viernes, 29 de marzo de 2013


Meditación de Viernes santo.
1. Jesús, quiero contemplarte en Cruz, como la máxima revelación del amor divino. Me amas tanto que mueres por mí. Y me enseñas con tu vida a no buscar el éxito sino la verdad, el bien, la libertad… tú vences con tu muerte. No con el éxito, sino con el amor que por el dolor nos lleva a la gloria.
Amado Jesús Mío, por mí vas a la muerte, quiero seguir tu suerte, muriendo por tu amor. Perdón y gracia imploro, transido de dolor. F. Carvajal cita la anécdota de un pueblecito alemán, que quedó prácticamente destruido durante la segunda guerra mundial. Tenía en una iglesia un crucifijo, muy antiguo, del que las gentes del lugar eran muy devotas. Cuando iniciaron la reconstrucción de la iglesia, los campesinos encontraron esa magnífica talla, sin brazos, entre los escombros. No sabían muy bien qué hacer: unos eran partidarios de colocar el mismo crucifijo  era muy antiguo y de gran valor- restaurado, con unos brazos nuevos; a otros les parecía mejor encargar una réplica del antiguo. Por fin, después de muchas deliberaciones, decidieron colocar la talla que siempre había presidido el retablo, tal como había sido hallada, pero con la siguiente inscripción: Mis brazos sois vosotros... Así se puede contemplar hoy sobre el altar. Somos los brazos de Dios en el mundo, pues Él ha querido tener necesidad de los hombres. El Señor nos envía para acercarse a este mundo enfermo que no sabe muchas veces encontrar al Médico que le podría sanar. «Si todos los hijos de la Iglesia -decía Juan Pablo I- fueran misioneros incansables del Evangelio, brotaría una nueva floración de santidad y de renovación en este mundo sediento de amor y de verdad». De nuestra unión con Jesús surgirá ese ser Jesús que pasa en el mundo, a través nuestro. Por eso podemos rezar con el Cura de Ars: “Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida.
Te amo, Dios mío, infinitamente amable y prefiero morir amándote que vivir un solo instante sin amarte.
Te amo, Dios mío, y sólo deseo ir al cielo para tener la felicidad de amarte perfectamente.
Te amo, dios mío, y sólo temo el infierno  porque en él no existirá nunca el consuelo de amarte.
Dios mío, si mi lengua no puede decir en todo momento que te amo, al menos quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro.
Ah! Dame la gracia de sufrir amándote, de amarte en el sufrimiento y de expirar un día amándote y sintiendo que te amo.
A medida que me voy acercando al final de mi vida te pido que vayas aumentando y perfeccionando mi amor. Amén”.
Jesús, gracias porque eres comprensivo, rezando incluso por los que te matan: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34). Con esto me vences, más que con el temor. Aunque he sido tu enemigo, mi Jesús: como confieso, ruega por mí: que, con eso, seguro el perdón consigo. / Cuando loco te ofendí, no supe lo que yo hacía: / sé, Jesús, del alma mía y ruega al Padre por mí”. 
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz para pagar con tu sacrificio la deuda de mis pecados, y abriste tus divinos labios para alcanzarme el perdón de la divina justicia: ten misericordia de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando me halle en igual caso: y por los méritos de tu preciosísima Sangre derramada para mi salvación, dame un dolor tan intenso de mis pecados, que expire con él en el regazo de tu infinita misericordia.

2. Ante Cristo crucificado estábamos todos, y por nosotros murió.
a) Llegó la “hora de Jesús”, cuando "entregó el espíritu" (Jn 19,30), “transmitió" el espíritu. Espíritu de amor, de amar hasta dar la vida. En la cruz descubrimos de verdad a Dios, su amor (el cielo). Por eso la cruz es el signo del cristiano. No refleja sufrimiento, aguante, ascesis, fatalidad, sino amor radical hasta dar la vida. No es una opción que se nos impone. Se ofrece para todo aquél que quiera asumirla. Jesús nos da la libertad de rechazar la invitación.
"Envió Dios a su hijo, nacido de mujer, sometido a la ley, para rescatar a los que estaban sometidos a la ley, para que recibiéramos la condición de hijos" (Ga 4,4-5). Jesús da la vida por cada uno de nosotros. Es un gesto de alcance universal, que no excluye a nadie y que respeta la libertad de los que prefieren basar su salvación en la ley. Ya no podemos limitarnos a dar nuestra vida sólo en favor de unos pocos familiares o amigos (a veces se muere por entes abstractos, como las ideologías o las patrias). La invitación es universal: debemos ser capaces de dar la vida por todos. Como Él lo hizo (Dabar 1981).
b) Allí estábamos todos. Una presencia temblorosa, llena de amor. ¿Estabas allí cuando crucificaron a mi Señor? / ¿Estabas allí cuando le clavaron en el árbol? / ¡Oh! A veces me hace temblar, temblar, temblar. / ¿Estabas allí cuando crucificaron a mi Señor?» (Himno popular americano). «La cruz no es solamente el madero, es la corporificación del odio, de la violencia y del  crimen humano» (L. Boff). Es el pecado. Al cargar con la cruz, Cristo cargó con el pecado: el  mío, el tuyo, el de todos. El Cordero de Dios cargó con el pecado del mundo, haciéndose a  sí mismo «pecado» (2 Cor 5,21).
Estábamos allí condenando al Justo… Por lo tanto, cada vez que cometemos una injusticia, estábamos allí condenando al Justo;  cada vez que mordemos al hermano con la crítica o la calumnia, estábamos allí  sentenciando al Inocente; cada vez que despojamos al pobre con nuestro egoísmo y nuestra  insolidaridad, estábamos allí repartiéndonos sus ropas; y cada vez que agredimos al indefenso con nuestra violencia o nuestra prepotencia, estábamos allí torturando al  Cordero; y cada vez que negamos al prójimo una ayuda, estábamos allí como espectadores  fríos e insolidarios; y cada vez que callamos por miedo y no actuamos proféticamente,  estábamos allí, sin atrevernos a dar la cara, ni a salir en defensa del condenado ni a  expresar siquiera nuestros sentimientos. Cuando traicionamos, estábamos allí; cuando  somos cobardes, estábamos allí; cuando somos infieles, estábamos allí; cuando dudamos,  estábamos allí; cuando mentimos, estábamos allí; siempre que nos ciega y nos esclaviza la  pasión, estábamos allí.
Aunque también podríamos decirlo a la inversa, que es Cristo el que está aquí. Cristo se  hace presente en todo hermano que esté oprimido, marginado o injustamente condenado;  en todo el que es pobre, débil, explotado o torturado; en todo el que es de un modo u otro víctima de su hermano. Pues si él está aquí, es que estábamos nosotros allí.
Pascal ponía en boca de Jesús: "Yo  derramaba tal y tal gota de sangre pensando en ti"; antes de que llegaras a la existencia, yo  te elegí; antes de que te formaras en el vientre materno, yo te redimí; antes de que  nacieras, yo te amé. Estábamos allí todos, siendo objeto de la oración de Cristo, que nos iba presentando al  Padre en aquel momento de gracia. Estábamos allí y también a nosotros dirigía sus  palabras: por cada uno de nosotros pedía perdón al Padre, «porque no sabemos lo que  hacemos»; a cada uno de nosotros prometía el paraíso: «Hoy estarás conmigo», y eso es ya  el paraíso; a cada uno de nosotros encomendó la madre, para que la «llevemos a nuestra  propia casa».
Estar ante Jesús en la Cruz es como estar junto a la zarza ardiendo o dentro de la nube divina, es como sentirte invadido por una fuerza  misteriosa que te arrebata y transciende, es entrar en la danza del Espíritu. Reviviendo el  misterio pascual, se tiene que apoderar de nosotros un santo y maravilloso temblor” (de “Caritas”, 1990).

