conventos reformados para hombres y que él debía ser su primer instrumento en esa gran empresa. La reforma del Carmelo que lanzaron Santa Teresa y San Juan no fue con intención de cambiar la orden o "modernizarla" sino mas bien para restaurar y revitalizar su cometido original el cual se había mitigado mucho.  Al mismo tiempo que lograron ser  fieles a los orígenes, la santidad de estos reformadores infundió una nueva riqueza a los carmelitas que ha sido recogida en sus escritos y en el ejemplo de sus vidas y sigue siendo una gran riqueza de espiritualidad.
Poco después, se llevó a cabo la fundación del primer convento de carmelitas descalzos, en una ruinosa casa de Duruelo. San Juan entró en aquel nuevo Belén con perfecto espíritu de sacrificio. Unos dos meses después, se le unieron otros dos frailes. Los tres renovaron la profesión el domingo de Adviento de 1568, y nuestro santo tomó el nombre de Juan de la Cruz. Fue una elección profética. Poco a poco se extendió la fama de ese oscuro convento de suerte que Santa Teresa pudo fundar al poco tiempo otro en Pastrana y un tercero en Mancera, a donde trasladó a los frailes de Duruelo. En 1570, se inauguró el convento de Alcalá, que era a la vez colegio de la universidad; San Juan fue nombrado rector.
Con su ejemplo, San Juan supo inspirar a los religiosos e1 espíritu de soledad, humildad y mortificación. Pero Dios, que quería purificar su corazón de toda debilidad y apego humanos, le sometió a las más severas pruebas interiores y exteriores. Después de haber gozado de las delicias de la contemplación, San Juan se vio privado de toda devoción. A este período de sequedad espiritual se añadieron la turbación, los escrúpulos y la repugnancia por los ejercicios espirituales. En tanto que el demonio le atacaba con violentas tentaciones, los hombres le perseguían con calumnias.
La prueba más terrible fue sin duda la de los escrúpulos y la desolación interior, que el santo describe en "La Noche Oscura del Alma". A esto siguió un período todavía más penoso de oscuridad, sufrimiento espiritual y tentaciones, de suerte que San Juan se sentía como abandonado por Dios. Pero la inundación de luz y amor divinos que sucedió a esta prueba, fue el premio de la paciencia con que la había soportado el siervo de Dios.
En cierta ocasión, una mujer muy atractiva tentó descaradamente a San Juan. En vez de emplear el tizón ardiente, como lo había hecho Santo Tomás de Aquino en una ocasión semejante, Juan se valió de palabras suaves para hacer comprender a la pecadora su triste estado. El mismo método empleó en otra ocasión, aunque en circunstancias diferentes, para hacer entrar en razón a una dama de temperamento tan violento, que el pueblo le había dado el apodo de "Roberto el diablo".
En 1571, Santa Teresa asumió por obediencia el oficio de superiora en el convento no reformado de la Encarnación de Avila y llamó a su lado a San Juan de la Cruz para que fuese su director espiritual y su confesor. La santa escribió a su hermana: "Está obrando maravillas aquí. El pueblo le tiene por santo. En mi opinión, lo es y lo ha sido siempre." Tanto los religiosos como los laicos buscaban a San Juan, y Dios confirmó su ministerio con milagros evidentes.
Entre tanto, surgían graves dificultades entre los carmelitas descalzos y los mitigados. Aunque el superior general había autorizado a Santa Teresa a emprender la reforma, los frailes antiguos la consideraban como una rebelión contra la orden; por otra parte, debe reconocerse que algunos de los descalzos carecían de tacto y exageraban sus poderes y derechos. Como si eso fuera poco, el prior general, el capítulo general y los nuncios papales, daban órdenes contradictorias. Finalmente, en 1577, el provincial de Castilla mandó a San Juan que retornase al convento de Medina del Campo. El santo se negó a ello, alegando que había sido destinado a Avila por el nuncio del Papa. Entonces el provincial envió un grupo de hombres armados, que irrumpieron en el convento de Avila y se llevaron a San Juan por la fuerza. Sabiendo que el pueblo de Avila profesaba gran veneración al santo, le trasladaron a Toledo.
