jueves, 31 de mayo de 2012

Viernes de la 8ª semana, año 2. “Sed buenos administradores de la múltiple gracia de Dios”, dice S. Pedro, y la oración es la que nos anima la fe en D

Primera carta del apóstol san Pedro 4,7-13. Queridos hermanos: El fin
de todas las cosas está cercano. Sed, pues, moderados y sobrios, para
poder orar. Ante todo, mantened en tensión el amor mutuo, porque el
amor cubre la multitud de los pecados. Ofreceos mutuamente
hospitalidad, sin protestar. Que cada uno, con el don que ha recibido,
se ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de la
múltiple gracia de Dios. El que toma la palabra, que hable palabra de
Dios. El que se dedica al servicio, que lo haga en virtud del encargo
recibido de Dios. Así, Dios será glorificado en todo, por medio de
Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos
de los siglos. Amén. Queridos hermanos, no os extrañéis de ese fuego
abrasador que os pone a prueba, como si os sucediera algo
extraordinario. Estad alegres cuando compartís los padecimientos de
Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo.



Salmo 95, 10-13. Llega el Señor a regir la tierra.
Decid a los pueblos: "El Señor es rey, / él afianzó el orbe, y no se
moverá; / él gobierna a los pueblos rectamente."
Alégrese el cielo, goce la tierra, / retumbe el mar y cuanto lo llena;
/ vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, / aclamen los árboles del
bosque.

Delante del Señor, que ya llega, / ya llega a regir la tierra: /
regirá el orbe con justicia / y los pueblos con fidelidad.

Evangelio según san Marcos 11,11-26. Al día siguiente, cuando salió de
Betania, sintió hambre. Vio de lejos una higuera con hojas y se acercó
para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas,
porque no era tiempo de higos. Entonces le dijo: -«Nunca jamás coma
nadie de ti.» Los discípulos lo oyeron. Llegaron a Jerusalén, entró en
el templo y se puso a echar a los que traficaban allí, volcando las
mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no
consentía a nadie transportar objetos por el templo. Y los instruía,
diciendo: -«¿No está escrito: "Mi casa se llamará casa de oración
para todos los pueblos" Vosotros, en cambio, la habéis convertido en
cueva de bandidos.» Se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas
y, como le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de su
doctrina, buscaban una manera de acabar con él. Cuando atardeció,
salieron de la ciudad. A la mañana siguiente, al pasar, vieron la
higuera seca de raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús:
-«Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.» Jesús
contestó: -«Tened fe en Dios. Os aseguro que si uno dice a este monte:
"Quítate de ahí y tirate al mar", no con dudas, sino con fe en que
sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: Cualquier cosa que
pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis.
Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para
que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas.»


Comentario: 1. 1P 4,7-13. a) Es el último pasaje que leemos de la
primera carta de Pedro. En los escritos de la primera generación se
nota la creencia que tenían de que el fin del mundo estaba próximo,
que la vuelta gloriosa del Resucitado era inminente. A veces sus
autores argumentan a partir de esta convicción: «El fin de todas las
cosas está cercano: sed, pues, moderados y sobrios, para poder orar».
Pero las actitudes a las que invitan valen igual si no va a ser tan
inminente el fin: por ejemplo la fortaleza que un cristiano ha de
tener frente al «fuego abrasador» o las persecuciones que le puedan
poner a prueba su fe.

b) Una serie de recomendaciones que siguen teniendo ahora, después de
dos mil años, toda su actualidad. Sea cuando sea el fin del mundo, un
cristiano debe mirar hacia delante y vivir vigilante, en una cierta
tensión anímica, que es lo contrario de la rutina, la pereza o el
embotamiento mental. Los consejos de Pedro nos ofrecen un programa muy
sabio de vida: tener el espíritu dispuesto a la oración, llevar un
estilo de vida sobrio y moderado, mantener firme el amor mutuo,
practicar la hospitalidad, poner a disposición de la comunidad las
propias cualidades, todo a gloria de Dios. No está mal que la carta
termine aludiendo a sufrimientos y persecuciones. Tal vez aquí se
refiere a alguna persecución contra los cristianos por los años 60
(cuando murieron Pedro y Pablo en Roma). Pero estas pruebas han sido
continuas a lo largo de los dos mil años de la comunidad cristiana y
siguen existiendo también ahora en la comunidad y en la vida de cada
uno: pruebas que dan la medida de nuestra fidelidad a Dios y nos van
haciendo madurar en nuestro seguimiento de Cristo. Cuando Jesús anunciaba la cruz en el programa de su camino,
Pedro era el primero en protestar y no aceptar el sufrimiento como
parte del Reino mesiánico. Ahora lo ha asimilado, lo recomienda en la
carta y, sobre todo, da pruebas de conversión con su testimonio de fe
ante el sanedrín, y finalmente ante el emperador Nerón, hasta el
martirio. Sería ya el ideal que llegáramos a la consigna final de
Pedro: «Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo,
para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo». Los
hombres viven ahora más solitarios que nunca; acaso la capacidad de
contacto, como se dice, ha desaparecido de entre nosotros. Deberíamos,
por lo menos, buscar espiritualmente al vecino y albergarlo
espiritualmente con nosotros, compartir sus solicitudes, sus fatigas,
sus alegrías, que se encuentre a gusto en nuestra casa y que sienta la
impresión de que por el amor de Cristo, tiene en ella un hogar y una
patria.

La Epístola de san Pedro aborda unos «deberes» muy concretos de los
cristianos, en sus relaciones ordinarias de la vida corriente:

-deberes de los «ciudadanos», respecto a las autoridades civiles...

-deberes de los «esclavos», respecto a sus amos...

-deberes de los esposos respecto al cónyuge...

-deberes de los hombres respecto a todos sus hermanos...
Leemos hoy una parte muy pequeña del final de esta epístola.

-Hermanos, el fin de todas las cosas está cerca. El clima humano de
esta comunidad es el de una «persecución» que se siente venir. Más
adelante Pedro dirá: «no os extrañéis del incendio que ha prendido
entre vosotros para probaros». No olvidemos que ese mismo san Pedro
morirá mártir en el año 64 o 67, es decir, ¡uno o dos años después de
esta carta! Por lo tanto la evocación del «fin de todas las cosas»,
lejos de descorazonar, es un estimulante.

-Sed pues sensatos y sobrios para daros a la oración. El término
griego que nuestra versión traduce por «sensato» significa a la vez
moderado, prudente, mesurado, casto. La frase más aproximada sería
«hombre de buen sentido» o de «sentido común»; el término «sobrio»
viene a indicar la misma actitud. San Pedro recomienda a los recién
bautizados un «dominio de sí» que predisponga a la oración.
El enervamiento, los excesos de la pasión, la sobrecarga de horas de
trabajo... no facilitan nuestros esfuerzos para la oración. Sabemos
esto muy bien. Hay que sacar quizá una consecuencia. Es sin duda lo
que suscita la afición hacia las técnicas de «yoga» o de «zen» en
muchos de nuestros contemporáneos, por demás sobreexcitados.
Encontrar de nuevo la paz para orar mejor.

-Ante todo, prodigad un amor intenso entre vosotros, porque «la
caridad cubre todas las faltas» (Proverbios 10, 12) Pedro vuelve a
este tema esencial.

¡Ser bautizado, es comprometerse a «amar»! Y para ello cita la Biblia;
¡hay sesenta y dos citas del Antiguo Testamento en esta breve
epístola!

¡Señor, ayúdame a "amar intensamente"! y ¡que este amor «cubra mis
pecados!» Amar a los demás, servirles, es compensar el mal que por
otra parte hacemos. La caridad cubre nuestros pecados, y Dios ve la
caridad... ¡como si ella camuflara nuestras faltas a los ojos de Dios!

-Practicad la hospitalidad entre vosotros... Poned al servicio de los
demás la gracia que cada uno de vosotros haya recibido... Pedro indica
concretamente dos modos de amar:

-la acogida, la hospitalidad... literalmente, «el amor al extraño».
Esa hospitalidad, tan querida del alma oriental y tan generalmente
abandonada en occidente: ¡ser bautizado es ser acogedor!

-La puesta en común de los «carismas»... nuestras dotes personales
puestas al servicio de todos: ¡ser bautizado es compartir lo que se ha
recibido! Si alguien tiene el don de la palabra, ¡que sea portavoz de
Dios! Si tiene el don del servicio, ¡que lo cumpla con la fuerza que
Dios le da! Dios está aquí, presente, asoma sin cesar. Nuestros
«carismas» -dones recibidos- proceden de El. No podemos guardarlos
celosamente para nosotros mismos.

-Alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de
Cristo. San Pedro, mártir, crucificado como Jesús... rogad por
nosotros (Noel Quesson).

2. Seguimos como en días pasados el salmo donde se contempla la salvación llevada a cabo por Jesús, con su obra redentora.

3.- Mc 11,11-26. a) Jesús ya llega a Jerusalén. Saltándonos la escena
de la entrada solemne -que leemos el Domingo de Ramos- escuchamos hoy
la acción simbólica en torno a la higuera estéril y la otra acción, no
menos simbólica y valiente, de Jesús arrojando a los mercaderes del
Templo.

La higuera no tenía frutos. No era tiempo de higos o ya se le habían
gastado. Jesús, con todo, se queja de esa esterilidad. Su lamento nos
recuerda el poema de la viña estéril de Isaías 5: «Una viña tenía mi
amigo... esperó que diese uvas, pero dio agraces». Jesús pronuncia
unas palabras duras contra la higuera: «nunca jamás coma nadie de ti».
En efecto, al día siguiente, la higuera se había secado. Si Jesús hizo
este gesto es porque apuntaba a otra clase de esterilidad: es el
pueblo de Israel, sobre todo sus dirigentes, el árbol que no da los
frutos que Dios pedía. Israel ha fracasado. Israel es la higuera seca.
En medio del episodio de la higuera, entre su inicio y su conclusión
al día siguiente, Marcos coloca la escena del Templo y el gesto
violento de Jesús. También aquí no había motivo evidente para la ira
de Jesús: los mercaderes que vendían animales para el sacrificio o
cambiaban monedas, estaban en el atrio, contaban con todos los
permisos de los responsables y no parecían estorbar el culto.
Lo que hace Jesús es, de nuevo, un gesto simbólico, tal vez no tanto
contra los mercaderes, sino contra los responsables del Templo: lo que
denuncia es la hipocresía del culto, hecho de cosas exteriores pero
sin obras coherentes en la vida. Ya los profetas, como Jeremías,
habían atacado la excesiva confianza que tenían los judíos en el
Templo y en la realización -eso sí, meticulosa- de sus ritos. El culto
tiene que ir acompañado de la fidelidad a la Alianza.
También quiere subrayar Jesús que el culto del Templo debería ser más
universal, sin poner trabas a los extranjeros. Los mercaderes hacían
que los que venían de fuera tuvieran que cambiar la moneda pagana
-considerada impura- por la judía, para poderla ofrecer en el Templo.
No sería extraño que en este comercio hubiera además abusos y trampas,
aprovechándose de los forasteros. Jesús quiere que el Templo sea «casa
de oración para todos los pueblos», lugar de oración auténtica. y no
una «cueva de bandidos» y de ajetreo de cosas y comercio.

b) Hoy va de quejas por parte de Jesús. Y lo peor es que también
podría estar defraudado de nosotros, por nuestra esterilidad o por el
clima de nuestras celebraciones litúrgicas. ¿Se podría decir de
nosotros, de cada uno y de la comunidad, que somos una higuera
estéril'? Valdría la pena que hiciéramos un alto en nuestro camino y
nos dejáramos interpelar por Cristo. Porque seria triste defraudar a
Dios, no dando frutos o dándolos de escasa calidad. El aviso lo irá
repitiendo Jesús en días sucesivos, por ejemplo con la parábola de los
viñadores que no hacen producir el campo arrendado. No podemos
contentarnos con pensar que los que se sientan en el banquillo de los
acusados son los israelitas. Somos también nosotros, en la medida en
que no demos los frutos que Dios esperaba. Nuestro examen tendría que
dirigirse también a nuestra manera de realizar el culto. ¿Mereceríamos
nosotros un gesto profético parecido de Jesús, purificando nuestras
iglesias de toda apariencia de mercantilismo o de acepción de
personas? El quería que el Templo fuera «casa de oración para todos» y
que no se contaminara con intereses y negocios, ni supusiera una
barrera para otras culturas o nacionalidades. El evangelio de hoy
termina, no sólo invitando a la oración llena de fe, sino también a la
caridad fraterna, sobre todo el perdón de las ofensas: «Cuando os
pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también
vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas». Es lo que cada
día decimos en el Padrenuestro: una de las peticiones más
comprometedoras que nos enseñara Jesús (J. Aldazábal).
Fe es esperar de Dios, no de nosotros mismos ni de nuestras obras: la
fe es gratuita y por eso mismo se expresa en la oración. Fe es esperar
de Dios aquello que él quiere darnos; no debemos empeñarnos en querer
ser nosotros mismos la medida del proyecto de Dios. Dios es la medida
del don, no nosotros.

