domingo, 14 de abril de 2013


LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: con la aceptación de Jesús realizamos la obra de Dios, por la fe
“Al día siguiente, la multitud que estaba al otro lado del mar vio que no había allí más que una sola barca, y que Jesús no había subido a la barca con sus discípulos, sino que éstos se habían marchado solos. Llegaron otras barcas de Tiberíades, junto al lugar donde habían comido el pan después de haber dado gracias el Señor: Cuando vio la multitud que Jesús no estaba allí ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún buscando a Jesús. Y al encontrarle al otro lado del mar, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste aquí? Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los milagros, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó con su sello Dios Padre. Ellos le preguntaron: ¿Qué haremos para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió: Esta es la obra de Dios, que creáis en quien Él ha enviado” (Juan 6,22-29).

1. El Evangelio (Jn 6,22-29) nos muestra el ambiente después de la tempestad calmada: al día siguiente la gente, que se había quedado a la otra parte del lago, notó que allí había sólo una barca y que Jesús no había subido a ella con sus discípulos, pues éstos se habían ido solos. Entretanto, llegaron otras barcas de Tiberíades y atracaron cerca de donde habían comido el pan después que el Señor dio gracias. Cuando la gente vio que no estaban allí ni Jesús ni sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús”. Como han hecho los santos, también nosotros decimos: “buscaré tu rostro, Señor”. Vamos por la vida en busca de Jesús, sabiendo que Él “nunca falló a sus amigos” (Santa Teresa). Llega en el momento oportuno. La plena confianza en Dios, da al cristiano una singular fortaleza y una especial serenidad en todas las circunstancias. “Si no le dejas, Él no te dejará”, decía san Josemaría Escrivá; e insistía en su oración: “Cuando imaginamos que todos se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio. En cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente”. Escuchamos el Soy yo, no tengáis miedo”, que leímos ayer cuando ya vuelve la calma.
Sigue el Evangelio de hoy: “Lo encontraron al otro lado del lago, y le dijeron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Os aseguro que no me buscáis porque habéis visto milagros, sino porque habéis comido pan hasta hartaros. Procuraos no el alimento que pasa, sino el que dura para la vida eterna; el que os da el hijo del hombre, a quien Dios Padre acreditó con su sello». Estos días vamos a leer el "Discurso sobre el Pan de Vida" que ahora Jesús se dispone a contarnos. Después de la multiplicación de los panes y su caminar sobre las aguas, veremos que "el pan de vida" es Jesús mismo, “pan vivo”, y está en relación la eucaristía. Son dos líneas del discurso que se entrelazarán, la fe en Jesús y su presencia eucarística...
Le preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer para trabajar como Dios quiere?». Jesús les respondió: «Lo que Dios quiere que hagáis es que creáis en el que él ha enviado»”. A veces queremos hacer muchas cosas (trabajar), pero el fundamento de todo es saber por qué vivimos, pues el pan se acaba, hay otro Pan que no se acaba, la fe y el amor. Así pedimos en la Postcomunión: «Dios todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros fruto abundante y que el alimento de salvación que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas».
Comenta San Agustín: «Jesús, a continuación del misterio o sacramento milagroso, hace uso de la palabra, con la intención de alimentar, si es posible, a los mismos que ya alimentó; de saciar con su palabra las inteligencias de aquellos cuyo vientre había saciado con pan abundante, pero es con la condición de que lo entiendan y, si no lo entienden, que se recoja para que no perezcan ni las sobras siquiera... “Me buscabais por la carne, no por el Espíritu”. ¡Cuántos hay que no buscan a Jesús sino para que les haga beneficios temporales! Tiene uno un negocio y acude a la mediación de los clérigos; es perseguido otro por alguien más poderoso que él y se refugia en la iglesia. No faltan quienes piden que se les recomiende a una persona ante la que tienen poco crédito.
«En fin, unos por unos motivos y otros por otros, llenan todos los día la iglesia. Aprendamos a buscar a Jesús por Jesús... “Me buscabais por algo que no es lo que yo soy; buscadme a Mí por mí mismo”. Ya insinúa ser Él este manjar, lo que se verá con más claridad en lo que sigue... quizá estaban esperando comer otra vez pan y sentarse otra vez, y saciarse de nuevo. Pero Él había hablado de un alimento que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Es el mismo lenguaje que había usado con la mujer aquella samaritana... Entre diálogos la llevó hasta la bebida espiritual. Lo mismo sucede aquí, lo mismo exactamente. Alimento es, pues, éste que no perece, sino que “permanece hasta la vida eterna”. De este alimento distinto que hay que buscar, el debate se eleva hasta la preocupación por el obrar que agrada a Dios. A las obras múltiples que los galileos se muestran dispuestos a cumplir, Jesús opone la única "obra de Dios", la que Dios realiza en el creyente. Esta obra es creer en Jesús como el Enviado de Dios. Santa Teresa de Jesús nos enseña a buscar al Señor y a creer en Él: "Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal, que, como sea oración, ha de ser consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quien, no lo llamo yo oración aunque mucho menee los labios".
Dicen que hace mucho tiempo, vivía en un pueblo una aldeana muy hermosa. Todos querían esposarla pero ella sentía que nadie le aseguraba verdadero amor. Así, se le acercó el mercader más rico diciéndole: “Te amaré a pesar de tu pobreza”. Pero como en sus palabras no encontró verdadero amor prefirió no casarse. Después se le acercó un gran general y le dijo: “Me casaré contigo a pesar de las distancias que nos separen”. Pero tampoco aceptó la hermosa aldeana. Más tarde se le acercó el emperador a decirle: “Te aceptaré en mi palacio a pesar de tu condición de mortal”. Y también rehusó la muchacha a casarse porque tampoco veía en él un amor desinteresado. Hasta que un día se le acercó un joven y le dijo: “Te amaré a pesar... de mí mismo”. Y como en sus palabras encontró un amor verdadero y sincero, optó por casarse con él. Nosotros, ¿buscamos a Jesús por tener “pan” que nos aproveche, cosas materiales, y pensamos conseguirlas una fórmula mágica que nosotros llamamos “oración”, o bien lo hacemos por amor, de forma desinteresada? Señor, quiero quererte “por ti”, “a pesar de mí mismo”, hacer las cosas por Ti, por agradarte a Ti, con la alegría de un buen hijo que intenta hacer las cosas lo mejor que puede, poniendo los cinco sentidos en esa labor, por amor, por cumplir tu voluntad como nos dices hoy: «Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura hasta la vida eterna.» Ayúdame, Jesús, a obrar con rectitud de intención; es decir, con la intención recta, con la intención correcta, porque es la que perdura, porque es la Tuya. Ayúdame a buscar en todo momento tu voluntad, y a ponerla en práctica con todo el entusiasmo posible (P. Cardona).
