sábado, 27 de abril de 2013


Domingo 5 de pascua, C. La Iglesia se expande, pero “es necesario pasar por muchos padecimientos antes de entrar en el Reino de Dios”, para participar en las Bodas del Cordero. Y el camino es el mandamiento del amor.

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
-Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.)
Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros” (Juan 13,31-33a.34-35).

1. Judas sale… es la hora de Jesús, de su glorificación, de la revelación del amor que lleva en su corazón, se verá quién es el Hijo del Hombre y quién es Dios para los hombres. Se revelará que Jesús es el Señor y que Dios es amor: “Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: -Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él”. El Padre, glorificado por la obediencia del Hijo, glorificará a su Hijo resucitándolo y sentándolo a su derecha: tiene poder en el cielo y en la tierra: “(Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.)” Y hace Jesús una entrega solemne: “hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros” (Juan 13,31-33a.34-35). Y allí nos da su testamento: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Pero no un amor de cualquier medida: como yo os he amado.
El cristiano no es alguien que va por el mundo obsesionado en no hacer pecados, sino alguien que ama, y ojalá puedan decir de nosotros como los primeros cristianos: "Mirad cómo se aman". Podemos repasar lo que dice la  Misa, y que se aplica a esto muy bien: “Tanto amaste al mundo, Padre Santo, que, / al cumplirse la plenitud de los tiempos, / nos enviaste como salvador a tu único Hijo. / El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo,  / nació de María la Virgen, / y así compartió en toda nuestra condición humana menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, / la liberación a los oprimidos / y a los afligidos el consuelo. / Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte, y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida. / Y porque no vivamos ya para nosotros mismos / sino para él, que por nosotros murió y resucitó, / envió, Padre, desde tu seno al Espíritu Santo / como primicia para los creyentes, / a fin de santificar todas las cosas, / llevando a plenitud su obra en el mundo” (Plegaria Eucarística IV).
El ser humano tiene que decidir frente a Jesús. O lo acepta como proyecto de vida o, simplemente, lo rechaza. La cruz cobra un nuevo significado para el creyente. Ya no será motivo de vergüenza o ignominia sino símbolo del amor grande de Dios para con la humanidad y triunfo de la vida sobre la muerte. Los pueblos oprimidos por cruces milenarias encuentran en la cruz de Jesús una Luz de esperanza para su vida. En ella descubren a un Dios que se solidariza con el dolor humano, pero no para justificarte sino para salvarlo, liberarlo, dignificarlo.
La Cruz es prueba de amor, compromiso radical con el proyecto del Padre revelado en Jesús. Cargar nuestra cruz es asumir hasta el extremo en total fidelidad la causa de Jesús, la salvación integral de toda la humanidad.
Recordamos aquella canción: “Sólo le pido a Dios / que el dolor no me sea indiferente, / la resaca muerte no me encuentre / vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.
Sólo le pido a Dios / que lo injusto no me sea indiferente / que no me abofeteen la otra mejilla / después que una garra me arañó esta suerte.
Sólo le pido a Dios / que la guerra no me sea indiferente / es un monstruo grande y pisa fuerte / toda la pobre inocencia de la gente.
Sólo le pido a Dios / que el engaño no me sea indiferente,  / si un traidor puede más que unos cuantos  / que esos cuantos no lo olviden fácilmente.
Sólo le pido a Dios / que el futuro no me sea indiferente / desahuciado está el que tiene que marchar / a vivir una cultura diferente”. Es el mandamiento del amor que Jesús nos da como legado, es su Alianza, la caridad.
2. Urgido por la caridad de Cristo, Pablo proclama el Misterio de la Redención Pascual, creando comunidades de fe y de amor entre los gentiles, con su palabra y, sobre todo, con su vida. “En aquellos días, volvieron Pablo y Bernabé a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios. En cada iglesia designaban presbíteros, oraban; ayunaban y los encomendaban al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge; bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la comunidad, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe” (Hechos 14,21b-27). Comenta San Juan Crisóstomo: «Cristo nos ha dejado en la tierra para que seamos faros que iluminen, doctores que enseñen, para que cumplamos nuestro deber de levadura, para que nos comportemos como ángeles” en medio de la gente, “hombres espirituales entre los carnales, a fin de ganarlos; que seamos simientes y demos numerosos frutos. Ni siquiera sería necesario exponer la doctrina si nuestra vida fuese tan radiante, ni sería necesario recurrir a las palabras si nuestras obras dieran tal testimonio. Ya no habría ningún pagano si nos comportáramos como verdaderos cristianos».
El Salmo 144  es un canto a la ternura divina. No podemos saciarnos el ansia de felicidad que llevamos dentro, nada nos sacia sino que en nosotros no está la salvación, hemos de buscarla más allá, en Dios: Bendeciré tu nombre por siempre jamás,  Dios mío, mi Rey…
El Señor es clemente y misericordioso, / lento a la cólera y rico en piedad; / el Señor es bueno con todos, / es cariñoso con todas sus criaturas.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, / que te bendigan tus fieles; / que proclamen la gloria de tu reinado, / que hablen de tus hazañas.
Explicando tus hazañas a los hombres, / la gloria y majestad de tu reinado. / Tu reinado es un reinado perpetuo, / tu gobierno va de edad en edad” (Salmo 144,8-13). El pueblo judío recita este salmo 2 veces al día, también los cristianos lo recitamos a menudo. Hay como un eco del padrenuestro, y es como un resumen de jaculatorias, de frases encendidas de amor para dirigir al Señor. Comentaba Benedicto XVI que se agradecen a Dios sus muestras de «obras» «maravillas» con nosotros, «prodigios», «potencia», «grandeza», «justicia», «paciencia», «misericordia», «gracia», «bondad» y «ternura». Es una especie de oración en forma de letanía que proclama la entrada de Dios en nuestra vida, que nos guía como el que lleva nuestra bici, y con él vamos seguros aunque haya pasos difíciles. Cuando se va de la mano de un experto por las encrespadas cumbres de un monte, o por el descenso de un barranco, o en una cordada de una escalada, uno se siente bien. Por tanto, nunca hemos de sentirnos a la merced de fuerzas oscuras, ni estamos solos con nuestra libertad, sino que hemos sido confiados a la acción del Señor poderoso y amoroso, que instaurará para nosotros un designio, un «reino». Pero este «reino» despista, porque no es de “ganar” enseguida, no consiste en el poder o el dominio, el triunfo o la opresión, como sucede por desgracia con frecuencia con los reinos terrenos, sino que es la sede de una manifestación de piedad, ternura, bondad, de gracia, de justicia, y todo esto lo resume diciendo que el Señor es «lento a la cólera y rico en piedad»: «Dios es amor». Decía san Pedro Crisólogo: "Grandes son las obras del Señor", porque "su misericordia es superior a todas sus obras", la misericordia de Dios llena el cielo, llena la tierra…
3. “Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono:
-Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.
Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Ahora hago el universo nuevo» (Apocalipsis 21,1-5a). El primer cielo y la primera tierra desaparecen, dejando paso a una nueva creación, a una nueva sociedad. Esta nueva creación nos hace olvidar la presente que se ve liberada "de la esclavitud a la decadencia, para alcanzar la libertad y la gloria de los hijos de Dios"… La nueva Jerusalén no está hecha de material inanimado, sino que se le personifica, siendo así la imagen de la nueva sociedad de salvados. Con su bajada del cielo, la totalidad del cosmos queda incorporada al cielo de Dios. Una nueva relación se instaura, se inaugura el nuevo noviazgo de Dios con el pueblo en el gozo y en la alegría. Esta novia o nueva Jerusalén es la morada del Señor. La felicidad reina en el nuevo pueblo, quedando eliminado todo dolor, guerras, persecuciones y muerte: "nos hiciste, Señor, para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti" (san Agustín).
Llucià Pou Sabaté

jueves, 25 de abril de 2013


VIERNES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús es Camino para nuestra felicidad, santidad como realización personal en la obediencia a Dios, que conduce al Cielo

“«No estéis angustiados. Confiad en Dios, confiad también en mí. En la casa de mi Padre hay sitio para todos; si no fuera así, os lo habría dicho; voy a prepararos un sitio. Cuando me vaya y os haya preparado el sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros; ya sabéis el camino para ir adonde yo voy». Tomás le dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?». Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”” (Juan 14,1-6).

