Lunes de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. No se encontró a ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías, fieles a Dios. También Jesús vio una viuda pobre que echaba todo lo que tenía: tenía fe y se daba del todo
Comienzo de la profecía de Daniel 1,1-6.8-20. El año tercero del reinado de Joaquín, rey de Judá, llegó a Jerusalén Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la asedió. El Señor entregó en su poder a Joaquín de Judá y todo el ajuar que quedaba en el templo; se los llevó a Senaar, y el ajuar del templo lo metió en el tesoro del templo de su dios. El rey ordenó a Aspenaz, jefe de eunucos, seleccionar algunos israelitas de sangre real y de la nobleza, jóvenes, perfectamente sanos, de buen tipo, bien formados en la sabiduría, cultos e inteligentes y aptos para servir en palacio, y ordenó que les enseñasen la lengua y literatura caldeas. Cada día el rey les pasaría una ración de comida y de vino de la mesa real. Su educación duraría tres años, al cabo de los cuales, pasarían a servir al rey. Entre ellos, había unos judíos: Daniel, Anamas, Misael y Azarías. Daniel hizo propósito de no contaminarse con los manjares y el vino de la mesa real, y pidió al jefe de eunucos que lo dispensase de esa contaminación. El jefe de eunucos, movido por Dios, se compadeció de Daniel y le dijo: -«Tengo miedo al rey, mi señor, que os ha asignado la ración de comida y bebida; si os ve más flacos que vuestros compañeros, me juego la cabeza. » Daniel dijo al guardia que el jefe de eunucos había designado para cuidarlo a él, a Ananías, a Misael y a Azarias: -«Haz una prueba con nosotros durante diez días: que nos den legumbres para comer y agua para beber. Compara después nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen de la mesa real y trátanos luego según el resultado.» Aceptó la propuesta e hizo la prueba durante diez días. Al acabar, tenían mejor aspecto y estaban más gordos que los jóvenes que comían de la mesa real. Así que les retiró la ración de comida y de vino y les dio legumbres. Dios les concedió a los cuatro un conocimiento profundo de todos los libros del saber. Daniel sabía además interpretar visiones y sueños. Al cumplirse el plazo señalado por el rey, el jefe de eunucos se los presentó a Nabucodonosor. Después de conversar con ellos, el rey no encontró ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías, y los tomó a su servicio. Y en todas las cuestiones y problemas que el rey les proponía, lo hacían diez veces mejor que todos los magos y adivinos de todo el reino.
Salmo responsorial Dn 3,52.53.54.55.56. R. A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu nombre santo y glorioso.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
Bendito eres sobre el trono de tu reino.
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos.
Bendito eres en la bóveda del cielo.
Evangelio según san Lucas 21,1-4. En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo: -«Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»
Comentario: 1.- Dn 1,1-6.8-20. a) El libro de Daniel, que leeremos en esta última semana del Año Litúrgico, sitúa sus relatos edificantes -no necesariamente históricos- en tiempos del rey Nabucodonosor, el que llevó al destierro al pueblo de Israel. Pero su intención va para los lectores de la época en que se escribió, cuando el pueblo estaba sufriendo el ataque paganizante del rey Antíoco Epífanes hacia el 170 antes de Cristo. Por tanto, es contemporáneo de los libros de los Macabeos. Daniel no es el autor del libro, sino su protagonista. Además del ejemplo de unos jóvenes en la corte real, el libro presenta unas visiones escatológicas referentes al final de los tiempos o a la venida del Mesías. Su estilo es el llamado "apocalíptico" o "de revelación", con visiones llenas de simbolismo sobre los planes de salvación que Dios quiere llevar a cabo en el futuro mesiánico, en el mismo tono como nosotros celebramos ayer la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Tiene mérito la postura de fidelidad a su fe de estos cuatro jóvenes, a pesar de los halagos y del ambiente pagano de la corte real. Pero Dios está con ellos y tanto en salud como en sabiduría son los mejores de entre todos los jóvenes al servicio del rey.
b) La lección es clara para los judíos que estaban luchando por resistir a la tentación helenizante de Antíoco Epífanes. Les anima a que sigan teniendo esperanza y sean fieles a la Alianza, en medio de esa persecución, como lo fueron Daniel y sus compañeros en circunstancias parecidas o peores. Pero también es estimulante para nosotros, los que sentimos la fuerza de atracción de los valores de este mundo, a veces muy diferentes de los que nos enseña la fe en Cristo. Lo de comer carne de cerdo o beber vino, es lo de menos: lo que importa es saber conservar el estilo de vida que comporta la Alianza con Dios, en contra de las costumbres de una sociedad pagana, significadas en esas normas. Los cristianos nos damos cuenta, sobre todo cuando escuchamos la Palabra de Dios, que no podemos seguir la mentalidad de la sociedad en que vivimos, aunque sea mayoritariamente aplaudida, si va en desacuerdo con el evangelio de Cristo. Tendremos que aprender la lección de valentía y perseverancia que nos dieran el anciano Eleazar o la madre de los siete hijos, en tiempos de los Macabeos, o aquí estos cuatro jóvenes en la corte de un rey pagano. Cada vez que en Laudes de los domingos cantamos el "cántico de Daniel y sus compañeros" -cántico que a lo largo de esta semana iremos desgranando como salmo responsorial- podríamos acordarnos de cómo ellos, envueltos en mil tentaciones más inmediatas y atrayentes, entonan una alabanza al Dios creador del universo, y tratar de imitar su fe y su capacidad de admiración de la obra de Dios.
Vemos la actividad de los judíos en el ambiente pagano del exilio babilónico y cómo esos jóvenes están en el mundo pero sin identificarse con lo que va contra la fe (v 8). Se resalta cómo Dios bendice con el éxito si bien Daniel es el primero en admitir que no siempre Dios traducirá necesariamente su bendición en éxito mundano (cf 3.18: "y si Dios no quisiere...") En la última semana del «año litúrgico», la Iglesia nos propone unos textos "escatológicos», es decir, que evocan el «fin de los tiempos». La Historia humana avanza hacia un final. Con Jesús, ha llegado el gran giro de la historia. Nos encontramos ya en los «últimos tiempos» anunciados por los profetas; pero esperando la «manifestación definitiva» del Reino de Dios. Estamos por los años 170 a. C. Cuando Palestina estaba «ocupada» y "administrada" por el rey Antíoco Epifanes, que trataba de imponer las costumbres griegas. Es una época de mártires -recordemos el Libro de los Macabeos-. El Libro de Daniel se escribió para animar a los "resistentes" a guardar la integridad de su Fe.
-Cuatro jóvenes... Daniel Ananías, Misael, Azarías. El autor del libro cuenta una historia edificante -se trata de una parábola- que se sitúa ficticiamente en ese momento heroico. Yo también, Señor, he de vivir mi Fe en un contexto pagano. Vivo en medio de gentes que no tienen Fe... o, por lo menos, de gentes para las cuales el evangelio no es -o es muy poco- la regla de vida: la falta de fe, el ateísmo, el materialismo, me rodean y me influyen, a pesar mío. Acepto, Señor, contemplar ese contexto de vida. No para juzgar y condenar a mis hermanos, sino para preguntarme si soy fiel a mi Fe y al tipo de vida que ella exige.
-Se les enseñaba la escritura y la lengua de los caldeos... Se les asignaba una ración diaria de los manjares y vinos del rey. El paganismo, el olvido del verdadero Dios, pasa concretamente, por una serie de pequeños detalles, aparentemente faltos de importancia, de los modos de vivir. ¿Cuáles son los detalles que me siento inclinado a adoptar y que HOY, en el siglo XXI, me desviarían hacia la no-fe? No dudo en buscarlos en las cosas más ordinarias: detalles de vestuario, compras, organización de mis fines de semana, gustos, elección de emisiones... En todo esto puede estar en juego mi «fidelidad a Dios».
-Los tres jóvenes eligieron «rechazar» los alimentos paganos. Al cabo de diez días tenían mejor aspecto y muy buena salud. La demostración que trata de hacer Daniel a través de este relato gráfico es la siguiente: ¡Los que siguen la Ley de Dios no perjudican su salud ni su moral! Después de todo, vivir como buen cristiano no conduce a ser un "disminuido" un «desgraciado», al contrario. Los tres jóvenes, viviendo de legumbres, verduras y agua fresca, tienen buen aspecto y muy buena salud, a pesar de las renuncias aceptadas por su Fe. Es un símbolo. Y ¡cuán elocuente! A los paganos que nos ven vivir, no ha de parecerles la Fe como restrictivo, rebajante, insana, triste. Es esencial que la «manera de vivir según Cristo» aparezca como expansiva: ¡formadora de hombres y mujeres serenos, abiertos y más «cabales»! Señor, aprovecho esta lectura-contemplación, para preguntarme qué rostro presento a los que me rodean. ¿Qué rostro presento de tu religión? ¿Qué piensan de mi Fe los que me ven vivir? ¿Soy un cristiano abierto? ¿o un cristiano sombrío, taciturno? (Noel Quesson).
Inicia la teología apocalíptica, que habla por medio de símbolos y visiones espectaculares, pero, si sabemos leerlo bajo su debida perspectiva, se dilucidan muchas cosas. Casi siempre el protagonista es Daniel. A veces aparecen sus compañeros. Y siempre Daniel tiene razón por el hecho de ser fiel servidor de Dios. El mismo nombre de Daniel (Dios es mi juez) es un símbolo para indicar que, en cada momento de la historia, en el fondo está Dios como el gran protagonista que lleva el mundo adonde quiere con el concurso de los hombres y especialmente de sus instrumentos fieles. Pero, de hecho, lo que cuenta es la fidelidad a sus preceptos. Daniel, hombre o ficción -eso no importa- da nombre a uno de los libros más conocidos gracias a la iconografía y a las gestas heroicas de su protagonista. Su vida es fabulosa y está siempre protegida por Dios, incluso en medio de los grandes Imperios paganos. Nabucodonosor hacía años que había muerto cuando fue escrito el libro, pero quedó a modo de un mito para el pueblo judío, ya que él había destruido Jerusalén. El autor tiene la osadía de presentarlo como opresor del pueblo y de demostrar que un hombre joven como es Daniel, si confía en Dios, puede desafiarle con éxito. Se cumple lo que dice el salmo 119: la ley de Dios hace más prudentes que los sabios (J. Mas Bayés).
Dios es la Sabiduría e Inteligencia infinita y eterna. Y para nosotros es la fuente de la misma Sabiduría e Inteligencia. Quien beba de esa fuente estará muy por encima de cualquier persona. Si en verdad lo amamos y vivimos en comunión de vida con Él, Él velará por nosotros y nos librará de la mano de nuestros enemigos. Por eso, a pesar de todos los riesgos, hemos de ser fieles a sus enseñanzas y mandatos, tratando de no contaminar nuestra vida con el pecado. Que sólo el Señor sea el centro de nuestra vida, pues Él siempre estará a nuestro lado velando por nosotros. Si le damos cabida a Dios en nuestra existencia, Él hará brillar su luz, su verdad, su sabiduría, su inteligencia desde nosotros, que somos su Iglesia, y a quienes ha hecho portadores de su Evangelio, de su Gracia y de su Vida para todos los hombres.
2. Dan. 3, 55-56. Bendito sea el Señor, Dios de nuestros Padres; y cuya fe ha llegado hasta nosotros. Bendito sea porque Él es el creador de todo, que conoce hasta lo más íntimo de las entrañas de nuestros pensamientos y de nuestro corazón. ¿Acaso hay algo oculto al Señor? Él lo conoce todo y con su mirada penetra hasta lo más profundo de los abismos. Él revela sus pensamientos y su voluntad a quienes ama, y les confía el mensaje de salvación para que lo anuncien a todos los hombres. Glorifiquemos el santo Nombre de nuestro Dios, pues a nosotros, pobres y pecadores, nos ha escogido para hacernos hijos suyos, y para darnos a conocer lo insondable de su Misterio de Salvación, que nos ha concedido en su Hijo Jesús; y nos ha llamado para confiarnos el anuncio de su Evangelio. Dios sea bendito ahora y siempre.
El cántico que leemos hoy está tomado de la primera parte de un extenso y bello himno que se encuentra engarzado en la traducción griega del libro de Daniel, y lo comenta Juan Pablo II: Lo cantan tres jóvenes judíos arrojados a un horno por haberse negado a adorar la estatua del rey babilonio Nabucodonosor. “El libro de Daniel, como es conocido, refleja los fermentos, las esperanzas y las expectativas apocalípticas del pueblo elegido, que en la época de los Macabeos (siglo II a.c.) se encontraba en lucha para poder vivir según la Ley que le había dado Dios. Desde el horno, los tres jóvenes preservados milagrosamente de las llamas cantan un himno de bendición a Dios. Este himno es como una letanía, repetitiva y a la vez nueva: sus invocaciones suben hasta Dios como figuras espirales de humo de incienso, recorriendo el espacio con formas semejantes pero nunca iguales. La oración no tiene miedo de la repetición, como el enamorado no duda en declarar infinitas veces a la amada todo su cariño. Insistir en las mismas cuestiones es signo de intensidad y de los múltiples matices propios de los sentimientos, de los impulsos interiores, y de los afectos.
Hemos escuchado la proclamación del inicio de este himno cósmico, contenido en el capítulo tercer de Daniel, en los versículos 52-57. Es la introducción que precede al grandioso desfile de las criaturas involucradas en la alabanza. Una mirada panorámica de todo el canto en su desarrollo en forma de letanía nos permite descubrir una sucesión de componentes que constituyen la trama de todo el himno. Comienza con seis invocaciones dirigidas directamente a Dios; a las que les sigue un llamamiento universal a las «criaturas todas del Señor» para que abran sus labios a la bendición (cf v 57). Esta es la parte que consideramos hoy… Sucesivamente el canto se desarrollará convocando a todas las criaturas del cielo y de la tierra a alabar y cantar las grandezas de su Señor… En primer lugar, cabe señalar la invitación a entonar una bendición: «Bendito eres Señor...», que se convertirá al final en «¡Bendecid...!». En la Biblia, existen dos formas de bendición, que se entrecruzan. Por un lado, está la que desciende de Dios: el Señor bendice a su pueblo (cf Num 6,24-27). Es una bendición eficaz, manantial de fecundidad, felicidad y prosperidad. Por otro lado, está la bendición que sube desde la tierra hasta el cielo. El hombre, beneficiado por la generosidad divina, bendice a Dios, alabándole, dándole gracias, exaltándole: «Bendice al Señor, alma mía» (Sal 102,1; 103,1). La bendición divina pasa con frecuencia por mediación de los sacerdotes a través de imposición de las manos (cf Num 6,22-23.27; Sir 50,20-21); la bendición humana, sin embargo, se expresa en el himno litúrgico que se eleva al Señor desde la asamblea de los fieles.
Otro elemento que consideramos dentro del pasaje que ahora se propone a nuestra meditación está constituido por la antífona. Podemos imaginarnos al solista, en el templo lleno de gente, entonando la bendición: «Bendito eres Señor» y haciendo la lista de las diferentes maravillas divinas, mientras la asamblea de los fieles repetía constantemente la fórmula «Digno de alabanza y gloria por los siglos». Es lo mismo que sucedía con el Salmo 135, conocido como el «Gran Hallel», es decir, la gran alabanza, donde el pueblo repetía: «Eterna es su misericordia», mientras un solista enumeraba los diferentes actos de salvación realizados por el Señor a favor de su pueblo. El objeto de la alabanza de nuestro salmo es ante todo el nombre «glorioso y santo» de Dios, cuya proclamación resuena en el templo que a su vez también es «santo y glorioso». Los sacerdotes y el pueblo, mientras contemplan en la fe a Dios que se sienta sobre el trono de su reino, perciben su mirada que sondea «los abismos» y de esta conciencia mana la alabanza del corazón: «Bendito... bendito...». Dios, que se sienta «sobre querubines» y que tiene como morada la «bóveda del cielo», sin embargo está cerca de su pueblo, quien a su vez por este motivo se siente protegido y seguro.
Al volver a proponer este cántico en la mañana del domingo, la Pascua semanal de los cristianos, se invita a abrir los ojos a la nueva creación que tuvo su origen precisamente con la resurrección de Jesús. Gregorio de Niza, un Padre de la Iglesia griega del siglo IV, explica que con la Pascua del Señor «se crea un cielo nuevo y una tierra nueva... se plasma un hombre diferente renovado a imagen de su creador por medio del nacimiento de lo alto» (cf Juan 3,3.7). Y sigue diciendo: «Así como quien mira hacia el mundo sensible deduce por medio de las cosas visibles la belleza invisible... así también quien mira hacia este nuevo mundo de la creación eclesial ve en él a quien se ha hecho todo en todos, llevando de la mano la mente a través de las cosas comprensibles por nuestra naturaleza racional hacia lo que supera la comprensión humana». Al entonar este canto, el creyente cristiano es invitado, por tanto, a contemplar el mundo desde la primera creación, intuyendo cómo será la segunda, inaugurada con la muerte y la resurrección del Señor Jesús. Y esta contemplación lleva de la mano a todos a entrar, como bailando de alegría, en la única Iglesia de Cristo”.
3.- Lc 21,1-4 (ver paralelo Mc 12,38-44). Ella creyó que nadie la veía, pero Jesús sí se dio cuenta y llamó la atención de todos. Otros, más ricos, echaban donativos mayores en el cepillo del templo. Ella, que era una viuda pobre, echó los dos reales que tenía. No importa la cantidad de lo que damos, sino el amor con que lo damos. A veces apreciamos más un regalo pequeño que nos hace una persona que uno más costoso que nos hacen otras, porque reconocemos la actitud con que se nos ha hecho. La buena mujer dio poco, pero lo dio con humildad y amor. Y, además, dio todo lo que tenía, no lo que le sobraba. Mereció la alabanza de Jesús. Aunque no sepamos su nombre, su gesto está en el evangelio y ha sido conocido por todas las generaciones. Y si no estuviera en el evangelio, Dios sí la conoce y aplaude su amor. ¿Qué damos nosotros: lo que nos sobra o lo que necesitamos?; ¿lo damos con sencillez o con ostentación, gratuitamente o pasando factura?; ¿ponemos, por ejemplo, nuestras cualidades y talentos a disposición de la comunidad, de la familia, de la sociedad, o nos reservamos por pereza o interés? No todos tienen grandes dones: pero es generoso el que da lo poco que tiene, no el que tiene mucho y da lo que le sobra. Dios se nos ha dado totalmente: nos ha enviado a su Hijo, que se ha entregado por todos, y que se nos sigue ofreciendo como alimento en la Eucaristía. ¿Podremos reservarnos nosotros en la entrega a lo largo del día de hoy? Al final de una jornada, al hacer durante unos momentos ese sabio examen de conciencia con que vamos ritmando nuestra vida, ¿podemos decir que hemos sido generosos, que hemos echado nuestros dos reales para el bien común? Más aún, ¿se puede decir que nos hemos dado a nosotros mismos? Teníamos dolor de cabeza, estábamos cansados, pero hemos seguido trabajando igual, y hasta hemos echado una mano para ayudar a otros. Nadie se ha dado cuenta ni nos han aplaudido. Pero Dios sí lo ha visto, y ha sonreído, y lo ha escrito en su evangelio (J. Aldazábal).
