domingo, 13 de julio de 2014

Lunes de la semana 15 de tiempo ordinario

Lunes de la semana 15 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
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 y en PDB

Jesús nos enseña a dar la vida por él y los demás, pues la vida cuando se da, se encuentra
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: -«No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.» Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades” (Mateo 10,34-11,1).
1. Termina hoy el «discurso de la misión» de Mateo. Jesús, escucho las grandes paradojas:
-“No penséis que he venido a traer paz a la tierra... he venido a traer espada... Porque he venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre”... Jesús, estás afirmando es que seguirle a él comporta una cierta violencia: espadas, división en la familia, opciones radicales, renuncia a cosas que apreciamos, para conseguir otras que valen más. No es que quieras dividir: pero a los creyentes, la fe les va a acarrear, con frecuencia, incomprensión y contrastes con otros miembros de la familia o del grupo de amigos. Hay muchas personas que aceptan renuncias por amor, o por interés (comerciantes, deportistas), o por una noble generosidad altruista (en ayuda del Tercer Mundo). Los cristianos, además, lo hacen por la opción que han hecho de seguir el estilo evangélico de Jesús. Ya se lo había anunciado el anciano Simeón a María, la madre de Jesús: su hijo sería bandera discutida y signo de contradicción. Y lo dijo también el mismo Jesús: el Reino de Dios padece violencia y sólo los «violentos» lo consiguen. La fe, si es coherente, no nos deja «en paz», aunque nos da una paz que el mundo no puede dar. Nos pone ante opciones decisivas en nuestra vida. Ser cristianos -seguidores de Jesús- no es fácil y supone saber renunciar a las tentaciones fáciles en el tener, o en el poder, o en el placer.
-“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”. Atender y amar a nuestros padres es muy importante, y tiene que traducirse en actos concretos de ayuda mutua y de justicia (Mc 7,11). El hijo egoísta está desnaturalizado, y quien se despega demasiado de los padres luego eso paga factura, pues va contra la naturaleza, y también nos impediría amar sinceramente a los nuestros o a aquellos con los que convivimos. Pero si hay que escoger, seguir a Jesús es más importante, y te pido hoy, Jesús, que estés por encima de todos los lazos terrestres, aun los más sagrados, como los de la familia; hay que amarte más a ti que a mis padres: «amar a Dios sobre todas las cosas» (J. Aldazábal).
-“El que conserve su vida, la perderá. Y el que pierda su vida "por mí... la conservará”. Otra vez ponemos en segundo lugar lo más importante: la "vida" es el mayor bien. Jesús afirma aquí una de las leyes fundamentales de la existencia: no hay que estar pendiente de la propia vida, no tratar de poseerla para sí en una especie de ansia egoísta... Hay que salir de sí mismo, ir más allá, superarse. Pero es cuando nos “damos” que nos “encontramos”, en el olvido de sí mismo es donde se halla la verdadera "vida", la verdadera felicidad, el verdadero crecimiento y plenitud. La Palabra de Jesús no tiene pues ningún aspecto negativo, ni triste ni punible: es una palabra de luz y de alegría. "Dando" su propia vida, como Jesús, uno "encuentra la vida" y esta vida, que se encuentra de nuevo es mucho más valiosa que la simple vida terrestre: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10).
Cada misa es el memorial y la renovación del don que Jesús hizo de Sí mismo antes de pedirnos que esta actitud sea también la nuestra:"He aquí mi vida entregada por vosotros, he aquí mi cuerpo y mi sangre entregados por vosotros...". ¿Cómo voy, desde HOY, a entregar mi vida?
-“El que recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado. Y cualquiera que le dé a beber aunque sea un vaso de agua fresca a uno de esos humildes... no perderá su recompensa”. ¡La acogida! ¡Ser acogedor! Es la forma sonriente del amor. Es el don más sencillo y el que con más frecuencia se puede practicar siempre, incluso cuando se es muy pobre y no se tiene otra cosa que dar. A lo menos, siempre se puede hacer esto: cuidar que sean siempre acogedores y amables nuestro trato y nuestras relaciones humanas. Jesús ha evocado tres clases de miembros de la comunidad: los profetas -los que tienen una responsabilidad en la comunidad-; luego los justos -los que no tienen más que su vida justa y honrada a ofrecer como modelo-..., en fin, los pequeños -los que no tienen ninguna responsabilidad en la comunidad. Es la cima y la conclusión de todo ese discurso apostólico de Jesús (Noel Quesson).
2. Empezamos hoy la lectura del Libro del Éxodo, seguimos con la historia del pueblo elegido, 400 años después de que José concluyera la era de los patriarcas. Estamos en el siglo XIII antes de Cristo.
-“Se alzó en Egipto un nuevo rey que nada sabía de José”. El Faraón -¿Ramsés II?- ya no recuerda los favores que deben a José. Israel es un pueblo numeroso que provoca recelos, y además a los egipcios les interesa poder disponer de mano de obra abundante y barata. HOY en mi vida propia, y en la vida de mis hermanos a mi alrededor, abriré bien los ojos sobre las situaciones en las que se sufre.
-“Israel es reducido a cruel servidumbre”... Esclavitud laboral y orden de eliminar a los niños que vayan naciendo (las comadronas a veces no obedecen, un hermoso caso de «objeción de conciencia»). Ahí es cuando empieza la historia de Moisés, que es también la historia de un Dios que ha decidido liberar a su pueblo. Capataces brutales... Vida insoportable... HOY todavía hay situaciones de ese tipo: trabajos penosos impuestos... genocidio... siguen habiendo muchos «oprimidos», «despreciados», «aplastados», gente cuya vida «es demasiado dura», categorías enteras de «los sin voz». Miro a mi alrededor y pongo nombres concretos, quizá algunos rostros, sobre estas «Palabras de Dios» relatadas aquí.
-“Los hijos de Israel, gimiendo bajo la servidumbre, clamaron al cielo y su llamada de ayuda subió hasta Dios, desde el fondo de su servidumbre. Dios escuchó sus gemidos”. Dios se revela aquí como el «Dios de los pobres» Dios oye el grito de los pobres. Escucha los gemidos de los que sufren. ¿Y yo? Descubrir esto, afirmar que "Dios es salvador" y no comprometerse al servicio de los pobres, sería una mentira. Jesús, siglos más tarde, nos repetirá que Dios está de parte de los que gimen, para liberarlos: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados» (Mt 11, 28; Noel Quesson).
3. Entendemos por qué Israel y nosotros cantamos con gratitud: «Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, nos habrían tragado vivos... Bendito el Señor que no nos entregó en presa a sus dientes. Nuestro auxilio es el nombre del Señor»: hemos sido liberados por el nuevo Moisés, Cristo Jesús. Con su muerte -su «éxodo»- nos ha hecho salir de la esclavitud y nos ha hecho miembros del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia. Podemos rezar con pleno sentido: «si el Señor no hubiera estado de nuestra parte...». Antes se apelaba al pueblo que vivió el primer éxodo: «que lo diga Israel». Ahora somos nosotros los que podemos dar gozoso testimonio: «que lo diga el pueblo de los liberados por Cristo Jesús». ¿Tenemos experiencia de «liberados» por Cristo, de reconciliados por él, de salvados? También podemos reflexionar desde otra perspectiva. Las situaciones de injusticia continúan a lo largo de la historia. Situaciones de opresión económica y humana. Situaciones de genocidio en diferentes partes del mundo, de las que nos enteramos, día tras día, por los medios de comunicación, y no nos tendrían que dejar indiferentes. A Dios le sigue doliendo el sufrimiento del pobre y del débil, y busca las personas para la liberación de los oprimidos. Lo mismo que entonces a Moisés, ahora nos encarga a nosotros -a los cristianos y a todos los de buena voluntad- que luchemos contra la injusticia. Siempre podemos aportar algo para solucionar los grandes problemas del mundo, con ayuda económica o trabajo personal. Pero, además, hemos de colaborar en nuestro mundo más cercano. Ante todo, no creando nosotros mismos situaciones de injusticia. Y, luego, denunciando, si es el caso, los atropellos de los derechos humanos, y trabajando nosotros en la mejora de la vida de los más pobres, en el terreno de la educación, de la sanidad, de la atención social y, naturalmente, en la evangelización cristiana, factor fundamental para la liberación integral de la persona humana.
S. Agustín comenta así este salmo de esperanza: "También a nosotros nos sostiene una segura esperanza, y cantaremos con júbilo. En efecto, para nosotros no son extraños los cantores de este salmo... Por tanto, cantemos todos con un mismo espíritu: tanto los santos que ya poseen la corona, como nosotros, que con el afecto nos unimos en la esperanza a su corona. Juntos deseamos aquella vida que aquí en la tierra no tenemos, pero que no podremos tener jamás si antes no la hemos deseado". Los santos pensarán: “como habría sido difícil conseguir la liberación si no hubiera intervenido la mano del Liberador para socorrerlos, llenos de alegría exclaman: "Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte". Así inician su canto. Era tan grande su júbilo, que ni siquiera han dicho de qué habían sido librados". En Jesús se manifiesta mediante los milagros que “Dios estaba con él” (Hch 10,38) y cómo Dios lo libra de los lazos de la muerte con la resurrección: “danos, Señor, tu ayuda en la tribulación (…) fortaleza para luchar en los combates, y míranos propicio (…) en esta hora de la prueba” (S. Eulogio de Córdoba).
Llucià Pou Sabaté


San Camilo de Lelis, presbítero

SANTA CATHERINE o KATERI TEKAKWITHA
Catherine o Kateri Tekakwitha nació en 1656 en Ossernenon, actual Auriesville (Estados Unidos). Era hija de un jefe de tribu Mohawk y una india algonquín católica que había sido bautizada y educada por misioneros franceses. A los cuatro años perdió a su familia a causa de una epidemia de viruela, y ella misma quedó desfigurada y con la vista muy disminuida a causa de la enfermedad. Fue adoptada por un pariente, jefe de una tribu vecina. Creciendo se interesó por el cristianismo, y a los 20 años fue bautizada por un misionero francés.
Los miembros de su tribu no comprendieron su nueva filiación religiosa, por lo que fue marginada. Se mortificaba como camino de santidad, y rezaba por la conversión de sus parientes y de los miembros de su tribu. Sufrió persecuciones que amenazaron su vida, por lo que tuvo que huir para establecerse en una comunidad de nativos cristianos en Kahnawake, Quebec (Canadá), donde vivió dedicada a la oración, la penitencia y el cuidado de enfermos y ancianos. También hizo voto de castidad. Murió en 1680, a la edad de 24 años. Sus últimas palabras fueron: "Jesús, te quiero". La tradición dice que las cicatrices de Catherine se desvanecieron después de su muerte, revelando una mujer de gran belleza; y que numerosos enfermos que asistieron a su funeral sanaron.
El proceso de canonización comenzó en 1884. Fue declarada venerable por el Papa Pío XII en 1943, y beatificada por el beato Juan Pablo II en 1980. Como primera india norteamericana beatificada, ocupa un lugar especial en la devoción de los pueblos nativos de América del Norte. Su fiesta se celebra el 14 de julio.
Milagro oficial. No sucedió en un lugar remoto, en circunstancias confusas, ni hace cientos de años... pasó en 2006, en Estados Unidos, en el país mejor comunicado del mundo, en el Hospital Infantil de Seattle y la cámara hiperbárica del centro médico Virginia Mason, bajo la supervisión de un equipo pediatra e interdisciplinar.
Su protagonista, Jake Finkbonner, tenía cinco años y estuvo a punto de morir, pero milagrosamente vive... y si no pasa nada extraño vivirá muchos años, y contará su testimonio bien adentrado el siglo XXI.
Jake tiene once años y ha colocado las fotos de su rostro deformado por la enfermedad en su web www.jakefinkbonner.com
 
 . Todo a la vista.