1. En el Evangelio Jesús habla de irse y de volver, de la Parusía y el encuentro con cada alma tras la muerte: Cristo nos prepara la morada celestial con su obra redentora, cuando hayamos concluido nuestro tiempo aquí en la tierra: “No estéis angustiados. Confiad en Dios, confiad también en mí”. Jesús nos pide confianza, un acto de Fe en su persona.
Sigue diciendo: “En la casa de mi Padre hay sitio para todos; si no fuera así, os lo habría dicho; voy a prepararos un sitio”. Jesús "vuelve a casa": "Voy al Padre". La pascua es “pasar” a la casa del Padre, pasar de la muerte a la vida, este ciclo vital se repite en todo: nacer, morir, resucitar... como las plantas: nacer y arraigar, trasplantarse y desarraigo, y volver a arraigar, nacer de nuevo... el cirio pascual nos lo recuerda: el padecimiento, la muerte, es la puerta de la vida, y esta es nuestra esperanza que nos une en el momento de dolor ante alguien querido que está muriendo, esperando el final. Al contemplar la vida llena de quien ha estado tantos años a nuestro lado, el corazón se nos va a Jesús, que con su pasión y resurrección vino a traernos la buena nueva de que Dios es Padre y nos manda su Espíritu para ir hacia Él: “los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rom 8,14). Sí, somos hijos de Dios, y si somos hijos, también somos herederos... puesto que sufrimos con Él para llegar a ser glorificados con Él. Los sufrimientos del mundo presente no son nada comparados con la felicidad de la gloria... todos estamos esperando esta manifestación de los hijos de Dios, tenemos ya los frutos de esta cosecha en la esperanza: cuando sembramos bondad ya la recogemos, en nuestro corazón, pero es sólo una prenda de lo mucho que será el cielo.
Sigue Jesús: “Cuando me vaya y os haya preparado el sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros…” También puede traducirse por “os tomaré conmigo”: ¡Que ternura!, nos toma junto a Él.
 “Y a dónde yo voy, ya sabéis el camino».” Es también como decir: “Para ir donde Yo voy, vosotros conocéis el camino”. S. Juan Crisóstomo señala: “era necesario decirles ‘yo soy el camino’ para demostrarles que en realidad sabían lo que les parecía ignorar, porque le conocían a Él”. ¡Cristo, el que abre los caminos! ¡El que va delante! El que ha roto el círculo infernal de la finitud humana, de la mortalidad y del pecado, el que ha abierto "la salida". Sin Cristo la humanidad está encerrada en sus límites; pero he aquí que se abre una esperanza. No seremos siempre egoístas, injustos, duros, impuros, débiles... la humanidad no será siempre opresora, racista, violenta, agresiva, no estará dividida... Hay un camino que conduce a alguna parte, allá donde el amor existe (Noel Quesson).
Tomás le dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?». Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí (Jn 14,1-6). “Ego sum via, veritas et vita, Yo soy el camino, la verdad y la vida. Con estas inequívocas palabras, nos ha mostrado el Señor cuál es la vereda auténtica que lleva a la felicidad eterna. Ego sum via: Él es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Lo declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes.  
”Jesús es el camino. Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos, señales indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo han logrado borrar. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in sæcula. ¡Cuánto me gusta recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios... pídele, como aquel ciego del Evangelio: Domine, ut videam!, ¡Señor, que vea!, que se llene mi inteligencia de luz y penetre la palabra de Cristo en mi mente; que arraigue en mi alma su Vida, para que me transforme cara a la Gloria eterna” (San Josemaría Escrivá).
Damos gracias a Dios: «Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Ap 5,9-10), y pedimos en la Colecta: «Señor Dios, origen de nuestra libertad y de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos; y puesto que nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos siempre de Ti y en Ti encontremos la felicidad eterna».

2. Llegado Pablo a Antioquía de Pisidia, dice en la sinagoga: “Hermanos, hijos de la estirpe de Abraham, y los que sois fieles a Dios: a vosotros ha sido enviada esta palabra de salvación”. Es una especie de Credo resumido, continuación del de ayer. Una serie de «hechos» históricos. Un resumen de la historia de la salvación dirigido hacia Jesús el Salvador.
-“Porque los habitantes de Jerusalén y sus jefes han cumplido, sin saberlo, las palabras de los profetas que se leen cada sábado; y sin haber encontrado ninguna causa de muerte, le condenaron y pidieron a Pilato que lo matase”. Anuncia Pablo a Jesús, como hará en otras ocasiones, en el misterio de la cruz, el amor “obediente hasta la muerte”; provoca en nosotros compasión, correspondencia… así como en un árbol hubo el pecado que cortó la subida al cielo en un árbol de cruz Jesús nos prepara a la subida al Cielo…
-“Y así que cumplieron lo que acerca de Él estaba escrito, lo bajaron del leño y lo sepultaron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos; Él se apareció durante muchos días a los que habían ido con Él de Galilea a Jerusalén, y que ahora son sus testigos ante el pueblo”. Proclama luego la fe en la resurrección, y sus apariciones.
-“Nosotros os anunciamos la buena nueva: la promesa hecha a nuestros padres Dios la ha cumplido en nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús, según está escrito en el salmo segundo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy (He 13,26-33). Recita el salmo de la realeza de Cristo, que leemos también hoy, en el contexto de resurrección según las promesas (Noel Quesson).
3. El Salmo 2 se refiere a la entronización de un rey de la dinastía davídica (siglos X-VI a.C.). El “decreto del Señor” es el acta que legitima el trono: “tú eres mi hijo”, y el día de la coronación es “hoy”, día de las promesas, el día del bautismo del Señor, de la transfiguración, de la resurrección, citada en la carta a los Hebreos para hablar de la dignidad de Cristo, y un día abierto, podemos oírlo cuando por la piedad somos hijos de Dios: “«Ya tengo yo a mi rey entronizado sobre Sión, mi monte santo». Proclamaré el decreto que el Señor ha pronunciado: «Tú eres mi hijo, yo mismo te he engendrado hoy”. “La misericordia de Dios Padre nos ha dado como Rey a su Hijo. Cuando amenaza, se enternece; anuncia su ira y nos entrega su amor. Tú eres mi hijo: se dirige a Cristo y se dirige a ti y a mí, si nos decidimos a ser alter Christus, ipse Christus. / Las palabras no pueden seguir al corazón, que se emociona ante la bondad de Dios. Nos dice: tú eres mi hijo. No un extraño, no un siervo benévolamente tratado, no un amigo, que ya sería mucho. ¡Hijo! Nos concede vía libre para que vivamos con Él la piedad del hijo y, me atrevería a afirmar, también la desvergüenza del hijo de un Padre, que es incapaz de negarle nada” (san Josemaría Escrivá).
 -“Pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra. Los destrozarás con un cetro de hierro, los triturarás como a vasos de alfarero». Ahora, pues, oh reyes, sed sensatos; dejaos corregir, oh jueces de la tierra. Servid al Señor con reverencia, postraos temblorosos ante Él (2,6-11).
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 24 de abril de 2013