Fe es hacernos disponibles, para que Dios nos abra a la "novedad" del
Reino mesiánico y a la "universalidad" de las gentes: la negación de
la fe es repliegue sobre sí mismo, celosa conservación de los propios
privilegios. Fe es la actitud de aquel que "no duda en su corazón" (11, 23): la
negación de la fe es un continuo "oscilar entre Dios por una parte y
todas las demás ideas posibles e imaginables por otra Fe, finalmente,
es prolongar hacia todos los demás lo que Dios ha hecho por nosotros;
ésta es la fuente y la medida del perdón. Pero esto supone una vez más
la conciencia de que nosotros hemos sido los primeros en ser
perdonados, los primeros en ser amados gratuitamente (Bruno Maggioni).

-Jesús acababa de hacer su "entrada en Jerusalén". Entró en el Templo.
En la selección de las lecturas semanales, se ha saltado la página
correspondiente a esa "entrada triunfal" porque se lee evidentemente,
el domingo de Ramos.

-Después de haberlo examinado todo, siendo ya tarde, salió para
Betania con los doce. Jesús entró en el templo; pero allí no pasaba
nada. Es raro. La manifestación mesiánica se ha detenido en seco. Es
extraño. Sin embargo, antes de salir, Jesús observa sobre el lugar y
en detalle todas las cosas. Esta mirada de Jesús está llena de
significado: lo que va a hacer mañana está bien premeditado... es la
mirada de un hombre que está preparando su jugada, la expulsión de los
"vendedores del templo".

-A la mañana siguiente, saliendo de Betania, sintió hambre; viendo de
lejos una higuera.. no encontró en ella, sino hojas, porque no era
tiempo de higos. Dijo a la higuera "Que jamás coma ya nadie fruto de
ti. Y los discípulos le oyeron." Extraña maldición. Si Jesús tratase
de saciar el hambre, este gesto sería de un demente: ¡encolerizarse
contra un árbol por no encontrar frutos cuando no es la estación! No
es pues a ese nivel material que hay que interpretar esta maldición.
Jesús ha querido hacer un gesto "enigmático", y Marcos subraya la
extrañeza: los apóstoles "oyen", pero no quieren creerlo y quedarán
muy sorprendidos el día siguiente, al ver que la maldición se ha
realizado. La solución del enigma se dará más tarde. Y no será por
casualidad el hecho de que la "purificación" del Templo esté inserta,
como "un bocadillo" entre las dos mitades del episodio de la "higuera
maldita".

-Llegan a Jerusalén. Jesús entra en el templo y se pone a expulsar a
los que vendían y compraban. Derriba las mesas de los cambistas y los
asientos de los vendedores... Y les enseñaba diciendo: "¿No está
escrito: Mi casa será casa de oración para todas las naciones? Y
vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones."
Jesús cita al profeta Jeremías (7,11): el profeta reprocha a los hombres de su tiempo el hecho de participar en el culto con el fin de asegurarse... el
culto del templo es falaz, pues las gentes no se convierten. "Habláis
siempre del culto, decís: "Santuario de Dios, santuario de Dios,
santuario de Dios", pero oprimís al extranjero, al huérfano y a la
viuda. Robáis, matáis y venís luego a poneros delante de mí... ¿Es
este Templo una cueva de bandidos?'' Jesús cita también al profeta
Isaías (56,7). Es la afirmación sorprendente de que el Templo judío va
a ser "abierto a las naciones paganas". Esto enlaza con el tema
misionero, habitual en san Marcos. Jesús hace un gesto mesiánico
anunciado por el profeta Zacarías, 14, 21: "Ya no habrá más mercaderes
en el templo del Señor, en ese día".

Es la purificación del lugar donde Dios está presente. Jesús quiere
devolver al Templo su pureza primitiva, su destino sagrado, y subraya
que este lugar santo está "destinado a todos": apertura universalista.
¿Qué sentido tengo yo de la plegaria? ¿De lo sagrado? ¿De Dios
presente?

-Llegó todo esto a oídos de los príncipes de los sacerdotes y de los
escribas. Buscaban cómo perderle... Al caer la tarde, salió de la
ciudad.

-Pasando de madrugada, vieron que la higuera se había secado de raíz.
He aquí la llave del extraño enigma de la víspera: Jesús no apuntaba a
la higuera, sino al Templo: Porque el Templo no responde ya a la
espera de Dios, suscita la "cólera de Dios" y será destruido (Mc 13,
2) (Noel Quesson).

San Josemaría comentó así esta escena de La higuera estéril:También es San Mateo el que nos cuenta que Jesús volvía de Betania con hambre. A mí me conmueve siempre Cristo, y particularmente cuando veo que es Hombre verdadero, perfecto, siendo también perfecto Dios, para enseñarnos a aprovechar hasta nuestra indigencia y nuestras naturales debilidades personales, con el fin de ofrecernos enteramente -tal como somos- al Padre, que acepta gustoso ese holocausto.

”Tenía hambre. ¡El Hacedor del universo, el Señor de todas las cosas padece hambre! ¡Señor, te agradezco que -por inspiración divina- el escritor sagrado haya dejado ese rastro en este pasaje, con un detalle que me obliga a amarte más, que me anima a desear vivamente la contemplación de tu Humanidad Santísima! Perfectus Deus, perfectus homo, perfecto Dios, y perfecto Hombre de carne y hueso, como tú, como yo.

”Jesús había trabajado mucho la víspera y, al emprender el camino, sintió hambre. Movido por esta necesidad se dirige a aquella higuera que, allá distante, presenta un follaje espléndido. Nos relata San Marcos que no era tiempo de higos; pero Nuestro Señor se acerca a tomarlos, sabiendo muy bien que en esa estación no los encontraría. Sin embargo, al comprobar la esterilidad del árbol con aquella apariencia de fecundidad, con aquella abundancia de hojas, ordena: nunca jamás coma ya nadie fruto de ti.

”¡Es fuerte, sí! ¡Nunca jamás nazca de ti fruto! ¡Cómo se quedarían sus discípulos, más si consideraban que hablaba la Sabiduría de Dios! Jesús maldice este árbol, porque ha hallado solamente apariencia de fecundidad, follaje. Así aprendemos que no hay excusa para la ineficacia. Quizá dicen: no tengo conocimientos suficientes… ¡No hay excusa! O afirman: es que la enfermedad, es que mi talento no es grande, es que no son favorables las condiciones, es que el ambiente… ¡No valen tampoco esas excusas! ¡Ay del que se adorna con la hojarasca de un falso apostolado, del que ostenta la frondosidad de una aparente vida fecunda, sin intentos sinceros de lograr fruto! Parece que aprovecha el tiempo, que se mueve, que organiza, que inventa un modo nuevo de resolver todo… Pero es improductivo. Nadie se alimentará con sus obras sin jugo sobrenatural.

”Pidamos al Señor que seamos almas dispuestas a trabajar con heroísmo feraz. Porque no faltan en la tierra muchos, en los que, cuando se acercan las criaturas, descubren sólo hojas: grandes, relucientes, lustrosas. Sólo follaje, exclusivamente eso, y nada más. Y las almas nos miran con la esperanza de saciar su hambre, que es hambre de Dios. No es posible olvidar que contamos con todos los medios: con la doctrina suficiente y con la gracia del Señor, a pesar de nuestras miserias.

”Os recuerdo de nuevo que nos queda poco tiempo: tempus breve est, porque es breve la vida sobre la tierra, y que, teniendo aquellos medios, no necesitamos más que buena voluntad para aprovechar las ocasiones que Dios nos ha concedido. Desde que Nuestro Señor vino a este mundo, se inició la era favorable, el día de la salvación, para nosotros y para todos. Que Nuestro Padre Dios no deba dirigirnos el reproche que ya manifestó por boca de Jeremías: en el cielo, la cigüeña conoce su estación; la tórtola, la golondrina y la grulla conocen los plazos de sus migraciones: pero mi pueblo ignora voluntariamente los juicios de Yavé.

”No existen fechas malas o inoportunas: todos los días son buenos, para servir a Dios. Sólo surgen las malas jornadas cuando el hombre las malogra con su ausencia de fe, con su pereza, con su desidia que le inclina a no trabajar con Dios, por Dios. ¡Alabaré al Señor, en cualquier ocasión!. El tiempo es un tesoro que se va, que se escapa, que discurre por nuestras manos como el agua por las peñas altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando. Mañana será pronto otro ayer. La duración de una vida es muy corta. Pero, ¡cuánto puede realizarse en este pequeño espacio, por amor de Dios!

”No nos servirá ninguna disculpa. El Señor se ha prodigado con nosotros: nos ha instruido pacientemente; nos ha explicado sus preceptos con parábolas, y nos ha insistido sin descanso. Como a Felipe, puede preguntarnos: hace años que estoy con vosotros, ¿y aún no me habéis conocido?. Ha llegado el momento de trabajar de verdad, de ocupar todos los instantes de la jornada, de soportar -gustosamente y con alegría- el peso del día y del calor”.

Recuerdo un amigo, hace muchos años, que me escribió una carta. Adolescente, quedó impactado por estas palabras, decía que hacía mucho tiempo que no veía un cura y no se confesaba, que se dejaba ir por la poltronería y la dejadez, por la bajada del ir dejándose llevar por lo más placentero… no estaba contento de sí mismo. Al leer esas palabras del comentario de la escena de la higuera que no daba frutos y que quedaba seca, fue a buscar un cura y se confesó.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Jueves de la semana 8 de tiempo ordinario

esús nos cura la ceguera para con su luz poder ver con ojos de fe, y contemplar todo como obra Suya.

“Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego, diciéndole: «¡Animo, levántate! Te llama.» Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino” (Marcos 10, 46-52. 46).

1. Marcos nos cuenta de la curación de un ciego: “Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego, diciéndole: «¡Animo, levántate! Te llama.» Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino”.