Y habla en televisiones y se deja entrevistar, como aquí, en KomoNews.com (KomoTV). http://www.seattlepi.com/local/komo/article/Vatican-calls-Whatcom-boy-s-survival-a-miracle-2414150.php#ixzz1h6dvq5ru
 .

Así, Kateri (Catalina) Tekakwitha, una india insignificante, de cara desfigurada por la viruela y despreciada por su pueblo en el siglo XVI, que murió joven, se convierte en la primera india de América del Norte santa, una de las pocas laicas santas de Estados Unidos, un país que pedirá que se cuente una y otra vez el milagro.
Por muy anticatólico que sea Hollywood, la asombrosa relación entre Kateri y Jake (que es indio lummi por rama paterna) y el drama de la enfermedad invencible y asombrosamente vencida, da para más de una película. Como ha insistido siempre el cristianismo, el sufrimiento esperanzado de aquella (Kateri) trae la liberación luminosa de éste (Jake). Kateri gana batallas después de muerta, porque los santos viven con Dios. De hecho, Jake dice que lo vio, a Dios, durante su enfermedad.
El milagro sucedió en 2006 y hace tiempo que se conocía, pero solo este lunes 19 de diciembre de 2011 el vicepostulador de la causa de Kateri Tekakwitha confirmó que éste es el milagro aceptado en la Congregación de la Causa de los Santos para canonizar a la joven india. Los expertos médicos del proceso de canonización y los que atendieron a Jake, según parece probado, no saben por qué se curó el niño.
Todo empezó cuando Jake tenía cinco años y, jugando al baloncesto en su ciudad de Sandy Point, se cayó al suelo y se hizo una herida en la boca. Por esa herida entró la bacteria Fasciitis necrocitante, también llamada Strep A, y, de forma más popular, la "bacteria devoradora de carne". En realidad no come la carne pero genera toxinas que disuelven los tejidos a gran velocidad y a menudo la única forma de salvarse es cortar con rapidez el miembro infectado; así perdió su pierna en 1994 el antiguo primer ministro de Quebec, Lucien Bouchard, o quedó sin brazo en 2004 el Nobel de física Eric Allin Cornell.
La madre de Jake, Elsa Finkbonner, lo explica con claridad: "lo normal es que la gente adquiera esta enfermedad en una extremidad, y la solución más simple es amputar. Pero no podías hacer eso por Jake, porque la infección estaba en su cara".
Las fotos son terribles.Cada día los doctores del Hospital Infantil de Seattle cortaban más y más trozos de piel y tejidos, pero la enfermedad avanzaba. Cada día llevaban al niño a la cercana cámara hiperbárica del centro Virginia Mason: el oxígeno debía ayudar a ralentizar el proceso. Pero la enfermedad no se detenía. Se extendió por el cuello y por los hombros. Cada día los médicos pensaban que el niño iba a morir, pero seguían actuando contra toda esperanza.
Mientras tanto, Elsa y su marido Donny rezaban por su hijo. Donny es miembro de la nación india lummi, también llamada Lhaq´temish, (www.lummi-nsn.org
), de los que quedan unos 5.000, y que son católicos en su mayoría desde que fueron evangelizados por los oblatos en el siglo XIX. Muchos viven en una pequeña península en la costa pacífica, cerca de la frontera de Canadá, y sus ancestros controlaban en esas costas e islas, un pueblo de mar y canoas.

Fueron los médicos los que recomendaron a los Finkbonner que llamaran a su sacerdote. El padre Tim Sauer atendía la parroquia de la reserva lummi y dos parroquias más. El padre Sauer llamó al capellán del hospital, conocido suyo, que le dijo "bien, padre, es muy posible que Jake ya no esté aquí mañana". Así entendió que Jake podía morir en cualquier momento.
El padre Sauer pensó en la beata Kateri Tekakwitha, hija de un indio mohawk y una india algonquina raptada, cuyo rostro había quedado marcado por la viruela en su infancia, y que dedicó toda su juventud a orar y cuidar enfermos. Se dice que cuando murió, las marcas de su rostro desaparecieron, y todos los enfermos que había estado cuidando se curaron milagrosamente en el día de su funeral. Kateri es patrona de los indios, así que Tim Sauer animó a los padres a rezar pidiendo su intercesión. Lo mismo hicieron en sus tres parroquias, incluyendo la de la nación lummi, y mucha otra gente alertada por los parroquianos.
Durante 18 días, los médicos cortaron piel y tejidos. Realizaron 20 operaciones quirúrgicas en esos días. Y la enfermedad remitió. Se detuvo la corrupción de tejidos y desapareció el peligro de muerte. Quedaron las cicatrices y el rostro deformado.
Todavía no circulan declaraciones públicas del equipo médico sobre lo que pasó, pero sí ha hablado el vicepostulador de la causa, Paul A. Lenz: "ellos [los médicos de Seattle y los de la comisión del Vaticano] no creen que su habilidad médica fuese la cura; cada noche pensaban que Jake iba a morir".
Los Finkbonner están encantados con los médicos. Consideran que su entrega y pasión ya son en sí mismas milagrosas y lo han declarado muchas veces. En su web, Jake escribe: "estoy agradecido a los médicos del Hospital Infantil de Seattle que salvaron mi vida". Y la familia anima a la gente a donar sangre, con fotos y todo. Su hijo a los 9 años ya había necesitado 100 unidades de sangre, por las 20 operaciones de 2006 y otras cinco que vendrían después. En 2011, ya son 29 operaciones.
La familia cumple lo que enseña la Biblia en Eclesiástico 38 (Sirácida): "Honra al médico por sus servicios, como corresponde, porque también a él lo ha creado el Señor. La curación procede del Altísimo (...). El Señor dio a los hombres la ciencia, para ser glorificado por sus maravillas. Con esos remedios el médico cura y quita el dolor, y el farmacéutico prepara sus ungüentos."
Pero los Finkbonner también están agradecidos a la santa y a Dios. "En mi corazón, todos nosotros, hemos visto siempre que la recuperación de Jake, su curación y supervivencia, fue realmente un milagro. Si hacen santa a la beata Kateri, será un honor formar parte del proceso", afirma Elsa, la madre, en The Bellingham Herald.
"En nuestro corazón, sabemos que lo de Jake es un milagro, lo hemos visto con nuestros propios ojos", dice el padre, Donny.
En la nación lummi, Henry Cage, antiguo presidente de la reserva y parroquiano de la Iglesia Católica de St. Joachim, afirma: "mucha gente está contenta hoy, es algo que todos estábamos esperando." Una causa de alegría para todos los indios de Estados Unidos y Canadá (Kateri Tekakwitha vivió en ambos países).
Un aspecto curioso de este milagro no es solo que el milagrado vive para contarlo, sino que además, a sus once años, tiene una experiencia mística que explicar a cualquier televisión o radio que le pregunte. Le sucedió durante los días en que se debatía entre la vida y la muerte. Dice que sintió su cuerpo muy ligero, y que entonces tuvo una visión. "Veía abajo el hospital, veía mi familia. Lo único que no veía era a mí mismo", explica.
También vio a parientes difuntos, como su tío y su bisabuela, y ángeles. Y el Cielo y a Dios. Dice que Dios se sentaba en una gran silla y que era muy alto. "No era del tamaño de una persona normal", afirma Jake. "Le di un abrazo a Dios. Le pregunté si podía estar en el Cielo, porque me gustaba de verdad estar allí. Y Él me dijo que no, porque mi familia me necesitaba en la tierra".
Elsa Finkbonner recuerda que ella estaba sentada junto a su hijo de cinco años, terriblemente deformado. "Recuerdo que él yacía allí, en su cama de hospital, en su habitación, y se sentó muy recto y dijo: me han alzado ["I´ve been raised", en inglés]. Y yo dije: ¿dónde? Y me dijo: al Cielo". Y le contó su visión.
Hoy Jake estudia en Bellingham, en la Assumption Catholic School, y le atrae ser cirujano plástico, pero también arquitecto. Su madre dice que "le emocionará ver al Papa, sería la guinda del pastel para él". Sigue jugando a baloncesto y le gustan los videojuegos.
Y tiene un consejo para los que sufren enfermedades que pueden ser mortales. "No os asustéis en absoluto. En cualquier caso, será algo bueno. Si vais al Cielo, estaréis en un lugar mejor. Si vivís, volveréis con vuestra familia", asegura con tranquilidad.
En el país con los medios de comunicación más potentes e influyentes del mundo, este mensaje puede llegar a millones de personas. Cuando se establezca la fecha de la canonización y las televisiones americanas se vuelquen en Roma, la familia Finkbonner tendrá mucho que decir a sus compatriotas.
SAN CAMILO DE LELIS, PRESBÍTERO
Nacido en una aldea del reino de Nápoles el 25 de mayo de 1550. Emprendió una vida de penitencia y fervor cuando tenía ya veinticinco años. En 1582 concibió la idea de fundar una Congregación para la asistencia de los enfermos, poniendo enseguida manos a la obra. Fue ordenado sacerdote en 1584. El Papa Sixto V aprobó la Congregación en 1586. Dejando establecidas 15 casas, creados 8 hospitales y contando la Congregación con más de 200 profesores, falleció el santo Fundador en Roma el 14 de julio de 1614. — Fiesta: 18 de julio. Misa propia.
San Camilo nació en un establo, porque así lo quiso su madre, animada de un profundo espíritu franciscano, que le sugirió dar a luz a su hijo en lugar semejante al que había servido a María para el nacimiento de Jesús. Mujer tan piadosa, ciertamente, como noble... Se acercaba ya a sus sesenta años, cuando concibió a Camilo, cuyos extraordinarios destinos le habían sido presagiados en un sueño, y se dispuso a educarlo cuidadosamente. No pudo completar su obra, porque murió cuando el muchacho contaba trece años. La instrucción humana de Camilo tuvo que ser bastante rudimentaria. Su padre era marqués —el Marqués de Lelis—, y anduvo siempre metido en guerra, como capitán que era al servicio del emperador Carlos V. No pudo ocuparse, pues, intensamente en la formación de su hijo.
Desgraciadamente, a pesar de los antiguos cuidados maternos, Camilo, con todo y llevar una conducta correcta en cuanto a la pureza, fue adquiriendo un vicio que le había de causar mucho daño: a los quince años era un gran jugador de cartas. A causa de su pasión por el juego, sufrirá importantes reprensiones y perderá alguna colocación. A los diecinueve años, declara a su padre que desea seguir la carrera de las armas. El capitán logra enrolarle en el ejército de Venecia, que entonces luchaba contra los turcos. Pero en vísperas del embarque del hijo, muere súbitamente. Suspende Camilo su decisión, llora completamente desorientado la desgracia, y cruza por su mente la idea de hacerse capuchino, debida seguramente a que un tío suyo era Guardián del convento de capuchinos de Aquila. Va a consultarle, y le dice él, categóricamente, después de prodigarle los consuelos: «No es éste tu camino: enrólate soldado». Sin embargo, Dios tenía decidida otra cosa: ni soldado ni capuchino. Se le abre una llaga en una pierna. Contratiempo de cuidado, que le dará mucho que hacer. Abandona todo otro plan y se dirige a Roma para ingresar en el hospital de Santiago, donde hábiles cirujanos curan su llaga, y donde se queda como enfermero. No sabe conservar la plaza, con la que se ganaba perfectamente el pan. El director del hospital le despide porque su incorregible apasionamiento de jugador le hace ser negligente con los enfermos. Se inscribe otra vez para las armas. Durante seis años se bate, primeramente al servicio de la república de Venecia, después bajo las banderas de España. Más de una vez se roza con la muerte. Pero nada le vuelve juicioso: juega, juega locamente. En 1575 lo encontramos mendigando, y poco después peón de albañil en Manfredonia, donde los capuchinos están construyendo un nuevo convento.
Un día, pudo observar que un fraile le estaba hablando quedamente, casi al oído... ¿Qué le diría?... A poco, arrodillóse en un momento dado en pleno campo y comenzó a exclamar: «Desgraciado de mí... ¿Por qué, Señor, no os he conocido antes? Perdonadme. ¡Ya nada más del mundo, nada más del mundo!». Se había dado cuenta, en una magnífica intuición, de lo vacía que había sido hasta entonces su vida. Y ahora sí se meterá a capuchino. Gustosamente le admitieron y fue por algún tiempo fraile ejemplar. Se le impuso el nombre de Fray Cristóbal, por su talla gigantesca, que recordaba la del antiguo Santo, que, según la tradición, transportó sobre sus hombros, de orilla a orilla del río, al Niño Jesús. Se le llamaba asimismo Fray Humilde, porque se sentía feliz en los oficios más bajos y con los tratos y penitencias de mayor dureza. Pero no duró mucho aquella felicidad. Se le abrió nuevamente la llaga, y tuvo que salir del convento, reingresando en el hospital romano de Santiago. En su nueva y larga estancia en el hospital descubrirá su sendero.
Los hospitales de aquella época, en su exterior, eran edificios muy presentables y a veces parecían verdaderos palacios. Pero en las salas de los enfermos se desconocía la higiene y la limpieza más elementales. Los médicos de la época sólo tenían horror al aire. El servicio estaba desatendido. La mayor parte de los enfermeros eran personas que estaban condenadas por la justicia, que cumplían sus penas emplazados en aquella pestilencia. ¡Imaginemos cómo estarían asistidos los enfermos, a base de un personal así reclutado! Con nuestro «buen gigante» todo cambió. Recibido con los brazos abiertos, después de su «conversión» ejerció de enfermero, como en el antiguo período, a la vez que medicaba su dolencia; y dio muestras de una diligencia y unos sentimientos tan fraternales para con los enfermos, que muy pronto fue nombrado administrador y director del establecimiento. Aprovechó enseguida sus poderes para desterrar las más lamentables rutinas; cada enfermo tuvo su cama, con ropa limpia; mejoró mucho la alimentación; los medicamentos se dieron con rigurosa puntualidad; y, sobre todo, el nuevo «director», con su gran corazón, asistía personalmente a los dolientes, compadecíales en sus padecimientos, consolaba a los moribundos y les preparaba para su hora postrera, excitando al mismo tiempo el celo de todos, sacerdotes y seglares, en favor de los que sufrían.
Una noche le ocurrió un pensamiento (era en agosto de 1582): «¿Y si reuniera yo a unos hombres de corazón en una especie de Congregación religiosa, para que cuidasen a los enfermos, no como mercenarios sino por el amor de Dios?». Sin tardanza comunicó la idea a cinco buenos amigos, los cuales la aceptaron con entusiasmo. Inmediatamente transformó una estancia del hospital en capilla. La presidía un gran Crucifijo. Pero los altos dirigentes del Hospital (como si dijéramos la Junta rectora) no vieron con buenos ojos el plan y el dinamismo del Santo, prohibieron las reuniones de los congregados y desvalijaron la capilla, sin oponerse a que Camilo se llevase el Crucifijo a su aposento, como lo hizo, con el corazón transido de pena. Rezando ante el mismo, vio un día que el Cristo se animaba y le tendía los brazos, diciéndole: «Prosigue tu obra, que es mía». Definitivamente animado, se dispuso a marchar adelante.
Comprendió, empero, que para realizar sus deseos, le faltaban dos condiciones: el prestigio y la independencia. El prestigio, creyó que debía ser el del sacerdocio. Y por esto emprendió el estudio de la Teología, que enseñaba a la sazón en el Colegio Romano el célebre doctor Roberto Belarmino. A los dos años celebraba su primera Misa. La independencia la adquirió abandonando el hospital y alquilando una casa modestísima para sí y sus compañeros. De ella salían para prestar servicios en el hospital del Santo Espíritu, cuyas vastas salas acogían a más de mil enfermos.
Aprobaba el Papa dos años más tarde la Congregación, y poco después autorizaba a sus miembros a ostentar una cruz roja en la sotana y el manto. He ahí nacida la gran familia de los «Camilos», hermana de la de los «Hospitalarios», fundada en España por San Juan de Dios. No faltaron a los nuevos cruzados de la caridad, magníficos campos de batalla. A poco, la epidemia que invadió el barrio de las Termas; al año siguiente, el tifus, que hizo en Roma muchos millares de víctimas. Ante tales azotes, Camilo y los suyos se multiplicaron. En todas partes donde había apestados, hambre, miseria, se presentaba el admirable Fundador; y movidos por su ejemplo e iluminados por sus ardientes y prácticas instrucciones, todos los religiosos de su mando se convirtieron en enfermeros atentos, hábiles, paternales. El secreto que les enseñó para lograrlo, fue considerar y ver a Jesucristo en cada enfermo.
En 1588 Camilo abrió una segunda Casa en Nápoles. Y después de 1595, la Congregación —ya Orden— se estableció en Milán, Génova, Bolonia, Florencia y otras ocho poblaciones de la península italiana. El Fundador se trasladaba de una a otra, incesantemente, al galope de su caballo o navegando en pésimas embarcaciones.
Sufrió varios accidentes y pasó graves peligros. Repetidamente, su oración calmó tormentas amenazadoras de naufragio. Impulsivo, apasionado siempre, devorado de una audacia heroica, decía: «Quisiera tener un corazón tan grande como el mundo».
Pero un día tuvo que rendirse. Era en 1607. Fatigado y sin ánimos, suplicó al Papa Paulo V le relevara de su cargo de Prefecto General. Aceptó, no obstante, acompañar a su sucesor en una última visita a todas las Casas de la Orden. Así lo realizó a causa de sus diversas dolencias, que le hacían penosos los viajes —la consabida llaga, los forúnculos en la planta de los pies, espasmos estomacales, etc.—, y que él llamaba «las misericordias del Buen Dios». Regresó a la Ciudad Eterna para no levantarse ya de su lecho. Sus últimos seis meses fueron una fervorosa y dolorosa preparación al traspaso.
La Orden cuenta hoy con 1770 miembros, entre profesos, novicios y aspirantes, repartidos por toda Europa, América del Sur, China, etc., y cuida unos siete mil enfermos en 145 hospitales.

