lunes, 19 de diciembre de 2011

Feria de Adviento: 20 de diciembre: El sí de María nos trae el Emmanuel, Dios con nosotros, para nuestra salvación

Feria de Adviento: 20 de diciembre: El sí de María nos trae el Emmanuel, Dios con nosotros, para nuestra salvación
1. Isaías 7,10-14,24–25 (cf. Primera lectura del domingo 4º, ciclo A): 10 Volvió Yahveh a hablar a Ajaz diciendo: 11 «Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios en lo profundo del seol o en lo más alto.» 12 Dijo Ajaz: «No la pediré, no tentaré a Yahveh.» 13 Dijo Isaías: «Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? 14 Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. 24 Con flechas y arco se entrará allí, pues zarza y abrojo será toda la tierra, 25 y en ninguno de los montes que se desbrozan con la azada se podrá entrar por temor de las zarzas y abrojos; será dehesa de bueyes y pastizal de ovejas.»
2. Salmo 24,1–6,1: De David. De Yahveh es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y los que en él habitan; 2 que él lo fundó sobre los mares, él lo asentó sobre los ríos. 3 ¿Quién subirá al monte de Yahveh?, ¿quién podrá estar en su recinto santo? 4 El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura. 5 El logrará la bendición de Yahveh, la justicia del Dios de su salvación. 6 Tal es la raza de los que le buscan, los que van tras tu rostro, oh Dios de Jacob.
3. Lucas 1,26–38: 26 Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. 28 Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» 29 Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. 30 El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; 31 vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. 32 El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» 34 María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» 35 El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. 36 Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, 37 porque ninguna cosa es imposible para Dios.» 38 Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue.
Comentario: 1. Todos los exegetas están de acuerdo en situar esa profecía en el contexto histórico siguiente: el rey Acaz, cercado por la coalición del rey de Damasco y del rey de Samaria, está totalmente fuera de sí y a punto de ofrecer en sacrificio a su propio hijo. Isaías va a verle y le pide que no tema puesto que: si guarda su «fe» en Dios, su dinastía está asegurada por una promesa divina... Dios mismo se propone intervenir: un "hijo" le es anunciado, un nuevo heredero del trono de David. Ese hijo prometido por Dios será Ezequías, el rey piadoso que reinará en Jerusalén. Pero detrás de ese contexto histórico se perfila el Mesías. La solemnidad de ese oráculo, el nombre dado al niño: «Dios-con-nosotros»... el término que designa a su madre, la «virgen»... el hecho que sea un signo de Dios... Todo eso ha orientado a los teólogos hacia una interpretación mesiánica. Como siempre, en casos parecidos, es después, una vez realizada la profecía, cuando ésta resulta más esclarecida. En el interior de toda historia humana se desarrolla el proyecto divino. ¿Estoy convencido de que Dios, HOY, está realizando parte de su designio, a través de mis propios hijos, si los tengo, a través de mis decisiones, mis compromisos, los acontecimientos que me suceden?
-El Señor envió al profeta Isaías al rey Acaz para que le dijera: «Pide para ti un signo de parte del Señor, tu Dios». En medio de sus preocupaciones de rey y de hombre político atacado por sus enemigos, Dios está con él. La historia no es únicamente profana. Es el lugar en que «Dios da un signo». Jesús reprochará a los judíos de su tiempo no saber reconocer los signos que Dios les hacía. También, en mi vida, Dios hace para mí unos signos. No son vistosos ni milagrosos, pero he de saber leerlos e interpretarlos.
-«No, contestó Acaz, no lo pediré, no tentaré al Señor.» Se queda tranquilo al usar ese argumento que aparentemente es respetuoso con Dios; pero, en el fondo, permanece incrédulo. No quiere ningún signo porque no está decidido a seguir las indicaciones de Dios, y prefiere hacer su parecer y decidir, él sólo, su política. Eso es lo que el profeta le reprochará.
-«Oíd pues, casa de David, dijo Isaías: ¿os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios?...» Los reyes no tenían buena reputación, «cansaban a los hombres», oprimían al pueblo bajo del país. Y he ahí que ese error político, que ya es grave para un rey se complica ahora con la falta de fe: Dios dice «estar fatigado» de esos reyes que no creen en El, y ¡que sólo confían en sus ejércitos y en sus alianzas humanas! Con frecuencia, ¡también nosotros debemos de fatigarte, Señor!
-Pues bien, el Señor mismo va a daros una "señal": He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz a un Hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, es decir, «Dios-con-nosotros». El término traducido aquí por la palabra «virgen» en hebreo es “halmah” que designa siempre «doncellas». Es el indicio muy claro de un nacimiento sorprendente. Ese texto ha sido aplicado siempre a María de una manera privilegiada. Ciertamente, Isaías entrevió siempre al Mesías venidero como un hombre especialmente lleno del Espíritu de Dios: «Dios-con-nosotros» (Noel Quesson).
2. Sal 23. El único Santo, el Hombre perfecto, ha subido al monte del Señor para ofrecerse Él mismo en sacrificio agradable al Padre Dios, para el perdón de nuestros pecados. Finalmente Él ha entrado en el Santuario no construido por manos humanas, sino que es la Morada de Dios; y ahí se ha sentado para siempre como Hijo de Dios y como Rey nuestro. Quienes pertenecemos a Cristo, por haber entrado en comunión de vida con Él mediante la fe y el bautismo, somos la clase de hombre que buscamos al Señor, y venimos ante Él para convertir nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre. Sabemos que, puesto que amamos a nuestro prójimo, como Cristo nos amó a nosotros dando su vida para que tuviésemos vida, al final, junto con Él, entraremos a la Casa del Padre, donde el Señor nos espera para hacernos partícipes de su misma herencia, que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre Dios.
3. Lc 1,26-38 (ver también el Evangelio del domingo 4º, ciclo B): El relato de la "anunciación" de Jesús es paralelo al de ayer que anunciaba el nacimiento de Juan Bautista. Este relato está lleno de reminiscencias bíblicas, pero más que perderse en referencias lo bonito es dejarse llevar por el encanto concreto de los detalles y la contemplación del misterio de Fe que se esconde en ellos.
-Nazaret, en Galilea: Poblado insignificante, desconocido del Antiguo Testamento, Galilea, provincia despreciada por su mezcolanza de judíos y paganos. La simplicidad de la casa de María contrasta con la solemnidad de la anunciación a Zacarías, en el marco sagrado del Templo, en Jerusalén, la capital. Se perfila la modestia de la Encarnación de Dios: "Se anonadó, dirá San Pablo, tomando la condición de esclavo".
-Una joven desposada, cuyo nombre era María: Me imagino este nombre "María" pronunciado en Nazaret por las amigas, las vecinas. Es una muchacha del pueblo muy sencilla, que nada la distingue de sus compañeras.
-Desposada con cierto varón de la casa de David, llamado José... Todos los textos insisten en esta ascendencia davídica de José. Este desposado con María es pues de raza real, pero a la sazón, está desposeído de toda grandeza: es un artesano, un carpintero... ¡sin ninguna pretensión de ocupar un trono! Sin embargo a través de él se cumplirá la promesa hecha a David.
-"Alégrate, objeto del favor divino, el Señor es contigo" Es la traducción exacta, según el texto griego, de esta salutación angélica que todos los cristianos conocen. "Dios te salve María" = Alégrate; "llena de gracia" = objeto del favor divino; "el Señor es contigo"= el Señor es contigo. Es el "buenos días" que Dios dirige a esta joven. ¡Con cuánto respeto y amor le habla! Considero la fórmula, casi litúrgica que oímos en la misa: "El Señor esté con vosotros"... Emmanuel... "Dios con nosotros" ¿Me uno yo profundamente a este deseo?
-Al oír tales palabras, la Virgen se turbó, y púsose a considerar qué significaría una tal salutación. Las vocaciones excepcionales no son nunca fáciles de aceptar. De momento, Dios aparece como desconcertante.
-Le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo, al cual el Señor Dios dará el trono de su padre David. Esta era la célebre profecía de Natán a David (I Samuel 7, 11), que hemos leído en la primera lectura de ese día. No será un reino triunfal. Reinará en los corazones que de verdad querrán amarle.
-¿Cómo ha de ser esto? Pues yo no conozco varón. Es una fórmula griega muy conocida. Quiere decir que María no ha tenido relaciones conyugales. Y éste no es el único texto que afirma este misterio. María ha escogido deliberadamente permanecer virgen. Esta cuestión nos permite penetrar en el pensamiento y el corazón de María. Se había entregado a Dios en un cierto amor místico, absoluto, exclusivo.
-El Espíritu Santo descenderá sobre ti. El niño será "Santo". Será llamado "Hijo de Dios". Porque para Dios nada es imposible. Es una afirmación del misterio de la personalidad de Jesús: es Dios (Noel Quesson).
María, una humilde muchacha de Nazaret, es la elegida por Dios para ser la madre del Esperado. El ángel la llama «llena de gracia» o «agraciada», «bendita entre las mujeres», y le anuncia una maternidad que no viene de la sabiduría o de las fuerzas humanas, sino del Espíritu Santo, porque su Hijo será el Hijo de Dios. Empieza a dibujarse así en las páginas del evangelio el mejor retrato de esta mujer, cuya actitud de disponibilidad para con Dios, «hágase en mí», no será sólo de este momento, sino de toda la vida, incluida su presencia dramática al pie de la Cruz. María aparece ya desde ahora como la mejor maestra de vida cristiana. El más acabado modelo de todos los que a lo largo de los siglos habían dicho «sí» a Dios ya en el A.T., y sobre todo de los que han creído en Cristo Jesús y le han seguido en los dos mil años de cristianismo. Nosotros estamos llamados a contestar también a Dios con nuestro «sí». El «hágase en mí según tu palabra» de María se ha continuado a lo largo de los siglos en la comunidad de Jesús. Y así se ha ido encarnando continuamente la salvación de Dios en cada generación, con la presencia siempre viva del Mesías, ahora el Señor Resucitado, que nos comunica por su Espíritu la vida de Dios. Cada uno de nosotros, hoy, escucha el mismo anuncio del ángel. Y es invitado a contestar que sí, que acogemos a Dios en nuestra vida, que vamos a celebrar la Navidad «según tu palabra», superando las visiones superficiales de nuestra sociedad para estos días.
Dios está dispuesto a que en cada uno de nosotros se encarne de nuevo su amor salvador. Quiere ser de veras, al menos por su parte, Dios-con-nosotros: la perspectiva que da más esperanza a nuestra existencia. Creer que Dios es Dios-con-nosotros no sólo quiere decir que es nuestro Creador y protector, o que nos llena de dones y gracias, o que está cerca de nosotros. Significa que se nos da él mismo, que él mismo es la respuesta a todo lo que podamos desear, que nos ha dado a su Hijo y a su Espíritu, que nos está invitando a la comunión de vida con él y nos hace hijos suyos. Dios-con-nosotros significa que todo lo que ansiamos tener nosotros de felicidad y amor y vida, se queda corto con lo que Dios nos quiere comunicar. Con tal que también respondamos con nuestra actitud de ser «nosotros-con-Dios». Eso nos llenará de alegría. Y cambiará el sentido de nuestra vida.
El momento en que más intensa es la presencia del Dios-con-nosotros es en la Eucaristía. Ya desde la reunión, porque el mismo Cristo nos aseguró: «donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo con ellos». Luego, en la comunión, si le acogemos con la misma humilde confianza que lo hizo María, nuestra Eucaristía será ciertamente fecunda en vida y en salvación. O clavis David: «Oh Llave de David / y Cetro de la casa de Israel, / que abres y nadie puede cerrar, / cierras y nadie puede abrir: / ven y libra a los cautivos / que viven en tinieblas y en sombra de muerte» La llave sirve para cerrar y para abrir. El cetro es el símbolo del poder. Lo que Isaías anunciaba para un administrador de la casa real (22,22), el N.T. Io entiende sobre todo de Cristo Jesús: el Cordero que es digno de abrir los sellos del libro de la historia (Ap 5, 1-9), y en general, «el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir» (Ap 3,7). Para nosotros, invocar a Jesús como Llave es pedirle que abra la puerta de nuestra cárcel y nos libere de todo cautiverio, de la oscuridad, de la muerte (J. Aldazábal).