El episodio narrado en este pasaje acaba la serie de discusiones que Jesús mantiene con las sectas judías. Está directamente unido a la maldición de los escribas que roban a las viudas (Lc 20,45-47). Estos dos textos del Evangelio ilustran la doctrina escatológica de los versículos siguientes (Lc 21,2-36): los jefes del pueblo van a ser desposeídos de sus privilegios y se va a entregar en manos de los pobres la dirección del pueblo. La antítesis ricos-pobres aparece frecuentemente en los discursos escatológicos de Cristo. Sigue el mismo procedimiento de las bienaventuranzas en donde la oposición entre ricos y pobres (Lc 6,20-24) sirve para anunciar la inminencia del Reino y el cambio de las situaciones abusivas. No se trata tanto de hacer la apología o la crítica de una situación social existente cuanto de subrayar la transformación que la llegada de los últimos tiempos -aquellos que participan del modo de ser de Dios- llevará consigo en las estructuras humanas. Los primeros cristianos van a utilizar con frecuencia este procedimiento para explicar el hecho de que la Iglesia de los pobres ha ocupado el puesto de los jefes de Israel en la realización de los designios de Dios.
La viuda entrega su indigencia, en oposición a los ricos que entregan su poder y sus privilegios. Es decir, que ella contradice al proverbio según el cual sólo se da aquello que se tiene: ella, por el contrario, solo posee lo que ha dado. ¿Podemos ver ahí una imagen de Dios? Si El solo nos ha dado de su abundancia, está mejor representado por la imagen de los ricos que por la de la viuda y no se comprendería la importancia que Cristo da al gesto de esta última. ¿Y si Dios, El también, diera de su indigencia? ¿Si renunciáramos a lo que dice de Dios un determinado teísmo para fijarnos en lo que Cristo manifiesta con sus acciones? ¿No comprenderíamos entonces que ser Dios es servir y dar no de aquello que se tiene, sino de aquello que se es? Jesús, pobre y esclavo, no es un paréntesis en la vida de Dios, sino la condición misma de Dios; El no es un rico que ha venido a visitar las tierras subdesarrolladas de la humanidad, es esclavo porque su manera de ser Dios es la pobreza (Maertens-Frisque).
Hemos llegado a la «última» semana del año litúrgico. Las últimas páginas que leeremos, del evangelio según san Lucas, se refieren a los últimos días de la vida terrestre de Jesús, justo antes de la Pasión. Jesús, cercana su muerte, tenía plena conciencia de su «fin» humano. Su último y gran discurso versa también sobre el «fin» de Jerusalén, y el «fin» del mundo... Este es un pensamiento que no debo evitar. Porque también yo camino hacia mi «fin».
-Jesús enseñaba en el Templo. Antes de que hayan acallado su potente voz, esa voz que dice «las cosas de Dios», Jesús habla y enseña. Después de haber hablado tanto, en los caminos, en los pueblos, a la orilla del mar, en las sinagogas provincianas, mirad, está enseñando «en el Templo». No desempeña ningún papel oficial, no es ni un «sacerdote del servicio» -sacerdocio levítico-, ni un «doctor de la Ley». No tiene derecho a entrar en el santuario, lo que es exclusivo del sumo sacerdote. No toma la palabra desde un lugar ritual, en el curso de un acto litúrgico. El, el Hijo de Dios, el Portavoz de Dios, se contenta con reunir a su alrededor, como lo hace un simple orador de paso, a los pocos oyentes que tengan a bien escucharle. Es precisamente en el interior del recinto del Templo -y ese detalle es muy significativo: allí termina su misión- pero es también en espacio descubierto, en la explanada del templo o bajo una de sus columnatas.
-Alzando los ojos vio a los que depositaban sus ofrendas en el arca del Tesoro. Los «ojos» de Jesús. Los contemplo. Observo lo que hacen sus ojos. Bajo el peristilo del templo, galería de columnas de mármol que adornaban la fachada, había, ante el vestíbulo de la «Tesorería», trece grandes arcas, cuya cubierta formaba un embudo o buzón de amplia ranura. Un sacerdote de servicio se ocupaba de anotar el valor total de la ofrenda y la «intención» que le comunicaba el donante. Jesús lo está observando.
-Vio a los ricos que depositaban sus donativos. Vio también a una viuda necesitada que echaba unos cuartos. Dos «lepta»... dos «cuartos»... Las monedas más pequeñas de entonces. Miro el gesto de los «ricos», como Jesús lo miraba. Miro el gesto de la viuda, también, como Jesús. Abre mis ojos, Señor, que sepa «mirar» mejor y en profundidad. Escucho el ruidito, modesto y humilde, de las dos moneditas al caer en el arcón, en medio de las voluminosas ofrendas ya depositadas.
-Jesús dijo: «En verdad os digo: Esa pobre viuda ha echado más que nadie. Porque todos esos han echado de lo que les sobra, mientras que ella, de lo que le hace falta. Ha dado todo lo que tenía." La mirada de Dios, la apreciación de Dios... ¡Cuán diferente es de la mirada habitual de los hombres! Dios ve de un modo distinto. Los ricos parecen poderosos, y hacen ofrendas aparentemente mayores. Pero, para Jesús, la pobre mujer ha dado «más». ¡Cuánta necesidad tenemos de cambiar nuestro modo de «ver», para ir adoptando, cada vez más, la manera de ver de Dios! «Ella dio todo lo que tenía para vivir... dio de su indigencia». ¡Que la admiración de los que son discípulos de Jesús no se dirija nunca hacia los gestos aparentes, ostentosos sino hacia los pobres, los humildes, los pequeños! ¡Cuánta necesidad tenemos de un cambio en nuestros corazones! (Noel Quesson).
A los ojos de los humanos, los ricos eran generosos, a los ojos de Dios la única generosa era la viuda. La viuda en su condición de mujer, pobre y marginada hacía un inmenso esfuerzo al depositar la ofrenda. Daba todo lo que tenía, el fruto de su trabajo que le era necesario para vivir. De este modo entregaba totalmente su vida al servicio de Dios, con modestia y humildad. Los ricos sólo daban algunos excedentes de sus lucrativos negocios; su ofrenda era el fruto de la explotación de los peones y esclavos. Jesús aprovecha la situación para instruir a sus discípulos y discípulas acerca del valor de las ofrendas. La ofrenda de los ricos y poderosos viene manchada por el hambre y la indigencia de aquellos que han sido sometidos para que alguno alcance la riqueza. "El maldito dinero" sólo les ha servido a quienes lo poseen en abundancia para aumentar la riqueza pero no para incrementar la solidaridad (Lc 16, 9). Jesús pensaba que la nueva comunidad no se debía meter en este plan. Los discípulos de Jesús precisamente se debían distinguir por tener conciencia crítica ante esta situación y por plantear alternativas. La actitud de la viuda, en cambio da pie para una enseñanza enteramente positiva. A Dios no le podemos ofrecer lo que nos sobra, aquello de lo que podemos prescindir. A Dios se le hace una verdadera ofrenda cuando damos, desde nuestra pobreza, lo que somos y tenemos. A Dios no le entregamos cosas, sino ante todo, nuestras vidas. Y se las entregamos no porque la consideremos de poco valor. Las donamos generosamente porque sabemos que el hará con ellas lo mejor para nosotros y para nuestra comunidad. Dios recibe nuestras vidas y las transforma en una ofrenda generosa y solidaria que alegra a toda la comunidad (servicio bíblico latinoamericano).
Cada uno de nosotros debe medir su propia relación religiosa a partir de las dos formas de la donación que aparecen en este pasaje evangélico. Dichas formas se distinguen entre sí en cuanto son capaces de colocar a la propia persona implicada de forma integral o sólo de manera parcial. Podemos multiplicar las ofrendas a Dios y, sin embargo, estas pueden continuar situándose en la periferia de la vida. Tales ofrendas no tienen valor a los ojos de Dios ya que esconden una voluntad dirigida a retener para nosotros mismos lo que consideramos de verdadero valor. Frente a esta actitud se nos propone hacer propio el gesto de la viuda. En ella, el don brota de su voluntad decidida de ofrecimiento total a Dios. Es este ofrecimiento la verdadera medida del valor de nuestras acciones religiosas. En ellas no cuenta el valor que las cosas tienen o pueden tener en la economía de mercado. Los bienes manifiestan así su valor relativo. Este término no indica ningún juicio de valor sobre la mayor o menor importancia de ellos. Con él expresamos que todo su valor está dado a partir de la relación con las personas que participan de la comunicación religiosa. En primer lugar, por tanto, el valor auténtico de los bienes nace de la referencia que ellos tienen con la vida del hombre y con el compromiso de éste con Dios. En segundo lugar, es desde éste, Valor Absoluto, desde donde nace la verdadera medida de valoración de todo lo creado (Josep Rius-Camps).
-Lo que mide verdaderamente un don no es la cantidad que se da sino la que uno se reserva para sí;
-lo que importa no es tanto la cantidad cuanto el espíritu con el que se da;
-el verdadero don es dar todo lo que uno tiene;
-las ofrendas tienen que corresponderse con las posesiones. Parece que el acento de Jesús se centra en la primera. Al elogiar el comportamiento de la viuda Jesús pretende, en el fondo, criticar la conducta de los líderes religiosos que utilizan la religión para lucrarse (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
Cristo Jesús, el Hijo de Dios encarnado, se hizo pobre por nosotros, no aferrándose a su dignidad de Hijo; despojándose de todo se humilló y se hizo Dios-con-nosotros; bajó hasta nuestra miseria para enriquecernos con su pobreza, con aquello de lo que se había despojado; elevándonos así, a la dignidad de hijos en el Hijo de Dios. Él se convirtió en el buen samaritano que se baja de su cabalgadura para colocarnos a nosotros en ella; que paga con el precio de su propia sangre para que nos veamos libres de la enfermedad del pecado, y que con su retorno glorioso nos eleva a la dignidad de hijos de Dios. Él no nos dio de lo que le sobraba, sino que lo dio todo por nosotros, pues amándonos, nos amó hasta el extremo, cumpliendo así, Él mismo, las palabras que había pronunciado: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Y el Señor nos pide que por el bien y por la salvación de nuestro prójimo no demos lo que nos sobra, sino que lo demos todo, pues toda nuestra vida se ha de convertir en causa de salvación para todos, por nuestra permanencia en la comunión y en el amor con Cristo.
El Señor nos reúne para celebrar su Eucaristía. Él nos manifiesta que su amor no se nos ha dado con tacañería, pues Él lo ha dado todo por nosotros. No recibimos de Dios como don una limosna, sino la entrega total de su vida para que nosotros tengamos vida, y la tengamos en abundancia. Quienes escuchamos su Palabra recibimos también su Espíritu para ser fortalecidos, y poderla entender y cumplir con amor. Quienes entramos en comunión de vida con el Señor lo recibimos a Él sin reservas ni fronteras, para que, por obra del Espíritu Santo en nosotros, seamos transformados en Él, y el Padre Dios nos contemple con el mismo amor y ternura con que contempla a su Hijo amado, en quien se complace. Ese es el amor que Dios nos tiene.
Y ese amor es el que nos pide que tengamos hacia los demás cuando nos dice: como yo los he amado a ustedes, así ámense los unos a los otros. A pesar de que muchas veces el pecado ha abierto brecha en nuestra vida y ha deteriorado la imagen de Dios en nosotros, el Señor quiere que nos alimentemos de Él para que nuestro aspecto vuelva a recobrar la dignidad de hijos que Él quiere que tengamos. Por eso, quienes vivimos en comunión de vida con el Señor no podemos deteriorar nuestra existencia con un amor contaminado por la maldad o por el egoísmo. No podemos sólo amar a los que nos aman y hacer el bien a los que nos lo hacen a nosotros. Dios nos pide amar sin fronteras. El: Mirad como se aman, que exclamaban los paganos al ver el estilo de vida de los primeros cristianos, no puede desaparecer de entre nosotros. No podemos vivir de tal forma que mordiéndonos como animales rabiosos, o acabando con la vida de los inocentes, o persiguiendo a los malvados en lugar de ganarlos para Cristo, tengamos el descaro de seguir llamando Padre a Dios, pues, en verdad, estaríamos traicionando nuestra fe y defraudando la confianza que el Señor depositó en nosotros, para que proclamáramos su Evangelio.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, que nos conceda amar hasta el extremo, como nosotros hemos sido amados por Dios. Que así podamos decir que en verdad somos un signo creíble del amor salvador de Dios para nuestros hermanos. Amén (www.homiliacatolica.com).
En nuestro país hay una canción que dice: - El tiempo que te quede libre dedícalo a mi -. Esta canción ejemplifica lo que significa: "No te amo". El dar solo lo que sobra, es una verdadera muestras de "no-amor" hacia cualquiera. Creo que la persona que ama no solo da de lo que tiene sino que busca que eso que dará sea lo mejor, pues a quien lo dará es a la persona amada. Pensemos y apliquemos este pensamiento, a las personas que tenemos cerca, a nuestros padres, a la esposa(o), novio(a) y al mismo Dios. ¿Les damos lo mejor de nosotros o solo "lo que nos sobra"? Si quieres saber a quien verdaderamente amas, solo piensa, para quién siempre tienes tiempo, a quién le das lo mejor de ti... ahí habrás encontrado la respuesta. Es triste que muchos de nosotros, para Dios solo tengamos las sobras (Ernesto María).
¡Qué hermosos ojos tiene nuestro Redentor que tan bellamente posa su mirada en cada uno de nuestros actos! A Cristo no le es indiferente cuanto podamos hacer, sobre todo, cuando son pequeñas menudencias que sólo Él ha visto y que sabrá premiar en su debido tiempo (Clemente González). Jesús, era tu última semana en la tierra. Tenías aún bastantes cosas que decirnos antes de que te entregaran a los romanos para ser crucificado. Muchos discípulos te acompañaban en el Templo, esperando ver grandes signos. Pero Tú te fijas en una pobre viuda, que entrega a Dios todo lo que tiene: dos pequeñas monedas. Te conmueves al ver la generosidad de ese corazón sencillo, que gana en valor a la de todos los ricos allí presentes. Porque el amor no se mide por unidades, sino en tantos por ciento: no importa la cantidad, sino la totalidad de la entrega. Jesús, mirando mi vida, ¿puedes también decir: éste ha dado todo lo que tenía para vivir; o más bien: ha entregado como ofrenda parte de lo que le sobra? No cuentan los títulos, ni los honores, ni la espectacularidad de los éxitos humanos. Tú miras el corazón. Y esperas de cada uno esas dos monedas diarias: el servicio a Dios y el servicio a los demás. Jesús, la escena de hoy me recuerda de una manera gráfica que no hay cosas pequeñas en la vida espiritual, si se hacen con amor y por amor. Levantarse con puntualidad por la mañana, ordenar la habitación, arreglar un desperfecto, acabar la tarea con la mayor perfección posible, escuchar con paciencia a un familiar o a un amigo, ayudar al hermano pequeño, y muchas otras pequeñas exigencias de la vida cristiana: son esas dos pequeñas monedas que, por el amor a Ti que demuestran, tiene un gran valor a tus ojos. Haz todas las cosas, por pequeñas que sean, con mucha atención y con el máximo esmero y diligencia; porque el hacer las cosas con ligereza y precipitación es señal de presunción; el verdadero humilde está siempre en guardia para no fallar aun en las cosas más insignificantes. Por la misma razón, practica siempre los ejercicios de piedad más corrientes y huye de las cosas extraordinarias que te sugiere tu naturaleza; porque así como el orgulloso quiere singularizarse siempre, el humilde se complace en las cosas corrientes y ordinarias [León XIII, Práctica de la humildad, 27].
Hacedlo todo por Amor. -Así no hay cosas pequeñas: todo es grande. -La perseverancia en las cosas pequeñas, por amor, es heroísmo [Camino, 813]. Jesús, Tú llamas a todos a la santidad; es decir, a la práctica heroica de las virtudes cristianas por Amor a Dios. Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro padre celestial es perfecto [Mt 5,48]. A veces, al mirar mi vida llena de defectos, me puedo desanimar y pensar que el ideal de la santidad no es para mí, sino sólo para algunos escogidos a quienes no les cuesta luchar contra sus flaquezas. O pienso que, para llegar a ser santo, necesito hacer cosas grandes y espectaculares. Jesús, la viuda del Evangelio me muestra el valor de las cosas aparentemente pequeñas, cuando se hacen por amor. La santidad está al alcance de la mano, porque cuando trato de hacerlo todo por Ti no hay cosas pequeñas: todo es grande. Por eso, es importante que cada mañana te ofrezca todo lo que voy a hacer ese día: Mis pensamientos, palabras y obras, y mi vida entera, te ofrezco a Ti con amor. La perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor es heroísmo. Jesús, me pides que sea santo, que viva heroicamente las virtudes cristianas. En definitiva, me pides que persevere en esos pequeños vencimientos diarios hechos por Amor: puntualidad, orden, servicio. Ayúdame a vivir así, con la generosidad de la pobre viuda que supo dar lo poco que tenía para vivir. Y al final de mi vida me podrás decir: Siervo bueno y fiel; porque has sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu Señor [Mt 25, 20] (Pablo Cardona).
domingo, 20 de noviembre de 2011
sábado, 19 de noviembre de 2011
Domingo XXXIV, Solemnidad de Cristo Rey (A): al acabar de la vida seremos juzgados en el amor; es lo que nos da un lugar en el reinado de Cristo, que
Domingo XXXIV, Solemnidad de Cristo Rey (A): al acabar de la vida seremos juzgados en el amor; es lo que nos da un lugar en el reinado de Cristo, que ya está entre nosotros.
Lectura del Profeta Ezequiel 34,11-12.15-17. Así dice el Señor Dios: -Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentra las ovejas dispersas, así seguiré yo el rastro de mis ovejas; y las libraré, sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor Dios-. Buscaré las ovejas perdidas, haré volver las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente. En cuanto a vosotras, ovejas mías, así dice el Señor Dios: -He aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.
Salmo 22,1-2a. 2b-3. 5-6. R/. El Señor es mi pastor, nada me falta.
El Señor es mi pastor, nada me falta: / en verdes praderas me hace recostar. / Me conduce hacia fuentes tranquilas, / y repara mis fuerzas; / me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre.
Preparas una mesa ante mí / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor, / por años sin término.
1ª carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 15,20-26a. 28. Hermanos: Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo como primicia; después, cuando él vuelva, todos los cristianos; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Cristo tiene que reinar, hasta que Dios «haga de sus enemigos estrado de sus pies". El último enemigo aniquilado será la muerte. Al final, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 25,31-46. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles can él se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: -Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. Entonces los justos le contestarán: -Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: -Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Y entonces dirá a los de su izquierda: -Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: -Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Y él replicará: -Os aseguró que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos. los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo. Y éstos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna.
