lunes, 12 de marzo de 2012

Cuaresma 3, lunes: Jesús nos da el agua viva que cura, que sacia la sed, que crece cuando se comunica con el amor

Cuaresma 3, lunes: Jesús nos da el agua viva que cura, que sacia la sed, que crece cuando se comunica con el amor

Segundo Libro de los Reyes 5,1-15 (también domingo 28-B): Naamán, general del ejército del rey de Arám, era un hombre prestigioso y altamente estimado por su señor, porque gracias a él, el Señor había dado la victoria a Arám. Pero este hombre, guerrero valeroso, padecía de una enfermedad en la piel. En una de sus incursiones, los arameos se habían llevado cautiva del país de Israel a una niña, que fue puesta al servicio de la mujer de Naamán. Ella dijo entonces a su patrona: "¡Ojalá mi señor se presentara ante el profeta que está en Samaría! Seguramente, él lo libraría de su enfermedad". Naamán fue y le contó a su señor: "La niña del país de Israel ha dicho esto y esto". El rey de Arám respondió: "Está bien, ve, y yo enviaré una carta al rey de Israel". Naamán partió llevando consigo diez talentos de plata, seis mil siclos de oro y diez trajes de gala, y presentó al rey de Israel la carta que decía: "Al mismo tiempo que te llega esta carta, te envío a Naamán, mi servidor, para que lo libres de su enfermedad". Apenas el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras y dijo: "¿Acaso yo soy Dios, capaz de hacer morir y vivir, para que este me mande librar a un hombre de su enfermedad? Fíjense bien y verán que él está buscando un pretexto contra mí". Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras, mandó a decir al rey: "¿Por qué has rasgado tus vestiduras? Que él venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel". Naamán llegó entonces con sus caballos y su carruaje, y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo. Eliseo mandó un mensajero para que le dijera: "Ve a bañarte siete veces en el Jordán; tu carne se restablecerá y quedarás limpio". Pero Naamán, muy irritado, se fue diciendo: "Yo me había imaginado que saldría él personalmente, se pondría de pie e invocaría el nombre del Señor, su Dios; luego pasaría su mano sobre la parte afectada y curaría al enfermo de la piel. ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abaná y el Parpar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podía yo bañarme en ellos y quedar limpio?". Y dando media vuelta, se fue muy enojado. Pero sus servidores se acercaron para decirle: "Padre, si el profeta te hubiera mandado una cosa extraordinaria ¿no la habrías hecho? ¡Cuánto más si él te dice simplemente: Báñate y quedarás limpio!". Entonces bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio. Luego volvió con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: "Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor".

Salmo 42,2-3.43, 3-4: Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, mi Dios. / Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios? / Envíame tu luz y tu verdad: que ellas me encaminen y me guíen a tu santa Montaña, hasta el lugar donde habitas. / Y llegaré al altar de Dios, el Dios que es la alegría de mi vida; y te daré gracias con la cítara, Señor, Dios mío.

Texto del Evangelio (Lc 4,24-30, también domingo 4-C): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente reunida en la sinagoga de Nazaret: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio».
Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó.

Comentario: 1. Los sirios tenían fama de poseer secretos mágicos para curar las enfermedades. Los judíos, inferiores en sabiduría y en ciencia profana, tienen el favor divino de curar (cf. Misa dominical). Era hoy el día en que antiguamente se anunciaba el primer escrutinio de los catecúmenos para el Bautismo (al miércoles siguiente). El deseo del Bautismo se hacía más intenso. Y la liturgia de Naamán el Sirio acompañaba la “estación” en San Marcos, en cuya basílica reposan también las reliquias de los mártires persas Abdón y Senén.
Damasco brilla esplendorosa en el horizonte del pasado. De ahí va Naamán, favorito del rey, a Israel, buscando la curación de su lepra. Una jovencita judía le animó a ir, para curarse. “Cuando sufro por mis pecados, cuando me siento impuro o egoísta, cuando veo que soy cobarde ante mis responsabilidades... ¿tengo como un reflejo de acudir a Dios, de apelar a la gracia de mi bautismo? Yo también he sido lavado por el agua que purifica por la Fe. Sin embargo sé muy bien que no saldré de mis debilidades mediante esfuerzos o crispaciones voluntarias, sino por mi recurso constante a tus sacramentos: penitencia y eucaristía... siempre que sean actos sinceros y verdaderos gestos de fe. Es decir gestos de afecto y confianza en ti, Señor. Cada sacramento recibido, si pienso realmente en él, es, para mí, una manera de reafirmar que «es sólo en Ti con quien yo cuento, Señor, y no con mis propias fuerzas». Tú eres: "el que salva", eres mi salvador” (Noel Quesson).
Y, si sabemos escuchar, si no vamos con prejuicios, prevenciones, con actitud crítica, con nuestros criterios… Si vamos –como decía san Josemaría- con la docilidad del barro en las manos del alfarero, nos sorprenderemos descubriendo nuevas luces, incluso en cosas que ya habíamos escuchado antes. Como el leproso, también nosotros andamos con frecuencia enfermos del alma, con errores y defectos que no acabamos de arrancar. El Señor espera que seamos humildes y dóciles a las indicaciones de la dirección espiritual. No tengamos soluciones propias cuando el Señor nos indica otras, quizá contrarias a nuestros gustos y deseos. En lo que se refiere al alma, no somos buenos consejeros, ni buenos médicos de nosotros mismos. En la dirección espiritual el alma se dispone para encontrar al Señor y reconocerle en lo ordinario. La fe en los medios que el Señor nos da, obra milagros. La docilidad, muestra de una fe operativa, hace milagros. El Señor nos pide una confianza sobrenatural en la dirección espiritual; sin docilidad, ésta quedaría sin fruto. Y no podrá ser dócil quien se empeñe en ser tozudo, obstinado e incapaz de asimilar una idea distinta de la que ya tiene: el soberbio es incapaz de ser dócil. Disponibilidad, docilidad, dejarnos hacer y rehacer por Dios cuantas veces sea necesario, como barro en manos del alfarero. Este puede ser el propósito de nuestra oración de hoy, que llevaremos a cabo con la ayuda de María (cf. F. Fernández Carvajal).
2. Emitte lucem tuam et veritatem tuam (Ps 42,3): pedimos luces con esperanza de que Dios se volcará estos días dándonos gracias muy especiales, para renovar nuestra vida y con su verdad provocar en nuestras almas una nueva mudanza, un serio paso adelante en nuestra identificación con Cristo. Por eso hemos comenzado con esas palabras del salmo: “envíame tu luz y tu verdad”: «ningún manjar es más sabroso para el alma que el conocimiento de la verdad» (Lactancio PL VI,c.709); pedir luz para en estos días mirar a Dios, mirarnos a nosotros mismos: considerar la vida del Señor, para conocerle más, para tratarle más, para amarle más, para seguirle más.
Son momentos de agradecer esta oportunidad de una nueva conversión, de fomentar la esperanza: Dios se vuelca con gracias muy especiales, para renovar nuestra vida interior y obrar en nuestras almas una nueva conversión: la nueva mudanza, que siempre hemos de buscar. Luz del Señor, pedir con fe y valentía, para discernir qué nos lleva a configurarnos con Cristo, y qué nos aparta: Domine, ut videam! Señor, que vea (Lc 18,41; Mc 10,46s).
Es el de hoy un salmo de búsqueda… en nuestra vida aparecen preguntas, dificultades: Si Dios existe, ¿por qué tanto mal en el mundo? ¿Por qué el impío triunfa y el justo viene pisoteado? ¿La omnipotencia de Dios no termina con aplastar nuestra libertad y responsabilidad? Este salmo recoge las aspiraciones del alma: “Como anhela la cierva las corrientes de las aguas, así te anhela mi alma, ¡oh Dios! Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo iré y veré la faz de Dios?” (Sal 41, 2-3). Esa aspiración es una necesidad del hombre que no se puede ahogar, nos nace en el interior… Cuando no se encuentra a Dios, esas palabras expresan nuestra sed de Él: «Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo» (versículos 2-3), recordaba Juan Pablo II: “En el idioma del Antiguo Testamento, el hebreo, «el alma» es expresada con el término «nefesh», que en algunos textos designa la «garganta» y en otros muchos se amplia hasta indicar todo el ser de la persona. Tomado en estas dimensiones, el término ayuda a comprender hasta qué punto es esencial y profunda la necesidad de Dios; sin él desfallece la respiración y la misma vida. Por este motivo, el salmista llega a poner en segundo plano la existencia física, en caso de que decaiga la unión con Dios: «Tu gracia vale más que la vida» (Salmo 62, 4)”. La luz del misterio pascual nos habla de que esta sed queda saciada en Cristo crucificado y resucitado. El hombre no podrá nunca reprimir la sed existencial de Dios. Añadía San Josemaría Escrivá: “Los que se quieren, procuran verse. Los enamorados sólo tienen ojos para su amor. ¿No es lógico que sea así? El corazón humano siente esos imperativos. Mentiría si negase que me mueve tanto el afán de contemplar la faz de Jesucristo… mi corazón está sediento de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y veré la faz de Dios? (Ps. XLI, 3): verle, contemplarlo, conversar con él. Lo podemos realizar ya ahora, lo estamos tratando de vivir, es parte de nuestra existencia”. También aquel himno de vísperas: “Esta es la hora para el buen amigo, / llena de intimidad y confidencia, / y en la que, al examinar nuestra conciencia, / igual que siente el rey, siente el mendigo. / Hora en que el corazón encuentra abrigo / para lograr alivio a su dolencia / y, el evocar la edad de la inocencia, / logra en el llanto bálsamo y castigo. // Hora en que arrullas, Cristo, nuestra vida / con tu amor y caricia inmensamente / y que a humildad y a llanto nos convida. // Hora en que un ángel roza nuestra frente / y en que el alma, como cierva herida, / sacia su sed en la escondida fuente”.
Hoy, como ayer con la samaritana (ciclo A, que se puede leer siempre), el tema sigue siendo el agua… Es además una sed que se quita compartiendo el agua que Dios nos da, como leemos en santa Teresa: el amor crece cuando se sabe comunicar, y en una pequeña historia que leí por Internet: En cierta ocasión, un reportero le preguntó a un agricultor si podía divulgar el secreto de su maíz, que ganaba el concurso al mejor producto, año tras año. El agricultor confesó que se debía a que compartía su semilla con los vecinos. - "¿Por qué comparte su mejor semilla de maíz con sus vecinos, si usted también entra al mismo concurso año tras año?" preguntó el reportero. - "Verá usted, señor," dijo el agricultor. - "El viento lleva el polen del maíz maduro, de un sembrío a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz de calidad inferior, la polinización cruzada degradaría constantemente la calidad del mío. Si voy a sembrar buen maíz debo ayudar a que mi vecino también lo haga". Lo mismo es con otras situaciones de nuestra vida. Quienes quieran lograr el éxito, deben ayudar a que sus vecinos también tengan éxito. Quienes decidan vivir bien, deben ayudar a que los demás vivan bien, porque el valor de una vida se mide por las vidas que toca. Y quienes optan por ser felices, deben ayudar a que otros encuentren la felicidad, porque el bienestar de cada uno se halla unido al bienestar de todos.
3. El Señor, después de un tiempo de predicación por las aldeas y ciudades de Galilea, vuelve a Nazaret, donde se había criado. Todos han oído maravillas del hijo de María y esperaban ver cosas extraordinarias. Sin embargo no tienen fe, y como Jesús no encontró buenas disposiciones en la tierra donde se había criado, no hizo allí ningún milagro. Aquellas gentes sólo vieron en Él al hijo de José, el que les hacía mesas y les arreglaba las puertas. No supieron ver más allá. No descubrieron al Mesías que les visitaba. Nosotros, para contemplar al Señor, también debemos purificar nuestra alma. La Cuaresma es buena ocasión para intensificar nuestro amor con obras de penitencia que disponen el alma a recibir las luces de Dios. "Ningún profeta es bien recibido en su patria". Me imagino esta escena lo más concretamente posible: Jesús está en su pueblo, todo el mundo le conoce o cree conocerle; por su parte da los "buenos días" a cada uno y pregunta por sus familias. Todo se sitúa al más simple nivel de la vida humana familiar: es el carpintero del país, el que ha ido creciendo entre los otros adolescentes del pueblo, es aquel de quien se conocen todos los ascendientes, sus primos, sus primas.
La gente pide cosas extraordinarias… Así sucede también en nuestras vidas. No siempre sabemos ir más allá de las apariencias que nos esconden el misterio. Miro detenidamente mi vida desde este ángulo, para descubrir lo que se esconde detrás de mis relaciones humanas tan sencillas aparentemente” (Noel Quesson).
Jesús achaca a la gente de Nazaret que no ha sabido captar los signos de los tiempos. La viuda y el general, ambos paganos, favorecidos por los milagros de Elías y de Eliseo, sí supieron reconocer la actuación de Dios. No les gustó nada a sus oyentes lo que les dijo Jesús: lo empujaron fuera del pueblo con la intención de despeñarlo por el barranco. La primera predicación en su pueblo, que había empezado con admiración y aplausos, acaba casi en tragedia. Ya se vislumbra el final del camino: la muerte en la cruz (J. Aldazábal). «Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua» (oración). «Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen» (salmo), y queremos también vivir este deseo: «Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón» (aclamación).
A Jesús lo expulsaron fuera de la ciudad…, proféticamente anuncian ya cómo lo sacarán fuera de Jerusalén y lo crucificarán… Pero Jesús, abriéndose paso entre ellos, emprendió el camino: para mí es una imagen también de cómo pasará por entre los barrancos tenebrosos de la muerte y resucitará, pues su camino es hacia la gloria.
“Jesús, estás hablando en la sinagoga de Nazaret a los habitantes de tu pueblo. Allí están tus compañeros de infancia, tus amigos y amigas. Y sus padres, aquéllos que habían ido tantas veces a San José para pedirle un favor, para que les arreglara algo. Todos te miraban como un chico ejemplar, como un compañero estupendo. Pero… ¡un profeta!: esto ya es demasiado.
No te reconocen, Jesús. Tu infancia y juventud habían sido tan normales que ahora no pueden aceptar tu divinidad y necesitan milagros como prueba de que eres el Mesías. Ningún profeta es bien recibido en su patria. ¿Cuántas veces había pasado ya en el Antiguo Testamento, y cuántas veces ha pasado también en la historia de la Iglesia!: verdaderos santos queridos en todo el mundo pero criticados en su propia patria. Y es que un santo no tiene por qué ser espectacular hacia fuera, aunque muchas veces se note realmente su unión con Dios por el amor que tiene a los demás; basta con que sea espectacular hacia dentro: en su amor, en su entrega, en su humildad, en su sacrificio escondido y discreto.
Jesús, Tú no quieres hacer la exhibición, el “milagrito” que te pedían. Prefieres la naturalidad: santificar la vida corriente, las relaciones de amistad, el trabajo ordinario. Que aprenda a seguir el ejemplo de tu vida ordinaria en Nazaret: trabajando, sirviendo, siendo amable con todos, buscando hacer la voluntad de tu Padre Dios en cada momento, en vez de buscar el aplauso humano” (Pablo Cardona).
Esta apertura hacia la gracia supone ser dócil a las cosas pequeñas que el Señor nos pide, a esa conversión, y si yo cambio se harán realidad las grandes cosas, como señalan aquellas frases que corren por internet: “Si yo cambiara mi manera de pensar hacia otros, me sentiría seren@. / Si yo cambiara mi manera de actuar ante los demás, los haría felices. / Si yo aceptara a todos como son, sufriría menos. / Si yo me aceptara tal como soy, quitándome mis defectos, cuánto mejoraría mi familia, mi ambiente. / Si yo comprendiera plenamente mis errores, sería humilde. / Si yo encontrara lo positivo en todos, la vida sería digna de ser vivida. / Si yo amara al mundo, a mi país....lo cambiaría. / Si yo me diera cuenta de que al lastimar, el primer lastimad@ soy yo! / Si yo criticara menos y amara más.... / Si yo cambiara... cambiaría el mundo”.
Llucià Pou Sabaté