Como Juan se rehusase a abandonar la reforma, le encerraron en una estrecha y oscura celda y le maltrataron increíblemente. Ello demuestra cuán poco había penetrado el espíritu de Jesucristo en aquellos que profesaban seguirlo.
La celda de San Juan tenía unos tres metros de largo por dos de ancho. La única ventana era tan pequeña y estaba tan alta, que el santo, para leer el oficio, tenía que ponerse de pie sobre un banquillo. Por orden de Jerónimo Tostado, vicario general de los carmelitas de España y consultor de la Inquisición, se le golpeó tan brutalmente, que conservó las cicatrices hasta la muerte. Lo que sufrió entonces San Juan coincide exactamente con las penas que describe Santa Teresa en la "Sexta Morada": insultos, calumnias, dolores físicos, angustia espiritual y tentaciones de ceder. Más tarde dijo: "No os extrañe que ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor cuando estuve preso en Toledo".
Los primeros poemas de San Juan que son como una voz que clama en el desierto, reflejan su estado de ánimo:
En dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
El prior Maldonado penetró la víspera de la Asunción en aquella celda que despedía un olor pestilente bajo el tórrido calor del verano y dio un puntapié al santo, que se hallaba recostado, para anunciarle su visita. San Juan le pidió perdón, pues la debilidad le había impedido levantarse en cuanto lo vio entrar. "Parecíais absorto. ¿En qué pensabais?", le dijo Maldonado.
"Pensaba yo en que mañana es fiesta de Nuestra Señora y sería una gran felicidad poder celebrar la misa", replicó Juan.
"No lo haréis mientras yo sea superior", repuso Maldonado.
En la noche del día de la Asunción, la Santísima Virgen se apareció a su afligido siervo, y le dijo: "Sé paciente, hijo mío; pronto terminará esta Prueba."
Algunos días más tarde se le apareció de nuevo y le mostró, en visión, una ventana que daba sobre el Tajo: "Por ahí saldrás y yo te ayudaré." En efecto, a los nueve meses de prisión, se concedió al santo la gracia de hacer unos minutos de ejercicio. Juan recorrió el edificio en busca de la ventana que había visto. En cuanto la hubo reconocido, volvió a su celda. Para entonces ya había comenzado a aflojar las bisagras de la puerta. Esa misma noche consiguió abrir la puerta y se descolgó por una cuerda que había fabricado con sábanas y vestidos. Los dos frailes que dormían cerca de la ventana no le vieron. Como la cuerda era demasiado corta, San Juan tuvo que dejarse caer a lo largo de la muralla hasta la orilla del río, aunque felizmente no se hizo daño. Inmediatamente, siguió a un perro que se metió en un patio. En esa forma consiguió escapar. Dadas las circunstancias, su fuga fue un milagro.
El santo se dirigió primero al convento reformado de Beas de Segura y después pasó a la ermita cercana de Monte Calvario. En 1579, fue nombrado superior del colegio de Baeza y, en 1581, fue elegido superior de Los Mártires, en las cercanías de Granada. Aunque era el fundador y jefe espiritual de los carmelitas descalzos, en esa época participó poco en las negociaciones y sucesos que culminaron con el establecimiento de la provincia separada de Los Descalzos, en 1580. En cambio, se consagró a escribir las obras que han hecho de él un doctor de teología mística en la Iglesia.
La doctrina de San Juan es plenamente fiel a la tradición antigua: el fin del hombre en la tierra es alcanzar "Perfección de la caridad y elevarse a la dignidad de hijo de Dios por el amor"; la contemplación no es por sí misma un fin, sino que debe conducir al amor y a la unión con Dios por el amor y, en último término, debe llevar a la experiencia de esa unión a la que todo está ordenado. "No hay trabajo mejor ni mas necesario que el amor", dice el santo. "Hemos sido hechos para el amor." El único instrumento del que Dios se sirve es el amor." "Así como el Padre y e1 Hijo están unidos por el amor, así el amor es el lazo de unión del alma con Dios".
El amor lleva a las alturas de la contemplación, pero como que amor es producto de la fe, que es el único puente que puede salvar el abismo separa a nuestra inteligencia de la infinitud de Dios, la fe ardiente y vívida el principio de la experiencia mística. San Juan no se cansó nunca de inculcar esa doctrina tradicional con su estilo maravilloso y sus ardientes palabras.