2. Los Hechos (6,8-15) nos cuenta que Esteban, lleno de gracia y de poder, “realizaba grandes prodigios y milagros en el pueblo”. Unos cuantos de la sinagoga se pusieron a discutir con él; “pero no podían resistir la sabiduría y el espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos hombres” y le montaron un falso juicio en el tribunal supremo, acusándolo así: «Este hombre no cesa de decir palabras contra este lugar santo y contra la ley; le hemos oído decir que ese Jesús, el Nazareno, destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos transmitió Moisés». “Entonces todos los que estaban sentados en el tribunal clavaron sus ojos en él y vieron su rostro como el rostro de un ángel”. Mirando ese ejemplo que tenemos en el primer mártir, «rechazamos lo que es indigno del nombre cristiano y cumplimos lo que en él se significa» (oración del día).
3. El Salmo (119,23-24.26.29) fomenta nuestra confianza, como la tuvo San Esteban. Hemos resucitado con Cristo y donde Él está ahí también iremos, en este camino de la verdad, procurando seguir los mandatos del Señor: “Aunque los jefes se reúnan y deliberen contra mí, tu siervo medita en tus decretos; tus decretos hacen mis delicias, ellos son mis consejeros. Te he contado mis andanzas y tú me has escuchado: enséñame tus decretos; señálame el camino de tus mandamientos y yo meditaré en tus maravillas. Aleja de mí el camino de la mentira y dame la gracia de tu ley; he elegido el camino de la verdad y he preferido tus sentencias”.
Llucià Pou Sabaté


LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: con la aceptación de Jesús realizamos la obra de Dios, por la fe
“Al día siguiente, la multitud que estaba al otro lado del mar vio que no había allí más que una sola barca, y que Jesús no había subido a la barca con sus discípulos, sino que éstos se habían marchado solos. Llegaron otras barcas de Tiberíades, junto al lugar donde habían comido el pan después de haber dado gracias el Señor: Cuando vio la multitud que Jesús no estaba allí ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún buscando a Jesús. Y al encontrarle al otro lado del mar, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste aquí? Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los milagros, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó con su sello Dios Padre. Ellos le preguntaron: ¿Qué haremos para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió: Esta es la obra de Dios, que creáis en quien Él ha enviado” (Juan 6,22-29).

1. El Evangelio (Jn 6,22-29) nos muestra el ambiente después de la tempestad calmada: al día siguiente la gente, que se había quedado a la otra parte del lago, notó que allí había sólo una barca y que Jesús no había subido a ella con sus discípulos, pues éstos se habían ido solos. Entretanto, llegaron otras barcas de Tiberíades y atracaron cerca de donde habían comido el pan después que el Señor dio gracias. Cuando la gente vio que no estaban allí ni Jesús ni sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús”. Como han hecho los santos, también nosotros decimos: “buscaré tu rostro, Señor”. Vamos por la vida en busca de Jesús, sabiendo que Él “nunca falló a sus amigos” (Santa Teresa). Llega en el momento oportuno. La plena confianza en Dios, da al cristiano una singular fortaleza y una especial serenidad en todas las circunstancias. “Si no le dejas, Él no te dejará”, decía san Josemaría Escrivá; e insistía en su oración: “Cuando imaginamos que todos se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio. En cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente”. Escuchamos el Soy yo, no tengáis miedo”, que leímos ayer cuando ya vuelve la calma.
Sigue el Evangelio de hoy: “Lo encontraron al otro lado del lago, y le dijeron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Os aseguro que no me buscáis porque habéis visto milagros, sino porque habéis comido pan hasta hartaros. Procuraos no el alimento que pasa, sino el que dura para la vida eterna; el que os da el hijo del hombre, a quien Dios Padre acreditó con su sello». Estos días vamos a leer el "Discurso sobre el Pan de Vida" que ahora Jesús se dispone a contarnos. Después de la multiplicación de los panes y su caminar sobre las aguas, veremos que "el pan de vida" es Jesús mismo, “pan vivo”, y está en relación la eucaristía. Son dos líneas del discurso que se entrelazarán, la fe en Jesús y su presencia eucarística...
Le preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer para trabajar como Dios quiere?». Jesús les respondió: «Lo que Dios quiere que hagáis es que creáis en el que él ha enviado»”. A veces queremos hacer muchas cosas (trabajar), pero el fundamento de todo es saber por qué vivimos, pues el pan se acaba, hay otro Pan que no se acaba, la fe y el amor. Así pedimos en la Postcomunión: «Dios todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros fruto abundante y que el alimento de salvación que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas».
Comenta San Agustín: «Jesús, a continuación del misterio o sacramento milagroso, hace uso de la palabra, con la intención de alimentar, si es posible, a los mismos que ya alimentó; de saciar con su palabra las inteligencias de aquellos cuyo vientre había saciado con pan abundante, pero es con la condición de que lo entiendan y, si no lo entienden, que se recoja para que no perezcan ni las sobras siquiera... “Me buscabais por la carne, no por el Espíritu”. ¡Cuántos hay que no buscan a Jesús sino para que les haga beneficios temporales! Tiene uno un negocio y acude a la mediación de los clérigos; es perseguido otro por alguien más poderoso que él y se refugia en la iglesia. No faltan quienes piden que se les recomiende a una persona ante la que tienen poco crédito.
«En fin, unos por unos motivos y otros por otros, llenan todos los día la iglesia. Aprendamos a buscar a Jesús por Jesús... “Me buscabais por algo que no es lo que yo soy; buscadme a Mí por mí mismo”. Ya insinúa ser Él este manjar, lo que se verá con más claridad en lo que sigue... quizá estaban esperando comer otra vez pan y sentarse otra vez, y saciarse de nuevo. Pero Él había hablado de un alimento que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Es el mismo lenguaje que había usado con la mujer aquella samaritana... Entre diálogos la llevó hasta la bebida espiritual. Lo mismo sucede aquí, lo mismo exactamente. Alimento es, pues, éste que no perece, sino que “permanece hasta la vida eterna”. De este alimento distinto que hay que buscar, el debate se eleva hasta la preocupación por el obrar que agrada a Dios. A las obras múltiples que los galileos se muestran dispuestos a cumplir, Jesús opone la única "obra de Dios", la que Dios realiza en el creyente. Esta obra es creer en Jesús como el Enviado de Dios. Santa Teresa de Jesús nos enseña a buscar al Señor y a creer en Él: "Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal, que, como sea oración, ha de ser consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quien, no lo llamo yo oración aunque mucho menee los labios".