Comentario: 1. Ez 34, 11-12. 15-17 (cf. Sal 23, Jr 23,1-10). En el Próximo Oriente Antiguo la imagen del buen pastor es emblemática, de una gran riqueza, evoca el ser solícito que procura por todos los medios a su alcance la comida y bebida reparadora a su grey; es además, su defensor ante el peligro del lobo, de... Su sola presencia, el mero olfatearle produce la paz, el sosiego entre el rebaño. El momento histórico del texto es: La grey (=Israel) anda errante desde el año 587 a. de C, desde la conquista de Jerusalén por Nabucodonosor; pero el Señor no les abandona en el peligro, sino que los libera, los reúne y los reconduce a unos buenos pastos (=Nuevo Éxodo), los pastorea, les venda las heridas, cura a las ovejas enfermas (vv. 11-16; cf. por oposición el v. 4 y Za 11: imágenes muy vivas de los falsos pastores). La misión de nuestros pastores (obispos, pastores...) es orientar, encarrilar, curar, vendar..., apacentar… Entre la grey cristiana nunca debe cundir el desaliento. El texto de Ez termina con la promesa de un nuevo pastor (vv. 23-25) que nunca nos abandona. Este pastor es Jesús, siempre fiel a su pueblo; no permitirá que sus ovejas anden errantes sin dirección, sin pastor; luego el salmo sigue con esta idea (A. Gil): Jesús de Nazaret vino al mundo a "buscar y salvar lo que se había perdido" (Lc 19,10) y se ha presentado a los hombres como "el buen pastor" (Jn 10); pero esta profecía ha de cumplirse todavía cuando llegue el día del Señor, cuando el proceso en que estamos se termine y llegue la sentencia y el juicio se decida en favor de los justos. Después de juzgar y condenar a los malos pastores, el Pastor juzgará entre oveja y oveja, esto es, el pueblo se dividirá claramente en dos clases: de una parte, las ovejas famélicas y, de otra, las gordas; aquí los explotados, y allí los explotadores; pues hay ovejas fuertes y grasas que comen hoy a todo pasto y "empujan con el flanco y con el lomo a todas las ovejas débiles y las topan con los cuernos hasta echarlas fuera" (v.21). Por eso habrá un juicio de Dios en favor de sus ovejas -que son los más débiles y explotados- y para exterminio de las "ovejas gordas y robustas" (v.16). De este juicio nos habla el evangelio de hoy (“Eucaristía 1987”).
2. El salmo 22, uno de los más bellos de todo el salterio comienza con una afirmación atrevida: "El Señor es mi pastor, nada me falta". Este creyente que se sabe guiado y acompañado por la mano firme y protectora del pastor, proclama con tranquila audacia su ausencia de ambiciones. Tiene todo lo que necesita: conducción, seguridad, alimento, defensa, escolta, techo donde habitar... Difícilmente anidarán en su corazón la agresividad, la envidia, la rivalidad, todas esas actitudes que amenazan siempre el convivir con los otros fraternalmente (Cuadernos de oración 110). Se utilizan aquí dos imágenes universales: el pastizal... el festín... (el Pastor... y el huésped...). En los países en que la vida está en armonía con la naturaleza, este lenguaje es poético. Para quien el rebaño es la principal riqueza, es importante encontrar verdes praderas, conducir a las ovejas al abrevadero, hacer reposar el rebaño bajo la sombra, conocer los senderos seguros y evitar los pasajes peligrosos, proteger con el bastón los ataques de las fieras. Dios es presentado como este "Pastor" diligente: Ezequiel 34 - Oseas 4,16 - Jeremías 23,1- Miqueas 7,14 - Isaías 40,10; 49,10; 63,11. El tema del "huésped" es también universal. Cuanto más sencillas son las civilizaciones, más sentido de hospitalidad tienen los hombres. Cuanto más pobre, más generoso, ordinariamente. Aquí, la hospitalidad se resume en tres detalles concretos: la mesa con abundantes alimentos, la copa desbordante en la mano, el aceite perfumado que se echa en la cabeza para refrescar al visitante que llega, del sol abrasador. En la Biblia, este tema se aplica también constantemente a Dios: el tema del Templo, considerado "Casa de Dios" en la que se quiere habitar, como los levitas, que tenían la fortuna de pasar su vida en la Casa de Dios. No olvidemos que el Templo de Jerusalén era el lugar de los sacrificios rituales: los animales inmolados, ofrecidos a Dios (asados al fuego, que simbolizaba justamente a Dios), eran cocidos, y distribuidos entre los fieles en forma de "comida sagrada". En Israel, la "mesa" y la "copa" no eran solamente un símbolo, eran realmente un festín sagrado. Jesús debió recitar este salmo con especial fervor. Releámoslo en esta perspectiva, imaginándonos que lo pronuncia Jesús en persona: "Nada me falta... El Padre me conduce... Aunque tenga que pasar por un valle de muerte, no temo mal alguno... Mi copa desborda... Benevolencia y felicidad sin fin... Porque Tú, Oh Padre, estás conmigo...". ¿Quién mejor que Jesús, vivió una intimidad amorosa con el Padre, su alimento, su mesa (Jn 4,32.34)? Jesús se identificó varias veces con este pastor, que ama a sus ovejas y que vela amorosamente sobre ellas: "Yo soy el Buen Pastor" (Juan 10,11). La tonalidad íntima de este salmo, hace pensar en "una oveja", la única oveja que se siente mimada por el Pastor: "El Señor es mi Pastor, nada me falta". Esto evoca la solicitud de que habla Jesús cuando no duda un momento en "dejar las 99 para ir a buscar la única oveja perdida" (Mateo 18,12). Este mismo clima de "intimidad" evocará San Juan para hablar de la unión con Cristo Resucitado, retomando la imagen de la mesa servida: "entraré en su casa para cenar con El, yo cerca de El y El cerca de mí" (Apocalipsis 3,20). Los primeros cristianos cantaron mucho este salmo que lo consideraron como el salmo bautismal por excelencia: este salmo 22 se leía a los recién bautizados, la noche de Pascua, mientras subían de la piscina de inmersión de "aguas tranquilas que los hicieron revivir".. . Y se dirigían hacia el lugar de la Confirmación, en que se "derramaba el perfume sobre su cabeza"... antes de introducirlos a su primera Eucaristía, "mesa preparada para ellos". Bajo estas imágenes pastorales de "majada" como telón de fondo, tenemos una oración de gran profundidad teológica y mística; Jesucristo es el único Pastor que procura no falte nada a la humanidad... El nos hace revivir en las aguas bautismales... Nos infunde su Espíritu Santo... Nos preparó la mesa con su cuerpo entregado... Y la copa de su Sangre derramada... El conduce a los hombres, más allá de los valles tenebrosos de la muerte, hasta la Casa del Padre en que todo es gracia y felicidad. Pocas páginas se pueden encontrar en la Biblia más densamente teológicas y poéticas como el pequeño salmo 22, tesoro auténtico del salterio, alimento espiritual de miles de generaciones que se han visto fortalecidas y animadas con la simple lectura de este salmo: debería ser uno de los más leídos y meditados. En la celebración de las Exequias cristianas es uno de los Salmos más recomendados (J. M. Vernet).
He observado rebaños de ovejas en verdes laderas. Retozan a placer, pacen a su gusto, descansan a la sombra. Nada de prisas, de agitación o de preocupaciones. Ni siquiera miran al pastor; saben que está allí, y eso les basta. Libres para disfrutar prados y fuentes. Felicidad abierta bajo el cielo. Alegres y despreocupadas. Las ovejas no calculan. ¿Cuánto tiempo queda? ¿Adónde iremos mañana? ¿Bastarán las lluvias de ahora para los pastos del año que viene? Las ovejas no se preocupan, porque hay alguien que lo hace por ellas. Las ovejas viven de día en día, de hora en hora. Y en eso está la felicidad. «El Señor es mi pastor». Sólo con que yo llegue a creer eso, cambiará mi vida. Se irá la ansiedad, se disolverán mis complejos y volverá la paz a mis atribulados nervios. Vivir de día en día, de 'hora en hora, porque él está ahí. El Señor de los pájaros del cielo y de los lirios del campo. El Pastor de sus ovejas. Si de veras creo en él, quedaré libre para gozar, amar y vivir. Libre para disfrutar de la vida. Cada instante es transparente, porque no está manchado con la preocupación del siguiente. El Pastor vigila, y eso me basta. Felicidad en los prados de la gracia. Es bendición el creer en la providencia. Es bendición vivir en obediencia. Es bendición seguir las indicaciones del Espíritu en las sendas de la vida. «El Señor es mi pastor. Nada me falta».
En este domingo de Cristo Rey, “¿cómo podemos concretamente tratar de poner nuestro corazón en el reino de Dios? Cuando estoy en la cama, incapaz de dormir por las muchas preocupaciones, cuando trabajo preocupado por las muchas cosas que pueden salir mal, cuando no puedo dejar de pensar en un amigo moribundo, ¿qué se supone que tengo que hacer? ¿Poner mi corazón en el Reino? Muy bien, ¿pero cómo se hace eso? Hay tantas respuestas a esta pregunta como personas con diferentes estilos de vida, personalidades y circunstancias externas. No hay ninguna respuesta concreta que satisfaga las necesidades de todos. Pero hay respuestas que pueden ofrecer orientaciones útiles. Una respuesta sencilla es pasar de la mente al corazón diciendo despacio una oración con tanta atención como sea posible. Esto puede parecer como ofrecer una muleta al que pide que le curen una pierna rota. La verdad, sin embargo, es que una oración, rezada desde el corazón, cura. Si se sabe de memoria el padrenuestro, el credo de los apóstoles o el gloria, ya hay por dónde empezar. Puede ser útil aprenderse también de memoria el salmo veintitrés: «El Señor es mi pastor .. », o lo que escribe san Pablo a los corintios sobre el amor, o la oración de san Francisco: «Señor, haz de mí un instrumento de tu paz... ». Estando en la cama, conduciendo el coche, esperando el autobús o paseando al perro, puedes repasar despacio en tu mente las palabras de alguna de estas oraciones, tratando simplemente de escuchar con todo tu ser lo que significan. Tus preocupaciones seguirán distrayéndose, pero, si vuelves una y otra vez a las palabras de la oración, irás descubriendo poco a poco que esos pensamientos se hacen menos obsesivos y empiezas de verdad a gustar la oración. Y según va descendiendo la oración de la mente al centro de tu ser, irás descubriendo su poder de curación. ¡Nada me falta! ¿Por qué la repetición atenta de una oración bien conocida es de tanta ayuda para poner nuestro corazón en el Reino? Es de tanta ayuda porque las palabras de la oración tienen el poder de transformar nuestra ansiedad interior en paz también interior. Durante mucho tiempo estuve rezando: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas». Por la mañana rezaba con estas palabras durante media hora, sentado tranquilamente en mi silla, tratando sólo de mantener mi mente atenta a lo que estaba diciendo. Rezaba también con ellas en muchas ocasiones a lo largo del día, yendo de aquí para allá, y lo mismo hacía durante mi actividad rutinaria. Estas palabras están en absoluto contraste con la realidad de mi vida. Me faltan muchas cosas. Veo sobre todo calles abarrotadas y horribles galerías comerciales; y si hay algún estanque por el que pasear, lo más probable es que esté contaminado. Pero si digo: «El Señor es mi pastor...», y dejo que el amor de pastor de Dios entre completamente en mi corazón, me doy más claramente cuenta de que las calles abarrotadas, las horribles galerías comerciales y los estanques contaminados no determinan quién soy yo. Yo no pertenezco a los poderes y principados que gobiernan el mundo, sino al Buen Pastor que conoce a los suyos y es por los suyos conocido. En la presencia de mi Señor y Pastor realmente no hay nada que me falte. Él quiere darme el descanso que mi corazón desea y sacarme de la oscura fosa de mi depresión. Es bueno saber que millones de personas han rezado con las mismas palabras a lo largo de los siglos y han encontrado en ellas consuelo y descanso. No estoy solo al rezar con las mismas palabras. Estoy rodeado por innumerables mujeres y hombres, unos cerca de mí y otros muy alejados, unos que aún viven, otros que han muerto recientemente y otros que han muerto hace mucho tiempo; y sé que mucho después de haber dejado este mundo las mismas palabras seguirán resonando en la oración hasta el final de los tiempos. Cuanto más profundamente se introduzcan estas palabras en el centro de mi ser, más formo parte del pueblo de Dios y mejor entiendo lo que significa estar en el mundo sin ser del mundo” (Henri J. Nowen).
3. 1 Co 15, 20-26a. 28. Al tratar Pablo de la Resurrección de Cristo, y sobre todo de sus efectos sobre los hombres, se encuentra con que la fuerza de la Resurrección de Cristo abarca toda la realidad. Este es el tema central del párrafo. Pablo ve en la Resurrección de Cristo la victoria sobre el pecado que domina a los hombres desde Adán en adelante. No es igual la Resurrección que el pecado, igual que Cristo no es igual que Adán (cf. Rm 5). Ese señorío de Cristo glorioso no es reducible a unos cuantos hombres ni a un sector de la realidad. Preludia aquí lo que luego en Colosenses y Efesios se dirá de forma más clara: el Misterio de Cristo sobre la creación, como modelo y sentido de ella y como destino y punto final. En este párrafo insiste más en esta culminación, comenzada en la Resurrección. Pero evidentemente esto no es algo que suceda sin que Dios lo haya previsto. Por tanto, implica también el sentido de toda la obra creadora: que Dios sea Todo en todas las cosas. Por medio de Cristo, o en otra fórmula, "por Cristo, con Cristo y en Cristo" (F. Pastor). La afirmación de la resurrección de Cristo que preside esta lectura es el fundamento de su reinado universal y también de la resurrección de "todos los cristianos" (la celebración de hoy acentúa especialmente el primero de estos dos aspectos). El pensamiento de Pablo sobre la resurrección se va ensanchando hasta adquirir proporciones cósmicas. Constituye el epicentro de un movimiento de vida que terminará envolviendo la humanidad entera y la creación. Pablo expresa todo esto a través de la antítesis entre el primer y el segundo Adán (Cristo) que es uno de los principios organizadores de su pensamiento. Así como el pecado del primer Adán tiene un efecto universal ("por Adán murieron todos"), lo tendrá también la acción redentora de Cristo, el último Adán ("por Cristo todos volverán a la vida"): todo hombre que vive en este mundo es solidario con la situación de pecado de la humanidad; pero, uniéndose a la acción salvadora de Cristo, tiene la posibilidad de vivir la vida de Dios y de luchar contra el condicionamiento de pecado presente en la humanidad y en la historia (cfr. Rm 15,12ss). Esta historia de lucha contra el mal y el pecado llegará al final cuando todo esté sometido a Cristo y presente al Padre el mundo renovado, como cumplimiento total de su misión (A.R. Sastre; J. Roca). La vida, la vida eterna, es el último fruto de toda la historia de salvación. En Cristo resucitado tenemos ya las primicias de la gran cosecha que esperamos; en él comienza la resurrección de los muertos y la vida eterna. Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos (Rm 8,11; 1 Tes 4,14). “Considerad nuestra raza humana: todos hemos manado de una única fuente, y puesto que ésta se volvió amarga, todos nos hemos convertido en acebuches de olivos que éramos. Llegó también la gracia. Uno solo engendró para el pecado y la muerte, pero una única raza, y todos prójimos los unos respecto de los otros; no sólo semejantes, sino también parientes. Vino uno contra uno: uno que dispersó, uno que congrega. Del mismo modo, contra uno que da muerte, uno que vivifica:. Como en Adán todos mueren, así en Cristo todos son vivificados (1 Cor 15,22). Como todo el que nace de aquél muere, así todo el que cree en Jesucristo es vivificado” (S. Agustín).
4. Mt 25, 31-46. Mateo ha explicado cómo los miembros del pueblo elegido debían practicar la vigilancia, si querían entrar a formar parte del Reino escatológico (Mt 24.-25). La separación entre ovejas y cabritos (vv. 32-33) es una imagen tomada de las prácticas pastorales palestinas, según las cuales los pastores separan a los carneros de las cabras, ya que éstas, por ser más frágiles, requieren una mayor protección del frío. Es probable que Cristo quiera atribuirse tan solo, por medio de esta parábola, las funciones judiciales del pastor de la primera lectura (Ez 34,17-22). La acogida que hay que dar a los "pequeños" (vv. 40 y 45) tiene dos sentidos. En labios de Jesús, la palabra pequeños designa especialmente a los discípulos (sobre todo en Mt 10. 42 y 18. 6, probablemente en Mt 18. 14 y 18. 10). Se trata de quienes se hacen pequeños con vistas al Reino, que lo han abandonado todo para dedicarse a su misión. Esos pequeños se han hecho ahora grandes y están asociados al Señor para juzgar a las naciones y reconocer a quienes les han dado acogida (cf. Mt 10. 40). Se puede ver en los pequeños no sólo a los discípulos de Cristo, sino a todo pobre amado por sí mismo, sin conocimiento explícito de Dios. Parece que sí puede hacerse si se tiene en cuenta la insistencia del pasaje en torno al hecho de que los beneficiarios del Reino ignoran a Cristo, cosa apenas concebible por parte de personas que reciben a los discípulos y su mensaje. Además, las obras de misericordia enumeradas en los vv. 35-36 son precisamente las que la Escritura definía como signos de la proximidad del reino mesiánico (Lc 4. 18-20; Mt 11. 4-5) y sin limitarlas al beneficio exclusivo de los discípulos. La caridad aparece como el instrumento esencial de la instauración del Reino de Dios (1 Co 13. 13) (Maertens-Frisque).
La imagen de un juicio universal final, sacada de este texto, está muy arraigada en la conciencia cristiana, imagen consagrada además artísticamente por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Jesús propone una concepción universal del reino de Dios. Esta es la intención prioritaria del texto y no el juicio, y es como Jesús ha revelado a Dios y como se ha convertido en Rey del Universo (A. Benito). El juicio será según las obras, no según lo que decimos creer y confesar. Pienso que las personas nos definimos principalmente por nuestras obras, en segundo lugar por las palabras, y muy en tercer lugar por lo que pensamos. En la pregunta de estos condenados se ve, por el contrario, la triste posibilidad de perder la vida y el reino de Dios que tienen cuantos en este mundo pretenden amar a Dios y ser cristianos sin amar al prójimo y reconocer a Cristo en los pobres y explotados. El cumplimiento del mandamiento del amor o su incumplimiento anticipa ya en el mundo el juicio final. El que ama a Cristo en los pobres y se solidariza con su causa se introduce en el reino de Dios; pero el que no ama y explota a sus semejantes se excluye del reino de Dios. El juicio universal será la manifestación y la proclamación de la sentencia definitiva, que se va cumpliendo ya en nuestras vidas según nuestras obras (“Eucaristía 1987”). Las palabras con que se acoge o se rechaza la entrada al Reino son un repaso de las llamadas obras de misericordia. Si toda la Ley consiste en amar a Dios y al prójimo (cfr. evangelio del domingo 30), lo que aquí aparece es el amor manifestado en hechos muy concretos. Por tanto, cada uno es declarado justo o es condenado según haya servido a los demás o se haya abstenido de hacerlo (J. Roca). Dios santo, Señor y Dios nuestro, / tú que contemplas los cielos / en el infinito de tu gloria, / has tomado rostro de hombre / y has compartido la miseria / del más abandonado de entre los pobres. / Danos la fuerza de tu bendición. / Santifica nuestro corazón con el fuego de tu palabra / para que nuestros ojos reconozcan tu presencia / en la mano que se tiende / y en la mirada que mendiga nuestro amor. / Pues tu nos juzgarás sobre el amor / cuando llegue el día de tu juicio (“Dios cada día”).
