Viernes de la semana 14 de tiempo ordinario
Jesús es signo de contradicción, y nos manda el Espíritu Santo y su perdón, que nos da la libertad completa
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: -«Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero no os fieis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Porque os aseguro que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre»” (Mateo 10,16-23)
1. Jesús nos avisa de la lucha del discípulo contra el mal: "Os envío como ovejas en medio de lobos". El discípulo es pobre y está inerme; sólo es rico en fe en la validez de su anuncio. Somos vulnerables a los poderes del mundo. Pero con la fe somos fuertes. Simples y prudentes, son las palabras de Cristo. La simplicidad, o sencillez, es lealtad, transparencia, confianza en la verdad y, por tanto, rechazo de cualquier subterfugio y de todo medio de violencia, la prudencia es la capacidad (y la humildad) de valorar las situaciones concretas. Pero se trata siempre, por supuesto, de la prudencia de Cristo, no de la prudencia del mundo, basada en cálculos cínicos, diplomacia y compromisos, siempre en busca de una salvación propia (Bruno Maggioni).
El Reino de Dios se revela en la debilidad de Jesús y de sus mensajeros. San Pablo dirá también que "la fortaleza de Dios encuentra su cumplimiento en la debilidad" (2 Cor 12,9). Toda la historia de la Iglesia confirma esta verdad. Son los pequeños y los humildes los que han hecho las mayores obras. Bernardita Soubirous era la más débil en Lourdes cuando Dios la escogió para que transmitiera el mensaje de la Virgen.
-“Sed cautos como serpientes e ingenuos como palomas”. Jesús, tomas tus comparaciones del mundo animal. Anuncias la persecución a tus apóstoles, pero les pides que no se expongan inoportunamente: nos pides que seamos "cautos", es decir inteligentes, hábiles, finos, como serpientes... y también que hemos de conservar la "ingenuidad", es decir la "candidez", la simplicidad, sin disimulo, sin segunda intención, como palomas... Es preciso que se perciba que los mensajeros del evangelio sólo se ocupan de Dios y no buscan su propio provecho.
-“Os llevarán a los tribunales... os conducirán ante gobernadores y reyes por mi causa, así daréis testimonio ante ellos”. Jesús, no escondes la verdad a tus apóstoles: el evangelio provoca, a veces, la oposición y la persecución. Esto no te espanta. Nos pides que nos mantengamos valientes, como tú, pues tú mismo fuiste acusado ante el tribunal de Pilato.
-“No os preocupéis por lo que vais a decir; será el Espíritu de vuestro Padre quien hable por medio de vosotros”. Dios, que "habita en nuestros corazones", que habita "en mí"... Ayúdanos, Señor, a escucharte y a ser dóciles.
A veces las dificultades surgen en el ambiente social, profesional, familiar. San Ambrosio, hablando sobre los padres que no querían que sus hijos se entregaban a Dios, decía: “Y porque sé de no pocas jóvenes que, deseosas de consagrar a Dios su virginidad, no lo consiguieron por estorbárselo sus madres (...), a tales madres dirijo ahora mi discurso y pregunto: ¿no son libres vuestras hijas para amar a los hombres y elegir marido entre ellos, amparándolas la ley en su derecho aun contra vuestra voluntad? Y las que pueden libremente desposarse con un hombre, ¿no han de ser libres para desposarse con Dios?”
-“Todos os odiarán por causa mía; pero quien resista hasta el final, se salvará”. La oposición y la persecución vienen, a veces, de la propia familia: "un hermano entregará a su hermano y un padre a su hijo..." El odio puede nacer en todas partes. Jesús, nos sugieres una sola solución: ¡"aguantar"!, ¡permanecer fieles! Conservar la firmeza y el valor, contra toda decepción, contra toda oposición y contra todo fracaso. Lo que cuenta es la salvación eterna, "salvarse"... y saber que Jesús está con nosotros.
-“Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Porque os aseguro que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre”. Jesús, nos promete que "vienes", que te veremos, que viviremos contigo. “No te prometo que serás dichosa en este mundo sino en el otro”, decía santa María a Santa Bernardita (Noel Quesson).