Domingo 15 de tiempo ordinario, ciclo A

Domingo de la semana 15 de tiempo ordinario; ciclo A

El Señor fecunda la tierra que es nuestro corazón, para que podamos acoger su palabra, y dar mucho fruto
«Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió junto a él tal multitud que hubo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la orilla. Y se puso a hablarles muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí que salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Parte cayó en terreno rocoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la sofocaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y dio fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga. Los discípulos se acercaron a decirle: ¿Por qué les hablas en parábolas? Él les respondió: A vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no se les ha dado. Porque al que tiene se le dará y abundará, pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice:
Con el oído oiréis, pero no entenderéis, con la vista miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan, y yo los sane.Bienaventurados, en cambio, vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Pues en verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros estáis viendo y no lo vieron, y oír lo que vosotros estáis oyendo y no lo oyeron.Escuchad, pues, la parábola del sembrador. Todo el que oye la palabra del Reino y no lo entiende, viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: esto es lo sembrado junto al camino. Lo sembrado sobre terreno rocoso es el que oye la palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene en sí raíz, sino que es inconstante y, al venir una tribulación o persecución por causa de la palabra, en seguida tropieza y cae. Lo sembrado entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas sofocan la palabra y queda estéril. Por el contrario, lo sembrado en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende, y fructifica y produce el ciento, o el sesenta, o el treinta.» (Mateo 13, 1-23)
 1. "Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago..." (Mt 13,1). La gente se arremolina en torno a Jesús, sus palabras tienen el sabor de lo nuevo, su mirada es limpia y frontal, su gesto sereno y atrayente, su conducta valiente y franca... Por otra parte aparece sencillo, amigo de los niños, inclinado a curar a los enfermos, aficionado a estar con los despreciados por la sociedad de su tiempo, amigo de publicanos y pecadores. Y, sin embargo, su manera de enseñar tenía una especial autoridad, tan distinta de la de los escribas y los fariseos. La muchedumbre se siente atraída, le sigue por doquier, le gusta verle y escucharle. Por eso en alguna ocasión, como en este pasaje, Jesús se sube a una barca y se separa un poco de la orilla. Era aquella barca una curiosa cátedra, y la ribera del lago una insólita aula, abierta a los cielos, mirándose en el agua. El silencio de la tarde se acentúa con la atención de todos los que escuchan las enseñanzas del Rabbí de Nazaret. Su palabra brota serena e ilusionada, es una siembra abundante, desplegada en redondo abanico por la diestra mano del sembrador. Es una simiente inmejorable, la más buena que hay en los graneros de Dios. Su palabra misma, esa palabra viva, tajante como espada de doble filo. Una luz que viene de lo alto y desciende a raudales, iluminando los más oscuros rincones del alma, una lluvia suave y penetrante que cae del cielo y que no retorna sin haber producido su fruto. Sólo la mala tierra, la cerrazón del hombre, puede hacer infecunda tan buena sementera. Sólo nosotros con nuestro egoísmo y con nuestra ambición podemos apagar el resplandor divino en nuestros corazones, secar con nuestra soberbia y sensualidad las corrientes de aguas vivas que manan de la Jerusalén celestial y que nos llegan a través de la Iglesia. Que no seamos camino pisado por todos, ni piedras y abrojos que no dejen arraigar lo sembrado, ni permitan crecer el tallo ni granar la espiga. Vamos a roturar nuestra vida mediocre, vamos a suplicar con lágrimas al divino sembrador que tan excelente siembra no se quede baldía. Dios es el que da el crecimiento, Él puede hacer posible lo imposible: que esta nuestra tierra muerta dé frutos de vida eterna.
A pesar de las dificultades de la siembra, la cosecha está asegurada; el Reino de Dios, iniciado en la persona de Jesús, es una fuerza viva que avanza irresistiblemente hacia su plenitud y gloriosa manifestación, hacia la cosecha final. La Palabra de Dios es como una semilla, pequeña en apariencia, pero llena de vida. No todos la escuchan y la albergan en su corazón; pero quienes la reciben con fe darán fruto. Jesús no habla en parábolas para que no le entiendan; nadie habla en verdad para que no le entiendan.
Tú, Jesús, eres el sembrador, la semilla de tu palabra y de tu vida fecunda el mundo. Jesús, veo que la tierra da fruto diverso, depende de cómo acoge la palabra, de cómo corresponde: ¿cómo es mi tierra, mi corazón? ¿Es un corazón que sabe amar, que sabe sacrificarse por los demás; o es un corazón de piedra, duro, en el que las necesidades de los que me rodean no hacen mella? ¿Es un corazón fuerte, con la fuerza de voluntad necesaria para hacer lo que debe en cada momento; o es un corazón blando, sin personalidad, que se deja arrastrar por el gusto, la sensualidad o la comodidad?
Jesús, ¿en qué ambiente me muevo? ¿Es un ambiente adecuado para que pueda crecer mi vida de cristiano? ¿Qué amigos tengo?¿Cómo aprovecho el tiempo libre? (Pablo Cardona).
«La escena es actual. El sembrador divino arroja también ahora su semilla. La obra de la salvación sigue cumpliéndose, y el Señor quiere servirse de nosotros: desea que los cristianos abramos a su amor todos los senderos de la tierra; nos invita a que propaguemos el divino mensaje, con la doctrina y con el ejemplo, hasta los últimos rincones del mundo. Nos pide que, siendo ciudadanos de la sociedad eclesial y de la civil, al desempeñar con fidelidad nuestros deberes, cada uno sea otro Cristo, santificando el trabajo profesional y las obligaciones del propio estado» (J. Escrivá, Es Cristo que pasa 150).
Soy sembrador cuando estudio con seriedad lo que me toca, cuando ayudo a arreglar un desperfecto en casa, cuando sé perdonar un detalle molesto, cuando sonrío estando cansado, cuando dejo elegir a otro el mejor postre o la película de cine que iremos a ver, etc..
Recuerdo que mi catecismo de niño traía al final la parábola del sembrador, yo no la entendía entonces, veía algo misterioso oculto bajo ese dar fruto, y ahora veo con más claridad que mi corazón es el campo, donde puedo acoger la Palabra, que es Jesús, y dar fruto. Podemos ser la tierra buena en la que “da fruto y produce uno ciento, otro sesenta, otro treinta” (Mt 13,23). Y también podemos ser sembradores si nos esforzamos por corresponder a ese amor divino y darlo a los demás, y así Dios “muestra a los extraviados la luz de su verdad para que puedan volver a su camino recto” (Colecta).
2. La lluvia no cae en vano. Así es la Palabra de Dios, como la lluvia: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come”, así el Señor hace fructificar la siembra divina que hemos visto en el Evangelio, por eso sigue diciendo: "La palabra que sale de mi boca no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo". Cuando Dios habla, comienza una verdadera historia en la que no se vuelve nunca al principio como si no hubiera sucedido nada.
Sigue la idea el salmista: “La semilla cayó en tierra buena y dio fruto. Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida;  la acequia de Dios va llena de agua. Tú preparas los trigales: riegas los surcos, igualas los terrenos,  tu llovizna los deja mullidos,  bendices sus brotes. Coronas el año con tus bienes,  tus carriles rezuman abundancia;  rezuman los pastos del páramo,  y las colinas se orlan de alegría. Las praderas se cubren de rebaños,  y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan”. 
Casiodoro paragonava "la misericordia del Padre con un río que se desborda: de él será posible beber siempre, pues jamás se secará: «Será una fuente que salta hasta la vida eterna» (Jn 4,14). El río y el pan simbolizan la Eucaristía, en la que bebemos la Sangre del Señor y comemos su Carne.
3. Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá”. Todo lo que hagamos es poco, vale la pena por la esperanza. Y no sólo nosotros, sino que “la creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios”; hay una fuerza misteriosa que somete todo lo creado, pero en Cristo nos viene “la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. Hay pues una misteriosa solidaridad entre todos, interconexión también con todo lo creado que está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo”.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 11 de julio de 2014