Así comenta S. Bernardo el “No temas, María”: “Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no era por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida... No tardes, Virgen María, da tu respuesta. Señora Nuestra, pronuncia esta palabra que la tierra, los abismos y los cielos esperan. Mira: el rey y señor del universo desea tu belleza, desea no con menos ardor tu respuesta. Ha querido suspender a tu respuesta la salvación del mundo. Has encontrado gracia ante de él con tu silencio; ahora él prefiere tu palabra. El mismo, desde las alturas te llama: “Levántate, amada mía, preciosa mía, ven...déjame oír tu voz” (Cant 2,13-14) Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna... Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento. “Aquí está la esclava del Señor, -dice la Virgen- hágase en mí según tu palabra.” (Lc 1,38)”.
Cuando pensamos en el “Sí” de María a la propuesta de Dios, lo podemos imaginar en un ambiente casi de novela “romántica”, y olvidar que con ese “Sí”, toda su vida quedó comprometida. La respuesta que ella dio no era algo espontáneo o “lógico”. María dirá que sí, más por confianza y fe, que por conocimiento. Ella apenas podía entender lo que le había sido explicado... y sin embargo, dice que “Sí”. Además, la fe de María será puesta a prueba cada día. Ella quedará encinta. No sabe bien cómo, pero lo cierto es que su corazón está inundado por una luz especial. Aunque su querido José dude, ella vive inmersa en el misterio sin pedir pruebas, vive unida al misterio más radical que existe: Dios. Él sabrá encontrar las soluciones a todos los problemas, pero hacía falta fe, hacía falta abandono total a su voluntad. María se dejó guiar por la fe. Ésta la llevó a creer a pesar que parecía imposible lo anunciado. El Misterio se encarnó en ella de la manera más radical que se podía imaginar. Sin certezas humanas, ella supo acoger confiadamente la palabra de Dios. María también supo esperar, ¿cómo vivió María aquellos meses, y las últimas semanas en la espera de su Hijo? Sólo por medio de la oración y de la unión con Dios podemos hacernos una pálida idea de lo que ella vivió en su interior. También María vivió con intensidad ese acontecimiento que transformó toda su existencia de manera radical. Ella dijo “Sí” y engendró físicamente al Hijo de Dios, al que ya había concebido desde la fe. Estas son experiencias que contrastan con nuestro mundo materialista, especialmente en la cercanía de las fiestas de Navidad. Por ello, como cristianos, ¿cómo no centrar más nuestra vida al contemplar este Misterio inefable? ¿Cómo no dar el anuncio de la alegría de la Navidad a todos los que no han experimentado ese Dios-Amor? No olvidemos que un día ese Dios creció en el seno de María, y también puede crecer hoy en nuestros corazones, si por la fe creemos, y si en la espera sabemos dar sentido a toda nuestra vida mirando con valor al futuro.
“El modo es sencillo; el acontecimiento es inmenso. Como son también inmensas las virtudes de la Virgen María: llena de gracia, el Señor está con Ella, humilde, sencilla, disponible ante la voluntad de Dios, generosa. Dios tiene sus planes para Ella, como para ti y para mí, pero Él espera la cooperación libre y amorosa de cada uno para llevarlos a término. María nos da ejemplo de ello: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). No es tan sólo un sí al mensaje del ángel; es un ponerse en todo en las manos del Padre-Dios, un abandonarse confiadamente a su providencia entrañable, un decir sí a dejar hacer al Señor ahora y en todas las circunstancias de su vida. De la respuesta de María, así como de nuestra respuesta a lo que Dios nos pide —escribe san Josemaría— «no lo olvides, dependen muchas cosas grandes». Nos estamos preparando para celebrar la fiesta de Navidad. La mejor manera de hacerlo es permanecer cerca de María, contemplando su vida y procurando imitar sus virtudes para poder acoger al Señor con un corazón bien dispuesto: ¿qué espera Dios de mí, ahora, hoy, en mi trabajo, con esta persona que trato, en la relación con Él? Son situaciones pequeñas de cada día, pero, ¡depende tanto de la respuesta que demos!” (Jordi Pascual). Pedimos hoy en la oración Colecta: “Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo: tú, que la has transformado por obra del Espíritu Santo en templo de tu divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón”.
Estamos tan acostumbrados a decir “no puedo” y desanimarnos ante los problemas que no podemos resolver con nuestras propias fuerzas, y olvidamos que para Dios todo es posible, en cambio María nos enseña a abrirnos a los planes del Señor, y decir: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Es impresionante cómo el Señor vierte su misericordia sobre los hombres, y hace portadora de sus promesas a una virgen, María, y que el acontecimiento más maravilloso de la Humanidad transcurre con esta sencillez, en el pequeño pueblo de Nazaret. Decía San Josemaría Escrivá (en Surco, 481): “Cómo enamora la escena de la Anunciación. —María —¡cuántas veces lo hemos meditado!— está recogida en oración..., pone sus cinco sentidos y todas sus potencias al hablar con Dios. En la oración conoce la Voluntad divina; y con la oración la hace vida de su vida: ¡no olvides el ejemplo de la Virgen!”. Es un acicate para hacer oración, pues al calor de ese diálogo se enciende el alma en hacer la voluntad de Dios. Llucià Pou Sabaté

domingo, 18 de diciembre de 2011

Domingo 4º de Adviento, ciclo B: el templo de los adoradores del verdadero Dios es Jesús, que nos llega por el sí de María, y permanece en su Cuerpo m

Domingo 4º de Adviento, ciclo B: el templo de los adoradores del verdadero Dios es Jesús, que nos llega por el sí de María, y permanece en su Cuerpo místico, la Iglesia
Lectura del segundo libro de Samuel 7-1-5.8b-11.16. Cuando el rey David se estableció en su palacio y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al Profeta Natán: —Mira: yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda.
Natán respondió al rey: —Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.
Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor: —Ve y dile a mi siervo David: «¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que animales lo aflijan como antes, desde el día que nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre.»
Salmo 88, 2-3.4-5. 27 y 29: R/. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor, / anunciaré tu fidelidad por todas las edades. / Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno, / más que el cielo has afianzado tu fidelidad.»
Sellé una alianza con mi elegido, / jurando a David, mi siervo: / «Te fundaré un linaje perpetuo, / edificare tu trono para todas las edades.»
El me invocará: «Tú eres mi padre, / mi Dios, mi Roca salvadora.» / Le mantendré eternamente mi favor, / y mi alianza con él será estable.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 16,25-27. Hermanos: Al que puede fortalecernos según el evangelio que yo proclamo, predicando a Cristo Jesús —revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en la Sagrada Escritura, dado a conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe—, al Dios, único Sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1,26-38. A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando a su presencia, dijo: —Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: —No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
Y María dijo al ángel: —¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
El ángel le contestó: —El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.
María contestó: —Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra
Comentario: 1. 2 S 7,1-5.8b-11.16: A diferencia de Mical, que pensaba que David perdía autoridad si se humillaba ante Yahvé, el rey, consciente de que si algo ha llegado a ser se lo debe al Señor, cree firmemente que su fuerza le vendrá de someterse plenamente a Dios y ponerse confiadamente en sus manos. David es el hombre de las corazonadas. Con el mismo entusiasmo con que se había puesto a danzar ante el arca, un día, cuando «se instaló en su casa y Yahvé le dio paz con sus enemigos de alrededor» (v 1), no sabiendo qué hacer para expresar a Dios el agradecimiento que le rebosa del corazón, toma una decisión: no puede ser que mientras él se ha hecho un palacio, more Yahvé en una tienda de campaña, la tienda en la que había hecho instalar el arca de la alianza. Expone su propósito al profeta Natán, para consultar la voluntad divina, y Natán se entusiasma: "Anda, haz lo que tienes pensado, pues Yahvé está contigo" (3). Mas a veces confunden los profetas sus propios pensamientos con los de Dios. Aquella noche -en un sueño seguramente- llega a Natán la palabra auténtica de Dios y al día siguiente ha de anunciar a David que Yahvé no quiere que le edifique el templo proyectado. No obstante, ha agradado a Dios la generosidad del rey, y se la quiere recompensar. El oráculo lo expresa con un juego de palabras por el doble sentido de la palabra casa, que tanto quiere decir edificio como linaje o descendencia. ¿Tú me querías edificar una casa a mí? ¡Soy yo quien te la edificaré a ti! Y Dios promete a David que su realeza, a diferencia de la de Saúl, será hereditaria, y se transmitirá a sus descendientes por siempre; si obran mal, los castigará, pero su trono se mantendrá por siempre (5-16). Este capítulo, según algún exegeta, está inspirado en la parte más antigua del salmo 89 (vv 2-5.20-38), que sería el primer testimonio de la profecía de Natán. Se trataría de un salmo, probablemente del tiempo de la crisis del comienzo del reinado de Roboán, hijo de Salomón, destinado a hacer aceptar la dinastía davídica cuando el principio hereditario no se había consolidado todavía en Israel. Se trata de una verdadera alianza, no entre iguales, sino manifestación de los grandes favores y la fidelidad de Yahvé para con David y su descendencia, que hallará su pleno cumplimiento en la realeza de Jesús, de quien el ángel anunció a María que recibiría "el trono de David, su padre", y que su reino no tendría fin (Lc 1,32-33; H. Raguer).
Dios se manifiesta como el que quiere habitar en una tienda y no en una casa. La tienda es la habitación del hombre que está de viaje. Hoy se planta aquí y mañana en otro lugar y aunque no es nunca una cosa fija, la tienda es habitación, refugio y patria. La casa es habitación del hombre sedentario. En la casa todo queda fijo y determinado. Los hombres estamos en camino en una historia llena de cambios. En esta historia, Dios está con nosotros porque él no se ha encerrado en ninguna casa hecha de conceptos, imágenes, símbolos, reglas fijas de una vez para siempre. Dios se acomoda al hombre, que es tiempo. Por ello, Dios prefiere habitar en una tienda para poder encontrar a todos los hombres y llegar a ser la patria de todos (P. Franquesa). Edificar un templo grandioso, en un régimen teocrático, tiene el peligro de manifestar el poder y centralizarlo en esas edificaciones. A la vista del Evangelio, vemos también que el Dios que camina siempre delante de su pueblo, se quiera como “encerrar” en las paredes del templo de Jerusalén… el Dios vivo ha de ser adorado “en espíritu y verdad”; todo ello reclama la manifestación en la historia de la presencia del Dios vivo (Jn 4,21; Hch 7,48s;17,24): Jesús, Palabra que acampa en medio de los hombres (Jn 1,14). Es la Presencia, la Revelación definitiva de Dios en el mundo, el Rey del nuevo Israel en el que ya no hay distinción entre judíos y gentiles, y que habita en el Espíritu, que es el ámbito en donde alienta la nueva vida. Jesús es el verdadero Templo de Dios, no construido por mano de hombre y sin la ayuda de varón (“Eucaristía 1972”). No será un pueblo del templo, sino de la alianza; también la nueva Alianza será el memorial de Jesús con las piedras vivas que forman la Iglesia. Este cuarto domingo de Adviento recuerda las profecías importantes del A.T. Lógicamente el autor sagrada o llegaba a atisbar entonces que la verdadera "casa" de Dios y garantía decisiva de la estabilidad y de la salvación del pueblo gracias a su adhesión filial al Padre sería Cristo. El sacrificio eucarístico da cumplimiento a la profecía de Natán, puesto que representa la adhesión del Hijo a su Padre, garantía de la eternidad del pueblo de los hijos de Dios, por encima incluso de la muerte (Maertens-Frisque). El propio David pronuncia en el momento de morir estas palabras: "Firme ante Dios está mi casa, porque ha hecho conmigo un pacto sempiterno" (2 S 23,5), con relación a su dinastía, un pacto promisorio, muy similar al que Yahvé hizo con Abrahám (Gn 15): garantía de esperanza del pueblo en los momentos difíciles. Mientras se mantenga encendida "la lámpara de David" nada hay definitivamente perdido. "En atención a David, le dio Yahvé su Dios una lámpara en Jerusalén, suscitando a sus hijos después de él y manteniendo en pie a Jerusalén (1 R 15,4). "Yahvé no quiso destruir a Judá a causa de David su siervo según lo que le había dicho, que le daría una lámpara en su presencia para siempre" (2 R 8,19; cf. Comentarios, Edic. Marova). La dinastía de David reinará "para siempre" en Israel. Dios será como un padre para los descendientes en el trono de David, los corregirá cuando haga falta pero no los abandonará. Isaías (9,6;11,1) precisará que el Mesías ha de nacer de la casa de David y anunciará la eternidad de su reinado. Con lo que la profecía de Natán, después del exilio de Babilonia, se interpretaría también en sentido mesiánico (1 Cro 17). Teológicamente hay que subrayar que Yavé, como réplica a los reyes que quieren construirle un templo, promete vincular su presencia no a un lugar sino a una estirpe y a una historia. Jesucristo, será el descendiente de David y, a la vez, su casa y su destino, será también el verdadero templo de Dios no construido por manos de hombre (“Eucaristía 1983”).