Ya cuando se redactan los Evangelios, Santiago y Esteban han sido mártires, así como Pedro y Pablo. La salvación está en ti, Señor, y te pido el modo de comunicarla a los demás. Con prudencia y, al mismo tiempo, con sencillez. Ayudados por el Espíritu de Dios. Tenemos trabajo hasta el fin del mundo, hasta la vuelta del Señor (J. Aldazábal).
Y «el que persevere hasta el final, se salvará». Decía S. Josemaría: «¡Acabar!, ¡acabar! -Hijo, «qui perseveraverit usque in finem, hic salvus erit» -se salvará el que persevere hasta el fin.
”-Y los hijos de Dios disponemos de los medios, ¡tú también!: cubriremos aguas, porque todo lo podemos en Aquél que nos conforta.
”-Con el Señor no hay imposibles: se superan siempre» (Forja 656).
2. José perdonó a sus hermanos e invitó a que su padre Jacob se instalara en Egipto con toda su familia. –“Partió Jacob a Egipto con todo lo que poseía. Cuando llegó a Berseba ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac”. Las etapas de nuestras vidas, ¿están llenas de Dios como la de los patriarcas?
-“Dijo Dios a Jacob en visión nocturna: "¡Jacob! ¡Jacob!" Respondió: «¡Heme aquí!»” Oírse llamado por su nombre. Contestar manifestando nuestra disponibilidad. Es el resumen exacto de la fe, que es respuesta a una llamada, Dios tiene la iniciativa, pero ¿sabemos responderle o hacemos oídos sordos? Gracia y Libertad. Don de Dios aceptado o rechazado. HOY todavía me llama Dios por mi nombre. "Cada instante me aporta una llamada de Dios. ¿Cómo corresponderé a ella?"
-"No temas bajar a Egipto, porque allí te haré una gran nación. Yo bajaré contigo a Egipto, Yo mismo te subiré también y José te cerrará los ojos." La confianza en Dios, dejarnos llevar como un niño que baja por un tobogán, sin ofrecer resistencia, confiando en el porvenir: ¡esto es propiamente la esperanza! Señor, líbranos de la obsesión del miedo al futuro. «Bastará a cada día su trabajo», dirá Jesús. Hay que vivir al día. El porvenir está en manos del Padre. «Estoy contigo», decía el Señor a Jacob. ¿Creo yo profundamente que Dios está conmigo? Porque ahí está todo…
-“Y Jacob marchó a Egipto con toda su familia”. Sabemos que nada terreno es para siempre y que vendrá servidumbre (Éxodo 2,23-24), y Dios enviará a Moisés, de manera que todos los anteriores son como preludio del Profeta, y éste de Cristo.
-“José salió al encuentro de su padre y viéndole se echó a su cuello, le abrazó y lloró largamente”. Es la aventura de tantos hombres reconciliados con su Padre, los hijos y padres pródigos. Dios tiene la iniciativa, pero ¿sabemos responderle? Cada instante nos aporta una llamada de Dios. Casi siempre hacemos oídos sordos. Señor, enséñanos a vivir el presente. El porvenir está en tus manos (Noel Quesson).
3. El salmo nos invita, una vez más, a hacer el bien y a tener confianza en Dios, que nos sigue en todos nuestros «viajes» con cercanía de padre: «Confía en el Señor y haz el bien... el Señor vela por los días de los buenos... apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles... el Señor es quien salva a los justos, los protege y los libra». Vivir con rectitud además de prosperidad es tener al Señor, que socorre en las circunstancias más adversas a quienes buscan refugio en Él. “Confiemos, hermanos y hermanas: sostenemos el combate del Dios vivo y lo ejercitamos en esta vida presente, con miras a obtener la corona en la vida futura. Ningún justo consigue enseguida la paga de sus esfuerzos, sino que tiene que esperarla pacientemente. Si Dios premiase enseguida a los justos, la piedad se convertiría en un negocio; daríamos la impresión de que queremos ser justos por amor al lucro y no por amor a la piedad. Por esto, los juicios divinos a veces nos hacen dudar y entorpecen nuestro espíritu, porque no vemos aún las cosas con claridad” (Homilía anónima del s. II). José va a Egipto, Jesús irá a Egipto, y a cada uno de nosotros que va por el camino de la vida acompañado por la mirada amorosa de Dios; en el abrazo de Jacob y José vemos el encuentro que tenemos con Dios Padre que nos busca (que Jesús nos presenta en la parábola del hijo pródigo).