“¿Hemos de pensar que también Dios dice: «Soy yo quien recibe, es a mí a quien das»? Sí, en verdad, si Cristo es Dios -cosa que nadie duda-; Él dijo: Tuve hambre y me disteis de comer. Y como le preguntasen: ¿Cuándo te vimos hambriento?, respondió: Cuando lo hicisteis con uno de éstos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. De esta manera se manifestaba como fiador de los pobres, como fiador de todos sus miembros, puesto que, si él es la Cabeza, ellos son los miembros, y lo que reciben los miembros lo recibe también la Cabeza. ¡Ea, usurero avaro! Mira lo que diste y considera lo que has de recibir. Si hubieses dado una pequeña cantidad de dinero y, a cambio de esa pequeña cantidad, te devolviera una gran finca, infinitamente de más valor que el dinero que le habías dado, ¡cuántas gracias no le darías, qué alegría no te embargaría: Escucha qué posesión te ha de dar aquel a quien hiciste el préstamo: Venid, benditos de mi Padre, recibid. ¿Qué? ¿Lo mismo que disteis? De ninguna manera. Disteis bienes terrenos que, si no hubieseis dado, se hubiesen podrido en la tierra. ¿Qué hubieses hecho con ellos, si nos los hubieses dado? Lo que iba a perecer en la tierra, se ha guardado en el cielo. Y es eso que se ha guardado lo que hemos de recibir. Se ha guardado tu mérito: tu mérito se ha convertido en tu tesoro. Mira, pues, lo que vas a recibir: Recibid el reino que está preparado para vosotros desde el comienzo del mundo. Por el contrario, ¿qué oirán aquellos que no quisieron prestar? Id al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles. ¿Y a qué cosa se llama ese reino que hemos de recibir? Prestad atención a lo siguiente: Éstos irán al fuego eterno, los justos en cambio a la vida eterna (Mt 25,34-46). Ambicionad esto, compradlo, prestad para alcanzarlo. Tenéis a Cristo sentado en el cielo y mendigo en la tierra. Hemos hallado cómo presta a interés el justo. Todo el día se compadece y presta a interés” (S. Agustín).
Durante todo este año hemos seguido el evangelio de san Mateo. Hoy es el último domingo: y también su lectura es como el resumen de toda su Buena Noticia: Cristo como Juez Universal, y el amor al hermano como tema de la confrontación de cada hombre con Él. El amor es, pues, el resumen de todo el Evangelio. El "alfa" y el "omega", la "A" y la "Z", el principio y el fin de todo. Cristo, el que da sentido a toda la historia. Él ha inaugurado el Reino, que sigue ahora en la Iglesia y en la humanidad su marcha hacia la plenitud. La motivación que el Juez va a proponer es igualmente sorprendente: "a mí me lo hicisteis... no me disteis de comer...". Cristo se ha identificado precisamente con los más oprimidos y necesitados. Es un Rey que se solidariza con los pobres y malheridos. Los valores y contenidos de este Reino quedan muy bien enumerados en el prefacio de hoy, que conviene ya adelantar a la homilía: "un reino eterno y universal; el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz". El que hace la opción, en nombre de Cristo, por todo eso, está ya perteneciendo a su Reino, y oirá las palabras de bienvenida al final. El mundo de hoy opta por otros criterios y otras motivaciones. Los cristianos tenemos ahí nuestra razón de ser y nuestro mejor Modelo. Al final del año (y luego, al final de nuestra vida) la pregunta que ya conviene que nos adelantemos a nosotros mismos es ésta: ¿he progresado en el amor, en la justicia, en la fraternidad? ¿he dado de comer, visitado, ayudado... a Cristo en la persona de los hermanos? Esta es la clave de su Reino y de nuestra pertenencia a él (J. Aldazábal). El examen lo podríamos hacer muy literal. ¿Qué nos dirá a nosotros Jesús: "Venid, benditos de mi Padre" o "Apartaos de mí, malditos?" Y preguntémonos: ¿Damos de comer a los que pasan hambre, aquí y en los países del Tercer Mundo? ¿Acogemos a los forasteros? ¿Visitamos a los enfermos? ¿Visitamos a los presos y tenemos verdadera "compasión" (="sufrir con") por los delincuentes? Estos son los criterios. "Todas las naciones" reunidas ante Jesús creían, seguramente, que los criterios serían si uno había dado terrenos para edificar iglesias o si había escrito artículos defendiendo la fe católica o si había rezado mucho, y se encontraron con que todas estas acciones, aunque importantes y buenas, no eran los criterios definitivos (J. Lligadas).
El mundo sigue dividido en explotadores y explotados. Sociológicamente existen grupos -identificables, aunque no siempre identificados- de explotadores, como existen grupos -identificables e identificados- de explotados. Ello puede ser comprobado a cualquier nivel y en cualquier reducto de la sociedad humana, desde la familia nuclear hasta las sociedades religiosas e internacionales. Los casos son incontables y fácilmente constatables. Pero el problema es mucho más grave, ya que invade también el ámbito de la psicología (no sólo de la sociología). Todos somos alternativamente explotadores y explotados. El hombre explota a la mujer y es explotado por ella. Pero también el vendedor y el comprador, el que manda y el que obedece, el rico y el pobre... Y es que, en el fondo, la explotación es la función manifiesta del egoísmo, que nos desfigura a los "otros", presentándolos como meros objetos de explotación. Por eso, el juicio final descubrirá todas las explotaciones; la del hambre, la de la sed, la de la falta de vivienda, la de la marginación, la de la opresión... (“Eucaristía 1972”). En el fondo, vemos egoísmo en todas las personas, nadie es perfecto. Todo esto nos lleva a aquel “no quiero servir a un rey que se pueda morir”. Este refrán de Francisco de Borja, pasmado ante el cadáver de una reina, expresa para nosotros no el "menosprecio" del mundo, sino la "nobleza" del cristiano: "Agnosce christiane dignitatem tuam" (reconoce, cristiano, tu dignidad), nos exhorta el gran papa León Magno (Josep M. Totosaus). He leído una simpática narración procedente del Japón: un samurai tuvo una visión. Vio el infierno con demonios hambrientos y enflaquecidos que parecían esqueletos. Estaban sentados delante de un enorme plato con un sabroso arroz. En sus manos tenían unos largos palillos de unos dos metros de longitud. Cada demonio intentaba coger la mayor cantidad posible de arroz. Sin embargo cada uno obstaculizaba al otro con su larga cuchara, que además no podían alcanzar a ponérselo en la boca, y sin que ninguno llegase a comer nada. El samurai espantado apartó su mirada de aquella visión... Más tarde llegó al cielo. Allí vio el mismo gran plato con el arroz sabroso y los mismos largos palillos. Pero los elegidos respiraban literalmente salud. Los enormes palillos no les causaban ninguna dificultad. Es verdad que ninguno podía alimentarse con su instrumento. Pero cada uno tomaba del plato del que tenía delante y lo alimentaba. Salta a la vista la semejanza entre esta simpática narración y el relato del Evangelio de hoy... «El infierno son los otros» decía J. P. Sartre. El infierno son los otros cuando cada uno se empeña en comer para sí mismo. El cielo son los otros cuando cada hombre no se preocupa de sí mismo, sino de dar de comer a los hermanos. Ese es el cielo al que aspiramos, el Reino de Dios que comenzamos ya a construir (Javier Gafo).
Lectura del Profeta Ezequiel 34,11-12.15-17. Así dice el Señor Dios: -Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentra las ovejas dispersas, así seguiré yo el rastro de mis ovejas; y las libraré, sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor Dios-. Buscaré las ovejas perdidas, haré volver las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente. En cuanto a vosotras, ovejas mías, así dice el Señor Dios: -He aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.
Salmo 22,1-2a. 2b-3. 5-6. R/. El Señor es mi pastor, nada me falta.
El Señor es mi pastor, nada me falta: / en verdes praderas me hace recostar. / Me conduce hacia fuentes tranquilas, / y repara mis fuerzas; / me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre.
Preparas una mesa ante mí / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor, / por años sin término.
1ª carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 15,20-26a. 28. Hermanos: Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo como primicia; después, cuando él vuelva, todos los cristianos; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Cristo tiene que reinar, hasta que Dios «haga de sus enemigos estrado de sus pies". El último enemigo aniquilado será la muerte. Al final, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 25,31-46. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles can él se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: -Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. Entonces los justos le contestarán: -Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: -Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Y entonces dirá a los de su izquierda: -Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: -Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Y él replicará: -Os aseguró que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos. los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo. Y éstos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna.
Comentario: 1. Ez 34, 11-12. 15-17 (cf. Sal 23, Jr 23,1-10). En el Próximo Oriente Antiguo la imagen del buen pastor es emblemática, de una gran riqueza, evoca el ser solícito que procura por todos los medios a su alcance la comida y bebida reparadora a su grey; es además, su defensor ante el peligro del lobo, de... Su sola presencia, el mero olfatearle produce la paz, el sosiego entre el rebaño. El momento histórico del texto es: La grey (=Israel) anda errante desde el año 587 a. de C, desde la conquista de Jerusalén por Nabucodonosor; pero el Señor no les abandona en el peligro, sino que los libera, los reúne y los reconduce a unos buenos pastos (=Nuevo Éxodo), los pastorea, les venda las heridas, cura a las ovejas enfermas (vv. 11-16; cf. por oposición el v. 4 y Za 11: imágenes muy vivas de los falsos pastores). La misión de nuestros pastores (obispos, pastores...) es orientar, encarrilar, curar, vendar..., apacentar… Entre la grey cristiana nunca debe cundir el desaliento. El texto de Ez termina con la promesa de un nuevo pastor (vv. 23-25) que nunca nos abandona. Este pastor es Jesús, siempre fiel a su pueblo; no permitirá que sus ovejas anden errantes sin dirección, sin pastor; luego el salmo sigue con esta idea (A. Gil): Jesús de Nazaret vino al mundo a "buscar y salvar lo que se había perdido" (Lc 19,10) y se ha presentado a los hombres como "el buen pastor" (Jn 10); pero esta profecía ha de cumplirse todavía cuando llegue el día del Señor, cuando el proceso en que estamos se termine y llegue la sentencia y el juicio se decida en favor de los justos. Después de juzgar y condenar a los malos pastores, el Pastor juzgará entre oveja y oveja, esto es, el pueblo se dividirá claramente en dos clases: de una parte, las ovejas famélicas y, de otra, las gordas; aquí los explotados, y allí los explotadores; pues hay ovejas fuertes y grasas que comen hoy a todo pasto y "empujan con el flanco y con el lomo a todas las ovejas débiles y las topan con los cuernos hasta echarlas fuera" (v.21). Por eso habrá un juicio de Dios en favor de sus ovejas -que son los más débiles y explotados- y para exterminio de las "ovejas gordas y robustas" (v.16). De este juicio nos habla el evangelio de hoy (“Eucaristía 1987”).
2. El salmo 22, uno de los más bellos de todo el salterio comienza con una afirmación atrevida: "El Señor es mi pastor, nada me falta". Este creyente que se sabe guiado y acompañado por la mano firme y protectora del pastor, proclama con tranquila audacia su ausencia de ambiciones. Tiene todo lo que necesita: conducción, seguridad, alimento, defensa, escolta, techo donde habitar... Difícilmente anidarán en su corazón la agresividad, la envidia, la rivalidad, todas esas actitudes que amenazan siempre el convivir con los otros fraternalmente (Cuadernos de oración 110). Se utilizan aquí dos imágenes universales: el pastizal... el festín... (el Pastor... y el huésped...). En los países en que la vida está en armonía con la naturaleza, este lenguaje es poético. Para quien el rebaño es la principal riqueza, es importante encontrar verdes praderas, conducir a las ovejas al abrevadero, hacer reposar el rebaño bajo la sombra, conocer los senderos seguros y evitar los pasajes peligrosos, proteger con el bastón los ataques de las fieras. Dios es presentado como este "Pastor" diligente: Ezequiel 34 - Oseas 4,16 - Jeremías 23,1- Miqueas 7,14 - Isaías 40,10; 49,10; 63,11. El tema del "huésped" es también universal. Cuanto más sencillas son las civilizaciones, más sentido de hospitalidad tienen los hombres. Cuanto más pobre, más generoso, ordinariamente. Aquí, la hospitalidad se resume en tres detalles concretos: la mesa con abundantes alimentos, la copa desbordante en la mano, el aceite perfumado que se echa en la cabeza para refrescar al visitante que llega, del sol abrasador. En la Biblia, este tema se aplica también constantemente a Dios: el tema del Templo, considerado "Casa de Dios" en la que se quiere habitar, como los levitas, que tenían la fortuna de pasar su vida en la Casa de Dios. No olvidemos que el Templo de Jerusalén era el lugar de los sacrificios rituales: los animales inmolados, ofrecidos a Dios (asados al fuego, que simbolizaba justamente a Dios), eran cocidos, y distribuidos entre los fieles en forma de "comida sagrada". En Israel, la "mesa" y la "copa" no eran solamente un símbolo, eran realmente un festín sagrado. Jesús debió recitar este salmo con especial fervor. Releámoslo en esta perspectiva, imaginándonos que lo pronuncia Jesús en persona: "Nada me falta... El Padre me conduce... Aunque tenga que pasar por un valle de muerte, no temo mal alguno... Mi copa desborda... Benevolencia y felicidad sin fin... Porque Tú, Oh Padre, estás conmigo...". ¿Quién mejor que Jesús, vivió una intimidad amorosa con el Padre, su alimento, su mesa (Jn 4,32.34)? Jesús se identificó varias veces con este pastor, que ama a sus ovejas y que vela amorosamente sobre ellas: "Yo soy el Buen Pastor" (Juan 10,11). La tonalidad íntima de este salmo, hace pensar en "una oveja", la única oveja que se siente mimada por el Pastor: "El Señor es mi Pastor, nada me falta". Esto evoca la solicitud de que habla Jesús cuando no duda un momento en "dejar las 99 para ir a buscar la única oveja perdida" (Mateo 18,12). Este mismo clima de "intimidad" evocará San Juan para hablar de la unión con Cristo Resucitado, retomando la imagen de la mesa servida: "entraré en su casa para cenar con El, yo cerca de El y El cerca de mí" (Apocalipsis 3,20). Los primeros cristianos cantaron mucho este salmo que lo consideraron como el salmo bautismal por excelencia: este salmo 22 se leía a los recién bautizados, la noche de Pascua, mientras subían de la piscina de inmersión de "aguas tranquilas que los hicieron revivir".. . Y se dirigían hacia el lugar de la Confirmación, en que se "derramaba el perfume sobre su cabeza"... antes de introducirlos a su primera Eucaristía, "mesa preparada para ellos". Bajo estas imágenes pastorales de "majada" como telón de fondo, tenemos una oración de gran profundidad teológica y mística; Jesucristo es el único Pastor que procura no falte nada a la humanidad... El nos hace revivir en las aguas bautismales... Nos infunde su Espíritu Santo... Nos preparó la mesa con su cuerpo entregado... Y la copa de su Sangre derramada... El conduce a los hombres, más allá de los valles tenebrosos de la muerte, hasta la Casa del Padre en que todo es gracia y felicidad. Pocas páginas se pueden encontrar en la Biblia más densamente teológicas y poéticas como el pequeño salmo 22, tesoro auténtico del salterio, alimento espiritual de miles de generaciones que se han visto fortalecidas y animadas con la simple lectura de este salmo: debería ser uno de los más leídos y meditados. En la celebración de las Exequias cristianas es uno de los Salmos más recomendados (J. M. Vernet).
He observado rebaños de ovejas en verdes laderas. Retozan a placer, pacen a su gusto, descansan a la sombra. Nada de prisas, de agitación o de preocupaciones. Ni siquiera miran al pastor; saben que está allí, y eso les basta. Libres para disfrutar prados y fuentes. Felicidad abierta bajo el cielo. Alegres y despreocupadas. Las ovejas no calculan. ¿Cuánto tiempo queda? ¿Adónde iremos mañana? ¿Bastarán las lluvias de ahora para los pastos del año que viene? Las ovejas no se preocupan, porque hay alguien que lo hace por ellas. Las ovejas viven de día en día, de hora en hora. Y en eso está la felicidad. «El Señor es mi pastor». Sólo con que yo llegue a creer eso, cambiará mi vida. Se irá la ansiedad, se disolverán mis complejos y volverá la paz a mis atribulados nervios. Vivir de día en día, de 'hora en hora, porque él está ahí. El Señor de los pájaros del cielo y de los lirios del campo. El Pastor de sus ovejas. Si de veras creo en él, quedaré libre para gozar, amar y vivir. Libre para disfrutar de la vida. Cada instante es transparente, porque no está manchado con la preocupación del siguiente. El Pastor vigila, y eso me basta. Felicidad en los prados de la gracia. Es bendición el creer en la providencia. Es bendición vivir en obediencia. Es bendición seguir las indicaciones del Espíritu en las sendas de la vida. «El Señor es mi pastor. Nada me falta».
En este domingo de Cristo Rey, “¿cómo podemos concretamente tratar de poner nuestro corazón en el reino de Dios? Cuando estoy en la cama, incapaz de dormir por las muchas preocupaciones, cuando trabajo preocupado por las muchas cosas que pueden salir mal, cuando no puedo dejar de pensar en un amigo moribundo, ¿qué se supone que tengo que hacer? ¿Poner mi corazón en el Reino? Muy bien, ¿pero cómo se hace eso? Hay tantas respuestas a esta pregunta como personas con diferentes estilos de vida, personalidades y circunstancias externas. No hay ninguna respuesta concreta que satisfaga las necesidades de todos. Pero hay respuestas que pueden ofrecer orientaciones útiles. Una respuesta sencilla es pasar de la mente al corazón diciendo despacio una oración con tanta atención como sea posible. Esto puede parecer como ofrecer una muleta al que pide que le curen una pierna rota. La verdad, sin embargo, es que una oración, rezada desde el corazón, cura. Si se sabe de memoria el padrenuestro, el credo de los apóstoles o el gloria, ya hay por dónde empezar. Puede ser útil aprenderse también de memoria el salmo veintitrés: «El Señor es mi pastor .. », o lo que escribe san Pablo a los corintios sobre el amor, o la oración de san Francisco: «Señor, haz de mí un instrumento de tu paz... ». Estando en la cama, conduciendo el coche, esperando el autobús o paseando al perro, puedes repasar despacio en tu mente las palabras de alguna de estas oraciones, tratando simplemente de escuchar con todo tu ser lo que significan. Tus preocupaciones seguirán distrayéndose, pero, si vuelves una y otra vez a las palabras de la oración, irás descubriendo poco a poco que esos pensamientos se hacen menos obsesivos y empiezas de verdad a gustar la oración. Y según va descendiendo la oración de la mente al centro de tu ser, irás descubriendo su poder de curación. ¡Nada me falta! ¿Por qué la repetición atenta de una oración bien conocida es de tanta ayuda para poner nuestro corazón en el Reino? Es de tanta ayuda porque las palabras de la oración tienen el poder de transformar nuestra ansiedad interior en paz también interior. Durante mucho tiempo estuve rezando: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas». Por la mañana rezaba con estas palabras durante media hora, sentado tranquilamente en mi silla, tratando sólo de mantener mi mente atenta a lo que estaba diciendo. Rezaba también con ellas en muchas ocasiones a lo largo del día, yendo de aquí para allá, y lo mismo hacía durante mi actividad rutinaria. Estas palabras están en absoluto contraste con la realidad de mi vida. Me faltan muchas cosas. Veo sobre todo calles abarrotadas y horribles galerías comerciales; y si hay algún estanque por el que pasear, lo más probable es que esté contaminado. Pero si digo: «El Señor es mi pastor...», y dejo que el amor de pastor de Dios entre completamente en mi corazón, me doy más claramente cuenta de que las calles abarrotadas, las horribles galerías comerciales y los estanques contaminados no determinan quién soy yo. Yo no pertenezco a los poderes y principados que gobiernan el mundo, sino al Buen Pastor que conoce a los suyos y es por los suyos conocido. En la presencia de mi Señor y Pastor realmente no hay nada que me falte. Él quiere darme el descanso que mi corazón desea y sacarme de la oscura fosa de mi depresión. Es bueno saber que millones de personas han rezado con las mismas palabras a lo largo de los siglos y han encontrado en ellas consuelo y descanso. No estoy solo al rezar con las mismas palabras. Estoy rodeado por innumerables mujeres y hombres, unos cerca de mí y otros muy alejados, unos que aún viven, otros que han muerto recientemente y otros que han muerto hace mucho tiempo; y sé que mucho después de haber dejado este mundo las mismas palabras seguirán resonando en la oración hasta el final de los tiempos. Cuanto más profundamente se introduzcan estas palabras en el centro de mi ser, más formo parte del pueblo de Dios y mejor entiendo lo que significa estar en el mundo sin ser del mundo” (Henri J. Nowen).