c) “Mirarán al que traspasaron» (Jn 19,37). La liturgia de la Iglesia no es otra cosa que la contemplación del traspasado… Jesús, cuyo costado fue traspasado a la misma hora en que tenía lugar el sacrificio ritual de los corderos pascuales en el templo, el verdadero Cordero pascual, inmaculado, quien de verdad quita el pecado, de quien era símbolo todo sacrificio expiatorio, que era meramente sustitutivo. “Pero todo resulta inútil porque no hay nada que pueda sustituir en realidad al hombre: por mucho que éste ofrezca, siempre es poco. Así lo indican las críticas de los profetas al culto, imbuido de un excesivo ritualismo: Dios, al que pertenece todo el mundo, no necesita vuestros machos cabríos y vuestros toros; la pomposa fachada del rito sólo sirve para ocultar el olvido de lo esencial, del llamamiento de Dios, que nos quiere a nosotros mismos y desea que le adoremos con la actitud de un amor sin reservas” (J. Ratzinger).
El costado también hace referencia a Adán y de su costado del que nace Eva. Así Cristo y la humanidad creyente, la Iglesia nació del costado abierto de Cristo muerto. Cristo existe para los demás, y es meta de la verdadera esencia humana. Hacerse cristiano significa hacerse hombre, existir para los otros y existir a partir de Dios.
Manan sangre y agua, figura de “dos sacramentos fundamentales, eucaristía y bautismo, que, a su vez, significan el contenido auténtico de la esencia de la Iglesia. Bautismo y eucaristía son las dos formas como los hombres se introducen en el ámbito vital de Cristo. Porque el bautismo significa que un hombre se hace cristiano, que se sitúa bajo el nombre de Jesucristo. Y este situarse bajo un nombre representa mucho más que un juego de palabras; podemos comprender su sentido a través del hecho del matrimonio y de la comunidad de nombres que se origina entre dos personas, como expresión de la unión de sus seres. El bautismo, que como plenitud sacramental nos liga al nombre de Cristo, significa, pues, un hecho muy parecido al del matrimonio: penetración de nuestra existencia por la suya, inmersión de mi vida en la suya, que se convierte así en medida y ámbito de mi ser.
La eucaristía significa sentarse a la mesa con Cristo, uniéndonos a todos los hombres, ya que al comer el mismo pan, el cuerpo del Señor, no sólo lo recibimos, sino que nos saca de nosotros mismos y nos introduce en él, con lo que forma realmente su Iglesia” (J. Ratzinger).
“Agua y sangre brotaron del cuerpo traspasado del crucificado. Así, lo que es primordialmente señal de su muerte, de su caída en el abismo, es, al mismo tiempo, un nuevo comienzo: el crucificado resucitará y no volverá a morir. De las profundidades de la muerte brota la promesa de la vida eterna. Sobre la cruz de Jesucristo brilla ya el resplandor glorioso de la mañana de pascua. Vivir con él de la cruz significa, pues, vivir bajo la promesa de la alegría pascual” (J. Ratzinger).

3. Procesiones y Pasos de Pasión. Jesús, quiero contemplarte en las imágenes que te presentan hoy en la Cruz, o como Santo Entierro. Y tras de ti, la Virgen Dolorosa en sus diversas advocaciones. Me impresiona ver los penitentes, llevando capuchas y capirotes, cruces o incluso cadenas en los pies descalzos… rezando el rosario, confesando antes de salir o en su paso por la catedral, los costaleros a turnos llevando sobre sus espaldas una carga que les hace participar en la que llevaste por amor nuestro, Señor.
En el corazón llevamos la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio que ayer celebramos, la Oración del Huerto y aquella noche en vela sufriendo, el Vía Crucis y tu Muerte, Jesús. Hoy, al adorarte en la Cruz, me siento tristes por lo que te pasó aquel primer Viernes Santo pero a la vez lleno de esperanza porque era necesario para la Pascua, se acerca ya la Resurrección.
3. Las santas mujeres al pie de la cruz. «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena» (Jn 19, 25). María es la madre de Santiago el menor y de Joset, Salomé la madre de los hijos de Zebedeo, hay una cierta Juana y una tal Susana (Lc 8,3). Llegadas con Jesús de Galilea, estas mujeres le habían seguido, llorando, en el camino al Calvario (Lc 23,27-28), ahora en el Gólgota observaban «de lejos» (o sea, desde la distancia mínima que se les permitía) y en poco tiempo le acompañan, con tristeza, al sepulcro con José de Arimatea (Lc 23,55). Las llamamos «las piadosas mujeres», pero son «Madres Coraje!» Desafiaron el peligro que existía en mostrarse tan abiertamente a favor de un condenado a muerte. Jesús había dicho: «¡Dichoso aquél que no halle escándalo en mí!» (Lc 7,23). Estas mujeres son las únicas que no se escandalizaron de Él, junto al joven Juan. Ninguna mujer está involucrada en la muerte de Jesús, tampoco indirectamente, en su condena. Hasta la única mujer pagana que se menciona en los relatos, la esposa de Pilato, se disoció de su condena (Mt 27,19). El Señor, atento a ellas, se aparecerá primero a ellas resucitado.
«¡Ha amado mucho!» (Lc 7,47), dijo Jesús en la unción de la mujer. Ellas seguían a Jesús no disputándose quién era el primero como hacen ellos, sino «para servirle» (Lc 8,3; Mt 27,55), vivir el núcleo del Evangelio. Hoy que vemos un mundo náufrago con la razón, hemos de volver a las «razones del corazón».
El conocer es importante, pero lo es más el amar o no amar, ser amado o no ser amado. El «IQ», «coeficiente intelectual», está bien, pero más importante es el «coeficiente del corazón» Sólo el amor redime y salva, mientras que la ciencia y la sed de conocimiento, solas, pueden llevar a la condenación. Es la conclusión del Fausto de Goethe y es también el grito que lanza el cineasta que hace clavar simbólicamente al suelo los preciosos volúmenes de una biblioteca y hace exclamar al protagonista que «todos los libros del mundo no valen lo que una caricia». Antes que ellos, San Pablo había escrito: «La ciencia hincha, el amor en cambio edifica» (1 Co 8,1).

Después del homo erectus, homo faber, homo sapiens-sapiens, hemos de pensar en el hombre que se realiza con el amor, para que esta tierra deje ya de ser «la pequeña tierra que nos hace tan feroces» (Dante, Paradiso). En cierta forma, «el eterno femenino nos salvará» (Goethe, Fausto), si ella es salvada por Cristo. Libre, pero no manipulada por la ideología de género que venía a decir «Mujer no se nace, sino que se hace» (Simone de Beauvoir). En todo caso, será las dos cosas…
San León Magno dice que «la pasión de Cristo se prolonga hasta el final de los siglos» y Pascal ha escrito que «Cristo estará en agonía hasta el fin del mundo». La Pasión se prolonga en los miembros del cuerpo de Cristo, en tantos que sufren, con sida o encarcelados, rechazados de cualquier tipo por parte de la sociedad. A ellas –creyentes o no creyentes- Cristo repite que lo que hagamos a ellos: «a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).
María Magdalena será la primer testigo de la resurrección, «apóstol de los apóstoles», como la define Santo Tomás de Aquino: «Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos» (Mt 28,8). La liturgia pone en boca de María Magdalena: Mors et vita duello conflixere mirando: dux vitae mortuus regnat vivus: «Muerte y vida se han enfrentado en un prodigioso duelo: el Señor de la vida estaba muerto, pero ahora está vivo y reina».
A la primera de las «piadosas mujeres» e incomparable modelo de éstas, la Madre de Jesús, repetimos una antigua oración de la Iglesia: «Santa María, socorre a los pobres, sostén a los frágiles, conforta a los débiles: ruega por el pueblo, intervén por el clero, intercede por el devoto sexo femenino»: Ora pro populo, interveni pro clero, intercede pro devoto femineo sexu (Antífona al
Magnificat, del Común de la fiesta de la Virgen) (R. Cantalamessa).