Sábado de la semana 14 de tiempo ordinario

Sábado de la semana 14 de tiempo ordinario

Jesús nos llama a cada uno en el camino de la vida, y nos habla de no tener miedo, pues la providencia de Dios saca bien de todo lo que nos pasa a lo largo del camino de la vida
 “No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo. Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos!«No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. «Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos”(Mateo 10,24–33).
1. Jesús, eres el Maestro resucitado, que sigues enseñando a tus discípulos por medio del Espíritu. Continúas enviando a tus discípulos para ser misioneros abiertos a todas las gentes, y a todas sus culturas. Los sigues formando en la escucha atenta de tu Palabra en la Biblia y en la vida.
Nos pides, Señor, ser semejantes a ti, imitarte, adoptar tus pensamientos, tus maneras de ver y de amar. Todo el esfuerzo de nuestra vida es reconocerte.
-“Y si al Cabeza de familia lo han llamado "Belcebú" ¡cuánto más a la gente de su casa!” Se te acusa, Jesús, de ser un poseso. Siendo criticados y acusados nos parecemos a ti, Señor, el "cabeza de familia": tu casa, familia, es la Iglesia, nosotros somos "la gente de tu casa". Tú habitas con nosotros. Que seas Tú verdaderamente el "cabeza de familia", el que guía, el que decide, con quien agrada encontrarse, a quien se pide consejo, con quien se confía.
-“No les temáis... No tengáis miedo de los que matan el cuerpo”... No temáis: vosotros valéis más que todos los gorriones juntos. Por tres veces, Jesús, nos repites que no tengamos miedo. Para ti, Dios está presente en los menores acontecimientos de nuestras vidas: no cae un pájaro del nido sin que Dios no lo disponga... No crece una hierba, no madura un fruto, ni un solo animalillo sufre sin que Dios no lo sepa: Dios lo sabe todo, se interesa por todas sus criaturas... Dios ama a todas sus criaturas. Con más razón se interesa por sus criaturas preferidas, los hombres, sus hijos muy amados. "Los cabellos de vuestra cabeza están contados... ¡Vosotros valéis más que todos los pájaros del mundo! ¡No tengáis miedo!" ¿Tengo hacia el Padre esa confianza absoluta, inaudita que Jesús me sugiere?
-“Lo que os digo "en secreto"... "en la oscuridad"... "al oído"... Dadlo a conocer en torno vuestro, a plena luz, ¡proclamadlo!” Esas imágenes evocan la idea de confidencia: Jesús, tú no gritas al hablar... no te impones, nos hablas bajito, a media voz, junto al oído, si sabemos escucharle atentamente... es como un secreto confiado.
Haz, Señor, que oiga tu dulce y discreta voz, en la oración. Que sepa dedicar un tiempo a rezar cada día. Y luego ayúdame a repetir, a proclamar a todos tu Palabra.
-“Todo el que se pronuncie por mí ante los hombres, Yo me pronunciaré por él ante mi Padre del cielo”. Jesús, quieres ser nuestro "mediador": te pido que seas mi defensa (Noel Quesson)
«No tengáis miedo». Es la frase que más se repite en el pasaje de hoy. «No tengáis miedo de soñar», decía Benedicto XVI en el encuentro con los jóvenes en Loreto: «hoy por desgracia, con frecuencia, una existencia llena y feliz es vista por muchos jóvenes como un sueño difícil y, en ocasiones, casi irrealizable».
Quizá el materialismo ahoga la espiritualidad, y –seguía diciendo- «muchos de vuestros coetáneos ven el futuro con miedo y se plantean muchos interrogantes”. Se preguntan «cómo integrarse en una sociedad caracterizada por muchas y graves injusticias y sufrimientos. ¿Cómo reaccionar ante el egoísmo y la violencia que, en ocasiones, parecen prevalecer? ¿Cómo dar un sentido a la vida?»
La respuesta es Cristo: «¡No tengáis miedo, Cristo puede llenar las aspiraciones más íntimas de vuestro corazón!:… cada uno de vosotros, si está unido a Cristo, puede hacer grandes cosas».
«Por este motivo, queridos amigos, no debéis tener miedo de soñar, con los ojos abiertos, en grandes proyectos de bien, y no tenéis que dejaros desalentar por las dificultades». Como hemos de tener un espíritu joven, nos van muy bien estas palabras.
No es el éxito inmediato delante de los hombres lo que cuenta. Sino el éxito de nuestra misión a los ojos de Dios, que ve, no sólo las apariencias, sino lo interior y el esfuerzo que hemos hecho. Si nos sentimos hijos de ese Padre, y hermanos y testigos de Jesús, nada ni nadie podrá contra nosotros, ni siquiera las persecuciones y la muerte. El ejemplo lo tenemos en ti, Jesús, objeto de contradicciones y muerte de cruz. Pero no cediste, amaste la verdad aunque incomodara a los poderosos. Y salvaste a la humanidad y fuiste elevado a la gloria de la resurrección.
Las pruebas y las dificultades de la vida -las personales, de nuestro ambiente o del mundo- no nos deben asustar; y sigamos anunciando a plena luz, a los cercanos y a los lejanos, la buena noticia de la salvación que Dios nos ofrece (J. Aldazábal)
¿Recordáis que el Papa Juan Pablo II comenzó su pontificado gritando con fuerza ese "No tengáis miedo" de Jesús? Son palabras importantes: porque hay mucho miedo: nos asusta todo lo que no controlamos, y el futuro y la muerte… y la posibilidad de no salvarnos, pero nos dice san Juan que “El amor perfecto echa fuera el temor”, que “el que tiene miedo no es aún perfecto en el amor”: y nos han infundido mucho miedo, se ha entendido mal el temor de Dios, que está usado en la Biblia como sinónimo de reverenciarlo y no prescindir de El; de tomarlo en cuenta para confiar y esperar en Él; de no olvidarse de que Él es la suprema Realidad. Se ha tomado como una opresión a la conciencia para estar sin paz pensando que estamos en pecado, cuando Jesús nos dice: "Soy Yo, no temáis... ¿por qué teméis?... no se turbe vuestro corazón; la paz sea con vosotros; os doy la paz mía".
«No debes desconfiar de Dios ni desesperar de su misericordia; no quiero que dudes ni que desesperes de poder ser mejor: porque, aunque el demonio te haya podido precipitar desde las alturas de la virtud a los abismos del mal, ¿cuánto mejor podrá Dios volverte a la cumbre del bien, y no solamente reintegrarte al estado que tenias antes de la caída, sino también hacerte más feliz de lo que parecías antes?» (Rabano Mauro).
2. Están abreviadas, hoy, las despedidas de los dos últimos patriarcas, Jacob y José, con lo que se cierra el ciclo de Abrahán. Es nuestra última página del Génesis (el lunes iniciaremos la lectura del libro del Éxodo). Jacob siente que va a morir, que va a «reunirse con los suyos», y encarga que sin falta, cuando vuelvan a la tierra de Canaán, lleven sus restos mortales a la aldea de Mambré, cerca de Hebrón, a la cueva de Macpela que había comprado Abrahán y donde están enterrados sus antepasados. La muerte está contada con unos rasgos sencillos y emocionantes: «recogió los pies en la cama, expiró y se reunió con los suyos». Queda José con sus hermanos y sus familias. Cuando Jacob murió, los hermanos de José temieron a éste, y decidieron enviarle este mensaje: ‘antes de morir, tu padre nos encargó que te dijéramos que perdonaras nuestro crimen...’ Al recibirlo, José les respondió: No tengáis miedo...; yo os mantendré a vosotros y a vuestros hijos...” Quien asumió con resignación el ser vendido; quien asumió el trabajo y servicio a los demás como vía de realización personal humana en Egipto; quien alcanzó puestos de gran poder y honor en el mundo; quien no cultivó odio alguno en su corazón, acaba siendo ángel de la guarda de aquéllos que un día le traicionaron. Ése es el triunfo de la caridad, de la suma verdad, del amor.
Una vez más, aparece la magnanimidad de José y su perdón: «no tengáis miedo, ¿soy yo acaso Dios?». Es Dios quien juzga y premia y castiga. De nuevo José interpreta lo sucedido desde la visión providencial de Dios: «vosotros intentasteis hacerme mal, pero Dios intentaba hacer bien, para dar vida a un pueblo numeroso». También José les hace prometer que, cuando abandonen Egipto, llevarán sus restos a la tierra prometida por Dios a Abrahán. En efecto, así lo hicieron y fue enterrado en la cueva de Macpela, en Hebrón, la llamada «tumba de los patriarcas».
La muerte de nuestros seres queridos es buena ocasión para reflexionar: nos recuerda la caducidad de la vida, nos invita a reconciliarnos con los que permanecemos aquí, nos ayuda a echar una sabia mirada hacia atrás y hacia delante, nos sitúa en la presencia de Dios como Señor de la vida y de la muerte, nos consuela al pensar que «los nuestros», nuestros seres queridos ya fallecidos, se mantienen en comunión con nosotros de un modo misterioso y nos esperan hasta que también a nosotros nos llegue la hora final...
En nuestra Eucaristía recordamos, no sólo a la Virgen y a los Santos, sino también a nuestros difuntos, con quienes nos sentimos unidos y para quienes pedimos a Dios que les conceda contemplar la luz de su rostro y participar de su felicidad. Cuando nosotros, en nuestra muerte, pasemos también a la nueva existencia, «nos reuniremos con los nuestros» en un reencuentro gozoso y definitivo. Además, como para la familia de José, esos momentos son los mejores para la reconciliación y la amnistía, momentos en que hay que saber olvidar y empezar de cero, reparando brechas y tensiones y dejando el juicio último a Dios. José renueva su perdón con sencillez, sin darse importancia: «y los consoló hablándoles al corazón». Los hermanos renuevan su arrepentimiento. Todos maduran y la historia sigue. Sería bueno que, cuando nos asaltan sentimientos de venganza, repitiéramos la frase de José: «¿soy yo acaso Dios?», y tuviéramos el valor de perdonar y seguir con naturalidad la vida.
3. ¡Dad gracias a Yahvé, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas! ¡Cantadle, salmodiad para Él, sus maravillas todas recitad; gloriaos en su santo nombre, se alegre el corazón de los que buscan a Yahvé!” La obra redentora del Señor, que domina toda la tierra, y cuida de sus criaturas, se expresa en este salmo en una acción de gracias y una invitación a la alabanza. Las invitaciones iniciales van dirigidas a Israel y a los que acuden al templo donde se recitaban el inicio de este salmo con otros, para hacer memoria de la causa de nuestra alegría, de lo que nos llena de esperanza: “¡Buscad a Yahvé y su fuerza, id tras su rostro sin descanso, Raza de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido: Él, Yahvé, es nuestro Dios, por toda la tierra sus juicios”.
Llucià Pou Sabaté