sábado, 10 de marzo de 2012

Domingo 3ª de Cuaresma, ciclo B: la ley de Dios es ley de amor, de libertad y no de esclavitud

Domingo 3ª de Cuaresma, ciclo B: la ley de Dios es ley de amor, de libertad y no de esclavitud
Lectura del libro del Éxodo 20,1-17 (el texto entre [ ] puede omitirse por razón de brevedad). El Señor pronunció las siguientes palabras: Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. [No te harás ídolos -figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra-. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando se aman y guardan mis preceptos.]
No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. Fíjate en el sábado para santificarlo. [Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que vive en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó; por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.]
Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás.
No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni un buey, ni un asno, ni nada que sea de él.
Sal 18,8-11: R/. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. / Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. / La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. / Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila.
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 1,22-25. Hermanos: Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo -judíos o griegos-: fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 2,13-25. (Este evangelio puede sustituirse por el correspondiente del ciclo A). En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: -Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: -¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: -Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los judíos replicaron: -Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
Comentario: 1. Ex 20, 1-17: recuerdo una vez que un chico quiso hacer la primera comunión. Su madre vino a verme porque le extrañaba que el muchacho, de 16 años, quisiera dar aquel paso cuando no tenían en su casa ningún ambiente religioso. Pero ella me habló de su vida azarosa, con muchas penas debido a eso y al rechazo de la educación moral: “cuando me hablaban de mandamientos, yo quería hacer lo contrario… cuánto más me hablaban de ellos, más me los quería saltar: ¡quería saltármelos todos! Después de muchos años de sufrir –había perdido el matrimonio, y tuvo muchos desengaños…- veo que los mandamientos son el camino para ser feliz. Me parece que le llamáis a eso ‘ley natural’… tendríais que hablar más de eso, los curas”, me dijo. Recordé aquel ejemplo de un libro, en que una madre le habló al hijo de no salir de los límites del jardín, pero el niño salió y un coche que pasaba estuvo a punto de atropellarlo… Sufrió el miedo de pasar los límites… Son límites “no harás tal cosa…” que impiden el mal, como un niño al que su madre le prohíbe que meta los dedos en el fuego o en el enchufe eléctrico… si obedece y se fía evita el mal, pero también si no obedece y se quema, aprende por experiencia que no es bueno aquello, que mejor no hacerlo: son las dos fuentes de conocimiento, fiarse de la autoridad o vivir las experiencias, aprender a las duras o a las maduras.
Dios es quien tiene la iniciativa de liberar de Egipto a su pueblo y de hacer con él una alianza: se trata de formar un pueblo de hombres libres que sirvan y reconozcan la soberanía de Yahvé. De ahí que el decálogo se inicie con esta afirmación de DIOS COMO ÚNICO SEÑOR DEL PUEBLO. Y al mismo tiempo, las primeras palabras son una afirmación de la PRESENCIA DE DIOS EN EL PUEBLO ("Yo soy") y en su historia. El sábado hace vivir al pueblo en comunión con Dios, en el gozo de pertenecer a Él, que se representa con el descanso de todas las ocupaciones, un descanso que no afecta solamente a los hijos de Israel, sino también a sus esclavos y a sus ganados, como signo de que es la creación entera la que pertenece a Dios. Y Yahvé es Señor también de la vida. De ahí que Él mismo sea llamado "Padre". El respeto a la vida empieza por el respeto a los padres que, a semejanza de Dios, son los transmisores de esta vida e incide en aquellos puntos que se consideraban imprescindibles para que todos pudieran vivir dignamente, puesto que atentar contra los bienes de los demás es privarlos de lo que les es esencial para su vida (J. Roca).
El Señor entrega a Moisés las "diez palabras"… Se fueron formando y toman esta forma en el contexto de Alianza, el pacto del Sinaí (cap. 19-24). La palabra “mandar” nos suena mal hoy en día, pero evoca a un Dios amoroso que sale al encuentro de Israel y, porque quiere, lo hace pueblo suyo. Así, la alianza es: 1) UN DON DE DIOS: el Señor irrumpe en la historia del pueblo. No es el Dios abstracto de la metafísica sino el liberador (v. 2). El don o gracia precede a toda exigencia humana. Es curioso observar cómo nuestros catecismos se olvidaron de un aspecto tan importante en la alianza. 2) Y este Dios que sale al encuentro del hombre, le interpela. Son las EXIGENCIAS de la alianza que pueden reducirse, como dijo Cristo, a dos: amar a Dios y al prójimo (Mc 10,17-22; 12,29-34; Lc 18,18-22; Ga 5,14; Rm 13,8-20). Cristo por lo demás no suele dar una lista ordenada de mandamientos, aunque no intenta abolir el decálogo, sino que ataca toda postura que se contenta con las obras externas sin exigir una transformación interna de la persona. Andando el tiempo, el aspecto jurídico externo prevalece sobre el interno, y el pueblo todo lo reducirá al mero cumplimiento, a la acumulación de obras. Olvidaron que la alianza, en su realidad profunda, es don y respuesta de amor. Por eso los profetas, profundizando en esa relación amorosa, nos lo presentarán con imágenes más sugestivas: el amor entre esposo-esposa, padre-hijo (A. Gil Modrego). Esta “ley natural” a la que se llega por la razón, no se ve totalmente cumplida sin el auxilio divino, por eso Dios lo revela. El problema es si se pueden cumplir sin la referencia a Dios… ésta es la novedad de la Biblia…
La alianza entre Dios y los hombres que promete un gran pueblo hecho realidad en Jesús, que con Noé se presentaba bajo el aspecto cósmico (amor al mundo) y con Abraham bajo el ángulo de la promesa gratuita por parte de Dios (respeto a la vida humana), se manifiesta ahora en forma de Ley determinada, que exige compromiso de cumplir unos preceptos que expresen la voluntad de Dios y manifiesten la fidelidad del pueblo. El Decálogo es la expresión concreta de la ley de la alianza, que Jesús lleva a plenitud: no hemos de vivir angustiados por la preocupación de no conculcar unos preceptos legales, sino liberados de la presión de la Ley, gracias a la fuerza del amor. Amor que lleva consigo unas exigencias –si me amáis, cumplid los mandamientos… dice Jesús: el mandamiento del amor que lo resume todo (J. Llopis), ahí se resumen toda la ley y los profetas (Mc 12,28-34 y par), llevando mucho más allá lo que la cosmología judía nos presenta: Yahvé como único centro del mundo, comprometido en la marcha liberadora -realizadora- del hombre. La ley es buena si libera al hombre. El decálogo no es la formulación arbitraria de un déspota que esclaviza a sus súbditos, sino la promulgación del gran servicio de Dios a los hombres, el acto más exquisito del respeto que le merece su libertad: liberación total que comienza en el mismo fermento de esclavitud que el hombre lleva dentro, el egoísmo excluyente, que trastorna el orden del mundo. El decálogo es un grito de alerta contra la tentación secular que asedia al hombre: la manipulación de Dios, de los otros, de las fuentes de la vida, del pensamiento. Y sobre todo, un grito de alerta contra la máxima alienación humana: la codicia, que arruina la vida comunitaria, al intentar llevarla por los caminos más radicalmente opuestos al espíritu de la alianza. El pueblo encuentra, de este modo, una guía segura para no recaer en una esclavitud aún peor que la sufrida en Egipto: la esclavitud de sí mismo. Dios llama al pueblo a la libertad porque únicamente así su servicio llegará a ser culto de comunión. Es el gran argumento del Éxodo. Libertad, pero total: no solamente externa, sino, y sobre todo, interior. Y por eso Jesús podrá resumir toda la ley y la revelación en un solo precepto, empapado en una profunda fe: amar al prójimo, imagen de Dios, medida del comportamiento individual y colectivo y del auténtico progreso humano y cristiano (J. M. Aragonés). El decálogo viene a ser como la gran Carta Magna, la Constitución general de todos los hombres, o la más antigua Declaración de los derechos humanos. Cristo perfeccionaría el decálogo y condensaría los mandamientos en uno solo, que es nuestra única ley (“Caritas”).
2. Sal 18, 8-11: Precede a los versículos del salmo de hoy -alma de Israel, aferrada a la ley divina (la Torah) mediante un amor ardiente y sincero- la admirable evocación del cosmos que "habla" a quienes saben mirarlo (el universo, los cielos, las estrellas, el sol): Dios ha "hablado" a un pueblo... y le ha "revelado" sus pensamientos sobre la humanidad. Para un judío fervoroso, la ley, lejos de ser una traba minuciosa, una regla legalista y formalista, es un verdadero "don de Dios". Al revelar al hombre la ley de su ser, Dios hace Alianza con él, para ayudarlo en sus comportamientos vitales: como el sol que "desposa la tierra" para darle vida, en el don de la ley hay algo así como la alegría de las nupcias, ¡es un misterio nupcial! La letanía de "cualidades" atribuidas a la ley recuerda las cualidades que se dan los enamorados. La mitad de estas cualidades es "objetiva", pues definen la ley en sí misma: es perfecta... segura... recta.. límpida... pura... justa... los versículos que leemos enumeran los efectos de esta ley en el hombre: da vida... da sabiduría... alegra el corazón... ilumina los ojos... De seguro, Jesús cantó este salmo con mucho fervor. Sus parábolas, casi todas tomadas de la "naturaleza", nos muestran su gran admiración por la creación. ¡Todo lo bello le "hablaba", le hablaba del Padre! De su amor a la "voluntad del Padre", el evangelio está lleno: "mi alimento, es hacer su voluntad". Lo que sorprende, es nuestra admiración de hombres modernos ante este amor a la ley. Hemos llegado al punto de no amar la ley, ninguna ley. ¡No conocemos "leyes amables"! ¡Olvidamos que la sola ley, es el amor! "Este es mi mandamiento: ¡Amarás!" Releamos a la luz del pensamiento de Jesús el elogio que este salmo hace a la ley...
Los filósofos actuales han descubierto la profunda relación entre el hombre y la naturaleza... No tenemos ninguna independencia. Estamos ligados a todas las leyes físicas y químicas del cosmos. Es físicamente verdadero que dependemos totalmente del sol: si éste se apagara, se acabaría toda forma de vida. ¡Qué bella imagen para hablarnos de Dios! Quizá después de mucho tiempo de racionalismo y falta de contemplación de esa belleza y dependencia del cosmos –por parte del hombre, quizá la mujer ha mantenido la “antorcha” de mirar esa belleza- los jóvenes de hoy redescubren el sentido de la naturaleza, reaccionando contra lo ficticio de la vida urbana. La noche transmite el mensaje de gloria. Si la luz del sol canta la gloria de Dios, es necesario descubrir como el salmista la maravilla de la noche. El día es el resplandor, la acción, la vida. La noche es la discreción, el descanso, el misterio. "¡Oh noche, qué profundo es tu silencio!", canta el célebre himno de Rameau. Si es placentero estar al sol, lo es también sumergirse en la noche como en un baño de silencio. El hombre moderno, necesita somníferos para dormir, carece de un equilibrio que es necesario tratar de recuperar mediante métodos más naturales. El Oriente en este campo tiene mucho que enseñarnos: "Hacer el vacío en sí mismo", hacer callar las voces discordantes que gritan en el fondo de nosotros mismos, recogerse. Tal es la preparación primordial para la oración. Se puede rezar evidentemente con los ojos abiertos. Pero hay que hacer también la experiencia de orar con los ojos cerrados, "haciendo la noche". Sabemos todo el partido que San Juan de la Cruz sacó del tema de la noche. Para él el hombre no podía realizar el encuentro con Dios fuera de la "noche oscura": "Nadie ha visto a Dios", decía Jesús. Escuchemos estas estrofas del poema de San Juan de la Cruz: “Esta fuente eterna está muy oculta, / y sin embargo, su morada la he encontrado, / ¡pero es de noche! // No sé su origen, porque no lo tiene, / sin embargo todo origen surge de ella, / ¡pero es de noche! // Y la corriente que nace de esta fuente, / sé que es rica y todopoderosa, / ¡pero es de noche! // Esta fuente eterna está muy oculta / en el pan de vida, para darnos vida, / ¡pero es de noche!”.
La ley de Dios. Nosotros, hombres modernos, ¿no tendríamos que redescubrir lo que es una "ley"? (Noel Quesson). El autor de este salmo, proclama jubilosamente que tiene una "ley": Los mandatos del Señor son rectos, alegran el corazón... son más preciosos que el oro, más dulces que la miel. Me da la impresión de que los niños pequeños pueden jugar solos, con su imaginación, pero para desarrollar un trabajo necesitan ser mirados por los mayores, y también en sus juegos sociales necesitan ciertas normas, por ejemplo los de 8-10 años, necesitan la presencia al menos virtual de una persona mayor, que marque normas, si no, ellos se desorganizan enseguida en sus juegos, se pelean y van hacia el caos… sentirnos mirados por Dios, aceptar ciertas normas, es fundamental en nuestro actuar social (familia, escuela, pueblo o ciudad, patria o Estados…) y personal. Me hablaban de una buena persona que, al vivir solo, no dormía ni comía con orden, y se fue descuidando hasta acabar mal del cuerpo –con una obesidad desmesurada- y mal de la cabeza… La ley es necesaria para que no se imponga la guerra, la irregularidad, la fuerza, la anarquía. La misma felicidad de vivir está en juego. La ley de Dios, es aún más profunda: regula desde el interior el correcto funcionamiento de nuestro ser. La ley del Señor es perfecta... guardarla es para el hombre una ganancia...
Notamos que la creación ha sufrido la convulsión de la caída del hombre y padece las consecuencias de esta culpa. Por eso también aspira a la liberación. Pues la espera de la creación aguarda la revelación de los hijos de Dios. Porque la creación está sujeta a la vanidad, no queriendo, sino por el que la sujetó, con esperanza de que también la creación misma será liberada de la esclavitud de la corrupción hacia la libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que toda la creación gime y tiene dolores de parto hasta entonces (Rm 8, 19-22). Un caso claro de esta debilidad es que el hombre actual tiene una prisa agobiante y no es capaz de pararse y contemplar. Está perdiendo el sentido de la admiración. Aturdido por tanto fracaso y por emociones siempre nuevas le resulta casi imposible captar un lenguaje sin «que resuene» alguna voz. Y aunque el salmo nos hable del sol, como servidor y testigo de Dios, como símbolo de la manifestación de su voluntad, el hombre actual está acostumbrado al sol... Solamente quien conoce la ley puede comprender después el lenguaje concreto de la creación. El Dios de la ley lleva al Dios de la creación. Y no al revés. En otras palabras, la creación nos conduce a lo sumo a la idea del Dios relojero de Voltaire —el reloj postula la existencia de un relojero—. La palabra, sin embargo, es la que nos hace encontrar al Dios vivo: La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma (v. 8). Así insistió Moisés en su “testamento”: porque el precepto que yo te mando hoy / no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; / no está en el cielo, no vale decir: / «¿Quién de nosotros subirá al cielo / y nos lo traerá y nos lo proclamará, / para que lo cumplamos?»; / ni está más allá del mar, no vale decir: / «¿Quién de nosotros cruzará el mar / y nos lo traerá y nos lo proclamará, / para que lo cumplamos?». // El mandamiento está muy cerca de ti: / en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo (Dt 30, 11-14). Porque es un regalo más precioso que el oro, más que el oro fino; más dulce que la miel de un panal que destila (v. 10-11). Pero este regalo se corromperá en manos de los “guardianes de la verdad”: doctores, moralistas y su casuística... para hacerse «yugo» insoportable, hecho de minucias y de prescripciones exteriores, del que nos librará Cristo y yo añadiría: del que nos hemos vuelto a llenar con moldes rígidos en que el fariseísmo posterior ahogará toda vida religiosa. La ley es más bien en este momento una guía, una luz. Es el «pedagogo» que conduce al Señor. Solamente más tarde este «pedagogo» será divinizado, se transformará en absoluto, en algo adorado por sí mismo. Y entonces la ley se convertirá en un tirano despiadado. La ley de que habla el salmo es una ley al servicio del hombre para su crecimiento, para la realización plena de su destino. Estamos por tanto lejos del legalismo formalista, de la obsesión jurídica de la observancia escrupulosa de reglas minuciosas. Estamos, en cambio, en el campo —evangélico, podríamos decir— de la ley al servicio del crecimiento del hombre. No al revés. El hombre se realiza a sí mismo a través de la ley, en la libertad. La ley por tanto no está sobre o ante el hombre, sino en su corazón. El Señor ha realizado esta obra decisiva: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones (Jr,31-33). Una ley externa —como ha hecho notar Karl Barth— es siempre molesta, sofocante, y ante ella nos entran ganas de huir. Nos repite siempre el mismo estribillo: «debes». Y nosotros respondemos: no puedo, no soy capaz, no tengo ganas. En cambio, la ley escrita en el corazón nos dice: «puedes». Entonces la obediencia pedida por Dios no es un cumplimiento del deber, sino que obedecer significa: poder obedecer en libertad. Por tanto, la ley, la palabra me realiza en la libertad, además de llevarme a encontrar a Dios (Alessandro Pronzato).