3. 1 Co 15, 20-26a. 28. Al tratar Pablo de la Resurrección de Cristo, y sobre todo de sus efectos sobre los hombres, se encuentra con que la fuerza de la Resurrección de Cristo abarca toda la realidad. Este es el tema central del párrafo. Pablo ve en la Resurrección de Cristo la victoria sobre el pecado que domina a los hombres desde Adán en adelante. No es igual la Resurrección que el pecado, igual que Cristo no es igual que Adán (cf. Rm 5). Ese señorío de Cristo glorioso no es reducible a unos cuantos hombres ni a un sector de la realidad. Preludia aquí lo que luego en Colosenses y Efesios se dirá de forma más clara: el Misterio de Cristo sobre la creación, como modelo y sentido de ella y como destino y punto final. En este párrafo insiste más en esta culminación, comenzada en la Resurrección. Pero evidentemente esto no es algo que suceda sin que Dios lo haya previsto. Por tanto, implica también el sentido de toda la obra creadora: que Dios sea Todo en todas las cosas. Por medio de Cristo, o en otra fórmula, "por Cristo, con Cristo y en Cristo" (F. Pastor). La afirmación de la resurrección de Cristo que preside esta lectura es el fundamento de su reinado universal y también de la resurrección de "todos los cristianos" (la celebración de hoy acentúa especialmente el primero de estos dos aspectos). El pensamiento de Pablo sobre la resurrección se va ensanchando hasta adquirir proporciones cósmicas. Constituye el epicentro de un movimiento de vida que terminará envolviendo la humanidad entera y la creación. Pablo expresa todo esto a través de la antítesis entre el primer y el segundo Adán (Cristo) que es uno de los principios organizadores de su pensamiento. Así como el pecado del primer Adán tiene un efecto universal ("por Adán murieron todos"), lo tendrá también la acción redentora de Cristo, el último Adán ("por Cristo todos volverán a la vida"): todo hombre que vive en este mundo es solidario con la situación de pecado de la humanidad; pero, uniéndose a la acción salvadora de Cristo, tiene la posibilidad de vivir la vida de Dios y de luchar contra el condicionamiento de pecado presente en la humanidad y en la historia (cfr. Rm 15,12ss). Esta historia de lucha contra el mal y el pecado llegará al final cuando todo esté sometido a Cristo y presente al Padre el mundo renovado, como cumplimiento total de su misión (A.R. Sastre; J. Roca). La vida, la vida eterna, es el último fruto de toda la historia de salvación. En Cristo resucitado tenemos ya las primicias de la gran cosecha que esperamos; en él comienza la resurrección de los muertos y la vida eterna. Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos (Rm 8,11; 1 Tes 4,14). “Considerad nuestra raza humana: todos hemos manado de una única fuente, y puesto que ésta se volvió amarga, todos nos hemos convertido en acebuches de olivos que éramos. Llegó también la gracia. Uno solo engendró para el pecado y la muerte, pero una única raza, y todos prójimos los unos respecto de los otros; no sólo semejantes, sino también parientes. Vino uno contra uno: uno que dispersó, uno que congrega. Del mismo modo, contra uno que da muerte, uno que vivifica:. Como en Adán todos mueren, así en Cristo todos son vivificados (1 Cor 15,22). Como todo el que nace de aquél muere, así todo el que cree en Jesucristo es vivificado” (S. Agustín).
4. Mt 25, 31-46. Mateo ha explicado cómo los miembros del pueblo elegido debían practicar la vigilancia, si querían entrar a formar parte del Reino escatológico (Mt 24.-25). La separación entre ovejas y cabritos (vv. 32-33) es una imagen tomada de las prácticas pastorales palestinas, según las cuales los pastores separan a los carneros de las cabras, ya que éstas, por ser más frágiles, requieren una mayor protección del frío. Es probable que Cristo quiera atribuirse tan solo, por medio de esta parábola, las funciones judiciales del pastor de la primera lectura (Ez 34,17-22). La acogida que hay que dar a los "pequeños" (vv. 40 y 45) tiene dos sentidos. En labios de Jesús, la palabra pequeños designa especialmente a los discípulos (sobre todo en Mt 10. 42 y 18. 6, probablemente en Mt 18. 14 y 18. 10). Se trata de quienes se hacen pequeños con vistas al Reino, que lo han abandonado todo para dedicarse a su misión. Esos pequeños se han hecho ahora grandes y están asociados al Señor para juzgar a las naciones y reconocer a quienes les han dado acogida (cf. Mt 10. 40). Se puede ver en los pequeños no sólo a los discípulos de Cristo, sino a todo pobre amado por sí mismo, sin conocimiento explícito de Dios. Parece que sí puede hacerse si se tiene en cuenta la insistencia del pasaje en torno al hecho de que los beneficiarios del Reino ignoran a Cristo, cosa apenas concebible por parte de personas que reciben a los discípulos y su mensaje. Además, las obras de misericordia enumeradas en los vv. 35-36 son precisamente las que la Escritura definía como signos de la proximidad del reino mesiánico (Lc 4. 18-20; Mt 11. 4-5) y sin limitarlas al beneficio exclusivo de los discípulos. La caridad aparece como el instrumento esencial de la instauración del Reino de Dios (1 Co 13. 13) (Maertens-Frisque).
La imagen de un juicio universal final, sacada de este texto, está muy arraigada en la conciencia cristiana, imagen consagrada además artísticamente por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Jesús propone una concepción universal del reino de Dios. Esta es la intención prioritaria del texto y no el juicio, y es como Jesús ha revelado a Dios y como se ha convertido en Rey del Universo (A. Benito). El juicio será según las obras, no según lo que decimos creer y confesar. Pienso que las personas nos definimos principalmente por nuestras obras, en segundo lugar por las palabras, y muy en tercer lugar por lo que pensamos. En la pregunta de estos condenados se ve, por el contrario, la triste posibilidad de perder la vida y el reino de Dios que tienen cuantos en este mundo pretenden amar a Dios y ser cristianos sin amar al prójimo y reconocer a Cristo en los pobres y explotados. El cumplimiento del mandamiento del amor o su incumplimiento anticipa ya en el mundo el juicio final. El que ama a Cristo en los pobres y se solidariza con su causa se introduce en el reino de Dios; pero el que no ama y explota a sus semejantes se excluye del reino de Dios. El juicio universal será la manifestación y la proclamación de la sentencia definitiva, que se va cumpliendo ya en nuestras vidas según nuestras obras (“Eucaristía 1987”). Las palabras con que se acoge o se rechaza la entrada al Reino son un repaso de las llamadas obras de misericordia. Si toda la Ley consiste en amar a Dios y al prójimo (cfr. evangelio del domingo 30), lo que aquí aparece es el amor manifestado en hechos muy concretos. Por tanto, cada uno es declarado justo o es condenado según haya servido a los demás o se haya abstenido de hacerlo (J. Roca). Dios santo, Señor y Dios nuestro, / tú que contemplas los cielos / en el infinito de tu gloria, / has tomado rostro de hombre / y has compartido la miseria / del más abandonado de entre los pobres. / Danos la fuerza de tu bendición. / Santifica nuestro corazón con el fuego de tu palabra / para que nuestros ojos reconozcan tu presencia / en la mano que se tiende / y en la mirada que mendiga nuestro amor. / Pues tu nos juzgarás sobre el amor / cuando llegue el día de tu juicio (“Dios cada día”).
“¿Hemos de pensar que también Dios dice: «Soy yo quien recibe, es a mí a quien das»? Sí, en verdad, si Cristo es Dios -cosa que nadie duda-; Él dijo: Tuve hambre y me disteis de comer. Y como le preguntasen: ¿Cuándo te vimos hambriento?, respondió: Cuando lo hicisteis con uno de éstos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. De esta manera se manifestaba como fiador de los pobres, como fiador de todos sus miembros, puesto que, si él es la Cabeza, ellos son los miembros, y lo que reciben los miembros lo recibe también la Cabeza. ¡Ea, usurero avaro! Mira lo que diste y considera lo que has de recibir. Si hubieses dado una pequeña cantidad de dinero y, a cambio de esa pequeña cantidad, te devolviera una gran finca, infinitamente de más valor que el dinero que le habías dado, ¡cuántas gracias no le darías, qué alegría no te embargaría: Escucha qué posesión te ha de dar aquel a quien hiciste el préstamo: Venid, benditos de mi Padre, recibid. ¿Qué? ¿Lo mismo que disteis? De ninguna manera. Disteis bienes terrenos que, si no hubieseis dado, se hubiesen podrido en la tierra. ¿Qué hubieses hecho con ellos, si nos los hubieses dado? Lo que iba a perecer en la tierra, se ha guardado en el cielo. Y es eso que se ha guardado lo que hemos de recibir. Se ha guardado tu mérito: tu mérito se ha convertido en tu tesoro. Mira, pues, lo que vas a recibir: Recibid el reino que está preparado para vosotros desde el comienzo del mundo. Por el contrario, ¿qué oirán aquellos que no quisieron prestar? Id al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles. ¿Y a qué cosa se llama ese reino que hemos de recibir? Prestad atención a lo siguiente: Éstos irán al fuego eterno, los justos en cambio a la vida eterna (Mt 25,34-46). Ambicionad esto, compradlo, prestad para alcanzarlo. Tenéis a Cristo sentado en el cielo y mendigo en la tierra. Hemos hallado cómo presta a interés el justo. Todo el día se compadece y presta a interés” (S. Agustín).
Durante todo este año hemos seguido el evangelio de san Mateo. Hoy es el último domingo: y también su lectura es como el resumen de toda su Buena Noticia: Cristo como Juez Universal, y el amor al hermano como tema de la confrontación de cada hombre con Él. El amor es, pues, el resumen de todo el Evangelio. El "alfa" y el "omega", la "A" y la "Z", el principio y el fin de todo. Cristo, el que da sentido a toda la historia. Él ha inaugurado el Reino, que sigue ahora en la Iglesia y en la humanidad su marcha hacia la plenitud. La motivación que el Juez va a proponer es igualmente sorprendente: "a mí me lo hicisteis... no me disteis de comer...". Cristo se ha identificado precisamente con los más oprimidos y necesitados. Es un Rey que se solidariza con los pobres y malheridos. Los valores y contenidos de este Reino quedan muy bien enumerados en el prefacio de hoy, que conviene ya adelantar a la homilía: "un reino eterno y universal; el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz". El que hace la opción, en nombre de Cristo, por todo eso, está ya perteneciendo a su Reino, y oirá las palabras de bienvenida al final. El mundo de hoy opta por otros criterios y otras motivaciones. Los cristianos tenemos ahí nuestra razón de ser y nuestro mejor Modelo. Al final del año (y luego, al final de nuestra vida) la pregunta que ya conviene que nos adelantemos a nosotros mismos es ésta: ¿he progresado en el amor, en la justicia, en la fraternidad? ¿he dado de comer, visitado, ayudado... a Cristo en la persona de los hermanos? Esta es la clave de su Reino y de nuestra pertenencia a él (J. Aldazábal). El examen lo podríamos hacer muy literal. ¿Qué nos dirá a nosotros Jesús: "Venid, benditos de mi Padre" o "Apartaos de mí, malditos?" Y preguntémonos: ¿Damos de comer a los que pasan hambre, aquí y en los países del Tercer Mundo? ¿Acogemos a los forasteros? ¿Visitamos a los enfermos? ¿Visitamos a los presos y tenemos verdadera "compasión" (="sufrir con") por los delincuentes? Estos son los criterios. "Todas las naciones" reunidas ante Jesús creían, seguramente, que los criterios serían si uno había dado terrenos para edificar iglesias o si había escrito artículos defendiendo la fe católica o si había rezado mucho, y se encontraron con que todas estas acciones, aunque importantes y buenas, no eran los criterios definitivos (J. Lligadas).
El mundo sigue dividido en explotadores y explotados. Sociológicamente existen grupos -identificables, aunque no siempre identificados- de explotadores, como existen grupos -identificables e identificados- de explotados. Ello puede ser comprobado a cualquier nivel y en cualquier reducto de la sociedad humana, desde la familia nuclear hasta las sociedades religiosas e internacionales. Los casos son incontables y fácilmente constatables. Pero el problema es mucho más grave, ya que invade también el ámbito de la psicología (no sólo de la sociología). Todos somos alternativamente explotadores y explotados. El hombre explota a la mujer y es explotado por ella. Pero también el vendedor y el comprador, el que manda y el que obedece, el rico y el pobre... Y es que, en el fondo, la explotación es la función manifiesta del egoísmo, que nos desfigura a los "otros", presentándolos como meros objetos de explotación. Por eso, el juicio final descubrirá todas las explotaciones; la del hambre, la de la sed, la de la falta de vivienda, la de la marginación, la de la opresión... (“Eucaristía 1972”). En el fondo, vemos egoísmo en todas las personas, nadie es perfecto. Todo esto nos lleva a aquel “no quiero servir a un rey que se pueda morir”. Este refrán de Francisco de Borja, pasmado ante el cadáver de una reina, expresa para nosotros no el "menosprecio" del mundo, sino la "nobleza" del cristiano: "Agnosce christiane dignitatem tuam" (reconoce, cristiano, tu dignidad), nos exhorta el gran papa León Magno (Josep M. Totosaus). He leído una simpática narración procedente del Japón: un samurai tuvo una visión. Vio el infierno con demonios hambrientos y enflaquecidos que parecían esqueletos. Estaban sentados delante de un enorme plato con un sabroso arroz. En sus manos tenían unos largos palillos de unos dos metros de longitud. Cada demonio intentaba coger la mayor cantidad posible de arroz. Sin embargo cada uno obstaculizaba al otro con su larga cuchara, que además no podían alcanzar a ponérselo en la boca, y sin que ninguno llegase a comer nada. El samurai espantado apartó su mirada de aquella visión... Más tarde llegó al cielo. Allí vio el mismo gran plato con el arroz sabroso y los mismos largos palillos. Pero los elegidos respiraban literalmente salud. Los enormes palillos no les causaban ninguna dificultad. Es verdad que ninguno podía alimentarse con su instrumento. Pero cada uno tomaba del plato del que tenía delante y lo alimentaba. Salta a la vista la semejanza entre esta simpática narración y el relato del Evangelio de hoy... «El infierno son los otros» decía J. P. Sartre. El infierno son los otros cuando cada uno se empeña en comer para sí mismo. El cielo son los otros cuando cada hombre no se preocupa de sí mismo, sino de dar de comer a los hermanos. Ese es el cielo al que aspiramos, el Reino de Dios que comenzamos ya a construir (Javier Gafo).
viernes, 18 de noviembre de 2011
Sábado de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. La penitencia del rey asesino es parte de la justicia de la historia, y puede servir para su penitencia.
Sábado de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. La penitencia del rey asesino es parte de la justicia de la historia, y puede servir para su penitencia. Jesús Rey de la historia nos abre la fe a la vida eterna, a un Dios que “no es Dios de muertos, sino de vivos”.
Lectura del primer libro de los Macabeos 6, 1-13. En aquellos días, el rey Antioco recorría las provincias del norte, cuando se enteró de que en Persia habla una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y oro, con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, lorigas y armas dejadas allí por Alejandro, el de Filipo, rey de Macedonia, que habla sido el primer rey de Grecia. Antioco fue allá e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de lo que pretendía, salieron a atacarle. Antioco tuvo que huir, y emprendió el viaje de vuelta a Babilonia, apesadumbrado. Entonces llegó a Persia un mensajero, con la noticia de que la expedición militar contra Judá había fracasado: Lisias, que había ido como caudillo de un ejército poderoso, habla huido ante el enemigo; los judíos, sintiéndose fuertes con las armas y pertrechos, y el enorme botín de los campamentos saqueados, habían derribado el arca sacrílega construida sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en torno al santuario una muralla alta como la de antes, y lo mismo en Betsur, ciudad que pertenecía al rey. Al oír este informe, el rey se asustó y se impresionó de tal forma que cayó en cama con una gran depresión, porque no le hablan salido las cosas como quería. Allí pasó muchos días, cada vez más deprimido. Pensó que se moría, llamó a todos sus grandes y les dijo: -«El sueño ha huido de mis ojos; me siento abrumado de pena y me digo: " ¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, feliz y querido cuando era poderoso! " Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando el ajuar de plata y oro que había allí, y enviando gente que exterminase a los habitantes de Judá, sin motivo. Reconozco que por eso me han venido estas desgracias. Ya veis, muero de tristeza en tierra extranjera. »
Salmo 9, 2-3.4 y 6.16 y 19. R. Gozaré, Señor, de tu salvación.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón, proclamando todas tus maravillas; me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo.
Porque mis enemigos retrocedieron, cayeron y perecieron ante tu rostro. Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío y borraste para siempre su apellido.
Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron, su pie quedó prendido en la red que escondieron. Él no olvida jamás al pobre, ni la esperanza del humilde perecerá.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 20, 27-40. En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: -«Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.» Jesús les contestó: -«En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.» Intervinieron unos escribas: -«Bien dicho, Maestro.» Y no se atrevían a hacerle más preguntas.
Comentario: Con este domingo finaliza el Año Litúrgico. Ha sido un largo recorrido que, durante el Adviento, nos puso en una actitud expectante ante un Cristo que quiere, cada día, venir a nuestra vida y cumplir nuestras esperanzas. En Navidad nos lo entregó hecho niño para que surgiera de nuestro corazón la fibra más sensible y le diéramos acogida tanto a El como al hermano necesitado. Durante el llamado Tiempo Ordinario la lectura del evangelio dominical nos hizo testigos de los hechos y palabras más relevantes de su vida pública. La liturgia del Triduo Pascual nos invitó a caminar con Cristo por su pascua de la muerte a la vida, y así, en la cincuentena pascual, hacernos vibrar con la certeza de que su vida de resucitado se nos ha entregado sacramentalmente para que, también en nosotros, ni la muerte ni el pecado tengan la última palabra. Si tenemos presente todo este acerbo de experiencia cristiana al celebrar hoy la Solemnidad de "Jesucristo, Rey del Universo" no caeremos en ninguna de las posibles falsas interpretaciones que se le puede dar a este título cristológico. No haremos de él un grito de reivindicación de supuestos derechos intramundanos en favor de la Iglesia, pues es el Jesús nacido en Belén, el predicador de Galilea que gustaba estar con los pobres, el Maestro que lavó los pies a sus discípulos y se dejó matar en la cruz y a quien le oímos decir: "Mi reino no es de este mundo". Ni tampoco hemos de sentir complejo vergonzante al recordar tal título pues el Padre, al resucitar a Cristo, lo constituyó "Testigo fiel, Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra" (Antonio Luis Martínez).