Las verdades que enseñó no deben empañarse por las prácticas que puedan ser exageradas. Al mismo tiempo se ha de tener quidado en discernir que es exageración. ¿Cual es nuestro punto de referencia?, ¿Fueron todos los santos exagerados?, ¿Fue Jesucristo exagerado, aceptando morir en la Cruz?. ¿O no será mas bien que nosotros no sabemos amar hasta el extremo?.
Dios no pide lo mismo a todos. El sabe la capacidad y el corazón de cada uno. El amor expande el corazón y las capacidades de entrega.
Solía pedir a Dios tres cosas: que no dejase pasar un solo día de su vida sin enviarle sufrimientos, que no le dejase morir en el cargo de superior y que le permitiese morir en la humillación y el desprecio.
Con su confianza en Dios (llamaba a la Divina Providencia el patrimonio de los pobres), obtuvo milagrosamente en algunos casos provisiones para sus monasterios. Con frecuencia estaba tan absorto en Dios, que debía hacerse violencia para atender los asuntos temporales.
Su amor de Dios hacía que su rostro brillase en muchas ocasiones, sobre todo al volver de celebrar la misa. Su corazón era como una ascua ardiente en su pecho, hasta el punto de que llegaba a quemarle la piel. Su experiencia en las cosas espirituales, a la que se añadía la luz del Espíritu Santo, hacían de un consumado maestro en materia de discreción de espíritus, de modo que no era fácil engañarle diciéndole que algo procedía de Dios.
Juan dormía unas dos o tres horas y pasaba el resto de la noche orando ante el Santísimo Sacramento.
Después de la muerte de Santa Teresa, ocurrida en 1582, se hizo cada vez más pronunciada una división entre los descalzos. San Juan apoyaba la política de moderación del provincial, Jerónimo de Castro, en tanto que el P. Nicolás Doria, que era muy extremoso, pretendía independizar absolutamente a los descalzos de la otra rama de la orden.
El P. Nicolás fue elegido provincial y el capítulo general nombró a Juan vicario de Andalucía. El santo se consagró a corregir ciertos abusos, especialmente los que procedían del hecho de que los frailes tuviesen que salir del monasterio a predicar. El santo opinaba que la vocación de los descalzos era esencialmente contemplativa. Ello provocó oposición contra él.
San Juan fundó varios conventos y, al expirar su período de vicario, fue nombrado superior de Granada. Entre tanto, la idea del P. Nicolás había ganado mucho terreno y el capítulo general que se reunió en Madrid en 1588, obtuvo de la Santa Sede un breve que autorizaba una separación aún más pronunciada entre los descalzos y los mitigados. A pesar de las protestas de algunos, se privó al venerable P. Jerónimo Gracián de toda autoridad y se nombró vicario general al P. Doria. La provincia se dividió en seis regiones, cada una de las cuales nombró a un consultor para ayudar al P. Gracián en el gobierno de la congregación. San Juan fue uno de los consultores.
La innovación produjo grave descontento, sobre todo entre las religiosas. La venerable Ana de Jesús, que era entonces superiora del convento de Madrid, obtuvo de la Santa Sede un breve de confirmación de las constituciones, sin consultar el asunto con el vicario general. Finalmente, se llegó a un compromiso en ese asunto. Sin embargo, en el capítulo general de Pentecostés de 1591, San Juan habló en defensa del P. Gracián y de las religiosas.
El P. Doria, que siempre había creído que el santo estaba aliado con sus enemigos, aprovechó la ocasión para privarle de todos sus cargos y le envió como simple fraile al remoto convento de La Peñuela. Ahí pasó San Juan algunos meses entregado a la meditación y la oración en las montañas, "porque tengo menos materia de confesión cuando estoy entre las peñas que cuando estoy entre los hombres."
Pero no todos estaban dispuestos a dejar en paz al santo, ni siquiera en aquel rincón perdido. Siendo vicario provincial, San Juan, durante la visita al convento de Sevilla, había llamado al orden a dos frailes y había restringido sus licencias de salir a predicar. Por entonces, los dos frailes se sometieron pero un consultor de la congregación recorrió toda la provincia tomando informes sobre la vida y conducta de San Juan, lanzando acusaciones contra él, afirmando que tenía pruebas suficientes para hacerle expulsar de la orden. Muchos de los frailes prefirieron seguir la corriente adversa a Juan que decir la verdad que hace justicia. Algunos llegaron hasta quemar sus cartas para no caer en desgracia.