La ceguera de este hombre es símbolo de otra ceguera espiritual… Como cuando vamos al oculista a hacernos un chequeo de nuestra vista, hoy podemos reflexionar sobre cómo va nuestra vista espiritual. ¿No se podría decir de nosotros que estamos ciegos, porque no acabamos de ver lo que Dios quiere que veamos, o que nos conformamos con caminar por la vida entre penumbras, cuando tenemos cerca al médico, Jesús, la Luz del mundo? Hagamos nuestra la oración de Bartimeo: «Maestro, ¡que pueda ver!». Soltemos el manto de nuestro pasado, malas experiencias… y demos un salto hacia él, su luz.

Señor, que no piense solo en mí; que tantos que no encuentran sentido a su vida, puedan encontrar en mí tu esperanza, que pueda yo decirles amablemente: «ánimo, levántate, que te llama» (J. Aldazábal).

Muchas veces quiero seguridades, controlar algo que se me va de las manos. También me preocupa estar en un mundo marcado por las guerras y el hambre, por el egoísmo que provoca tantas crisis. Me siento ciego, no entiendo nada… y tengo ganas de decirte una vez más: “¡Maestro, que pueda ver!” Eres tú, Jesús, quien me inspira este deseo de ver, de ti, de tu palabra de salvación que me da luz, porque en tu luz, Señor, puedo ver la luz. Por tu gracia puedo oír esta voz que me dice: "¡Animo, levántate, que te llama!".

Llucià Pou Sabaté

martes, 29 de mayo de 2012

Promoción e-aprender.net.wmv (pruebas)


Miércoles de la 8ª semana, año 2. “Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto”. Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado

Primera carta del apóstol san Pedro 1,18-25. Queridos hermanos: Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza. Ahora que estáis purificados por vuestra obediencia a la verdad y habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente. Mirad que habéis vuelto a nacer, y no de una semilla mortal, sino de una inmortal, por medio de la palabra de Dios viva y duradera, porque «toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, la flor se cae; pero la palabra del Señor permanece para siempre.» Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos.

Salmo 147,12-15.19-20. R. Glorifica al Señor, Jerusalén.
Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.
Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz.
Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos.

Evangelio según san Marcos 10,32-45. En aquel tiempo, los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban, y los que seguían iban asustados. Él tomó aparte otra vez a los Doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder: -«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará.» Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: -«Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.» Les preguntó: -«¿Qué queréis que haga por vosotros?» Contestaron: -«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. » Jesús replicó: -«No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?» Contestaron: -«Lo somos.» Jesús les dijo: -«El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo; está ya reservado. » Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: -«Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»

Comentario: 1.- 2.- 1P 1,18-25. a) Pedro recuerda a los recién bautizados la suerte que han tenido, porque ahora creen en Cristo Jesús, han sido rescatados de su antigua vida y han vuelto a nacer de Dios.
Ser rescatados significa que alguien ha pagado el precio, la fianza por su liberación. Ese alguien ha sido Cristo, que no ha pagado con una cantidad de dinero, sino con su propia sangre.
Con eso ha cambiado la situación de estos neófitos: ahora ponen su fe y su esperanza en Dios, que ha resucitado a Cristo de la muerte. Han vuelto a nacer, no de un padre mortal, sino de Dios mismo, de su Palabra viva y duradera, el evangelio.
Pedro quiere que los cristianos saquen de esta convicción una consecuencia concreta: «Amaos unos a otros de corazón». Si todos hemos nacido del mismo Dios, todos somos hermanos.
b) Una perspectiva tan optimista debería motivar nuestra vida cristiana. De nosotros se tendría que poder decir que «habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza».
Tenemos motivos abundantes para esta confianza. Hemos vuelto a nacer, esta vez del amor de Dios mismo, no del amor de unos padres mortales. Hemos sido rescatados por la sangre de Cristo: debemos valer mucho, cada uno de nosotros, a los ojos de Dios, porque ha pagado un precio muy alto por nosotros.
Una primera consecuencia es que nuestra vida queda cambiada radicalmente. Esa Palabra viva de Dios que escuchamos y acogemos, nos quiere regenerar día tras día, infundiéndonos su fuerza transformadora. Otras palabras y doctrinas que nos pueden gustar son caducas, «como flor campestre: se agosta la hierba, la flor se cae, pero la Palabra del Señor permanece para siempre». La Palabra de Dios es firme: si construimos sobre ella edificamos para siempre.
Hay otra consecuencia que se deriva de la anterior: los mismos dones que yo, los han recibido también los demás. Debo considerarlos hermanos míos, hijos del mismo Dios. La invitación de Pedro va para nosotros, cada uno en su ambiente: «habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente».
¿Cuántas veces nos enseña Dios, a través de las lecturas bíblicas, esta doble dirección de nuestra vida cristiana: la unión gozosa con él y la caridad sincera con el prójimo?
San Pedro continúa su catequesis del "bautismo". Esta Epístola es una de las mejores preparaciones al bautismo para los padres que esperan a un niño y lo confían ya en su oración al Señor. Es también una de las mejores meditaciones para avivar en nosotros la gracia de nuestro bautismo.
-Hermanos, conducíos con respeto y temor de Dios, mientras estáis aquí de paso. Hay dificultades en toda traducción. En la lengua bíblica, la lengua materna de Pedro el término "temor" no tiene el matiz teñido de miedo que posee en nuestras lenguas. Sería mejor traducir por «conducíos en el respeto amoroso de Dios»: es el sentimiento que experimentamos hacia nuestros padres... es el «temor» que los hijos tienen a sus padres cuando se sienten profundamente amados. Así lo que Pedro propone a los bautizados, es "vivir delante de Dios y con Dios" como los hijos en una familia. Ocasión de revisar nuestras actitudes como padres y madres. Ocasión de preguntarnos si adoptamos ante Dios esa misma actitud que pedimos a nuestros hijos. Estar bautizado es en el fondo "estar dispuesto a obedecer a Dios" a "hacer su voluntad por amor", a "adoptar su Proyecto sobre el mundo" a "ser un verdadero hijo para con Dios"... Esto no es tan sólo un privilegio, ¡es una responsabilidad! El bautismo es un "compromiso"", como decimos hoy. Convendría que fuéramos siendo capaces de decir a nuestros amigos no creyentes, en un lenguaje comprensible para ellos, lo que significa el bautismo para nosotros: Vivir adoptando el proyecto de Dios.
-Habéis santificado vuestras almas obedeciendo a la verdad, para amaros sinceramente como hermanos. En la misma frase: la santidad, la perfección, la obediencia a la verdad, la sumisión al plan de Dios, el amor fraterno... Tal es el contenido, para san Pedro, de esta «vida nueva» en la que el bautismo nos compromete: lo que Dios espera de nosotros es la perfección del amor. Haciendo esto, «obedecemos a la verdad». Es lo mismo que decir que realizamos aquello para lo cual hemos sido creados, aquello a lo que Dios nos ha destinado. ¡Estar bautizado es «corresponder» a Dios! ¡establecer una «correspondencia» entre nosotros y Dios!
-Amaos intensamente unos a otros con corazón puro, pues habéis sido reengendrados de un germen no corruptible: la Palabra de Dios viva y permanente. Dios es amor. Corresponder a Dios es amar. Nuestro primer nacimiento humano fue ya el fruto de un amor, el de nuestros padres. Nuestro nuevo nacimiento -«engendrados de nuevo»- viene del «germen» mismo de Dios-Amor... un germen incorruptible, vivo y permanente. Ser bautizado es dejar que la Palabra de Dios quede «sembrada» en nosotros! ¡Concédenos, Señor, vivir de tu Palabra! ¡Que tu Palabra fecunde nuestra vida! Que nuestra vida llegue a ser «Amor», bajo la influencia de tu gracia.
-Toda criatura es como hierba... Como flor del campo... La hierba se seca y la flor se marchita. Pero la Palabra de Dios permanece eternamente. Admirable imagen bautismal. ¡Una flor perdurable! El hombre por naturaleza es efímero y frágil: ¡Dios lo eterniza! (Noel Quesson).