25 de abril: Fiesta de San Marcos Evangelista: el Señor transmite a Marcos transmitir el Evangelio, y también nos lo pide a cada uno
«En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo:  —«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.» Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban» (Marcos 16, 15-20).
1. El mensaje de Jesús es claro: —“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado”. «Nuestro Señor funda si Iglesia sobre la debilidad –pero también sobre la fidelidad- de unos hombres, los Apóstoles, a los que promete la asistencia del Espíritu Santo (…) La predicación del Evangelio no surge en Palestina por la iniciativa personal de unos cuantos fervorosos. ¿Qué podrían hacer los Apóstoles? No contaban con nada; no eran ricos, ni cultos, ni héroes a lo humano. Jesús echa sobre los hombros de este puñado de discípulos una tarea inmensa» (San Josemaría, “Lealtad a la Iglesia”).
Aquella empresa, que parecía condenada al fracaso, dio fruto… y no ha terminado todavía: «id y predicad el Evangelio… Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» -Esto ha dicho Jesús y te lo ha dicho a ti» (ibid, Camino 904). Nos confía también a todos los cristianos la misión de extender su doctrina y la de corredimir con Él: «La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado» (Vaticano II, A. A. 2). Y esto es para todos nosotros un gran honor y una grave responsabilidad. Y «si los otros se tornan insípidos, vosotros les podéis volver su sabor; pero si esto os pasara a vosotros, con vuestra pérdida arrastraríais también a los demás. Por eso mayor fervor y celo necesitáis cuantos mayores cargos os ocupan» (San Juan Crisóstomo). «El verdadero cristiano busca ocasiones para anunciar a Cristo con la palabra ya a los no creyentes, para llevarlos a la fe; ya a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida: “Porque la caridad de Cristo nos urge» (2 Cor 5,14). En el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol “Ay de mí si no evangelizara” (1 Cor 9,16)» (Vaticano II, A. A. 3).
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.” Fueron las últimas palabras del Señor, y la predicación fue acompañada con signos milagrosos: “Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban». Del mismo Cristo hemos recibido esta misión: «El derecho del seglar al apostolado deriva de su misma unión con Cristo Cabeza. Insertos por el bautismo en el Cuerpo místico de Cristo, robustecidos por la confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado» (A. A. 6). Esa fuerza divina hizo que la confesión del Evangelio fuera más importante que la misma vida, por la esperanza viva en la vida eterna: "Yo creo en el testimonio de un hombre que se deja degollar por la verdad de lo que atestigua" (B. Pascal).  Los primeros cristianos supieron dar la vida. Y el siglo XX ha sido el de más mártires…  podemos imaginarnos aquellos primeros momentos de la cristiandad.
2. San Pedro recuerda: “Os saluda la que está en Babilonia, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos”. Aunque Marcos no es uno de "los 12", sí es de los primeros: su madre, María, ayudó materialmente al Señor y a los ApóstolesVivía esta buena mujer —acaso viuda, pues su marido no se nombra nunca— donde celebró Jesús la última Cena, y se reunieron los discípulos después de la muerte del Señor y de su ascensión, y tuvo lugar la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Acaso era suyo también el huerto de Getsemaní —"Molino de aceite"—, en el monte de los Olivos, donde el Señor acostumbraba a pasar las noches en oración cuando moraba en Jerusalén. Su hijo, según la costumbre helenista, llevaba dos nombres: judío el uno y romano el otro. Se llamaba Juan Marcos, y era muy niño cuando Jesús predicaba. La noche del prendimiento quizá dormía tranquilamente en la casita de campo de Getsemaní. Le despertó el ruido de las armas y el tropel de las gentes que llevaban preso a Jesús, y, envuelto en una sábana, salió a curiosear. Los soldados le echaron mano. Pero él logró desenredarse de la sábana y huyó desnudo.
Después de Pentecostés quizá siguió siendo la casa de María el centro de reunión más frecuentado por los apóstoles y acaso la morada habitual de San Pedro. Allí se hizo la elección de San Matías, allí se celebraba la "fracción del pan", allí hacían entrega de sus haberes los nuevos convertidos para que los apóstoles al principio, y más tarde los diáconos, los distribuyesen entre los pobres. Uno de los primeros bautizados por San Pedro fue Juan Marcos, el hijo de María, la dueña de la casa. El niño Juan Marcos del año 30 era ya un hombre cuando el año 44 decidió marcharse con su primo José a la ciudad del Orontes. Se apellidaba Bernabé —"Bar Nabu'ah"—, el hijo de la consolación o de la profecía, el hombre de la palabra dulce e insinuante. En los comienzos de la fe en Antioquía fue enviado allí para predicar, y allá reclamó la ayuda de su antiguo condiscípulo, ya convertido, Saulo. Por los años 42 al 44, ante las profecías insistentes que preanunciaban una grande hambre en Palestina, los fieles antioquenos habían hecho una colecta para los de Jerusalén, y Bernabé y Saulo habían venido a traerla. Se hospedarían, como era natural, en casa de María. Cuando, cumplida su misión, volvieron a Antioquía se fue con ellos Juan Marcos.
Un día el Espíritu Santo pidió que Saulo y Bernabé emprendieran un viaje de misión. Juan Marcos no acierta a separarse de su primo, y marcha con Bernabé. Hace el primer viaje de S. Pablo, junto con él… aunque por algunas diferencias o debilidad, se vuelve a Jerusalén. Pablo, algo enfadado por esto, no lo llevó al 2º viaje, aunque insiste Bernabé, no acepta y fue motivo de división entre ellos, y se fueron cada uno por su lado. Más tarde (Tim 4,11), hacia el año 66, Pablo pide a Timoteo que venga con Marcos, pues dice que es muy útil para el Evangelio. Le llama mi colaborador, mi consuelo; será también el primer colaborador de S. Pedro: hemos visto que le llama mi hijo; tras la muerte de Pedro marcha a Alejandría, cuya Iglesia le reconoce como evangelizador y primer Obispo.  De Alejandría sus reliquias fueron trasladadas a Venecia, de la cual es patrono.
Marcos se convierte en un gran apóstol.  Aprende a servir con sus fallos, errores, debilidades, poniéndolas incluso al servicio del apostolado. Sus descripciones son muy vivas de la vida en los pueblos, del lago, del bullicio de la gente, las reacciones humanas y espontáneas de los discípulos... Aprendemos de todo esto a no juzgar a nadie, y no podemos clasificar mal a una persona por su debilidad pues la gracia divina la puede transformar en fortaleza, las personas aprenden a lo largo de la vida…
Es consuelo y confianza para nuestra propia vida la gracia de Dios también puede transformarnos, y junto a la fuerza interior tenemos luz para preguntar, y la ayuda de la Iglesia nos ayuda a aprender también, es el consejo, que es eficaz si somos dóciles… todo eso nos hace también humildes y dar frutos de perseverancia.
Así, el primer colaborador de S. Pedro, su amanuense y secretario (de ahí que lo hayan nombrado Patrón de notarios y escribanos), es intérprete (del arameo al griego y al latín) y portavoz de S. Pedro en el primer Evangelio: “nos transmitió por escrito lo que S. Pedro había predicado”, dice  S. Ireneo. Y S. Jerónimo añade de ese evangelio que "el mismo Pedro, habiéndolo escuchado, lo aprobó con su autoridad para que fuese leído en la Iglesia". Es por tanto el primer Evangelio, el más primitivo.
Podemos aprender de él, el cariño y unidad a Pedro, la fidelidad y docilidad a la inspiración del Espíritu Santo, más allá de nuestros gustos y enfados. También aprendemos a desaparecer, no pretender lucirse con grandes ideas, novedosas, propias: no ser emisor, sí transmisor. Por ejemplo, o firma ni se nombra en el Evangelio, no se pone en primer lugar…
3. El salmo nos habla de alegría: “El amor de Yahveh por siempre cantaré, de edad en edad anunciará mí boca tu lealtad”. Damos gracias a Dios por su bondad y su amor: “Pues tú dijiste: «Cimentado está el amor por siempre, asentada en los cielos mi lealtad”. Y correspondiendo a ese amor, los discípulos son fieles: “Los cielos celebran, Yahveh, tus maravillas, y tu lealtad en la asamblea de los santos.”
Llucià Pou Sabaté

MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: el apostolado, en la primitiva Iglesia, guiada por Jesús (en el Espíritu Santo, y la intercesión de la Virgen María)
«El que cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo soy la luz que ha venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas. Y si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, ya que no he venido a juzgar al mundo sino a salvar al mundo. Quien me desprecia y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado ésa le juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre que me envió, Él me ha ordenado lo que he de decir y habla': Y sé que su mandato es vida eterna; por tanto, lo que yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo.» (Juan 12, 44-50)
1. Jesús proclama hoy: «El que cree en mí no cree en mí, sino en el que me ha enviado; y el que me ve a mí ve al que me ha enviado”. Jesús es nuestro modelo, y así como Él transparenta al Padre, también nosotros con su gracia podemos llevar su luz a los demás, transmitir a Jesús en nuestra vida.
Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que crea en mí no quede en tinieblas”. Es el signo de la luz. Es la misma imagen que aparecía en el prólogo del evangelio: «la Palabra era la luz verdadera» y en otras ocasiones solemnes: «yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida». Pero siempre sucede lo mismo: algunos no quieren ver esa luz, porque «los hombres amaron más las tinieblas que la luz». Cristo como luz sigue dividiendo a la humanidad. También ahora hay quien prefiere la oscuridad o la penumbra: y es que la luz siempre compromete, porque pone en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como defectuoso. Nosotros, seguidores de Jesús, ¿aceptamos plenamente en nuestra vida su luz, que nos viene por ejemplo a través de su Palabra que escuchamos tantas veces? ¿somos «hijos de la luz», o también en nuestra vida hay zonas que permanecen en la penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Ser hijos de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Significa caminar en el amor, sin odios o rencores («quien ama a su hermano permanece en la luz». La «tiniebla» es tanto dejarnos manipular por el error, como encerrarnos en nuestro egoísmo y no amar. El Cirio pascual que encendemos estos días significa Cristo resucitado (J. Aldazábal). Y nosotros hemos de estar también encendidos con esta luz.
 “Yo no condeno al que oye mis palabras y no las guarda, pues no he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo”. Son las últimas palabras de la predicación pública de Jesús, y recopila temas fundamentales: la fe en Él, unidad y distinción entre Padre e Hijo, Jesús como Luz y Vida del mundo, juicio de los hombres según la aceptación de Cristo; es el relato previo a la oración sacerdotal y relatos Pascuales: “El que me rechaza y no acepta mi doctrina ya tiene quien lo juzgue; la doctrina que yo he enseñado lo condenará en el último día, porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me ha enviado me ha ordenado lo que tengo que decir y enseñar, y yo sé que su mandato es vida eterna”. Jesús, al final de vida terrena, sabe que tiene un pequeño núcleo de discípulos, pero su corazón abarca a todos los hombres, dentro del misterio de su unión con el amor del Padre: “Por eso lo que yo os digo, lo digo tal y como me lo ha dicho el Padre» (Jn 12,44-50).
Tenemos también la ayuda del auxilio luminoso de María (que significa “estrella”). San Bernardo intuyó muy bien al invocar a María como “Estrella de los mares”. San Bernardo exhortaba así a los cristianos: “Si alguna vez te alejas del camino de la luz y las tinieblas te impiden ver el Faro, mira la Estrella, invoca a María. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María. (...) Que nunca se cierre tu boca al nombre de María, que no se ausente de tu corazón”.
2. “La palabra del Señor crecía y se multiplicaba. Bernabé y Saulo, después de haber cumplido su misión, volvieron de Jerusalén, llevando consigo a Juan Marcos. En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé y Simón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manahén, hermano de leche de Herodes el virrey, y Saulo”. Vemos ya una Iglesia desarrollada, carismas diversificados. Los profetas eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos concretos de la vida humana y de la historia. ¡Ayúdanos, Señor, a saber leer los signos de tu Palabra, en los signos de los tiempos! Tú nos hablas a través de lo que va sucediendo. Pensando en un acontecimiento que acaba de producirse o que está a punto de ocurrir, trato humildemente de descubrir lo que Tú, Señor, quieres decir al mundo... Los doctores discernían las Escrituras, comentando el antiguo Testamento y el Nuevo, que se estaba elaborando entonces. Enseñaban a los catecúmenos y a los demás cristianos, eran maestros, sin ser sacerdotes tenían lugar importante por lo delicado de su misión educadora, doctrinal y moral.
 “Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: «Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado»”. Es el inicio de la gran «misión» de san Pablo, de la que saldrá la evangelización de toda la cuenca del Mediterráneo: Chipre, Salamina, Grecia, el Imperio Romano... El Espíritu Santo está en el origen de todo esfuerzo misionero. Con el ayuno y oración, hay una buena preparación apostólica, y el Señor no dejará “caer en tierra ninguna de sus palabras”. Es también la Iglesia la que envía a misión. La «comunidad» acepta la responsabilidad de aquellos a los que envía, «se sacrifica y ora» por ellos... les da un «signo» -sacramento- que se halla en el origen de la ordenación de los obispos y de los sacerdotes: la imposición de las manos. ¿Es misionera la comunidad a la cual pertenezco? ¿Sostiene, por la oración y el esfuerzo, a los que ha enviado a ponerse «en contacto con los paganos»?
 “Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo fueron a Seleucia, desde donde se embarcaron hacia Chipre. Al llegar a Salamina, se pusieron a anunciar la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan como auxiliar (He 12,24-26-13,1-5).
Y así comienza el primero de los tres grandes viajes misioneros de Pablo, que llevará al Apóstol a evangelizar primero la isla de Chipre y después algunas regiones del sur de Asia Menor: Panfilia, Pisidia y Licaonia (años 44-49). El Espíritu Santo deja oir su voz en la Iglesia de Cristo.
3. El Señor ha tenido piedad de nosotros y nos ha bendecido al enviarnos a su propio Hijo como Salvador nuestro. Quienes hemos sido beneficiados con el Don de Dios debemos convertir toda nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre. Agradecidos, alabamos al Señor con el Salmo: Que Dios tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro entre nosotros para que en la tierra se conozca su camino y su salvación en todas las naciones”. El reino de Dios se proclama en la Iglesia, se vive en la presencia de Jesús que permanece en ella, como indica S. Agustín: “¡Oh bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste, en otro viste. Oíste en tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste en el tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu mirada por todo el mundo; contempla la heredad del  Señor difundida ya hasta los confines del orbe”.   
“Que canten de alegría las naciones, pues tú juzgas al mundo con justicia y gobiernas los pueblos de la tierra. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga y que le rinda honor el mundo entero” (67,2-3,5-6.8). Y Juan Pablo II enseñaba que “la bendición sobre Israel será como una semilla de gracia y de salvación que será enterrada en el mundo entero y en la historia, dispuesta a germinar y a convertirse en un árbol frondoso. El pensamiento recuerda también la promesa hecha por el Señor a Abraham en el día de su elección: «De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición... Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gen 12,2-3). Hay aquí un mensaje para nosotros: tenemos que abatir los muros de las divisiones, de la hostilidad y del odio, para que la familia de los hijos de Dios se vuelva a encontrar en armonía en la única mesa, para bendecir y alabar al Creador para los dones que él imparte a todos, sin distinción”.
Llucià Pou Sabaté