Viernes semana 14 tiempo ordinario

Viernes de la semana 14 de tiempo ordinario

Jesús es signo de contradicción, y nos manda el Espíritu Santo y su perdón, que nos da la libertad completa
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: -«Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero no os fieis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Porque os aseguro que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre»” (Mateo 10,16-23)
1. Jesús nos avisa de la lucha del discípulo contra el mal: "Os envío como ovejas en medio de lobos". El discípulo es pobre y está inerme; sólo es rico en fe en la validez de su anuncio. Somos vulnerables a los poderes del mundo. Pero con la fe somos fuertes. Simples y prudentes, son las palabras de Cristo. La simplicidad, o sencillez,  es lealtad, transparencia, confianza en la verdad y, por tanto, rechazo de cualquier subterfugio y de todo medio de violencia, la prudencia es la capacidad (y la humildad) de valorar las situaciones concretas. Pero se trata siempre, por supuesto, de la prudencia de Cristo, no de la prudencia del mundo, basada en cálculos cínicos, diplomacia y compromisos, siempre en busca de una salvación propia (Bruno Maggioni).
El Reino de Dios se revela en la debilidad de Jesús y de sus mensajeros. San Pablo dirá también que "la fortaleza de Dios encuentra su cumplimiento en la debilidad" (2 Cor 12,9). Toda la historia de la Iglesia confirma esta verdad. Son los pequeños y los humildes los que han hecho las mayores obras. Bernardita Soubirous era la más débil en Lourdes cuando Dios la escogió para que transmitiera el mensaje de la Virgen.
-“Sed cautos como serpientes e ingenuos como palomas”. Jesús, tomas tus comparaciones del mundo animal. Anuncias la persecución a tus apóstoles, pero les pides que no se expongan inoportunamente: nos pides que seamos "cautos", es decir inteligentes, hábiles, finos, como serpientes... y también que hemos de conservar la "ingenuidad", es decir la "candidez", la simplicidad, sin disimulo, sin segunda intención, como palomas... Es preciso que se perciba que los mensajeros del evangelio sólo se ocupan de Dios y no buscan su propio provecho.
-“Os llevarán a los tribunales... os conducirán ante gobernadores y reyes por mi causa, así daréis testimonio ante ellos”. Jesús, no escondes la verdad a tus apóstoles: el evangelio provoca, a veces, la oposición y la persecución. Esto no te espanta. Nos pides que nos mantengamos valientes, como tú, pues tú mismo fuiste acusado ante el tribunal de Pilato.
-“No os preocupéis por lo que vais a decir; será el Espíritu de vuestro Padre quien hable por medio de vosotros”. Dios, que "habita en nuestros corazones", que habita "en mí"... Ayúdanos, Señor, a escucharte y a ser dóciles.
A veces las dificultades surgen en el ambiente social, profesional, familiar. San  Ambrosio, hablando sobre los padres que no querían que sus hijos se entregaban a Dios, decía: “Y porque sé de no pocas jóvenes que, deseosas de consagrar a Dios su virginidad, no lo consiguieron por estorbárselo sus madres (...), a tales madres dirijo ahora mi discurso y pregunto: ¿no son libres vuestras hijas para amar a los hombres y elegir marido entre ellos, amparándolas la ley en su derecho aun contra vuestra voluntad? Y las que pueden libremente desposarse con un hombre, ¿no han de ser libres para desposarse con Dios?”
-“Todos os odiarán por causa mía; pero quien resista hasta el final, se salvará”. La oposición y la persecución vienen, a veces, de la propia familia: "un hermano entregará a su hermano y un padre a su hijo..." El odio puede nacer en todas partes. Jesús, nos sugieres una sola solución: ¡"aguantar"!, ¡permanecer fieles! Conservar la firmeza y el valor, contra toda decepción, contra toda oposición y contra todo fracaso. Lo que cuenta es la salvación eterna, "salvarse"... y saber que Jesús está con nosotros.
-“Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Porque os aseguro que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre”. Jesús, nos promete que "vienes", que te veremos, que viviremos contigo. “No te prometo que serás dichosa en este mundo sino en el otro”, decía santa María a Santa Bernardita (Noel Quesson).
Ya cuando se redactan los Evangelios, Santiago y Esteban han sido mártires, así como Pedro y Pablo. La salvación está en ti, Señor, y te pido el modo de comunicarla a los demás. Con prudencia y, al mismo tiempo, con sencillez. Ayudados por el Espíritu de Dios. Tenemos trabajo hasta el fin del mundo, hasta la vuelta del Señor (J. Aldazábal).
Y «el que persevere hasta el final, se salvará». Decía S. Josemaría: «¡Acabar!, ¡acabar! -Hijo, «qui perseveraverit usque in finem, hic salvus erit» -se salvará el que persevere hasta el fin.
”-Y los hijos de Dios disponemos de los medios, ¡tú también!: cubriremos aguas, porque todo lo podemos en Aquél que nos conforta.
”-Con el Señor no hay imposibles: se superan siempre» (Forja 656).
2. José perdonó a sus hermanos e invitó a que su padre Jacob se instalara en Egipto con toda su familia. –“Partió Jacob a Egipto con todo lo que poseía. Cuando llegó a Berseba ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac”. Las etapas de nuestras vidas, ¿están llenas de Dios como la de los patriarcas?
-“Dijo Dios a Jacob en visión nocturna: "¡Jacob! ¡Jacob!" Respondió: «¡Heme aquí!»” Oírse llamado por su nombre. Contestar manifestando nuestra disponibilidad. Es el resumen exacto de la fe, que es respuesta a una llamada, Dios tiene la iniciativa, pero ¿sabemos responderle o hacemos oídos sordos? Gracia y Libertad. Don de Dios aceptado o rechazado. HOY todavía me llama Dios por mi nombre. "Cada instante me aporta una llamada de Dios. ¿Cómo corresponderé a ella?"
-"No temas bajar a Egipto, porque allí te haré una gran nación. Yo bajaré contigo a Egipto, Yo mismo te subiré también y José te cerrará los ojos." La confianza en Dios, dejarnos llevar como un niño que baja por un tobogán, sin ofrecer resistencia, confiando en el porvenir: ¡esto es propiamente la esperanza! Señor, líbranos de la obsesión del miedo al futuro. «Bastará a cada día su trabajo», dirá Jesús. Hay que vivir al día. El porvenir está en manos del Padre. «Estoy contigo», decía el Señor a Jacob. ¿Creo yo profundamente que Dios está conmigo? Porque ahí está todo…
-“Y Jacob marchó a Egipto con toda su familia”. Sabemos que nada terreno es para siempre y que vendrá servidumbre (Éxodo 2,23-24), y Dios enviará a Moisés, de manera que todos los anteriores son como preludio del Profeta, y éste de Cristo.
-“José salió al encuentro de su padre y viéndole se echó a su cuello, le abrazó y lloró largamente”. Es la aventura de tantos hombres reconciliados con su Padre, los hijos y padres pródigos. Dios tiene la iniciativa, pero ¿sabemos responderle? Cada instante nos aporta una llamada de Dios. Casi siempre hacemos oídos sordos. Señor, enséñanos a vivir el presente. El porvenir está en tus manos (Noel Quesson).
3. El salmo nos invita, una vez más, a hacer el bien y a tener confianza en Dios, que nos sigue en todos nuestros «viajes» con cercanía de padre: «Confía en el Señor y haz el bien... el Señor vela por los días de los buenos... apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles... el Señor es quien salva a los justos, los protege y los libra». Vivir con rectitud además de prosperidad es tener al Señor, que socorre en las circunstancias más adversas a quienes buscan refugio en Él. “Confiemos, hermanos y hermanas: sostenemos el combate del Dios vivo y lo ejercitamos en esta vida presente, con miras a obtener la corona en la vida futura. Ningún justo consigue enseguida la paga de sus esfuerzos, sino que tiene que esperarla pacientemente. Si Dios premiase enseguida a los justos, la piedad se convertiría en un negocio; daríamos la impresión de que queremos ser justos por amor al lucro y no por amor a la piedad. Por esto, los juicios divinos a veces nos hacen dudar y entorpecen nuestro espíritu, porque no vemos aún las cosas con claridad” (Homilía anónima del s. II). José va a Egipto, Jesús irá a Egipto, y a cada uno de nosotros que va por el camino de la vida acompañado por la mirada amorosa de Dios; en el abrazo de Jacob y José vemos el encuentro que tenemos con Dios Padre que nos busca (que Jesús nos presenta en la parábola del hijo pródigo).
Llucià Pou Sabaté