1.- 1M 6,1-13. a) Acabamos la lectura de la historia de los Macabeos con el relato de la muerte de Antíoco, el impío rey que les había perseguido. Es otro ejemplo de cómo en el AT los autores sagrados leían la historia desde la perspectiva de la fe. Aquí ponen en labios del mismo Antíoco, moribundo y abandonado de todos, unas confesiones que servirán de lección y escarmiento a todo aquél que quiera arrogarse el protagonismo, rebelándose contra la voluntad de Dios. Son palabras patéticas: "el sueño ha huido de mis ojos, me siento abrumado de pena... ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando todo el ajuar de plata y oro que había allí... reconozco que por eso me han venido estas desgracias".
b) En la ruina de Antíoco seguramente intervinieron otros factores de ineptitud humana y estratégica. Pero también le pasó factura la arrogancia con que se portó con Dios y con todos los demás. Se cumple, una vez más, lo de que Dios "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes". María de Nazaret lo dijo, en su Magnificat, precisamente hablando de la historia de su pueblo. La lección no es sólo para los poderosos de la tierra que se han burlado de todos y se dedican al pillaje y la corrupción, para luego pagar las consecuencias. En nuestra vida personal, en una escala mucho más reducida, ¿no tenemos que pagar a veces nuestros propios caprichos, que, a la corta o a la larga, pasan factura? Nos permitimos cosas fáciles y de resultados brillantes, pero que no van en la dirección justa, sino por caminos equivocados. No parece que pase nada. Pero luego vienen las consecuencias: sinsabor de boca, sensación de vaciedad, y el miedo a presentarnos delante de Dios con las manos vacías. Como decía Martín Descalzo, sería una lástima presentarnos delante de Dios con una cesta llena de nueces, pero todas vacías. Entonces ¿para qué hemos vivido?
Es una invitación a ir trabajando con perseverancia, con una fidelidad hecha de detalles pequeños pero llenos de amor. Sin buscar glorias falaces ni dejarnos llevar por nuestros caprichos. El que ha sido fiel en lo poco será premiado con mucho. Y podrá decir con serena alegría el salmo de hoy: "te doy gracias, Señor, de todo corazón, me alegro y exulto contigo... porque mis enemigos retrocedieron... reprendiste a los pueblos, destruiste al impío... los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron... y yo gozaré, Señor, de tu salvación".
Varios detalles del relato de la muerte de Antíoco Epifanes, perseguidor de los judíos, son ciertamente históricos. Las biografías de este rey han relatado el recuerdo de los «pillajes de templos» que llevó a cabo para sacar a flote su tesoro. Su enfermedad y su muerte han sido interpretadas como un castigo divino. Nadie se ríe de Dios, impunemente. -Al conocer las derrotas de sus ejércitos, quedó el rey consternado, presa de intensa agitación y cayó en cama, enfermo de pesadumbre. ¡Este es el perseguidor! ¡Este es el verdugo que sin escrúpulo ordenaba degollar a siete hijos en presencia de su madre! Hay una especie de sabiduría elemental popular que estima que el malo pagará su culpa. Esta actitud no es demasiado limpia, un sentimiento de venganza se mezcla en ella. Purifícanos, Señor. Sin embargo, no podemos pedirte que no hagas justicia. Que el misterio de tu misericordia se concilie con el de tu justicia.
-El rey sintió que iba a morir: llamó a sus amigos y les dijo: «Huye el sueño de mis ojos... He sido bueno y amado mientras fui poderoso... Pero ahora caigo en cuenta de los males que hice en Jerusalén.» Esta es la misericordia de Dios. El hombre malo paga su deuda, pero este pago lo purifica y hace que sea mejor. ¡Cuán emocionante es esa confesión del perseguidor! ¿Sabemos dar a todos una oportunidad de conversión, en lugar de encerrarles para siempre en su mal? Danos, Señor, a nosotros también ser conscientes de nuestro mal. Pienso en los responsables de los juicios sumarísimos y de todos los campos de concentración. Escucho la confesión de Antíoco.
-«Reconozco que por esta causa me han sobrevenido los males presentes y muero de profunda pesadumbre en tierra extraña.» Es una especie de «confesión». «Preparémonos a la celebración de la eucaristía reconociendo que somos pecadores.» Lo reconozco, Señor. ¡No nos agrada meditar sobre la «justicia» de Dios! Somos, sin embargo, muy exigentes desde el punto de vista de la justicia, cuando se trata de nosotros, o de lo que nos atañe más directamente. Jesús nos ha pedido no "juzgar" a los demás. Pero en cambio nos pide que «nos» juzguemos a nosotros mismos. No se trata de condenar a cualquiera ni a fulminarle con la justicia de Dios: sería esto todo lo contrario al evangelio. Hay que desear la conversión de todos, incluso de los peores. En cambio puede ser saludable ponernos, nosotros mismos, seriamente, frente a la justicia de Dios. «Reconozco» que soy pecador, Señor. Pero sé todo cuanto Tú has hecho para salvarnos. Y cuento con tu amor misericordioso. Este es el sentido del Purgatorio. Es inútil querer imaginar el Purgatorio como un «lugar». Es más bien como «una maravillosa y última oportunidad dada» por Dios para una purificación total... para una toma de conciencia: reconozco que soy pecador, sáname. Que las almas de los fieles difuntos descansen en paz (Noel Quesson).
Antíoco IV había hecho una expedición a Oriente para conseguir dinero (3,37) pero no pudo realizar su propósito. Conocedor del tesoro de un templo de Elimaida -que no era una ciudad, como dice el autor o al menos el traductor griego de nuestro libro, sino la región montañosa de Elam, al norte del golfo Pérsico-, intentó inútilmente apoderarse de él. De este hecho hablan también otros autores extrabíblicos, sin ponerse de acuerdo en el nombre del templo; 2 Mac 9, 2 lo pone en Persépolis. Durante el viaje de regreso a Babilonia le llegan noticias de los acontecimientos de Palestina; tampoco allí las cosas, ni militar ni políticamente, iban bien. El ejército había sufrido diversas derrotas y la helenización de Jerusalén había fracasado. Nuestro autor, no sin exageración, hace de estas noticias la causa principal, si no la única, de que Antíoco IV Epífanes, al final de su vida, fuera más que antes "epimames" (loco). Siguiendo la costumbre de los historiadores de la época, antes de morir pone un discurso en boca del rey que es un examen de conciencia, reducido, sin embargo, a las ofensas hechas a los judíos, y que expresa la opinión judía que veía en la muerte del tirano un castigo divino. Esto mismo piensa Polibio, cambiando únicamente la divinidad; según él, fue la diosa a la que había intentado robar el tesoro quien le causó la muerte.
No sabemos el motivo por el cual la regencia, que había sido conferida a Lisias (3,33), pasa en el último momento a Filipo, el hermano de leche del rey, a quien da las insignias reales, símbolo de la autoridad. En el año 163 a.C., Lisias, sin embargo, probablemente para conservar la regencia, una vez enterado de la muerte de Antíoco IV en Persia, hace proclamar inmediatamente, en Antioquía, sucesor al hijo del rey, que tenía nueve años, dándole el nombre de Antíoco (V) Eupátor («de buen padre»).
Para el autor de 1 Macabeos la historia no es un fin, sino un medio. En el texto de hoy lo comprobamos al ver cómo interpreta algunos acontecimientos y la falta de exactitud en otros. No quiere darnos una fotografía de lo que ha pasado, sino pintarnos un cuadro en el que resalta la visión religiosa de la historia. Visión que con frecuencia los hombres olvidamos (J. Aragonés Llebaria).
El asesino no puede sentarse a comer con la víctima, como si no hubiera pasado nada, es necesario un juicio en la historia… La conciencia no puede dejar tranquilos a quienes hicieron el mal a los inocentes. Tal vez uno pueda dedicarse de un modo inconsciente a "disfrutar la vida" a costa de hacer sufrir a otras personas. Al final se volverán, incluso los sueños, contra uno mismo; más aún, la conciencia hará que el sueño desaparezca y que la vida se sienta oprimida por los atropellos cometidos, de tal forma que el nerviosismo, e incluso la locura, podrían afectar a esas mentes depravadas. De todas formas, puede haber algo mágico… En medio de todo, y a pesar de todo, Dios dará a esa persona una oportunidad a reconocer su propio pecado. Pero no puede quedarse ahí; si quiere que la salvación llegue a ella, debe pedir perdón, y Dios, rico en misericordia, tendrá compasión de él, pues Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Si nos sabemos pecadores, sepamos pedir a Dios perdón a tiempo. Y pedir perdón no sólo consiste en confesar nuestros pecados, sino en iniciar un nuevo camino, con un nuevo rumbo, donde, guiados por el Espíritu Santo, dejemos de obrar el mal y pasemos haciendo el bien a todos.
2. Sal. 9. Juan Pablo II nos decía que el contenido esencial del salmo 92 se halla expresado sugestivamente en algunos versículos del himno que la Liturgia de las Horas propone para las Vísperas del lunes: "Oh inmenso creador, que al torbellino de las aguas marcaste un curso y un límite en la armonía del cosmos, tú a las ásperas soledades de la tierra sedienta le diste el refrigerio de los torrentes y los mares". “Antes de abordar el contenido central del Salmo, dominado por la imagen de las aguas, queremos captar la tonalidad de fondo, el género literario en que está escrito. En efecto, los estudiosos de la Biblia definen este salmo, al igual que los siguientes (95-98), como "canto del Señor rey". En él se exalta el reino de Dios, fuente de paz, de verdad y de amor, que invocamos en el "Padre nuestro" cuando pedimos: "Venga tu reino".
En efecto, el salmo 92 comienza precisamente con la siguiente exclamación de júbilo: "El Señor reina" (v. 1). El salmista celebra la realeza activa de Dios, es decir, su acción eficaz y salvífica, creadora del mundo y redentora del hombre. El Señor no es un emperador impasible, relegado en su cielo lejano, sino que está presente en medio de su pueblo como Salvador poderoso y grande en el amor.
En la primera parte del himno de alabanza domina el Señor rey. Como un soberano, se halla sentado en su trono de gloria, un trono indestructible y eterno (cf. v. 2). Su manto es el esplendor de la trascendencia, y el cinturón de su vestido es la omnipotencia (cf. v. 1). Precisamente la soberanía omnipotente de Dios se revela en el centro del Salmo, caracterizado por una imagen impresionante, la de las aguas caudalosas. El salmista alude más en particular a la "voz" de los ríos, es decir, al estruendo de sus aguas. Efectivamente, el fragor de grandes cascadas produce, en quienes quedan aturdidos por el ruido y estremecidos, una sensación de fuerza tremenda. El salmo 41 evoca esta sensación cuando dice: "Una sima grita a otra sima con voz de cascadas: tus torrentes y tus olas me han arrollado" (v. 8). Frente a esta fuerza de la naturaleza el ser humano se siente pequeño. Sin embargo, el salmista la toma como trampolín para exaltar la potencia, mucho más grande aún, del Señor. A la triple repetición de la expresión "levantan los ríos su voz" (v 3), corresponde la triple afirmación de la potencia superior de Dios.
Los Padres de la Iglesia suelen comentar este salmo aplicándolo a Cristo: "Señor y Salvador". Orígenes, traducido por san Jerónimo al latín, afirma: "El Señor reina, vestido de esplendor. Es decir, el que antes había temblado en la miseria de la carne, ahora resplandece en la majestad de la divinidad". Para Orígenes, los ríos y las aguas que levantan su voz representan a las "figuras autorizadas de los profetas y los apóstoles", que "proclaman la alabanza y la gloria del Señor, y anuncian sus juicios para todo el mundo". San Agustín desarrolla aún más ampliamente el símbolo de los torrentes y los mares. Como ríos llenos de aguas caudalosas, es decir, llenos de Espíritu Santo y fortalecidos, los Apóstoles ya no tienen miedo y levantan finalmente su voz. Pero "cuando Cristo comenzó a ser anunciado por tantas voces, el mar inició a agitarse". Al alterarse el mar del mundo -explica san Agustín-, la barca de la Iglesia parecía fluctuar peligrosamente, agitada por amenazas y persecuciones, pero "el Señor domina desde las alturas": "camina sobre el mar y aplaca las olas".
Sin embargo, el Dios soberano de todo, omnipotente e invencible, está siempre cerca de su pueblo, al que da sus enseñanzas. Esta es la idea que el salmo 92 ofrece en su último versículo: al trono altísimo de los cielos sucede el trono del arca del templo de Jerusalén; a la potencia de su voz cósmica sigue la dulzura de su palabra santa e infalible: "Tus mandatos son fieles y seguros; la santidad es el adorno de tu casa, Señor, por días sin término" (v. 5). Así concluye un himno breve pero profundamente impregnado de oración. Es una plegaria que engendra confianza y esperanza en los fieles, los cuales a menudo se sienten agitados y temen ser arrollados por las tempestades de la historia y golpeados por fuerzas oscuras y amenazadoras. Un eco de este salmo puede verse en el Apocalipsis de san Juan, cuando el autor inspirado, describiendo la gran asamblea celestial que celebra la derrota de la Babilonia opresora, afirma: "Oí el ruido de muchedumbre inmensa como el ruido de grandes aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían: "¡Aleluya!, porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo"" (Ap 19,6).
Concluimos nuestra reflexión sobre el salmo 92 dejando la palabra a san Gregorio Nacianceno, el "teólogo" por excelencia entre los santos Padres. Lo hacemos con una de sus hermosas poesías, en la que la alabanza a Dios, soberano y creador, asume una dimensión trinitaria: "Tú (Padre) has creado el universo, dando a cada cosa el puesto que le compete y manteniéndola en virtud de tu providencia... Tu Palabra es Dios-Hijo: en efecto, es consustancial al Padre, igual a él en honor. Él ha constituido armoniosamente el universo, para reinar sobre todo. Y, abrazándolo todo, el Espíritu Santo, Dios, lo cuida y protege todo. A ti, Trinidad viva, te proclamaré solo y único monarca, (...) fuerza inquebrantable que gobierna los cielos, mirada inaccesible a la vista pero que contempla todo el universo y conoce todas las profundidades secretas de la tierra hasta los abismos. Oh Padre, sé benigno conmigo: que encuentre misericordia y gracia, porque a ti corresponde la gloria y la gracia por los siglos de los siglos"”.
Dios está siempre a nuestro lado. Él es el Dios-con-nosotros. Y con Él a nuestro lado jamás temeremos aunque al abismo caigan los montes. Mientras estamos de camino por esta vida, Dios se nos manifiesta como Padre, lleno de amor, de ternura y de misericordia para con nosotros. Esperamos, al final de nuestra vida, encontrarlo así, para disfrutar de su presencia eternamente. No queramos, por nuestras malas obras y por nuestra falta de arrepentimiento, encontrarlo, al final, como juez, pues nos haría correr la misma suerte de los desleales. Vivamos como hijos suyos, sabiendo que Él jamás olvida al pobre, y que la esperanza del humilde jamás quedará defraudada.
3.- Lc 20,27-40 (ver domingo 32C). a) Se suele llamar "trampa saducea" a las preguntas que no están hechas con sincera voluntad de saber, sino para tender una "emboscada" para que el otro quede mal, responda lo que responda. Los saduceos pertenecían a las clases altas de la sociedad. Eran liberales en algunos aspectos sociales -eran conciliadores con los romanos-, pero se mostraban muy conservadores en otros. Por ejemplo, de los libros del AT sólo aceptaban los libros del Pentateuco (la Torá), y no las tradiciones de los rabinos. No creían en la existencia de los ángeles y los demonios, y tampoco en la resurrección. Al contrario de los fariseos, que sí creían en todo esto y se oponían a la ocupación romana. Por tanto, no nos extraña que cuando Jesús confunde con su respuesta a los saduceos, unos letrados le aplauden: "bien dicho, Maestro". El caso que los saduceos presentan a Jesús, un tanto extremado y ridículo, está basado en la "ley del levirato" (cf Dt 25), por la que si una mujer queda viuda sin descendencia, el hermano del esposo difunto se tiene que casar con ella para darle hijos y perpetuar así el apellido de su hermano.
b) La respuesta de Jesús es un prodigio de habilidad en sortear trampas. Lo primero que afirma es la resurrección de los muertos, su destino de vida, cosa que negaban los saduceos: Dios nos tiene destinados a la vida, no a la muerte, a los que "sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos". "No es Dios de muertos, sino de vivos". Pero la vida futura será muy distinta de la actual. Es vida nueva, en la que no hará falta casarse, "pues ya no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios, porque participan en la resurrección". Ya no hará falta esa maravillosa fuerza de la procreación, porque la vida y el amor y la alegría no tendrán fin. Aunque la "otra vida", que es la transformación de ésta, siga siendo también para nosotros misteriosa, nuestra visión está ayudada por la luz que nos viene de Cristo. Él no nos explica el "cómo" sucederán las cosas, pero sí nos asegura que la muerte no es la última palabra, que Dios nos quiere comunicar su misma vida, para siempre, que estamos destinados a "ser hijos de Dios y a participar en la resurrección" (J. Aldazábal).
-Unos saduceos, -los que negaban la resurrección- se acercaron a Jesús. Los saduceos formaban una especie de movimiento o asociación, de la que formaban parte las familias de la nobleza sacerdotal. Desde el punto de vista teológico eran conservadores... rechazaban toda evolución del judaísmo. Po ejemplo permanecían anclados en las viejas concepciones de los patriarcas que no creían en la resurrección... y no admitían algunos libros recientes de la Biblia, como el libro de Daniel.
-"Maestro, Moisés nos dio esta Ley: Si un hombre tiene un hermano casado que muere dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano... Resultó que eran siete hermanos... Pues bien, a la resurrección esa mujer ¿de quién será la esposa...?" Para atacar la creencia en la resurrección, los Saduceos tratan de ridiculizarla ¡aportando una cuestión doctrinal que las Escuelas discutían! Quieren demostrar con ello que la resurrección no tiene ningún sentido. Análogamente nosotros nos entretenemos también a veces en cuestiones insignificantes o insólitas que no tienen salida.
-Jesús responde: En esta vida los hombres y las mujeres se casan; en cambio los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección, no se casarán porque ya no pueden morir: Son como ángeles y son hijos de Dios siendo hijos de la resurrección. Los judíos del tiempo de Jesús -los Fariseos en particular en oposición a los Saduceos- se representaban la vida de los resucitados como simple continuación de su vida terrestre. Jesús, por una fórmula, de otra parte, bastante enigmática, no tiene ese mismo punto de vista: según El, en la resurrección hay un cambio radical. Opone «este mundo», y «el mundo futuro»... un mundo en el que la gente se muere y un mundo en el que no se muere más, y por lo tanto donde no es necesario engendrar nuevos seres.
-En cuanto a decir que los muertos deben resucitar, lo indicó el mismo Moisés... cuando llama al Señor: el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». No es un Dios de muertos sino de vivos, porque para El todos viven. Para contestar a los Saduceos, Jesús se vale de uno de los libros de la Biblia más antiguos, cuya autenticidad reconocían (Éxodo 3, 6).
Es la afirmación clara y neta de la certeza de la resurrección. Si Abraham, Isaac y Jacob estuviesen muertos definitivamente, esas fórmulas serían irrisorias. Hay algo exultante en esa frase de Jesús: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos tienen la vida por El». Nuestros difuntos son unos «vivientes», viven «por Dios» . Efectivamente, para tener esa fe, es preciso creer en Dios. Es preciso creer que es Dios quien ha querido que existiésemos, quien nos ha dado la vida. Que es Dios quien ha inventado la maravilla de la «vida»; quien llama a la vida a todos los seres que El quiere ver vivos. Dios no desea encontrarse un día solamente ante cadáveres y cementerios. ¿De qué modo, en concreto, se realizará todo esto? Es preciso confiar. ¡Hay tantas maravillas inexplicadas en la creación!
-Intervinieron algunos escribas: «Bien dicho, Maestro». Porque no se atrevían a hacerle más preguntas. Son unos doctores de la ley los que le rinden ese testimonio: lo que creemos los cristianos viene directamente, en prioridad, del pensamiento mismo de Jesús, el gran doctor. Quiero creerte, Señor (Noel Quesson).