martes, 23 de abril de 2013


MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, Buen Pastor, nos lleva la Iglesia madre, santuario de Cristo y salvación, y María es quien nos acompaña y la fortaleza que nos protege

«Se celebraba por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Paseaba Jesús por el Templo, en el pórtico de Salomón. Entonces le rodearon los judíos y le decían: ¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. Les respondió Jesús: Os lo he dicho y no lo creéis; las obras que hago en nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.» (Juan 10, 22-30)

1. El buen pastor -el verdadero pastor- es Jesús: pastor "bueno, bravo, honrado, hermoso, perfecto en todos los aspectos"... ¿qué significa “pastor” en la Biblia? El guía, el que cuida, y gobierna, el "mesías", el "jefe del pueblo", pero Jesús añade: -“El verdadero pastor da su vida por sus ovejas...”, "pone su alma" = "deja su vida" = "da su vida". ¡Esta es una imagen sorprendente! Cuando un pastor muere, no puede ya defender sus ovejas... Pero Jesús, por su muerte misma, salva a sus ovejas. Por otra parte, enseguida añadirá que El tiene el poder de "recobrar su vida" -resurrección. Conscientemente Jesús dice que es capaz de "morir" por nosotros. Así nos dice hoy el Evangelio: “Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la dedicación del templo. Era invierno. Jesús se paseaba en el templo, por el pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos has de tener en vilo? Si tú eres el mesías, dínoslo claramente»”. Soy conocido en el amor que Dios me tiene. Y todos están llamados a ese amor, en el corazón universal de Jesús. De ahí que nosotros, Iglesia en Cristo, tengamos una dimensión misionera, apostólica. “Jesús les respondió: «Os lo he dicho y no me habéis creído. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre lo demuestran claramente. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías…” Quiero ser de tus ovejas, Señor, meterme en tu redil, dejarme guiar por ti, mi Maestro interior: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”: Todo viene de esa misteriosa identificación: «yo y el Padre somos uno», progresiva manifestación del misterio de su propia persona: el «Yo soy». Le pedimos a la Virgen, Divina Pastora, que nos haga escuchadores del Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, el Buen Pastor.
2. Antioquia es, después de Roma y Alejandría, la tercera ciudad del Imperio romano (con medio millón de habitantes, y una numerosa colonia judía), centro de gran importancia cultural, económica y religiosa; fue la primera gran urbe del mundo antiguo donde se predica el Evangelio. La fundación de la Iglesia en Antioquía, capital de Siria y entonces en pleno país pagano es una etapa principal en la expansión de la Iglesia. Cuando parecía que los acontecimientos iban a señalar el final de la comunidad de Jesús, por la persecución de Esteban y la dispersión que le siguió resultó que la Iglesia empezó a sentirse misionera y abierta. Los discípulos huidos de Jerusalén fueron evangelizando -anunciando que Jesús es el Señor- a regiones como Chipre, Cirene y Antioquía de Siria. Primero a los judíos, y luego también a los paganos: “Los que se habían dispersado a causa de la persecución ocurrida con ocasión de Esteban, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, predicando sólo a los judíos. Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses, quienes, llegados a Antioquía, se dirigieron también a los griegos, anunciando a Jesús, el Señor. El Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al Señor”. Problema típico de todos los tiempos: el respeto a la diversidad: los «griegos», paganos, tienen una mentalidad totalmente distinta a la de los judíos… “anunciándoles el Evangelio del Señor Jesús...”: es decir, que Jesús es Dios (no Mesías de un solo pueblo, sino que su dominio es sobre todos los hombres).
Dios dirige la Iglesia, se sirve de todo para que la cosa vaya hacia el bien. “Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía”. No se contentan con "crear" nuevas Iglesias locales, la comunidad de Jerusalén cuida de incorporarlas a la unidad de la Iglesia única. «Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica». Se crean lazos entre una y otra comunidad, así se «envía a Bernabé», que pertenecía a la comunidad de Jerusalén, a la comunidad de Antioquía... Aparece aquí un personaje muy significativo del nuevo talante de la comunidad: Bernabé. Era de Chipre. Había vendido un campo y puesto el dinero a disposición de los apóstoles. Había ayudado a Pablo en su primera visita de convertido a Jerusalén, para que se sintiera un poco mejor acogido por los hermanos. Era generoso, conciliador: y éste vio en seguida la mano del Espíritu en lo que sucedía en aquella comunidad, se alegró y les exhortó a seguir por ese camino. Más aún: fue a buscar a Pablo, que se había retirado a Tarso, su patria, y lo trajo a Antioquía como colaborador en la evangelización. Bernabé influyó así decisivamente en el desarrollo de la fe en gran parte de la Iglesia. También la comunidad cristiana de ahora debería imitar a la de Antioquía y ser más misionera, más abierta a las varias culturas y estilos, más respetuosa de lo esencial, y no tan preocupada de los detalles más ligados a una determinada cultura o tradición. La apertura que el Vaticano II supuso -por ejemplo, en la celebración litúrgica, con las lenguas vivas y una clara descentralización de normas y aplicaciones concretas- debería seguir produciendo nuevos frutos de inculturación y espíritu misionero. Hoy también se necesitan personas conciliadoras, dialogantes, que sepan mantener en torno suyo la ilusión por el trabajo de evangelización en medio de un mundo difícil. Que valoran las personas y sus capacidades y virtudes, en vez de constituirse en jueces rápidos e inclementes de sus defectos. Deberíamos ser, como Bernabé, conciliadores, y no divisores en la comunidad.
 “Al llegar y ver la gracia de Dios, se llenó de alegría y exhortaba a todos a perseverar con un corazón firme, fieles al Señor, porque era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud se unió al Señor. Se fue a Tarso en busca de Saulo; lo encontró y se lo llevó a Antioquía. Y estuvieron un año entero en aquella Iglesia instruyendo en la fe a muchas personas” (Hch 11,19-26). El Espíritu hace que de las patadas que les pegan las persecuciones, como un saco lleno de semilla, más se extienden los granos y el viento los lleva lejos (san Josemaría Escrivá). Te ruego, Señor, por la unidad de tu Iglesia. Que cada comunidad esté abierta a las demás. Que ninguna llegue a ser un gueto, un círculo cerrado, un club reservado a sólo algunos. Te ruego, Señor, por la unidad del mundo. Que la Iglesia, en el mundo, sea signo y fermento de unidad entre todos los hombres.
En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos”. «Cristianos» = «hombres de Cristo». Se ha inventado una palabra nueva. ¿Soy yo otro Cristo? ¿Soy de veras un cristiano? Reflexiono sobre esta palabra, que expresa mi identidad. o bien, ¿se trata sólo de una etiqueta externa? ¡Oh Cristo, hazme semejante a Ti! (Noel Quesson/J. Aldazábal).
2. El Salmo 87/86 habla del nuevo Pueblo de Dios, el Reino de Dios entre nosotros. El Señor nos ha elegido como pueblo suyo: «alabad al Señor todas las naciones», porque Dios llama a todos por igual. “Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí…” con alusiones al Templo, que es Jesús, la Presencia de Dios vivo, y todos seremos puestos en el registro de este pueblo santo, familia de Dios, Iglesia: “Este ha nacido allí”; y cantarán mientras danzan: “Todas mis fuentes están en ti”». Es la hermandad de todos los pueblos, llamados a la Jerusalén Celestial (dirá el Apocalipsis). Es la «ciudad de Dios»; está por tanto en la base del proyecto de Dios. Todos los puntos cardinales de la tierra se encuentran en relación con esta Madre: Ráhab, es decir, Egipto, el gran estado Occidental; Babilonia, la conocida potencia oriental; Tiro, que personifica al pueblo comercial del norte; mientras que Etiopía representa al profundo sur; y Palestina, el área central, también es hija de Sión.
                Llucià Pou Sabaté 