En medio de esa tempestad San Juan cayó enfermo. El provincial le mandó salir del convento de Peñuela y le dio a escoger entre el de Baeza y el de Ubeda. El primero de esos conventos estaba mejor provisto y tenía por superior a un amigo del santo. En el otro era superior el P. Francisco, a quien San Juan había corregido junto con el P. Diego. Ese fue el convento que escogió.
La fatiga del viaje empeoró su estado y le hizo sufrir mucho. Con gran paciencia, se sometió a varias operaciones. El indigno superior le trató inhumanamente, prohibió a los frailes que le visitasen, cambió al enfermero porque le atendía con cariño, sólo le permitía comer los alimentos ordinarios y ni siquiera le daba los que le enviaban algunas personas de fuera. Cuando el provincial fue a Ubeda y se enteró de la situación, hizo cuanto pudo por San Juan y reprendió tan severamente al P. Francisco, que éste abrió los ojos y se arrepintió.
Después de tres meses de sufrimientos muy agudos, el santo falleció el 14 de diciembre de 1591.
En su muerte no se había disipado todavía la tempestad que la ambición del P. Nicolás y el espíritu de venganza del P. Diego habían provocado contra él en la congregación de la que había sido cofundador y cuya vida había sido el primero en llevar.
La muerte del santo trajo consigo la revalorización de su vida y tanto el clero como los fieles acudieron en masa a sus funerales. Dios quiso que se despejaran las tinieblas y se vieses su vida auténtica para edificación de muchas almas. Sus restos fueron trasladados a Segovia, pues en dicho convento había sido superior por última vez.
Fue canonizado en 1726
Santa Teresa había visto en Juan un alma muy pura, a la que Dios había comunicado grandes tesoros de luz y cuya inteligencia había sido enriquecida por el cielo. Los escritos del santo justifican plenamente este juicio de Santa Teresa, particularmente los poemas de la "Subida al Monte Carmelo", la "Noche Oscura del Alma", la "Llama Viva de Amor" y el "Cántico Espiritual", con sus respectivos comentarios. Así lo reconoció la Iglesia en 1926, al proclamar doctor a San Juan de la Cruz por sus obras Místicas.
La doctrina de San Juan se resume en el amor del sufrimiento y el completo abandono del alma en Dios. Ello le hizo muy duro consigo mismo; en cambio, con los otros era bueno, amable y condescendiente. Por otra parte, el santo no ignoraba ni temía las cosas materiales, puesto que dijo: "Las cosas naturales son siempre hermosas; son como las migajas de la mesa del Señor."
San Juan de la Cruz vivió la renuncia completa que predicó tan persuasivamente. Pero a diferencia de otros menores que él, fue "libre, como libre es el espíritu de Dios". Su objetivo no era la negación y el vacío, sino la plenitud del amor divino y la unión sustancial del alma con Dios. "Reunió en sí mismo la luz extática de la Sabiduría Divina con la locura estremecida de Cristo despreciado".
Fuente Bibliográfica:
-Butler, Vidas de los Santos de Butler, Vol. IV.
-Oficio Divino I, p. 1031

lunes, 12 de diciembre de 2016

Martes semana 3 de Adviento

Martes de la semana 3 de Adviento

Somos invitados a vivir como hijos en la obediencia a la voluntad de Dios
Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: ‘Hijo, vete hoy a trabajar en la viña’. ’Y él respondió: ’No quiero’, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: ’Voy, Señor’, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en Él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en Él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en Él” (Mateo 21,28-32).
1. Hoy contemplamos al padre que tiene dos hijos y dice al primero: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña». Éste respondió: «”No quiero, pero después se arrepintió y fue». Al segundo le dijo lo mismo. Él le respondió: «Voy, señor»; pero no fue... Lo importante no es decir “sí”, sino “obrar”. Hay un adagio que afirma que «obras son amores y no buenas razones».