Llucià Pou Sabaté
San Benito, abad
San Benito nació de familia rica en Nursia, región de Umbría, Italia, en el año 480. Su hermana gemela, Escolástica, también alcanzó la santidad. Después de haber recibido en Roma una adecuada formación, estudiando la retórica y la filosofía. Se retiró de la ciudad a Enfide (la actual Affile), para dedicarse al estudio y practicar una vida de rigurosa disciplina ascética. No satisfecho de esa relativa soledad, a los 20 años se fue al monte Subiaco bajo la guía de un ermitaño y viviendo en una cueva. Tres años después se fue con los monjes de Vicovaro. No duró allí mucho ya que lo eligieron prior pero después trataron de envenenarlo por la disciplina que les exigía. Con un grupo de jóvenes, entre ellos Plácido y Mauro, fundo su primer monasterio en en la montaña de Cassino en 529 y escribió la Regla, cuya difusión le valió el título de patriarca del monaquismo occidental. Fundó numerosos monasterios, centros de formación y cultura capaces de propagar la fe en tiempos de crisis.
Vida de oración disciplina y trabajo
Se levantaba a las dos de la madrugada a rezar los salmos. Pasaba horas rezando y meditando. Hacia también horas de trabajo manual, imitando a Jesucristo. Veía el trabajo como algo honroso. Su dieta era vegetariana y ayunaba diariamente, sin comer nada hasta la tarde. Recibía a muchos para dirección espiritual. Algunas veces acudía a los pueblos con sus monjes a predicar. Era famoso por su trato amable con todos.
Se levantaba a las dos de la madrugada a rezar los salmos. Pasaba horas rezando y meditando. Hacia también horas de trabajo manual, imitando a Jesucristo. Veía el trabajo como algo honroso. Su dieta era vegetariana y ayunaba diariamente, sin comer nada hasta la tarde. Recibía a muchos para dirección espiritual. Algunas veces acudía a los pueblos con sus monjes a predicar. Era famoso por su trato amable con todos.
Su gran amor y su fuerza fueron la Santa Cruz con la que hizo muchos milagros. Fue un poderoso exorcista. Este don para someter a los espíritus malignos lo ejerció utilizando como sacramental la famosa Cruz de San Benito.
San Benito predijo el día de su propia muerte, que ocurrió el 21 de marzo del 547, pocos días después de la muerte de su hermana, santa Escolástica. Desde finales del siglo VIII muchos lugares comenzaron a celebrar su fiesta el 11 de julio.
Si atendemos a la enorme influencia ejercida en Europa por los seguidores de San Benito, es desalentador comprobar que no tenemos biografías contemporáneas del padre del monasticismo occidental. Lo poco que conocemos acerca de sus primeros años, proviene de los "Diálogos" de San Gregorio, quien no proporciona una historia completa, sino solamente una serie de escenas para ilustrar los milagrosos incidentes de su carrera.
Benito nació y creció en la noble familia Anicia, en el antiguo pueblo de Sabino en Nurcia, en la Umbría en el año 480. Esta región de Italia es quizás la que mas santos ha dado a la Iglesia. Cuatro años antes de su nacimiento, el bárbaro rey de los Hérculos mató al último emperador romano poniendo fin a siglos de dominio de Roma sobre todo el mundo civilizado. Ante aquella crisis, Dios tenía planes para que la fe cristiana y la cultura no se apagasen ante aquella crisis. San Benito sería el que comienza el monasticismo en occidente. Los monasterios se convertirán en centros de fe y cultura.