3.- Mc 10,32-45. a) En el camino hacia Jerusalén -lo cual no es un dato geográfico, sino un símbolo teológico de su marcha hacia la pasión y la muerte- sitúa Marcos varias escenas programáticas. Jesús «sube» a la pasión, muerte y resurrección, y el evangelista quiere dejar bien claro que los discípulos han de seguir el mismo camino. Jesús va decidido y se adelanta un poco a los demás. Marcos dice que «los discípulos se extrañaban y los que seguían iban asustados».
Jesús les anuncia por tercera vez su muerte. Marcos subraya cada vez que los discípulos no querían entender nada. La primera vez fue Pedro el que tomó aparte a Jesús y le echó en cara que hablara de muerte y fracaso. La segunda vez que Jesús anunció su muerte, los discípulos se pusieron a discutir sobre los primeros puestos. En esta tercera, de nuevo Marcos subraya la cerrazón de los apóstoles: nos cuenta la escena de Santiago y Juan, ambiciosos, en búsqueda de grandeza y poder, pidiendo los primeros puestos en el Reino.
Como respuesta Jesús les anuncia la muerte que deberán asumir esos dos discípulos que ahora piden honores: lo hace con las comparaciones de la copa y el bautismo. Beber la copa es sinónimo de asumir la amargura, el juicio de Dios, la renuncia y el sacrificio. Pasar por el bautismo también apunta a lo mismo: sumergirse en el juicio de Dios, como el mundo en el diluvio, dejarse purificar y dar comienzo a una nueva existencia. La pasión de Cristo -la copa amarga y el bautismo en la muerte- les espera también a sus discípulos. Santiago será precisamente el primero en sufrir el martirio por Cristo.
Los otros diez se llenan de indignación, no porque creyeran que la petición hubiera sido inconveniente, sino porque todos pensaban lo mismo y esos dos se les habían adelantado. Jesús aprovecha para dar a todos una lección sobre la autoridad y el servicio. Se pone a sí mismo como el modelo: «El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos».
b) Por si también nosotros ambicionamos, más o menos conscientemente, puestos de honor o intereses personales en nuestro seguimiento a Jesús, nos viene bien su lección.
La autoridad no la tenemos que entender como la de «los que son reconocidos como jefes de los pueblos», porque esos, según la dura descripción de Jesús «los tiranizan y los oprimen». Para nosotros, «nada de eso». Los cristianos tenemos que entender toda autoridad como servicio y entrega por los demás: «el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». Cuando nos examinamos sinceramente sobre este punto, a veces descubrimos que tendemos a dominar y no a servir, que en el pequeño o grande territorio de nuestra autoridad nos comportamos como los que tiranizan y oprimen. Tendríamos que imitar a Jesús, que estaba en medio de los suyos como quien sirve.
Pero además, y yendo a la raíz de la lección, debemos preguntarnos si aceptamos el evangelio de Jesús con todo incluido, también con la cruz y la «subida» a Jerusalén, sólo en sus aspectos más fáciles. El mundo de hoy nos invita a rehuir el dolor y el sufrimiento.
Lo que cuenta es el placer inmediato. Pero un cristiano se entiende que tiene que asumir a Cristo con todas las consecuencias: «que cargue cada día con su cruz y me siga». Ser cristiano es seguir el camino de Cristo e ir teniendo los mismos sentimientos de Cristo. El va hacia Jerusalén. Nosotros no hemos de rehuir esa dirección.
Igual que el amor o la amistad verdadera, también el seguimiento de Cristo exige muchas veces renuncia, esfuerzo, sacrificio. Como tiene que sacrificarse el estudiante para aprobar, el atleta para ganar, el labrador para cosechar, los padres para sacar la familia adelante.
Depende del ideal que se tenga. Para un cristiano el ideal es colaborar con Cristo en la salvación del mundo. Por eso, en la vida de comunidad muchas veces debemos estar dispuestos al trabajo y a la renuncia por los demás, sin pasar factura. La filosofía de la cruz no se basa en la cruz misma, con una actitud masoquista, sino en la construcción de un mundo nuevo, que supone la cruz. Lo que parece una paradoja -buscar los últimos lugares, ser el esclavo de todos- sólo tiene sentido desde esta perspectiva y este ejemplo de Jesús (J. Aldazábal).
-Iban subiendo hacia Jerusalén; Jesús caminaba delante, y ellos iban sobrecogidos y le seguían medrosos. Escena concreta. Contemplar. Según Marcos, en la construcción de su relato, es la primera vez que el grupo se dirige hacia Jerusalén. Hasta aquí todo tuvo lugar en Galilea o en territorio pagano y he aquí que ahora suben hacia la capital. Jesús va delante.
-Tomando de nuevo a los doce, comenzó a declararles lo que había de sucederle. Y detrás, ¡todos tienen miedo! Gesto afectuoso de Jesús. Les agrupa "junto a El", para hacerles de nuevo "la confidencia... "el tercer anuncio de su Pasión y de su Resurrección".
-"Subimos a Jerusalén: y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, se burlarán de El y le escupirán, y le azotarán y le darán muerte... Pero a los tres días resucitará. Ya hemos señalado que de un anuncio a otro, los detalles son cada vez más precisos. ¡Jesús sabe lo que le espera! Su muerte no es un accidente fortuito en su vida... ¡El sube hacia allá! No es tampoco una fatalidad inevitable... ¡Allá se dirige voluntariamente! Y no es algo banal, desesperante... ¡es un paso hacia la vida! La finalidad es la resurrección... ¡es la gloria! ¿Qué significa esto para mi? ¿Qué plegaria me sugiere?
-Santiago y Juan se acercaron a Jesús... "Concédenos sentarnos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu gloria." Jesús les respondió: "No sabéis lo que pedís." Esta es todavía la postura de los apóstoles: buscan los primeros sitios, buscan "subir", comparten todavía los sueños mesiánicos de su pueblo. El Mesías es aún para ellos -¿y para nosotros hoy?- el triunfador victorioso que arreglará todas las cosas por su poder, con un "soplo de sus labios".
-"¿Podéis beber el cáliz que Yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que Yo he de ser bautizado?" Jesús trata de hacerles comprender cuál es el camino para acceder a la gloria, el suyo. Dos símbolos:
-el cáliz, imagen de algo "difícil de tragar"...
-el bautismo, imagen de la inmersión con su riesgo...
¿Podéis ser sepultados conmigo bajo las aguas, es decir, participar en mi muerte?
-Los diez oyeron esto y se indignaron contra Santiago y Juan. Se indignan porque todos tienen la misma "ambición".
-"Ya sabéis cómo los que en las naciones son príncipes las dominan con imperio y los grandes ejercen poder sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; antes, si alguno quiere ser grande, sea vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos... Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida para redención de muchos." Para Jesús, el camino de la cruz no es ante todo "sufrir" sino "servir". Y es la regla constitutiva de la comunidad de los discípulos: cada uno debe ser servidor, siervo de todos. ¿Por qué? Para hacer como hizo Jesús. Sería una verdadera revolución, muy positiva, si todos nos esforzáramos en "servir" (Noel Quesson).
Camino de Jerusalén, ya cerca de la ciudad. Jesús «va delante»: firme, consciente de su destino. Anuncia por tercera vez la pasión. Tres veces quiere decir insistentemente. Los evangelistas presentan tan explícitas las predicciones, para resaltar que Jesús sabía adónde iba, y lo hacía con generosa libertad.
Como en las anteriores, también en esta última predicción podemos distinguir tres pasos: el anuncio, la incomprensión, el adoctrinamiento.
Anuncio. Es va casi un esquema o programa de los hechos. Subraya las humillaciones. El evangelista escribe para una Iglesia perseguida, que vive en clima de humillación social su propia "pasión".
Incomprensión. Dos de los más destacados en el grupo apostólico manifiestan claramente su ambición de gloria y privilegio. En contraste con la humillación del Hijo del hombre, la iniciativa de los dos hermanos resulta disonante, casi ridícula. Jesús «interpreta» y supera su deseo: tendrán ciertamente aquello que han pedido (la más íntima asociación de destino con el Maestro); pero a un nivel superior (el martirio), no como lo esperaban (la gloria en este mundo)...
Adoctrinamiento. Dirigido a todos los discípulos. Es decir, a todos los cristianos. Sobre todo a los que tendrán alguna especial responsabilidad en la Iglesia. No imitar a los gobernantes del paganismo, que gobiernan esclavizando. Fácil tentación de los dirigentes (cf. 1 Pe 5,2-3). Imitar, en cambio, al Hijo del hombre, el Rey universal y glorioso según Daniel (c. 7) que se ha hecho el servidor, no sólo de Yahvé (perspectiva de los "cánticos" en el Déutero-Isaías), sino también de los hombres (Flp 2,7-8).
Novedad cristiana de la autoridad-servicio. Servicio que se ha realizado en el acto supremo de dar la vida. Servicio-amor (= Jn 15,13). Único lugar del evangelio en que encontramos la palabra «rescate» (lytron), en el sentido teológico de redención. La gente sencilla de aquel tiempo relacionaría la palabra con la liberación de los esclavos o prisioneros de guerra. Los acostumbrados a leer la Biblia pensarían en la liberación de Israel al salir de Egipto. La noción cristiana de "rescate" o redención se amplía, identificándose con la liberación total -de todo pecado esclavitud y servilismo- a partir de la profunda interioridad personal de cada existencia humana. Sólo es libre quien sirve a Dios y a los hermanos, como Cristo, por amor (I. Goma).
Nos encontramos con el tercer anuncio de la pasión (Mc. 10, 32-35). Lo que antes se había anunciado en forma incompleta, ahora se hace realidad al final del camino, es decir, en Jerusalén, el lugar del cumplimiento de las promesas mesiánicas. El tercer anuncio de la pasión se convierte en marco de referencia para entender el relato posterior centrado en las ambiciones de poder de los Zebedeos.
El relato pone dos situaciones en contraste: A Jesús, que marcha a la cabeza, abriendo camino, tomando la iniciativa; y la admiración y miedo de los que lo seguían. El contraste es evidente: para Jesús se ha cumplido el tiempo, ha llegado el momento de enfrentar el poder político, económico y religioso que representa la ciudad de Jerusalén y sus instituciones: "Miren que subimos a Jerusalén, y el hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles". Por otro lado, para sus discípulos, la entrega y el sacrificio de la propia vida no es totalmente clara, sin embargo en este camino donde se anuncia la pasión y la muerte, Jesús se encarga de aclarar con sus palabras el sentido de todo lo que va a suceder.
Marcos nos presenta a Jesús subiendo a Jerusalén, lugar donde se manifestará plenamente el poder de Dios como signo del mayor antipoder. En este trasfondo debemos situar la petición de "Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo" que pretenden tergiversar el contenido del mensaje del Reino, queriéndose sentar a la derecha y a la izquierda, convirtiéndose así en signo de antagonismo mesiánico ya que Jesús plantea la entrega de la propia vida, y ellos pretenden el poder de los primeros puestos. A su vez, la actitud de los Zebedeos es motivo de división y ruptura en la unidad del grupo. Por un lado están los dos hermanos Zebedeos y por otro los diez restantes discípulos, apareciendo como dos grupos enfrentados entre sí. Los llamados y elegidos a ser signo de unidad como experiencia de verdadera vida común, prefieren la confrontación y la lucha por la ambición del poder temporal.
Ante la lucha por el poder en los discípulos, Jesús responde de dos maneras. A los Zebedeos los confronta con la capacidad de entrega de la propia vida y del sacrificio, lo cual se convierte en la clave para entender el discipulado. Los Zebedeos han pedido un trono de poder y Jesús les ofrece beber el cáliz y ser bautizados, haciendo que ellos puedan mantenerse fieles a la causa y a la entrega hasta la muerte. A los demás discípulos los confronta con la realidad de tiranía y opresión que generan los jefes de las naciones con su poder, y establece, como única medida de pertenencia al grupo, el servicio y la entrega. Jesús con sus respuestas pone una vez más la entrega de la propia vida como base de todo seguimiento (servicio bíblico latinoamericano).

lunes, 28 de mayo de 2012


Martes de la 8ª semana de Tiempo Ordinario, año 2. “Predecían la gracia destinada a vosotros; por eso, controlaos bien, estando a la expectativa”: el que se entrega a Dios, recibe cien veces más y la vida eterna, ése sí que es rico.

Primera carta del apóstol san Pedro 1,10-16. Queridos hermanos: La salvación fue el tema que investigaron y escrutaron los profetas, los que predecían la gracia destinada a vosotros. El Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, les declaraba por anticipado los sufrimientos de Cristo y la gloria que seguiría; ellos indagaron para cuándo y para qué circunstancia lo indicaba el Espíritu. Se les reveló que aquello de que trataban no era para su tiempo, sino para el vuestro. Y ahora se os anuncia por medio de predicadores que os han traído el Evangelio con la fuerza del Espíritu enviado del cielo. Son cosas que los ángeles ansían penetrar. Por eso, estad interiormente preparados para la acción, controlándoos bien, a la expectativa del don que os va a traer la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis más a los deseos que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. El que os llamó es santo; como él, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque dice la Escritura: «Seréis santos, porque yo soy santo.»

Salmo 97,1.2-4. R. El Señor da a conocer su victoria.
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclamad al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.

Evangelio según san Marcos 10,28-31. En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: -«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» Jesús dijo: -«Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros.»