3. 1 Co 1,22-25: Pablo no se cansa de repetir en sus cartas que LA SALVACIÓN ES FRUTO DE LA INICIATIVA DE DIOS. Lo que el hombre busca es la propia seguridad, exigir condiciones para poder aceptar la salvación de Dios: para los judíos se tratará de los signos o milagros que garanticen la acción divina; y, para los griegos, la revelación de Dios debería ser algo que satisficiera a la inteligencia humana. El Mesías crucificado choca tanto con los primeros como con los segundos, porque la obra de la salvación no parte de la iniciativa humana, y la predicación del Evangelio se enfrenta con estas pretensiones. Pero en el hecho de que tanto algunos judíos como paganos se abran a la salvación, Pablo descubre la sabiduría y el poder salvador de Dios, que se da a conocer precisamente en Cristo crucificado, que para los hombres podría parecer una debilidad y un absurdo (J. Roca). La curiosidad morbosa por la seguridad, por el futuro, se opone a la confianza filial en Dios, una relación con Dios casi mercantil: “te doy para que me des”, un utilitarismo para “ganarse el cielo” a costa de portarse bien o querer a los demás... El afán de poder hace que busquemos siempre al Dios todopoderoso, no creemos en el Dios débil en Jesús... buscamos un dios de poder o el poder de la razón. Las expectativas mesiánicas judías estaban centradas en la intervención de Dios a favor de su pueblo por medio de una situación de dominio sobre las naciones paganas. Por otro lado, los griegos buscaban la explicación del hombre y del mundo a través del pensamiento filosófico. Esta confianza en un Dios de poder o en el poder de la razón, tenía que chocar con el mensaje de un Salvador crucificado, "escándalo para los judíos, necedad para los gentiles". Lo que los apóstoles predican es la antítesis (J. Naspleda).
Dios estará con la debilidad porque es menor obstáculo cuando quiere venir a nosotros: estos versículos no son un "elogio de la locura" (título de la famosa obra de Erasmo de R.), sino un contraste entre quien se cierra sobre sí mismo y quien está abierto a la obra de Dios. Ante el hombre confiado en sí mismo, en su capacidad de juzgar y discernir, ante los bienpensantes y piadosos de toda la vida o los orgullosos de la acción humana, Pablo contrapone a Jesús crucificado. Aquí está la paradoja. Por razones sociológicas, culturales, religiosas, el Crucificado es piedra de escándalo. Este Crucificado, legalmente condenado por legítimas autoridades, apoyadas en una ley pone en crisis nuestras seguridades. No sólo la de los corintios o judíos, sino las de cualquier persona que se apoye en sí misma. No por particular gusto de Dios de llevar la contraria a los bienes de la creación que él mismo ha puesto en nosotros y en el mundo, sino para mostrar cómo ningún factor humano, ninguno en absoluto, por bueno que sea, cuenta él solo para obrar el acercamiento del hombre a Dios. Esto, hoy como ayer, sigue siendo cierto. Dios está con la debilidad, porque ella es menos obstáculo para él cuando viene a nosotros (F. Pastor). Recuerdo que hace años un buen sacerdote me criticó un grupo diciendo: “tienen éxito porque dan seguridad a la gente, por eso van y se sienten bien…” y yo –inexperto- le contesté: “tú también tienes que darles seguridad, y no desorientarles”. Las palabras tienen muchos sentidos, pero ahora pienso que no tenemos que dar seguridad a la gente, sino paz, que viene de confiar en Dios y su misericordia, y hacer lo que podamos que Dios hará lo que no podamos nosotros…
Frente a la concepción judía de la vida basada en la verificación empírica (las señales) o la griega basada en la razón autosuficiente (el saber), la concepción cristiana presenta un Mesías crucificado. ¿Religión masoquista? En este caso los juicios judío y griego estarían en lo cierto. Pero en la concepción cristiana del Nuevo Testamento la cruz no está vista como medio intencionado de santificación, sino como instrumento injusto de suplicio. Desde una perspectiva histórica, la muerte de Jesús es obra de unos poderes absolutos, civiles y religiosos: la metafísica imperial romana con su pretensión de ofrecer una salvación y una paz para todos los hombres por medio del emperador: la religión de la ley con la pretensión de ser el camino único hacia Dios, estableciendo el esfuerzo personal y las instituciones religiosas derivadas de él como fuente de salvación para el hombre (“Dabar 1976”). Quizá hoy se ha desplazado este afán de seguridades en un cumplimiento de las leyes no ya religiosas sino civiles, como entonces el emperador: un puritanismo que “libera” aparentemente de seguir la conciencia, pero todo esto es falso, lleno de agresividad: se busca la tolerancia y libertad pero no para todos, siempre hay alguien al que crucificar (los lefebrianos ahora, quizá antes los moros o judíos, yo qué sé). El mecanismo de defensa ante el desequilibrio que provoca el resentimiento de no hacer las cosas en conciencia busca a alguien como chivo expiatorio, generalmente alguien que nos recuerda la conciencia (el Papa por ejemplo). Ante todas estas hipocresías, tenemos siempre el reto de aquel que dijo: No hay amor más grande que dar la vida por los amigos (Jn 15,13). Desde el punto de vista de los judíos, los hombres se dividen en dos grupos: ellos y los otros; también solemos decir “los nuestros”… recuerdo un chiste: llega uno al cielo y san Pedro le va enseñando el lugar y al pasar por una habitación cerrada pregunta –“y aquí, ¿quién hay?”, y san Pedro dice: -“Los de… (el grupo en cuestión), ¡que se creen que están solos!” La Iglesia ha definido que nadie está seguro de su salvación, con certeza de fe (excepto los santos canonizados), pero sí podemos tener certeza moral...
Aquí sale también el tema de la fe-razón. Creemos que funcionamos con la razón, y es cierto: rechazamos lo que no es razonable. Pero la razón sola es incompleta: el proceso de la fe no es de orden racional; puede ser razonada, en todo caso razonable, pero solicita en el hombre otros móviles distintos de los de su inteligencia. La desgracia del hombre, sobre todo en determinado tipo de occidental, educado en una civilización cada vez más cartesiana y conceptual de la que difícilmente puede desprenderse, consiste en que no sabe ya de qué se trata cuando se le dice que dispone de otras facultades distintas de su razón. Ha esterilizado en sí una parte de su capacidad de amor y confianza y su apertura a la trascendencia. El mensaje de Pablo tiene más que nunca su sentido en el ateísmo de este siglo XXI, en que el cristiano habrá de poner en juego un equilibrio personal bastante sólido y desarrollar en sí unas facultades a primera vista menos racionales -locas, diría el apóstol- que no por eso dejan de ser auténticas actitudes humanas dilatantes y equilibrantes (Maertens-Frisque). A esta suma debilidad, a esta alta sabiduría de la cruz de Cristo se le pueden aplicar las maravillosas coplas de Juan de la Cruz, sobre un éxtasis de alta contemplación: “Entreme donde no supe / y quedeme no sabiendo / toda ciencia trascendiendo. // Yo no supe dónde entraba, / pero cuando allí me vi, / sin saber dónde me estaba, / grandes cosas entendí; / no diré lo que sentí, / que me quedé no sabiendo / toda ciencia trascendiendo. // Este saber no sabiendo / es de tan alto poder, / que los sabios arguyendo / jamás lo pueden vencer; / que no llega su saber / a no entender entendiendo, / toda ciencia trascendiendo”…
4. Jn 2,13-25 (Mt 21,12-13; Mc 11,15-17; Lc 19,45-46): la semana pasada veíamos cómo el templo es Jesús, y sigue con esto el texto de hoy: la segunda parte de la Cuaresma del ciclo B está marcada por tres evangelios de Juan que presentan diferentes aspectos del camino muerte-resurrección que celebramos en la Pascua. Los evangelistas no han pretendido escribir una biografía de Jesús y, en general, no están interesados por la cronología, sino por el mensaje de Jesús. Esto explica las diferencias que observamos incluso entre los evangelios sinópticos y, sobre todo, entre éstos y el evangelio de Juan. Por ejemplo, en este caso, los sinópticos sitúan el relato sobre la expulsión de los mercaderes del templo al final de la vida pública de Jesús; en cambio, Juan al principio. Sabido es que el cuarto evangelio tiene una estructura determinada por razones teológicas; por lo tanto habrá que suponer una intención en el hecho de que Juan nos hable de la purificación del templo ya al principio de su relato. Juan presenta a Jesús enfrentado a la religión oficial y opone constantemente la fe de los discípulos de Jesús a la incredulidad de los judíos. La expulsión de los mercaderes del templo es un ataque profético de Jesús a los señores del templo, es un gesto que preludia una lucha persistente en la que perdería la vida; pero es también el anuncio de la destrucción de ese templo como réplica divina a la incredulidad de los judíos que no conocieron su hora y no recibieron al Mesías que les había sido prometido. Una vez Jesús resucite de entre los muertos, él mismo será en adelante el verdadero templo de Dios. Teniendo en cuenta esta perspectiva, Juan prefiere situar el suceso al principio de la vida pública. La multitud de sacrificios que se ofrecían diariamente en el templo y la necesidad de cambiar la moneda corriente, la romana, por otra moneda especial, el siclo, a fin de satisfacer el tributo religioso al que estaban obligados los israelitas mayores de veinte años (Ex 30. 11; Mt 17. 24-27), hace comprensible que vendedores de animales y cambistas se instalaran en el llamado atrio de los gentiles. El permiso requerido para instalarse en el templo proporcionaba a los concesionarios, entre los cuales se contaba la familia del sumo sacerdote Anás, pingües beneficios. Estos usos y abusos habían convertido el templo de Dios en un mercado. Los judíos que intervienen de pronto y piden explicaciones a Jesús son probablemente los guardianes del templo. Sabemos que existía un cuerpo policial, formado por levitas, que estaban encargados del orden y la custodia del templo. Ellos son, pues, los que interrogan a Jesús. Llama la atención que estos policías no le acusen de inmediato de alterar el orden y que, en cambio, le pidan un milagro, una señal, que demuestre su autoridad para hacer lo que hace en el templo. Piensan que sólo un milagro puede justificar su acción. Tal modo de pensar es característico de la mentalidad judía (cf 3,2; 4,48; 6,14.30; 9,16; 11,47; Mt 12,38; 16,1; Mc 8,11; Lc 11,6), que Pablo distingue claramente de la mentalidad de los griegos que se atienen a la razón y buscan la sabiduría humana. Jesús replica con unas palabras que evidentemente, en aquella situación podían interpretarse como una amenaza al templo. Los guardianes del templo tomaron buena nota de las palabras de Jesús y, más tarde, lo acusarían ante los tribunales de lo que para ellos había sido una amenaza sacrílega al templo y a lo que el templo significaba (Mt 26. 61; Mc 14. 58). Jesús fue condenado, entre otras cosas, por su oposición al templo, por su ataque a una religión oficial establecida, sacralizada y mercantilizada. Cuando Juan escribe su evangelio, lo hace bajo la luz de la experiencia pascual. Y desde su punto de vista, el punto de vista de la fe en la resurrección de Jesús, interpreta las palabras de Jesús refiriéndolas a su cuerpo muerto y resucitado a los tres días. Si Jesús es el verdadero templo, se comprende entonces su oposición a cualquier otro templo, que pretenda situarse como algo sagrado por encima del hombre. Sí, Jesús es el templo, el ámbito del encuentro de los hombres con Dios, culto a Dios en espíritu y en verdad (Jn 4,23), pues donde hay dos reunidos en nombre de Jesús, allí está él en medio de ellos (Mt 18,20). Si Jesús es el templo, los que se incorporan a Jesús por la fe forman con él un mismo templo. La iglesia material no es ya para los cristianos la "casa de Dios" sino la casa del pueblo de Dios. Este pueblo, reunido en nombre de Cristo, incorporado a la misión de Cristo, es la verdadera casa de Dios. Pensar de otra manera sería volver a una concepción religiosa contra la que Jesús luchó toda su vida (“Eucaristía 1985”).
S. Agustín habla de que el pueblo de Dios que reza cantando es “como la voz de todos aquellos que están en el Cuerpo de Cristo. Y como en el Cuerpo de Cristo están todos, habla como un solo hombre, pues él es a la vez uno y muchos. Son muchos considerados aisladamente; son uno en aquel que es uno. El es también el templo de Dios, del que dice el Apóstol: El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros: todos los que creen en Cristo y creyendo, aman. Pues en esto consiste creer en Cristo: en amar a Cristo; no a la manera de los demonios, que creían, pero no amaban. Por eso, a pesar de creer, decían: ¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? Nosotros, en cambio, de tal manera creamos que, creyendo en él, le amemos y no digamos: ¿Qué tenemos nosotros contigo?, sino digamos más bien: «Te pertenecemos, tú nos has redimido». / Efectivamente, todos cuantos creen así, son como las piedras vivas con las que se edifica el templo de Dios, y como la madera incorruptible con que se construyó aquella arca que el diluvio no consiguió sumergir. Este es el templo —esto es, los mismos hombres— en que se ruega a Dios y Dios escucha. Sólo al que ora en el templo de Dios se le concede ser escuchado para la vida eterna. Y ora en el templo de Dios el que ora en la paz de la Iglesia, en la unidad del cuerpo de Cristo. Este Cuerpo de Cristo consta de una multitud de creyentes esparcidos por todo el mundo; y por eso es escuchado el que ora en el templo. Ora, pues, en espíritu y en verdad el que ora en la paz de la Iglesia, no en aquel templo que era sólo una figura.
La religión es a la fe lo que al matrimonio el amor. Por eso cuando prevalece la institución -la forma de hacer, la ley que somete la persona en lugar de estarle al servicio- sobre la vida, el amor o la fe, éstos degeneran en fanatismo y en celos. El fanático no cree en nada, porque sólo cree en sus creencias, lo mismo que el celoso no ama a nadie, porque está enamorado de su amor. Y algo de esto viene a denunciar hoy Jesús en el evangelio. El Templo era el centro de la religión judía en tiempos de Jesús. El Templo, concentración del culto, y la Ley, resumen de la acción. Pero la Ley se había trivializado en los incontables preceptos del Talmud, y el Templo, el culto, se había convertido en un "modus vivendi" de los señores del templo, la clase sacerdotal. De modo que ni la ley servía a la vida, sino que la sofocaba; ni el templo servía a la expresión religiosa del pueblo, sino que los exprimía, despojándoles de sus recursos. Jesús denuncia la explotación del Templo. El culto está al servicio de la fe, para que ésta pueda expresarse de forma inteligible y comunitaria. Pero no se puede hacer un negocio con el culto. Es verdad que los que sirven al altar, tienen derecho a vivir del altar, por el servicio que prestan. Pero bien entendido que se les paga el servicio y que tienen que servir, no servirse. Y mucho menos abusar de su poder o confundir a la gente con vanas ilusiones o promesas supersticiosas. No se puede confundir la fe con lo que sólo es su expresión. El verdadero culto está en la fe, en el corazón del creyente. También Jesús había denunciado el abuso de la Ley, criticando el peculiar modo de practicar el descanso sabático. No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre. Porque no es el hombre para la Ley, sino las leyes para los hombres. Por eso el imperio de la ley también es imperialismo y por tanto inadmisible. La ley de los cristianos es el amor. Y el verdadero culto cristiano -la verdadera religión, según la carta de Santiago- no está en la liturgia, sino en la práxis del amor. Sin amor, lo mismo que sin fe y esperanza, ni hay verdadero culto, ni verdadera religión. Fe, esperanza y caridad son la síntesis de la vivencia religiosa, la única religión verdadera. Las formas religiosas en que la vivencia se manifiesta no son verdaderas ni falsas, sino útiles para expresar la fe, o vanas, si no la facilitan o la empañan (Luis B. Betes).
Yo soy el verdadero templo. Se afirma, más que la purificación del templo judío, su superación. Es otra forma distinta de anunciar el final definitivo del santuario de Jerusalén. Sus opositores, sobre todo los más interesados, así lo entenderán, y esta acusación saldrá después a la luz en el juicio ante el sanedrín. La frase el celo por tu casa me devora tendrá un significado no sólo moral, sino también físico: llevará a Jesús a la muerte. Tras la resurrección, los discípulos recordaron la escena y entendieron que, cuando decía "templo", se refería a sí mismo. Jesús se manifiesta como el "lugar" privilegiado de encuentro con Dios: el rostro humano de Dios. Ni Jerusalén, ni Garizín, ni otro cualquier lugar sagrado podrá encerrar al Dios de Jesús. Desde este punto de vista, perderán su sentido los templos hechos por manos de hombre para este fin. El universo entero será el templo material. Dios entre los pucheros, en el ajetreo de la vida, en el corazón del hombre. El amor solidario servirá de señal para conocer que se ha establecido relación con el Señor. Los primeros cristianos tuvieron conciencia de ser templo de piedras vivas con Jesús como cimiento. El espíritu de Jesús es lo que da trabazón al edificio. Ese es el verdadero sacerdocio, según el vocabulario del Nuevo Testamento. Porque dar culto no es realizar ceremonias, sino hacer la voluntad del Padre. Esta realidad, se traduce mejor por la fórmula "comunidad sacerdotal" que por otras más usadas como "sacerdocio de los fieles" o "sacerdocio de los bautizados" (sacerdocio común, aparte del ministerial al servicio de Jesús sacerdote). Las piedras de una construcción ocupan, cada una, un lugar indelegable. Tiene cada una su responsabilidad, no sólo sobre unos centímetros cuadrados, sino sobre toda la trabazón del conjunto. Son edificio en la medida en que cumplen este papel en relación con todas las demás. Son corresponsables. Después del último Concilio, la palabra corresponsabilidad se ha empleado mucho en los ambientes de la Iglesia. Sin embargo, los avances en el tema son bien pobres (“Eucaristía 1991”).
Examen de conciencia: en el corazón de la Cuaresma, las lecturas nos invitan a revisar nuestro propio vivir como algo muy conforme con este tiempo litúrgico. El evangelio termina con una frase que nos descubre la urgente necesidad de tal tarea: (Jesús) no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque el sabía lo que hay dentro de cada hombre. Sí, podemos estar engañándonos estúpidamente al abrigo del aturdimiento que produce el ajetreo de cada día, por eso es necesario que nos examinemos a la luz de la Palabra para vernos como nos ve el Señor.