2. La situación evocada en el Salmo es la de una "entronización real" en la dinastía de David rey de Jerusalén: el trono, los atavíos reales, la corte, el palacio, los guardias, la campaña para vencer a los enemigos. Es bonito ver que el edificio más perfecto es la misericordia divina: la maravilla de las maravillas, más aún que la "Creación", es "LA ALIANZA": "Bienaventurado el pueblo que sabe aclamar, que camina a la luz de Tu rostro... Danza de alegría todo el día. Tú eres nuestra fuerza, Tú acrecientas nuestro vigor". Sí, Israel tiene conciencia de ser amado, elegido, mimado, por Dios. Dos palabras que forman una especie de pareja se repiten siete veces (no es mera coincidencia, pues el número siete es la cifra de la perfección): "¡AMOR" y "FIDELIDAD!". La unión de estas dos palabras, hace énfasis en la estabilidad, en la perennidad del amor, ideas que se refuerzan aún más mediante la repetición por siete veces de las palabras "sin fin", "para siempre". "La Alianza" con el conjunto del pueblo está simbolizada mediante la "Alianza" con el "Rey". David es el modelo. Toda la segunda parte del salmo es un recorderis del famoso Oráculo-Profecía de Natán, que anunciaba la estabilidad de la Dinastía de David hasta el fin de los tiempos. Sólo en Jesucristo alcanza este salmo pleno sentido. Sólo El puede decir a plenitud: "Tú eres mi Padre". El es el verdadero "Mesías", el "Ungido" (en griego "Christos"), consagrado por el Espíritu Santo. Resulta emotivo colocar esta lamentación en los labios de Jesús durante su Pasión; El sabía que era "Rey". "Sí, Yo soy Rey, pero mi Reino no es de este mundo" (Juan 18,33-37). Una vez más digamos, que la resurrección es el centro de nuestra fe cristiana. Da respuesta definitiva a los interrogantes y promesas del Antiguo Testamento: "¿Hasta cuándo estarás escondido? ¿Nos habrías creado para la nada? ¿Quién puede vivir y no ver la muerte? ¿Dónde está tu primer amor, Señor? ¡Jamás violaré mi Alianza! Su Trono permanecerá para siempre, como el sol en mi presencia, como la luna puesta para siempre, testigo fiel allá arriba" Sin la Pascua, todas estas promesas son irrisorias. Si queremos "orar" de verdad y no solamente "recordar el pasado" mediante dos reconstrucciones históricas, hay que trasladar este salmo a la actualidad. A pesar de las apariencias "particulares" de este salmo, tiene un trasfondo "universal"; a pesar de estar "situado" en el pasado, es de gran actualidad. Creer en Dios a pesar de todas las apariencias contrarias. Hoy como en aquel tiempo, se vive la "fe" de la misma manera. El Reino de Dios es semejante a un "campo de trigo lleno de mala hierba", en que están íntimamente mezclados "gérmenes de vida y simientes de muerte". El enemigo, aparentemente, triunfa por doquier. Pobre Rey, nuestro Dios; parece impotente, no se defiende, se deja crucificar. Digamos de una vez: "¿hasta cuándo estarás escondido?"... Y luego: "¡bendito sea el Señor para siempre!". Situaciones de fracaso, convertidas en llamado a la esperanza. La experiencia de su fragilidad, hace experimentar al hombre con mayor vehemencia la necesidad de una estabilidad. "Acuérdate, Señor, cuán breve es mi vida". Las pruebas personales o colectivas, pueden cambiar nuestros sentimientos de fe y esperanza en rebeldía contra Dios. Pero también pueden convertirse en un trampolín hacia una mayor esperanza, purificada, probada, robustecida por el triunfo sobre la dificultad. Dios nos sorprende más allá de toda previsión. Dios nos creó para la felicidad de vivir. El es Todopoderoso. Pero a menudo nos desconcierta y sorprende. Su "vida" no es como la nuestra. Tampoco su poder. Dios supera totalmente nuestras concepciones. No necesita de nuestras apariencias de vida y poder para ser viviente y poderoso. La muerte misma no tiene ningún poder sobre El. El es el "Todo-otro". Nadie esperaba que el "Mesías de Dios" apareciera tal como Jesús lo hizo. Sin embargo, en su muerte, nos da la más maravillosa imagen de su AMOR y su FIDELIDAD. Secreto que permanecerá oculto a los corazones superficiales. Señor, "abre nuestros ojos a las maravillas de tu amor". Misericordias Domini in aeternum cantabo. ¡Cantaré eternamente el amor del Señor! (Noel Quesson).
El salmo 88 fue elegido para servir de respuesta a esta lectura: "Sellé una alianza con mi elegido jurando a David mi siervo: Te fundaré un linaje perpetuo edificaré tu trono para todas las edades". Toda la tradición, desde la generación apostólica, han visto en David rey el gran tipo de Cristo. Él es verdaderamente el primogénito del Padre, su trono es eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo; él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua. La paradoja es que el Padre permitió a su Hijo pasar por la afrenta y la derrota, lo hizo entrar en la zona de la cólera divina, en la dimensión contada del tiempo humano; sostuvo a sus enemigos y lo dejó bajar hasta la muerte. ¿Dónde quedaba la misericordia y la fidelidad del Padre? Todos los títulos y todos los poderes se los da el Padre a su Hijo, de modo nuevo y definitivo, en la resurrección. A esta luz resplandecen más el poder cósmico y el poder histórico de Dios; se ve que la ira y el castigo eran limitados; a esta luz comprendemos finalmente y cantamos en un himno cristiano «la misericordia y la fidelidad de Dios».
3. Rm 16, 25-27: Todo el gran peso de esta gran fórmula litúrgica está en las palabras "manifestado ahora": Jesús es, en adelante, la clave de la historia universal y del destino de todo hombre. Grandes palabras que hay que llenarlas de contenido en la lucha de cada día. La fe, respuesta al Evangelio (Rm 1,1), compromete al hombre entero. Por eso la fe es concebida como obediencia. Ella implica, efectivamente, que el hombre acepte libremente comprometer su vida y su persona al Dios que se revela a él como fiel y veraz y que, renovando al hombre, le permite y posibilita obedecer a su voluntad (cf. Rm 6,15; “Eucaristía 1978”). Doxología conclusiva de la carta a los Romanos, en la que Pablo alaba a Dios por su "plan". El plan es que todos los pueblos conozcan a Jesucristo, más allá de toda frontera. Y este plan es la Buena Noticia, la gran noticia que debe llegar a todo el mundo. La carta a los Romanos está escrita desde la tensión que comporta a Pablo y a la primera comunidad la superación de las fronteras de Israel. Pablo reivindica, a lo largo de la carta, el papel de Israel. Y ahora al final también: por eso quiere subrayar que "los escritos proféticos" ya lo anunciaban (Josep Lligadas). Vemos a Jesús "con plena fuerza", con el poder supremo (Ef 1,20-23), la gloria última (2 Pe 1, 21). Hay una continuidad entre la visión inicial de la 1ª lectura y la manifestación del poder de Jesús, “para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe”… La fe como respuesta al evangelio compromete al hombre entero. Por eso es siempre obediencia (lit.: "para llevar a la obediencia de la fe"). También podría traducirse "a la obediencia que es la fe". Implica efectivamente que el hombre se «someta» libremente a Dios que se le revela como fiel y digno de ser creído y que, renovando al hombre, le permite acatar su voluntad (cf. Rom 10,9). Este es el preludio de la contemplación del misterio de Jesús, ante el que nuestra fe se convierte en respuesta (“Eucaristía 1989”).
4. Lc 1, 26-38. La aparición de Gabriel da el tono a la escena de la Anunciación y la sitúa dentro del contexto profético y escatológico. Desde Dn 8,16 y Dn 9,21, Gabriel era considerado como el ángel especialista de la medida de las 70 semanas anunciadas antes del establecimiento del reino definitivo (Dn 9, 24-26). Efectivamente, conforme al procedimiento midráshico de Lc 1-2, Gabriel aparece primero en Lc 1, 19 en el templo (lo leímos el día 19); después, al cabo de seis meses (180 días), a María, Lc 1,26; nueve meses después (270 días) nace Cristo, y 40 días más tarde hace su entrada en el templo. Pues bien, estas cifras hacen un total de 490 días, es decir, ¡SETENTA SEMANAS! Cada una de esas etapas es señalada, además, con la expresión "Cuando se cumplieron los días..." (Lc 1, 23; 2, 6; 2, 22). Cristo es, pues, el Mesías previsto en Dn 9, a la vez Mesías humano y también misterioso Hijo del hombre, de origen cuasidivino (Dn 7,13). Los acontecimientos que anuncian su nacimiento no son más que los preparativos de la entrada de la gloria de Yahvé, personificada en Jesús, en su templo definitivo.
La escena se desarrolla dentro de una casita de Galilea, esa región despreciada (Jn 1, 46; 7, 41), por oposición a la escena grandiosa de la anunciación del Bautista en el templo (Lc 1, 5-25): ya se dibuja la oposición entre María y Jerusalén, una oposición que se perfila desde el momento de la salutación del ángel. Este toma, en efecto, su saludo de So 3, 16 y Za 9, 9, que dirigían a Jerusalén una salutación mesiánica destinada a anunciarle la próxima venida del Señor "en su seno" (sentido literal de la fórmula de So 3, 16). El ángel traslada, pues, a la Virgen los privilegios atribuidos hasta entonces a Jerusalén. Además, la influencia de Sofonías se siente a lo largo de todo el relato de la Anunciación (Lc 1,28 y So 3,15; Lc 1,30 y So 3,16; Lc 1,28 y So 3,14).
La expresión "llena de gracia" tiene –además del de plenitud de gracia- el sentido de "graciosa" como en el vocabulario de los esponsales. Al estilo de Ruth ante Booz (Rt 2,2; 10,13), Ester ante Asuero (Est 2,9; 15,17; 5,2.8; 7,3; 8,5), toda mujer ante los ojos de su esposo (Pr 5,19; 7,5; 18,22; Ct 8,10). Este contexto matrimonial está, pues, cargado de evocaciones: Dios busca desde hace tiempo una ESPOSA que le sea fiel. Ha repudiado a Israel, la esposa anterior (Os 1-3), pero está dispuesto a "prometerse" de nuevo. Interpelada con una expresión frecuente en las relaciones entre esposos, María comprende que Dios va a realizar con ella el misterio de los esponsales prometidos por el A.T. Este misterio alcanzará incluso un realismo inaudito, merced a que las dos naturalezas -divina y humana- se unirán en la persona del Hijo de María con un lazo mucho más fuerte que el de los cuerpos y las almas en el abrazo conyugal.
El evangelio del día añade a estas palabras un miembro de frase que figura únicamente en la Vulgata: "Bendita Tú eres". Esta palabra es atribuida, efectivamente, a Isabel, en el momento de la Visitación; pero testigos tardíos la han reproducido aquí, sin duda, por influjo de oraciones como el Ave María. Pero la yuxtaposición de esta frase al versículo anterior tiene su importancia en el plano de la mariología. Al hacer este elogio, Isabel se inspiraba en un elogio dirigido antiguamente a Jael, la mujer victoriosa del enemigo (Jc 5,24-27). Esta mujer había matado al enemigo machacándole la cabeza, como había sido prometido a la descendencia de Eva (Gn 3,15). Un elogio similar será dirigido más tarde a otra mujer victoriosa: Judit (Jdt 14,7). Tenemos, pues, derecho a ver en esta aclamación el tema de la mujer victoriosa del mal y del enemigo.
vv. 30-33:Estas palabras del ángel se inspiran en otras del AT, especialmente en la profecía de Natán que tenemos en nuestra primera lectura. Confróntese también Is 9. y Dn 14. 7.
v. 34:Implícitamente se afirma la ausencia de relaciones conyugales como un hecho, quizás incluso como una resolución conscientemente tomada por María. Ahora bien, en ningún lugar de todo el AT se valora la virginidad consagrada a Dios por encima de la maternidad fecunda. Jesús es el primero que descubre el valor de una virginidad voluntaria aceptada como signo de un servicio eficaz al Reino, por amor al Reino (Mt 19,20). Por otra parte, en el contexto religioso-cultural de María era deshonroso para una mujer el no tener hijos, lo cual se explica sin más si tenemos en cuenta las promesas que Dios hizo a Abrahán; abstenerse de los hijos equivalía hasta cierto punto a quedar al margen de las bendiciones de Israel. Además, los esponsales con san José parecen indicar que no existía por parte de María una previa consagración de su virginidad. Desde un punto de vista meramente exegético, la pregunta de la Virgen María debería interpretarse como expresión de su virginidad actual y, consiguientemente, de su perplejidad: las palabras del ángel se refieren a una concepción cuando ella "no conoce varón". El ángel le responde que no es preciso el que haya conocido varón, ya que ella concebirá por obra del Espíritu Santo. La resolución de permanecer virgen debió ser más bien motivada y fundada en el hecho de que Dios había puesto su mano sobre ella, santificándola como un templo para su Hijo. Su virginidad -como la de san José- estuvo especialmente relacionada con la Encarnación. Por supuesto que nadie como María realizó tan perfectamente la esencia de la virginidad cristiana: la entrega indivisa a Dios por una obediencia radical y un amor totalizante.