4. «Podemos hacer algo por el Jesús que agoniza hoy». De Jesús en el huerto de los olivos está escrito: «Comenzó a sentir tristeza y angustia. Les dijo: "Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo"». Y la oración: «¡Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz!». Sufrimiento que está a punto de caer sobre Él. Y «el pecado del mundo» que Él tomó sobre sí y que pesa sobre su corazón como una piedra.

El filósofo Pascal dijo: «Cristo está en agonía, en el huerto de los olivos, hasta el fin del mundo. No hay que dejarle solo en todo este tiempo». Agoniza allí donde haya un ser humano que lucha con la tristeza, el pavor, la angustia, en una situación sin salida como Él aquel día. No podemos hacer nada por el Jesús agonizante de entonces, pero podemos hacer algo por el Jesús que agoniza hoy. Oímos a diario tragedias que se consuman, a veces en nuestro propio vecindario, en la puerta de enfrente, sin que nadie se percate de nada. ¡Cuántos huertos de los olivos, cuántos Getsemaní en el corazón de nuestras ciudades! No dejemos solos a los que están dentro.

En el Calvario, «clamó Jesús con fuerte voz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Se siente rechazado por Dios. La Madre Teresa de Calcuta participó de eso.
En un campo de concentración nazi se colgó a un hombre. Alguien, señalando a la víctima, preguntó iracundo a un creyente que tenía al lado: «¿Dónde está ahora tu Dios?». «¿No lo ves? -le respondió-. Está ahí, en la horca».
Podemos ser como José de Arimatea, que ayudemos a Jesús a bajar de la Cruz, en tantas personas que sufren a nuestro alrededor.
Llucià Pou Sabaté



Semana santa, Oficio de Viernes: la Pasión, camino para nuestra redención y felicidad

“En aquel tiempo Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí Él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre Él, se adelantó y les dijo: -¿A quién buscáis? Le contestaron: -A Jesús el Nazareno. Les dijo Jesús: -Yo soy.
Estaba también con ellos Judas el traidor. Al decirles «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: -¿A quién buscáis? Ellos dijeron: -A Jesús el Nazareno. Jesús contestó: -Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.
Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: -Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?
La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año, el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.» Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera, a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: -¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre? Él dijo: -No lo soy.
Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó: -Yo he hablado abiertamente al mundo: yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.
Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: -¿Así contestas al sumo sacerdote? Jesús respondió: -Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas? Entonces Anás lo envió a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: -¿No eres tú también de sus discípulos? Él lo negó diciendo: -No lo soy. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: -¿No te he visto yo con Él en el huerto? Pedro volvió a negar, y en seguida cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al Pretorio. Era el amanecer y ellos no entraron en el Pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos y dijo: -¿Qué acusación presentáis contra este hombre? Le contestaron: -Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos. Pilato les dijo: -Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley. Los judíos le dijeron: -No estamos autorizados para dar muerte a nadie. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo: -¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: -¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato replicó: -¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho? Jesús le contestó: -Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí. Pilato le dijo: -Conque, ¿tú eres rey? Jesús le contestó: -Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. Pilato le dijo: -Y, ¿qué es la verdad? Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: -Yo no encuentro en Él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos? Volvieron a gritar: -A ése no, a Barrabás.
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a Él, le decían: -¡Salve, rey de los judíos! Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: -Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en Él ninguna culpa. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: -Aquí lo tenéis. Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias gritaron: -¡Crucifícalo, crucifícalo! Pilato les dijo: -Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en Él. Los judíos le contestaron: -Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el Pretorio, dijo a Jesús: -¿De dónde eres tú? Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: -¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte? Jesús le contestó: -No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: -Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal en el sitio que llaman «El Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: -Aquí tenéis a vuestro Rey. Ellos gritaron: -¡Fuera, fuera; crucifícalo! Pilato les dijo: -¿A vuestro rey voy a crucificar? Contestaron los sumos sacerdotes: -No tenemos más rey que al César. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús, y Él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con Él a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: JESÚS EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDÍOS. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: -No escribas «El rey de los judíos», sino «Este ha dicho: Soy rey de los judíos. Pilato les contestó: -Lo escrito, escrito está.
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: -No la rasguemos, sino echemos a suertes a ver a quién le toca. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.» Esto hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: -Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: -Ahí tienes a tu madre.Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: -Tengo sed. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre dijo: -Está cumplido. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con Él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.» Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús” (Juan 18,1-19,42).

1. La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción como Él, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la fecunda. La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. María contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Último testamento de Jesús. Última dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.
El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta de que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.
La Pasión, en San Juan, es evangelio-revelación de la gloria de Jesús, la llegada de su exaltación. Para él también en la pasión se revela la gloria del Hijo de Dios. Juan no presenta la pasión y muerte de Jesús desde la reacción natural psicológica, sino que trata de dar el sentido espiritual de la misma. La muerte de Jesús es su glorificación.
Nadie podrá decir: "Nadie ha bajado a mi soledad". Siguiendo la misión confiada por el Padre, Jesús penetra hasta el fondo de la soledad del hombre. Al aceptar morir entre los malvados y sin Dios, manifiesta que la nueva relación de Dios con los hombres llega hasta donde todo clama su ausencia; y baja hasta allá con una gratuidad absoluta. Nadie, por alejado y solo que se encuentre, podrá decir nunca: "En donde me encuentro yo, Jesús no ha bajado". Jesús en la cruz es la persona más unida a Dios y la más unida a los hombres y mujeres de cada tiempo. Da Dios mismo a la humanidad y la humanidad a Dios. En adelante, la cruz es el gran misterio sepultado en la humanidad. Con los ojos iluminados por la contemplación de la cruz, nos ponemos frente al mundo para contemplarlo "como quien ve -en Él- al invisible" y escuchar la voz que nos llama: "Tengo sed".
Después de unos momentos de silencio y animados por el Espíritu que brota de la cruz, oraremos por las necesidades de todos los hombres y mujeres contemporáneos nuestros. Hoy más que nunca, las peticiones de los cristianos no pueden tener fronteras. Después, veneraremos la cruz. Contemplada con ojos de bautizado, ojos de resurrección, se convierte en signo de la fidelidad de Dios en medio del mundo. Y confesaremos la fe del centurión, que es la fe de la Iglesia: "Realmente este hombre era Hijo de Dios" (Jaume Camprodon).
2. Espectacular realismo en esta profecía hecha 800 años antes de Cristo, llamada por muchos el 5º Evangelio. Que nos mete en el alma sufriente de Cristo, durante toda su vida y ahora en la hora real de su muerte. Dispongámonos a vivirla con Él.Las dos primeras lecturas y el salmo responsorial constituyen prácticamente textos paralelos. Los tres contienen la descripción del misterio de la muerte gloriosa: "El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años: lo que el Señor quiere prosperará por sus manos".
El salmo lo reza Jesús en la cruz, su "última palabra" antes de morir: "En tus manos, Señor, encomiendo mi Espíritu" (Lucas 23,46). Se entrecruzan la confianza, el dolor, la soledad y la súplica: con el Varón de dolores, hagamos nuestra esta oración.  Es un enfermo que se queja primero y luego se abandona en Dios: "Soy el hazmerreír de mis adversarios..." todos se burlaban de Él. "Huyen de Mi... Mis amigos me tienen miedo...". Los apóstoles todos huyeron en el momento del arresto en Getsemaní... "Oigo las burlas de la gente; se ponen de acuerdo para quitarme la vida...". Multitudes excitadas por sus jefes piden su muerte: "¡que lo crucifiquen! ¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!".
"Me han olvidado como a un muerto, como a un cacharro inútil..." y el santo se abandona: "Me confío en Ti, Señor... Mis días están en tus manos... Tu amor ha hecho para mí maravillas... ¡Tú colmas a aquellos que confían en Ti!"  "Sálvame por tu amor... Bendito sea Dios, su amor ha hecho en mi maravillas...". En el texto hebreo, aparece la famosa palabra "Hessed", el amor. La resurrección está próxima, Jesús lo sabe. ¿Cómo podría olvidarlo en este instante? "Sed fuertes y valientes de corazón todos cuantos esperáis en el Señor..." Jesús tenía conciencia de que no moriría para Él solo. Se dirige a todos. Él es "el icono" de todo hombre que muere: "ánimo", nos dice. Cuando nos quejamos por alguna desgracia, pensemos en pasar en cuanto podamos a ese abandono lleno de esperanza: A las personas que tienen dificultad para relajarse, se les aconseja tensarse muscularmente, hasta la máxima tesitura, y luego soltarse de golpe. Es el mismo procedimiento que se utiliza en el método psicoanalítico: se hace dolorosamente consciente lo que es dolorosamente inconsciente, sea en el área del miedo, de la desesperación, etc.; y cuando se ha llegado precisamente al punto más álgido y doloroso, ahí mismo se inicia la curva descendente de la liberación. Lo mismo sucede en el salmo 31. El hombre está al comienzo del salmo atrapado en sus propias redes. “En-si-mismado. Y este ensimismamiento es una cárcel, una prisión; el salmista está preso de sí mismo; y en un calabozo no hay sino sombras y fantasmas. Aparece el miedo. En ese estado no viven, agonizan, como en una prisión. Pero su alma, al abandonarse, está ya despreocupada; resuelta... Hay que comenzar por aceptar con paz esta condición oscilante de la naturaleza, sin asustarse ni alarmarse. La estabilidad, el poder total, la libertad completa vienen llegando después de mil combates y mil heridas, después de muchas caídas y recaídas. Salir de la encerrona del “yo” y pensar en los demás. La libertad profunda, esa libertad tejida de alegría y seguridad, viene de esa confianza en Dios, el poder de «su misericordia» (“salmos para la vida”, Claret).
3. El libro de los Hechos de los Apóstoles (8,26-40) nos presenta a un funcionario etíope leyendo el volumen de Isaías. Y a partir de un fragmento del "cuarto cántico del Siervo" Felipe le anuncia la Buena Nueva de Jesús, lo que conducirá al etíope a pedir el bautismo. El hecho quiere decir que muy pronto los cristianos encontraron en este último "cántico del Siervo" suficientes elementos como para poder aplicarlo a lo que había sucedido con Jesús de Nazaret. La imagen del cordero que, sin abrir la boca, es conducido al matadero, llevará a Juan a hablar, en su evangelio, de Jesús como el Cordero de Dios que quita (toma sobre sí y destruye) el pecado del mundo. El libro del Apocalipsis se referirá a menudo a Jesús victorioso de la muerte mediante la figura del Cordero que ha sido degollado pero que vive por siempre (J. M. Grané).
Llucià Pou Sabaté