viernes, 9 de marzo de 2012

Cuaresma, 2º semana, sábado: la vida es un ir volviendo a la casa del Padre, con la conversión

Cuaresma, 2º semana, sábado: la vida es un ir volviendo a la casa del Padre, con la conversión

Libro de Miqueas 7,14-15.18-20: Apacienta con tu cayado a tu pueblo, al rebaño de tu herencia, al que vive solitario en un bosque, en medio de un vergel. ¡Que sean apacentados en Basán y en Galaad, como en los tiempos antiguos! Como en los días en que salías de Egipto, muéstranos tus maravillas. ¿Qué dios es como Tú, que perdonas la falta y pasas por alto la rebeldía del resto de tu herencia? Él no mantiene su ira para siempre, porque ama la fidelidad. El volverá a compadecerse de nosotros y pisoteará nuestras faltas. Tú arrojarás en lo más profundo del mar todos nuestros pecados. Manifestarás tu lealtad a Jacob y tu fidelidad a Abraham, como juraste a nuestros padres desde los tiempos remotos.

Salmo 103,1-4.9-12: De David. Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre; / bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios. / Él perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias; / rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura; / no acusa de manera inapelable ni guarda rencor eternamente; / no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. / Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que lo temen; / cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados.

Texto del Evangelio (Lc 15,1-3.11-32): En aquel tiempo, viendo que todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola. «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre.
Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.
Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’ Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’».