Comentario: 1. 1P 1,10-16. a) Si ayer hablaba Pedro de la herencia y la esperanza que nos concede Dios en su misericordia, hoy sigue con el tema, pero situándolo como en tres etapas:
- en el pasado, los profetas del AT, inspirados ya por el Espíritu de Jesús, escrutaban el futuro y «predecían la gracia destinada a vosotros», porque «se les reveló que aquello no era para su tiempo, sino para el vuestro»;
- ahora, los predicadores cristianos, también inspirados por el Espíritu, nos anuncian la buena noticia: que en Cristo Jesús, en su muerte y resurrección, se cumple todo lo anunciado antes;
- y todavía queda otra perspectiva, la del futuro: «estad interiormente preparados para la acción, a la expectativa del don que os va a traer la revelación de Jesucristo».
Mientras tanto, el autor de la carta quiere que los cristianos se controlen, que vivan en la obediencia, que no se amolden a los deseos de antes, sino que vivan en santidad, imitando la santidad del mismo Dios: «Seréis santos porque yo soy santo».
b) Los cristianos vivimos entre la memoria y la profecía, entre el ayer y el mañana. Y sobre todo en la vivencia del presente, del hoy, atentos a los valores fundamentales de nuestra salvación, la salvación que nos ofrece Dios por Cristo, la comunión en su vida.
Si miráramos más de dónde venimos y a dónde vamos, viviríamos más lúcidamente nuestro presente. No sólo porque nuestra existencia estaría transida de esperanza, sino también porque asumiríamos con decisión el compromiso de vivir vigilantes, no dormidos ni indolentes, sino con disponibilidad absoluta, guiados por Cristo, con la consigna de no amoldarnos ya a los criterios de este mundo sino a los de Dios.
Cada Eucaristía nos hace ejercitar esta actitud de memoria del pasado, de profecía abierta al futuro y de celebración vivencial del presente: «Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa (hoy), anunciáis la muerte del Señor (ayer) hasta que venga (mañana)» (I Corintios 11,26).
Por eso la Eucaristía, con la luz de la Palabra y la fuerza de la comunión, nos va ayudando a ordenar nuestros pensamientos, a ir creciendo en la unidad interior de toda la persona, en marcha desde el ayer al mañana, viviendo el hoy con serenidad y empeño. La Eucaristía es nuestro mejor «viático», nuestro alimento para el camino.
-Hermanos, sobre esta salvación investigaron e indagaron los profetas que anunciaron la gracia destinada a vosotros... El Espíritu de Cristo estaba presente en ellos. Ahora, por medio de los que os trajeron e1 evangelio, os lo ha comunicado el Espíritu Santo enviado del cielo...
Tanto en el ritual judío como en la celebración cristiana de la vigilia pascual, se lee el pasaje de Éxodo, 12: la comida pascual, el cordero inmolado cuya sangre salva de la esclavitud y de la muerte.
San Pedro, en su homilía «actualiza ese mensaje»: lo que los antiguos profetas anunciaban, ¡sucede «HOY» y se realiza para vosotros! Y Pedro, siguiendo la costumbre de los primeros apóstoles, afirma la continuidad absoluta del Antiguo y del Nuevo Testamento: es el mismo Espíritu el inspirador de los «profetas» antiguos... y el de los «predicadores actuales del evangelio»...
En mi vida, ¿creo yo de veras que el Espíritu está ahí, presente en estas Palabras divinas escritas... y que está presente también en mi corazón para que yo las comprenda? ¿Qué espera de mí el Espíritu?
-Por lo tanto, tened alertado vuestro espíritu como servidores preparados para el servicio. Es por nuestro propio «espíritu» vigilante que podremos captar al «Espíritu».
El cristiano, ante todo es un hombre siempre alerta, siempre atento al Espíritu, disponible, despierto, vivo, vigilante. Y para expresar esto Pedro utiliza espontáneamente una imagen de Jesús que recuerda bien: manteneos bien ceñida la cintura y con vuestras lámparas encendidas, como el servidor siempre pronto a la acción...
Imagen viva, muy simpática. Pero, ¿ocurre siempre así? o, por el contrario: ¿vivimos medio dormidos, aburridos, dejándonos llevar por la pasividad? ¡Ven Señor, mantén mi mente despierta! ¡Hazme vigilante, disponible!
-Poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la revelación de Jesucristo. No hay ninguna razón para hundirse en el pesimismo. Pedro no habla de desesperanza sino de esperanza perfecta. El mundo no se dirige hacia la nada o la perdición, sino ¡hacia la "revelación de Jesucristo"!
Pedro recuerda. Había visto y oído a Jesús en Palestina. Vivía en la esperanza de volver a verle. Y trataba de comunicar esa esperanza a sus oyentes. En griego la palabra «revelación» es el término «apocalipsis», «levantar el velo que cubre una cosa». Sí, Señor Jesús, Tú estás ahí, presente, pero escondido bajo un velo. Un día ese velo se rasgará y te veré. Haz que te encuentre HOY en mi vida y en mi oración. Y ¡que la espera de tu encuentro, cara a cara, al final de mi vida, ilumine de esperanza y de alegría cada uno de mis días en la tierra!
-No os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia. Más bien así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta.
¡Solamente esto! He ahí la espiritualidad aconsejada a esos recién bautizados que están escuchando a Pedro: ¡el ideal es muy alto! Imitar a Dios. En eso también Pedro repite lo que había oído decir a Jesús: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. La gracia de mi bautismo es una llamada a la perfección. Pedir el bautismo para un niño es lanzarlo a esa maravillosa aventura, de ser ¡un «hombre perfecto»! (Noel Quesson).

2. El salmo 96/97 presenta una perspectiva de salvación universal referida a los últimos tiempos, similar a la que encontramos en algunos pasajes del libro de Isaías (Is 40,10;59,19-20;60,1;62,11, etc). Anuncia, por tanto, la obra redentora de Cristo. San Pablo expone la participación de toda la creación en la alegría de la salvación final en Rm 8,21-22 (Biblia de Navarra).

3.- Mc 10,28-31. a) Ayer el joven rico se marchó triste, sin decidirse a seguir a Jesús. Hoy Pedro, que sí le ha seguido, se lo recuerda: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». El resto ya se sobreentiende (y Mateo lo explícita en su evangelio): ¿qué recibiremos en cambio?
La respuesta de Jesús es esperanzadora y misteriosa a la vez: «Recibirá en este tiempo cien veces más y en la edad futura vida eterna». No se trata de cantidades aritméticas y tantos por ciento. La respuesta se refiere a la nueva familia que se crea en torno a Jesús: dejamos un hermano y encontramos cien. Ya habla Jesús cuáles eran los lazos de esta nueva familia: «¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34s).
b) En el fondo de la interpelación de Pedro está su concepto político e interesado del mesianismo, un concepto todavía muy poco maduro. ¿Pregunta acaso una madre cuánto le van a pagar por su trabajo? ¿Pone un amigo precio a un favor? ¿Pasó factura Jesús por su entrega en la cruz? Los discípulos buscan puestos de honor, recompensas humanas, soluciones económicas y políticas. Jesús y su Espíritu les irán ayudando a madurar en su fe, hasta que después de la Pascua se entreguen también ellos gratuita y generosamente al servicio de Cristo Jesús y de la comunidad, hasta su muerte.
Una experiencia de ese ciento por uno que promete Jesús la tienen tantos cristianos laicos que desde su condición en la sociedad entregan sus mejores energías a trabajar por el Reino de Dios. Ya saben lo que es la generosidad de Dios en este mundo, a la vez que esperan en el otro la vida eterna prometida al siervo bueno y fiel.
De un modo especial esta experiencia la tienen los que han abrazado la vida religiosa o el ministerio ordenado dentro de la comunidad como estado permanente de vida. Han entrado en la dinámica de este otro género de familia y parentesco: los hermanos y los hijos los cuentan por centenares y miles. No han formado familia propia, pero no por eso han dejado de amar: al contrario, están más plenamente disponibles para todos, movidos de un amor universal, no por una paga a corto plazo.
Unos y otros saben también que sigue siendo verdad una palabra muy breve pero muy realista que Marcos ha añadido a la lista de las ventajas: «con persecuciones». Jesús promete la vida eterna, después, y ya desde ahora una gran satisfacción. Pero no asegura el éxito y la felicidad y el aplauso de todos. En todo caso, la felicidad del que se sacrifica por los demás. Lo que sí promete es la cruz y las persecuciones. Una cruz que estaba incluida también en su programa mesiánico y que varias veces ha asegurado que les tocará llevar también a sus discípulos. Lo que vale cuesta. A la Pascua salvadora se llega por el vía crucis del Viernes Santo. El amor muchas veces supone sacrificio. Pero vale la pena (J. Aldazábal).
No hay camino cristiano sin "via crucis". No hay arte de vivir según el Evangelio sin morir a sí mismo. La resurrección está unida a la cruz, y la vida a lo que Dios tiene que arrancar de nuestra vida para conducirnos a la suya. La renuncia es una palabra que hoy se quiere olvidar; sin embargo, no habrá vino de calidad si el viñador no podó la cepa. Si la poda, lo hace también por amor a la planta que debe producir fruto. El hombre que renuncia no es un mutilado. Es, como dice Jean-Claude Barrault en "Sourvenirs pour demain", un hombre que se apasiona por todo y no tiene apego a nada. Renunciar no es perder la vida. El Reino, que es riqueza, sólo puede colmar a los enamorados de la vida, pues éstos distinguen lo que es esencial: su pobreza y su necesidad de que les salven. El evangelio de este día tiene un aire falsamente "moral". Y se engañaría quien pensara que Jesús nos invita a una superación cada vez mayor en el respeto a una ley cada vez más exigente. Lo que ocupa el centro de estas páginas es la salvación. "Entonces, ¿quién puede salvarse?" -"Es imposible para los hombres, no para Dios". El cristianismo, aunque predica un determinado arte de vivir, nunca se reducirá a una moral. Si hemos de reconocer que ante Dios somos pobres, es para recobrar nuestra condición original, cuando salimos desnudos de las manos de Dios. La salvación, lo mismo que la creación, siempre será una gracia (Dios cada día, Sal terrae).
-Aquí Pedro, tomando la palabra dijo a Jesús: "Bien ves que nosotros hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido." Jesús ha pedido al joven rico que lo venda todo y lo siga. Pedro se alegra de hacer resaltar inmediatamente lo que ellos han hecho. Quizá haya algo de vanagloria en esa intervención de Pedro... pero sus palabras son también la expresión de una infinita generosidad.
-Jesús declaró: "En verdad os digo: Nadie, que por amor de mí y del Evangelio haya dejado... De paso, notamos de nuevo la exorbitante pretensión de Jesús. La persona que dice esto es o un desequilibrado mental o un hombre verdaderamente extraordinario. Ahora bien, Jesús a lo largo de su vida ha probado ser inteligente, equilibrado, humilde, estar sano. Hay pues que admitir que tenía una conciencia lúcida y precisa del papel que iba a desempeñar en la historia de la humanidad.
Sí, millones de hombres y de mujeres, desde dos mil años, lo han dejado todo "por su causa". ¿En qué me afecta esta cuestión? ¿Qué plegaria me sugiere?
-Una casa, hermanos, hermanas, un padre, una madre, hijos o un país... ¡No es por desprecio a estas cosas, tan buenas en sí, por lo que uno las deja! No es por falta de amor. Jesús ha repetido una y otra vez que hay que amar a sus hermanos, a su padre, a su madre... Hay pues aquí una motivación escondida y poderosa: para abandonar cosas tan grandes, hay que hacerlo por algo que es mucho más grande aún. ¿Qué sentido doy a mis renuncias? ¿Tengo yo una actitud meramente negativa? o bien ¿hago una opción, una elección que sobrepasa todo esto?
-Sin que reciba, ya en este tiempo, el céntuplo... Renunciar a muchas cosas, por amor a Jesús, no es renunciar a la felicidad. Jesús promete a aquellos que le seguirán que serán personas colmadas, ya aquí abajo. Se recibe cien veces más de lo que se abandona, dice Jesús.
-Casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, tierras, con algunas persecuciones... Comparad la lista de las cosas abandonadas y de las que se centuplican. En un punto hay falta: no se reciben cien "padres", pues el Padre sigue siendo único... En un punto hay aumento: ¡se reciben "persecuciones" al céntuplo! La felicidad prometida, ese céntuplo prometido, esta plenitud de relaciones de amor... no se adquieren sin sufrimientos y sin persecuciones.
El sentido global de esta palabra de Jesús es, sin embargo, netamente gozoso. Si no lo sentimos así, es sin duda porque hoy vivimos bastante mal el evangelio. Muchos testimonios históricos nos prueban que los primeros cristianos vivieron en un clima de generosidad y de alegría. También los primeros lectores de san Marcos, en Roma, por ejemplo: "tenéis persecuciones, es verdad, pero mirad también qué maravillosa vida tenéis... dais vuestras casas, las abrís a todos, pero en todas partes estáis en casa, recibís una hospitalidad total... quizá habéis renunciado a ciertos lazos familiares pero vivís con lazos de amistad profunda con múltiples hermanos y hermanas..."
-Y la vida eterna en el mundo venidero. En definitiva, para el que cree que la "vida eterna" no es charlatanería, es verdad que es mucho más lo que se gana que lo que se renuncia.
-Muchos de los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros. Nuestro mundo está falseado. ¡Hay que invertir los valores para ver acertadamente! (Noel Quesson).
El texto de hoy es la tercera parte del gran tríptico planteado por Jesús en torno a la riqueza y, en consecuencia, es continuación del texto del día anterior.
Marcos no quiere plantear el tema de la riqueza en teoría; lo acentúa para confrontar la manera de ser y de actuar de los discípulos. Por eso ha construido la enseñanza de Jesús a partir de estas tres grandes partes:
El texto nos plantea que la pobreza por el Evangelio no puede quedarse en una simple renuncia a los bienes materiales, ni mucho menos en un paternalismo expresado en darle a los bienes un fin social. El mensaje de Jesús pide más: organizar toda la vida en función de los valores del Reino. De esta manera los discípulos se convierten en punto de referencia frente al rico y frente a todos aquellos que han puesto sus bienes por encima del Reino de Dios.
Así pues, los verdaderos seguidores de Jesús son aquellos que asumen de una manera incondicional el camino del Reino. En nombre de ellos Pedro toma la palabra y dice: "Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Es decir, los discípulos han asumido una actitud y una forma de ser en coherencia con la propuesta de Jesús, han renunciado a las riquezas de este mundo para estar en total disponibilidad para asumir los valores del Reino planteado por Jesús.
Jesús le responde a Pedro: "Yo les aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno". En la respuesta podemos ver cómo Marcos une de manera magistral dos temas: la riqueza, representada en las figuras del principio y del final: "la casa y la hacienda"; y la familia, representada en las figuras del centro: "hermanos, hermanas, madre, padre, hijos". La casa recoge de una manera global la idea de todos los bienes, tanto familiares como materiales. Por tanto, los discípulos de Jesús lo han dejado todo rompiendo con aquellas cosas que generan apegos en la vida: la familia tradicional que encadena con sentimientos que no dejan vivir la libertad; y las riquezas que generan egoísmo, injusticias y desigualdad.
Jesús exige romper con estas estructuras que generan apegos para vivir los principios de una nueva vida que lleva a sus seguidores a que descubran que donde se deja uno (posesiones), se recibe ciento y se construye una nueva familia, amplia y extensa que no está unida por los vínculos de la sangre y de la carne, sino por la comunión con el proyecto del Reino, donde se deben compartir los bienes de la tierra en solidaridad y comunión fraterna. De esta forma, la ruptura (dejar el modo viejo de vivir: el egoísmo y la acumulación) se vuelve para Jesús en un principio nuevo de vida porque, paradójicamente, la donación total se convierte en espacio de abundancia de bienes y familia (servicio bíblico latinoamericano).
Centuplicado. Todos los verdaderos pobres son ricos. "¿No os parece rico, exclama S. Ambrosio, el que tiene la paz del alma, la tranquilidad y el reposo, el que nada desea, no se turba por nada, no se disgusta por las cosas que tiene desde largo tiempo, y no las busca nuevas?". A diferencia de San Mateo (19, 27 ss.), no se habla aquí del que deja la esposa, y se acentúa en cambio que esta recompensa se refiere a la vida presente, aun en medio de las persecuciones tantas veces anunciadas por el Señor a sus discípulos. Cf. Luc. 18, 29: Respondióles: "En verdad, os digo, nadie dejará casa o mujer o hermanos o padres o hijos a causa del reino de Dios".