jueves, 28 de marzo de 2013


Jueves Santo, pensamientos para la meditación y visita a Monumentos al hilo de los relatos Evangelios sobre esta noche. 
a) Felipe, en la intimidad de la noche del primer jueves santo, le dice a Jesús: “Muéstranos al Padre”. Conviene tener un alma fina y delicada, para conocer con la cabeza y el corazón, un alma de oración que juzga de todo con visión sobrenatural, ve las cosas como las ve Dios. En la última Cena Felipe tuvo esta intervención, pregunta a Jesús con naturalidad algo que no entiende, su alma manifiesta el ansia de ver a Dios, de su corazón emerge un fuego de amor divino, que pide más. Y Jesús nos muestra al Padre, con el gesto del lavatorio, que es el sacramento de su vida: servir, sanar, salvar. Nos pide que nos revistamos de él, que nos despojemos de lo viejo y nos dejemos lavar, sanar, salvar. “El jueves santo nos exhorta a no dejar que, en lo más profundo, el rencor hacia el otro se transforme en un envenenamiento del alma”, a purificar la memoria porque todos pecamos y necesitamos perdón (el que dice que no peca, es mentiroso, y por tanto quien no tiene necesidad de pedir perdón a los demás, también se autoescluye), todos necesitamos pedirnos perdón, y lavarnos los pies. Ahí Jesús nos muestra al Padre, y se nos da. Según la liturgia (que sigue a Juan Evangelista) Jesús está cenando con los suyos el día que matan los corderos en el Templo, por tanto no come cordero en la cena siguiendo una tradición presente en el Qumram, que no aceptaba el templo de Herodes y esperaban el nuevo templo. Así, Jesús manifiesta lo que ya se sabía, que aquel cordero era imagen del Cordero que quita el pecado del mundo, que se da a sí mismo y que es también el nuevo Templo donde sí vive Dios.
Acabada la cena, ya sin Judas, en este clima de comunión (eclesial, eucarística) Jesús abre su corazón de un modo entrañable, va interviniendo: Pedro reafirma su amor hasta la muerte, Tomás le pregunta por el camino, para saber hacia dónde ir, y Felipe va al fondo de la cuestión al decir: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Jesús le responde: “Felipe, ¿tanto tiempo que estoy con vosotros y no me has conocido?”.
Hay algo nuevo ahí. Ya había dicho, en las discusiones que recordamos la semana pasada con los sabios del Templo: “Yo y el Padre somos uno”; aquí explicita ese misterio de la Santísima Trinidad. “Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí…” y les dice que rogará al Padre para que les dé otro Paráclito... el Espíritu de la Verdad. La revelación sobre Dios ha llegado a su punto más alto, y los apóstoles participan de una iluminación tan intensa que dirán: “ahora sí que hablas con claridad y no usas ninguna comparación; ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte”.
En la oración también vamos dando pasos, tratamos a Dios con confianza, y hoy le decimos: “¡muéstranos al Padre, muéstrate que eres Tú, muéstranos tu Espíritu de Verdad!”
b) En la oración sacerdotal de la Ultima Cena, Jesucristo rogó por todos los que habían de creer en su nombre, a fin de que permaneciéramos siempre “consummati in unum”, consumados en la unidad: “que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y Yo en ti, que así ellos sean uno en nosotros” (Jn 17). La unidad de los cristianos entre sí está en relación con la unidad de las divinas Personas. Y los que están más unidos en el amor, tienen una comunión más estrecha en la Iglesia.
c) Ha sido el apóstol Pablo, en la primera Carta a los Corintios, quien nos ha recordado lo que hizo Jesús "en la noche en que iba a ser entregado". A la narración del hecho histórico, Pablo añadió su propio comentario: "cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga" (1 Cor 11,26). El mensaje del apóstol es claro: la comunidad que celebra la Cena del Señor actualiza la Pascua. La Eucaristía no es la simple memoria de un rito pasado, sino la viva representación del gesto supremo del Salvador. Esta experiencia tiene que llevar a la comunidad cristiana a convertirse en profecía del mundo nuevo, inaugurado por la Pascua. Al contemplar en la tarde de hoy el misterio de amor que nos vuelve a proponer la Última Cena, también nosotros tenemos que permanecer en conmovida y silenciosa adoración ante Jesús, que está "verdadera, real y substancialmente" en el Cuerpo y la Sangre del Señor. La mente se siente perdida ante un misterio tan sublime. Tantos interrogantes se asoman al corazón del creyente que, sin embargo, encuentra paz en la palabra de Cristo. "Si los sentidos desfallecen / la fe es suficiente para un corazón sincero". Apoyados por esta fe, por esta luz que ilumina nuestros pasos también en la noche de la duda y de la dificultad, podemos proclamar: "Tantum ergo Sacramentum / veneremur cernui – A un Sacramento tan grande / venerémoslo postrados".
d) Nuevo Cordero. La Eucaristía se remonta al rito pascual de la primera Alianza, que ponían un cordero que en realidad no podía quitar los pecados, ni salvar: sería el nuevo Cordero, que con la sangre derramada libremente en la cruz ha establecido una nueva y definitiva Alianza. Santo Tomás de Aquino nos anima a mirar con el alma: "Praestet fides supplementum sensuum defectui – Que supla la fe a los defectos de los sentidos". ¡Sí, la fe nos lleva al estupor y a la adoración!
Jesús "los amó hasta el extremo" (Juan 13,1), en la Eucaristía nos ama y nos une con él al Padre, en el Espíritu. Es un amor que supera la capacidad del corazón del hombre. Al detenernos esta noche a adorar el Santísimo Sacramento y al meditar en el misterio de la Última Cena, nos sentimos sumergidos en el océano de amor que mana del corazón de Dios (Juan Pablo II).
e) En la Escritura, la letra te enseña lo ocurrido. Lo que debes creer, la alegoría. La moral enseña qué es lo que hay que hacer. Hacia dónde tender, la anagogía. Se puede aplicar perfectamente a la Pascua: «La Pascua puede tener un significado histórico, uno alegórico, uno moral y uno anagógico. Históricamente, la Pascua ocurrió cuando el ángel exterminador pasó por Egipto; alegóricamente, cuando la Iglesia, en el bautismo, pasa de la infidelidad a la fe; moralmente, cuando el alma, a través de la confesión y la contrición, pasa del vicio a la virtud; anagógicamente, cuando pasamos de la miseria de esta vida a los gozos eternos» (Sicardo de Cremona).
La letra, ¿narra verdaderamente lo ocurrido? Algunos hablan en clave política de la muerte de Jesús, y no es correcto. Otro aspecto que el Concilio Vaticano II corregía es el brote antisemitista que ha contaminado también la historia: «Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy». Esto abarca también la responsabilidad de los romanos. El “Siervo de Yahvé” que hemos leído apunta más bien a que las injusticias son en él aplacadas, como entendió Edith Stein el drama que se estaba gestando para ella y para su pueblo en la Alemania de Hitler: «Allí, bajo la cruz, comprendí el destino del pueblo de Dios. Pensé: aquellos que saben que esta es la cruz de Cristo tienen el deber de cargar con ella, en nombre de todos los demás». Juan Pablo II hizo petición de perdón por los sufrimientos causados por los cristianos al pueblo de Israel.
f) Las narraciones de la pasión, en unidades más breves y en forma oral, circulaban en las comunidades ya mucho antes de la redacción final de los evangelios, incluido el de Marcos, y coinciden con las cartas más antiguas, como las de Pablo en torno al año 50 (1 Tes 2,15). J. Jeremias demostró la motivación antifarisea que se da en casi todas las parábolas de Jesús, por tanto se recogen en plena pugna de fariseos contra cristianos. Hay discrepancias pequeñas en los relatos de la pasión que prueban que proceden de fuentes distintas, y que no buscan apañar un relato sino plasman cada una la tradición que han recogido, como también el hecho de mostrar las debilidades de los protagonistas como Pedro es otra prueba de aquello que decía Lucien Cerfaux: «Estamos persuadidos de que la manera más sencilla del Evangelio es también la más científica» (R. Cantalamessa).
El silencio de Jesús es sorprendente, humilde, divino. «Jesus autem tacebat» (Mateo 26, 63). Calla ante Caifás, calla ante Pilatos que se irrita por su silencio, calla ante Herodes que esperaba verle hacer un milagro (Lucas 23, 8). El silencio de amor. El silencio de Jesús en la Pasión es la clave para comprender el silencio de Dios. Cuando el ruido de las palabras se hace demasiado estridente, la única manera de decir algo es callándose. El silencio de Jesús de hecho inquieta, irrita, saca a la luz la falta de verdad de las propias palabras, como cuando callaba ante los acusadores de la adultera. «Hay que callarse ante aquello de lo que no se puede hablar»... «Tengo muchas cosas que decir, o más bien una sola pero tan grande como el mar», exclama al estar cerca de la muerte la heroína de una ópera lírica. Estas palabras se podrían poner en labios de Jesús. Él sólo tenía una cosa que decir, pero tan grande que los hombres no estaban preparados para acogerla. Había tratado de decirla pronunciando, ante Pilatos, la palabra «¡verdad!», pero conocemos el desenlace”. «Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum»: «Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, pues con tu santa Cruz redimiste al mundo».