Comentario: 1. Miq. 7, 14-15. 18-20. No basta con perdonar. El Señor no sólo nos perdona nuestros pecados, conforme a su infinita misericordia; sino que va más allá: aplasta con sus pies nuestras iniquidades y arroja a lo hondo del mar nuestros delitos. Él quiere que, perdonados y reconciliados con Él, caminemos como santos, pues Él, nuestro Dios, es Santo. Para que esta obra de salvación fuera realidad en nosotros, Él nos envió a su propio Hijo, el cual cargó sobre sí nuestras iniquidades y clavó en la cruz el documento que nos condenaba. Quien crea en Jesús y lo acepte en su vida habrá hecho la voluntad de Dios, que no nos ha dado otro nombre bajo el cual podamos salvarnos. Dios ha salido a buscarnos como el pastor busca a la oveja descarriada. Dejémonos encontrar y salvar por Él mientras aún es el tiempo de la salvación. Dios nos ama; dejémonos amar por Él para que lleve a buen término su obra en nosotros y nos transforme de pecadores en justos y en hijos suyos.
Las ovejas alocadas, perdidas en el monte bajo, esperan que vaya el pastor a liberarlas y conducirlas a los verdes pastizales. –“Como en los días de tu salida de Egipto, haznos ver prodigios”. “La misericordia de Dios no puede ser un estímulo a la pereza. No me salvaré por mis propias cualidades, ¡seguro! Tengo de ello experiencia. Pero, tampoco me salvaré si no colaboro, si no participo por mi parte en esa salvación que Dios me da. Hay al menos que tender la mano y el corazón para acogerla. De otro modo, el hombre moderno podría acusarnos de estar «alienados»: el término "misericordia" no tiene buena prensa en la literatura de hoy... (Ver Encíclica "Rico en misericordia" de Juan Pablo II). Se le encuentra resabio de sentimentalismo y paternalismo. De hecho la salvación de Dios suscita nuestra responsabilidad: es preciso que sea esperada y recibida con todo nuestro ser... y, en particular, debemos llegar a ser misericordiosos, cuando uno mismo ha sido beneficiario. «Perdonad... como habéis sido perdonados...»” (Noel Quesson).
Hemos señalado algún aspecto de la devoción a la divina misericordia. Hoy, ahondando en el tema, querría traer a este propósito el recuerdo de Santa Teresita, a la que volveremos a recordar en el mes de octubre, que comienza con su memoria. Ella, apóstol de la Misericordia, nos hace ver que “Dios es sólo amor y misericordia”, Dios es un Padre que me ama, y por eso lo perdona todo; realmente Dios antes que nada es Amor, y todo ha sido hecho porque nos ama: "Dios creó solo aquellos seres, de los que se enamoró" (Card. Lehman). Cada uno podemos pensar: existo, porque Él se enamoró de mí. Soy aceptado por Dios; me quiere como soy. En mí todo es gracia: nací de un sueño de amor de Dios –que está loco por mí- y me tiene un amor gratuito. Una chica, al descubrir cómo vivir de la gratuidad de Dios, escribía: “Una tarde volvía yo de la reunión de oración y mi abuela me esperaba en la cocina, como siempre. Yo le conté emocionada: ‘-yaya, ¡no te imaginas! ¡Dios me quiere como soy! No tengo que hacer nada para que me quiera... ¿no es alucinante?’ Y a mi abuela se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo: ‘-me han estafado. Me han engañado’. Y es que a ella le habían predicado que el amor de Dios hay que merecérselo y ganárselo a base de méritos. Claro, como eso es imposible, nunca se había sentido digna y, por tanto feliz. Ella no conocía el significado de ‘dejarse amar por Dios’” (de una revista de la renovación carismática).
¿Tiene razón la nieta o la abuela? Realmente el corazón de Dios se vuelca en mí como hijo, más allá de la realidad concreta de mis obras buenas o malas. Cuántas angustias se han causado, por no explicar bien cómo es Dios, mostrándolo como “justiciero”... toda justicia divina hay que entenderla desde esa misericordia, todas las verdades de doctrina, hasta el infierno: que no lo ha hecho Dios para nosotros, sino que es la triste posibilidad de no amar, la autoexclusión de quien no quiere amar a Dios y a los demás. ¿Es al mismo tiempo cierto que las obras son meritorias? Si, y pienso que sólo podemos captar la Misericordia cuando abrimos el corazón, es como un chorro inmenso que está siempre –el Amor que siempre está como cayendo del cielo- pero del que sólo podemos llenarnos según nuestro recipiente, la medida de nuestro corazón. ¿Cómo se ensancha éste? Cuando se da; y es algo cíclico: la grandeza del amor se multiplica cuando se da: eso lleva a fijarse en lo bueno, en lo positivo de los demás, en sus cualidades, virtudes, acciones...
Hoy es particularmente iluminador este espíritu de Santa Teresita, que nos muestra un Dios todo amor y misericordia, donde la justicia queda explicada con la ternura. Escribe poco antes de su muerte: “dice el Evangelio que Dios vendrá como un ladrón. A mí vendrá a robarme con gran delicadeza. ¡Como me gustaría ayudar al Ladrón!... no tengo ningún miedo del Ladrón. Lo veo lejos y en vez de gritar: ¡al ladrón!, lo llamo diciéndole: ¡por aquí, por aquí!” Este espíritu -del Evangelio- es útil para impregnar todos los campos (Derecho, relaciones laborales...) pero pienso que particularmente la educación. Mirando una imagen de Jesús con dos niños, explica con inocencia profunda: “soy yo este pequeñito que ha subido al regazo de Jesús, que alarga tan graciosamente su piernecita, que levanta la cabeza y lo acaricia sin temor. El otro pequeño no me gusta tanto; le han dicho algo..., sabe que debe tratar con respeto a Jesús”. Tantas veces la educación –también la religiosa- ha sido cargada de un respeto que da miedo, y lo que más ayuda al ambiente de nuestro tiempo, lleno de miedo e inseguridad, es esa paz y esperanza de sentirnos queridos, pese a nuestras equivocaciones e incertidumbres. Cuando se encuentra vacía de obras buenas de cara al juicio que llega a su muerte, dice la Doctora de la Iglesia que Jesús “no podrá pagarme –según mis obras-... Pues bien, me pagará según las suyas”.
Una oración humilde y confiada en Dios, es la que nos ofrece Miqueas hoy; el Señor:
“- es como el pastor que irá recogiendo a las ovejas de Israel que andan perdidas por la maleza;
- volverá a repetir lo que hizo entonces liberando a su pueblo de la esclavitud de Egipto;
- y no los castigará: Dios es el que perdona; ésa es la experiencia de toda la historia: «se complace en la misericordia», «volverá a compadecerse», será «compasivo con Abrahán, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos»;
- «arrojará a lo hondo del mar nuestros delitos». Es una verdadera amnistía la que se nos anuncia hoy.
2. Sal. 102. Alabemos a Dios, nuestro Padre, porque ha sido misericordioso para con nosotros. Él nos ha perdonado y ha alejado para siempre de su presencia todos nuestros pecados. En Cristo Jesús hemos conocido el Rostro amoroso y misericordioso de Dios. El Señor no se ha quedado en promesas de salvación. Él ha cumplido su palabra y nos llama para que, creyendo en Jesús, hagamos nuestros su amor y su vida. Dios sabe que somos frágiles, inclinados al pecado. Tal vez muchas veces la concupiscencia nos llevó por caminos de rebeldía a Dios. Pero el Señor, cuando ve que volvemos a Él con el corazón arrepentido, se nos muestra como un Padre lleno de amor y de ternura para con nosotros. Aprovechemos este tiempo de gracia del Señor para volver a Él y, recibido su perdón, caminar en adelante como hijos de Dios, glorificando su Santo Nombre con nuestras buenas obras. El salmo 102, un hermoso canto a la misericordia de Dios, insiste: «el Señor es compasivo y misericordioso... no nos trata como merecen nuestros pecados». Es un salmo que hoy podríamos rezar por nuestra cuenta despacio diciéndolo en primera persona, desde nuestra historia concreta, a ese Dios que nos invita a la conversión. Es una entrañable meditación cuaresmal y una buena preparación para nuestra confesión pascual... ¿Sabemos pedir perdón? ¿Preparamos ya el sacramento de la reconciliación, que parece descrito detalladamente en esta parábola en sus etapas de arrepentimiento, confesión, perdón y fiesta? ¿O bien actuamos como el hermano mayor? Él no acepta que al menor se le perdone tan fácilmente. Tal vez tiene razón en querer dar una lección al aventurero. Pero Jesús contrapone su postura con la del padre, mucho más comprensivo. Jesús mismo actuó con los pecadores como lo hace el padre de la parábola, no como el hermano mayor. Éste es figura de una actitud farisaica. ¿Somos intransigentes, intolerantes? ¿Sabemos perdonar o nos dejamos llevar por la envidia y el rencor? ¿Miramos por encima del hombro a «los pecadores», sintiéndonos nosotros «justos»? La Cuaresma debería ser tiempo de abrazos y de reconciliaciones. No sólo porque nos sentimos perdonados por Dios, sino también porque nosotros mismos decidimos conceder la amnistía a alguna persona de la que estamos alejados” (J. Aldazábal). «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad» (entrada). «¿Qué Dios hay como Tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa?» (1ª lectura). Todos hemos de seguir estos días las pisadas del joven: «Me pondré en camino a donde está mi padre y le diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti» (evangelio), para «que la gracia de tus sacramentos llegue a lo más hondo de nuestro corazón» (poscomunión).
3. Lc 15,1-3.11-32 (= Cuaresma 4º domingo C). “Dejarse amar por Dios. -Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle. Los fariseos y los escribas murmuraban: "Este acoge a los pecadores y come con ellos." Una revelación esencial de Dios. La parábola del hijo perdido y encontrado... por su padre. La parábola del Padre que no desespera jamás de sus hijos. Habitualmente llamada: la parábola del "hijo pródigo". Pero es el "padre", y no el hijo, el que constituye el centro de la parábola. Contemplemos a nuestro Dios, que Jesús nos revela aquí. -“Un hombre tenía dos hijos. El más joven dijo a su padre: "Dame la parte de hacienda que me corresponde." El padre les dividió la hacienda”. Un padre amoroso, respetuoso de la libertad y de la autonomía de sus dos hijos. Con la muerte en el alma deja partir al menor; pero con la esperanza de que será adulto algún día y comprenderá el amor de su padre. Un hijo disconforme, que quiere vivir su vida, que rehúsa el estar sometido, que cree que será más libre si está totalmente independizado. Es una rebelión típica de nuestro tiempo y de todos los tiempos: "el rechazo del padre"... el rechazo de Dios. Característica del mundo moderno. Fenómeno global del ateísmo.
-“Disipó su hacienda en una vida disoluta...” y conoció la miseria. El pecado siempre se presenta primero como agradable, atrayente, seductor. El Maligno es suficientemente hábil para, de momento, disimular su "juego". Vivir su libertad, reivindicar su autonomía... es positivo bajo un cierto aspecto. Eres Tú, Señor, quien nos has dado esta sed de libertad. Haz que seamos más lúcidos, Señor. Ayúdanos a detectar lo que es una verdadera dilatación del espíritu, de lo que corre el peligro de acabar en decrepitud.
Cuando el hombre desprecia su dignidad y baja al abismo, ahí también está Dios… San Pedro Crisólogo señala: Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre (Lc 15,18)… “El que pronuncia estas palabras estaba tirado por el suelo. Toma conciencia de su caída, se da cuenta de su ruina, se ve sumido en el pecado y exclama: Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre. ¿De dónde le viene esta esperanza, esta seguridad, esta confianza? Le viene por el hecho mismo de que se trate de su padre. Ha perdido su condición de hijo; pero el padre no ha perdido su condición de padre. No hace falta que ningún extraño interceda cerca de un padre; el mismo amor del padre intercede y suplica en lo más profundo de su corazón a favor del hijo. Sus entrañas de padre se conmueven para engendrar de nuevo a su hijo por el perdón. “Aunque culpable, yo iré donde mi padre.’ Y el padre, viendo a su hijo, disimula inmediatamente la falte de éste. Se pone en el papel de padre en lugar del papel de juez. Transforma al instante la sentencia en perdón, él que desea el retorno del hijo y no su perdición... Lo abrazó y lo cubrió de besos (Lc 15,20) Así es como el padre juzga y corrige al hijo. Lo besa en lugar de castigarlo. La fuerza del amor no tiene en cuenta el pecado, por esto con un beso perdona el padre la culpa del hijo. Lo cubre con sus abrazos. El padre no publica el pecado de su hijo, no lo abochorna, cura sus heridas de manera que no dejan ninguna cicatriz, ninguna deshonra. Dichoso el que ve olvidada su culpa y perdonado su pecado (Sl 31,1)… el hijo sigue siendo hijo de Dios y, siendo hijo, también heredero (Rom 8,17). La herencia es un conjunto de bienes incalculables y de felicidad sin límites, que sólo en el Cielo alcanzará su plenitud y seguridad completa. Hasta entonces tenemos la posibilidad de marcharnos lejos de la casa paterna y malgastar los bienes de modo indigno a nuestra condición de hijos de Dios. Cuando el hombre peca gravemente, se pierde para Dios, y también para sí mismo, pues el pecado desorienta su camino hacia el Cielo; es la mayor tragedia que puede sucederle a un cristiano. Se aparta radicalmente del principio de vida, que es Dios, por la pérdida de la gracia santificante; pierde los méritos que ha logrado durante su vida, se incapacita para adquirir otros nuevos, y queda de algún modo sujeto a la esclavitud del demonio. Fuera de Dios es imposible la felicidad, incluso aunque durante un tiempo pueda parecer otra cosa.
En la oscuridad, sigue habiendo una luz… donde vemos el bien y la verdad, la belleza y el camino de la esperanza… En el examen de conciencia se confronta nuestra vida con lo que Dios esperaba, y espera de ella. En el examen, con la ayuda de la gracia, nos conocemos como en realidad somos. Los santos se han reconocido siempre pecadores porque, por su correspondencia a la gracia, han abierto las ventanas de su conciencia, de par en par, a la luz de Dios, y han podido conocer bien su alma. En el examen también descubriremos las omisiones en el cumplimiento de nuestro compromiso de amor a Dios y a los hombres, y nos preguntaremos: ¿a qué se deben tantos descuidos? La soberbia también tratará de impedir que nos veamos tal como somos: han cerrado sus oídos y tapado sus ojos, a fin de no ver con ellos (Mt 13, 15).
Todos nosotros, llamados a la santidad, somos también el hijo pródigo. “La vida humana es, es cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro Padre. Volver mediante la contrición... Volver por medio de ese sacramento del perdón en el que, al confesar nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos, miembros de la familia de Dios” (san Josemaría). Hemos de acercarnos a la Confesión sin desfigurar la falta ni justificarla. Con humildad, sencillez y sinceridad. Con verdadero dolor por haber ofendido a nuestro Padre. El Señor, por Su misericordia, nos devuelve en la confesión lo que habíamos perdido por el pecado: la gracia y la dignidad de hijos de Dios. Y la vuelta acaba siempre en una fiesta llena de alegría (F. Fernández Carvajal).