El primer grupo de títulos atribuidos al Hijo de María evoca las promesas mesiánicas del profeta Natán (2 S 7,11-16). En este texto antiguo encontramos el vocabulario real que inspira a Lc 1,32-33. Jesús será "grande" (cf. 2 S 7,11); será Hijo del Altísimo, título reservado a los grandes personajes (Sal 2,7; 28/29,1; 81/82,6; 88/89,7) y previsto para el Mesías en 2 S 7,14. Se sentará sobre el trono de David como quieren también 2 S 7,16 e Is 9,6, pero el ángel supera las previsiones de Natán, puesto que ve a Cristo extender su reino a la casa de Jacob (las diez tribus del Norte). Realizará, pues, la unidad de Judá y de Israel (Ez 37,15-28; Dn 7,14; Mi 4,4-47), en espera de poder realizar la de los judíos y de las naciones. El ángel no exige a la Virgen que imponga a su Hijo el nombre de Emmanuel, previsto en Is 7,14. No hay nada de extraordinario en ello, puesto que ya de antemano se habían aplicado al Mesías una decena de nombres en los medios del judaísmo; pero ninguna tradición había pensado en "Jesús", que significa "Yahvé, nuestro Salvador". Este nombre recuerda a dos personajes del A.T., los cuales han señalado circunstancias importantes de la salvación en la historia del pueblo: Josué, "salvador" del desierto (Si 46,1-2), y Josué, sacerdote cuando el "salvamento" de Babilonia (Za 3,1-10; Ag 2,1-9). Jesús realizará una salvación mucho más decisiva cuando pase, como cabeza de fila, a través del sufrimiento y de la muerte para lograr la salvación de toda la humanidad.
v. 35: la expresión “el Espíritu vendrá sobre ti” significa lo mismo que "la nube luminosa" y "la gloria de Yahvé" en todo el AT, es decir, la señal de la presencia de Dios que protege a su pueblo (cf. Ex 13. 21-22; 24. 15-18; Is 4. 5-6). La Virgen es ahora como el santuario en el que se manifiesta la "gloria de Yahvé".
v. 38: María está en su lugar; como nosotros, "aquí" en el mundo, que es el lugar de la obediencia a la Palabra de Dios y de la esperanza de los hombres, el lugar en donde el Verbo se hace carne. María está conscientemente "aquí", y lo está porque es interrogada por Dios y llamada a su presencia. María está "aquí" para servir, con una actitud activa; aunque toda su actividad, como la nuestra, sea siempre provocada por la acción de Dios y la palabra que la anuncia. La respuesta de María: "Hágase en mí según tu palabra", es la manifestación de la más alta actividad del hombre, que es la acogida de Dios por la fe. Por eso lo que nazca de ella nacerá de Dios, no de la carne y de la sangre y por obra de varón, será el Hijo del Altísimo (“Eucaristía 1972”).
En Ex 40,35, como aquí, la aparición de la nube manifiesta la presencia de Dios. El niño pertenecerá a ese mundo divino y celestial que la nube simboliza generalmente (v. 35). Permanecer virgen era anormal en Israel, excepto en la cultura esenia. Además, debe entenderse a la manera simbólica como todo este "midrash": María representa a Jerusalén, objeto de promesa de fecundidad. No conocer varón, para Jerusalén, es vivir al marasmo de su situación de repudiada, de abandonada, de desamparada (cf Is 60,15; 62,1-4). María lleva sobre sí la desolación de la ciudad repudiada, cuando oye que le dicen que serán celebradas nuevas bodas en las que Dios recuperará, en ella, a su antigua prometida. La anunciación realiza el misterio de las bodas de Dios y de su pueblo. El marco de su comunión nupcial con Dios realza su virginidad, el fruto de esta boda espiritual con Dios es Jesucristo (cf. Maertens-Frisque). Por su belleza literaria y por la hondura de su teología este texto constituye uno de los pasajes centrales del N.T. Dios actúa en la historia. No es la entidad suprema que reside impasible en el plano de su inmutable eternidad sino la fuerza liberadora y exigente que dirige los caminos de la historia de Israel y que ahora actúa de una forma decisiva por María: a) Habla a través del ángel, que es la expresión de su cercanía. b) Actúa creadoramente por medio de su Espíritu. c) Se actualiza en el "Hijo" que nace de María. María es la expresión de la humanidad que se mantiene abierta ante el misterio de Dios y concretiza la esperanza de Israel y el caminar de aquellos pueblos que buscan su verdad y su futuro. Pero, al mismo tiempo, María es la realidad del hombre enriquecido por Dios, como lo muestran las palabras del saludo del ángel que proclama: "el Señor está contigo", "has encontrado gracia ante Dios". Desde este punto de vista, María se convierte en la figura del adviento, en signo de la presencia de Dios entre los hombres. Más que Juan Bta., más que todos los profetas, ella es la humanidad que simplemente ama y espera, la humanidad que acepta a Dios, admite su Palabra y se convierte en instrumento de su obra. Así descubrimos que en el límite de su esperanza (hombre abierto a Dios) se encuentra el principio de la fe (la aceptación del Dios presente, tal como se refleja en la respuesta de María: "Hágase en mí según tu palabra").
María es modelo de la mujer y la Madre de Dios: María es “fuente de vida” (es el título de un icono bizantino) para la mujer y la humanidad. "La mujer", en el lenguaje bíblico, indica dos cosas: apertura y transmisión, tanto la acogida (estar abierta) como la que entrega (trasmite): se la denomina "Neguevah", que significa: la que está abierta, y la que da. Son dos formas de expresión de lo fundamental de la persona: estar a la escucha en una apertura a la trascendencia en las diversas dimensiones de la persona, y comunicarse, acoger el amor y darlo, recibir al otro y darle lo que necesita.
a) La capacidad de apertura se manifiesta cuando la mujer es espacio de acogida, y María lo hace en sentido espiritual y material: está siempre a la escucha de lo que Dios quiere, y también ofrece su ser para acoger la vida, está abierta a la maternidad y a la palabra, a la vida corporal y espiritual.
b) La capacidad de donación está también ahí, pues ese término que expresa “mujer” tiene una raíz común con el verbo "decir", estar al servicio de la palabra, del verbo, y –quizá por la empatía, capacidad de agradar, etc.- es muy femenina la facultad de la comunicación, el arte de transmitir, también ahí en los dos sentidos de generar el verbo como madre y ofrecerlo a los demás abriendo su maternidad a todos los hombres: entrega la Palabra, y comunica la Buena Nueva; da a luz e ilumina a todos.
Estos dos aspectos maravillosos en la realización de la misión de la Mujer por excelencia que es la Virgen María están expresados en las dos fiestas que señalan la acogida y entrega de Jesús: está unida a la Palabra de Dios, engendra el Verbo en su interior en la Anunciación, y lo ofrece a los demás en el Nacimiento. Son como dos fechas litúrgicas de los los aspectos. Ella da sentido a su vida escuchando la palabra de Dios y realizando con su libertad la obediencia de la fe. No sólo dijo “hágase en mí según tu palabra” sino que se entregó como nadie, y por eso Jesús responde al piropo de alabanza a su madre con un motivo más alto: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica”.
Ella, “mujer” por excelencia, es la obra maestra de Dios, “ensayada” en cada mujer de la historia hasta que llegó a su perfección, en cada noche y en los mil luceros que la llenan, en los ríos y cordilleras y puestas de sol. Es modelo para nosotros, a su lado aprenderemos a vivir para acoger ese amor que nos da vida, y transmitirlo hecho vida a los demás.
Jesús, encarnándose por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de la llena de gracia, ha llevado a cumplimiento las antiguas promesas de un linaje que nos elevaría a la dignidad de hijos de Dios, el sueño de tenerlo todo, de ser dios, que llevamos dentro. María, modelo de la Iglesia creyente, totalmente confiada en Dios, lo hace posible con su asentimiento humilde, sencillo y lleno de amor: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Su apertura y donación hacen el milagro: “Y el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros”. El Espíritu de Dios, fuerza divina que conduce a los hombres hacia Cristo, poder de Dios que nos trae a Cristo en el camino de la historia humana, será también la herencia que Jesús nos deja por su pascua, la fuerza del amor que ofrece al mundo como el don supremo de su vida (Pentecostés). El relato de la anunciación refiere el momento culminante de la primera epifanía del Espíritu: La fuerza de Dios que conduce a los hombres hacia el Cristo se adueña de María y la convierte en madre (origen humano) de ese Cristo. Todo el relato (con la palabra del ángel, la respuesta de María y la presencia creadora del Espíritu) se ordena hacia una meta muy precisa: la salvación de los hombres. La instauración del reino davídico ahí se realiza con plenitud: se pone la última piedra de la casa prometida por Dios a David. Se pone la primera piedra del verdadero templo de Dios entre los hombres. El cielo se acerca a la tierra. Y la tierra escogida para levantar este santuario es María, una joven desconocida de Nazaret, un pueblo insignificante. Esta es la página que divide la historia. Todo rezuma encanto, sencillez, profundidad. Por parte de Dios, el amor más grande, que nos entrega a su Hijo, pero respetando siempre la libertad humana, esperando la respuesta de María para la decisión final. Por parte de María, la fe más grande, docilidad ilimitada, entrega total. Por su palabra se encarnó en su vientre la Palabra. Su afirmación anuló y superó todas las antiguas negaciones. Ahora las promesas hechas a David se cumplen: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre... y su reino no tendrá fin" (“Caritas”).
En tiempos de crisis económica, estamos un poco más cerca de lo que representa este reino del pobre de Nazaret, al que vemos en los demás: "Pese a la distancia, hasta nuestros oídos ha llegado el grito del hambre, desde Mogadiscio, o de la guerra racista, desde Sarajevo. Pero también hemos registrado el grupo de la insolidaridad y del miedo de la ultraderecha europea, atacando e incendiando albergues para refugiados y hasta matando a personas dentro de ellos. Paco, 'El Fugi', auténtico trotamundos forzado, hoy ya jubilado, comentaba que esto no es nuevo, y contaba la de veces que él y miles de españoles como él habían tenido que oír 'Ausländer raus!', en Hannover, o 'Vreedelingen Buiten!', en Amsterdam, o 'Foreigners go away!', en Manchester, o 'Etrangers déhors!', en París, o 'Stranieri fuori!', en Milán... Y lo peor es que también los españoles hemos aprendido a gritar en nuestro país '¡Extranjeros, fuera'... Y es que, se diga lo que se diga, a los pobres nadie los quiere.» No tanto. Sí hay quienes hacen por los pobres y por los extranjeros. Sólo que también es cierto que Europa, como tal, no quiere en su seno a otros, ni siquiera a los europeos, cuando éstos no son del propio país. ¿Qué decimos y hacemos los cristianos europeos? (“Eucaristía 1993”).

sábado, 17 de diciembre de 2011

Adviento, 17 de Diciembre: nuestra grandeza está en el amor que Dios nos tiene. Estamos interconexionados en este «libro de la generación de Jesucrist

Adviento, 17 de Diciembre: nuestra grandeza está en el amor que Dios nos tiene. Estamos interconexionados en este «libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham»

Libro del Génesis 49, 2.8-10: “En aquellos días, llamó Jacob a sus hijos y les dijo: reuníos, que os voy a contar lo que va a suceder en el futuro. Agrupaos y escuchadme, hijos de Jacob, oíd a vuestro padre Israel: Tú, Rubén, mi primogénito, mi fuerza y primicia de mi virilidad..., tú no serás de provecho. Vosotros, Simeón y Leví, hermanos, vosotros seréis mercaderes en armas criminales... A ti, Judá, te alabarán tus hermanos; pondrás la mano sobre la cerviz de tus enemigos; se postrarán ante ti los hijos de tu padre. ¿Judá? Es un león agazapado... No se alejará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas... Zabulón, habitarás junto a la costa... Tú, Isacar, parecerás un asno robusto..., y tú,Dan, una culebra junto al camino... A ti, Gad, te atacarán los bandidos y tú los atacarás por la espalda... El grano de Aser será sustancioso... Neftalí será una cierva suelta..., José, un potro salvaje..., y Benjamín, un lobo rapaz...”