Dicen que hace mucho tiempo, vivía en un pueblo una aldeana muy hermosa. Todos querían esposarla pero ella sentía que nadie le aseguraba verdadero amor. Así, se le acercó el mercader más rico diciéndole: “Te amaré a pesar de tu pobreza”. Pero como en sus palabras no encontró verdadero amor prefirió no casarse. Después se le acercó un gran general y le dijo: “Me casaré contigo a pesar de las distancias que nos separen”. Pero tampoco aceptó la hermosa aldeana. Más tarde se le acercó el emperador a decirle: “Te aceptaré en mi palacio a pesar de tu condición de mortal”. Y también rehusó la muchacha a casarse porque tampoco veía en él un amor desinteresado. Hasta que un día se le acercó un joven y le dijo: “Te amaré a pesar... de mí mismo”. Y como en sus palabras encontró un amor verdadero y sincero, optó por casarse con él. Nosotros, ¿buscamos a Jesús por tener “pan” que nos aproveche, cosas materiales, y pensamos conseguirlas una fórmula mágica que nosotros llamamos “oración”, o bien lo hacemos por amor, de forma desinteresada? Señor, quiero quererte “por ti”, “a pesar de mí mismo”, hacer las cosas por Ti, por agradarte a Ti, con la alegría de un buen hijo que intenta hacer las cosas lo mejor que puede, poniendo los cinco sentidos en esa labor, por amor, por cumplir tu voluntad como nos dices hoy: «Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura hasta la vida eterna.» Ayúdame, Jesús, a obrar con rectitud de intención; es decir, con la intención recta, con la intención correcta, porque es la que perdura, porque es la Tuya. Ayúdame a buscar en todo momento tu voluntad, y a ponerla en práctica con todo el entusiasmo posible (P. Cardona).
2. Los Hechos (6,8-15) nos cuenta que Esteban, lleno de gracia y de poder, “realizaba grandes prodigios y milagros en el pueblo”. Unos cuantos de la sinagoga se pusieron a discutir con él; “pero no podían resistir la sabiduría y el espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos hombres” y le montaron un falso juicio en el tribunal supremo, acusándolo así: «Este hombre no cesa de decir palabras contra este lugar santo y contra la ley; le hemos oído decir que ese Jesús, el Nazareno, destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos transmitió Moisés». “Entonces todos los que estaban sentados en el tribunal clavaron sus ojos en él y vieron su rostro como el rostro de un ángel”. Mirando ese ejemplo que tenemos en el primer mártir, «rechazamos lo que es indigno del nombre cristiano y cumplimos lo que en él se significa» (oración del día).
3. El Salmo (119,23-24.26.29) fomenta nuestra confianza, como la tuvo San Esteban. Hemos resucitado con Cristo y donde Él está ahí también iremos, en este camino de la verdad, procurando seguir los mandatos del Señor: “Aunque los jefes se reúnan y deliberen contra mí, tu siervo medita en tus decretos; tus decretos hacen mis delicias, ellos son mis consejeros. Te he contado mis andanzas y tú me has escuchado: enséñame tus decretos; señálame el camino de tus mandamientos y yo meditaré en tus maravillas. Aleja de mí el camino de la mentira y dame la gracia de tu ley; he elegido el camino de la verdad y he preferido tus sentencias”.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 12 de abril de 2013


SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: Jesús se muestra en las tempestades de la vida, para darnos su presencia y con ella fuerza y esperanza.
“A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo. Jesús les dijo:
- Soy yo. No tengáis miedo.
Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían” (Juan 6,16-21).

1. El Evangelio (Juan 6,16-21) nos narra el oleaje que hace inseguros a los Apóstoles dentro de la barca; nos hace pensar en las persecuciones de la Iglesia, herejías e infidelidades: “A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo”. Las cosas malas y las contrariedades nos hacen sufrir, y a veces sentimos miedo hasta que vemos que es Jesús quién está en nuestro día, en nuestra vida, en nuestra barca, y volvemos a la paz y seguridad de saber que Cristo está dentro de la barca; y podemos sentirnos seguros. Cuentan de una nave que se balanceaba en medio del oleaje y los pasajeros se angustiaban gritando aterrados. Sólo una niña jugaba tranquilamente en la cubierta, y cuando ya pasó todo le preguntaron qué le llevaba a tener esa paz, por qué no había tenido miedo: “-¿Miedo? –dijo- ¿De qué? Mi padre lleva el timón, y con él no puede pasarme nada malo”. Esa confianza es la que hemos de tener con Jesús y el Espíritu Santo que guían la Iglesia en las tempestades de la historia, y nuestras vidas. Nos dijo Jesús que Él estaría siempre con nosotros hasta el final del mundo. La Iglesia puede evolucionar en algunos puntos de su doctrina, profundizando en lo que está implícitamente en el Evangelio. No es una religión del Libro, sino de la Persona de Jesús que está vivo por su Espíritu, desarrollando aspectos de doctrina siempre dentro de la fidelidad. Por eso hemos de tener paciencia, estar en comunión, fieles a la doctrina, unidos a Jesús por los sacramentos, dóciles a la jerarquía.
Jesús domina las aguas del caos, en esta nueva Creación de la Pascua, instaura el nuevo día, Domingo, “Día del Señor”, cambia la historia. El descanso del Sábado evoluciona, como el Mar Rojo hizo pasar a la tierra prometida, ahora llegamos a ese “Día que ha hecho el Señor”, donde Jesús es el nuevo Moisés que no sólo habla con Dios sino que dice: “Yo soy, no tengáis miedo”. Así leemos en el Evangelio: “Jesús les dijo:
- Soy yo. No tengáis miedo.
Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían”.
El “Yo soy” nos remite al nombre de Dios tal como lo reveló a Moisés en la zarza ardiente. En medio de nuestras oscuridades, amanece Dios, Jesús llega caminando sobre las aguas, para ayudarnos en nuestras tempestades. Llega en la oración y los sacramentos, y nos dice "no tengáis miedo... Soy Yo". Juan Pablo II comentó mucho estas palabras: “Cristo dirigió muchas veces esta invitación a los hombres con que se encontraba. Esto dijo el Ángel a María: "No tengas miedo". Y esto mismo a José: "No tengas miedo". Cristo lo dijo a los Apóstoles, y a Pedro, en varias ocasiones, y especialmente después de su Resurrección, e insistía: "¡No tengáis miedo!"; se daba cuenta de que tenían miedo porque no estaban seguros de si Aquel que veían era el mismo Cristo que ellos habían conocido. Tuvieron miedo cuando fue apresado, y tuvieron aún más miedo cuando, Resucitado, se les apareció. Esas palabras pronunciadas por Cristo las repite la Iglesia. Y con la Iglesia las repite también el Papa. Lo ha hecho desde la primera homilía en la plaza de San Pedro: "¡No tengáis miedo!" No son palabras dichas porque sí, están profundamente enraizadas en el Evangelio; son, sencillamente, las palabras del mismo Cristo.
¿De qué no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella, un día, con especial viveza, y dijo a Jesús: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" Pienso que no fue sólo Pedro quien tuvo conciencia de esta verdad. Todo hombre la advierte. La advierte todo Sucesor de Pedro. La advierte de modo particularmente claro el que, ahora, le está respondiendo. Todos nosotros le estamos agradecidos a Pedro por lo que dijo aquel día: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" Cristo le respondió: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres". ¡No tengas miedo de los hombres! El hombre es siempre igual; los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto más imperfectos cuanto más seguro está de sí mismo. ¿Y esto de dónde proviene? Esto viene del corazón del hombre, nuestro corazón está inquieto; Cristo mismo conoce mejor que nadie su angustia, porque "Él sabe lo que hay dentro de cada hombre"”.