Recibí hace días unas palabras por Internet, palabras que estaban pintadas en una pared en la ciudad de Oklahoma, en el lugar donde se había producido un tiroteo:
-Dije: "Dios, me duele." Y Dios dijo: "Lo sé."
-Dije: "Dios, he llorado tanto..." Y Dios dijo: "Para eso es que te di lágrimas."
-Dije: "Dios, estoy tan deprimida..." Y Dios dijo: "Por eso es que te di el brillo del sol."
-Dije: "Dios, la vida es dura." Y Dios dijo: "Por eso es que te di a seres queridos."
-Dije: "Dios, mi ser más querido murió... " Y Dios dijo: "El mío también."
-Dije: "Dios, es una pérdida tan grande... " Y Dios dijo: "Vi al mío clavado en una cruz."
-Dije: "Dios, pero tu ser más querido vive... " Y Dios dijo: "El tuyo también."
-Dije: "Dios, duele." Y Dios dijo: "Lo sé."
g) Esta noche acompañando a Jesús me recuerda la amistad con él que ahora le obsequiamos. Encuentra un tesoro y encontrarás amigos: "Cum felix eris multos numerabis amicos. Tempora, si fuerint nubila, solus eris" (Ovidio). La Amistad es clave de la vida humano-divina. A modo y manera, de un rato de "contemplación", mirando hacia dentro, y soñar con lo que siempre he soñado: encontrar en el hondón de mí, ese amor desinteresado, sin mezcla de comercio, ni nada parecido. ¡AMOR, AMOR! Un cheque en blanco. Te quiero, porque... te quiero, sin saber por qué te quiero. Nada te doy con vistas a que me des. No busco, ni quiero compensaciones. Nada, solo AMOR. "No me tienes que dar porque te quiera, / pues, aunque lo que espero no esperara, / lo mismo que te quiero te quisiera".
La amistad es la realidad más perfecta, más bella, más pura de amor. ¿Por qué? Y más o menos así nos responden algunos pensadores griegos. Puede haber amistad en el matrimonio, claro, pero en sí el amor del Matrimonio puede no tener amistad, o suponer intereses de todo tipo: algo que yo no tengo por mi propia naturaleza. El AMOR de AMISTAD supone un TOTAL DESINTERÉS. Si hay intereses en nuestras relaciones humanas, puede haber alguna clase de amor, pero no el de AMISTAD. Ahí me doy, no porque LO QUIERO (filein), como se quiere una bicicleta, un libro o a un tío, sino porque LO AMO (ágape), es decir, porque le doy la VIDA, si es preciso, perdiendo MI PROPIA VIDA. Eso es AMOR. Viene de A (partícula privativa = sin). Y de MOR (mors-mortis = la muerte). AMOR = SIN + MUERTE, luego es = VIDA. AMOR es VIDA. Si doy amor, estoy dando mi vida. Ya sabéis quien lo hizo...
"Seis días antes, tan solo, de la Pascua, fue recibido por amigos de verdad", que no hacen traición y que todo lo dan, todo lo entregan y lo ponen a tu servicio. Esto "fue en Betania". Cenó con ellos, fue un derroche de amor, de ágape, que es el amor totalmente desinteresado, "al llenarse la estancia del perfume caro", selecto y para tal circunstancia, con que "María ungió sus pies y no encontró mejor paño para enjugarlos que sus propios cabellos". Marta servía. "Lázaro, símbolo de la resurrección y de la alegría, era uno de los comensales. María escuchaba." Los amigos escuchan. Los demás, solo nos oyen. Antes de las horas de brutalidad y odio, la hora de la AMISTAD y de la convivencia… “la casa se llenó de la fragancia del perfume". Ratzinger indica que “el aceite proporciona al hombre fuerza y belleza, posee una fuerza curativa y nutritiva. En la unción de profetas, reyes y sacerdotes, es signo de una exigencia más elevada. El aceite de oliva —por lo que he podido apreciar— no aparece en el Evangelio de Juan. El costoso «aceite de nardo», con el que el Señor fue ungido por María en Betania antes de su pasión (cf. Jn 12, 3), era considerado de origen oriental. En esta escena aparece, por una parte, como signo de la santa prodigalidad del amor y, por otra, como referencia a la muerte y a la resurrección”.
h) Celebramos el milagro del pan y del vino. El pan “representa la bondad de la creación y del Creador, pero al mismo tiempo la humildad de la sencillez de la vida cotidiana. En cambio, el vino representa la fiesta; permite al hombre sentir la magnificencia de la creación. Así, es propio de los ritos del sábado, de la Pascua, de las bodas”. Y nos deja vislumbrar algo de la fiesta definitiva de Dios con la humanidad, a la que tienden todas las esperanzas de Israel. «El Señor todopoderoso preparará en este monte [Sión] para todos los pueblos un festín... un festín de vinos de solera... de vinos refinados.» (Is 25, 6). El pan lo encontramos en la escena de la multiplicación de los panes, e inmediatamente después en el gran sermón eucarístico del Evangelio de Juan. El don del vino nuevo se encuentra en el centro de la boda de Caná (cf. 2, 1-12), mientras que, en sus sermones de despedida, Jesús se presenta como la verdadera vid (cf. 15, 1-10). Jesús retoma la antiquísima imagen de la vid y lleva a término la visión que hay en ella.
En la parábola de la viña, en un último intento, el dueño envía a su «hijo querido», el heredero, quien como tal también puede reclamar la renta ante los jueces y, por ello, cabe esperar que le presten atención. Pero ocurre lo contrario: los viñadores matan al hijo precisamente por ser el heredero; de esta manera, pretenden adueñarse definitivamente de la viña. En la parábola, Jesús continúa: «¿Qué hará el dueño de la viña? Acabará con los labradores y arrendará la viña a otros» (Mc 12, 9). La historia se convierte de repente en actualidad. Los oyentes fariseos lo saben: Él habla de nosotros. Al igual que los profetas fueron maltratados y asesinados, así vosotros me queréis matar: hablo de vosotros y de mí.
El Señor cita el Salmo 118,22: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». La muerte del Hijo no es la última palabra. Aquel que han matado no permanece en la muerte, no queda «desechado». Se convierte en un nuevo comienzo. Jesús da a entender que El mismo será el Hijo ejecutado; predice su crucifixión y su resurrección, y anuncia que de él, muerto y resucitado, Dios levantará una nueva edificación, un nuevo templo en el mundo.
«Yo soy la verdadera vid» (Jn 15,1), dice el Señor. Se ha dejado plantar en la tierra. Dios se ha hecho vid en el Hijo. Esta vid ya nunca podrá ser arrancada, no podrá ser abandonada al pillaje: pertenece definitivamente a Dios, a través del Hijo Dios mismo vive en ella. «Cristo Jesús, el Hijo de Dios... no fue primero "sí" y luego "no"; en Él todo se ha convertido en un "sí"; en Él todas las promesas de Dios han recibido un "sí"» (2 Co 1, 19s).
La imagen refleja bien la imposibilidad de separar a Jesús de los suyos, su ser uno con Él y en Él. Veo relación entre esta vid plantada (Cristo) con la revelación del “Yo soy” entre nosotros, que no nos abandona, que se une íntimamente, está plantado íntimamente en la tierra, en la historia nuestra, en cada persona, y no podrá ya ser arrancado...
Nos habla también de purificación y dar fruto, que van unidos; así nos hacemos pan y vino, participamos muriendo a nosotros mismos, en el misterio eucarístico, llevando así a las nupcias, que es el proyecto de Dios para la historia. En Juan 15,1-10 aparece diez veces el verbo griego ménein, “permanecer” en él. Lo que los Padres llaman perseverantia está en primer plano. Resulta fácil un primer entusiasmo, pero después viene la constancia también en los caminos monótonos del desierto que se han de atravesar a lo largo de la vida, la paciencia de proseguir siempre igual aun cuando disminuye el romanticismo de la primera hora y sólo queda el «sí» profundo y puro de la fe. Así es como se obtiene precisamente un buen vino. Agustín vivió profundamente la fatiga de esta paciencia después de la luz radiante del comienzo, después del momento de la conversión, y precisamente de este modo conoció el amor por el Señor y la inmensa alegría de haberlo encontrado. Para esto, hay que orar, pedir en nombre de Jesús «la alegría», Espíritu Santo (cf. Lc 11, 13), lo que en el fondo significa lo mismo. Preparar la boda del Cordero, con la humildad y el amor de un matrimonio, como hizo la Virgen a la que pedimos (he seguido en este texto sobre la vid a Ratzinger): "Oh María, primicia del pueblo humilde y del resto de Israel, sierva sufriente junto al Siervo sufriente, nueva Eva obediente junto al nuevo Adán, alcánzanos de Jesús, con tu intercesión la gracia de ser humildes. Enséñanos a ‘humillarnos bajo la mano poderosa de Dios’, como te humillaste tú. Amén".
Llucià Pou Sabaté