En otro momento, Jesús dará la doctrina que enseña esta parábola: «No todo el que me diga: „Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7, 21). Como escribió san Agustín, «existen dos voluntades. Tu voluntad debe ser corregida para identificarse con la voluntad de Dios; y no la de Dios torcida para acomodarse a la tuya». En lengua catalana decimos que un niño “creu” (“cree”), cuando obedece: ¡cree!, es decir, identificamos la obediencia con la fe, con la confianza en lo que nos dicen. Obediencia viene de “ob-audire”: escuchar con gran atención. Se manifiesta en la oración, en no hacernos “sordos” a la voz del Amor. «Los hombres tendemos a “defendernos”, a apegarnos a nuestro egoísmo. Dios exige que, al obedecer, pongamos en ejercicio la fe. A veces el Señor sugiere su querer como en voz baja, allá en el fondo de la conciencia: y es necesario estar atentos, para distinguir esa voz y serle fieles» (San Josemaría Escrivá).
Cumplir la voluntad de Dios es ser santo; obedecer no es ser simplemente una marioneta en manos de otro, sino interiorizar lo que hay que cumplir: y así hacerlo porque “me da la gana”.
Nuestra Madre la Virgen, maestra en la “obediencia de la fe”, nos enseñará el modo de aprender a obedecer la voluntad del Padre.
Al Bautista le hicieron caso los pobres y humildes, la gente sencilla, los pecadores, los que parecía que decían que no. Los otros, los doctos y los poderosos, los piadosos, parecía que decían que sí, pero no fueron sinceros. Muchas veces en el evangelio Jesús critica a los «oficialmente buenos» y alaba a los que tienen peor fama, pero en el fondo son buenas personas y cumplen la voluntad de Dios. El fariseo de la parábola no bajó santificado, y elpublicano, sí. Los viñadores primeros no merecían tener arrendada la viña, y les fue dada a otros que no eran del pueblo. Los leprosos judíos no volvieron a dar las gracias por la curación, mientras que sí lo hizo el tenido por pecador, el samaritano. Aquí Jesús llega a afirmar, cosa que no gustaría nada a los sacerdotes y fariseos, que «los publicanos y prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios», porque sí creyeron al Bautista. Jesús no nos está invitando a ser pecadores, o a decir que no. Sino a decir sí, pero siendo luego consecuentes con ese sí. Y esto, también en tiempos de Jesús, lo hace mejor el pueblo «pobre, sencillo y humilde» que se está reuniendo en torno a Jesús, siguiendo su invitación: «venid a mí, que soy sencillo y humilde de corazón». Ahora puede pasar lo mismo, y es bueno que recojamos esta llamada a la autocrítica sincera. Nosotros, ante la oferta de salvación por parte de Dios en este Adviento, ¿dónde quedamos retratados?; ¿somos de los autosuficientes, que ponen su confianza en sí mismos, de los «buenos» que no necesitan la salvación?; ¿o pertenecemos al pueblo pobre y humilde, el resto de Israel de Sofonías, el que acogió el mensaje del Bautista? Tal vez estamos íntimamente orgullosos de que decimos que sí porque somos cristianos de siempre, y practicamos y rezamos y cantamos y llevamos medallas: cosas todas muy buenas. Pero debemos preguntarnos si llevamos a la práctica lo que rezamos y creemos. No sólo si prometemos, sino si cumplimos; no sólo si cuidamos la fachada, sino si la realidad interior y las obras corresponden a nuestras palabras. También entre nosotros puede pasar que los buenos -los sacerdotes, los religiosos, los de misa diaria- seamos poco comprometidos a la hora de la verdad, y que otros no tan «buenos» tengan mejor corazón para ayudar a los demás y estén más disponibles a la hora del trabajo. Que sean menos sofisticados y complicados que nosotros, y que estén de hecho más abiertos a la salvación que Dios les ofrece en este Adviento, a pesar de que tal vez no tienen tantas ayudas de la gracia como nosotros. Esto es incómodo de oír, como lo fueron seguramente las palabras de Jesús para sus contemporáneos. Pero nos hace bien plantearnos a nosotros mismos estas preguntas y contestarlas con sinceridad.