Lunes de la 8ª semana tiempo ordinario

Primera carta del apóstol san Pedro 1, 3-9. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego-llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

Salmo 110,1-2.5-6.9ab.10c. R. El Señor recuerda siempre su alianza.

Doy gracias al Señor de todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea. Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman.

Él da alimento a sus fieles, recordando siempre su alianza; mostró a su pueblo la fuerza de su obrar, dándoles la heredad de los gentiles.

Envió la redención a su pueblo, ratificó para siempre su alianza; la alabanza del Señor dura por siempre.

Evangelio según san Marcos 10,17-27. En aquel tiempo, cuando salta Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: -«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» Jesús le contestó: -« ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.» Él replicó: -«Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.» Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: -«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.» A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: -«¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!» Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: -«Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por todo.» el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.» Ellos se espantaron y comentaban: -«Entonces, ¿quién puede salvarse?» Jesús se les quedó mirando y les dijo: -«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede.

Comentario: 1. 1P 1, 3-9. Empezamos hoy la lectura continua de la primera epístola de san Pedro. Escrita hacia el año 64, después de las Epístolas de san Pablo -que fueron escritas entre el 50 y el 64, pero antes de los evangelios que fueron escritos entre el 64 y el 90. Centrada sobre el tema del «bautismo», esta Epístola es quizá una homilía pronunciada en una vigilia pascual en la que tenían lugar los bautizos de adultos. Y el comienzo de esta homilía podría ser la repetición del Himno o Canto de Entrada que inauguraba la celebración. Himno primitivo que expresa a la perfección los sentimientos que debían de experimentar los hombres que recibían el bautismo: regeneración, renacimiento, renuevo de vida, esperanza. El signo y la causa de ese «nuevo nacimiento», residen en la Resurrección de Jesús, cuya fiesta se celebra esa noche. ¿Mi vida de bautizado? ¿Qué es para mí? ¿Soy capaz de dar gracias a Dios por mi bautismo? ¿Me apoyo en la gracia de mi bautismo para «renacer» de nuevo hoy, para marchar sin cesar como un ser nuevo, renovado. -Esta herencia es reservada en los cielos para vosotros a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación, dispuesta ya a ser revelada al final de los tiempos.

Los primeros cristianos, más que ahora nosotros, estaban a la espera y la esperanza de la realización escatológica: ¿tiendo yo también a ese futuro que Dios está preparándome, tiendo hacia ese término final?

-Rebosáis ya de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas.

La predicación de Pedro es realista. La vida no es divertida y sin embargo... el cristiano es un «hombre feliz», incluso en las pruebas.

¿Puede decirse de mí que «salto de gozo»? Y, en este caso, ¿en qué se apoya mi alegría?

-Esas pruebas verificarán la calidad de vuestra fe que es mucho más preciosa que el oro. La fuente de la alegría es la Fe. Pedro describe esa alegría de la fe con lirismo: «¡rebosáis ya de una alegría inefable que os transfigura!» Las pruebas mismas no destruyen la alegría porque profundizan la calidad de la Fe. Reflexiono detenida y pausadamente sobre mis pruebas, y las pruebas de la Iglesia... Para considerar de qué modo esas pruebas me acercan más a Dios.

-...Cuando se revelará Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto y en quien creéis aunque de momento no le veáis.

Estar bautizado es perdurar en un lazo de amor y de fe personal con Jesús... En la espera de verle un día (Noel Quesson).

2. catequesis de Juan Pablo II

Grandes son las obras del Señor

Queridos hermanos y hermanas:

1. Hoy sentimos un viento fuerte. El viento en la sagrada Escritura es símbolo del Espíritu Santo. Esperamos que el Espíritu Santo nos ilumine ahora en la meditación del salmo 110, que acabamos de escuchar. Este salmo encierra un himno de alabanza y acción de gracias por los numerosos beneficios que definen a Dios en sus atributos y en su obra de salvación: se habla de "misericordia", "clemencia", "justicia", "fuerza", "verdad", "rectitud", "fidelidad", "alianza", "obras", "maravillas", incluso de "alimento" que él da y, al final, de su "nombre" glorioso, es decir, de su persona. Así pues, la oración es contemplación del misterio de Dios y de las maravillas que realiza en la historia de la salvación.

2. Comenta Benedicto XVI: “El Salmo comienza con el verbo de acción de gracias que se eleva del corazón del orante, pero también de toda la asamblea litúrgica (cf. v. 1). El objeto de esta oración, que incluye también el rito de la acción de gracias, se expresa con la palabra "obras" (cf. vv. 2.3.6.7). Esas obras son las intervenciones salvíficas del Señor, manifestación de su "justicia" (cf. v. 3), término que en el lenguaje bíblico indica ante todo el amor que genera salvación.

Por tanto, el núcleo del Salmo se transforma en un himno a la alianza (cf. vv. 4-9), al vínculo íntimo que une a Dios con su pueblo y que comprende una serie de actitudes y gestos...

Este vínculo de amor incluye el don fundamental del alimento y, por tanto, de la vida (cf. Sal 110,5), que, en la relectura cristiana, se identificará con la Eucaristía, como dice san Jerónimo: "Como alimento dio el pan bajado del cielo; si somos dignos de él, alimentémonos". Luego viene el don de la tierra, "la heredad de los gentiles" (Sal 110,6), que alude al grandioso episodio del Éxodo, cuando el Señor se reveló como el Dios de la liberación. Por tanto, la síntesis del cuerpo central de este canto se ha de buscar en el tema del pacto especial entre el Señor y su pueblo, como declara de modo lapidario el versículo 9: "Ratificó para siempre su alianza".

El salmo 110 concluye con la contemplación del rostro divino, de la persona del Señor, expresada a través de su "nombre" santo y trascendente. Luego, citando un dicho sapiencial (cf. Pr 1,7; 9,10; 15,33), el salmista invita a todos los fieles a cultivar el "temor del Señor" (Sal 110,10), principio de la verdadera sabiduría. Este término no se refiere al miedo ni al terror, sino al respeto serio y sincero, que es fruto del amor, a la adhesión genuina y activa al Dios liberador. Y, si las primeras palabras del canto habían sido una acción de gracias, las últimas son una alabanza: del mismo modo que la justicia salvífica del Señor "dura por siempre" (v. 3), así la gratitud del orante no tiene pausa: "La alabanza del Señor dura por siempre" (v. 10). Para resumir, el Salmo nos invita al final a descubrir las muchas cosas buenas que el Señor nos da cada día. Nosotros vemos más fácilmente los aspectos negativos de nuestra vida. El Salmo nos invita a ver también las cosas positivas, los numerosos dones que recibimos, para sentir así la gratitud, porque sólo un corazón agradecido puede celebrar dignamente la gran liturgia de la gratitud, la Eucaristía.

Para concluir nuestra reflexión, quisiéramos meditar con la tradición eclesial de los primeros siglos cristianos el versículo final con su célebre declaración, reiterada en otros lugares de la Biblia (cf. Pr 1,7): "El principio de la sabiduría es el temor del Señor" (Sal 110,10). El escritor cristiano Barsanufio de Gaza, en la primera mitad del siglo VI, lo comenta así: "¿Qué es principio de la sabiduría sino abstenerse de todo lo que desagrada a Dios? ¿Y de qué modo uno puede abstenerse sino evitando hacer algo sin haber pedido consejo, o no diciendo nada que no se deba decir, y además considerándose a sí mismo loco, tonto, despreciable y totalmente inútil?". Con todo, Juan Casiano, que vivió entre los siglos IV y V, prefería precisar que "hay una gran diferencia entre el amor, al que nada le falta y que es el tesoro de la sabiduría y de la ciencia, y el amor imperfecto, denominado "principio de la sabiduría"; este, por contener en sí la idea del castigo, queda excluido del corazón de los perfectos al llegar la plenitud del amor". Así, en el camino de nuestra vida hacia Cristo, el temor servil que hay al inicio es sustituido por un temor perfecto, que es amor, don del Espíritu Santo”.