Lo que más preocupaba a los saduceos, que no creían en la resurrección, era la repartición de los bienes el día de la resurrección. Para ellos, el sentido de la vida futura se reducía a saber quién se quedaba con las propiedades y a quién le correspondían las ventajas conyugales. Para ellos la vida humana, no existe más allá de las implicaciones económicas y legales de la historia. Con estas preocupaciones en mente, se acercan a Jesús y le piden la opinión sobre un problema hipotético. Problema que sólo revelaba una mentalidad demasiado cristalizada y sin espacio para la novedad. Jesús, antes de responderles con una frase lapidaria, como era su costumbre, les advierte que la resurrección es un asunto abierto al futuro y no sólo atado al presente. La vida que Dios da a los justos va más allá de el aseguramiento de una propiedad o una finca. La resurrección es una vida nueva, completamente transformada por Dios. Por esto, Jesús, con la frase "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos", les cuestiona la falsedad de su fe. Pues, los saduceos, con esta manera de pensar, evidenciaban que su confianza no estaba puesta en Dios, sino en la seguridad que ofrecen las cosas de este mundo. Una herencia, una propiedad, un pedazo de tierra era todo lo que ocupaba la mentalidad de los que se oponían a la resurrección. Pero, con esta manera de pensar, ¿para qué la resurrección? Este episodio afirma, una vez más, de qué manera la mentalidad de la época estaba atada al dios Manmón, al dios del dinero, del prestigio y del poder, y qué lejos estaba de las tradiciones populares que realmente servían al Dios vivo. Jesús es muy claro en sus aseveraciones y con ellas pone en evidencia el enfrentamiento entre dos proyectos totalmente opuestos: de un lado el Dios de la Vida con su proyecto solidario; de la otra, el dios del dinero, con su proyecto mercantil. Jesús, entonces, se prepara a dar la lucha definitiva por su Padre, por el Dios que le ha dado la vida a los seres humanos (servicio bíblico latinoamericano).
La burla sobre el tema de la resurrección, que nos brindan lo saduceos en el texto de Lucas de hoy, abre la perspectiva de una nueva forma de imaginar la vida después de esta vida. Por supuesto, la novedad viene de Jesús. No se trata de una prolongación de esta vida. No se trata de conseguir una prórroga para remediar entuertos. La resurrección abre las puertas de una vida distinta. De una plenitud difícil de comprender, pero fácil de intuir. Una plenitud que nos hace creer en un Dios de vivos. Nuestro Dios destierra la ideología de la muerte, de cualquier muerte.
Estamos demasiado rodeados de muerte y, a veces, podemos engañarnos pensando que "no hay salida". No hay salida en la búsqueda de la paz. Gana la violencia. No hay salida en la instauración de la justicia. Es complicado desmantelar las estructuras de injusticia. No hay salida en el problema de la corrupción política. Todos son iguales. No hay salida en el deterioro ambiental. Y no nos interesa demasiado. No hay salida en la resolución del problema del hambre. Que siempre vemos en fotografías...
El Dios de Jesús nos impulsa a creer en la vida, a luchar por ella y a esperar en ella. Nuestro Dios es el Autor de "sí hay salida". Por eso nuestra Iglesia es un lugar de vivos. Por eso nuestra Iglesia anuncia al Dios Vivo. Y nuestra Iglesia tiene que responder al mismo test fidedigno que pasó su Señor: predicación, ignominia, muerte y resurrección. Igual que responden los dos testigos-profetas de la lectura del Apocalipsis. Decididamente tenemos que leer más al Autor de "sí hay salida" y creer, más todavía. Al final, la última palabra es del Dios de la vida. Y su palabra siempre es palabra de vida. Sí hay salida (Luis Ángel de las Heras).
La casuística típica de una religión de muertos. Una vez que Jesús ha hecho enmudecer a los fariseos, los saduceos se envalentonan y tratan, también ellos, de atraparlo en las redes de su casuística. Los saduceos representan la casta sacerdotal privilegiada, a la que pertenece la mayoría de los sumos sacerdotes. Los saduceos constituían un partido aristocrático y conservador, siendo casi todos ellos de la casta sacerdotal, a la que dominaban. Negaban la vida en el más allá y sobre todo negaban la resurrección. Llegan donde Jesús con un caso contemplado por la ley, pero reducido ahora a lo ridículo y absurdo. Llama la atención la calma y dignidad de Jesús para contestarles. Jesús contesta más bien como un maestro sabio de la ley que como un profeta indignado y airado. Jesús cita las Escrituras como un buen rabino judío. En Mt 22, 29, a propósito de esta misma discusión, Jesús les responde con más dureza: "Están en un error por no entender las Escrituras y el Poder de Dios". Ésa era la situación exacta de los saduceos, que realmente no han entendido las Escrituras y no creen en el poder de Dios. Jesús en la respuesta a los saduceos da testimonio de su fe en la vida futura y en la resurrección. Los que resucitan son solamente los que son dignos de la resurrección, es decir, se trata de la resurrección de los justos. Estos vivirán como ángeles y serán hijos de Dios. Aquí Jesús, al decir que serán como ángeles, no está negando la condición corporal de los resucitados. En primer lugar no sabemos cómo son los ángeles, pero aquí el acento está en que no morirán. Los santos son amigos de Dios. Dios es un Dios de vivos y no de muertos, por eso Dios nunca pierda a sus amigos, éstos están vivos para siempre.
Dentro del entramado social del judaísmo, son los portavoces de las grandes familias ricas, que viven y disfrutan de los copiosos donativos de los peregrinos y del pro ducto de los sacrificios ofrecidos en el templo. El tesoro del templo, que ellos custodian y administran, venía a ser como la Banca nacional. No hay que confundirlos con la casta formada por los simples sacerdotes, muy numerosa y más bien pobre. A los saduceos no les interesa en absoluto que se hable de una retribución en la otra vida, puesto que ya se la han asegurado en la presente. Por eso Lucas precisa: «Los que niegan que haya resurrección» (20,27). Son unos materialistas dialécticos, pues contradicen la expectación farisea de una vida futura donde se realice el reino de Dios prometido a Israel. Quieren ridiculizar la enseñanza de Jesús, que, en parte, coincide con la creencias de los fariseos sobre la resurrección de los justos (cf. 14,14), inventándose un caso irreal. La respuesta de Jesús sigue dos caminos. Por un lado, no acepta que el estado del hombre resucitado sea un calco del estado presente. La procreación es necesaria en este mundo, a fin de que la creación vaya tomando conciencia, a través de la multiplicación de la raza humana, de las inmensas posibilidades que lleva en su seno: es el momento de la individualización, con nombre y apellido, de los que han de construir el reino de Dios. No existiendo la muerte, en el siglo futuro, no será ya necesario asegurar la continuidad de la especie humana mediante la pro creación. Las relaciones humanas serán elevadas a un nivel distinto, propio de ángeles («serán como ángeles»), en el que dejarán de tener vigencia las limitaciones inherentes a la creación presente. Por ejemplo, suelen preguntar los matrimonios que se quieren: “¿Será que sólo estaremos juntos hasta que la muerte nos separe”? y hay que decirles: “no os preocupéis, que en el cielo los amores continúan por toda la eternidad, estaréis siempre unidos, también en el cielo, como marido y mujer”. Pero algún matrimonio, que lo pasa muy mal en su cruz, preguntan: “¿esta cruz que llevo en el matrimonio, será por toda la eternidad, o sólo hasta que la muerte nos separe?” “-no te preocupes, hay que contestarles, será sólo hasta que la muerte os separe, pues ninguna pena de este mundo pasa al otro, allí solo quedan los amores auténticos, sólo éstos perduran”. No se trata, por tanto, de un estado parecido a seres extraterrestres o galácticos, sino a una condición nueva, la del Espíritu, imposible de enmarcar dentro de las coordenadas de espacio y de tiempo: «por haber nacido de la resurrección, serán hijos de Dios» (20,36).
Por otro lado, apoya el hecho de la resurrección de los muertos en los mismos escritos de Moisés de donde sacaban sus adversarios sus argumentos capciosos: «Y que resuciten los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama Señor "al Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob" (Ex 3,6). Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es decir, para él todos ellos están vivos» (Lc 20,37-38). La pro mesa hecha a los Patriarcas sigue vigente, de lo contrario Moisés no habría llamado 'Señor' de la vida al Dios de los Patriarcas si éstos estuviesen realmente muertos. Para Jesús no tiene sentido una religión de muertos («y Dios no lo es de muertos, sino de vivos»), tal y como hemos reducido frecuentemente el cristianis mo. Los primeros cristianos eran tildados de ateos ('sin Dios') por la sociedad romana, porque no profesaban una religión ba sada en el culto a los muertos, en sacrificios expiatorios, en ídolos insensibles.
Muchas veces la memoria de nuestros muertos nos puede hacer olvidar nuestras tareas frente a los hombres y mujeres que viven a nuestro alrededor. A veces el llanto por nuestros difuntos nos lleva al olvido de los seres vivos.
La reafirmación de la fe en la resurrección, por el contrario, nos debe conducir a una conciencia solidaria que se expresa tanto hacia los muertos como hacia los vivientes. La fe en la resurreción se abrió paso en medio de los mártires en tiempos de los Macabeos. Es interesante observar que esta revelación divina ha sido reservada a través de los hombres y mujeres que perdían la vida por el compromiso de Dios y de su fe, que en su intuición abrían la doctrina… podemos decir que es curioso que no lo digan el Papa en su encíclica de la esperanza o los obispos españoles en su último documento sobre el tema, pero no hace falta, pues ahí está la fe de la Iglesia: “lex orandi lex credendi”, nuestra fe es lo que rezamos, y lo que la liturgia nos propone antes del final escatológico, del año litúrgico, son los mártires representados en los Macabeos y la profecía de Daniel con sus jóvenes también mártires que dan la vida por la fe (aunque estos no mueren), y con sus vidas muestran por primera vez lo que Jesús luego enseña, también con su vida y su doctrina: la resurrección de la carne. Es más, me atrevo a decir sin gran miedo a equivocarme que una gran prueba de la resurrección, de la vida eterna, es ver cómo gente da la vida, consciente de que hay algo más importante que la vida, ver que creen, esta esperanza viva es fuente viva de esperanza para todos, de la participación de los bienes de Dios al final de los tiempos.
La ley del levirato debe ser entendida como expresión de esa solidaridad con los muertos y de su participación en los bienes futuros. En la respuesta de Jesús, se pone de relieve la amistad con los patriarcas del pueblo elegido. Su memoria en tiempos de Moisés de las generaciones sucesivas atestigua la presencia de la vida divina inextinguible para todos los que se colocan en el ámbito del influjo divino.
Dios como fuente de vida también para los muertos invita de este modo a un compromiso renovado con la vida desde la fe en la resurrección. La búsqueda de posesión, referida a bienes o a la propia familia, no puede asegurar la supervivencia propia. Esta sólo puede encontrarse gracias a la condición de la filiación divina y, gracias a ella, de la herencia del mundo nuevo y de su vida (Josep Rius-Camps, y comentarios míos).
En controversia con los saduceos acerca de la resurrección de los muertos, Jesús habla del Dios de la tradición bíblica como un Dios de vivos, "porque para él todos están vivos". Como es sabido, los saduceos y los fariseos mantenían posturas diferentes sobre la resurrección. Los saduceos -que, por cierto, aparecen aquí por vez primera en el evangelio de Lucas-, basándose en que en el AT prácticamente no se alude a ella, la negaban. Los fariseos, por el contrario, basándose en textos recientes del AT (cf Dn 12,1-3; S Mac 7,14), la afirmaban. Los saduceos quieren saber cómo aborda Jesús esta cuestión. Para ello eligen una vía indirecta: le preguntan primero sobre el levirato (es decir, sobre esa norma que preveía que un varón pudiera dar descendencia a su hermano muerto casándose con su viuda (cf Rut 4,1-12). Jesús resuelve el asunto de una manera inesperada. El relato lucano depende claramente de Marcos, aunque Lucas ha mejorado estilísticamente la redacción y ha hecho varias modificaciones. A la pregunta de los saduceos sobre de cuál de todos los sucesivos hermanos muertos será esposa la mujer, la primera respuesta de Jesús insiste en presentar el matrimonio como una institución de "esta vida", con el objetivo de propagarla. Pero en la "otra vida", cuando ésta ya no tenga fin, no será necesario el matrimonio. En apoyo de su tesis Jesús añade una argumento del AT (cf Ex 3,2) sobre la resurrección que Lucas convierte en argumento en favor de la inmortalidad.
La fe en "la otra vida" no cuenta con demasiados adeptos, incluso entre los creyentes. Las encuestas religiosas han demostrado que éste es uno de los artículos "duros" del credo. Curiosamente, en ciertos sectores se ha ido abriendo camino la idea budista de la reencarnación. Según ella, de acuerdo a como se haya vivido en el curso de la existencia precedente, se llegaría a vivir una nueva existencia más noble o más humilde. Y así repetidamente hasta lograr la purificación plena. En su carta sobre el tercer milenio, el mismo Juan Pablo II se hace eco de esta postura cada vez más difundida en Occidente. Después de reconocer que es una manifestación de que el ser humano no quiere resignarse a una muerte irrevocable, añade que "la revelación cristiana excluye la reencarnación, y habla de un cumplimiento que la peersona está llamada a realizarse en el curso de una única existencia sobre la tierra" (TMA 9).
Jesús nos ha enseñado a ver a Dios como un "Dios de vivos". Él quiere que disfrutemos del don de la vida. Ya en el siglo II, San Ireneo afirmaba que "la gloria de Dios es que el ser humano viva". Sobre cada ser humano que viene a este mundo, Dios pronuncia una palabra de amor irrevocable: "Yo quiero que tú vivas". La vida eterna es la culminación de este proyecto de Dios que ya disfrutamos en el presente. Por eso, todas las formas de muerte (la violencia, la tortura, la persecución, el hambre) son desfiguraciones de la voluntad de Dios.
La certeza de la vida eterna alimenta nuestro caminar diario con la esperanza: "La actitud fundamental de la esperanza, de una parte, mueve al cristiano a no perder de vista la meta final que da sentido y valor a su entera existencia y, de otra, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios (TMA 46: Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
¿Qué caso tendría morir para revivir a una vida igual a la que hemos llevado en este mundo, y, más aún, complicada con todo lo que se hubiese convertido en un compromiso terreno? Nosotros, al final, no reviviremos; seremos resucitados, elevados como los ángeles e hijos de Dios. Entonces quedaremos libres del sufrimiento, del llanto, del dolor, de la muerte, y de todo lo que nos angustiaba aquí en la tierra. Ya no seremos dominados por nuestras pasiones; ni la sexualidad seguirá influyendo sobre nosotros. Quienes se hicieron una sola cosa, porque Dios los unió mediante el Sacramento del Matrimonio, gozarán eternamente del Señor en esa unidad que los hará vivir eternamente felices, en plenitud, ante Dios. Quienes unieron su vida al Señor y a su Iglesia, junto con esa Comunidad, por la que lucharon y se esforzaron con gran amor, vivirán eternamente felices ante su Dios y Padre. Quienes vivieron una soltería fecunda, tal vez incluso Consagrada al Señor, vivirán unidos a esa Iglesia, por la que renunciaron a todo para vivir con un corazón indiviso al Señor y un servicio amoroso a su Iglesia. Nuestra meta final es el Señor. Gozar de Él es nuestra vocación. No queramos trasladar a la eternidad las categorías terrenas, sino que, más bien, vivamos con amor y con una gran responsabilidad la misión que cada uno de nosotros tiene mientras peregrina, como hijo de Dios, por este mundo hasta llegar a gozar de los bienes definitivos que el mismo Dios quiere que sean nuestros eternamente.
El Señor nos ha llamado para fortalecer su unión con nosotros mediante la Eucaristía que estamos celebrando. El Señor es nuestro; y nosotros somos del Señor. Que su amor llegue en nosotros a su plenitud. Al recibir la Eucaristía no sólo recibimos un trozo de pan consagrado; recibimos al mismo Cristo que viene a hacerse uno con nosotros y a transformarnos de tal manera que, siendo uno con Él, Él transparente su vida llena de amor por todos a través nuestro. La Iglesia, así, se convierte en un Sacramento, signo de unión entre Dios y los hombres, y signo de unión de los hombres entre sí por el amor fraterno. Cristo ha dado su vida por nosotros, para que nosotros tengamos vida. Así nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos, para que todos participemos de los dones de amor, de vida y de salvación que el Señor nos ofrece. Dios nos quiere tan santos como Él es santo. Mas no por eso nos quiere desligados del mundo; sino que más bien nos quiere en el mundo santificándolo y dándole su auténtica dimensión: no convertido en nuestro dios, sino en un espacio en el que vivimos comprometidos para convertirlo en una digna morada en la que, ya desde ahora, comienza a hacerse realidad el Reino de Dios entre nosotros.
Mientras vamos por el mundo, llevando una vida normal como la de todos los hombres, quienes creemos en Cristo no olvidamos que tenemos puesta la mirada en llegar a donde ya el Señor nos ha precedido. Por eso no podemos vivir como quienes no conocen a Dios. No podemos pasar la vida cometiendo atropellos o destruyendo a las personas. Dios nos llama no para que nos convirtamos en salteadores que roban los tesoros del amor, de la verdad y de la paz con que el mismo Señor ha enriquecido los corazones de sus hijos, que Él ha creado. Pues quien destruya el templo santo de Dios será destruido por el mismo Dios. El Señor nos ha llamado para que seamos consuelo de los tristes, socorro de los pobres y salvación para los pecadores. Cumplir con esta misión no es llevar adelante nuestros proyectos personales, sino el proyecto de amor y de salvación que Dios mismo ha confiado a su Iglesia. Por eso nunca vayamos a proclamar su Nombre sin antes habernos sentado a sus pies para escuchar su Palabra, y para pedirle la fortaleza de su Espíritu Santo para ser los primeros en vivir el Evangelio, y poder así proclamarlo desde la inspiración de Dios, y desde nuestra propia experiencia personal.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, ser testigos de su Evangelio, como discípulos fieles que saben escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica; amando a Dios y amando al prójimo; viviendo nuestra comunión con Dios y nuestra comunión con el prójimo para que el mundo crea. Amén (www.homiliacatolica.com).
Lectura del primer libro de los Macabeos 6, 1-13. En aquellos días, el rey Antioco recorría las provincias del norte, cuando se enteró de que en Persia habla una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y oro, con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, lorigas y armas dejadas allí por Alejandro, el de Filipo, rey de Macedonia, que habla sido el primer rey de Grecia. Antioco fue allá e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de lo que pretendía, salieron a atacarle. Antioco tuvo que huir, y emprendió el viaje de vuelta a Babilonia, apesadumbrado. Entonces llegó a Persia un mensajero, con la noticia de que la expedición militar contra Judá había fracasado: Lisias, que había ido como caudillo de un ejército poderoso, habla huido ante el enemigo; los judíos, sintiéndose fuertes con las armas y pertrechos, y el enorme botín de los campamentos saqueados, habían derribado el arca sacrílega construida sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en torno al santuario una muralla alta como la de antes, y lo mismo en Betsur, ciudad que pertenecía al rey. Al oír este informe, el rey se asustó y se impresionó de tal forma que cayó en cama con una gran depresión, porque no le hablan salido las cosas como quería. Allí pasó muchos días, cada vez más deprimido. Pensó que se moría, llamó a todos sus grandes y les dijo: -«El sueño ha huido de mis ojos; me siento abrumado de pena y me digo: " ¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, feliz y querido cuando era poderoso! " Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando el ajuar de plata y oro que había allí, y enviando gente que exterminase a los habitantes de Judá, sin motivo. Reconozco que por eso me han venido estas desgracias. Ya veis, muero de tristeza en tierra extranjera. »
Salmo 9, 2-3.4 y 6.16 y 19. R. Gozaré, Señor, de tu salvación.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón, proclamando todas tus maravillas; me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo.
