Viernes de la semana 3 de Adviento
«Vosotros enviasteis legados a Juan y él dio testimonio de la verdad. Pero yo no recibo el testimonio de hombre, sino que os digo esto para que os salvéis. Aquél era la antorcha que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis alegraros por un momento con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan, pues las obras que me ha dado mi Padre para que las lleve a cabo, las mismas obras que yo hago, dan testimonio acerca de mí, de que el Padre me ha enviado». (Juan 5, 33-36)
1º. Jesús, hoy me hablas de tus milagros: «las obras que me ha dado mi Padre dan testimonio de mí.»
Juan también había dado testimonio de Ti, y su luz alumbró durante un tiempo.
«Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan».
Junto con las profecías del Antiguo Testamento -que se cumplieron en Ti con una exactitud inexplicable humanamente-, los milagros salidos de tus manos son una prueba irrefutable de que eres el Mesías enviado por Dios.
Jesús acompaña sus palabras con numerosos «milagros, prodigios y signos» (Hechos 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él.
Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado.
Hasta los dirigentes judíos se dan cuenta: «Entonces los pontífices y los fariseos convocaron el sanedrín y decían: ¿qué hacemos, puesto que este hombre realiza muchos milagros? Si le dejamos así, todos creerán en él» (Juan 11,47-48).
Sin embargo, no quieren aceptar que eres el Hijo de Dios.
Jesús, ¿cómo es posible que, viendo tus milagros, no creyeran en Ti?
Tú mismo me das la respuesta en la parábola del rico Epulón: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite» (Lucas 16,31).
Si no hago oración, si no tengo una vida de piedad en serio, si no sigo tus consejos ni los consejos de los ministros de tu Iglesia, ningún suceso extraordinario me dará la fe.
¡Cuánta gente ha vivido verdaderos milagros y ni se ha dado cuenta de que Tú estabas detrás.
Para verte, antes hay que tener ojos de fe o, al menos, querer tenerlos.
2º. « ¿Has visto? -¡Con Él, has podido! ¿De qué te asombras?
-Convéncete: no tienes de qué maravillarte. Confiando en Dios -¡confiando de veras!-, las cosas resultan fáciles. Y, además, se sobrepasa siempre el límite de lo imaginado» (Surco.-123).
Jesús, sigues haciendo milagros.
Sólo me pides que confíe en Ti, que confíe de veras.
Sobre todo quieres hacer muchos milagros de tipo sobrenatural: conversiones, decisiones de mayor entrega, nuevos campos apostólicos, victorias en la lucha ascética contra defectos arraigados.
¡Con El, has podido!
¿De qué te asombras?
Jesús, quieres que me apoye mucho en Ti para mejorar mis virtudes y superar los defectos que me impiden amarte más.
También estás dispuesto a ayudarme en mis necesidades humanas y materiales, y en las de los demás.
Por ello, es bueno que pida para que se solucione aquella dificultad familiar, o una enfermedad, o un examen.
También es cristiano pedir por el fin de las guerras, de las injusticias y de los sufrimientos de los hombres. Tú puedes hacer -y haces continuamente- muchos milagros materiales, especialmente cuando los pedimos a través de la intercesión de tu Madre la Virgen o de algún santo.
Sin embargo, no siempre me concedes lo que te pido.
¿Es que no me escuchas?
Jesús, Tú sabes más que yo.
Cuando no me concedes lo que te pido, es porque no me conviene o porque me tratas como tu Padre te trató: cargándote con la cruz.
Dios bendice con la Cruz.
La cruz es una muestra de confianza.
Cuando me envías una dificultad, me estás dando una ocasión de unirme y parecerme más a Ti.
No quieres que me busque cruces, pero tampoco que me rebele cuando me las envíes.
¡Qué gran testimonio cristiano da el que lleva con alegría su cruz.
Dame, Jesús, la fortaleza y la fe para saberla llevar, si me la envías.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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