lunes, 22 de abril de 2013


LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, el Buen Pastor, continúa guiándonos, abriendo nuestro corazón a la verdad, como hizo con Pedro y los primeros.

“«Un día Jesús dijo a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino saltando por otra parte, es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guarda le abre la puerta y las ovejas reconocen su voz; él llama a sus ovejas por sus nombres y las saca fuera. Y cuando ha sacado todas sus ovejas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta semejanza, pero ellos no entendieron qué quería decir. Por eso Jesús se lo explicó así: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón sólo entra para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,1-10, ciclos B y C).

1. Los pastores judíos, de noche, juntaban los rebaños de varios y dejaban a uno de ellos que hacía guardia en el aprisco. Por la mañana, volvían a recoger cada uno su rebaño. «Un día Jesús dijo a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino saltando por otra parte, es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guarda le abre la puerta y las ovejas reconocen su voz; él llama a sus ovejas por sus nombres y las saca fuera”. Jesús nos “hace salir”: conduce hacia la felicidad, hacia la verdadera expansión, hacia los verdaderos alimentos. Va “delante” de nosotros, que somos sus ovejas, que “lo siguen porque conocen su voz”. Porque hacemos oración, y sus palabras llenan nuestra vida de sentido. Hacer silencio en lo íntimo del alma... Escuchar la voz del Señor. He aquí la mejor parte. Aquel tesoro escondido por el cual bien valdría la pena sacrificar todos los halagos y vanidades del mundo. Pero para alcanzar este tesoro es preciso aprender a huir de todas las voces que no sean las del Buen Pastor. Saber escapar, como un ladrón, de la frivolidad de la imaginación, de la disipación de los sentidos, de la irreflexión y la charlatanería. Amar el silencio y la soledad como el precioso santuario de nuestra unión con Dios, el lugar de la paz y la serenidad del alma y del encuentro profundo con nosotros mismos. El contexto de Jesús Puerta es también eucarístico, pues la mesa de la Eucaristía es donde mejor nos conformamos a Él; Tomás de Aquino escribe: «es evidente que el título de “pastor” conviene a Cristo, ya que de la misma manera que un pastor conduce el rebaño al pasto, así también Cristo restaura a los fieles con un alimento espiritual: su propio cuerpo y su propia sangre» (Josep Vall).
Jesús se lo explicó así: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón sólo entra para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”. Fuera de Él, la humanidad está encerrada en sí misma: ninguna ideología, ninguna teoría, ninguna religión nos libera de la fatalidad de "no ser más que hombre, y por lo tanto, de morir". Pero Jesús nos saca de nuestra impotencia y nos introduce en el dominio divino... un "espacio infinito, eterno se abre a nosotros, por esta Puerta". El que por mí entrare, se salvará y hallará pasto... Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia... (Noel Quesson).
2. Las distintas culturas pueden crear divisiones y problemas entre las personas. En la Iglesia primitiva, algunos de mentalidad limitada, querían imponer a los demás sus propias costumbres. Acusan a Pedro de ser traidor a su patria por el hecho de ir donde los romanos. Los Hechos nos dicen que “los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea supieron que también los paganos habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro llegó a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le echaron en cara: «¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos?»”. El asunto es grave.
Entonces Pedro comenzó a explicarles por orden, diciendo: «Estaba yo en la ciudad de Jafa orando, cuando tuve en éxtasis una visión: un objeto descendía a modo de un gran lienzo, colgado por las cuatro puntas desde el cielo, y llegó hasta mí. Yo lo miré fijamente, lo examiné y vi cuadrúpedos, bestias, reptiles y aves. Oí también una voz que me decía: Levántate, Pedro, mata y come. Pero yo dije: De ninguna manera, Señor; porque nada profano o impuro ha entrado jamás en mi boca. Pero la voz del cielo dijo por segunda vez: Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro. Esto se repitió por tres veces, y todo fue arrebatado de nuevo al cielo”. Hoy, todavía, los judíos tienen prohibidos muy estrictamente ciertos alimentos, que según la tradición de Moisés, eran considerados impuros. Lo que se le pide a Pedro es que supere su propia tradición, y sobre todo que no la imponga a los que no son de su raza. Apertura de espíritu. Universalismo. Unidad que respeta las diversidades. Pluralismo. Comunión profunda en lo esencial, dejando a cada uno su libertad en lo secundario (Noel Quesson). Nos cuesta romper con ciertas cosas de la educación recibida, cuando vemos que no son buenas. Porque forman como una segunda naturaleza. Pero vemos que es posible.
 “Entonces mismo –sigue Pedro- se presentaron en la casa donde yo estaba tres hombres que me habían enviado desde Cesarea. Y el Espíritu me dijo que fuera con ellos sin dudar. Estos seis hermanos vinieron también conmigo y entramos en la casa del hombre en cuestión, quien nos contó que se le había aparecido un ángel y que le había dicho: Manda a Jafa a llamar a Simón Pedro, el cual, con sus palabras, te traerá la salvación a ti y a tu familia. Y al comenzar yo a hablar, descendió el Espíritu Santo sobre ellos, como al principio sobre nosotros. Recordé estas palabras del Señor: Juan bautizó en agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo. Pues si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿cómo podía yo oponerme a Dios?». Al oír esto callaron y glorificaron a Dios, diciendo: «Así que también a los paganos Dios ha concedido el arrepentimiento para alcanzar la vida»” (11,1-18): La intervención milagrosa de Dios hizo que Pedro, a pesar de todo el peso de su pasado y de su ambiente, se resolviera por fin a entrar en casa de los gentiles y comer con ellos. «Una oración...». «Una visión del cielo...». Es el Espíritu de Dios que empuja a la misión. ¡Dios ama a los gentiles! Hoy vemos una apertura de la Iglesia a los gentiles: su misteriosa visión en Jope, la visión del mismo Cornelio y el llamado «Pentecostés de los gentiles». El resultado, muy positivo, fue que todos se sosegaron y glorificaron a Dios. Juan XXIII, que convocó y dio la orientación básica al Concilio del aggiornamento eclesial, fue también una opción profética en estos tiempos modernos (F. Casal). Nos preguntamos: ¿somos víctimas de las ataduras que podamos tener, por formación o pereza mental?, ¿o seguimos teniendo discriminaciones contrarias al amor universal de Dios y a la voluntad ecuménica de su Espíritu?, ¿sabemos dialogar?
3. “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Salmo 41,2-3;42,3-4): Jesús, buen pastor, nos lleva a aguas deliciosas, sigue guiándonos desde su gloria: «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Aleluya» (ant. de entrada); le pedimos que donde Él está vayamos también nosotros: «Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la Humanidad caída; concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen la felicidad eterna». Con el Salmo 41 cantamos y subrayamos nuestro carácter de peregrinos gozosos por caminar hacia el que es Luz, Verdad y Vida: «Como busca la sierva corriente de agua, así mi alma te busca a Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed del Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío». Son los silbidos del buen pastor, en palabras de San Agustín: «Aunque camine en medio de la sombra de la muerte; aun cuando camine en medio de esta vida, la cual es sombra de muerte no temeré los males, porque Tú, oh Señor, habitas en mi corazón por la fe, y ahora estás conmigo a fin de que, después de morir, también yo esté contigo. Tu vara y tu cayado me consolaron; tu doctrina, como vara que guía el rebaño de ovejas y como cayado que conduce a los hijos mayores que pasan de la vida animal a la espiritual, más bien me consoló que me afligió, porque te acordaste de mí».
Llucià Pou Sabaté