En la misa de estos días, en las invocaciones del acto penitencial, manifestamos claramente nuestra actitud de humilde súplica a Dios desde nuestra existencia débil y pecadora: «tú que viniste al mundo para salvarnos», «tú que viniste a salvar lo que estaba perdido», «luz del mundo, que vienes a iluminar a los que viven en las tinieblas del pecado... Señor, ten piedad». Empezamos la misa con un acto de humildad y de confianza. Y no es por adorno literario, sino porque en verdad somos débiles y pecadores. Sólo el humilde pide perdón y salvación, como decía el salmo de hoy: «los pobres invocan al Señor y él les escucha». El Adviento sólo lo toman en serio los pobres. Los que lo tienen todo, no esperan ni piden nada. Los que se creen santos y perfectos, no piden nunca perdón. Los que lo saben todo, ni preguntan ni necesitan aprender nada (J. Aldazábal). Piensan que Dios es de los suyos y que habla por ellos.
Para Jesús, son las „obras‟, no las „palabras‟, las que van hablando de nuestro espíritu auténtico, lo que definen a una persona. Se cuenta que en una ocasión, la hermana pequeña de santo Tomás de Aquino le preguntó: –“¿Tomás, qué tengo yo que hacer para ser santa?”–. Ella esperaba una respuesta muy profunda y complicada, pero el santo le respondió: “Hermanita, para ser santa basta querer”. ¡Sí!, querer. Pero querer con todas las fuerzas y con toda la voluntad. Es decir, que no es suficiente con un “quisiera”. La persona que “quiere” puede hacer maravillas; pero el que se queda con el “quisiera” es sólo un soñador o un idealista incoherente. Éste es el caso del segundo hijo: él “hubiese querido” obedecer, pero nunca lo hizo. Aquí el refrán popular vuelve a tener la razón: “del dicho al hecho hay mucho trecho” (Clemente González).
2. La ausencia de Dios y de lo divino en una sociedad se ve reflejado en la lectura de Sofonías: “¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora! No obedeció ni escarmentó, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no se acercaba a su Dios”. Dios se apoya en unos cuantos para salvar a todos, para que hagan de intercesores: “Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes. Desde más allá de los ríos de Etiopía, mis fieles dispersos me traerán ofrendas”. Es bonito ver como la llamada es para los dispersos, paganos, que están también invitados a esa fiesta, a la salvación.
“Aquel día no te avergonzarás de las obras con que me ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas, y no volverás a gloriarte sobre mi monte santo”. Ante el ateísmo práctico, vemos ese desbordarse generoso de Dios en promesas de restauración mesiánica. Sobre todo habla de Jesús, de labios puros para invocar el nombre del Señor, que ha tenido ese corazón obediente para vivir cumpliendo la voluntad de Dios. En "aquel día", en la era mesiánica en que nos encontramos, nadie tendrá por qué avergonzarse de sus malas obras pasadas, pues estarán transformados en Cristo: “Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos».
3. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”, canta el salmo. Es un cantar lleno de alegría: “Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren”. Los pobres son los que hacen la historia, mueven el corazón de Dios.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. Pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias. El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él”. El Señor nunca nos va a abandonar, y cuando un hijo suyo indefenso no tiene a nadie a quien acudir, no está solo, pues Dios le escucha y le cuidará.
Llucià Pou Sabaté
Santa Lucía, virgen y mártir

Virgen y mártir de Siracusa en Sicilia, cuya fiesta se celebra tanto por los latinos y griegos al igual el 13 de Diciembre. De acuerdo a la historia tradicional, ella nació de padres ricos y nobles como por el año del 283. Su padre era de descendencia Romana, pero su pronta muerte la dejó dependiente de su madre, cuyo nombre era Eutychia, que indica que tenía descendencia Griega. Como muchas de las primera mártires, Lucia había consagrado su virginidad a Dios, y ella deseaba dejar todas sus pertenencias terrestres al servicio de los pobres. Su madre no era de opinión simple, pero en ocasiones se la ofrecía cuando Lucia llevaba a cabo sus resoluciones generosas. La fama de la virgen-mártir Ágata, quien fue ejecutada cincuenta y dos años antes en la persecución Decana, estaba atrayendo numerosos visitantes a sus cenizas en Catania, a menos de cincuenta millas de Siracusa, y muchos milagros se le adjudicaron a ella. Eutychia por consiguiente fue persuadida a realizar un peregrinaje a Catania, con la esperanza de ser curada de su hemorragia, de la cuál había sufrido durante años.