San Benito, abad

San Benito nació de familia rica en Nursia, región de Umbría, Italia, en el año 480. Su hermana gemela, Escolástica, también alcanzó la santidad. Después de haber recibido en Roma una adecuada formación, estudiando la retórica y la filosofía. Se retiró de la ciudad a Enfide (la actual Affile), para dedicarse al estudio y practicar una vida de rigurosa disciplina ascética. No satisfecho de esa relativa soledad, a los 20 años se fue al monte Subiaco bajo la guía de un ermitaño y viviendo en una cueva. Tres años después se fue con los monjes de Vicovaro. No duró allí mucho ya que lo eligieron prior pero después trataron de envenenarlo por la disciplina que les exigía. Con un grupo de jóvenes, entre ellos Plácido y Mauro, fundo su primer monasterio en en la montaña de Cassino en 529 y escribió la Regla, cuya difusión le valió el título de patriarca del monaquismo occidental. Fundó numerosos monasterios, centros de formación y cultura capaces de propagar la fe en tiempos de crisis.
Vida de oración disciplina y trabajo
Se levantaba a las dos de la madrugada a rezar los salmos. Pasaba horas rezando y meditando. Hacia también horas de trabajo manual, imitando a Jesucristo. Veía el trabajo como algo honroso. Su dieta era vegetariana y ayunaba diariamente, sin comer nada hasta la tarde. Recibía a muchos para dirección espiritual. Algunas veces acudía a los pueblos con sus monjes a predicar. Era famoso por su trato amable con todos.
Su gran amor y su fuerza fueron la Santa Cruz con la que hizo muchos milagros. Fue un poderoso exorcista. Este don para someter a los espíritus malignos lo ejerció utilizando como sacramental la famosa Cruz de San Benito.
San Benito predijo el día de su propia muerte, que ocurrió el 21 de marzo del 547, pocos días después de la muerte de su hermana, santa Escolástica. Desde finales del siglo VIII muchos lugares comenzaron a celebrar su fiesta el 11 de julio.
Si atendemos a la enorme influencia ejercida en Europa por los seguidores de San Benito, es desalentador comprobar que no tenemos biografías contemporáneas del padre del monasticismo occidental. Lo poco que conocemos acerca de sus primeros años, proviene de los "Diálogos" de San Gregorio, quien no proporciona una historia completa, sino solamente una serie de escenas para ilustrar los milagrosos incidentes de su carrera.
Benito nació y creció en la noble familia Anicia, en el antiguo pueblo de Sabino en Nurcia, en la Umbría en el año 480. Esta región de Italia es quizás la que mas santos ha dado a la Iglesia. Cuatro años antes de su nacimiento, el bárbaro rey de los Hérculos mató al último emperador romano poniendo fin a siglos de dominio de Roma sobre todo el mundo civilizado. Ante aquella crisis, Dios tenía planes para que la fe cristiana y la cultura no se apagasen ante aquella crisis. San Benito sería el que comienza el monasticismo en occidente.  Los monasterios se convertirán en centros de fe y cultura.
De su hermana gemela, Escolástica, leemos que desde su infancia se había consagrado a Dios, pero no volvemos a saber nada de ella hasta el final de la vida de su hermano.  El fue enviado a Roma para su "educación liberal", acompañado de una "nodriza", que había de ser, probablemente, su ama de casa.  Tenía entonces entre 13 y 15 años, o quizá un poco más.  Invadido por los paganos de las tribus arias, el mundo civilizado parecía declinar rápidamente hacia la barbarie, durante los últimos años del siglo V: la Iglesia estaba agrietada por los cismas, ciudades y países desolados por la guerra y el pillaje, vergonzosos pecados campeaban tanto entre cristianos como entre gentiles y  se ha hecho notar que no existía un solo soberano o legislador que no fuera ateo, pagano o hereje.  En las escuelas y en los colegios, los jóvenes imitaban los vicios de sus mayores y Benito, asqueado por la vida licenciosa de sus compañeros y temiendo llegar a contaminarse con su ejemplo, decidió abandonar Roma.  Se fugó, sin que nadie lo supiera, excepto su nodriza, que lo acompañó.  Existe una considerable diferencia de opinión en lo que respecta a la edad en que abandonó la ciudad, pero puede haber sido aproximadamente a los veinte años.  Se dirigieron al poblado de Enfide, en las montañas, a treinta millas de Roma.  No sabemos cuanto duró su estancia, pero fue suficiente para capacitarlo a determinar su siguiente paso.  Pronto se dio cuenta de que no era suficiente haberse retirado de las tentaciones de Roma;  Dios lo llamaba para ser un ermitaño y para abandonar el mundo y, en el pueblo lo mismo que en la ciudad, el joven no podía llevar una vida escondida, especialmente después de haber restaurado milagrosamente un objeto de barro que su nodriza había pedido prestado y accidentalmente roto.
En busca de completa soledad, Benito partió una vez más, solo, para remontar las colinas hasta que llegó a un lugar conocido como Subiaco (llamado así por el lago artificial formado en tiempos de Claudio, gracias a la represión de las aguas del Anio).  En esta región rocosa y agreste se encontró con un monje llamado Romano, al que abrió su corazón, explicándole su intención de llevar la vida de un ermitaño.  Romano mismo vivía en un monasterio a corta distancia de ahí; con gran celo sirvió al joven, vistiéndolo con un hábito de piel y conduciéndolo a una cueva en una montaña rematada por una roca alta de la que no podía descenderse y cuyo ascenso era peligroso, tanto por los precipicios como por los tupidos bosques y malezas que la circundaban.  En la desolada caverna, Benito pasó los siguientes tres años de su vida, ignorado por todos, menos por Romano, quien guardó su secreto y diariamente llevaba pan al joven recluso, quien lo subía en un canastillo que izaba mediante una cuerda.  San Gregorio dice que el primer forastero que encontró el camino hacia la cueva fue un sacerdote quien, mientras preparaba su comida un domingo de Resurrección, oyó una voz que le decía: "Estás preparándote un delicioso platillo, mientras mi siervo Benito padece hambre".  El sacerdote, inmediatamente, se puso a buscar al ermitaño, al que encontró al fin con gran dificultad.  Después de haber conversado durante un tiempo sobre Dios y las cosas celestiales, el sacerdote lo invitó a comer, diciéndole que era el día de Pascua, en el que no hay razón para ayunar.  Benito, quien sin duda había perdido el sentido del tiempo y ciertamente no tenía medios de calcular los ciclos lunares, repuso que no sabía que era el día de tan grande solemnidad.  Comieron juntos y el sacerdote volvió a casa.  Poco tiempo después, el santo fue descubierto por algunos pastores, quienes al principio lo tomaron por un animal salvaje, porque estaba cubierto con una piel 9de bestia y porque no se imaginaban que un ser humano viviera entre las rocas.  Cuando descubrieron que se trataba de un siervo de Dios, quedaron gratamente impresionados y sacaron algún fruto de sus enseñanzas.  A partir de ese momento, empezó a ser conocido y mucha gente lo visitaba, proveyéndolo de alimentos y recibiendo de él instrucciones y consejos.
Aunque vivía apartado del mundo, San Benito, como los padres del desierto, tuvo que padecer las tentaciones de la carne y del demonio, algunas de las cuales han sido descritas por San Gregorio.  "Cierto día, cuando estaba solo, se presentó el tentador.  Un pequeño pájaro negro, vulgarmente llamado mirlo, empezó a volar alrededor de su cabeza y se le acercó tanto que, si hubiese querido, habría podido cogerlo con la mano, pero al hacer la señal de la cruz el pájaro se alejó.  Una violenta tentación carnal, como nunca antes había experimentado, siguió después.  El espíritu maligno le puso ante su imaginación el recuerdo de cierta mujer que él había visto hacía tiempo, e inflamó su corazón con un deseo tan vehemente, que tuvo una gran dificultad para reprimirlo.  Casi vencido, pensó en abandonar la soledad; de repente, sin embargo, ayudado por la gracia divina, encontró la fuerza que necesitaba y, viendo cerca de ahí un tupido matorral de espinas y zarzas, se quitó sus vestiduras y se arrojó entre ellos.  Ahí se revolcó hasta que todo su cuerpo quedó lastimado.  Así, mediante aquellas heridas corporales, curó las heridas de su alma", y nunca volvió a verse turbado en aquella forma.
En Vicovaro, en Tívoli y en Subiaco, sobre la cumbre de un farallón que domina Anio, residía por aquel tiempo una comunidad de monjes, cuyo abad había muerto y por lo tanto decidieron pedir a San Benito que tomara su lugar.  Al principio rehusó, asegurando a la delegación que había venido a visitarle que sus modos de vida no coincidían --quizá él había oído hablar de ellos--.  Sin embargo, los monjes le importunaron tanto, que acabó por ceder y regresó con ellos para hacerse cargo del gobierno.  Pronto se puso en evidencia que sus estrictas nociones de disciplina monástica no se ajustaban a ellos, porque quería que todos vivieran en celdas horadadas en las rocas y, a fin de deshacerse de él, llegaron hasta poner veneno en su vino.  Cuando hizo el signo de la cruz sobre el vaso, como era su costumbre, éste se rompió en pedazos como si una piedra hubiera caído sobre él.  "Dios os perdone, hermanos", dijo el abad con tristeza.  "¿Por qué habéis maquinado esta perversa acción contra mí?  ¿No os dije que mis costumbres no estaban de acuerdo con las vuestras?  Id y encontrad un abad a vuestro gusto, porque después de esto yo no puedo quedarme por más tiempo entre vosotros".  El mismo día retornó a Subiaco, no para llevar por más tiempo una vida de retiro, sino con el propósito de empezar la gran obra para la que Dios lo había preparado durante estos años de vida oculta.
Empezaron a reunirse a su alrededor los discípulos atraídos por su santidad y por sus poderes milagrosos, tanto seglares que huían del mundo, como solitarios que vivían en las montañas.  San Benito se encontró en posición de empezar aquel gran plan, quizás revelado a él en la retirada cueva, de "reunir en aquel lugar, como en un aprisco del Señor, a muchas y diferentes familias de santos monjes dispersos en varios monasterios y regiones, a fin de hacer de ellos un sólo rebaño según su propio corazón, para unirlos más y ligarlos con los fraternales lazos, en una casa de Dios bajo una observancia regular y en permanente alabanza al nombre de Dios".  Por lo tanto, colocó a todos los que querían obedecerle en los doce monasterios hechos de madera, cada uno con su prior.  El tenía la suprema dirección sobre todos, desde donde vivía con algunos monjes escogidos, a los que deseaba formar con especial cuidado.  Hasta ahí, no tenía escrita una regla propia, pero según un antiguo documento, los monjes de los doce monasterios aprendieron la vida religiosa, "siguiendo no una regla escrita, sino solamente el ejemplo de los actos de San Benito".  Romanos y bárbaros, ricos y pobres, se ponían a disposición del santo, quien no hacía distinción de categoría social o nacionalidad.  Después de un tiempo, los padres venían para confiarles a sus hijos a fin de que fueran educados y preparados para la vida monástica.  San Gregorio nos habla de dos nobles romanos, Tértulo, el patricio y Equitius, quienes trajeron a sus hijos, Plácido, de siete años y Mauro de doce, y dedica varias páginas a estos jóvenes novicios.  (Véase San Mauro, 15 de enero y San Plácido, 5 de octubre).
En contraste con estos aristocráticos jóvenes romanos, San Gregorio habla de un rudo e inculto godo que acudió a San Benito, fue recibido con alegría y vistió el hábito monástico.  Enviado con una hoz para que quitara las tupidas malezas del terreno desde donde se dominaba el lago, trabajó tan vigorosamente, que la cuchilla de la hoz se salió del mango y desapareció en el lago.  El pobre hombre estaba abrumado de tristeza, pero tan pronto como San Benito tuvo conocimiento del accidente, condujo al culpable a la orilla de las aguas, le arrebató el mango y lo arrojó al lago.  Inmediatamente, desde el fondo, surgió la cuchilla de hierro y se ajustó automáticamente al mango.  El abad devolvió la herramienta, diciendo: "¡Toma!  Prosigue tu trabajo y no te preocupes".  No fue el menor de los milagros que San Benito hizo para acabar con el arraigado prejuicio contra el trabajo manual, considerado como degradante y servil.  Creía que el trabajo no solamente dignificaba, sino que conducía a la santidad y, por lo tanto, lo hizo obligatorio para todos los que ingresaban a su comunidad, nobles y plebeyos por igual.  No sabemos cuanto tiempo permaneció el santo en Subiaco, pero fue lo suficiente para establecer su monasterio sobre una base firme y fuerte.  Su partida fue repentina y parece haber sido impremeditada.  Vivía en las cercanías un indigno sacerdote llamado Florencio quien, viendo el éxito que alcanzaba San Benito y la gran cantidad de gente que se reunía en torno suyo, sintió envidia y trató de arruinarlo.  Pero como fracasó en todas sus tentativas para desprestigiarlo mediante la calumnia y para matarlo con un pastel envenenado que le envió (que según San Gregorio fue arrebatado milagrosamente por un cuervo), trató de seducir a sus monjes, introduciendo una mujer de mala vida en el convento.  El abad, dándose perfecta cuenta de que los malvados planes de Florencio estaban dirigidos contra él personalmente, resolvió abandonar Subiaco por miedo de que las almas de sus hijos espirituales continuaran siendo asaltadas y puestas en peligro.  Dejando todas sus cosas en orden, se encaminó desde Subiaco al territorio de Monte Cassino.  Es esta una colina solitaria en los límites de Campania, que domina por tres lados estrechos valles que corren hacia las montañas y, por el cuarto, hasta el Mediterráneo, una planicie ondulante que fue alguna vez rica y fértil, pero que, carente de cultivos por las repetidas irrupciones de los bárbaros, se había convertido en pantanosa y malsana.  La población de Monte Cassino, en otro tiempo lugar importante, había sido aniquilada por los godos y los pocos habitantes que quedaban, habían vuelto al paganismo o mejor dicho, nunca lo habían dejado.  Estaban acostumbrados a ofrecer sacrificios en un templo dedicado a Apolo, sobre la cuesta del monte.  Después de cuarenta días de ayuno, el santo se dedicó, en primer lugar, a predicar a la gente y a llevarla a Cristo.  Sus curaciones y milagros obtuvieron muchos conversos, con cuya ayuda procedió a destruir el templo, su ídolo y su bosque sagrado.  Sobre las ruinas del templo, construyó dos capillas y alrededor de estos santuarios se levantó, poco a poco, el gran edificio que estaba destinado a convertirse en la más famosa abadía que el mundo haya conocido.  Los cimientos de este edificio parecen haber sido echados por San Benito, alrededor del año 530.  De ahí partió la influencia que iba a jugar un papel tan importante en la cristianización y civilización de la Europa post-romana.  No fue solamente un museo eclesiástico lo que se destruyó durante la segunda Guerra Mundial, cuando se bombardeó Monte Cassino.
Es probable que Benito, de edad madura, en aquel entonces, pasara nuevamente algún tiempo como ermitaño; pero sus discípulos pronto acudieron también a Monte Cassino.  Aleccionado sin duda por su experiencia en Sabiaco, no los mandó a casas separadas, sino que los colocó juntos en un edificio gobernado por un prior y decanos, bajo su supervisión general.  Casi inmediatamente después, se hizo necesario añadir cuartos para huéspedes, porque Monte Cassino, a diferencia de Subiaco, era fácilmente accesible desde Roma y Cápua.  No solamente los laicos, sino también los dignatarios de la Iglesia iban para cambiar impresiones con el fundador, cuya reputación de santidad, sabiduría y milagros habíase extendido por todas partes.  Tal vez fue durante ese período cuando comenzó su "Regla", de la que San Gregorio dice que da a entender "todo su método de vida y disciplina, porque no es posible que el santo hombre pudiera enseñar algo distinto de lo que practicaba".  Aunque primordialmente la regla está dirigida a los monjes de Monte Cassino, como señala el abad Chapman, parece que hay alguna razón para creer que fue escrita para todos los monjes del occidente, según deseos del Papa San Hormisdas.  Está dirigida a todos aquellos que, renunciando a su propia voluntad, tomen sobre sí "la fuerte y brillante armadura de la obediencia para luchar bajo las banderas de Cristo, nuestro verdadero Rey", y prescribe una vida de oración litúrgica, estudio, ("lectura sacra") y trabajo llevado socialmente, en una comunidad y bajo un padre común.  Entonces y durante mucho tiempo después, sólo en raras ocasiones un monje recibía las órdenes sagradas y no existe evidencia de que el mismo San Benito haya sido alguna vez sacerdote.  Pensó en proporcionar "una escuela para el servicio del Señor", proyectada para principiantes, por lo que el ascetismo de la regla es notablemente moderado.  No se alentaban austeridades anormales ni escogidas por uno mismo y, cuando un ermitaño que ocupaba una cueva cerca de Monte Cassino encadenó sus pies a la roca, San Benito le envió un mensaje que decía:  "Si eres verdaderamente un siervo de Dios, no te encadenes con hierro, sino con la cadena de Cristo".  La gran visión en la que Benito contempló, como en un rayo de sol, a todo el mundo alumbrado por la luz de Dios, resume la inspiración de su vida y de su regla.  El santo abad, lejos de limitar sus servicios a los que querían seguir su regla, extendió sus cuidados a la población de las regiones vecinas: curaba a los enfermos, consolaba a los tristes, distribuía limosnas y alimentó a los pobres y se dice que en más de una ocasión resucitó a los muertos.  Cuando la Campania sufría un hambre terrible, donó todas las provisiones de la abadía, con excepción de cinco panes.  "No tenéis bastante ahora", dijo a sus monjes, notando su consternación, "pero mañana tendréis de sobra".  A la mañana siguiente, doscientos sacos de harina fueron depositados por manos desconocidas en la puerta del monasterio.  Otros ejemplos se han proporcionado para ilustrar el poder profético de San Benito, al que se añadía el don de leer los pensamientos de los hombres.  Un noble al que convirtió, lo encontró cierta vez llorando e inquirió la causa de su pena.  El abad repuso: "este monasterio que yo he construido y todo lo que he preparado para mis hermanos, ha sido entregado a los gentiles por un designio del Todopoderoso.  Con dificultad he logrado obtener misericordia para sus vidas".  La profecía se cumplió cuarenta años después, cuando la abadía de Monte Cassino fue destruida por los lombardos.
Cuando el godo Totila avanzaba trinfante a través del centro de Italia, concibió el deseo de visitar a San Benito, porque había oído hablar mucho de él.  Por lo tanto, envió aviso de su llegada al abad, quien accedió a verlo.  Para descubrir si en realidad el santo poseía los poderes que se le atribuían, Totila ordenó que se le dieran a Riggo, capitán de su guardia, sus propias ropas de púrpura y lo envió a Monte Cassino con tres condes que acostumbraban asistirlo.  La suplantación no engañó a San Benito, quien saludó a Riggo con estas palabras: "hijo mío, quítate las ropas que vistes; no son tuyas".  Su visitante se apresuró a partir para informar a su amo que había sido descubierto.  Entonces, Totila, fue en persona hacia el hombre de Dios y, se dice que se atemorizó tanto, que cayó postrado.  Pero Benito lo levantó del suelo, le recriminó por sus malas acciones y le predijo, en pocas palabras, todas las cosas que le sucederían.  Al punto, el rey imploró sus oraciones y partió, pero desde aquella ocasión fue menos cruel.  Esta entrevista tuvo lugar en 542 y San Benito difícilmente pudo vivir lo suficiente para ver el cumplimiento total de su propia profecía.
Anuncia su muerteEl santo que había vaticinado tantas cosas a otros, fue advertido con anterioridad acerca de su próxima muerte.  Lo notificó a sus discípulos y, seis días antes del fin, les pidió que cavaran su tumba.  Tan pronto como estuvo hecha fue atacado por la fiebre.  El 21 de marzo del año 543, durante las ceremonias del Jueves Santo, recibió la Eucaristía.  Después, junto a sus monjes, murmuró unas pocas palabras de oración y murió de pie en la capilla, con las manos levantadas al cielo. Sus últimas palabras fueron: "Hay que tener un deseo inmenso de ir al cielo".  Fue enterrado junto a Santa Escolástica, su hermana, en el sitio donde antes se levantaba el altar de Apolo, que él había destruido. 
Dos de sus monjes estaban lejos de allí rezando, y de pronto vieron una luz esplendorosa que subía hacia los cielos y exclamaron: "Seguramente es nuestro Padre Benito, que ha volado a la eternidad".  Era el momento preciso en el que moría el santo.
Que Dios nos envíe muchos maestros como San Benito, y que nosotros también amemos con todo el corazón a Jesús.
En 1964 Pablo VI declara a san Benito patrono principal de Europa.