Texto del Evangelio (Mt 1,1-17): Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engrendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David.
David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatam, Joatam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia.
Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliakim, Eliakim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoq, Sadoq engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán, Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.

Comentario: 1.- Gn 49,2.8-10. -El patriarca Jacob, anciano, se encuentra en Egipto con sus hijos y ya cercano a la muerte. Imparte su bendición, que es su herencia. Con las palabras de la bendición levanta el velo del futuro y así la suerte de cada hijo está como fundada en la poderosa palabra del patriarca que habla en nombre de Dios. La fuerza de esa bendición es la misma que la de la palabra de Dios. No es el primogénito Rubén, ni el segundo Simeón, ni el tercero Leví, quienes "heredarán de la promesa", sino el cuarto Judá. Jesús nacerá en la tribu de Judá en Judea, en Belén. Un descendiente de Judá reinará no sólo sobre las demás tribus del pueblo elegido, como David, sino sobre todas las naciones.
Herodes consulta a los sacerdotes y escribas: "en Belén de Judea, porque así está escrito: Y tú Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre las principales tribus de Judá, porque de ti saldrá un caudillo que será pastor de mi pueblo Israel". A partir de hoy, el evangelio nos presenta lo que ha precedido al nacimiento de Jesús: los evangelios de la infancia. Notaremos que la primera lectura, sacada del Antiguo Testamento está siempre en correspondencia con esa página del evangelio. Mateo, en particular, escribió esas páginas subrayando la armonía entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: Jesús es, ciertamente, "aquél que Israel esperaba, aquél que había sido prometido... Varias veces y de muy diversas maneras..."
-Jacob llamó a sus hijos: «Quiero anunciaros lo que os ha de acontecer en días venideros...» Es el testamento de Jacob de cuya «genealogía» nos hablará el evangelio. El pueblo de Israel, desde sus orígenes lejanos, ha sido invitado por Dios a esperar: «quiero anunciaros lo que os ha de acontecer en días venideros»... Un pueblo en tensión hacia el porvenir. Un pueblo que es conocedor del avanzar de la historia. Un pueblo que sabe que Dios obra en él. Un pueblo en marcha, seguro del éxito de lo que Dios está preparando. El pueblo de la esperanza. La humanidad posee un «porvenir». La humanidad no va hacia un callejón sin salida. ¿Soy un hombre de esperanza.
-Judá, tus hermanos te rendirán homenaje... Judá, mi hijo, es un león joven... Esta es ya como una prueba misteriosa de que no son los hombres solos los que hacen la historia. Dios interviene con toda su libertad. ¡No es el primogénito Rubén, ni el segundo, Simeón, ni el tercero, Leví, quienes "heredarán de la promesa", sino el cuarto, Judá! Esa bendición de Jacob sobre éste más que sobre los otros, tiene toda su significación. Dios es el que elige. «He ahí que el León de la tribu de Judá ha vencido». (Apocalipsis 5, 5). Jesús nacerá en la "tribu de Judá", en Judea, en Belén, Dios ya piensa en ello. Haznos disponibles, Señor, a tus «designios» a los que Tú quieres hacer por medio de nuestras vidas, de nuestras responsabilidades.
-La realeza no se irá de Judá, ni el bastón del mando se irá de su descendencia, hasta tanto que venga aquél a quien le está reservado el poder y a quién las naciones obedecerán... Esa frase es, netamente, profética: un descendiente de Judá reinará no sólo sobre las demás tribus del pueblo elegido, sino sobre todas las naciones. A través de los siglos, a través de las vicisitudes y de los fracasos de la historia se ha mantenido esa sorprendente esperanza: ¡un "salvador" nacerá de la familia de Judá! (Mateo 2,6).
Ahora, esa profecía se ha realizado. Cristo ha venido; pero la misma esperanza profunda nos mantiene: su Reino no tendrá fin... Y también nosotros, aspiramos a la plena realización de ese Reino: Venga a nosotros Tu Reino, así en la tierra como en el cielo... ¿Qué hago yo para ello? (Noel Quesson).
Las llamadas, sin mucha propiedad, "bendiciones de Jacob" (en realidad, sólo José es explícitamente bendecido, y han sido atribuidas al patriarca secundariamente) son una colección de dichos, en un principio independientes y de géneros literarios diversos (reprensiones, maldiciones, bendiciones, promesas, etc.) sobre las tribus de Israel. Por la lista de tribus, más antigua que la de otros lugares (Nm 26; Dt 33), puede deducirse que esta colección es relativamente antigua, anterior o contemporánea al yahvista, que podría también ser el autor. Lo que más podría justificar el calificativo de «bendiciones» sería el hecho de que todo este conjunto se encuentra encajado actualmente en la narración sacerdotal sobre la última bendición o testamento de Jacob antes de morir (vv la.28b-33).
La dimensión religiosa de estas «bendiciones» es muy poco perceptible para el lector moderno, pero a los ojos de los israelitas que veían su historia bajo la guía y planificación de Dios, era del todo evidente. Además, los destinos futuros de cada una de las tribus se consideran fruto de la palabra profética del patriarca, cuya eficacia igual que la de los profetas posteriores, es incuestionable y va modelando la historia. Tanto por su amplitud como por su contenido destacan los versículos sobre Judá y José.
Rubén, como primer hijo de Jacob, encabeza siempre la lista de las tribus. Esto quiere decir que es una tribu muy antigua y que ha tenido, de hecho, mucha importancia. Pero fue decayendo en la época de los Jueces, de manera que, al acabar esta época, desapareció como tribu. Nuestro texto se relaciona con Gn 35,22 en lo sustancial. La causa de su desaparición sería el incesto de Rubén.
La referencia a la venganza de Simeón y Leví contra los siquemitas es también clara (Gn 34), aunque aquí no se alude a la acción de desjarretar toros. La antigüedad de esta tradición se puede constatar porque la tribu de Leví todavía no había adquirido funciones sacerdotales. Como la de Rubén, la tribu de Simeón desapareció pronto, absorbida por la tribu de Judá. Notemos que las palabras «yo los dividiré en Jacob» etc., no las pudo decir Jacob y son, por tanto, un buen juicio de la existencia independiente de los refranes.
El oráculo sobre Judá subraya su preeminencia y parece presuponer el reino davídico y la apertura a perspectivas mesiánicas, del mismo modo que los vv 11 y 12 aluden al retorno de una época paradisíaca. Los dichos sobre Zabulón, Isacar, Dan, Gad, Aser y Neftalí juegan con la etimología del nombre (por ejemplo, Dan = "(Dios) juzga") o se refieren a circunstancias geográficas o históricas.
El refrán sobre José subraya magníficamente su esplendor y potencia, sostenido como está y fortalecido por el Dios de los padres. La bendición, una bendición de fecundidad, es muy antigua. Finalmente, el refrán sobre Benjamín celebra su arrojo y belicosidad (J. Mas Anto).
La escena del Génesis nos prepara para escuchar luego la genealogía de Jesús. La salvación futura se perfila de un modo ya bastante concreto en este poema en boca del anciano Jacob que se despide de sus hijos. Es la familia de su hijo Judá la elegida por Dios para que de ella nazca el Mesías. Las imágenes del león y del cetro o bastón de mando, indican que Judá dominará sobre sus hermanos, su tribu sobre las demás.
El anuncio de Jacob se podía entender muy bien como cumplido en David, y luego en Salomón. Pero el pueblo de Israel lo interpretó muy pronto como referido al futuro Mesías. La linea mesiánica estaría ligada a la tribu de Judá. Y así, en efecto, aparecerá en Jesús de Nazaret, en quien se cumplen todas las profecías y esperanzas.
El capítulo 49 del Génesis es un texto muy antiguo donde Jacob pronuncia las últimas palabras referentes a su hijos. Entre los doce hijos hay uno que tiene la preeminencia; no es el primogénito, que era Rubén, sino Judá, el cuarto. Judá es el heredero de las promesas. Ha vencido a sus enemigos y por eso sus hermanos le rinden pleitesía. Una familia de esa tribu será la escogida para regir a Israel, y dentro de ella una persona. Pero inclusive más allá de David, el texto apunta a un personaje especial: el Mesías.
La salvación ha llegado a nosotros mediante un descendiente de la tribu de Judá: Jesús, Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Ya Jacob (Israel) había bendecido a su hijo Judá diciéndole: Has vuelto de matar la presa, hijo mío, y te has echado a reposar como un león. ¿Quién se atreverá a provocarte? Por medio de su Hijo, Dios se ha levantado victorioso sobre el autor del pecado y de la muerte, la serpiente antigua o Satanás. Jesús, después de cumplir su misión, ha vuelto victorioso a la Gloria del Padre, para sentarse como Rey con todo el Poder que se le ha dado en el cielo y en la tierra. Quienes pertenecemos a Él no podemos nuevamente encadenar nuestra vida a la maldad, sino que hemos de hacer nuestra su victoria y permanecer firmemente afianzados en el bien, no por nuestras débiles fuerzas, sino por la Fuerza que nos viene de la presencia del Espíritu Santo en nosotros. No dejemos que el poder salvador de Dios pierda su fuerza en nosotros, no permitamos que se aparte de nosotros el Señor, sino que permanezcamos en su amor obedeciendo en todo sus mandatos, pues en esto Dios se complace y le hace contemplarnos como a sus hijos muy amados.
El texto nos evoca una escena familiar. El papá ya viejo reúne a sus hijos para darles la bendición antes de morir. Es como el testamento legado a sus hijos. En Israel estas bendiciones eran efectivas. Vemos a Jacob en este ceremonial doméstico, rodeado de sus hijos. El texto se detiene en las palabras dedicadas a Judá. El nombre de Judá (YeHuDa) significa: "a ti te alabarán". El verso 10 promete que el cetro de mando "no se apartará de sus piernas", para significar que por Judá se continuará la descendencia davídica, "Hasta que venga aquel a quien pertenece". Esta última parte está traducida de la vulgata latina: "hasta que venga el que ha de ser enviado". El sentido propio es: "hasta que le sea traído el tributo"; pero la tradición y la liturgia le han atribuido a estas palabras resonancia mesiánica.

2. El salmo 71, el salmo del rey justo y su programa de gobierno, canta lo que será el estilo del rey mesiánico: la justicia, la paz, la atención preferente a los pobres y humildes. Se cantaba con motivo de la coronación del rey. Proclama su la universalidad de rey: él será la bendición de todos los pueblos y lo proclamarán dichoso todas las razas de la tierra.
Dios nos ha hecho partícipes de su misma Vida y de su mismo Espíritu. Tomando Él posesión de nuestro propio ser, Él quiere continuar haciendo su obra de salvación para todos los pueblos, por medio de su Iglesia. Por eso debemos meditar a profundidad su Palabra para que, conociendo cómo nos amó el Señor, vivamos conforme a sus enseñanzas. A nosotros corresponde, por tanto, continuar proclamando por todas partes el Evangelio. No podemos sentarnos dentro de los recintos sagrados esperando que otros vengan a escuchar al Señor y a comprometerse con Él. Debemos salir, incluso a los cruces de los caminos, debemos ir por los camino más escarpados en busca de las ovejas que se han descarriado. Debemos escuchar la voz de los pobres acercándonos a ellos, caminando con ellos. Cuando sepamos amar como Cristo nos ha amado, entonces nos preocuparemos del bien de todos los hombres, entonces defenderemos a los pobres, haremos justicia a los oprimidos injustamente, haremos que florezca la justicia y que siempre reine la paz, pues nuestra vida, la vida de la Iglesia, por la presencia del Señor en ella, se convertirá en una bendición para el mundo entero.