3. Así que salió Jesús para ponerse en camino... un hombre corrió hacia él y arrodillándose a sus pies... "Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?" Escena muy viva. Un hombre de deseo: corre... se lanza de rodillas a sus pies... sin aliento, le pregunta. Esta, su pregunta, es ¡la pregunta esencial!

-"¿Por qué me llamas "Bueno"? Nadie es "Bueno" sino solo Dios. Respuesta tajante ¡como una cuchilla! ¡Jesús es el hombre que tiene siempre a "Dios" en la boca! Es su referencia constante. Dios. Sólo Dios. Rezo a partir de esta frase de Jesús.

-Tú sabes los mandamientos... Maestro, los he observado desde mi juventud... He aquí a un hombre recto, concienzudo, que observa la Ley, que está en regla. Leyendo este relato, los primeros lectores de Marcos podían comprender que para ser un buen discípulo no basta con cumplir la Ley. La Ley, ese hombre la cumple... y sin embargo, ¡le falta algo para ser un discípulo!

-Jesús mirándolo le mostró afecto y le dijo... La mirada de Jesús. Trato de imaginar que se posa también sobre mí... sobre aquellos con los que convivo, con los que tengo a mi cargo... El afecto de Jesús. Jesús ama, Jesús afectuoso. Y todo lo que dirá después es una prueba de este amor.

-"Una sola cosa te falta: Vete, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego ¡ven y sígueme!" Encontramos de nuevo lo que Jesús no cesa de repetir.

-Fue la primera llamada (Mc 1, 18-19): "Venid y seguidme... dejando enseguida sus redes... dejando a su padre en la barca... -Fue la primera instrucción a los discípulos al enviarles en misión (Mc 6, 8): "les ordenó no tomar nada para el camino, ni pan, ni saco, ni dinero en el cinturón..."

-Fue la primera consecuencia que había que sacar del primer "anuncio de la Pasión" (Mc8, 34): "si alguno quiere venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo..." Jesús es coherente en sus ideas. Lo pide "todo o nada". Para seguirle a El, hay que abandonar todo lo restante. Exigencia infinita. El evangelio no es una buena recetita tranquilizadora, es la más formidable aventura, el riesgo, el "ahí-va-todo".

-Se marchó triste porque tenía mucha hacienda... Mirando en tomo suyo dijo a sus discípulos: "¡Cuán difícilmente entrarán en el Reino de Dios, los que poseen riquezas!" Los discípulos se quedaron espantados con estas palabras. Pero Jesús continuó: "Es más fácil a un camello pasar por el agujero de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios". Cada vez más desconcertados los discípulos decían entre sí:

"Entonces, ¿quién puede salvarse? "A los hombres sí les es imposible, mas no a Dios, porque a Dios todo le es posible". El "humor" de Jesús: esta comparación del "camello" y el agujero de la aguja. Lo serio de Jesús: esta "imposibilidad"… Incluso con las renuncias más extraordinarias, incluso dando todas nuestras riquezas a los pobres -dirá también san Pablo a los Corintios (13, 3), somos incapaces de entrar en el Reino de Dios. Dios solo... puede hacerlo. Hago mi oración sobre esta frase (Noel Quesson).

Aquel se marcho pesaroso, estropeando la mirada de ternura que había suscitado en Jesús y prefiriendo seguir en sus propias seguridades. Su búsqueda de la vida estaba subordinada a su propia seguridad. Ésta usurpaba el papel de Dios. Y también puede usurparla en nosotros, aunque no seamos ricos. Puede haber otras seguridades que son nuestro irrenunciable tesoro. No podemos olvidar que nuestro tesoro está, donde está nuestro corazón. Y, desde ahí, nos tenemos que preguntar: ¿nuestro corazón está en el Dios del Reino y en la búsqueda del Reino de Dios como algo irrenunciable u otras seguridades nos impiden el acceso a la vida en plenitud? ¿Cuáles son? ¿Estamos dispuestos a renunciar a estas falsas seguridades? ¿Si no lo estamos en este momento, esperamos que Dios nos cambie el corazón, puesto que para Él nada hay imposible? (José Vico Peinado).

El Papa Juan Pablo II nos ha regalado un espléndido comentario al evangelio de hoy. Se halla en su Encícilica "Veritatis Splendor", a partir del número 8 y hasta el 18, de donde entresacamos los textos siguientes. No podemos perderlos.

Desde la profundidad del corazón surge la pregunta que el joven rico dirige a Jesús de Nazaret: una pregunta esencial e ineludible para la vida de todo hombre, pues se refiere al bien moral que hay que practicar y a la vida eterna. El interlocutor de Jesús intuye que hay una conexión entre el bien moral y el pleno cumplimiento del propio destino. El es un israelita piadoso que ha crecido, diríamos, a la sombra de la Ley del Señor. Si plantea esta pregunta a Jesús, podemos imaginar que no lo hace porque ignora la respuesta contenida en la Ley. Es más probable que la fascinación por la persona de Jesús haya hecho que surgieran en él nuevos interrogantes en torno al bien moral. Siente la necesidad de confrontarse con aquel que había iniciado su predicación con este nuevo y decisivo anuncio: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15).

Es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener de El la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo. El es el Maestro, el Resucitado que tiene en sí mismo la vida y que está siempre presente en su Iglesia y en el mundo. Es El quien desvela a los fieles el libro de las Escrituras y, revelando plenamente la voluntad del Padre, enseña la verdad sobre el obrar moral. Fuente y culmen de la economía de la salvación, Alfa y Omega de la historia humana (cf. Ap 1,8; 21,6; 22,13), Cristo revela la condición del hombre y su vocación integral. Por esto, "el hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -y no sólo según pautas y medidas de su propio ser. que son inmediatas, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes-, debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en El con todo su ser. Debe apropiarse y asimilar toda l a realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo. Si se realiza en él este hondo proceso, entonces da frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo".

Si queremos, pues, penetrar en el núcleo de la moral evangélica y comprender su contenido profundo e inmutable, debemos escrutar cuidadosamente el sentido de la pregunta hecha por el joven rico del Evangelio y, más aún, el sentido de la respuesta de Jesús, dejándonos guiar por El. En efecto, Jesús, con delicada solicitud pedagógica, responde llevando al joven como de la mano, paso a paso, hacia la verdad plena.

"Uno sólo es el Bueno" (Mt 19,17). Jesús dice: "¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mt 19,17). En las versiones de los evangelistas Marcos y Lucas la pregunta viene formulada así: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios" (Mc 10,18; cf Lc 18,19).

Antes de responder a la pregunta, Jesús quiere que el joven se aclare a sí mismo el motivo por el que lo interpela. El "Maestro bueno" indica a su interlocutor -y a todos nosotros- que la respuesta a la pregunta, "¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?", sólo puede encontrarse dirigiendo la mente y el corazón a Aquel que "solo es el Bueno": "Nadie es bueno sino sólo Dios" (Mc 10,18; cf. Lc 18,19). Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien, porque El es el Bien.

En efecto, interrogarse sobre el bien significa en último término dirigirse a Dios, que es plenitud de la bondad. Jesús muestra que la pregunta del joven es en realidad una pregunta religiosa y que la bondad, que atrae y al mismo tiempo vincula al hombre, tiene su fuente en Dios, más aún, es Dios mismo: Aquél que sólo es digno de ser amado "con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente" (cf Mt 22,37), Aquel que es la fuente de la felicidad del hombre. Jesús relaciona la cuestión de la acción moralmente buena con sus raíces religiosas, con el reconocimiento de Dios, única bondad, plenitud de la vida, término último del obrar humano, felicidad perfecta.

La Iglesia, iluminada por las palabras del Maestro, cree que el hombre, hecho a imagen del Creador, redimido con la sangre de Cristo y santificado por la presencia del Espíritu Santo, tiene como fin último de su vida ser "alabanza de la gloria" de Dios (cf. Ef 1,12), haciendo así que cada una de sus acciones refleje su esplendor. "Conócete a ti misma, alma hermosa: tú eres la imagen de Dios -escribe san Ambrosio-. Conócete a ti mismo, hombre: tú eres la gloria de Dios (1 Cor 11,7). Escucha de qué modo eres su gloria. Dice el profeta: Tu ciencia es misteriosa para mí (Sal 138,6), es decir: tu majestad es más admirable en mi obra, tu sabiduría es exaltada en la mente del hombre. Mientras me considero a mí mismo, a quien tú escrutas en los secretos pensamientos y en los sentimientos íntimos, reconozco los misterios de tu ciencia. Por tanto, conócete a ti mismo, hombre, lo grande que eres y vigila sobre ti..." .

La afirmación de que "uno solo es el Bueno" nos remite así a la "primera tabla" de los mandamientos, que exige reconocer a Dios como Señor único y absoluto, y a darle culto solamente a El porque es infinitamente santo (cf. Ex 20,2-11). El bien es pertenecer a Dios, obedecerle, caminar humildemente con El practicando la justicia y amando la piedad (cf. Miq 6, 8). Reconocer al Señor como Dios es el núcleo fundamental, el corazón de la Ley, del que derivan y al que se ordenan los preceptos particulares. Mediante la moral de los mandamientos se manifiesta la pertenencia del pueblo de Israel al Señor, porque Dios solo es Aquél que es bueno. Este es el testimonio de la Sagrada Escritura, cuyas páginas están penetradas por la viva percepción de la absoluta santidad de Dios: "Santo, santo, santo, Señor de los ejércitos" (Is 6, 3).

Pero si Dios es el Bien, ningún esfuerzo humano, ni siquiera la observancia más rigurosa de los mandamientos, logra "cumplir" la Ley, es decir, reconocer al Señor como Dios y tributarle la adoración que a El solo es debida (cf. Mt 4, 10). El "cumplimiento" puede lograrse sólo como un don de Dios: es el ofrecimiento de una participación en la Bondad divina que se revela y se comunica en Jesús, aquél que el joven rico llama con las palabras "Maestro bueno" (Mc 10,17; Lc 18,18). Lo que quizás en ese momento el joven logra solamente intuir será plenamente revelado al final por Jesús mismo con la invitación "ven, y sígueme" (Mt 19,21).

"Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mt 19,17). Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien porque El es el Bien. Pero Dios ya respondió a esta pregunta: lo hizo creando al hombre y ordenándolo a su fin con sabiduría y amor, mediante la ley inscrita en su corazón (cf. Rom 2, 15), la "ley natural" . Esta "no es más que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios dio esta luz y esta ley en la creación" . Después lo hizo en la historia de Israel, particularmente con las "diez palabras", o sea, con los mandamientos del Sinaí, mediante los cuales El fundó el pueblo de la Alianza (cf. Ex 24) y lo llamó a ser su "propiedad personal entre todos los pueblos", "una nación santa" (Ex 19, 5-6), que hiciera resplandecer su santidad entre todas las naciones (cf. Sab 18, 4; Ez 20, 41). La entrega del Decálogo es promesa y signo de la Alianza Nueva, cuando la ley será escrita nuevamente y de modo definitivo en el corazón del hombre (cf . Jer 31, 31-34), para sustituir la ley del pecado, que había desfigurado aquel corazón (cf. Jer 17, 1). Entonces será dado "un corazón nuevo" porque en él habitará "un espíritu nuevo" , el Espíritu de Dios (cf. Ez 36, 24-28).