En efecto ahí estaba curada, y Lucia, aprovechándose de la oportunidad, persuadió a su madre para que le permitiera distribuir gran parte de sus riquezas entre los pobres. Esta dadiva removió la avaricia del in merecedor joven al cual Lucia sin querer se había comprometido, y él la denunció a Pascasios, el Gobernador de Sicilia. Y fue en el año del 303, durante la intensa persecución de Diocletian. En principio fue condenada a sufrir la humillación de ser violada; pero gracias a la ayuda de Dios ella permaneció inmóvil, para que no se la pudieran llevar al lugar de la humillación. Montones de madera fueron colectados y puestos en sus pies y se les prendió fuego, y de nuevo Dios la salvó. Finalmente, encontró su muerte por medio de una espada. Pero antes de morir predijo el castigo de Pascasios y la pronta terminación de la persecución, agregando que Diocletian ya no reinaría mas, y que Maximiano encontraría la muerte. Entonces, con las últimas fuerzas de la vida, ella ganó su corona de virginidad y martirio.
Esta bella historia no puede aceptarse desafortunadamente sin critica. Los detalles pueden ser solamente repeticiones de acontecimientos similares de la vida y muerte de la virgen-mártir. Mas aún, la profecía no fue realizada, si se requería que Maximiano debería morir inmediatamente después de la terminación de su reinado.. Pascasios, también, es un nombre extraño para que lo conlleve un pagano. Aun sin embargo, aun que no hay otra evidencia por la cual puede comprobarse la historia, solo puede sugerirse que los hechos pertinentes a la historia de la santa merecen mención especial. Entre éstas, el lugar y fecha de su muerte no pueden ser cuestionadas, por el resto, las más notables son su conexión con Santa Ágata y la cura milagrosa de Eutychia, y se espera que éstas no hayan sido introducidas por el religioso recopilador de la historia de la santa o un intrínsico popular de entrelazar juntas dos santas nacionales. La historia, tal como la hemos descrito, puede rastrearse hasta la Acta, y estas datan desde el quinto siglo. Aunque no pueden darse como precisos, no puede dudarse de la gran veneración que fue mostrado por Santa Lucia por la Iglesia de antaño. Ella es una de las pocas santas femeninas cuyo nombre aparece en el canónigo de San Gregorio, y hay oraciones especial y antífonas para ella en “Sacramentario" y "Antifonal". Ella también se le conmemora en el Martirologio Romano Antiguo. San. Haldeéis (murió. 709) es el primer escritor que usa sus actos para contar plenamente sobre su vida y muerte. Esto lo hace en prosa en el "Tractatus de Laudibus Virginitatis" (Tract. xliii, P. L., LXXXIX, 142) y de nuevo, en verso, en el poema "De Laudibus Virginum" (P. L., LXXXIX, 266). Siguiéndole al, el Venerable Beda inserta la historia en su Martirologio.
En referencia a sus cenizas, Sigebert (1030-1112), un monje de Gembloux, en su "sermo de Sancta Lucia", dice que su cuerpo yace sin ser molestado en Sicilia ya por 400 años, antes de Faroald, Duque de Spoleto, tomo la isla y transfirió el cuerpo de la santa a Corfinium en Italia. De allí fue removido por el Emperador Otto I, 972, a Metz y depositado en la Iglesia de San Vicente. Y fue de este altar que un brazo de la santa fue tomado y llevado al monasterio de Luitburg en la Diócesis de Spires--un acontecimiento celebrado por Sigebert el mismo en verso. La historia subsiguiente de las cenizas no es claro. En la captura de Constantinopla en 1204, los Franceses encontraron algunas cenizas en esa ciudad, y el Doge de Venecia las aseguraron para llevarlas al monasterio de San Jorge en Venecia. En el año de 1513 los Venecianos ofrecieron a Luis XII de Francia la cabeza de la santa, la cual él deposita en la iglesia catedral de Borges. Otro acontecimiento, aun sin embargo, cuenta que la cabeza fue llevada a Borges de Roma hacia donde fue transferida durante ese tiempo cuando las cenizas reposaban en Corfinium.
JAMES BRIDGE
Trascrito por Janet Grayson
Traducido por Lourdes P. Gómez