De su hermana gemela, Escolástica, leemos que desde su infancia se había consagrado a Dios, pero no volvemos a saber nada de ella hasta el final de la vida de su hermano. El fue enviado a Roma para su "educación liberal", acompañado de una "nodriza", que había de ser, probablemente, su ama de casa. Tenía entonces entre 13 y 15 años, o quizá un poco más. Invadido por los paganos de las tribus arias, el mundo civilizado parecía declinar rápidamente hacia la barbarie, durante los últimos años del siglo V: la Iglesia estaba agrietada por los cismas, ciudades y países desolados por la guerra y el pillaje, vergonzosos pecados campeaban tanto entre cristianos como entre gentiles y se ha hecho notar que no existía un solo soberano o legislador que no fuera ateo, pagano o hereje. En las escuelas y en los colegios, los jóvenes imitaban los vicios de sus mayores y Benito, asqueado por la vida licenciosa de sus compañeros y temiendo llegar a contaminarse con su ejemplo, decidió abandonar Roma. Se fugó, sin que nadie lo supiera, excepto su nodriza, que lo acompañó. Existe una considerable diferencia de opinión en lo que respecta a la edad en que abandonó la ciudad, pero puede haber sido aproximadamente a los veinte años. Se dirigieron al poblado de Enfide, en las montañas, a treinta millas de Roma. No sabemos cuanto duró su estancia, pero fue suficiente para capacitarlo a determinar su siguiente paso. Pronto se dio cuenta de que no era suficiente haberse retirado de las tentaciones de Roma; Dios lo llamaba para ser un ermitaño y para abandonar el mundo y, en el pueblo lo mismo que en la ciudad, el joven no podía llevar una vida escondida, especialmente después de haber restaurado milagrosamente un objeto de barro que su nodriza había pedido prestado y accidentalmente roto.
En busca de completa soledad, Benito partió una vez más, solo, para remontar las colinas hasta que llegó a un lugar conocido como Subiaco (llamado así por el lago artificial formado en tiempos de Claudio, gracias a la represión de las aguas del Anio). En esta región rocosa y agreste se encontró con un monje llamado Romano, al que abrió su corazón, explicándole su intención de llevar la vida de un ermitaño. Romano mismo vivía en un monasterio a corta distancia de ahí; con gran celo sirvió al joven, vistiéndolo con un hábito de piel y conduciéndolo a una cueva en una montaña rematada por una roca alta de la que no podía descenderse y cuyo ascenso era peligroso, tanto por los precipicios como por los tupidos bosques y malezas que la circundaban. En la desolada caverna, Benito pasó los siguientes tres años de su vida, ignorado por todos, menos por Romano, quien guardó su secreto y diariamente llevaba pan al joven recluso, quien lo subía en un canastillo que izaba mediante una cuerda. San Gregorio dice que el primer forastero que encontró el camino hacia la cueva fue un sacerdote quien, mientras preparaba su comida un domingo de Resurrección, oyó una voz que le decía: "Estás preparándote un delicioso platillo, mientras mi siervo Benito padece hambre". El sacerdote, inmediatamente, se puso a buscar al ermitaño, al que encontró al fin con gran dificultad. Después de haber conversado durante un tiempo sobre Dios y las cosas celestiales, el sacerdote lo invitó a comer, diciéndole que era el día de Pascua, en el que no hay razón para ayunar. Benito, quien sin duda había perdido el sentido del tiempo y ciertamente no tenía medios de calcular los ciclos lunares, repuso que no sabía que era el día de tan grande solemnidad. Comieron juntos y el sacerdote volvió a casa. Poco tiempo después, el santo fue descubierto por algunos pastores, quienes al principio lo tomaron por un animal salvaje, porque estaba cubierto con una piel 9de bestia y porque no se imaginaban que un ser humano viviera entre las rocas. Cuando descubrieron que se trataba de un siervo de Dios, quedaron gratamente impresionados y sacaron algún fruto de sus enseñanzas. A partir de ese momento, empezó a ser conocido y mucha gente lo visitaba, proveyéndolo de alimentos y recibiendo de él instrucciones y consejos.
Aunque vivía apartado del mundo, San Benito, como los padres del desierto, tuvo que padecer las tentaciones de la carne y del demonio, algunas de las cuales han sido descritas por San Gregorio. "Cierto día, cuando estaba solo, se presentó el tentador. Un pequeño pájaro negro, vulgarmente llamado mirlo, empezó a volar alrededor de su cabeza y se le acercó tanto que, si hubiese querido, habría podido cogerlo con la mano, pero al hacer la señal de la cruz el pájaro se alejó. Una violenta tentación carnal, como nunca antes había experimentado, siguió después. El espíritu maligno le puso ante su imaginación el recuerdo de cierta mujer que él había visto hacía tiempo, e inflamó su corazón con un deseo tan vehemente, que tuvo una gran dificultad para reprimirlo. Casi vencido, pensó en abandonar la soledad; de repente, sin embargo, ayudado por la gracia divina, encontró la fuerza que necesitaba y, viendo cerca de ahí un tupido matorral de espinas y zarzas, se quitó sus vestiduras y se arrojó entre ellos. Ahí se revolcó hasta que todo su cuerpo quedó lastimado. Así, mediante aquellas heridas corporales, curó las heridas de su alma", y nunca volvió a verse turbado en aquella forma.