2. Los Apóstoles recibían muchas peticiones de gente necesitada, pues la Iglesia ha atendido a los pobres desde el principio. De ahí lo que hoy nos cuentan los Hechos (6,1-7): “En aquellos días, debido a que el grupo de los discípulos era muy grande, los creyentes de origen helenista murmuraron contra los de origen judío, porque sus viudas no eran bien atendidas en el suministro cotidiano. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:
— No está bien que nosotros dejemos de anunciar la Palabra de Dios para dedicarnos al servicio de las mesas”. Los Apóstoles dicen: «nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra». Es lo primero, la unión con Dios: una prioridad que ha recordado Juan Pablo II como programa de apostolado para el tercer milenio. Sin vida interior, sin oración, no es posible una verdadera evangelización. Así lo ve San Agustín: «Al hablar haga cuanto esté de su parte, para que se le escuche inteligentemente, con gusto y docilidad. Pero no dude de que, si logra algo y en la medida en que lo logre, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración, que de peroración y cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzar a proferir palabras, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó». Y también: «Si no arde el ministro de la Palabra, no enciende al que predica».
-“Por tanto, elegid de entre vosotros, hermanos, siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomendaremos este servicio para que nosotros podamos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra”. Los recién llegados, los de una cultura nueva, se sentían cristianos de segunda clase respecto a los judíos «de siempre». Vemos también a veces en la Iglesia que hay “clases”. De otra parte, si de una parte hemos de hacer de “buen samaritano” y no pasar de largo, de otra el buen samaritano luego lleva al herido a una hospedería, y que el buen hostelero hiciera su trabajo. Así tienen que aparecer en la Iglesia misiones, encargos o responsabilidades, para poder llegar a todo…
-“La proposición agradó a todos, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron ante los apóstoles, y ellos, después de orar, les impusieron las manos”. Los 7 elegidos recuerda los 70 jueces que elige Moisés para que le ayuden a administrar justicia o los 70 miembros del Sanedrín.
-“La Palabra de Dios se extendía, el número de discípulos aumentaba mucho en Jerusalén e incluso muchos sacerdotes se adherían a la fe”. A partir de ahora, los cristianos se llamarán “discípulos” en los Hechos. Esteban será luego el primer mártir cristiano.
3. Justos, alabad al Señor, la alabanza es propia de los rectos; dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor con el arpa de diez cuerdas; pues la palabra del Señor es eficaz, y sus obras demuestran su lealtad; Él ama la justicia y el derecho, la tierra está llena del amor del Señor”. Jesús resucitado nos protege siempre; nos da confianza su misericordia, que vela por mí, y en este sentido hay que entender el “ojo de Dios”, que no es un espía que conoce todo para castigar, sino mirada amorosa: "Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del día, el ojo de Dios te mira" (comenta san Basilio), y acoger ese don nos da vida, como sigue diciendo el Salmo (32,1-2,4-5,18-19): “Pero el Señor se cuida de sus fieles, de los que confían en su misericordia, para librarlos de la muerte y sostenerlos en tiempos de hambre. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Llucià Pou Sabaté

SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: Jesús se muestra en las tempestades de la vida, para darnos su presencia y con ella fuerza y esperanza.
“A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo. Jesús les dijo:
- Soy yo. No tengáis miedo.
Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían” (Juan 6,16-21).

1. El Evangelio (Juan 6,16-21) nos narra el oleaje que hace inseguros a los Apóstoles dentro de la barca; nos hace pensar en las persecuciones de la Iglesia, herejías e infidelidades: “A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo”. Las cosas malas y las contrariedades nos hacen sufrir, y a veces sentimos miedo hasta que vemos que es Jesús quién está en nuestro día, en nuestra vida, en nuestra barca, y volvemos a la paz y seguridad de saber que Cristo está dentro de la barca; y podemos sentirnos seguros. Cuentan de una nave que se balanceaba en medio del oleaje y los pasajeros se angustiaban gritando aterrados. Sólo una niña jugaba tranquilamente en la cubierta, y cuando ya pasó todo le preguntaron qué le llevaba a tener esa paz, por qué no había tenido miedo: “-¿Miedo? –dijo- ¿De qué? Mi padre lleva el timón, y con él no puede pasarme nada malo”. Esa confianza es la que hemos de tener con Jesús y el Espíritu Santo que guían la Iglesia en las tempestades de la historia, y nuestras vidas. Nos dijo Jesús que Él estaría siempre con nosotros hasta el final del mundo. La Iglesia puede evolucionar en algunos puntos de su doctrina, profundizando en lo que está implícitamente en el Evangelio. No es una religión del Libro, sino de la Persona de Jesús que está vivo por su Espíritu, desarrollando aspectos de doctrina siempre dentro de la fidelidad. Por eso hemos de tener paciencia, estar en comunión, fieles a la doctrina, unidos a Jesús por los sacramentos, dóciles a la jerarquía.
Jesús domina las aguas del caos, en esta nueva Creación de la Pascua, instaura el nuevo día, Domingo, “Día del Señor”, cambia la historia. El descanso del Sábado evoluciona, como el Mar Rojo hizo pasar a la tierra prometida, ahora llegamos a ese “Día que ha hecho el Señor”, donde Jesús es el nuevo Moisés que no sólo habla con Dios sino que dice: “Yo soy, no tengáis miedo”. Así leemos en el Evangelio: “Jesús les dijo:
- Soy yo. No tengáis miedo.
Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían”.
El “Yo soy” nos remite al nombre de Dios tal como lo reveló a Moisés en la zarza ardiente. En medio de nuestras oscuridades, amanece Dios, Jesús llega caminando sobre las aguas, para ayudarnos en nuestras tempestades. Llega en la oración y los sacramentos, y nos dice "no tengáis miedo... Soy Yo". Juan Pablo II comentó mucho estas palabras: “Cristo dirigió muchas veces esta invitación a los hombres con que se encontraba. Esto dijo el Ángel a María: "No tengas miedo". Y esto mismo a José: "No tengas miedo". Cristo lo dijo a los Apóstoles, y a Pedro, en varias ocasiones, y especialmente después de su Resurrección, e insistía: "¡No tengáis miedo!"; se daba cuenta de que tenían miedo porque no estaban seguros de si Aquel que veían era el mismo Cristo que ellos habían conocido. Tuvieron miedo cuando fue apresado, y tuvieron aún más miedo cuando, Resucitado, se les apareció. Esas palabras pronunciadas por Cristo las repite la Iglesia. Y con la Iglesia las repite también el Papa. Lo ha hecho desde la primera homilía en la plaza de San Pedro: "¡No tengáis miedo!" No son palabras dichas porque sí, están profundamente enraizadas en el Evangelio; son, sencillamente, las palabras del mismo Cristo.