Jueves Santo (Misa vespertina de la Cena del Señor): el cáliz de la salvación es amor hasta el extremo, que nos enseña a amar (servir, pasar del egoísmo a la donación)

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?». Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde». Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza». Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos».
Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros»” (Juan 13,1-15).

1. Jesús les lavó los pies dándonos un ejemplo de servicio. En la Última Cena, Jesús se quedó con nosotros en el pan y en el vino, nos dejó su cuerpo y su sangre. Es el jueves santo cuando instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. Al terminar la última cena, Jesús se fue a orar, al Huerto de los Olivos. Ahí pasó toda la noche y después de mucho tiempo de oración, llegaron a prenderlo. Son los momentos en que sale de los muros de lo seguro y va a lo nuevo, a darnos nuestra libertad.
El lavatorio de los pies significa el servicio que ha de ser punto de referencia para nuestra actitud. Gracias, Señor, por tu levantarse de la mesa, despojarte de las vestiduras de gloria, inclinarte hacia nosotros en el misterio del perdón, el servicio de la vida y de la muerte humanas. Quiero dejarme lavar por ti, Señor, para no rechazar tu amor. Cuenta Ratzinger: “Judas representa al hombre que no quiere ser amado, al hombre que piensa sólo en poseer, que vive únicamente para las cosas materiales. Por esta razón, San Pablo dice que la avaricia es idolatría (Col 3,5), y Jesús nos enseña que no es posible servir a dos señores. El servicio de Dios y el de las riquezas se excluyen entre sí; el camello no pasa por el hondón de la aguja (Mc 10,25)”. Pero hay otro tipo de rechazo de Dios; además del rechazo del materialista, se da también el del hombre religioso, representado aquí por Pedro. “Existe el peligro que San Pablo llamó «judaísmo» y que es duramente criticado en las cartas paulinas; consiste este peligro en que el «devoto» no quiera aceptar la realidad, es decir, no quiera aceptar que también él tiene necesidad del perdón, que también sus pies están sucios. El peligro que corre el devoto consiste en pensar que no tiene necesidad alguna de la bondad de Dios, en no aceptar la gracia; es el riesgo a que se halla expuesto el hijo mayor en la parábola del hijo pródigo, el riesgo de los obreros de la primera hora (Mt 20,1-16), el peligro de aquellos que murmuran y sienten envidia porque Dios es bueno. Desde esta perspectiva, ser cristiano significa dejarse lavar los pies o, en otras palabras, creer”.
Sigue Ratzinger: lavar es imagen de los sacramentos que nos sumergen en “aguas del amor de Jesús: la vida y la muerte de Jesús, el bautismo y la penitencia, constituyen juntamente el lavatorio divino, que nos abre el camino de la libertad y nos permite acceder a la mesa de la vida”. Es el servicio a los demás de Jesús y del cristiano, un “sí” continuado. “De estos dos puntos se desprende una eclesiología y una ética cristianas. Aceptar el lavatorio de los pies significa tomar parte en la acción del Señor, compartirla nosotros mismos, dejarnos identificar con este acto. Aceptar esta tarea quiere decir: continuar el lavatorio, lavar con Cristo los pies sucios del mundo. Jesús dice: «Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros» (13,14). Estas palabras no son una simple aplicación moral del hecho dogmático, sino que pertenecen al centro cristológico mismo. El amor se recibe únicamente amando. Y no puede ser en general, sino con los que tengo al lado, con los hermanos. El amor  universal no existe si no es también concreto, como señalaba Dovstojeski: “¿por qué será que cuanto más amo a la humanidad, más me fastidian los hombres?”
"Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio». El bautizado, ¿por qué y en qué sentido hay necesidad de lavarse los pies? Mientras vivimos aquí abajo, nuestros pies pisan la tierra de este mundo: son los afectos a purificar, como en la oración dominical al decir: perdona nuestras deudas. Todos los días, cuando rezamos el Padrenuestro, el Señor se inclina hacia nosotros, toma una toalla y nos lava los pies.
San Agustín tenía un dilema entre la oración y la labor de pastor, y señala que cuando acudimos al trabajo apostólico, nos ensuciamos inevitablemente los pies. Pero los ensuciamos por la causa de Cristo, porque aguarda fuera la multitud y no hay otro modo de llegar a ella que metiéndonos en la inmundicia del mundo, en medio de la cual se encuentra: «Y he aquí que me levanto y abro. ¡Oh Cristo, lava nuestros pies: perdona nuestras deudas, porque nuestro amor no se ha extinguido, porque también nosotros perdonamos a nuestros deudores! Cuando te escuchamos, exultan contigo en el cielo los huesos humillados. Pero cuando te predicamos, pisamos la tierra para abrirte paso; y, por ello, nos conturbamos si somos reprendidos, y si alabados, nos hinchamos de orgullo. Lava nuestros pies, que ya han sido purificados, pero que se han ensuciado al pisar los caminos de la tierra para abrirte la puerta”.
Hoy, día de oración por los sacerdotes, recordamos cómo el Señor los asiste en su ordenación: “El Señor Jesucristo, que el Padre ha consagrado con la potencia del Espíritu Santo, esté siempre contigo para la santificación de su pueblo y para ofrecer el Sacrificio eucarístico”. “Recibe las ofrendas del Pueblo santo para el Sacrificio eucarístico. Date cuenta de aquello que harás, vive el misterio que ha sido entregado en tus manos y sé imitador de Cristo, inmolado por nosotros” (Ceremonial de la ordenación).
2. El Éxodo nos cuenta aquel momento de la primera pascua cuando se preparan para salir de Egipto los judíos, la comida del cordero, el día del paso del Señor, cuando la sangre era signo de salvación.