En Vicovaro, en Tívoli y en Subiaco, sobre la cumbre de un farallón que domina Anio, residía por aquel tiempo una comunidad de monjes, cuyo abad había muerto y por lo tanto decidieron pedir a San Benito que tomara su lugar. Al principio rehusó, asegurando a la delegación que había venido a visitarle que sus modos de vida no coincidían --quizá él había oído hablar de ellos--. Sin embargo, los monjes le importunaron tanto, que acabó por ceder y regresó con ellos para hacerse cargo del gobierno. Pronto se puso en evidencia que sus estrictas nociones de disciplina monástica no se ajustaban a ellos, porque quería que todos vivieran en celdas horadadas en las rocas y, a fin de deshacerse de él, llegaron hasta poner veneno en su vino. Cuando hizo el signo de la cruz sobre el vaso, como era su costumbre, éste se rompió en pedazos como si una piedra hubiera caído sobre él. "Dios os perdone, hermanos", dijo el abad con tristeza. "¿Por qué habéis maquinado esta perversa acción contra mí? ¿No os dije que mis costumbres no estaban de acuerdo con las vuestras? Id y encontrad un abad a vuestro gusto, porque después de esto yo no puedo quedarme por más tiempo entre vosotros". El mismo día retornó a Subiaco, no para llevar por más tiempo una vida de retiro, sino con el propósito de empezar la gran obra para la que Dios lo había preparado durante estos años de vida oculta.
Empezaron a reunirse a su alrededor los discípulos atraídos por su santidad y por sus poderes milagrosos, tanto seglares que huían del mundo, como solitarios que vivían en las montañas. San Benito se encontró en posición de empezar aquel gran plan, quizás revelado a él en la retirada cueva, de "reunir en aquel lugar, como en un aprisco del Señor, a muchas y diferentes familias de santos monjes dispersos en varios monasterios y regiones, a fin de hacer de ellos un sólo rebaño según su propio corazón, para unirlos más y ligarlos con los fraternales lazos, en una casa de Dios bajo una observancia regular y en permanente alabanza al nombre de Dios". Por lo tanto, colocó a todos los que querían obedecerle en los doce monasterios hechos de madera, cada uno con su prior. El tenía la suprema dirección sobre todos, desde donde vivía con algunos monjes escogidos, a los que deseaba formar con especial cuidado. Hasta ahí, no tenía escrita una regla propia, pero según un antiguo documento, los monjes de los doce monasterios aprendieron la vida religiosa, "siguiendo no una regla escrita, sino solamente el ejemplo de los actos de San Benito". Romanos y bárbaros, ricos y pobres, se ponían a disposición del santo, quien no hacía distinción de categoría social o nacionalidad. Después de un tiempo, los padres venían para confiarles a sus hijos a fin de que fueran educados y preparados para la vida monástica. San Gregorio nos habla de dos nobles romanos, Tértulo, el patricio y Equitius, quienes trajeron a sus hijos, Plácido, de siete años y Mauro de doce, y dedica varias páginas a estos jóvenes novicios. (Véase San Mauro, 15 de enero y San Plácido, 5 de octubre).