¿De qué no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella, un día, con especial viveza, y dijo a Jesús: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" Pienso que no fue sólo Pedro quien tuvo conciencia de esta verdad. Todo hombre la advierte. La advierte todo Sucesor de Pedro. La advierte de modo particularmente claro el que, ahora, le está respondiendo. Todos nosotros le estamos agradecidos a Pedro por lo que dijo aquel día: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" Cristo le respondió: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres". ¡No tengas miedo de los hombres! El hombre es siempre igual; los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto más imperfectos cuanto más seguro está de sí mismo. ¿Y esto de dónde proviene? Esto viene del corazón del hombre, nuestro corazón está inquieto; Cristo mismo conoce mejor que nadie su angustia, porque "Él sabe lo que hay dentro de cada hombre"”.
2. Los Apóstoles recibían muchas peticiones de gente necesitada, pues la Iglesia ha atendido a los pobres desde el principio. De ahí lo que hoy nos cuentan los Hechos (6,1-7): “En aquellos días, debido a que el grupo de los discípulos era muy grande, los creyentes de origen helenista murmuraron contra los de origen judío, porque sus viudas no eran bien atendidas en el suministro cotidiano. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:
— No está bien que nosotros dejemos de anunciar la Palabra de Dios para dedicarnos al servicio de las mesas”. Los Apóstoles dicen: «nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra». Es lo primero, la unión con Dios: una prioridad que ha recordado Juan Pablo II como programa de apostolado para el tercer milenio. Sin vida interior, sin oración, no es posible una verdadera evangelización. Así lo ve San Agustín: «Al hablar haga cuanto esté de su parte, para que se le escuche inteligentemente, con gusto y docilidad. Pero no dude de que, si logra algo y en la medida en que lo logre, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración, que de peroración y cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzar a proferir palabras, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó». Y también: «Si no arde el ministro de la Palabra, no enciende al que predica».
-“Por tanto, elegid de entre vosotros, hermanos, siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomendaremos este servicio para que nosotros podamos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra”. Los recién llegados, los de una cultura nueva, se sentían cristianos de segunda clase respecto a los judíos «de siempre». Vemos también a veces en la Iglesia que hay “clases”. De otra parte, si de una parte hemos de hacer de “buen samaritano” y no pasar de largo, de otra el buen samaritano luego lleva al herido a una hospedería, y que el buen hostelero hiciera su trabajo. Así tienen que aparecer en la Iglesia misiones, encargos o responsabilidades, para poder llegar a todo…
-“La proposición agradó a todos, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron ante los apóstoles, y ellos, después de orar, les impusieron las manos”. Los 7 elegidos recuerda los 70 jueces que elige Moisés para que le ayuden a administrar justicia o los 70 miembros del Sanedrín.
-“La Palabra de Dios se extendía, el número de discípulos aumentaba mucho en Jerusalén e incluso muchos sacerdotes se adherían a la fe”. A partir de ahora, los cristianos se llamarán “discípulos” en los Hechos. Esteban será luego el primer mártir cristiano.
3. Justos, alabad al Señor, la alabanza es propia de los rectos; dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor con el arpa de diez cuerdas; pues la palabra del Señor es eficaz, y sus obras demuestran su lealtad; Él ama la justicia y el derecho, la tierra está llena del amor del Señor”. Jesús resucitado nos protege siempre; nos da confianza su misericordia, que vela por mí, y en este sentido hay que entender el “ojo de Dios”, que no es un espía que conoce todo para castigar, sino mirada amorosa: "Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del día, el ojo de Dios te mira" (comenta san Basilio), y acoger ese don nos da vida, como sigue diciendo el Salmo (32,1-2,4-5,18-19): “Pero el Señor se cuida de sus fieles, de los que confían en su misericordia, para librarlos de la muerte y sostenerlos en tiempos de hambre. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Llucià Pou Sabaté

SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: Jesús se muestra en las tempestades de la vida, para darnos su presencia y con ella fuerza y esperanza.
“A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo. Jesús les dijo:
- Soy yo. No tengáis miedo.
Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían” (Juan 6,16-21).

1. El Evangelio (Juan 6,16-21) nos narra el oleaje que hace inseguros a los Apóstoles dentro de la barca; nos hace pensar en las persecuciones de la Iglesia, herejías e infidelidades: “A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo”. Las cosas malas y las contrariedades nos hacen sufrir, y a veces sentimos miedo hasta que vemos que es Jesús quién está en nuestro día, en nuestra vida, en nuestra barca, y volvemos a la paz y seguridad de saber que Cristo está dentro de la barca; y podemos sentirnos seguros. Cuentan de una nave que se balanceaba en medio del oleaje y los pasajeros se angustiaban gritando aterrados. Sólo una niña jugaba tranquilamente en la cubierta, y cuando ya pasó todo le preguntaron qué le llevaba a tener esa paz, por qué no había tenido miedo: “-¿Miedo? –dijo- ¿De qué? Mi padre lleva el timón, y con él no puede pasarme nada malo”. Esa confianza es la que hemos de tener con Jesús y el Espíritu Santo que guían la Iglesia en las tempestades de la historia, y nuestras vidas. Nos dijo Jesús que Él estaría siempre con nosotros hasta el final del mundo. La Iglesia puede evolucionar en algunos puntos de su doctrina, profundizando en lo que está implícitamente en el Evangelio. No es una religión del Libro, sino de la Persona de Jesús que está vivo por su Espíritu, desarrollando aspectos de doctrina siempre dentro de la fidelidad. Por eso hemos de tener paciencia, estar en comunión, fieles a la doctrina, unidos a Jesús por los sacramentos, dóciles a la jerarquía.
Jesús domina las aguas del caos, en esta nueva Creación de la Pascua, instaura el nuevo día, Domingo, “Día del Señor”, cambia la historia. El descanso del Sábado evoluciona, como el Mar Rojo hizo pasar a la tierra prometida, ahora llegamos a ese “Día que ha hecho el Señor”, donde Jesús es el nuevo Moisés que no sólo habla con Dios sino que dice: “Yo soy, no tengáis miedo”. Así leemos en el Evangelio: “Jesús les dijo:
- Soy yo. No tengáis miedo.
Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían”.
El “Yo soy” nos remite al nombre de Dios tal como lo reveló a Moisés en la zarza ardiente. En medio de nuestras oscuridades, amanece Dios, Jesús llega caminando sobre las aguas, para ayudarnos en nuestras tempestades. Llega en la oración y los sacramentos, y nos dice "no tengáis miedo... Soy Yo". Juan Pablo II comentó mucho estas palabras: “Cristo dirigió muchas veces esta invitación a los hombres con que se encontraba. Esto dijo el Ángel a María: "No tengas miedo". Y esto mismo a José: "No tengas miedo". Cristo lo dijo a los Apóstoles, y a Pedro, en varias ocasiones, y especialmente después de su Resurrección, e insistía: "¡No tengáis miedo!"; se daba cuenta de que tenían miedo porque no estaban seguros de si Aquel que veían era el mismo Cristo que ellos habían conocido. Tuvieron miedo cuando fue apresado, y tuvieron aún más miedo cuando, Resucitado, se les apareció. Esas palabras pronunciadas por Cristo las repite la Iglesia. Y con la Iglesia las repite también el Papa. Lo ha hecho desde la primera homilía en la plaza de San Pedro: "¡No tengáis miedo!" No son palabras dichas porque sí, están profundamente enraizadas en el Evangelio; son, sencillamente, las palabras del mismo Cristo.