-“Se levantó y partió hacia su padre: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”. Danos, Señor, este valor... saber reconocer nuestro mal y tomar la postura eficaz para probar que es verdadera nuestra decisión.
-“Cuando aún estaba lejos, vióle el padre, y compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello... mandó que le trajeran la más bella túnica, un anillo, unas sandalias... hizo preparar un festín”. Es así como el padre acoge al hijo "rebelde". Incansablemente, leo y vuelvo a leer estas palabras. Eres Tú, Jesús, quien ha inventado este relato. Eres Tú quien ha acumulado todos esos detalles del retorno del hijo pródigo. Escucho tu voz. Trato de imaginar las inflexiones de tu voz cuando decías esto por primera vez. Querías darnos a entender algo muy importante.
¿Cómo reaccionaron tus oyentes? ¿Qué hicieron después de haberlo oído? ¿Vinieron a confiarte sus pecados? ¿Oíste confesiones, Señor? ¿Qué confidencias te hicieron? Los "hijos pródigos" de Dios comprendieron delante de quién se encontraban, y ¡cuán grande era su suerte de tener tal Padre!
-“Hijo mío, todo lo mío es tuyo”. Fórmula de amor. Y el padre se ve obligado a decirla también al hijo mayor quien, aparentemente, se había quedado "en la casa", ¡pero que tampoco había comprendido gran cosa del amor que su padre le tiene! El menor, precisamente a causa de su pecado, y de su vida lejos del hogar... y a causa también del perdón que acaba de recibir, comprenderá mejor ahora ¡cómo y cuánto es amado! ¡Gracias!” (Noel Quesson).
El hijo ha preparado un discurso, pero el padre no le permite terminarlo, no se le gana en generosidad e iniciativa: no sólo -contra las costumbres orientales- “corre” al encuentro del hijo al que ve de lejos, sino que le devuelve la filiación que había “perdido”: eso significan el anillo (sello de la alianza), las sandalias (para llevar el evangelio de paz, una vez recuperada) y el mejor vestido (la inmortalidad, incorruptibilidad de la gracia), digno de un huésped de honor, para un banquete (la Eucaristía) con música y danzas (la alegría). La alegría del padre queda reflejada, además, en la fiesta por “este hijo mío”. El hermano mayor, que viene de cumplir con sus responsabilidades de hijo no quiere entrar en la casa y participar de la fiesta. Nuevamente el padre sale al encuentro de un hijo y debe escuchar los reproches. El mayor se niega a reconocerlo como hermano (“ese hijo tuyo”) cosa que el padre le recuerda (“tu hermano”). El padre reconoce que el hijo mayor “jamás desobedeció una orden”, es un “siempre fiel”, uno que “está siempre con el padre” y todo lo suyo le pertenece, pero el padre quiere ir más allá de la dinámica de la justicia: el menor “no merece”, pero “es bueno” festejar. La misericordia supone un salir hacia los otros, los pecadores que -por serlo- no merecen, pero el amor es siempre gratuito y va más allá de los merecimientos, mira al caído. Los fariseos y escribas son modelos de grupos “siempre fieles”, pero su negativa a recibir a los hermanos que estaban muertos y vuelven a la vida los puede dejar fuera de la casa y de la fiesta. Los mayores también pueden irse de la casa si no imitan la actitud del padre, o pueden entrar y festejar si son capaces de recibir a los pecadores y comer con ellos.
Ante la noticia de una masacre en una escuela de Alemania (12.3.2009), por parte de un alumno resentido (como tantos otros episodios de varios países), me pregunto: ¿cómo es que somos tan poco civilizados en la práctica? Para nuestra civilización “tan” civilizada, se hace muy difícil comprender tantas cosas… estamos en un mundo falto de educación, pero pienso que lo que falta es educar el corazón, está mucha gente necesitada de amor que nadie le da… Cuentan en el Arzobispado de Madrid que hay un programa de acogida a niños con carencias que se llama: “Se buscan abrazos”. La parábola del hijo pródigo es también muy actual, para ayudar a esos países nórdicos donde hay tanto aislamiento, a buscar el abrazo del padre al hijo, de los hermanos, de todos los hombres... Ese abrazo resume todo lo que hemos querido meditar durante esta semana. El hijo abrazó su fortuna y se fue desasido de su padre. Se sentía infantil bajo la protección de su padre y se lanzó en busca de otros abrazos. Se echó en los brazos de la “buena vida”, de la juerga, del vino, de los amigotes, de las prostitutas y terminó humillado por todos ellos e intentando abrazar las algarrobas que comían los cerdos, y hasta ese mísero abrazo al alimento de los puercos le estaba vedado. Es como el abrazo de la boa constrictor, al principio es suave, de tacto agradable, pero termina ahogando y, o eres capaz de zafarte de él, o acabas siendo devorado y deglutido lentamente por los jugos gástricos del animalejo. Muchos buscan abrazos perdidos, como un marido cae en brazos de otra mujer, en lugar del abrazo de amor auténtico. El otro abrazo, el abrazo del padre, parece mucho más difícil de recibir. Es el pecado de muchos católicos, pensar que hemos de merecernos el amor de Dios, y al pecar desesperar, al no vernos dignos, vernos malos… Parece que hay que ganárselo, pensar excusas para acercarse a él, darle vueltas a razonamientos que justifiquen nuestra indignidad y hacernos un hueco entre sus brazos. Y, ciertamente, es un abrazo inmerecido, no nos lo ganamos por nuestra locuacidad ni por nuestra capacidad de “dar lástima”. Es Dios Padre quien se conmueve cuando ve que nos acercamos, el que echa a correr a nuestro encuentro, nos abre los brazos en un inmenso abrazo y nos cubre de besos, callando todos nuestros estúpidos razonamientos o nuestras injustificables justificaciones. Toda la humillación de esta semana es elevada en los brazos del Padre y, sintiéndonos otra vez como niños pequeños y balbucientes ante Dios, nos damos cuenta de que Él nos quiere y ése es nuestro mayor tesoro, el que nunca querremos perder. No dejes que pase hoy sin acercarte a tu padre Dios, acércate a la Iglesia y recibe el sacramento de la confesión y- aunque creas que te va a costar mucho, que llevas demasiado tiempo cuidando cerdos-, en cuanto te decidas, será tu padre Dios quien correrá a tu encuentro, verás todos tus pecados sujetos con clavos a la cruz y encontrarás la vida de la gracia que da vida a lo que parecía un cadáver. Confíale a María este propósito de no aplazar un día más esa reconciliación con Dios que necesitas y, aunque te cueste avanzar por la humillación de tus pecados, descubrirás que es realmente cierto que “él que se humilla será enaltecido”.
Jesús, que ante la tentación no piense sólo en mí: en lo que gano y en lo que pierdo. Que piense, sobretodo, en lo que te alegras Tú si venzo, o en lo que sufres si te abandono. Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo pródigo, hace falta sólo que abramos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y de ser, a pesar de tanta falta de correspondencia por nuestra parte, verdaderamente hijos suyos (san Josemaría). Jesús, a la hora de pedir perdón, a veces tampoco me doy cuenta de cómo me estás esperando. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció. Tú estás esperándome con impaciencia…, y yo no tengo prisa en venir. Pasan días de espera que no pasarían si me diera cuenta de cómo me quieres y cuánto deseas mi pronta conversión. Hace falta sólo que abramos el corazón. Tú has querido, Jesús, que esa vuelta a la casa del Padre la podamos realizar a través del Sacramento de la Confesión. Que no la retrase innecesariamente cuando veo que me hace falta; que no permanezca alejado cuando Tú me quieres en casa, y me esperas como un Padre a su hijo. María, aunque en la parábola no aparece la madre del hijo pródigo, me imagino perfectamente su reacción ante la marcha del hijo y ante su regreso a casa. Cómo te hará sufrir, por mí, el pecado, y cómo te alegrará la confesión. Ayúdame a evitar el pecado, y acudir prontamente –sin vergüenzas, sin pereza- al remedio de la confesión (Pablo Cardona).
Jesús escandalizaba a los fariseos: come con pecadores... La comida era algo tan sagrado para los antiguos judíos, que uno sólo podía sentarse a la mesa de quien es como uno. Jesús come con pecadores: ¡obviamente es un pecador! El planteamiento de Jesús es totalmente diferente: Él es el rostro humano de la misericordia infinita de Dios, es el Dios que se acerca a todo hombre para regalarle su amor. Es el Dios dedicado hasta el extremo a cada uno de los suyos. Es el padre que está amorosamente atento a la vuelta de sus hijos errantes a su casa, a su mesa y a su fiesta. Otros, en cambio, parecen preferir ser un grupo aislado, el grupo de los perfectos, el de los que "no abandonaron la casa del padre"... Algunos tienen una actitud sectaria, una actitud que rechaza a todos los que ya no están unidos a su origen, o que no aceptan a los que no-son-como-uno. Dios, en cambio, quiere invitarnos a todos a su fiesta, la fiesta de la alegría por recuperar lo perdido. Frente a un mismo acontecimiento, tenemos dos actitudes diferentes, la de un padre, dedicado y preocupado por su hijo perdido, y la de un hermano orgulloso de su "pureza" que rechaza la infidelidad del hermano arrepentido ... El tema de la comunión de mesa con los pecadores se enmarca en un tema muy amplio: Jesús come con pecadores y prostitutas, con pobres y mujeres. Hasta es acusado de "borracho" por los comentarios del barrio. Pero, en la misma línea, habla del Reino de Dios como un banquete al cual son invitados todos los hombres, y frente al rechazo de los que se creían perfectos (como el hijo mayor), un banquete al que se invita a los pobres y despreciados; incluso lo indica expresamente: cuando des un banquete, invita a los pobres, a los que no pueden devolverte la invitación. ¿Entraremos a la fiesta?
Hoy vemos la misericordia, la nota distintiva de Dios Padre, en el momento en que contemplamos una Humanidad “huérfana”, porque —desmemoriada— no sabe que es hija de Dios. Cronin habla de un hijo que marchó de casa, malgastó dinero, salud, el honor de la familia... cayó en la cárcel. Poco antes de salir en libertad, escribió a su casa: si le perdonaban, que pusieran un pañuelo blanco en el manzano, tocando la vía del tren. Si lo veía, volvería a casa; si no, ya no le verían más. El día que salió, llegando, no se atrevía a mirar... ¿Habría pañuelo? «¡Abre tus ojos!... ¡mira!», le dice un compañero. Y se quedó boquiabierto: en el manzano no había un solo pañuelo blanco, sino centenares; estaba lleno de pañuelos blancos. Nos recuerda aquel cuadro de Rembrandt en el que se ve cómo el hijo que regresa, desvalido y hambriento, es abrazado por un anciano, con dos manos diferentes: una de padre que le abraza fuerte; la otra de madre, afectuosa y dulce, le acaricia. Dios es padre y madre... «Padre, he pecado» (cf. Lc 15,21), queremos decir también nosotros, y sentir el abrazo de Dios en el sacramento de la confesión, y participar en la fiesta de la Eucaristía: «Comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida» (Lc 15,23-24). Así, ya que «Dios nos espera —¡cada día!— como aquel padre de la parábola esperaba a su hijo pródigo» (San Josemaría), recorramos el camino con Jesús hacia el encuentro con el Padre, donde todo se aclara: «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Concilio Vaticano II). El protagonista es siempre el Padre. Que el desierto de la Cuaresma nos lleve a interiorizar esta llamada a participar en la misericordia divina, ya que la vida es un ir regresando al Padre.
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz; a los que habitaban en una región de sombras de muerte una luz les brilló. Los que no éramos pueblos hemos sido constituidos en Pueblo de Dios. Y el Padre misericordioso se alegra de haber encontrado a su hijo, el que por muchos años y siglos había vagado lejos de la casa paterna. Dios no quiere la salvación sólo para unos cuantos elegidos. Él nos ama a todos y quiere que todos los hombres se salven. Él ha enviado a su Iglesia a proclamar su Evangelio hasta el último rincón de la tierra. La Buena Nueva de salvación no puede encerrarse cobardemente en un grupo de iniciados. Dios quiere que todos lleguemos a ser hijos suyos. Esa es la misericordia que Dios nos ha manifestado por medio de su Hijo que bajó del cielo para conducirnos a él. Él cargó sobre sí nuestras miserias e hizo suyos nuestros delitos. Él retorna junto con toda la humanidad pecadora, pero arrepentida, para ser recibida como es recibido el Hijo en la casa paterna. Unamos nuestra vida a Cristo para que, perdonados de nuestros pecados, seamos dignos de participar del Banquete eterno en la alegre compañía del Hijo de Dios. Dios, en Cristo Jesús, ha venido para recibirnos a nosotros, pecadores, y a sentarnos a su mesa. Dios jamás nos ha abandonado, ni se ha olvidado de nosotros. A pesar de que la humanidad ha vivido lejos del Señor, Él nos sigue amando. Y no se queda esperándonos en su casa para que retornemos a Él. Él ha salido a buscarnos y no ha descansado hasta encontrarnos para ofrecernos su perdón. A quienes lo aceptamos como nuestro Dios y Señor nos lleva sobre sus hombros, lleno de alegría, de regreso a la Casa Paterna. Nuestra conversión inicial, culminada en el Bautismo, se vuelve a realizar en este Sacramento Eucarístico, centro y culmen de la vida de la Iglesia. Por eso, no sólo venimos a adorar a Dios contemplándolo lejano a nosotros. Venimos para unirnos con el Señor en una Alianza nueva y eterna. Por eso no podemos volver a nuestra vida diaria revestidos de la maldad. Dios nos ha revestido de su propio Hijo amado en quien Él se complace, para contemplarlo en nosotros. Tal vez en otro tiempo fuimos irreflexivos, rebeldes, descarriados, esclavos de toda clase de malas inclinaciones y placeres, llenos de maldad y de envidia; éramos despreciados y nos odiábamos unos a otros. Pero a pesar de todo eso Dios nos salvó, no por alguna obra buena nuestra, sino sólo por su gran misericordia (cfr Tit 3, 3ss). ¿En verdad habrán quedado atrás nuestros pecados y nuestras pasiones desordenadas? En esta Cuaresma no podemos llegar a celebrar la Pascua sólo por tradición. Debemos permitirle al Señor que renueve nuestro corazón para que, guiados por su Espíritu Santo que habita en nosotros, podamos ir a dar testimonio de lo misericordioso que ha sido el Señor para con nosotros. Quien continúe como esclavo del pecado no puede llamarse hijo de Dios, pues aún no ha iniciado, por lo menos, su camino de retorno al Señor. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda volver a Él, rico en misericordia. Que nos dejemos revestir de Cristo y que hagamos nuestra su Misión para llevar a todos, tanto con las palabras como con el ejemplo, su mensaje de salvación para que vuelvan a Él y sean sus hijos amados. Amén (www.homiliacatolica.com).