En contraste con estos aristocráticos jóvenes romanos, San Gregorio habla de un rudo e inculto godo que acudió a San Benito, fue recibido con alegría y vistió el hábito monástico. Enviado con una hoz para que quitara las tupidas malezas del terreno desde donde se dominaba el lago, trabajó tan vigorosamente, que la cuchilla de la hoz se salió del mango y desapareció en el lago. El pobre hombre estaba abrumado de tristeza, pero tan pronto como San Benito tuvo conocimiento del accidente, condujo al culpable a la orilla de las aguas, le arrebató el mango y lo arrojó al lago. Inmediatamente, desde el fondo, surgió la cuchilla de hierro y se ajustó automáticamente al mango. El abad devolvió la herramienta, diciendo: "¡Toma! Prosigue tu trabajo y no te preocupes". No fue el menor de los milagros que San Benito hizo para acabar con el arraigado prejuicio contra el trabajo manual, considerado como degradante y servil. Creía que el trabajo no solamente dignificaba, sino que conducía a la santidad y, por lo tanto, lo hizo obligatorio para todos los que ingresaban a su comunidad, nobles y plebeyos por igual. No sabemos cuanto tiempo permaneció el santo en Subiaco, pero fue lo suficiente para establecer su monasterio sobre una base firme y fuerte. Su partida fue repentina y parece haber sido impremeditada. Vivía en las cercanías un indigno sacerdote llamado Florencio quien, viendo el éxito que alcanzaba San Benito y la gran cantidad de gente que se reunía en torno suyo, sintió envidia y trató de arruinarlo. Pero como fracasó en todas sus tentativas para desprestigiarlo mediante la calumnia y para matarlo con un pastel envenenado que le envió (que según San Gregorio fue arrebatado milagrosamente por un cuervo), trató de seducir a sus monjes, introduciendo una mujer de mala vida en el convento. El abad, dándose perfecta cuenta de que los malvados planes de Florencio estaban dirigidos contra él personalmente, resolvió abandonar Subiaco por miedo de que las almas de sus hijos espirituales continuaran siendo asaltadas y puestas en peligro. Dejando todas sus cosas en orden, se encaminó desde Subiaco al territorio de Monte Cassino. Es esta una colina solitaria en los límites de Campania, que domina por tres lados estrechos valles que corren hacia las montañas y, por el cuarto, hasta el Mediterráneo, una planicie ondulante que fue alguna vez rica y fértil, pero que, carente de cultivos por las repetidas irrupciones de los bárbaros, se había convertido en pantanosa y malsana. La población de Monte Cassino, en otro tiempo lugar importante, había sido aniquilada por los godos y los pocos habitantes que quedaban, habían vuelto al paganismo o mejor dicho, nunca lo habían dejado. Estaban acostumbrados a ofrecer sacrificios en un templo dedicado a Apolo, sobre la cuesta del monte. Después de cuarenta días de ayuno, el santo se dedicó, en primer lugar, a predicar a la gente y a llevarla a Cristo. Sus curaciones y milagros obtuvieron muchos conversos, con cuya ayuda procedió a destruir el templo, su ídolo y su bosque sagrado. Sobre las ruinas del templo, construyó dos capillas y alrededor de estos santuarios se levantó, poco a poco, el gran edificio que estaba destinado a convertirse en la más famosa abadía que el mundo haya conocido. Los cimientos de este edificio parecen haber sido echados por San Benito, alrededor del año 530. De ahí partió la influencia que iba a jugar un papel tan importante en la cristianización y civilización de la Europa post-romana. No fue solamente un museo eclesiástico lo que se destruyó durante la segunda Guerra Mundial, cuando se bombardeó Monte Cassino.