¿De qué no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella, un día, con especial viveza, y dijo a Jesús: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" Pienso que no fue sólo Pedro quien tuvo conciencia de esta verdad. Todo hombre la advierte. La advierte todo Sucesor de Pedro. La advierte de modo particularmente claro el que, ahora, le está respondiendo. Todos nosotros le estamos agradecidos a Pedro por lo que dijo aquel día: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" Cristo le respondió: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres". ¡No tengas miedo de los hombres! El hombre es siempre igual; los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto más imperfectos cuanto más seguro está de sí mismo. ¿Y esto de dónde proviene? Esto viene del corazón del hombre, nuestro corazón está inquieto; Cristo mismo conoce mejor que nadie su angustia, porque "Él sabe lo que hay dentro de cada hombre"”.
2. Los Apóstoles recibían muchas peticiones de gente necesitada, pues la Iglesia ha atendido a los pobres desde el principio. De ahí lo que hoy nos cuentan los Hechos (6,1-7): “En aquellos días, debido a que el grupo de los discípulos era muy grande, los creyentes de origen helenista murmuraron contra los de origen judío, porque sus viudas no eran bien atendidas en el suministro cotidiano. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:
— No está bien que nosotros dejemos de anunciar la Palabra de Dios para dedicarnos al servicio de las mesas”. Los Apóstoles dicen: «nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra». Es lo primero, la unión con Dios: una prioridad que ha recordado Juan Pablo II como programa de apostolado para el tercer milenio. Sin vida interior, sin oración, no es posible una verdadera evangelización. Así lo ve San Agustín: «Al hablar haga cuanto esté de su parte, para que se le escuche inteligentemente, con gusto y docilidad. Pero no dude de que, si logra algo y en la medida en que lo logre, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración, que de peroración y cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzar a proferir palabras, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó». Y también: «Si no arde el ministro de la Palabra, no enciende al que predica».
-“Por tanto, elegid de entre vosotros, hermanos, siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomendaremos este servicio para que nosotros podamos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra”. Los recién llegados, los de una cultura nueva, se sentían cristianos de segunda clase respecto a los judíos «de siempre». Vemos también a veces en la Iglesia que hay “clases”. De otra parte, si de una parte hemos de hacer de “buen samaritano” y no pasar de largo, de otra el buen samaritano luego lleva al herido a una hospedería, y que el buen hostelero hiciera su trabajo. Así tienen que aparecer en la Iglesia misiones, encargos o responsabilidades, para poder llegar a todo…
-“La proposición agradó a todos, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron ante los apóstoles, y ellos, después de orar, les impusieron las manos”. Los 7 elegidos recuerda los 70 jueces que elige Moisés para que le ayuden a administrar justicia o los 70 miembros del Sanedrín.
-“La Palabra de Dios se extendía, el número de discípulos aumentaba mucho en Jerusalén e incluso muchos sacerdotes se adherían a la fe”. A partir de ahora, los cristianos se llamarán “discípulos” en los Hechos. Esteban será luego el primer mártir cristiano.
3. Justos, alabad al Señor, la alabanza es propia de los rectos; dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor con el arpa de diez cuerdas; pues la palabra del Señor es eficaz, y sus obras demuestran su lealtad; Él ama la justicia y el derecho, la tierra está llena del amor del Señor”. Jesús resucitado nos protege siempre; nos da confianza su misericordia, que vela por mí, y en este sentido hay que entender el “ojo de Dios”, que no es un espía que conoce todo para castigar, sino mirada amorosa: "Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del día, el ojo de Dios te mira" (comenta san Basilio), y acoger ese don nos da vida, como sigue diciendo el Salmo (32,1-2,4-5,18-19): “Pero el Señor se cuida de sus fieles, de los que confían en su misericordia, para librarlos de la muerte y sostenerlos en tiempos de hambre. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Llucià Pou Sabaté


SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: Jesús se muestra en las tempestades de la vida, para darnos su presencia y con ella fuerza y esperanza.
“A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo. Jesús les dijo:
- Soy yo. No tengáis miedo.
Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían” (Juan 6,16-21).

1. El Evangelio (Juan 6,16-21) nos narra el oleaje que hace inseguros a los Apóstoles dentro de la barca; nos hace pensar en las persecuciones de la Iglesia, herejías e infidelidades: “A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo”. Las cosas malas y las contrariedades nos hacen sufrir, y a veces sentimos miedo hasta que vemos que es Jesús quién está en nuestro día, en nuestra vida, en nuestra barca, y volvemos a la paz y seguridad de saber que Cristo está dentro de la barca; y podemos sentirnos seguros. Cuentan de una nave que se balanceaba en medio del oleaje y los pasajeros se angustiaban gritando aterrados. Sólo una niña jugaba tranquilamente en la cubierta, y cuando ya pasó todo le preguntaron qué le llevaba a tener esa paz, por qué no había tenido miedo: “-¿Miedo? –dijo- ¿De qué? Mi padre lleva el timón, y con él no puede pasarme nada malo”. Esa confianza es la que hemos de tener con Jesús y el Espíritu Santo que guían la Iglesia en las tempestades de la historia, y nuestras vidas. Nos dijo Jesús que Él estaría siempre con nosotros hasta el final del mundo. La Iglesia puede evolucionar en algunos puntos de su doctrina, profundizando en lo que está implícitamente en el Evangelio. No es una religión del Libro, sino de la Persona de Jesús que está vivo por su Espíritu, desarrollando aspectos de doctrina siempre dentro de la fidelidad. Por eso hemos de tener paciencia, estar en comunión, fieles a la doctrina, unidos a Jesús por los sacramentos, dóciles a la jerarquía.
Jesús domina las aguas del caos, en esta nueva Creación de la Pascua, instaura el nuevo día, Domingo, “Día del Señor”, cambia la historia. El descanso del Sábado evoluciona, como el Mar Rojo hizo pasar a la tierra prometida, ahora llegamos a ese “Día que ha hecho el Señor”, donde Jesús es el nuevo Moisés que no sólo habla con Dios sino que dice: “Yo soy, no tengáis miedo”. Así leemos en el Evangelio: “Jesús les dijo:
- Soy yo. No tengáis miedo.
Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían”.
El “Yo soy” nos remite al nombre de Dios tal como lo reveló a Moisés en la zarza ardiente. En medio de nuestras oscuridades, amanece Dios, Jesús llega caminando sobre las aguas, para ayudarnos en nuestras tempestades. Llega en la oración y los sacramentos, y nos dice "no tengáis miedo... Soy Yo". Juan Pablo II comentó mucho estas palabras: “Cristo dirigió muchas veces esta invitación a los hombres con que se encontraba. Esto dijo el Ángel a María: "No tengas miedo". Y esto mismo a José: "No tengas miedo". Cristo lo dijo a los Apóstoles, y a Pedro, en varias ocasiones, y especialmente después de su Resurrección, e insistía: "¡No tengáis miedo!"; se daba cuenta de que tenían miedo porque no estaban seguros de si Aquel que veían era el mismo Cristo que ellos habían conocido. Tuvieron miedo cuando fue apresado, y tuvieron aún más miedo cuando, Resucitado, se les apareció. Esas palabras pronunciadas por Cristo las repite la Iglesia. Y con la Iglesia las repite también el Papa. Lo ha hecho desde la primera homilía en la plaza de San Pedro: "¡No tengáis miedo!" No son palabras dichas porque sí, están profundamente enraizadas en el Evangelio; son, sencillamente, las palabras del mismo Cristo.