sábado, 20 de abril de 2013


Domingo 4º de Pascua, C. Jesús, el Cordero, pastor en nuestro interior, nos conducirá hacia fuentes de aguas vivas, y nos dice: “Yo doy la vida eterna a mis ovejas”

En aquel tiempo, dijo Jesús: - «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno»” (Juan 10,27-30).

1. “¿Me salvaré?”: es una pregunta que nace en nuestro interior, como me decía una persona que se dedicaba al voluntariado y al servicio a los demás: pues así aseguraba que se salvaría. Es de lo que nos habla hoy Jesús, de la "vida eterna". La vida que se recibe ya por la fe, por la Palabra, como rezamos hoy en la Oración Colecta: “Dios y Padre nuestro, ayúdanos a abrir siempre los oídos del corazón para escuchar tu palabra de Buen Pastor y seguirte”. Juan escribe su evangelio para que, creyendo en Jesús, tengamos vida eterna. Entiende la "vida eterna" como algo que se inicia ya en este mundo. Cuantos creen en Jesús tienen su vida eterna guardada en las mejores manos y no morirán para siempre. Porque Jesús y el Padre son uno. La fe misma es seguridad en Dios. Porque no tenemos a Dios a buen recaudo, sino que es él el que nos tiene con fuerza y el que inspira en nosotros una confianza sin límites (“Eucaristía 1992”).
Pablo VI señaló este domingo como un día para la plegaria en favor de las vocaciones al ministerio y a la vida consagrada, dentro del conjunto de la liturgia pascual. Una vez concluido el ciclo de las apariciones, se nos va presentando al Señor en algunas de sus dimensiones más teológico-espirituales, como hoy la del Pastor enviado por Dios:
-"Yo les doy la vida eterna". El evangelio del Buen Pastor contiene una promesa que supera toda medida; incluso se podría decir que supera toda previsión. A las ovejas de Jesús, a las que él conoce y que le siguen, se les asegura por tres veces su definitiva pertenencia a él y al Padre. Y esto porque ellas ya ahora han recibido por anticipado «vida eterna». Porque lo que Jesús nos da aquí abajo con su vida, su pasión, su resurrección, su Iglesia y sus sacramentos, es ya vida eterna. El que la recibe y no la rechaza, jamás puede ya «perecer», nadie puede ya «arrebatarlo de mi mano»; más aún: nadie puede arrebatarlo de la mano del Padre, del que Jesús dice que es más que él (porque es su origen), y sin embargo que él, el Hijo, es uno con este Padre más grande. Las ovejas, que están amparadas en esta unidad entre el Padre y el Hijo, poseen la vida eterna; ningún poder terreno, ni siquiera la muerte, puede hacerles nada. Sin embargo, aquí no se promete el cielo a todo el mundo, sino a aquellos que «escuchan mi voz» y «siguen» al pastor: una pequeñísima condición sine qua non para una consecuencia infinita, inmensamente grande. Conviene recordar aquí las palabras de san Pablo: «Una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria» (2 Co 4,17) (Von Balthasar).
El buen pastor es una de las primeras imágenes que representan a Jesús. Sin barba, con vestiduras cortas y peinado grecoromano, lleva sobre sus espaldas unas ovejas. Así les gustaba a los cristianos de Roma, en el siglo III, definir e imaginarse a Jesús. De Cristo pastor se nos dice que ama a sus ovejas a las que ha comprado con su propia sangre (Hch 20, 28), que las guía, que las busca si se pierden, que las defiende con su vida, que ellas lo reconocen, que la autoridad que manifiesta sobre ellas está fundada en su entrega y su amor. La semejanza con el pastor da por supuesto que se está andando, buscando entre escaseces y peligros algo vital. El inhóspito desierto y los lobos amenazan de muerte a las ovejas.
Sólo Yahvé es el pastor de Israel. Y se promete al pueblo disperso que Yahvé volverá a reunir a su rebaño y le dará un pastor: su siervo David, el Mesías. Las ovejas no siguen a un extraño, conocen en su interior ese buen pastor que concede el don de la vida eterna: ven que él anuncia la salvación en una unidad con el Padre: es la respuesta a la pregunta sobre si él era el Mesías. Por tanto, es en mi interior que te reconozco, Señor, donde nadie me engaña, pues mi yo más profundo se abre a ti… Tú y Dios sois lo mismo: «yo y el Padre somos uno» y estableces ya una relación entre ti y nosotros: «yo las conozco y les doy la vida eterna... y ellas escuchan mi voz y me siguen». Te reconozco como cantamos en la Comunión: «Ha resucitado el Buen Pastor, que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya». Y en la postcomunión: «Pastor bueno, vela con solicitud sobre nosotros y haz que el rebaño adquirido por la sangre de tu Hijo pueda gozar eternamente de las verdes praderas de tu Reino». Nos guías a verdes praderas como recuerda el famoso salmo. A veces aparece Cristo como Maestro y Guía, como Salvador y Señor. Hoy te miramos como a nuestro Pastor, que nos acompañas en nuestro camino y se nos das tú mismo como alimento y bebida, sobre todo en la Eucaristía; él es nuestro verdadero alimento, nuestro Guía. Tu Palabra es digna de que yo la escuche, que tenga fe en ti, que deje que des sentido a toda mi vida (J. Aldazábal).
En la Entrada cantamos: «La misericordia del Señor llena la tierra, la palabra del Señor hizo el Cielo. Aleluya» (Sal 32,5-6). Y quieres que seamos nosotros tus testigos: testigos, ¿de qué?: testificar a Jesús, la verdad, "el que es", que pastorea a su pueblo. Y ¿qué puede significar para nosotros hoy la figura de Cristo pastor? En él se fundamentan nuestra esperanza, nuestra serenidad y nuestra ética. En una sociedad que sólo da visiones fragmentadas de la realidad, que no sabe cómo encontrar los valores morales fijos, que ha perdido sus utopías y que todo lo convierte en instrumento (incluso al hombre mismo), la figura del Maestro nos marca la dirección. Jesús "one way", el único camino, la dirección obligada para encontrar la paz, el gozo, como pedimos en el Ofertorio: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por estos misterios pascuales, para que esta actualización repetida de nuestra redención sea para nosotros fuente de gozo incesante»,
Jesús, quiero seguirte, como pastor porque se hizo cordero, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo y por cuya sangre hemos sido purificados y reconciliados con el Padre. Viniste a servir y no a ser servido, a enseñarnos nuestra misión en la vida, crecer en el servicio, aprender a amar. Tú nos conduce por ese camino "a las fuentes de agua viva".