«Comenzó Pedro a decirle: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús respondió: En verdad os digo que no hay nadie que habiendo dejado casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el Evangelio, no reciba en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida eterna. Porque muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.» (Marcos 10, 28-31)
1º. Jesús, hoy les haces a los apóstoles una gran promesa: quien te dé algo por amor a Ti y al Evangelio, recibirá «cien veces más» en esta vida, y, en el siglo venidero, la vida eterna.
No es que les prometas esto para que se entreguen.
Ellos ya se habían entregado antes: «Ya ves que nosotros lo hemos entregado todo y te hemos seguido.»
La verdadera entrega no va en busca del beneficio personal, no espera recibir nada a cambio.
Pero Tú quieres que tus discípulos de todos los tiempos sepan que serán las personas más felices en la tierra -con persecuciones- y también en el Cielo.
La felicidad en esta tierra es una felicidad «con persecuciones.»
¿Qué significa esto?
Significa que, aquí abajo, la verdadera alegría va unida a la Cruz.
El que se busca a si mismo, el que no es capaz de hacer ningún sacrificio por Dios o por los demás, el que huye del dolor o de lo que le cuesta, no encuentra más que vacío; y como tampoco puede evitar las cruces habituales de este mundo, se desespera y se amarga.
Por el contrario, el que sabe darse a los demás aprende a amar de verdad y, aunque ese amor implique renuncia, es un amor que llena de paz y de alegría.
En concreto, amarte a Ti, Jesús, cuesta.
Mis pasiones, mis intereses personales, mi comodidad y mi orgullo me impulsan en sentido contrario al que me pides.
Y para vencer esas tendencias, necesito fortaleza, virtud.
El camino cristiano consiste precisamente en la adquisición y desarrollo de las virtudes.
«Este es el índice para que el alma pueda conocer con claridad si ama a Dios o no, con amor puro. Si le ama, su corazón no se centrará en sí misma, ni estará atenta a conseguir sus gustos y conveniencias. Se dedicará por completo a buscar la honra y gloria de Dios y a darle gusto a El. Cuanto más tiene corazón para si misma menos lo tiene para Dios» (San Juan de la Cruz).
2º. «Es bueno dar gloria a Dios, sin tomarse anticipos (mujer hijos, honores...) de esa gloria, que gozaremos plenamente con Él en la Vida...
Además, Él es generoso... Da el ciento por uno: y esto es verdad hasta en los hijos. -Muchos se privan de ellos por su gloria, y tienen miles de hijos de su espíritu. -Hijos, como nosotros lo somos del Padre nuestro, que está en los cielos» (Camino.- 779).
Jesús, es bueno dar gloria a Dios, hacerlo todo por Ti y por el Evangelio.
Qué ridículo sería el árbol que quisiera crecer para abajo, o el caballo que quisiera volar.
Por suerte, no pueden hacer el ridículo.
La única criatura capaz de hacerlo -además de los demonios, que lo hacen por toda la eternidad- es el hombre cuando, en vez de actuar dando gloria a Dios, «va a la suya», como si fuera independiente de su Creador.
Además, El es generoso... Da el ciento por uno.
A veces, Jesús, no me entero de esto porque no lo pruebo de verdad; y aunque te doy cosas, mis planes y mi tiempo son intocables.
O te pongo límites que parecen -desde la estrecha perspectiva humana- razonables: mis hijos, mi familia, mi profesión...
No acabo de enterarme.
«Ya ves que nosotros lo hemos entregado todo y te hemos seguido.»
Jesús, ayúdame a enterarme de lo que significa ser cristiano: buscar en mis circunstancias concretas, según mi vocación específica, la gloria de Dios; no quedarme con nada que me impida seguirte de cerca y amarte sobre todas las cosas.