¿De qué no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella, un día, con especial viveza, y dijo a Jesús: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" Pienso que no fue sólo Pedro quien tuvo conciencia de esta verdad. Todo hombre la advierte. La advierte todo Sucesor de Pedro. La advierte de modo particularmente claro el que, ahora, le está respondiendo. Todos nosotros le estamos agradecidos a Pedro por lo que dijo aquel día: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" Cristo le respondió: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres". ¡No tengas miedo de los hombres! El hombre es siempre igual; los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto más imperfectos cuanto más seguro está de sí mismo. ¿Y esto de dónde proviene? Esto viene del corazón del hombre, nuestro corazón está inquieto; Cristo mismo conoce mejor que nadie su angustia, porque "Él sabe lo que hay dentro de cada hombre"”.
2. Los Apóstoles recibían muchas peticiones de gente necesitada, pues la Iglesia ha atendido a los pobres desde el principio. De ahí lo que hoy nos cuentan los Hechos (6,1-7): “En aquellos días, debido a que el grupo de los discípulos era muy grande, los creyentes de origen helenista murmuraron contra los de origen judío, porque sus viudas no eran bien atendidas en el suministro cotidiano. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:
— No está bien que nosotros dejemos de anunciar la Palabra de Dios para dedicarnos al servicio de las mesas”. Los Apóstoles dicen: «nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra». Es lo primero, la unión con Dios: una prioridad que ha recordado Juan Pablo II como programa de apostolado para el tercer milenio. Sin vida interior, sin oración, no es posible una verdadera evangelización. Así lo ve San Agustín: «Al hablar haga cuanto esté de su parte, para que se le escuche inteligentemente, con gusto y docilidad. Pero no dude de que, si logra algo y en la medida en que lo logre, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración, que de peroración y cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzar a proferir palabras, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó». Y también: «Si no arde el ministro de la Palabra, no enciende al que predica».
-“Por tanto, elegid de entre vosotros, hermanos, siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomendaremos este servicio para que nosotros podamos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra”. Los recién llegados, los de una cultura nueva, se sentían cristianos de segunda clase respecto a los judíos «de siempre». Vemos también a veces en la Iglesia que hay “clases”. De otra parte, si de una parte hemos de hacer de “buen samaritano” y no pasar de largo, de otra el buen samaritano luego lleva al herido a una hospedería, y que el buen hostelero hiciera su trabajo. Así tienen que aparecer en la Iglesia misiones, encargos o responsabilidades, para poder llegar a todo…
-“La proposición agradó a todos, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron ante los apóstoles, y ellos, después de orar, les impusieron las manos”. Los 7 elegidos recuerda los 70 jueces que elige Moisés para que le ayuden a administrar justicia o los 70 miembros del Sanedrín.
-“La Palabra de Dios se extendía, el número de discípulos aumentaba mucho en Jerusalén e incluso muchos sacerdotes se adherían a la fe”. A partir de ahora, los cristianos se llamarán “discípulos” en los Hechos. Esteban será luego el primer mártir cristiano.
3. Justos, alabad al Señor, la alabanza es propia de los rectos; dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor con el arpa de diez cuerdas; pues la palabra del Señor es eficaz, y sus obras demuestran su lealtad; Él ama la justicia y el derecho, la tierra está llena del amor del Señor”. Jesús resucitado nos protege siempre; nos da confianza su misericordia, que vela por mí, y en este sentido hay que entender el “ojo de Dios”, que no es un espía que conoce todo para castigar, sino mirada amorosa: "Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del día, el ojo de Dios te mira" (comenta san Basilio), y acoger ese don nos da vida, como sigue diciendo el Salmo (32,1-2,4-5,18-19): “Pero el Señor se cuida de sus fieles, de los que confían en su misericordia, para librarlos de la muerte y sostenerlos en tiempos de hambre. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Llucià Pou Sabaté

jueves, 11 de abril de 2013


VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: la Eucaristía, fortaleza para ser testimonios de la verdad, da alas para amar
«Jesús, al levantar la mirada y ver que venía hacia él una gran muchedumbre, dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coman éstos? Lo decía para probarle, pues él sabía lo que iba a hacer. Felipe respondió: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno coma un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces: pero ¿qué es esto para tantos? Jesús dijo: Haced sentar a la gente. En aquel lugar había mucha hierba. Se sentaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Jesús tomó los panes y, habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban sentados, e igualmente les dio de los peces cuanto quisieron. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: Recoged los trozos que han sobrado para que nada se pierda. Entonces los recogieron y llenaron doce cestos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.» (Juan  6, 5-13)
1. En el Evangelio (Juan 6,1-15) Jesús, levantando pues los ojos, y contemplando la gran muchedumbre que venía a Él, dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para dar de comer a estos?" Jesús con su amor nos revela a Dios Amor, Él ve las necesidades de los hombres, se preocupa de la felicidad de los hombres. Y hace un milagro, la multiplicación de los panes, como más tarde el sacramento de eucaristía... son gestos de amor. ¡Me paro a escuchar tu voz, Jesús! Eres Tú quien nos interroga, quien nos provoca. Eres Tú, Señor, quien nos pide saber mirar el hambre de los hombres, y sus necesidades aun las más prosaicas... "para que tengan de qué comer" Tú dices... ¡simplemente de qué comer! Y nosotros que tan a menudo soñamos en un Dios lejano, en las nubes. Eres Tú que nos conduces a nuestra vida humana cotidiana. Amar... ¡ahí está! es un humilde servicio cotidiano.
 -“Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es esto para tanta gente?” Ante los grandes problemas humanos -el Hambre, la Paz, la Justicia- repetimos constantemente la misma respuesta: "¿qué podemos hacer nosotros? esto nos rebasa." Retengo la inmensa desproporción: 5 panes... 2 peces... 5.000 hombres.
 -“Jesús tomó los panes, y, habiendo "eucaristizado" -habiendo "dado gracias"- se los distribuyó”. Dar Gracias. Agradecer a Dios. Tal es el sentimiento de Jesús en este instante. Piensa en otra multiplicación de "panes". Piensa en el inaudito misterio de la comida pascual que ofrecerá a los hombres de todos los tiempos. No descuida el "hambre corporal", pero piensa sobre todo en el "hambre de Dios" que es de tal modo más grave aún para los hombres.