Es probable que Benito, de edad madura, en aquel entonces, pasara nuevamente algún tiempo como ermitaño; pero sus discípulos pronto acudieron también a Monte Cassino. Aleccionado sin duda por su experiencia en Sabiaco, no los mandó a casas separadas, sino que los colocó juntos en un edificio gobernado por un prior y decanos, bajo su supervisión general. Casi inmediatamente después, se hizo necesario añadir cuartos para huéspedes, porque Monte Cassino, a diferencia de Subiaco, era fácilmente accesible desde Roma y Cápua. No solamente los laicos, sino también los dignatarios de la Iglesia iban para cambiar impresiones con el fundador, cuya reputación de santidad, sabiduría y milagros habíase extendido por todas partes. Tal vez fue durante ese período cuando comenzó su "Regla", de la que San Gregorio dice que da a entender "todo su método de vida y disciplina, porque no es posible que el santo hombre pudiera enseñar algo distinto de lo que practicaba". Aunque primordialmente la regla está dirigida a los monjes de Monte Cassino, como señala el abad Chapman, parece que hay alguna razón para creer que fue escrita para todos los monjes del occidente, según deseos del Papa San Hormisdas. Está dirigida a todos aquellos que, renunciando a su propia voluntad, tomen sobre sí "la fuerte y brillante armadura de la obediencia para luchar bajo las banderas de Cristo, nuestro verdadero Rey", y prescribe una vida de oración litúrgica, estudio, ("lectura sacra") y trabajo llevado socialmente, en una comunidad y bajo un padre común. Entonces y durante mucho tiempo después, sólo en raras ocasiones un monje recibía las órdenes sagradas y no existe evidencia de que el mismo San Benito haya sido alguna vez sacerdote. Pensó en proporcionar "una escuela para el servicio del Señor", proyectada para principiantes, por lo que el ascetismo de la regla es notablemente moderado. No se alentaban austeridades anormales ni escogidas por uno mismo y, cuando un ermitaño que ocupaba una cueva cerca de Monte Cassino encadenó sus pies a la roca, San Benito le envió un mensaje que decía: "Si eres verdaderamente un siervo de Dios, no te encadenes con hierro, sino con la cadena de Cristo". La gran visión en la que Benito contempló, como en un rayo de sol, a todo el mundo alumbrado por la luz de Dios, resume la inspiración de su vida y de su regla. El santo abad, lejos de limitar sus servicios a los que querían seguir su regla, extendió sus cuidados a la población de las regiones vecinas: curaba a los enfermos, consolaba a los tristes, distribuía limosnas y alimentó a los pobres y se dice que en más de una ocasión resucitó a los muertos. Cuando la Campania sufría un hambre terrible, donó todas las provisiones de la abadía, con excepción de cinco panes. "No tenéis bastante ahora", dijo a sus monjes, notando su consternación, "pero mañana tendréis de sobra". A la mañana siguiente, doscientos sacos de harina fueron depositados por manos desconocidas en la puerta del monasterio. Otros ejemplos se han proporcionado para ilustrar el poder profético de San Benito, al que se añadía el don de leer los pensamientos de los hombres. Un noble al que convirtió, lo encontró cierta vez llorando e inquirió la causa de su pena. El abad repuso: "este monasterio que yo he construido y todo lo que he preparado para mis hermanos, ha sido entregado a los gentiles por un designio del Todopoderoso. Con dificultad he logrado obtener misericordia para sus vidas". La profecía se cumplió cuarenta años después, cuando la abadía de Monte Cassino fue destruida por los lombardos.
Cuando el godo Totila avanzaba trinfante a través del centro de Italia, concibió el deseo de visitar a San Benito, porque había oído hablar mucho de él. Por lo tanto, envió aviso de su llegada al abad, quien accedió a verlo. Para descubrir si en realidad el santo poseía los poderes que se le atribuían, Totila ordenó que se le dieran a Riggo, capitán de su guardia, sus propias ropas de púrpura y lo envió a Monte Cassino con tres condes que acostumbraban asistirlo. La suplantación no engañó a San Benito, quien saludó a Riggo con estas palabras: "hijo mío, quítate las ropas que vistes; no son tuyas". Su visitante se apresuró a partir para informar a su amo que había sido descubierto. Entonces, Totila, fue en persona hacia el hombre de Dios y, se dice que se atemorizó tanto, que cayó postrado. Pero Benito lo levantó del suelo, le recriminó por sus malas acciones y le predijo, en pocas palabras, todas las cosas que le sucederían. Al punto, el rey imploró sus oraciones y partió, pero desde aquella ocasión fue menos cruel. Esta entrevista tuvo lugar en 542 y San Benito difícilmente pudo vivir lo suficiente para ver el cumplimiento total de su propia profecía.
Anuncia su muerteEl santo que había vaticinado tantas cosas a otros, fue advertido con anterioridad acerca de su próxima muerte. Lo notificó a sus discípulos y, seis días antes del fin, les pidió que cavaran su tumba. Tan pronto como estuvo hecha fue atacado por la fiebre. El 21 de marzo del año 543, durante las ceremonias del Jueves Santo, recibió la Eucaristía. Después, junto a sus monjes, murmuró unas pocas palabras de oración y murió de pie en la capilla, con las manos levantadas al cielo. Sus últimas palabras fueron: "Hay que tener un deseo inmenso de ir al cielo". Fue enterrado junto a Santa Escolástica, su hermana, en el sitio donde antes se levantaba el altar de Apolo, que él había destruido.