Por esto, y tras precisar que "uno solo es el Bueno", Jesús responde al joven [en la versión de san Mateo]: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mt 19, 17). De este modo, se enuncia una estrecha relación entre la vida eterna y la obediencia a los mandamientos de Dios: los mandamientos indican al hombre el camino de la vida eterna y a ella conducen. Por boca del mismo Jesús, nuevo Moisés, los mandamientos del Decálogo son nuevamente dados a los hombres; El mismo los confirma definitivamente y nos los propone como camino y condición de salvación. El mandamiento se vincula con una promesa: en la Antigua Alianza el objeto de la promesa era la posesión de la tierra en la que el pueblo gozaría de una existencia libre y según justicia (cf. Dt 6,20-25); en la Nueva Alianza el objeto de la promesa es el "reino de los cielos", tal como lo afirma Jesús al comienzo del "Sermón de la Montaña" -discurso que contiene la formulación más amplia y completa de la Ley Nueva (cf. Mt 5-7)-, en clara conexión con el Decálogo entregado por Dios a Moisés en el monte Sinaí. A esta misma realidad del Reino se refiere la expresión "vida eterna", que es participación en la vida misma de Dios; aquélla se realiza en toda su perfección sólo después de la muerte, pero, desde la fe, se convierte ya desde ahora en luz de la verdad, fuente de sentido para la vida, incipiente participación de una plenitud en el seguimiento de Cristo. En efecto, Jesús dice a sus discípulos después del encuentro con el joven rico: "Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna" (Mt 19, 29).

La respuesta de Jesús no le basta todavía al joven, que insiste preguntando al Maestro sobre los mandamientos que hay que observar: ""¿Cuáles?", le dice él" (Mt 19, 18). Le interpela sobre qué debe hacer en la vida para dar testimonio de la santidad de Dios. Tras haber dirigido la atención del joven hacia Dios, Jesús le recuerda los mandamientos del Decálogo que se refieren al prójimo: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre y amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 19, 18-19).

Por el contexto del coloquio y, especialmente, al comparar el texto de Mateo con las perícopas paralelas de Marcos y de Lucas, aparece que Jesús no pretende detallar todos y cada uno de los mandamientos necesarios para "entrar en la vida" sino, más bien, indicar al joven la "centralidad" del Decálogo respecto a cualquier otro precepto, como interpretación de lo que para el hombre significa "Yo soy el Señor tu Dios". Sin embargo, no nos pueden pasar desapercibidos los mandamientos de la Ley que el Señor recuerda al joven: son determinados preceptos que pertenecen a la llamada "segunda tabla" del Decálogo, cuyo compendio (cf. Rom 13,8-10) y fundamento es el mandamiento del amor al prójimo: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 19, 19; cf. Mc 12, 31). En este precepto se expresa precisamente la singular dignidad de la persona humana, la cual es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma". En efecto, los diversos mandamientos del Decálogo no son más que la refracción del único mandamiento que se refiere al bien de la persona, como compendio de los múltiples bienes que connotan su identidad de ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con el prójimo y con el mundo material. Como leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica, "los diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto, indirectamente, los derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana".

Todo ello no significa que Cristo pretenda dar la precedencia al amor al prójimo o, más aún, separarlo del amor a Dios. Esto lo confirma su diálogo con el doctor de la Ley, el cual hace una pregunta muy parecida a la del joven. Jesús le remite a los dos mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo(cf. Lc 10, 25-27) y le invita a recordar que sólo su observancia lleva a la vida eterna: "Haz eso y vivirás" (Lc 10, 28). Es pues significativo que sea precisamente el segundo de estos mandamientos el que suscite la curiosidad y la pregunta del doctor de la ley: "¿Quién es mi prójimo?" (Lc 10, 29). El Maestro responde con la parábola del buen samaritano, la parábola-clave para la plena comprensión del mandamiento del amor al prójimo (cf. Lc 10, 30-37).

Los dos mandamientos, de los cuales "penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,40), están profundamente unidos entre sí y se compenetran recíprocamente. De su unidad inseparable da testimonio Jesús con sus palabras y su vida: su misión culmina en la Cruz que redime (cf. Jn 3, 14-15), signo de su amor indivisible al Padre y a la humanidad (cf. Jn 13,1).

Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son explícitos en afirmar que sin el amor al prójimo, que se concreta en la observancia de los mandamientos, no es posible el auténtico amor a Dios. San Juan lo afirma con extraordinario vigor: "Si alguno dice:" Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,20). El evangelista se hace eco de la predicación moral de Cristo, expresada de modo admirable e inequívoco en la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,30-37) y en el "discurso" sobre el juicio final (cf. Mt 25, 3 1-46).

"Si quieres ser perfecto" (Mt. 19,21). La respuesta sobre los mandamientos no satisface al joven, que de nuevo pregunta a Jesús: ""Todo eso lo he guardado;¿qué más me falta?"" (Mt 19,20). No es fácil decir con la conciencia tranquila "todo eso lo he guardado", si se comprende todo el alcance de las exigencias contenidas en la Ley de Dios. Sin embargo, aunque el joven rico sea capaz de dar una respuesta tal; aunque de verdad haya puesto en práctica el ideal moral con seriedad y generosidad desde la infancia, él sabe que aún está lejos de la meta; en efecto, ante la persona de Jesús se da cuenta de que todavía le falta algo. Jesús, en su última respuesta, se refiere a esa conciencia de que aún falta algo: comprendiendo la nostalgia de una plenitud que supere la interpretación legalista de los mandamientos, el Maestro bueno invita al joven a emprender el camino de la perfección: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme" (Mt 19,21).

Al igual que el fragmento anterior, también éste debe ser leído e interpretado en el contexto de todo el mensaje moral del Evangelio y, especialmente, en el contexto del Sermón de la Montaña de las bienaventuranzas (cf. Mt 5, 3-12), la primera de las cuales es precisamente la de los pobres, los "pobres de espíritu" , como precisa san Mateo (Mt 5, 3), esto es, los humildes. En este sentido, se puede decir que también las bienaventuranzas pueden ser encuadradas en el amplio espacio que se abre con la respuesta que da Jesús a la pregunta del joven "¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?" . En efecto, cada bienaventuranza, desde su propia perspectiva, promete precisamente aquel "bien" que abre al hombre a la vida eterna; más aún, que es la misma vida eterna.

Las bienaventuranzas no tienen propiamente como objeto unas normas particulares de comportamiento, sino que se refieren a actitudes y disposiciones básicas de la existencia y, por consiguiente, no coinciden exactamente con los mandamientos. Por otra parte, no hay separación o discrepancia entre las bienaventuranzas y los mandamientos: ambos se refieren al bien, a la vida eterna. El Sermón de la Montaña comienza con el anuncio de las bienaventuranzas, pero hace también referencia a los mandamientos (cf. Mt 5, 20-48). Además, el Sermón muestra la apertura y orientación de los mandamientos con la perspectiva de la perfección que es propia de las bienaventuranzas. Estas son ante todo promesas de las que también se derivan, de forma indirecta, indicaciones normativas para la vida moral. En su profundidad original son una especie de autorretrato de Cristo y, precisamente por esto, son invitaciones a su seguimiento y a la comunión de vida con El.

No sabemos hasta qué punto el joven del Evangelio comprendió el contenido profundo y exigente de la primera respuesta dada por Jesús: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" ; sin embargo, es cierto que la afirmación manifestada por el joven de haber respetado todas las exigencias morales de los mandamientos constituye el terreno indispensable sobre el que puede brotar y madurar el deseo de la perfección, es decir, la realización de su significado mediante el seguimiento de Cristo. El coloquio de Jesús con el joven nos ayuda a comprender las condiciones para el crecimiento moral del hombre llamado a la perfección: el joven, que ha observado todos los mandamientos, se muestra incapaz de dar el paso siguiente sólo con sus fuerzas. Para hacerlo se necesita una libertad madura ("si quieres") y el don divino de la gracia ("ven, y sígueme").

La perfección exige aquella madurez en el darse a sí mismo, a que está llamada la libertad del hombre. Jesús indica al joven los mandamientos como la primera condición irrenunciable para conseguir la vida eterna; el abandono de todo lo que el joven posee y el seguimiento del Señor asumen, en cambio, el carácter de una propuesta: "Si quieres..." . La palabra de Jesús manifiesta la dinámica particular del crecimiento de la libertad hacia su madurez y, al mismo tiempo, atestigua la relación fundamental de la libertad con la ley divina. La libertad del hombre y la ley de Dios no se oponen, sino, al contrario, se reclaman mutuamente. El discípulo de Cristo sabe que la suya es una vocación a la libertad. "Hermanos, habéis sido llamados a la libertad" (Gál 5, 13), proclama con alegría y decisión el apóstol Pablo. Pero, a continuación, precisa: "No toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros" (ibid.). La firmeza con la cual el Apóstol se opone a quien confía la propia justificación a la Ley, no tiene nada que ver con la "liberación" del hombre con respecto a los preceptos, los cuales, en verdad, están al servicio del amor: "Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás, y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Rom 13, 8-9). El mismo san Agustín, después de haber hablado de la observancia de los mandamientos como de la primera libertad imperfecta, prosigue así: "¿Por qué, preguntará alguno, no perfecta todavía? Porque" siento en mis miembros otra ley en conflicto con la ley de mi razón"... Libertad parcial, parcial esclavitud: la libertad no es aún completa, aún no es pura ni plena porque todavía no estamos en la eternidad. Conservamos en parte la debilidad y en parte hemos alcanzado la libertad. Todos nuestros pecados han sido borrados en el bautismo, pero ¿acaso ha desaparec ido la debilidad después de que la iniquidad ha sido destruida? Si aquella hubiera desaparecido, se viviría sin pecado en la tierra.¿Quién osará afirmar esto sino el soberbio, el indigno de la misericordia del liberador?... Mas, como nos ha quedado alguna debilidad, me atrevo a decir que, en la medida en que sirvamos a Dios, somos libres, mientras que en la medida en que sigamos la ley del pecado somos esclavos".

Quien "vive según la carne" siente la ley de Dios como un peso, más aún, como una negación o, de cualquier modo, como una restricción de la propia libertad. En cambio, quien está movido por el amor y "vive según el Espíritu" (Gál 5, 16), y desea servir a los demás, encuentra en la ley de Dios el camino fundamental y necesario para practicar el amor libremente elegido y vivido. Más aún, siente la urgencia interior -una verdadera y propia "necesidad" , y no ya una constricción- de no detenerse ante las exigencias mínimas de la ley sino de vivirlas en su "plenitud" . Es un camino todavía incierto y frágil mientras estemos en la tierra, pero que la gracia hace posible al darnos la plena "libertad de los hijos de Dios" (cf. Rom 8, 21) y, consiguientemente, la capacidad de poder responder en la vida moral a la sublime vocación de ser "hijos en el Hijo".

Esta vocación al amor perfecto no está reservada de modo exclusivo a una élite de personas. La invitación, "anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres", junto con la promesa "tendrás un tesoro en los cielos", se dirige a todos, porque es una radicalización del mandamiento del amor al prójimo. De la misma manera, la siguiente invitación "ven y sígueme" es la nueva forma concreta del mandamiento del amor a Dios. Los mandamientos y la invitación de Jesús al joven rico están al servicio de una única e indivisible caridad, que espontáneamente tiende a la perfección, cuya medida es Dios mismo: "Vosotros pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48). En el evangelio de Lucas, Jesús precisa ulteriormente el sentido de esta perfección: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36)”.