No sabemos si Jesús siguió la cena judía, pero en cualquier caso hacía la cena acostumbrada en sus ocho partes: 1. Encendido de las luces de la fiesta. 2. La bendición de la fiesta (Kiddush), todos a la mesa, bendiciendo la primera copa y tomando hiervas. 3. La historia de la salida de Egipto (Hagadah), y se servían la segunda copa de vino y leían Éxodo, capítulo 12. Se asaba en un asador en forma de cruz el cordero, sin romper ningún hueso. 4. Oración de acción de gracias por la salida de Egipto. Todos se ponían de pie y recitaban el salmo 113. 5. La solemne bendición de la comida. 6. La cena pascual. 7. Bebida de la tercera copa de vino: la copa de la bendición. 8. Bendición final (leyendo Números 6,24-26) y con una cuarta copa, “de Melquisedec”.
En una meditación, Ratzinger comentaba que “la Pascua judía era y sigue siendo una fiesta familiar. No se celebraba en el templo, sino en la casa. Ya en el Éxodo, en el relato de la noche oscura en que tiene lugar el paso del ángel del Señor, aparece la casa como lugar de salvación, como refugio. Por otra parte, la noche de Egipto es imagen de las fuerzas de la muerte, de la destrucción y del caos, que surgen siempre de las profundidades del mundo y del hombre y amenazan con destruir la creación «buena» y con transformar el mundo en desierto, en lugar inhabitable. En esta situación, la casa y la familia ofrecen protección y abrigo; en otras palabras: el mundo ha de ser continuamente defendido contra el caos; la creación ha de ser siempre amparada y reconstruida.
El Salmo nos canta: “El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor”.  Este cáliz es identificado por la tradición cristiana con «la copa de la bendición» (1 Cor 10,16), con la «copa de la Nueva Alianza» (1 Cor 11,25; Luc 22,20): expresiones que en el Nuevo Testamento hacen referencia precisamente a la Eucaristía.
3. San Josemaría se preguntaba por los sentimientos de Jesús, en esa despedida, cuando algunos se dan una fotografía y unas palabras de recuerdo… pero “Lo que nosotros no podemos, lo puede el Señor: Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre, no deja un símbolo, sino la realidad: se queda Él mismo. Irá al Padre, pero permanecerá con los hombres. No nos legará un simple regalo que nos haga evocar su memoria, una imagen que tienda a desdibujarse con el tiempo, como la fotografía que pronto aparece desvaída, amarillenta y sin sentido para los que no fueron protagonistas de aquel amoroso momento. Bajo las especies del pan y del vino está El, realmente presente: con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad” (Es Cristo que pasa 83-84).
San Pablo narra: “Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: -«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: -«Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. La liturgia define el Jueves santo como «el hoy eucarístico», el día en que «nuestro Señor Jesucristo encomendó a sus discípulos la celebración del sacramento de su Cuerpo y de su Sangre» (Canon romano, Jueves santo). Antes de ser inmolado en la cruz el Viernes santo, instituyó el sacramento que perpetúa su ofrenda en todos los tiempos. En cada santa misa, la Iglesia conmemora ese evento histórico decisivo. Con profunda emoción el sacerdote se inclina, ante el altar, sobre los dones eucarísticos, para pronunciar las mismas palabras de Cristo «la víspera de su pasión». Desde aquel Jueves santo de hace casi dos mil años hasta esta tarde… la Iglesia vive mediante la Eucaristía, se deja formar por la Eucaristía, y sigue celebrándola hasta que vuelva su Señor. Dice también san Agustín: «come la vida, bebe la vida: tendrás la vida y esa vida es íntegra» (Sermón 131, I, 1).        
«Salve, verdadero cuerpo, nacido de María Virgen»; así reza hoy la Iglesia: «Concédenos pregustarte en el momento decisivo de la muerte». Sí, tómanos de la mano, oh Jesús eucarístico, en esa hora suprema que nos introducirá en la luz de tu eternidad: «O Iesu dulcis! O Iesu pie! O Iesu, fili Maria”.
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 27 de marzo de 2013


TRIDUO PASCUAL. Introducción
Entramos en los tres días de preparación a la Pascua, a la fiesta más importante del año. El jueves se bendicen los sagrados óleos para el bautismo, para la unción de los enfermos, y el crisma. Luego, por la tarde, después de la misa «in cena Domini», habrá tiempo para la adoración, como para responder a la invitación que Jesús dirigió a sus discípulos en la dramática noche de su agonía: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mateo 26,38).
El Viernes santo es un día de profunda emoción, en el que la Iglesia nos hace volver a escuchar el relato de la pasión de Cristo. La «adoración» de la cruz será el centro de la acción litúrgica que se celebrará ese día, mientras la comunidad eclesial ora intensamente por las necesidades de los creyentes y del mundo entero.
A continuación viene una fase de profundo silencio. Todo callará hasta la noche del Sábado santo. En el centro de las tinieblas irrumpirán la alegría y la luz con los sugestivos ritos de la Vigilia pascual y el canto gozoso del «Aleluya». Será el encuentro, en la fe, con Cristo resucitado, y la alegría pascual se prolongará a lo largo de los cincuenta días que seguirán.
Recuerdo aquella canción de amor: “llegó con tres heridas: / la del amor, / la de la muerte, / la de la vida. // Con tres heridas viene: / la de la vida, / la del amor, / la de la muerte. // Con tres heridas yo: / la de la vida, / la de la muerte, / la del amor”. El Maestro ha preparado estos días, en los que celebramos que “sus heridas nos han curado” (Luis Manuel Suárez).