Cuaresma, 2ª semana, viernes: el Señor saca bienes de las desgracias, con las que nos prepara con su providencia para llevar adelante sus planes; hemo

Cuaresma, 2ª semana, viernes: el Señor saca bienes de las desgracias, con las que nos prepara con su providencia para llevar adelante sus planes; hemos de dejarnos preparar

Libro de Génesis 37,3-4.12-13.17-28: Israel amaba a José más que a ningún otro de sus hijos, porque era el hijo de la vejez, y le mandó hacer una túnica de mangas largas. Pero sus hermanos, al ver que lo amaba más que a ellos, le tomaron tal odio que ni siquiera podían dirigirle el saludo. Un día, sus hermanos habían ido hasta Siquém para apacentar el rebaño de su padre. Entonces Israel dijo a José: "Tus hermanos están con el rebaño en Siquém. Quiero que vayas a verlos". "Está bien", respondió él. "Se han ido de aquí, repuso el hombre, porque les oí decir: "Vamos a Dotán". José fue entonces en busca de sus hermanos, y los encontró en Dotán. Ellos lo divisaron desde lejos, y antes que se acercara, ya se habían confabulado para darle muerte. "Ahí viene ese soñador", se dijeron unos a otros. "¿Por qué no lo matamos y lo arrojamos en una de esas cisternas? Después diremos que lo devoró una fiera. ¡Veremos entonces en qué terminan sus sueños!". Pero Rubén, al oír esto, trató de salvarlo diciendo: "No atentemos contra su vida". Y agregó: "No derramen sangre. Arrójenlo en esa cisterna que está allá afuera, en el desierto, pero no pongan sus manos sobre él". En realidad, su intención era librarlo de sus manos y devolverlo a su padre sano y salvo. Apenas José llegó al lugar donde estaban sus hermanos, estos lo despojaron de su túnica - la túnica de mangas largas que llevaba puesta - , lo tomaron y lo arrojaron a la cisterna, que estaba completamente vacía. Luego se sentaron a comer. De pronto, alzaron la vista y divisaron una caravana de ismaelitas que venían de Galaad, transportando en sus camellos una carga de goma tragacanto, bálsamo y mirra, que llevaban a Egipto. Entonces Judá dijo a sus hermanos: "¿Qué ganamos asesinando a nuestro hermano y ocultando su sangre? En lugar de atentar contra su vida, vendámoslo a los ismaelitas, porque él es nuestro hermano, nuestra propia carne". Y sus hermanos estuvieron de acuerdo. Pero mientras tanto, unos negociantes madianitas pasaron por allí y retiraron a José de la cisterna. Luego lo vendieron a los ismaelitas por veinte monedas de planta, y José fue llevado a Egipto.

Salmo 105,16-21: Él provocó una gran sequía en el país y agotó las provisiones. / Pero antes envió a un hombre, a José, que fue vendido como esclavo: / le ataron los pies con grillos y el hierro oprimió su garganta, / hasta que se cumplió lo que él predijo, y la palabra del Señor lo acreditó. / El rey ordenó que lo soltaran, el soberano de pueblos lo puso en libertad; / lo nombró señor de su palacio y administrador de todos sus bienes.

Evangelio según San Mateo 21,33-34.45-46: Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