-Entonces dicen: "Verdaderamente éste es el gran profeta, que ha de venir al mundo." Pero Jesús conociendo que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey se retiró otra vez al monte El solo. Jesús no quiere dejar creer que El trabaja para un reino terrestre. Su proyecto no es político, incluso si tiene incidencias humanas profundas. Jesús no entra directamente en el proyecto de "liberación" cívica en el que sus contemporáneos quisieran arrastrarle. Esto será por otra parte la gran decepción de estas gentes, que le abandonarán todos. Jesús piensa que su proyecto es otro: su gran discurso sobre el "pan de la vida eterna" nos revelará ese "proyecto"” (Noel Quesson). En la antífona de Comunión recordamos este proyecto: «Cristo nuestro Señor fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Aleluya».
Los cinco panes y dos peces son ofrecidos por el joven con generosidad; se puede decir que sobre su generosidad hizo Jesús el milagro. Así, podemos encontrar un sentido espiritual en esto: si ponemos de nuestra parte, nuestros panes y peces, es decir cualidades y tiempo, el Señor multiplica aquello y hace cosas grandes. Quizá tenemos dentro un deseo de ayudar a los demás, de hacer algo grande: Jesús multiplica esos deseos (panes) y los hace realidad, da respuesta al ansia de felicidad de la humanidad. En la Eucaristía, todo eso se hace misterio, el pan se hace Vida.
«Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban». El agobio de los Apóstoles ante tanta gente hambrienta nos hace pensar en una multitud actual, no hambrienta, sino peor aún: alejada de Dios, con una "anorexia espiritual", que impide participar de la Pascua y conocer a Jesús. No sabemos cómo llegar a tanta gente... Aletea en la lectura de hoy un mensaje de esperanza: no importa la falta de medios, sino los recursos sobrenaturales; no seamos "realistas", sino "confiados" en Dios. Así, cuando Jesús pregunta a Felipe dónde podían comprar pan para todos, en realidad «se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer» (Jn 6,5-6). El Señor espera que confiemos en Él. Al contemplar esos "signos de los tiempos", no podemos quedarnos en un “análisis” que lleve a la pereza, ver que la cosa está mal, y tomarlo como algo personal (“¡qué mal lo hago!”) como el que piensa que llueve en una fiesta porque la culpa es suya. Como Jonás en aquel barco que escapaba de Dios y dijo ante la tormenta “echadme al agua, la culpa es mía”. Más bien hemos de estar como Moisés en aquella guerra, que cuando alzaba los brazos iban ganando los suyos, y le sostuvieron los brazos hasta que huyeron vencidos los enemigos. Como un cuerpo enfermo no se analiza sin hacer nada, diciendo “¡qué mal está!... ¡Está peor!... ¡qué pena, se ha muerto!” no podemos ir “del análisis a la páralisis”. El análisis de una situación es una primera parte del ejercicio médico, para luego hacer un “diagnóstico” y luego “curar” con los medios que se vean oportunos, la “terapia”. Pero hemos de contar con que, además de esos medios humanos, el Señor puede hacer milagros. Son las dos cosas: generosidad del chico de los panes y peces, y multiplicación que obra Jesús. Por eso le pedimos hoy, por mediación de la Santísima Virgen: “Señor, ¡aumenta nuestra fe, esperanza y amor!”, y aunque no veamos despuntar el tallo después de la siembra, que tengamos paciencia para saber que tú siempre das fruto a nuestras peticiones. «Fe, pues, sin permitir que nos domine el desaliento; sin pararnos en cálculos meramente humanos. Para superar los obstáculos, hay que empezar trabajando, metiéndonos de lleno en la tarea, de manera que el mismo esfuerzo nos lleve a abrir nuevas veredas» (San Josemaría), que aparecerán de modo insospechado. No esperemos el momento ideal para poner lo que esté de nuestra parte: ¡cuanto antes!, pues Jesús nos espera para hacer el milagro. «Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo alto puede hacer esperar un futuro menos oscuro», escribió Juan Pablo II. La Virgen, que ha hecho notar su intercesión en tantos momentos delicados por los que ha surcado la historia de la Humanidad, es nuestra Madre y está con nosotros.
2. Siguen los Hechos (5,34-42) con que un fariseo, Gamaliel (el profesor de Pablo de Tarso) con sinceridad y sin miedo busca la verdad, y recuerda a los demás judíos del Sanedrín que ciertas insurrecciones que hubo acabaron en nada: muertos sus jefes, cesaron sus seguidores. Así dijo: “que fueran con cuidado, pues Teudas y Judas el Galileo perecieron al cabo de poco de levantarse con sus proclamas y se disolvió su grupo. ‘Y ahora os digo: Dejad a estos hombres; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá: mas si es de Dios, no la podréis deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo a Dios’. Y convinieron con él: y llamando a los apóstoles, después de azotados, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los soltaron. Y ellos partieron de delante del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por dignos de padecer afrenta por el Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo”.
Jesús inaugura una familia, por la fe y no por el nacimiento; como recordamos en la Entrada: «Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya», y esta familia tiene una tierra en propiedad, que es el cielo, la Resurrección que ya ha alcanzado Jesús, y es la que nos promete la esperanza, que recordamos en la Colecta: «Oh Dios, que, para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la Cruz; concédenos alcanzar la gracia de la resurrección». Esta esperanza es la que nace en el corazón de los Apóstoles, por eso contentos ahora por padecer por Cristo: «La alegría cristiana –enseñaba Juan Pablo II- es una realidad que no se puede describir fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del hombre, no puede menos de experimentar en lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esa alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaros a gozar de esta alegría!»
3. Esta alegría en la esperanza es la que proclamamos con el Salmo 26: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la Casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su Templo. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor». Supone vivir con los pies en la tierra pero sin valorar lo material más que lo que es para siempre, como pedimos en el Ofertorio: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre».
Querer vivir en la casa del Señor puede ser el mejor de los deseos. La confianza absoluta en Dios viene de que Jesús por el Espíritu Santo vive en nosotros, y así es luz del alma, luz del mundo que ilumina el camino que se ha encendido plenamente en su resurrección; este es el sentido de “tierra de los vivos” pues el cielo es donde está el Santuario.
El telón de fondo el templo de Sión, sede del culto de Israel, en un ambiente de confianza en Dios, recordaba Juan Pablo II. Ante las dificultades, no está el hombre solo y su corazón mantiene una paz interior sorprendente, pues -como dice la espléndida «antífona» de apertura del Salmo- «El Señor es mi luz y mi salvación». Parece ser un eco de las palabras de san Pablo que proclaman: «Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?»… «habitaré en la casa del Señor por años sin término». Y mientras, buscamos en esta tierra el rostro del Señor, la intimidad divina a través de la oración, en la liturgia, hasta que un día «le veremos tal cual es», «cara a cara». Orígenes escribe: «Si un hombre busca el rostro del Señor, verá la gloria del Señor de manera desvelada y, al hacerse igual que los ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en los cielos». Y san Agustín, en su comentario a los Salmos, continúa de este modo la oración del salmista: «No he buscado en ti algún premio que esté fuera de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; no buscaré otra cosa insignificante, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, ya que no encuentro nada más valioso...»
Llucià Pou Sabaté