JUEVES SANTO
La confesión, precepto pascual. Antes, en la liturgia romana, se celebraba una Eucaristía para los penitentes en la  mañana del Jueves Santo, último día de Cuaresma. Ahora podemos escoger cuando más con convenga, aunque se organizan celebraciones de la Penitencia con confesión y absolución personal esta semana santa. En la liturgia hispánica el gran acto  penitencial se celebra el Viernes Santo, ya dentro de la Pascua, con la impresionante  ceremonia de la "indulgencia" o "perdón" en la que el pueblo clama centenares de veces  pidiendo perdón a Dios.
Es bueno entrar en la Pascua -el paso con Cristo a la Nueva Vida- celebrando con  humildad el sacramento de la Penitencia, el sacramento de la muerte a lo  viejo y al pecado, el sacramento de la reconciliación con Dios y con la comunidad. La  Pascua debe ser novedad total en nuestras vidas. Todo lo viejo, sobre todo el pecado, tiene  que dejar paso a la Vida que nos quiere comunicar el Resucitado (Equipo  MD1998).
La cuaresma es "el tiempo oportuno", 'el tiempo favorable' que el señor nos concede para la renovación de nuestra vida cristiana, para volver a él. El profeta Ezequiel nos convocaba el miércoles de ceniza con acentos dramáticos a esta vuelta al Señor, dejando a un lado hasta lo que es lícito y bueno.
Que Dios nos conceda experimentar un sincero dolor por nuestros pecados y también la alegría de la reconciliación con el Padre: Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, mira con amor a tu Pueblo que oyendo tus reclamos quiere volver a ti y reconciliarse contigo, restaura con tu misericordia a los que nos vemos sometidos al poder del pecado y al peso de nuestras culpas. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.
EXAMEN DE CONCIENCIA:
1. La primera cuestión es examinarme… ver si de verdad he puesto a Dios como el centro de mi vida, si de verdad el objetivo de mi vida es ir realizando el proyecto de Dios para el que me creó: perfeccionarme en el amor.
¿Es esto así o en realidad son otras las cuestiones que me interesan más: asegurarme y disfrutar de una buena situación económica, la salud, los estudios, el prestigio o la imagen social, el pasarlo bien, el éxito profesional?
¿No será esto lo primero que Dios me está pidiendo? ¿No será este mi primer paso de conversión en este momento: tomarme en serio mi vocación cristiana de irme perfeccionando día a día en el amor, creciendo como un hijo de Dios que cada día se parece más a su Padre?
2. La segunda cuestión para un examen es si realmente pongo los medios para ir creciendo en el amor. Si Dios es amor y la fuente de todo amor, si el amor viene de él y de él lo recibimos, si el amor se nos da en y a través de la relación de amistad con Dios ¿Cómo es mi relación con Dios?, ¿cuánto tiempo estoy con él?, ¿qué intimidad tengo con él? ¿Hago oración frecuente, o la dejo fácilmente? ¿En la oración soy el único que habla, o dejo que Dios me diga cuánto me ama, dejo espacio para experimentar su amor? ¿Qué me interesa más, que Dios haga lo que yo le pido o que yo haga lo que él me pide?
Y en este sentido está en primer lugar la participación en los sacramentos. En los sacramentos bien celebrados, es donde actúa con todo su poder el amor de Dios. ¿Cómo participo en la eucaristía: activa o pasivamente? ¿Racionalmente tratando de entender o también con el corazón tratando de unirme a Dios? ¿Vivo la comunión como momento de identificación con Jesucristo, comulgando con sus sentimientos, intereses, preocupaciones? ¿Dejo fácilmente la eucaristía o no puedo vivir sin ella?
3. La tercera cuestión es el servicio. Yo, ¿De qué voy: en la vida de servidor o de que me sirvan? ¿A quién sirvo: a los de mi familia y amigos? Eso también lo hacen los que no tienen la vocación de ser hijos de Dios. ¿Ni siquiera sirvo a los míos en casa?
¿Me resisto y me niego de hecho a colaborar en servicio a los demás, por ejemplo, en el colegio de los hijos, en la universidad donde estudio, en el trabajo, en asociaciones de participación ciudadana, en organizaciones de ayuda al tercer Mundo, de defensa de los derechos humanos... o en algo más cercano: la propia parroquia, que también necesita cristianos que sirvan a la Comunidad?
4. La cuarta cuestión que nos podríamos plantear en esta celebración es el uso de mi dinero. ¿Vivo la limosna como un deber de justicia, es decir, como devolver a los que no tienen lo que les pertenece? ¿Hago en este sentido cálculo de lo que puedo y no puedo gastar, de lo que conforme a mis ingresos debo entregar, teniendo en cuenta no mis necesidades, sino las de los más pobres? ¿Ahorro con ilusión para poder dar generoso y solidario? ¿Despilfarro? Si yo fuera pobre del Tercer Mundo, ¿qué pensaría de un cristiano que gastara como yo gasto?
5. La última cuestión. Se refiere a la calidad de mis relaciones humanas. ¿Soy atento o descuidado con los demás? ¿Cultivo la amabilidad, la simpatía, y no por caer bien, sino por hacer la vida agradable a los demás?
¿Soy rencoroso, vengativo? ¿Me resisto a hacer las paces y a reconciliarme con alguna persona o familia? ¿Tal vez sea lo que tenga que hacer más urgentemente?
¿Soy exigente, incomprensivo, intolerante, duro, susceptible, irritable? ¿Me ofendo fácilmente? O por el contrario: ¿Soy excesivamente tolerante y todo me da igual porque no me quiero meter en complicaciones?
¿Me aprovecho de otros, de sus bienes materiales, de sus cualidades humanas? ¿Estoy atento al cultivo de mi afectividad y sexualidad, orientándolas hacia un amor limpio de egoísmos?
¿Soy elemento creador de paz o de discordia? O por el contrario ¿critico, murmuro, llevo chismes, difamo?

CONTRICIÓN: Acojámonos con plena confianza a la misericordia de Dios y confesemos nuestros pecados para obtener su perdón: Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso, ruego a Santa María, siempre virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que roguéis por mi ante Dios nuestro Señor, Amen.
Con verdadero dolor de nuestros pecados y sintiendo la incapacidad de liberarnos de ellos invoquemos a Cristo nuestro redentor: Con el ciego Bartimeo te decimos: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! ¡Señor, ten piedad! ¡Señor, ten piedad!
Con el centurión te decimos: Señor, basta que tú digas una palabra y yo quedaré sano ¡Señor ten piedad!
Con el leproso te decimos: ¡Señor, si tú quieres, puedes curarme! ¡Señor, ten piedad!
Con los apóstoles atemorizados te decimos: ¡Señor, sálvanos que perecemos! ¡Señor, ten piedad!
Con la mujer cacanea te decimos: ¡Señor, ayúdame! ¡Señor, ten piedad!
Con el apóstol Pedro hundiéndose en las aguas: ¡Señor, sálvame! ¡Señor, ten piedad!
Con el ladrón crucificado y arrepentido te decimos: ¡Acuérdate de mi ahora que estás en tu reino! ¡Señor, ten piedad!
Ahora oremos como el mismo Jesucristo nos enseñó para que perdonándonos unos otros nuestras ofensas, nos perdone Él nuestros pecados. Padre nuestro...
Escucha, Señor a tus hijos, que se reconocen pecadores; y haz que, liberados de toda culpa, por el ministerio tu Iglesia, puedan agradecidos cantar tu misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor.
Con la Confesión y absolución individual, Dios no nos otorga su perdón como un gobernante decreta una amnistía general. Dios nos perdona con un apretón de manos y un cálido abrazo, con una sonrisa cargada se valoración y afecto. En una palabra, Dios nos perdona en un encuentro entrañablemente personal. No nos privemos de este perdón y acerquémonos a confesar nuestros pecados personales para recibir este perdón personal (de una Javierada).