Porque toda autoridad viene de Dios, conforme aquellas palabras de Jesús a Pilatos: Tú no tendrías ninguna autoridad sobre mí si no se te hubiera dado de lo Alto; por eso todo aquel que sea constituido en autoridad no puede perder su unión con el Señor, ni dejar de tenerlo a Él como punto de referencia en el servicio a los suyos. Sólo entonces se podrá ejercer el poder como un servicio; y no se dejará corromper por aquellos que quieran manipularlo a su arbitrio, ofreciéndole, incluso, protección o aumentarle su economía. Jesucristo ha venido, con toda la autoridad que tiene como Hijo de Dios, no para condenarnos, sino para salvarnos. Y para lograr eso llegó, incluso, a amarnos hasta el extremo, entregando su Vida por nosotros, tanto para el perdón de nuestros pecados, como para que en Él tengamos vida eterna. Así la Iglesia del Señor, y cada uno de los que nos gloriamos de pertenecer a ella, no podemos vivir aplastando a nuestro prójimo, sino que nos hemos de poner a su servicio; y esto no sólo para que disfrute en este mundo de una vida digna, sino para que, junto con nosotros, unidos a Cristo, alcance la salvación eterna, que es un Don que Dios ha ofrecido a todos, sin distinción alguna.

3. Mt 1, 1-17 (ver navidad vigilia lectura 3, y paralelos : Lc 3,23-38)
A. pongo aquí mis reflexiones del año 2007. La genealogía de Jesús nos lleva a pensar en dos puntos: en primer lugar, que nuestra grandeza no está en los méritos sino en el amor que Dios nos tiene. Luego, que estamos todos interconexionados, y lo que hacemos influye en los demás y en la historia. Estos dos puntos están muy vivos en el pesebre. Para entender la necesidad de profundizar en nuestra dignidad vino Jesús en Navidad, y para formar un pueblo renacido, como hijos de Dios.
a. Pero antes, podemos ver cómo esto no se vive, quizá porque no se ha explicado bien. De hecho, hoy, el 17-XII-2007 en “La Vanguardia” decía Juliette Gréco, la voz del existencialismo y la chanson francesa: “Nunca he tenido el sentido del mañana. Lo primero que hago cuando abro los ojos es dar las gracias. Me extraña ser tan mayor y seguir haciendo lo que me gusta, es un gran regalo”. No se entiende bien el cielo, y por tanto veían el sentido moral como una privación de libertad, pues dice: “cuando André Gide murió, le mandó un telegrama a François Mauriac, un escritor muy católico: "Haz todas las tonterías que quieras, el infierno no existe. Firmado: Gide"”.
Es importante devolver al mundo el gusto por la felicidad, y el sentido profundo de Dios, no el justiciero sino el amante. Cuando le preguntan: “¿Cuál es la lección más importante que le ha dado la vida?”, responde la cantante: “Que el otro es Dios. Y que pese a la gravedad de algunas cosas, nada es serio. El tiempo y la vida son un regalo, a veces cruel y difícil”, lo cual no es del todo falso, pues las dos tablas de la ley son –en alguna corriente judía- divididas en 5 y 5 mandamientos, la tabla de los primeros 5 hace referencia a Dios, el hombre es sagrado, ahí está Dios, de ahí el imperativo: “no matarás”. Los otros 5 hacen referencia a las consecuencias para los demás: bienes materiales y espirituales, pero la persona es sagrada.
Esta visión negativa de la vida tiene influencias en la vida, por eso el amor es débil cuando no se basa en Dios. Cuando le preguntan por el fracaso matrimonial, es una pena ver cómo huye del perdón: “Siempre me he ido antes de que las cosas se deterioraran; por tanto, sólo tengo amigos. Y siempre lo advierto: "Cuidado, soy muy paciente, pero hay un límite". Pero nadie me cree hasta el día en que digo adiós.” En el fondo de tantos fracasos matrimoniales no hay un hecho, el que se toma en cuenta para pedir el divorcio: “es que me hizo esto…” sino que es más bien un cúmulo de hechos que hacen colmarse el vaso hasta decir “no puedo más”, “se ha roto”.
También la falta de autoestima es consecuencia de cerrarse en uno, no dejar que este deseo de trascendencia nos lleve a Dios: “En mi trabajo ha sido todo fácil, salvo aguantarme a mí misma. Soy dura y severa conmigo misma. Soy la persona a la que menos quiero”. Es necesario oír la voz interior, que nos lleva a cosas grandes hechas a base de cosas pequeñas: “¿Qué merece la pena en la vida?” Responde: “Hacer feliz. Y cosas pequeñas, como cocinar para otros. Es una cuestión de detalles”.
b. En la genealogía de Jesús –decíaVan Thuân predicando al Papa y su Curia- hay un canto al amor de Dios, "su misericordia es eterna": "Levanta del polvo al indigente y de la inmundicia al pobre para que se siente entre los príncipes de su pueblo"». No hemos de portarnos bien para que Dios nos quiera, sino que Dios nos quiere de todos modos, y eso nos ayuda mucho a portarnos mejor: «No hemos sido escogidos a causa de nuestros méritos, sino sólo por su misericordia. "Te he amado con un amor eterno, dice el Señor". Esta es nuestra seguridad. Este es nuestro orgullo: la conciencia de ser llamados y escogidos por amor».
En ese contexto, es bonito ver que no se nos esconde que pecadores y prostitutas fueron antepasados de Jesús. El complejo problema del pecado y de la gracia está ahí reflejado: «Si consideramos los nombre de los reyes presentes en el libro de la genealogía de Jesús, podemos constatar que sólo dos de ellos fueron fieles a Dios: Ezequiel y Jeroboam. Los demás fueron idólatras, inmorales, asesinos... En David, el rey más famoso de los antepasados del Mesías, se entrecruzaba santidad y pecado: confiesa con amargas lágrimas en los salmos sus pecados de adulterio y de homicidio, especialmente en el Salmo 50, que hoy es una oración penitencial repetida por la Liturgia de la Iglesia. Las mujeres que Mateo nombra al inicio del Evangelio, como madres que transmiten la vida y la bendición de Dios en su seno, también suscitan conmoción. Todas se encontraban en una situación irregular: Tamar es una pecadora, Rajab una prostituta, Rut una extranjera, de la cuarta mujer no se atreve a decir ni siquiera el nombre. Sólo dice que había sido "mujer de Urías", se trata de Betsabé».
Este panorama no lleva al desánimo, sino que el pecado exalta la misericordia de Dios: «Y sin embargo -añadió el arzobispo vietnamita- el río de la historia, lleno de pecados y crímenes, se convierte en manantial de agua limpia en la medida en que nos acercamos a la plenitud de los tiempos: en María, la Madre, y en Jesús, el Mesías, todas las generaciones son rescatadas. Esta lista de nombres de pecadores y pecadoras que Mateo pone de manifiesto en la genealogía de Jesús no nos escandaliza. Exalta el misterio de la misericordia de Dios. También, en el Nuevo Testamento, Jesús escogió a Pedro, que lo renegó, y a Pablo, que lo persiguió. Y, sin embargo, son las columnas de la Iglesia. Cuando un pueblo escribe su historia oficial, habla de sus victorias, de sus héroes, de su grandeza. Es estupendo constatar que un pueblo, en su historia oficial, no esconde los pecados de sus antepasados», como sucede con el pueblo escogido.
Ante la pregunta ¿es posible hoy tener esperanza? La respuesta es “sí”: la conciencia de la fragilidad del hombre y sobre todo del amor de Dios constituyen las grandes garantías de la esperanza: «todo el Antiguo Testamento está orientado a la esperanza: Dios viene a restaurar su Reino, Dios viene a restablecer la Alianza, Dios viene para construir un nuevo pueblo, para construir una nueva Jerusalén, para edificar un nuevo templo, para recrear el mundo. Con la encarnación, llegó este Reino. Pero Jesús nos dice que este Reino crece lentamente, a escondidas, como el grano de mostaza... Entre la plenitud y el final de los tiempos, la Iglesia está en camino como pueblo de la Esperanza».
«Hoy día, la esperanza es quizá el desafío más grande. Charles Péguy decía: "La fe que más me gusta es la esperanza". Sí, porque, en la esperanza, la fe que obra a través de la caridad abre caminos nuevos en el corazón de los hombres, tiende a la realización del nuevo mundo, de la civilización del amor, que no es otra cosa que llevar al mundo la vida divina de la Trinidad, en su manera de ser y obrar, tal y como se ha manifestado en Cristo y transmitido en el Evangelio. Esta es nuestra vocación. Hoy, al igual que en los tiempos del Antiguo y del Nuevo Testamento, actúa en los pobres de espíritu, en los humildes, en los pecadores que se convierten a él con todo el corazón».
c. Hemos visto como la genealogía familiar de Jesús no es un “expediente inmaculado”. Pero hay un segundo aspecto: la comunión de los santos nos une a todos, en una solidaridad que abraza todos los hombres de todos los tiempos. Los que están en la Iglesia triunfante de cielo; en la Iglesia purgante y la Iglesia peregrinante, es decir los que caminamos aún en esta vida: «Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados (...)» (LG, 49)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 954). Existe una comunicación de bienes espirituales entre los miembros de la Iglesia, sea el que fuere el estado en el que se encuentren: “«Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros... Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que El es la cabeza... Así, el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia» (Santo Tomás, symb. 10). «Como esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común» (Catech. R., 1, 10, 24)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 947).
La Iglesia está anticipada en esa larga genealogía que anuncia la salvación que Dios ha querido traernos, formando un pueblo, una comunidad y sirviéndose de unos intermediarios (sacerdotes, profetas, reyes, jueces...). Todos participamos de la misión de la Iglesia, apoyados en la comunión de los santos: “De que tú y yo nos portemos como Dios quiere – no lo olvides– dependen muchas cosas grandes” (J. Escrivá, Camino, 755).
La reacción ante esta responsabilidad histórica no puede ser asustarnos “«¡No tengáis miedo!». No tengáis miedo del misterio de Dios; no tengáis miedo de Su amor; ¡y no tengáis miedo de la debilidad del hombre ni de su grandeza! El hombre no deja de ser grande ni siquiera en su debilidad” (JP II, TE, p. 34).
Hoy día hay miedo, se quiere quitar este sentido social de la Iglesia, y relegarla al ámbito de lo privado o de la propia conciencia de cada uno. Pero esto no es lo que desea Dios: la humanidad forma un pueblo, y sin Dios éste se dispersa, se diluye, pierde su identidad. Por eso, sin mezclarse con el poder humano, “compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales, incluso los referentes al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los derechos funfdamentales de la persona humana o la salcación de las almas» (CIC, 747, 2)” (CAT, 2032).

B. ahora añado las reflexiones tomadas de mercaba.org, en 2009. Divide la genealogía en tres partes compuestas cada una de 14 nombres. El centro de la misma lo ocupa David. La genealogía tiene mucho de artificial. Lo demuestra el simple hecho de colocar 14 nombres en cada una de las fases en que divide la prehistoria de Cristo. El número 14, por ser el doble de 7, indica perfección y plenitud. Significaría la providencia especial de Dios en la disposición de toda la historia de salvación que culmina en Cristo.
La fiesta de Navidad está ya muy próxima. Para que nos preparemos de un modo más inmediato a ella la Iglesia la hace preceder de una "octava": ocho días que paso a paso nos conducirán al 25 de Diciembre. La preparación comienza por la primera página del evangelio según San Mateo.
-Tabla de los orígenes de Jesucristo, Hijo de David, Hijo de Abraham... El texto griego literalmente, debería traducirse: "Libro de la genealogía de Jesucristo... Es como el comienzo de una nueva creación... una nueva Biblia que se abre sobre una primera página. San Pablo dirá explícitamente que Jesús es el "nuevo Adán": es verdad, por El una nueva humanidad entra en génesis, es engendrada. ¿Se puede llegar a decir que es una nueva especie humana que comienza?
-Abraham, Isaac, Jacob, Judá... Jesé, David, Salomón, Roboam... José, María, Jesús... Una larga lista de nombres. Muchos son conocidos. Han tenido un lugar en la historia de Israel. Es una especie de resumen de toda esta historia. Jesús no es el fruto de un azar caído, así, sin saber desde dónde. El se enraiza en un linaje de antepasados concretos: de este modo es un verdadero "hijo del hombre", que participa totalmente de la condición humana, con sus límites y sus particularidades. Millares de hombres y de mujeres, de padres y de madres, que fueron progenitores han sido necesarios para que un día madurase el fruto último de la humanidad. Una humanidad nueva nace en Jesús. Y, sin embargo, está en continuidad con todo el resto de la humanidad. En cuanto a mí, ¿cuál es mi enraizamiento? ¿Qué es lo que debo continuar? ¿Qué es lo que debe nacer de nuevo en mí?