Dos de sus monjes estaban lejos de allí rezando, y de pronto vieron una luz esplendorosa que subía hacia los cielos y exclamaron: "Seguramente es nuestro Padre Benito, que ha volado a la eternidad". Era el momento preciso en el que moría el santo.
Que Dios nos envíe muchos maestros como San Benito, y que nosotros también amemos con todo el corazón a Jesús.
En 1964 Pablo VI declara a san Benito patrono principal de Europa.
«Comenzó Pedro a decirle: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús respondió: En verdad os digo que no hay nadie que habiendo dejado casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el Evangelio, no reciba en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida eterna. Porque muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.» (Marcos 10, 28-31)
1º. Jesús, hoy les haces a los apóstoles una gran promesa: quien te dé algo por amor a Ti y al Evangelio, recibirá «cien veces más» en esta vida, y, en el siglo venidero, la vida eterna.
No es que les prometas esto para que se entreguen.
Ellos ya se habían entregado antes: «Ya ves que nosotros lo hemos entregado todo y te hemos seguido.»
La verdadera entrega no va en busca del beneficio personal, no espera recibir nada a cambio.
Pero Tú quieres que tus discípulos de todos los tiempos sepan que serán las personas más felices en la tierra -con persecuciones- y también en el Cielo.
La felicidad en esta tierra es una felicidad «con persecuciones.»
¿Qué significa esto?
Significa que, aquí abajo, la verdadera alegría va unida a la Cruz.
El que se busca a si mismo, el que no es capaz de hacer ningún sacrificio por Dios o por los demás, el que huye del dolor o de lo que le cuesta, no encuentra más que vacío; y como tampoco puede evitar las cruces habituales de este mundo, se desespera y se amarga.
Por el contrario, el que sabe darse a los demás aprende a amar de verdad y, aunque ese amor implique renuncia, es un amor que llena de paz y de alegría.
En concreto, amarte a Ti, Jesús, cuesta.
Mis pasiones, mis intereses personales, mi comodidad y mi orgullo me impulsan en sentido contrario al que me pides.
Y para vencer esas tendencias, necesito fortaleza, virtud.
El camino cristiano consiste precisamente en la adquisición y desarrollo de las virtudes.
«Este es el índice para que el alma pueda conocer con claridad si ama a Dios o no, con amor puro. Si le ama, su corazón no se centrará en sí misma, ni estará atenta a conseguir sus gustos y conveniencias. Se dedicará por completo a buscar la honra y gloria de Dios y a darle gusto a El. Cuanto más tiene corazón para si misma menos lo tiene para Dios» (San Juan de la Cruz).
2º. «Es bueno dar gloria a Dios, sin tomarse anticipos (mujer hijos, honores...) de esa gloria, que gozaremos plenamente con Él en la Vida...
Además, Él es generoso... Da el ciento por uno: y esto es verdad hasta en los hijos. -Muchos se privan de ellos por su gloria, y tienen miles de hijos de su espíritu. -Hijos, como nosotros lo somos del Padre nuestro, que está en los cielos» (Camino.- 779).
Jesús, es bueno dar gloria a Dios, hacerlo todo por Ti y por el Evangelio.
Qué ridículo sería el árbol que quisiera crecer para abajo, o el caballo que quisiera volar.
Por suerte, no pueden hacer el ridículo.
La única criatura capaz de hacerlo -además de los demonios, que lo hacen por toda la eternidad- es el hombre cuando, en vez de actuar dando gloria a Dios, «va a la suya», como si fuera independiente de su Creador.
Además, El es generoso... Da el ciento por uno.
A veces, Jesús, no me entero de esto porque no lo pruebo de verdad; y aunque te doy cosas, mis planes y mi tiempo son intocables.
O te pongo límites que parecen -desde la estrecha perspectiva humana- razonables: mis hijos, mi familia, mi profesión...
No acabo de enterarme.
«Ya ves que nosotros lo hemos entregado todo y te hemos seguido.»
Jesús, ayúdame a enterarme de lo que significa ser cristiano: buscar en mis circunstancias concretas, según mi vocación específica, la gloria de Dios; no quedarme con nada que me impida seguirte de cerca y amarte sobre todas las cosas.
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