Comentario: 1.: Gn 37,3-4.12-13a.17b-28: En los planes de Dios, José estaba destinado a ser la salvación del pueblo; vemos en estas semanas cómo los profetas han de pasar por la prueba y la mortificación para poder dar fruto; son imágenes de Cristo, y es el caso de José, y también de San José, al que Dios habla en sueños también, y que provee al patrimonio –hacer de padre- de la casa de Jesús, y luego de la Iglesia. Cristo, el nuevo José, ha verificado el valor de esas pruebas con su propia vida, y ahora le toca a la Iglesia seguir siendo grano de trigo, que ha de morir para que dar fruto. Como decimos vulgarmente: Dios escribe derecho en renglones torcidos. Todo sirve para nuestro bien. La historia de José debe ser leída conforme a su hilo conductor expresado en las palabras que él dirigirá a sus hermanos: “No teman, ¿puedo ponerme yo en lugar de Dios? Ciertamente que ustedes se portaron mal conmigo, pero Dios lo cambió en bien para hacer lo que hoy estamos viendo: para dar vida a un gran pueblo” (Gén. 50, 19-20). Dios está decidido a salvarnos. Y si muchas veces se levanta el odio sobre nosotros y nos pareciera como que hemos perdido las esperanzas, Dios va con nosotros incluso en los momentos más oscuros de nuestra vida. Él hará que, finalmente, todo contribuya a nuestra salvación. Así vislumbramos lo que será la aparente derrota de Jesús y la aparente victoria de sus enemigos. Gracias a su muerte en Cruz, Jesús inauguró la salvación en el mundo, y nosotros somos testigos de que, mediante su muerte y resurrección, Dios ha dado vida a un gran pueblo, el nuevo pueblo de los hijos de Dios. Será un pueblo de libertad, pues es fácil atar a la gente y “sustituir” su conciencia o libertad, como decía San Gregorio Niseno: «Ahora bien, el que se apropia lo que es de Dios, atribuyendo a su linaje tal poder que se tenga a sí mismo por dueño de los hombres y mujeres, ¿qué otra cosa hace que traspasar por la soberbia de la Naturaleza, mirándose a sí mismo como cosa distinta de aquellos sobre los que manda? He poseído esclavos y esclavas. Condenas a servidumbre al hombre cuya naturaleza es libre e independiente, y te opones a la ley de Dios, trastornando la ley que Él estableció sobre la naturaleza. Y es así que el que fue creado para ser dueño de la tierra, y destinado por su Hacedor para mandar, a ése lo metes tú bajo el yugo de la servidumbre, como si quisieras contravenir e impugnar la ordenación de Dios. Tú has olvidado cuáles son los límites de tu autoridad, que no se extienden más allá del dominio de los irracionales. Imperen, dice la Escritura, sobre los volátiles, sobre los peces y los cuadrúpedos (Gén 1,26)... Pues, si Dios no esclaviza al libre, ¿quién osará poner su propio poder por encima del poder de Dios?».
La historia de José es de alto valor teológico y literario, para todos los públicos es una historia de gran valor catequético que en su belleza atrae la curiosidad, llena el alma en su riqueza de virtudes, hace llorar por las calamidades y alegrarse por la providencia divina que de todo saca el bien: la providencia del Señor lleva de la mano la vida de José y la de todo el pueblo: "aunque vosotros pensasteis hacerme daño -dice José a sus hermanos al final de todo el episodio- Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir a un pueblo numeroso". (Gn 5, 20). Lástima que se lea sólo este pequeño trozo, pero ha de ser un acicate para leer todo el pasaje, desde la envidia de los hermanos de José, hasta los sueños de las vacas flacas y su interpretación, y cómo de la desgracia pudo valerse Dios para salvar de la muerte por sequía al pueblo de Israel, el camino que traza el odio es también camino de reconciliación. El sentido del texto mesiánico está completado en el Salmo.
En el evangelio de hoy, Jesús habla de un «hijo» enviado para cosechar los frutos de una viña, y que los viñadores matan para desembarazarse de él. Es el anuncio de su propia muerte, anunciada por las otras lecturas, es sorprendente la unidad temática de estos días de cuaresma, por eso es bueno ver la correlación que en la Iglesia se ha dado a estos textos que se explican mutuamente. «Venid. Matémosle». Las mismas palabras de la historia de José, que prefigura la de Jesús. Israel amaba a José… "Este es mi hijo, mi bien amado, escuchadle...». -Conspiraron contra él para matarle: «Venid, matémoslo»: otro “anuncio” de la "Pasión de Jesús".
Pero como sabemos no sólo tienen esas palabras un valor histórico de lo que pasó y uno tipológico o cristológico, sino también actual, cuando dondequiera que corra la sangre sobre un rostro, víctima de la brutalidad humana, es el rostro ensangrentado de Jesús que aún perdura. -“Le vendieron por veinte monedas de plata”... El dinero. Por dinero se maltrata a los hombres. Perdón, Señor. Por dinero, Judas vendió a Jesús a los sumos sacerdotes. Dios se sirve de acontecimientos aparentemente contrarios a su proyecto. Pensaron que con el acto de envidia acababan las preocupaciones de los hermanos, pero el remordimiento les hizo pasar una vida insoportable, como Judas con el complot y la muerte de Jesús... a veces absolutizamos un aspecto como por impaciencia, y por falta de visión de conjunto se olvidan otras perspectivas que también son reales, que son perjudicadas, y después salen los problemas; pensemos por ejemplo en el campo de la familia, no sólo las relaciones entre hermanos sino la relación matrimonial: ¡cuántas veces, después de un acto que pensábamos que tenía sólo una perspectiva, con el tiempo vemos que aparecen muchos más aspectos, que completan aquello! Pienso en tantos matrimonios que se separan por una incomprensión, y usan quizá precipitadamente de ese “último recurso” y luego van aflorando los efectos negativos de la separación como minando la psicología de los miembros de la familia: hijos con problemas en estudios y de relacionalidad… Pero siempre hay tiempo, siempre se puede rectificar… Un fracaso, un desastre completo para los planes de Dios luego se vuelve victoria absoluta. Ayúdame, Señor, a ver tu designio en los acontecimientos que me suceden y en los que suceden a tu Iglesia. Incluso en las situaciones desfavorables, creo que Tú sigues dirigiendo la historia. -«La piedra que desecharon los constructores es ahora piedra angular»: José, traicionado por sus hermanos, será quien les salvará, dentro de unos años, cuando venga el hambre y ellos mismos vayan a Egipto donde encontrarán a su hermano, al que acaban de «vender». Jesús, también, salva a los que no le aman (algunas ideas son de Noel Quesson).
2. Sal 104,16-17.18-19.20-21: Destino de cruz y muerte que espera a Jesús al final de su camino, profetizado por José en su vida, traicionado por sus propios hermanos, que expresa las infidelidades de Israel y sobre todo del estilo que tiene Dios de sacar bien del mal. El salmo prolonga la historia y nos dice cómo aquello, que parecía una maldad sin sentido, tuvo consecuencias positivas para la salvación de Israel: «por delante había enviado a un hombre, José, vendido como esclavo: hasta que el rey lo nombró administrador de su casa». Recordad las maravillas que hizo el Señor… Los viernes son días penitenciales, especialmente los de Cuaresma. Es el día en que recordamos especialmente la cruz y el corazón traspasado de Cristo. La penitencia humilla, es la oración del cuerpo, de los sentidos, del estómago, de la vista. Nos ayuda a “recordar las maravillas que hizo el Señor”, pues esas pequeñas penitencias son las piedras con las que se construyen las maravillas de Dios. Un día llegará el momento de la prueba, de la enfermedad, de la muerte, de la soledad, de la difamación o la calumnia y esas pequeñas penitencias se convertirán en muro fuerte contra el que se chocan todas las adversidades, contra el que rebotan todas las dificultades. No lo habrás construido tú, lo habrá hecho el Señor con la argamasa de esas “tonterías” que pones cariño en cumplir, con las piedras de esas humillaciones personales que nadie ve excepto tú, nuestra Madre la Virgen y Dios (Fray Nelson). –El Salmo 104 es un canto a la bondad de los planes de Dios: José, liberado de la esclavitud, se convierte en su día en salvador de su pueblo. El cumplimiento inexorable de la voluntad de Dios no resta culpa a la perversidad de sus hermanos. El Padre Dios nos envió a su propio hijo para liberarnos de la esclavitud del pecado y no dejar que muriésemos eternamente. Dios nos ama y nos quiere eternamente con Él. Tal vez no entendemos la muerte de Jesús como camino de salvación. Sólo a la luz de su gloriosa resurrección sabemos que no un hombre, sino Dios mismo vino para convertirse en nuestro único camino de salvación. Esos son los caminos de la Providencia de Dios sobre la humanidad. A pesar de que el Señor murió a causa de nuestras culpas, puesto que entregó su vida por amor a nosotros para liberarnos de todo lo que nos esclavizaba al pecado, no tengamos miedo en acercarnos a Él para recibir el perdón y alcanzar, así, la salvación. Teniendo a Dios con nosotros no continuemos siendo pecadores, sino que dejemos que Dios nos transforme, desde lo más profundo de nuestro ser, para que en adelante nos manifestemos como hijos suyos con un corazón recto. El Señor actuó conduciendo la historia y lo hace hoy también, a pesar de los pecados de los hombres: «Llamó al hambre sobre aquella tierra: cortando el sustento de pan; por delante había enviado a un hombre, a José, vendido como esclavo. Le trabaron los pies con grillos, le metieron al cuello la argolla, hasta que se cumplió su predicción y la palabra del Señor lo acreditó. El rey lo mandó desatar, el Señor de pueblos le abrió la prisión, lo nombró administrador de su casa, señor de todas sus posesiones».
3. Mt 21, 33-46 (ver tb. Domingo 27ª). Conversión, dar fruto, es la línea de fuerza que marca la liturgia en estos días… -Un padre de familia plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar, y edificó una torre... Jesús hace alusión a un oráculo de Isaías (5, 2-5): "Ciudadanos de Jerusalén, y vosotros hombres de Judá, pronunciad la sentencia entre yo y mi viña. / ¿Qué podía hacer yo por mi viña, que no lo haya hecho? ¡Pues bien! Voy a revelaros lo que voy a hacer: / Quitaré la cerca, para que puedan pisotearla". Decepción divina. Tantos cuidados, tantos desvelos, tanto amor. ¿Qué decepciones tiene Dios de mí? ¿Qué esperas de mí, Señor? –“Y la arrendó a unos viñadores”... se me ha confiado la viña, con responsabi1idades: ¿Cuáles? ¿De qué y de quiénes deberé darte cuenta? ¿Qué debo hacer fructificar? ¿Qué iniciativas esperas de mí para que la porción de tus tierras no pase a ser un erial?
-“Cuando se acercaba el tiempo de los frutos, envió a sus criados para percibir su parte...” Los viñadores les apedrearon... Se rechaza a Dios. También hoy. Dios es un estorbo. Yo mismo te rehúso, Señor, cuando vienes a pedirme los frutos. Ahora, detenidamente, me propongo buscar, en mi vida concreta, las exigencias, las llamadas divinas que acepto mal y que rechazo. –“De nuevo les envió otros siervos, en mayor número que los primeros. Finalmente les envió a su Hijo”. La perseverancia de Dios. Va hasta el final. Sacrifica lo que es más precioso para El. "De tal manera ha amado Dios al mundo que le ha enviado su propio hijo." Me detengo a contemplar la amplitud insospechada de este don: "Puesto que Dios nos ha amado hasta darnos a su propio Hijo, ni la muerte, ni el pecado nos arrancarán de su amor." –“Cuando venga, pues, el amo de la viña... ¿Qué hará? Hará perecer de mala muerte a los malvados, y arrendará la viña a otros” (Noel Quesson). El liderazgo en el Reino de Dios que viene le será quitado a la oficialidad judía, para dárselo a un pueblo nuevo que dé frutos. Por eso las palabras de Jesús enfurecieron a los sacerdotes y fariseos, que se sintieron claramente señalados. Jesús está haciendo un resumen alegórico de la historia del Antiguo Testamento: justos condenados a muerte, como ahora lo haría la “oficialidad judía” (servico bíblico latinoamericano).
La historia de José se repite en Jesús. La parábola de los viñadores que llegan a apalear a los enviados y a matar al hijo parece calcada del poema de Isaías 5, con el lamento de la viña estéril. Pero aquí es más trágica: «Matémoslo y nos quedaremos con su herencia». Los sacerdotes y fariseos entendieron muy bien «que hablaba de ellos» y buscaban la manera de deshacerse de Jesús. También aquí, lo que parecía una muerte definitiva y sin sentido, resultó que en los planes de Dios conducía a la salvación del nuevo Israel, como la esclavitud de José había sido providencial para los futuros tiempos de hambre de sus hermanos y de su pueblo. El evangelio cita el salmo pascual por excelencia, el 117: «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». La muerte ha sido precisamente el camino para la vida. Si el pueblo elegido, Israel, rechaza al enviado de Dios, se les encomendará la viña a otros que sí quieran producir frutos. Durante la Cuaresma, y en particular los viernes, nuestros ojos se dirigen a la Cruz de Cristo. Todavía con mayor motivo que José en el AT, Jesús es el prototipo de los justos perseguidos y vendidos por unas monedas. La envidia y la mezquindad de los dirigentes de su pueblo le llevan a la muerte. Su camino es serio: incluye la entrega total de su vida. Nuestro camino de Pascua supone también aceptar la cruz de Cristo. Convencidos de que, como Dios escribe recto con líneas torcidas, también nuestro dolor o nuestra renuncia, como los de Cristo, conducen a la vida. También tenemos que recoger el aviso de la esterilidad y la infidelidad de Israel. Nosotros seguramente no vendemos a nuestro hermano por veinte monedas. Ni tampoco traicionamos a Jesús por treinta. No sale de nuestra boca el fatídico propósito «matémosle», dedicándonos a eliminar a los enviados de Dios que nos resultan incómodos (aunque sí podamos sencillamente ignorarlos o despreciarlos). Pero se nos puede hacer otra pregunta: ¿somos una viña que da sus frutos a Dios? ¿O le estamos defraudando año tras año? Precisamente el pueblo elegido es el que rechazó a los enviados de Dios y mató a su Hijo. Nosotros, los que seguimos a Cristo y participamos en su Eucaristía, ¿podríamos ser tachados de viña estéril, raquítica? ¿Se podría decir que, en vez de trabajar para Dios, nos aprovechamos de su viña para nuestro propio provecho? ¿Y que en vez de uvas buenas le damos agrazones? ¿Somos infieles? ¿O tal vez perezosos, descuidados? En la Cuaresma, con la mirada puesta en la muerte y resurrección de Jesús, debemos reorientar nuestra existencia. En este año concreto, sin esperar a otro. «A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado» (entrada)… de modo que «lleguemos a las fiestas de Pascua con perfecto espíritu de conversión» (oración) y «que el fruto de esta celebración se haga realidad permanente en nuestra vida» (ofrenda: J. Aldazábal).
San Agustín así lo explica: «Se plantó la viña, es decir, la ley dada en los corazones de los judíos. Fueron enviados los profetas a buscar el fruto, o sea, la rectitud de vida. Estos profetas recibieron afrentas y hasta la muerte. Fue enviado también Cristo, el Hijo único del Padre de familia; y no sólo dieron muerte al heredero, sino que también, por ello, perdieron la heredad. Su perversa decisión les produjo el efecto contrario. Para poseerla le dieron muerte, y por haberle dado muerte, la perdieron». Nuestro Señor toma sobre sí nuestros pecados, los expía y suplica desde la cruz, con lágrimas de sangre, para nosotros y en nuestro lugar, el perdón y la gracia. Merecemos el castigo de Dios por no haber recibido generosamente sus dones y por no habernos comportado como lo exige la vocación a la que hemos sido llamados, por nuestros pecados y nuestras iniquidades. Supliquemos al Señor que aparte su ira y su furor de nosotros. ¡Cuántos pecados, cuántas iniquidades se cometen diariamente en el mundo! ¿Qué sería de todos nosotros si el Señor no fuera nuestro Redentor y Salvador?
La liturgia de estos días nos acerca poco a poco al misterio central de la Redención. El Señor vino a traer la luz al mundo, enviado por el Padre: vino a su casa y los suyos no le recibieron (Juan 1, 11)... Así hicieron con el Señor: lo sacaron fuera de la ciudad y lo crucificaron. Los pecados de los hombres han sido la causa de la muerte de Jesucristo.
San Ambrosio dice: “La viña es la figura del pueblo de Dios, porque, injertado sobre la vid eterna se levanta por encima de toda la tierra. Brote de un suelo ingrato, brota y florece, se reviste de verdor, pareciéndose al yugo de la cruz cuando sus pámpanos se extienden como brazos fecundos de una viña hermosa... Con razón se llama al pueblo de Cristo la viña del Señor, sea porque está marcado con el signo de la cruz (Ez 9,4), sea porque se recoge de él los frutos en la última estación del año, sea porque como los renglones de la viña, pobres y ricos, humildes y poderosos, siervos y amos, todos en la Iglesia tienen una igualdad perfecta... Cuando se ata la viña, ella se reconduce; cuando se la poda, no es para dañarla sino para hacerla crecer. Lo mismo pasa con el pueblo santo; atándolo se hace libre; humillado se vuelve a levantar; recortado recibe una corona. Mejor aún: igual que el brote, cogido de un árbol viejo, es injertado sobre otra raíz, asimismo el pueblo santo... alimentado en el árbol de la cruz... se desarrolla. Y el Espíritu Santo, esparcido en los surcos de una viña, se derrama en nuestro cuerpo, lavando todo lo impuro y levantando nuestros miembros para dirigirlos hacia el cielo. Esta viña es expurgada por el viñador, es ligada, podada (Jn 15,2)... A veces quema con el sol los secretos de nuestro cuerpo, a veces nos riega con su lluvia. El viñador quiere expurgar la viña para que las zarzas no perjudiquen a los brotes tiernos, vela para que las hojas no hagan demasiada sombra...no priva nuestras virtudes de luz, y no impide la maduración de nuestros frutos.”
La Eucaristía, Memorial de la Pascua de Cristo, nos hace vivir el amor que Dios nos ha tenido siempre. Nadie nos ama como Él: Dios misericordioso para con todos; siempre dispuesto a perdonarnos y a recibirnos como a hijos suyos. Nosotros entregamos a su Hijo a la muerte y Él, libremente, la aceptó, pues aun cuando podía liberarse de ella, quiso entregar su vida para que nosotros tuviésemos vida, y vida en abundancia. Entrar en comunión de vida con el Señor, mediante la Eucaristía, nos hace gozar en plenitud de la vida de Dios. Quienes participamos de la vida de Dios no podemos continuar siendo unos malvados. Dios quiere de nosotros personas capaces de trabajar por la paz y por la unidad de todos, en torno a nuestro único Dios y Padre; nos quiere fraternalmente unidos; quiere que desterremos de nosotros el gesto amenazador en contra de nuestro prójimo. No podemos entregar a los inocentes a la muerte para liberarnos de sus molestias. Debemos reconocer, con humildad, que nadie tiene la última ni la única palabra válida en la vida. Todos necesitamos unos de otros. Por eso no podemos vivir en la envidia, en la persecución y en la muerte de los demás, para allanar nuestro camino hacia la gloria terrena. Tenemos que aprender a respetar los derechos humanos de todos. Hemos de aprender a vivir en comunión fraterna, sabiendo que cada uno de los miembros de la Iglesia y de la sociedad debe aportar lo propio, para que lleguemos a construir cada día, de un modo más perfecto ya desde ahora, el Reino de Dios entre nosotros, hasta que llegue a su plenitud en la vida eterna. Pero si vivimos asesinándonos, envidiándonos, persiguiéndonos, ¿podremos llamarnos en verdad hijos de Dios? ¿Podremos decir que somos hermanos unidos por el amor? ¿Nos diferenciaremos en algo de aquellos que persiguieron y asesinaron a Cristo? Tratemos de ser más congruentes con nuestra fe. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vernos y amarnos como hermanos, manifestando así que realmente la Redención de Cristo ha dado frutos abundantes de salvación en nosotros. Amén (www.homiliacatolica.com).