-Tamar, Rahab, Ruth, la mujer de Urías... Resulta raro encontrar cuatro nombres de mujer en esta lista exclusivamente masculina, y ciertamente choca cuando se sabe quiénes son. No son mujeres ilustres por su santidad, sino más bien una especie de anomalías. Tamar, que por trampa, tiene un hijo de su propio suegro (Génesis 38, 1-30). ¡Qué historia mas sombría! Rahab, prostituta (Josué 2-6). Ruth, una pagana de tierra extranjera (Rut 4-12). Finalmente Betsabé, la mujer adúltera de David y madre de Salomón (II Samuel 11). ¡Claro está que Mateo tenía una idea en la cabeza al hacer tal selección! Jesús viene a salvar a la humanidad, por gracia. Y todos los hombres están llamados a esta salvación universal. ¿Estoy convencido de este inverosímil amor gratuito y salvífico que Dios nos tiene?
-Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual fue engendrado Jesús, llamado Cristo o Mesías. Tal es la finalidad real de esta genealogía. Afirmar de buenas a primeras que Jesús es el "mesías", el esperado por toda la historia de Israel, el "hijo de David". Más que afirmar fuertemente la concepción virginal de Jesús (Mateo 1, 23-25), Mateo ha preferido poner en evidencia cómo José había acogido a Jesús en su linaje, haciéndole así legal y jurídicamente, un "'hijo de David . Estas dos afirmaciones que parecen una contradicción para nosotros occidentales, corresponden completamente a todo lo que sabemos sobre las genealogías entre los semitas (Noel Quesson).
Mateo empieza su evangelio con la página que hoy leemos (y que volvemos a escuchar en la misa de la vigilia de Navidad, el 24 por la tarde): el árbol genealógico de Jesús, descrito con criterios distintos de los de Lucas, y ciertamente no según una estricta metodología histórica. Mateo organiza los antepasados de Jesús en tres grupos, capitaneados por Abrahán, David y Jeconias (éste, por ser el primero después del destierro). Esta lista tiene una intención inmediata: demostrar que Jesús pertenecía a la casa de David. Es la historia del «adviento» de Jesús, de sus antepasados. Pero no se trata de una mera lista notarial. Esta página está llena de intención y nos ayuda a entender mejor el misterio del Dios-con-nosotros cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar. El Mesías esperado, el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre, se ha encarnado plenamente en la historia humana, está arraigado en un pueblo concreto, el de Israel. No es como un extraterrestre o un ángel que llueve del cielo. Pertenece con pleno derecho, porque así lo ha querido, a la familia humana. Los nombres de esta genealogía no son precisamente una letanía de santos. Hay personas famosas y otras totalmente desconocidas. Hombres y mujeres que tienen una vida recomendable, y otros que no son nada modélicos. En el primer apartado de los patriarcas, la promesa mesiánica no arranca de Ismael, el hijo mayor de Abrahán, sino de Isaac. No del hijo mayor de Isaac, que era Esaú, sino del segundo, Jacob, que le arrancó con trampas su primogenitura. No del hijo preferido de Jacob, el justo José, sino de Judá, que había vendido a su hermano. En el apartado de los reyes, aparte de David, que es una mezcla de santo y pecador, aparece una lista de reyes claramente en declive hasta el destierro. Aparte tal vez de Ezequías y Josías, los demás son idólatras, asesinos y disolutos. Y después del destierro, apenas hay nadie que se distinga precisamente por sus valores humanos y religiosos. Hasta llegar a los dos últimos nombres, José y María. Aparecen en este árbol genealógico también cinco mujeres. Las cuatro primeras no son como para que nadie pueda estar orgulloso de que aparezcan en su libro familiar. Rut es buena y religiosa, pero extranjera; Raab una prostituta, aunque de buen corazón; Tamar una tramposa que engaña a su suegro Judá para tener descendencia; Betsabé adúltera con David. La quinta sí: es María, la esposa de José, la madre de Jesús. Entre los ascendientes de Jesús hay tantos pecadores como santos. De veras los pensamientos de Dios no son los nuestros (Is 55,8). Aparece bien claro que él cuenta con todos, que va construyendo la historia de la salvación a partir de estas personas. Jesús se ha hecho solidario de esta humanidad concreta, débil y pecadora, no de una ideal y angélica. Como luego se pondrá en fila entre los que reciben el bautismo de Juan en el Jordán: él es santo, pero no desdeña de mostrarse solidario de los pecadores. Trata con delicadeza a los pecadores y pecadoras. Ha entrado en nuestra familia, no en la de los ángeles. Será hijo del pueblo. No excluye a nadie de su Reino.
También la Navidad de este año la vamos a celebrar personas débiles y pecadoras. Dios nos quiere conceder su gracia a nosotros y a tantas otras personas que tal vez tampoco sean un modelo de santidad. A partir de nuestra situación, sea cual sea, nos quiere llenar de su vida y renovarnos como hijos suyos. Es una lección para que también nosotros miremos a las personas con ojos nuevos, sin menospreciar a nadie. Nadie es incapaz de salvación. La comunidad eclesial nos puede parecer débil, y la sociedad corrompida, y algunas personas indeseables, y las más cercanas llenas de defectos. Pero Cristo Jesús viene precisamente para esta clase de personas. Viene a curar a los enfermos, no a felicitar a los sanos. A salvar a los pecadores, y no a canonizar a los buenos. Esto para nosotros debe ser motivo de confianza, y a la vez, cara a los demás, una invitación a la tolerancia y a una visión más optimista de las capacidades de toda persona ante la gracia salvadora de Dios.
La Iglesia de Cristo puede no gustarnos, pero no podemos escandalizarnos y rechazarla. Es una comunidad frágil, débil, pero encargada de transmitir y realizar el programa de vida de Cristo Jesús. Si antes de Cristo la lista era la que hemos leído, después de Cristo no es mucho mejor: Cristo eligió a Pedro y Pablo, Pablo eligió a Timoteo, Timoteo a... y nuestros padres nos transmitieron la fe a nosotros, que somos frágiles y pecadores, y nosotros la comunicaremos a otros. No es cuestión de mitificar la historia de la salvación ni antes ni después de Cristo. Todos somos pobres personas. Lo que sí tenemos que hacer es aceptarnos a nosotros mismos, y aceptar a los demás, a la Iglesia entera, y reconocer la obra de Dios en todos.
La Navidad la celebraremos mucho mejor si sabemos hacernos solidarios de las personas que Dios ama. La salvación es para todos, para las personas normales, no sólo para las santas y famosas, que hacen obras espectaculares o sorprenden a todos con sus milagros y genialidades. Dios eligió también a personas débiles y pecadoras. Jesús no renegó de su árbol genealógico porque en él encontrara personas indeseables.
O Sapientia... «Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, / abarcando del uno al otro confín / y ordenándolo todo con firmeza y suavidad: / ven y muéstranos el camino de la salvación».
Todos queremos un corazón lleno de sabiduría, como ya había pedido el joven Salomón al principio de su reinado. Tener sabiduría es ver la historia desde los ojos de Dios. Pero la sabiduría verdadera es Cristo Jesús, el Verbo (Logos) eterno, la Palabra viviente de Dios, por el que fueron creadas todas las cosas, como nos enseña el prólogo del evangelio de Juan. Al que Pablo llama «sabiduría de Dios» ( I Co 1,24; 2,7). Él es quien nos ilumina y nos comunica su verdad, el Maestro auténtico al que pedimos que venga a enseñarnos el camino de la salvación (J. Aldazábal).
Entramos en la octava preparatoria del nacimiento del Hijo de Dios, hecho hombre por amor al hombre, y para salvarlo. La Liturgia, que venía haciendo lectura continuada de Isaías y Mateo, introduce en las Vísperas del Oficio Divino, a partir del día 17, unas antífonas llamadas “mayores” que dan el tono a las celebraciones.
La antífona de hoy reza así: ¡OH SABIDURÍA que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación.
Este es un momento adecuado para despertar la fe y la esperanza. Lo es también para hablar de María, Virgen de la Esperanza, y de la intensidad con que debemos vivir el preludio de la Navidad, gran sinfonía de la recreación y salvación del mundo.
Esta es la última semana de Adviento. Dentro de siete días celebraremos el nacimiento de Jesús. La liturgia se hace más densa, más expectante. Una figura sobresale: María, la madre de Jesús. Escuchemos.
Podría parecer un evangelio sin interés. ¿Qué nos interesan –pensará alguno- tantos nombres, tanta insistencia en el mismo verbo “engendró”, “engendró”, “engendró”? Incluso alguien manifestará su extrañeza al ver en una lista tan enorme de antecesores la escasa presencia de las mujeres que son las que auténticamente “engendran”.
Jesús es hijo de María, pero también es hijo de un pueblo, de una gran tradición viva e incluso biológica. En aquella mentalidad, toda la responsabilidad de la generación recaía en los varones. ¡Eran ellos los que engendraban! ¡Eran ellos los que ponían el nombre al hijo! ¡Eran ellos los que transmitían de generación en generación la bendición de Dios! A través de ellos llegará el Mesías.
Lo sorprendente de esta cadena de generaciones es que precisamente en el último eslabón, cuando aparece José, hijo de Jacob y esposo de María, José queda excluido totalmente del origen de Jesús y con él toda la lista que le precede. Sóla María se convierte en fuente de Jesús. ¡Sin José! ¡Sola ella y el Espíritu Santo! “De Spiritu Sancto ex Maria virgine” (proclamamos en el Credo). El varón es excluido en la encarnación del Hijo de Dios. ¿Cómo se recupera el valor de la gran genealogía? ¿Cómo Jesús conecta con esta tradición que le precede? La figura de José tiene la clave. Él es el esposo de María. Él es el que impone el nombre al Hijo de María. De este modo, lo asume como propio suyo, quien asumió a María como esposa. José es para Jesús un padre espiritual que le transmite la gran tradición del pueblo, y hace de Jesús un hijo espiritual del pueblo de Israel.
La mujer adquiere un gran protagonismo. Movida por el Espíritu de Dios se convierte en fuente santa, en Madre. Lo que Dios hizo con otras mujeres del pueblo de Dios, lo hace ahora con María, de la forma más sublime. Ella es la nueva Tamar, Rahaj, Betsabé y Rut. Acogida por pura gracia. Fuente del Hijo de Dios por pura gracia.
Cuando Dios quiere hacer su voluntad, nada ni nadie se opone a su querer. Por eso, hay que confiar ciegamente en nuestro Dios. Porque él guía nuestros pasos, si somos dóciles a lo que su Espíritu nos inspira (José Cristo Rey García Paredes).
Hoy, en la liturgia de la misa leemos la genealogía de Jesús, y viene al pensamiento una frase que se repite en los ambientes rurales catalanes: «De Josés, burros y Juanes, los hay en todos los hogares». Por eso, para distinguirlos, se usa como motivo el nombre de las casas. Así, se habla, por ejemplo: José, el de la casa de Filomena; José, el de la casa de Soledad... De esta manera, una persona queda fácilmente identificada. El problema es que uno queda marcado por la buena o mala fama de sus antepasados. Es lo que sucede con «el Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1,1).
San Mateo nos está diciendo que Jesús es verdadero Hombre. Dicho de otro modo, que Jesús —como todo hombre y como toda mujer que llega a este mundo— no parte de cero, sino que trae ya tras de sí toda una historia. Esto quiere decir que la Encarnación va en serio, que cuando Dios se hace hombre, lo hace con todas las consecuencias. El Hijo de Dios, al venir a este mundo, asume también un pasado familiar.
Rastreando los personajes de la lista, podemos apreciar que Jesús —por lo que se refiere a su genealogía familiar— no presenta un “expediente inmaculado”. Como escribió el Cardenal Nguyen van Thuan, «en este mundo, si un pueblo escribe su historia oficial, hablará de su grandeza... Es un caso único, admirable y espléndido encontrar un pueblo cuya historia oficial no esconde los pecados de sus antepasados». Aparecen pecados como el homicidio (David), la idolatría (Salomón) o la prostitución (Rahab). Y junto con ello hay momentos de gracia y de fidelidad a Dios, y sobre todo las figuras de José y María, «de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo» (Mt 1,16).
En definitiva, la genealogía de Jesús nos ayuda a contemplar el misterio que estamos próximos a celebrar: que Dios se hizo Hombre, verdadero Hombre, que «habitó entre nosotros» (Jn 1,14): (Vicenç Guinot i Gómez).