miércoles, 9 de julio de 2014

Jueves de la semana 14 de tiempo ordinario

Jueves de la semana 14 de tiempo ordinario

Dios está junto a nosotros, en nuestro trabajo, en nuestro corazón, y nos pide que seamos misioneros de su reino de paz, amor y misericordia.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: -«Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo»” (Mateo 10,7-15).
1. El estilo misionero tiene entre sus características la pobreza. Tus discípulos, Jesús, se ponen a disposición gratuitamente (su fe, su tiempo, su amistad), dan gratis lo que gratuitamente han recibido. Es lo que nos has enseñado, Señor: todo lo que hay en nosotros es don; por eso hemos de darlo y darnos. Y nos enseñas a contentarnos con lo estrictamente necesario. Y la tarea que nos das no es imponer la verdad sino una propuesta clara y convincente porque va atestiguada con nuestras vidas, y luego dejarla a la libertad del hombre (Bruno Maggioni).
-“Jesús recomendaba a los doce apóstoles”... Jesús, abres la boca y hablas. Trato de imaginar algo del tono de tu voz... de la atención te prestan los apóstoles... Les dices lo que llevas en el corazón... tus recomendaciones...
-"Proclamad que el Reino de Dios está aquí." Se busca, a veces a Dios "demasiado lejos": ¡de hecho está "aquí"! cerca de nosotros, como insistía san Josemaría: “Es preciso convencerse de que Dios está junto a  nosotros de continuo. -Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. 
”-Y está como un Padre amoroso -a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos-,  ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.
”-!Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ya no lo haré más! -Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la  par que se enternece su corazón, conocedor  de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, qué esfuerzos hace para portarse bien!
”-Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos” (Camino).
Señor, ayúdanos a descubrir que estás próximo, junto a nosotros. Un Dios próximo, un Dios amoroso. No estoy nunca solo, incluso cuando me siento abandonado o solitario. Para poder proclamar a los demás la bondad, la proximidad de la presencia de Dios... primero hay que haber hecho la experiencia en sí mismo, personalmente. ¿Cómo podría decir a los demás: "el Reino de los cielos, la felicidad de los cielos esta aquí"... "Dios esta junto a ti"... si yo mismo no creyera en ello? ¡Ayúdanos, Señor, a creer que tu Reino ha comenzado!
«La Iglesia ha nacido con este fin: propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora, y por medio de ellos ordenar realmente todo el universo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo místico, dirigida a este fin, recibe el nombre de apostolado, el cual la Iglesia lo ejerce por obra de todos sus miembros, aunque de diversas maneras» (Vaticano II.- A. A.-2).
Dices: "Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios." Resumes en estas cuatro frases todos los beneficios que los apóstoles deben aportar a sus hermanos, los hombres. Es lo que tú has hecho, Señor: curar, dar la vida, limpiar a pobres leprosos, liberar a los pecadores de sus pecados. El apóstol es el que distribuye beneficios... el que hace crecer a sus hermanos... el que les aporta luz, paz y alegría... Te pido, Señor, ser fiel a tus palabras: ¿Cuál será mi manera de ayudar, de servir, de curar?
-“De balde lo recibisteis, dadlo de balde. No os procuréis oro, plata ni moneda... ni alforja, ni dos túnicas, ni sandalias ni bastón... pues el bracero merece su sustento”. Tu simplicidad de vida es difícil de entender, Señor. Veo que ahí está mi verdadero crecimiento. Cuanto más se tiene, más se quiere... no se está nunca contento. Por lo contrario, el que sabe reducir al mínimo sus necesidades, encuentra una alegría y una libertad mayores: se contenta con poco.
-“Al entrar en una casa, saludad. Si la casa se lo merece, la paz que le deseáis se pose sobre ella. Si no se lo merece, vuestra paz vuelva a vosotros. Si alguno no os recibe, salid de esta casa”... Me das instrucciones para mi apostolado, sin imponer… tú nos dejas libres. Ofrecer la paz. Ofrecer la alegría. Dar aliento. No hay que sorprenderse si uno no tiene éxito, si no es aceptado: hay que conservar la paz y el gozo interior. Nuestra buena tentativa ha sido para el Señor (Noel Quesson).
Jesús nos habla de misión y de confianza: «En las empresas de apostolado está bien -es un deber- que consideres tus medios terrenos (2+2=4), pero no olvides ¡nunca! que has de contar, por fortuna, con otro sumando: Dios +2+2...» (J. Escrivá, Camino 471).
2. La historia de José llega a la escena culminante del reencuentro y la reconciliación con sus hermanos, una de las páginas más bellas de la Biblia, tanto en el aspecto literario como en el humano y religioso.
¿Viven todavía vuestros padres?» preguntó José. «Tenemos un padre anciano y un hermano pequeño, nacido en los días de su vejez; el hermano de éste murió, por lo tanto a su madre le queda sólo este hijo ¡y nuestro padre le ama!» -Dijo José: "Traédmelo, que puedan verlo mis ojos." Se trata de Benjamín, el pequeño y el último, el verdadero hermano de José, nacido de la misma madre: Raquel murió al dar a luz... esto explica el afecto muy particular de Jacob por esa mujer... y la ternura muy particular de José por "éste" que entre los restantes hijos de Jacob le recordaba las facciones de su propia madre. “¡Que puedan verlo mis ojos!” En medio de las rudezas de la época, contemplamos la maravilla del amor que ilumina todo lo que toca. “Dios es amor. El que ama, conoce a Dios”, dirá san Juan. Y en todo verdadero amor humano ¿sabemos reconocer a Dios?
Como se acabó el trigo, tuvieron que hacer un segundo viaje, y tienen que llevar al pequeño. “Jacob dijo: «Sabéis que mi mujer sólo me dio dos hijos. Uno lo perdí y dije: "¡Fue despedazado como una presa!" y hasta el presente no lo he vuelto a ver. Si ahora apartáis a éste de mi lado y le sucede alguna desgracia, haríais bajar penosamente mi vejez a la mansión de los muertos.” El amor paterno es una de esas maravillas que nos habla de Dios, como una verdadera participación en la paternidad de Dios «de quien toda paternidad toma nombre» (Ef 3, 15).
En este segundo viaje, José retiene a Benjamín. Cuando Judá le cuenta el disgusto del padre por la venta de José y pide que no le quiten ahora en su vejez al pequeño, José no puede ya contenerse más y, entre lágrimas, se da a conocer a sus hermanos: -“Entonces José no pudo contenerse, hizo salir a todo el mundo y cuando quedaron sólo los hermanos se dio a conocer a ellos y se echó a llorar a gritos”. Vencido por la emoción, José deja que lo reconozcan.
¡Soy José, vuestro hermano!» Sin duda el niño José Roncalli había oído esa emotiva historia de reconciliación cuando asistía al catecismo en su pueblo. Adulto, debió de meditar esa página de perdón fraterno. El caso es que siendo ya el Papa Juan XXIII, al recibir en audiencia a un grupo de judíos, con los brazos abiertos les dijo: «Yo soy José, vuestro hermano.»
«Yo soy José, vuestro hermano, al que vendisteis a los egipcios». Y les perdona: «acercaos a mí». Y añade: -“Ahora bien no os pese más ni os enoje haberme vendido aquí: pues para salvar vuestras vidas me envió Dios delante de vosotros”... ¡Si por lo menos, Señor, todos los hermanos separados, todos los hombres en pugna por conflictos... llegasen a tener esa misma visión de una historia que progresa hacia el encuentro fraterno y el amor! Y que Tú diriges, ¡oh Padre! (Noel Quesson). Nos hablas de Jesús, entregado por los suyos a la cruz; mientras él pide perdón al Padre por a sus verdugos, muestra que la salvación de Dios también actúa a través del mal y del pecado de las personas. Nosotros tendríamos que aprender, sobre todo, a perdonar a los que nos han ofendido. Difícilmente nos harán un mal tan grande como el que los hermanos de José o los discípulos de Jesús les hicieron a ellos. Ellos perdonaron. ¿Yo sé perdonar? ¿Hubiéramos tenido nosotros, en su lugar, la grandeza de corazón que aquí muestra José?, ¿y Cristo en la cruz?, ¿facilitamos que se puedan rehabilitar las personas, dándoles un voto de confianza, a pesar de que hayan fallado una o más veces? Aunque nos cueste, ¿sabemos perdonar?
3. El salmo comenta y desarrolla esta misma idea: «Recordad las maravillas que hizo el Señor. Llamó al hambre sobre aquella tierra... por delante había enviado a José, vendido como esclavo». Los planes de Dios son admirables. El va llevando a cumplimiento su promesa mesiánica por caminos que nos sorprenden. Este salmo, que sigue al que alaba la obra creadora de Dios, ensalza la obra que el Señor realiza en su redención con Israel su pueblo, y si en el anterior se refleja la gloria de Dios eternamente, eternamente en éste se proclama la Alianza divina con el pueblo elegido: Dios, que domina toda la tierra, cuida de todas sus criaturas, dio la tierra de Canaán a su pueblo y llena de alegría a sus elegidos, y si bien muchos de ellos pecan no por ello deja de favorecerlos con su bondad. José prepara la ida a Egipto que será luego con la opresión una ocasión de la pascua profética del Mesías, al igual que la tierra prometida es profética del cielo, Jerusalén de la ciudad celestial e Israel de la Iglesia… A la luz de la providencia divina y del cumplimiento de la palabra del Señor vemos toda la historia del mundo y personal nuestra.
Llucià Pou Sabaté