-"No perecerán para siempre" los que te siguen, porque, como decía Pablo, "ni la vida ni la muerte, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas, ni lo alto ni lo profundo, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos tiene y nos ha manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rom 8,38s.). En Jesús resucitado se nos ha revelado un amor más fuerte que la muerte. Los que reciben ese amor, los que se dejan abrazar por ese amor, superan con Jesús todas las dificultades de la vida y resucitan con él. Participan de su resurrección y la muerte no es para ellos ya otra cosa que el desfiladero de la vida, el paso a la verdadera vida, al Padre. -¿Somos conscientes de que el Señor vive y está con nosotros donde dos o más nos reunimos en su nombre? Reunirse en el nombre de Jesús, ¿no es también reunirse bajo su nombre y reconocerlo como nuestro Pastor? -¿Que significa ser pastor de la iglesia o ejercer un ministerio pastoral? -¿Por qué somos cristianos?, ¿por qué seguimos a Cristo? ¿Lo seguimos de verdad?, ¿sólo hasta cierto punto?, ¿hasta la cruz? (“Eucaristía 1983”).
2. La perícopa de Antioquía de Pisidia es muy importante porque el proceso de difusión del evangelio a gentes no judías se presenta ya con forma. Todos invitan a Pablo a que hable sobre el mismo tema el sábado siguiente. Pablo toma en ese momento una importante decisión: en vez de encerrarse entre los judíos, durante la semana, va con preferencia a los "temerosos de Dios", a los que conquista por su total ausencia de racismo. Ellos, a su vez, atraen a mucha gente a la reunión del sábado siguiente; ahí se juntan paganos que nunca se habían comprometido con los judíos.
Entonces se produce la crisis. La asamblea se divide en dos bandos. Los judíos más cerrados y orgullosos se asustan al verse invadidos por esos paganos "impuros", se oponen a Pablo e incluso tratan de echarlo fuera por cualquier medio. Intervienen las mujeres ricas y piadosas. Desde ese momento se constituye una comunidad cristiana separada de la de los judíos. “Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones: - «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: "Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra.
¿Quién no se da cuenta que junto a la Iglesia actual todavía hay "prosélitos", o sea, hombres de buena voluntad, que esperan que se les predique un evangelio realmente abierto a todos, y para los cuales no hay cabida en nuestras asambleas? (“Eucaristía 1992”).
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron”. “El hombre no se salva automáticamente. Hay que aceptar la palabra de Dios y de la Iglesia... El pueblo de Israel no debía querer poseer la salvación para él solo, pues ésta estaba destinada para todos los hombres: desear la salvación de una manera egoísta significa autoexcluirse del cielo… también los gentiles deben aceptar personalmente la fe y vivir conforme a ella” (von Balthasar).
 “La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo”. En todo esto hay un sentido eclesial. «Admirable es el testimonio de San Fructuoso, obispo. Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de rogar por él. El santo respondió: “Yo debo orar por la Iglesia católica, extendida de Oriente a Occidente”. ¿Qué quiso decir el  santo obispo con estas palabras? Lo entendéis, sin duda, recordadlo ahora conmigo: “Yo debo orar por la Iglesia Católica; si quieres que ore por ti, no te separes de aquélla por quien pido en mi oración”» (san Agustín, Sermón 273).
Cantamos en el salmo: “Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores”: Realmente el Padre es bueno, eterno es su amor, El es fiel"... "Sois su rebaño, su pueblo". “Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño”. "Él nos ha hecho y le pertenecemos"... “No temáis, ni un pajarito cae a tierra sin que vuestro Padre lo sepa”... (Mateo 10,29). ¡Sí, escuchemos a Jesús que recita este salmo! Escuchémoslo en el fondo de nosotros mismos, allí donde el Espíritu "ora en nosotros" (Rom 8,26-31).
«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.» La alegría, de por sí, es comunicativa. "Reconoced que el Señor es Dios". Esto viene de dentro, sin ninguna presión... Libremente. Soy tuyo, Señor, porque soy oveja de tu rebaño. Hazme caer en la cuenta de que te pertenezco a ti precisamente porque soy miembro de tu pueblo en la tierra… no me salvo solo. Es verdad que tú, Señor, me amas con amor personal, cuidas de mí y diriges mis pasos uno a uno; pero también es verdad que tu manera de obrar entre nosotros es a través del pueblo que has escogido. El pastor conoce a cada oveja y cuida personalmente de ella, con atención especial a la que lo necesita más en cada momento; pero las lleva juntas, las apacienta juntas, las protege juntas en la unidad de su rebaño. Así haces tú con nosotros, Señor.
Haz que me sienta oveja de tu rebaño, Señor. Responsable, sociable, amable, hermano de mis hermanos y hermanas y miembro vivo del género humano. No me permitas pensar ni por un momento que puedo vivir por mi cuenta, que no necesito a nadie, que las vidas de los demás no tienen nada que ver con la mía... No permitas que me aísle en orgullo inútil o engañosa autosuficiencia, que me vuelva solitario, que sea un extraño en mi propia tierra...
Haz que me sienta orgulloso de mis hermanos y hermanas, que aprecie sus cualidades y disfrute con su compañía. Haz que me encuentre a gusto en el rebaño, que acepte su ayuda y sienta la fuerza que el vivir juntos trae al grupo, y a mí en él. Haz que yo contribuya a la vida de los demás y permita a los demás contribuir a la mía. Haz que disfrute saliendo con todos a los pastos comunes, jugando, trabajando, viviendo con todos. Que sea yo amante de la comunidad y que se me note en cada gesto y en cada palabra. Que funcione yo bien en el grupo, y que al verme apreciado por los demás yo también les aprecie y fragüe con ellos la unidad común.
Soy miembro del rebaño, porque tú eres el Pastor. Tú eres la raíz de nuestra unidad. Al depender de ti, buscamos refugio en ti, y así nos encontramos todos unidos bajo el signo de tu cayado. Mi lealtad a ti se traduce en lealtad a todos los miembros del rebaño. Me fío de los demás, porque me fío de ti. Amo a los demás, porque te amo a ti. Que todos los hombres y mujeres aprendamos así a vivir juntos a tu lado (Carlos G. Vallés).
3. «El Cordero será su pastor», se nos ofrece en una visión del cielo, donde se cumple la promesa que el Señor hace en el evangelio y donde todos los que lo han seguido en la tierra como «sus ovejas» aparecen como una muchedumbre inmensa de todos los pueblos delante del Cordero, su pastor, porque han sido rescatados por la sangre de su cruz y ahora son apacentados y conducidos por él «hacia fuentes de aguas vivas». La vida que se les promete no es un estancamiento, sino algo que fluye eternamente; por eso los que pertenecen al Señor «ya no pasarán hambre ni sed» (Hans Urs von Balthasar).
Llucià Pou Sabaté