La navidad junto a José. Era José, como María, de la casa y familia de David (Lucas 2, 4), de donde nacería el Mesías, según había sido prometido por Dios. Jesús fue empadronado en la casa real por medio de José, y también será el encargado, según el mandato recibido de Dios: tú le pondrás por nombre Jesús (Mateo 1, 21). Dios había previsto que su Hijo naciera de la Virgen, en una familia como tantas otras, indefenso y necesitado de un padre que lo protegiera y le enseñara lo que todos los padres enseñan a sus hijos. En el cumplimiento de su misión de custodio de la Virgen y de padre de Jesús habría de estar toda la esencia de la vida de José y su último sentido. Cuando el Ángel le reveló el misterio de la concepción virginal de Jesús, aceptó plenamente su vocación como cabeza de la Sagrada Familia. Su felicidad fue entender lo que Dios quería de él, y hacerlo fielmente. Hoy lo vemos junto a la Virgen esperando a su Hijo, y hacemos el propósito de vivir también nosotros la Navidad cerca de José.
El amor de José a la Virgen fue un amor limpio, delicado, profundo, sin mezcla de egoísmo, y fue para Jesús un padre amoroso, cuidando del Niño como le había sido ordenado. Hizo de Jesús un artesano, le transmitió su oficio. Jesús debía parecerse a José en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su gusto de exponer la doctrina de una manera concreta. Esperamos la Navidad de la mano de José. Él sólo nos pide sencillez y humildad para contemplar a María y a su Hijo. Los soberbios no tienen entrada en la gruta de Belén.
José fue el primero, después de María de contemplar al Hijo de Dios hecho Hombre. Nadie ha experimentado jamás la felicidad de tener en sus brazos al Mesías, que en nada se distingue de cualquier niño. Si tratamos a José en estos pocos días que faltan para la Navidad, él nos ayudará a contemplar ese misterio inefable del que fue testigo silencioso: a María que tiene en sus brazos al Hijo de Dios hecho Hombre. José, después de la Virgen, es la criatura más llena de gracia. ¡Cómo agradecería Jesús todos los desvelos y atenciones que José tuvo con Él y con la Virgen! Hoy le pedimos al Santo Patriarca que nos haga sencillos de corazón para saber tratar a Jesús Niño (Francisco Fernández Carvajal).
Quedan siete días para la Navidad y hay que dar un último empujón al Adviento. Hoy escuchamos en el evangelio la genealogía de Jesucristo, esa lectura tan graciosa llena de nombres complicadísimos, que casi se nos atascan entre los dientes y los labios (aunque también es verdad que me ha tocado a veces celebrar algunos bautizos en que el nombre del niño hacía pensar que Aminadab era natural de Toledo). Dios que se introduce en la historia de los hombres para redimirnos del pecado y de la muerte, historia que llega a su plenitud cuando la segunda persona de la Trinidad se encarna en las entrañas purísimas de María y nace en Belén. Esta semana vamos a acompañar a María y a José en su viaje a Belén para cumplir con el edicto del censo. Puede ser quizás un viaje fatigoso y duro, pero, en tan divina compañía, llegará al gozoso día del nacimiento de Cristo. Hoy José estaría hablando con María de sus ancestros: Abraham, Farés, Naason, David, Roboam, Abías, Acaz, Salatiel, Aquim, Eleazar…, detrás de cada nombre una historia, distinta una de otra, pero todas encaminadas a preparar el gran día del Señor. José de la casa de David se presentaría orgulloso como el marido de María. Hoy parece que Europa quiere ocultar sus raíces, no quiere tener genealogía, se quiere reconocer como bastarda, sin padre ni madre reconocida, haciendo de la Constitución europea la “prostitución europea”. Parece que quisiera vender veinte siglos de historia por menos de treinta monedas, ocultando el cristianismo como si fuesen sus vergüenzas, nacer sin genealogía como quien para ocultar su turbio pasado se alista a la legión extranjera y se convierte en mercenario de la historia. ¡Una barbaridad!. También a nosotros nos puede pasar algo parecido: podemos querer renegar de nuestro pasado, no querer descubrir las acciones de Dios en nuestra vida y creer que todo es obra de nuestro esfuerzo, de nuestro bien hacer y de nuestra lucha constante, sin reparar en que -si eres realmente sincero-, todo es obra de la Gracia de Dios cuando has sabido permanecer fiel. No reniegues de tu pasado, da gracias a Dios por todos los dones que te ha dado, da gracias a Dios cuando has reconocido tu pecado y has sabido pedir perdón, da gracias a Dios por todo y siéntete orgulloso de tu historia, de la historia de Dios contigo. Prepara el equipaje para acompañar a Maria embarazada, deja atrás todo lo que te pueda retrasar en el viaje, no sea que no llegues a Belén a tiempo para el nacimiento y acuérdate del destino de tu viaje: la ciudad de Belén, la ciudad de David, el pueblo de tus orígenes, de tu historia. A caminar (Archimadrid).
Iniciamos estas ferias privilegiadas con esta parte tan importante, que nos llena de esperanza. Se nos habla de los antepasados de Jesús; y no se cierran los ojos ante los pecadores, ante los extranjeros, ante una prostituta y un asesino que se encuentran entre ellos. Todos están ahí abriendo el camino al Señor. Todos son un signo de la misericordia divina, pues Él no vino a condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Al paso del tiempo nosotros volvemos nuestra mirada hacia Cristo y decimos: Y Cristo me engendró a mí; de Él nació la Iglesia, de Él hemos nacido nosotros como hijos de Dios. Y el Señor no nos niega como suyos, por muy pecadores que seamos. Pero el que seamos, en Cristo, hijos de Dios, no nos dispensa de la obligación que tenemos de manifestarnos precisamente como hijos de Dios, pecadores ciertamente, pero en una continua conversión, para que el Reino de Dios llegue a nosotros cada día con mayor fuerza y con mayor claridad. Somos tan frágiles y tan inclinados al pecado. Por eso acudamos a Dios; hagámoslo con la dignidad de hijos en el Hijo. Pidámosle que la salvación que el Señor nos ha ofrecido se haga realidad en nosotros, de tal forma que en adelante ya no vivamos como hijos del pecado, sino como hijos de Dios.
El Señor nos reúne, recibiéndonos con gran amor como Padre nuestro, lleno de ternura por sus hijos. Venimos de un pasado tal vez cargado de muchos puntos negros. Pero hoy el Señor quiere darnos la oportunidad de rehacer nuestra vida, de tal forma que en adelante no nos manifestemos como malvados y delincuentes, sino como hijos de Dios, llenos de amor, de perdón y de ternura, como Él se ha manifestado así para con nosotros. Hoy entramos, nuevamente, en comunión de vida con Él. Él quiere hacernos participar de su ser divino para que en adelante ya no vivamos para nosotros mismos, para nuestros caprichos e inclinaciones pecaminosas, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. En Cristo nos hacemos personas de esperanza. En Cristo volvemos la mirada hacia el futuro; en Cristo comenzamos a caminar hacia la plena realización del Reino de Dios entre nosotros; Reino que iremos conquistando, no con nuestras débiles fuerzas, sino con la Fuerza que nos viene de lo alto, y que el Señor nos ha concedido al hacernos participar de su misma Vida y de su Espíritu Santo que, a la par de santificarnos, guía nuestros pasos por el camino del bien. Por eso en esta Eucaristía hemos de abrir nuestra vida al Don que Dios nos ofrece.
La Iglesia va creciendo día a día, abriéndose paso en medio de un mundo cargado de miserias, de fragilidades, de pecados y de signos de muerte. Y Dios llama a la humanidad entera para que se una a Él por medio de la Esposa de su Hijo, que es su Iglesia. Todos hemos de llegar a ser del mismo Linaje Divino al que hemos sido convocados. Todos y cada uno de los que pertenecemos a la Iglesia no podemos vivir discriminando a los demás, pues el Señor no nos envió a condenar, sino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Todos, totalmente todos, estamos llamados a la santidad. Y esa santidad no podemos verla sólo con tintes de culto y piedad. La santidad de Dios en nosotros nos pone en camino de servicio en el amor fraterno, en la justicia, en el trabajo por la paz. Ser de Cristo, ser criaturas nuevas en Él, esa es la vocación que hemos recibido cuando fuimos llamados a la fe. Por eso esforcémonos denodadamente, con la gracia de Cristo, en trabajar para que el mal desaparezca de entre nosotros y no vuelva a dominarnos. Si somos hijos de Dios, manifestémoslo a través de una vida recta y de pasar haciendo continuamente el bien a todos.
Jesucristo, el Ungido de Dios, el Hijo de Dios que al mismo tiempo es Hijo del Hombre, descendiente de David, es el motivo por el cual se escribe este Evangelio. No se cierran los ojos ante los antepasados del Mesías con toda su miseria, pues, por ejemplo, se nos recuerda el asesinato cometido por David en contra de Urías. Pero Jesús no es sólo descendiente de Abraham, patriarca antepasado de Israel, sino que es también descendiente de toda la humanidad representada en Rut, la Moabita. ¿Por qué se pone Asaf (autor de algunos salmos) en lugar de verdadero nombre de ese Rey: Asa? ¿Por qué, siendo fieles al original, se escribe Amós (uno de los profetas) en lugar de Amón? Sabemos que Mateo constantemente recurrirá a la Escritura para demostrarnos que Jesús es el Ungido de Dios, pues en Él se cumplieron los salmos y los profetas y, probablemente desde el principio, artificiosamente nos los está dejando en claro. Tal vez nuestros orígenes humanos sean demasiado sencillos y humildes. Pero no podemos dejar de mencionar nuestro nombre diciendo: Hijo de Dios y Hermano de Jesucristo. ¿Habrá linaje más digno de aquel al que pertenecemos? Tal vez nuestro propio pasado tenga muchos puntos oscuros; sin embargo al Señor sólo le interesa el que, siendo ungidos de Dios por participar del mismo Espíritu Santo que ungió a Cristo, seamos fieles en darle cumplimiento en nosotros a sus promesas de salvación, llevando así a su plenitud su Palabra en nuestra propia vida.
En esta Eucaristía celebramos al Mesías tan esperado y que, finalmente se ha hecho realidad entre nosotros con todo su poder salvador, venciendo a quien nos retenía bajo la muerte a causa de nuestros pecados. Pero no sólo celebramos su victoria sobre el pecado mediante su muerte, sino que celebramos también su gloriosa resurrección como su victoria sobre la muerte. Reunidos en torno a Él hacemos nuestra esa Victoria que nos salva y que nos hace vivir con la mirada puesta en Aquel que ahora vive y reina por siempre, para encaminarnos a la posesión de la Gloria que Él ya ha recibido de su Padre Dios. No importan nuestros orígenes; no importa incluso nuestro pasado, tal vez un poco oscuro o manchado por el pecado. Dios nos ha amado en serio de tal forma que no sólo nos ha perdonado nuestros pecados, sino que nos ha hecho partícipes de su propia vida para que, junto con Cristo, seamos herederos de los bienes eternos. En esta Eucaristía pregustamos esos bienes.
Quienes participamos de la misma vida de Dios por nuestra unión a Cristo permitimos que Dios haga que sus promesas de salvación lleguen a su plenitud en nosotros. Si no sólo hemos recibido la salvación para esconderla después en nuestras cobardías, sino que queremos que el Señor se manifieste con todo su amor a través de su Iglesia, hemos de estar abiertos a la escucha del Espíritu del Señor que nos ha de guiar en nuestro amor y en nuestro servicio fraterno. Dios ha querido hacernos partícipes de su Vida y de su Espíritu. Si Él se ha manifestado como Padre lleno de misericordia para con nosotros porque no le han importado los pecados de nuestra vida pasada, y más bien nos ha buscado hasta encontrarnos para ofrecernos su perdón y la participación de su misma vida, nosotros hemos de vivir en adelante como la descendencia de Dios que, sin dejar de participar de la naturaleza humana, ha sido elevada a la dignidad del Hijo de Dios. Esto nos ha de llevar a ser, en adelante, no motivo de maldad ni de condenación para nuestro prójimo, sino signo de salvación, de justicia, de paz y de bendición para todos los pueblos.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos hijos de Dios, llamados a participar de su Gloria en la eternidad; enviados para vivir comprometidos en el anuncio del Evangelio de la Gracia, y en el testimonio de una vida que nazca del Espíritu de Dios, que habita en nosotros y nos hace ser hijos de Dios en Cristo Jesús. Que nos esforcemos continuamente por hacer realidad el Reino de Dios entre nosotros, trabajando para que todos, aún los más grandes pecadores, lleguen, finalmente, a vivir plenamente unidos al Señor, que los ama, que los perdona y que los salva. Amén (www.homiliacatolica.com).