Porque mis enemigos retrocedieron, cayeron y perecieron ante tu rostro. Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío y borraste para siempre su apellido.
Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron, su pie quedó prendido en la red que escondieron. Él no olvida jamás al pobre, ni la esperanza del humilde perecerá.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 20, 27-40. En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: -«Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.» Jesús les contestó: -«En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.» Intervinieron unos escribas: -«Bien dicho, Maestro.» Y no se atrevían a hacerle más preguntas.
Comentario: Con este domingo finaliza el Año Litúrgico. Ha sido un largo recorrido que, durante el Adviento, nos puso en una actitud expectante ante un Cristo que quiere, cada día, venir a nuestra vida y cumplir nuestras esperanzas. En Navidad nos lo entregó hecho niño para que surgiera de nuestro corazón la fibra más sensible y le diéramos acogida tanto a El como al hermano necesitado. Durante el llamado Tiempo Ordinario la lectura del evangelio dominical nos hizo testigos de los hechos y palabras más relevantes de su vida pública. La liturgia del Triduo Pascual nos invitó a caminar con Cristo por su pascua de la muerte a la vida, y así, en la cincuentena pascual, hacernos vibrar con la certeza de que su vida de resucitado se nos ha entregado sacramentalmente para que, también en nosotros, ni la muerte ni el pecado tengan la última palabra. Si tenemos presente todo este acerbo de experiencia cristiana al celebrar hoy la Solemnidad de "Jesucristo, Rey del Universo" no caeremos en ninguna de las posibles falsas interpretaciones que se le puede dar a este título cristológico. No haremos de él un grito de reivindicación de supuestos derechos intramundanos en favor de la Iglesia, pues es el Jesús nacido en Belén, el predicador de Galilea que gustaba estar con los pobres, el Maestro que lavó los pies a sus discípulos y se dejó matar en la cruz y a quien le oímos decir: "Mi reino no es de este mundo". Ni tampoco hemos de sentir complejo vergonzante al recordar tal título pues el Padre, al resucitar a Cristo, lo constituyó "Testigo fiel, Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra" (Antonio Luis Martínez).
1.- 1M 6,1-13. a) Acabamos la lectura de la historia de los Macabeos con el relato de la muerte de Antíoco, el impío rey que les había perseguido. Es otro ejemplo de cómo en el AT los autores sagrados leían la historia desde la perspectiva de la fe. Aquí ponen en labios del mismo Antíoco, moribundo y abandonado de todos, unas confesiones que servirán de lección y escarmiento a todo aquél que quiera arrogarse el protagonismo, rebelándose contra la voluntad de Dios. Son palabras patéticas: "el sueño ha huido de mis ojos, me siento abrumado de pena... ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando todo el ajuar de plata y oro que había allí... reconozco que por eso me han venido estas desgracias".
b) En la ruina de Antíoco seguramente intervinieron otros factores de ineptitud humana y estratégica. Pero también le pasó factura la arrogancia con que se portó con Dios y con todos los demás. Se cumple, una vez más, lo de que Dios "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes". María de Nazaret lo dijo, en su Magnificat, precisamente hablando de la historia de su pueblo. La lección no es sólo para los poderosos de la tierra que se han burlado de todos y se dedican al pillaje y la corrupción, para luego pagar las consecuencias. En nuestra vida personal, en una escala mucho más reducida, ¿no tenemos que pagar a veces nuestros propios caprichos, que, a la corta o a la larga, pasan factura? Nos permitimos cosas fáciles y de resultados brillantes, pero que no van en la dirección justa, sino por caminos equivocados. No parece que pase nada. Pero luego vienen las consecuencias: sinsabor de boca, sensación de vaciedad, y el miedo a presentarnos delante de Dios con las manos vacías. Como decía Martín Descalzo, sería una lástima presentarnos delante de Dios con una cesta llena de nueces, pero todas vacías. Entonces ¿para qué hemos vivido?
Es una invitación a ir trabajando con perseverancia, con una fidelidad hecha de detalles pequeños pero llenos de amor. Sin buscar glorias falaces ni dejarnos llevar por nuestros caprichos. El que ha sido fiel en lo poco será premiado con mucho. Y podrá decir con serena alegría el salmo de hoy: "te doy gracias, Señor, de todo corazón, me alegro y exulto contigo... porque mis enemigos retrocedieron... reprendiste a los pueblos, destruiste al impío... los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron... y yo gozaré, Señor, de tu salvación".
Varios detalles del relato de la muerte de Antíoco Epifanes, perseguidor de los judíos, son ciertamente históricos. Las biografías de este rey han relatado el recuerdo de los «pillajes de templos» que llevó a cabo para sacar a flote su tesoro. Su enfermedad y su muerte han sido interpretadas como un castigo divino. Nadie se ríe de Dios, impunemente. -Al conocer las derrotas de sus ejércitos, quedó el rey consternado, presa de intensa agitación y cayó en cama, enfermo de pesadumbre. ¡Este es el perseguidor! ¡Este es el verdugo que sin escrúpulo ordenaba degollar a siete hijos en presencia de su madre! Hay una especie de sabiduría elemental popular que estima que el malo pagará su culpa. Esta actitud no es demasiado limpia, un sentimiento de venganza se mezcla en ella. Purifícanos, Señor. Sin embargo, no podemos pedirte que no hagas justicia. Que el misterio de tu misericordia se concilie con el de tu justicia.
-El rey sintió que iba a morir: llamó a sus amigos y les dijo: «Huye el sueño de mis ojos... He sido bueno y amado mientras fui poderoso... Pero ahora caigo en cuenta de los males que hice en Jerusalén.» Esta es la misericordia de Dios. El hombre malo paga su deuda, pero este pago lo purifica y hace que sea mejor. ¡Cuán emocionante es esa confesión del perseguidor! ¿Sabemos dar a todos una oportunidad de conversión, en lugar de encerrarles para siempre en su mal? Danos, Señor, a nosotros también ser conscientes de nuestro mal. Pienso en los responsables de los juicios sumarísimos y de todos los campos de concentración. Escucho la confesión de Antíoco.
-«Reconozco que por esta causa me han sobrevenido los males presentes y muero de profunda pesadumbre en tierra extraña.» Es una especie de «confesión». «Preparémonos a la celebración de la eucaristía reconociendo que somos pecadores.» Lo reconozco, Señor. ¡No nos agrada meditar sobre la «justicia» de Dios! Somos, sin embargo, muy exigentes desde el punto de vista de la justicia, cuando se trata de nosotros, o de lo que nos atañe más directamente. Jesús nos ha pedido no "juzgar" a los demás. Pero en cambio nos pide que «nos» juzguemos a nosotros mismos. No se trata de condenar a cualquiera ni a fulminarle con la justicia de Dios: sería esto todo lo contrario al evangelio. Hay que desear la conversión de todos, incluso de los peores. En cambio puede ser saludable ponernos, nosotros mismos, seriamente, frente a la justicia de Dios. «Reconozco» que soy pecador, Señor. Pero sé todo cuanto Tú has hecho para salvarnos. Y cuento con tu amor misericordioso. Este es el sentido del Purgatorio. Es inútil querer imaginar el Purgatorio como un «lugar». Es más bien como «una maravillosa y última oportunidad dada» por Dios para una purificación total... para una toma de conciencia: reconozco que soy pecador, sáname. Que las almas de los fieles difuntos descansen en paz (Noel Quesson).
Antíoco IV había hecho una expedición a Oriente para conseguir dinero (3,37) pero no pudo realizar su propósito. Conocedor del tesoro de un templo de Elimaida -que no era una ciudad, como dice el autor o al menos el traductor griego de nuestro libro, sino la región montañosa de Elam, al norte del golfo Pérsico-, intentó inútilmente apoderarse de él. De este hecho hablan también otros autores extrabíblicos, sin ponerse de acuerdo en el nombre del templo; 2 Mac 9, 2 lo pone en Persépolis. Durante el viaje de regreso a Babilonia le llegan noticias de los acontecimientos de Palestina; tampoco allí las cosas, ni militar ni políticamente, iban bien. El ejército había sufrido diversas derrotas y la helenización de Jerusalén había fracasado. Nuestro autor, no sin exageración, hace de estas noticias la causa principal, si no la única, de que Antíoco IV Epífanes, al final de su vida, fuera más que antes "epimames" (loco). Siguiendo la costumbre de los historiadores de la época, antes de morir pone un discurso en boca del rey que es un examen de conciencia, reducido, sin embargo, a las ofensas hechas a los judíos, y que expresa la opinión judía que veía en la muerte del tirano un castigo divino. Esto mismo piensa Polibio, cambiando únicamente la divinidad; según él, fue la diosa a la que había intentado robar el tesoro quien le causó la muerte.
No sabemos el motivo por el cual la regencia, que había sido conferida a Lisias (3,33), pasa en el último momento a Filipo, el hermano de leche del rey, a quien da las insignias reales, símbolo de la autoridad. En el año 163 a.C., Lisias, sin embargo, probablemente para conservar la regencia, una vez enterado de la muerte de Antíoco IV en Persia, hace proclamar inmediatamente, en Antioquía, sucesor al hijo del rey, que tenía nueve años, dándole el nombre de Antíoco (V) Eupátor («de buen padre»).
Para el autor de 1 Macabeos la historia no es un fin, sino un medio. En el texto de hoy lo comprobamos al ver cómo interpreta algunos acontecimientos y la falta de exactitud en otros. No quiere darnos una fotografía de lo que ha pasado, sino pintarnos un cuadro en el que resalta la visión religiosa de la historia. Visión que con frecuencia los hombres olvidamos (J. Aragonés Llebaria).
El asesino no puede sentarse a comer con la víctima, como si no hubiera pasado nada, es necesario un juicio en la historia… La conciencia no puede dejar tranquilos a quienes hicieron el mal a los inocentes. Tal vez uno pueda dedicarse de un modo inconsciente a "disfrutar la vida" a costa de hacer sufrir a otras personas. Al final se volverán, incluso los sueños, contra uno mismo; más aún, la conciencia hará que el sueño desaparezca y que la vida se sienta oprimida por los atropellos cometidos, de tal forma que el nerviosismo, e incluso la locura, podrían afectar a esas mentes depravadas. De todas formas, puede haber algo mágico… En medio de todo, y a pesar de todo, Dios dará a esa persona una oportunidad a reconocer su propio pecado. Pero no puede quedarse ahí; si quiere que la salvación llegue a ella, debe pedir perdón, y Dios, rico en misericordia, tendrá compasión de él, pues Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Si nos sabemos pecadores, sepamos pedir a Dios perdón a tiempo. Y pedir perdón no sólo consiste en confesar nuestros pecados, sino en iniciar un nuevo camino, con un nuevo rumbo, donde, guiados por el Espíritu Santo, dejemos de obrar el mal y pasemos haciendo el bien a todos.
2. Sal. 9. Juan Pablo II nos decía que el contenido esencial del salmo 92 se halla expresado sugestivamente en algunos versículos del himno que la Liturgia de las Horas propone para las Vísperas del lunes: "Oh inmenso creador, que al torbellino de las aguas marcaste un curso y un límite en la armonía del cosmos, tú a las ásperas soledades de la tierra sedienta le diste el refrigerio de los torrentes y los mares". “Antes de abordar el contenido central del Salmo, dominado por la imagen de las aguas, queremos captar la tonalidad de fondo, el género literario en que está escrito. En efecto, los estudiosos de la Biblia definen este salmo, al igual que los siguientes (95-98), como "canto del Señor rey". En él se exalta el reino de Dios, fuente de paz, de verdad y de amor, que invocamos en el "Padre nuestro" cuando pedimos: "Venga tu reino".
En efecto, el salmo 92 comienza precisamente con la siguiente exclamación de júbilo: "El Señor reina" (v. 1). El salmista celebra la realeza activa de Dios, es decir, su acción eficaz y salvífica, creadora del mundo y redentora del hombre. El Señor no es un emperador impasible, relegado en su cielo lejano, sino que está presente en medio de su pueblo como Salvador poderoso y grande en el amor.
En la primera parte del himno de alabanza domina el Señor rey. Como un soberano, se halla sentado en su trono de gloria, un trono indestructible y eterno (cf. v. 2). Su manto es el esplendor de la trascendencia, y el cinturón de su vestido es la omnipotencia (cf. v. 1). Precisamente la soberanía omnipotente de Dios se revela en el centro del Salmo, caracterizado por una imagen impresionante, la de las aguas caudalosas. El salmista alude más en particular a la "voz" de los ríos, es decir, al estruendo de sus aguas. Efectivamente, el fragor de grandes cascadas produce, en quienes quedan aturdidos por el ruido y estremecidos, una sensación de fuerza tremenda. El salmo 41 evoca esta sensación cuando dice: "Una sima grita a otra sima con voz de cascadas: tus torrentes y tus olas me han arrollado" (v. 8). Frente a esta fuerza de la naturaleza el ser humano se siente pequeño. Sin embargo, el salmista la toma como trampolín para exaltar la potencia, mucho más grande aún, del Señor. A la triple repetición de la expresión "levantan los ríos su voz" (v 3), corresponde la triple afirmación de la potencia superior de Dios.
Los Padres de la Iglesia suelen comentar este salmo aplicándolo a Cristo: "Señor y Salvador". Orígenes, traducido por san Jerónimo al latín, afirma: "El Señor reina, vestido de esplendor. Es decir, el que antes había temblado en la miseria de la carne, ahora resplandece en la majestad de la divinidad". Para Orígenes, los ríos y las aguas que levantan su voz representan a las "figuras autorizadas de los profetas y los apóstoles", que "proclaman la alabanza y la gloria del Señor, y anuncian sus juicios para todo el mundo". San Agustín desarrolla aún más ampliamente el símbolo de los torrentes y los mares. Como ríos llenos de aguas caudalosas, es decir, llenos de Espíritu Santo y fortalecidos, los Apóstoles ya no tienen miedo y levantan finalmente su voz. Pero "cuando Cristo comenzó a ser anunciado por tantas voces, el mar inició a agitarse". Al alterarse el mar del mundo -explica san Agustín-, la barca de la Iglesia parecía fluctuar peligrosamente, agitada por amenazas y persecuciones, pero "el Señor domina desde las alturas": "camina sobre el mar y aplaca las olas".
Sin embargo, el Dios soberano de todo, omnipotente e invencible, está siempre cerca de su pueblo, al que da sus enseñanzas. Esta es la idea que el salmo 92 ofrece en su último versículo: al trono altísimo de los cielos sucede el trono del arca del templo de Jerusalén; a la potencia de su voz cósmica sigue la dulzura de su palabra santa e infalible: "Tus mandatos son fieles y seguros; la santidad es el adorno de tu casa, Señor, por días sin término" (v. 5). Así concluye un himno breve pero profundamente impregnado de oración. Es una plegaria que engendra confianza y esperanza en los fieles, los cuales a menudo se sienten agitados y temen ser arrollados por las tempestades de la historia y golpeados por fuerzas oscuras y amenazadoras. Un eco de este salmo puede verse en el Apocalipsis de san Juan, cuando el autor inspirado, describiendo la gran asamblea celestial que celebra la derrota de la Babilonia opresora, afirma: "Oí el ruido de muchedumbre inmensa como el ruido de grandes aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían: "¡Aleluya!, porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo"" (Ap 19,6).
Concluimos nuestra reflexión sobre el salmo 92 dejando la palabra a san Gregorio Nacianceno, el "teólogo" por excelencia entre los santos Padres. Lo hacemos con una de sus hermosas poesías, en la que la alabanza a Dios, soberano y creador, asume una dimensión trinitaria: "Tú (Padre) has creado el universo, dando a cada cosa el puesto que le compete y manteniéndola en virtud de tu providencia... Tu Palabra es Dios-Hijo: en efecto, es consustancial al Padre, igual a él en honor. Él ha constituido armoniosamente el universo, para reinar sobre todo. Y, abrazándolo todo, el Espíritu Santo, Dios, lo cuida y protege todo. A ti, Trinidad viva, te proclamaré solo y único monarca, (...) fuerza inquebrantable que gobierna los cielos, mirada inaccesible a la vista pero que contempla todo el universo y conoce todas las profundidades secretas de la tierra hasta los abismos. Oh Padre, sé benigno conmigo: que encuentre misericordia y gracia, porque a ti corresponde la gloria y la gracia por los siglos de los siglos"”.
Dios está siempre a nuestro lado. Él es el Dios-con-nosotros. Y con Él a nuestro lado jamás temeremos aunque al abismo caigan los montes. Mientras estamos de camino por esta vida, Dios se nos manifiesta como Padre, lleno de amor, de ternura y de misericordia para con nosotros. Esperamos, al final de nuestra vida, encontrarlo así, para disfrutar de su presencia eternamente. No queramos, por nuestras malas obras y por nuestra falta de arrepentimiento, encontrarlo, al final, como juez, pues nos haría correr la misma suerte de los desleales. Vivamos como hijos suyos, sabiendo que Él jamás olvida al pobre, y que la esperanza del humilde jamás quedará defraudada.
3.- Lc 20,27-40 (ver domingo 32C). a) Se suele llamar "trampa saducea" a las preguntas que no están hechas con sincera voluntad de saber, sino para tender una "emboscada" para que el otro quede mal, responda lo que responda. Los saduceos pertenecían a las clases altas de la sociedad. Eran liberales en algunos aspectos sociales -eran conciliadores con los romanos-, pero se mostraban muy conservadores en otros. Por ejemplo, de los libros del AT sólo aceptaban los libros del Pentateuco (la Torá), y no las tradiciones de los rabinos. No creían en la existencia de los ángeles y los demonios, y tampoco en la resurrección. Al contrario de los fariseos, que sí creían en todo esto y se oponían a la ocupación romana. Por tanto, no nos extraña que cuando Jesús confunde con su respuesta a los saduceos, unos letrados le aplauden: "bien dicho, Maestro". El caso que los saduceos presentan a Jesús, un tanto extremado y ridículo, está basado en la "ley del levirato" (cf Dt 25), por la que si una mujer queda viuda sin descendencia, el hermano del esposo difunto se tiene que casar con ella para darle hijos y perpetuar así el apellido de su hermano.
b) La respuesta de Jesús es un prodigio de habilidad en sortear trampas. Lo primero que afirma es la resurrección de los muertos, su destino de vida, cosa que negaban los saduceos: Dios nos tiene destinados a la vida, no a la muerte, a los que "sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos". "No es Dios de muertos, sino de vivos". Pero la vida futura será muy distinta de la actual. Es vida nueva, en la que no hará falta casarse, "pues ya no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios, porque participan en la resurrección". Ya no hará falta esa maravillosa fuerza de la procreación, porque la vida y el amor y la alegría no tendrán fin. Aunque la "otra vida", que es la transformación de ésta, siga siendo también para nosotros misteriosa, nuestra visión está ayudada por la luz que nos viene de Cristo. Él no nos explica el "cómo" sucederán las cosas, pero sí nos asegura que la muerte no es la última palabra, que Dios nos quiere comunicar su misma vida, para siempre, que estamos destinados a "ser hijos de Dios y a participar en la resurrección" (J. Aldazábal).
-Unos saduceos, -los que negaban la resurrección- se acercaron a Jesús. Los saduceos formaban una especie de movimiento o asociación, de la que formaban parte las familias de la nobleza sacerdotal. Desde el punto de vista teológico eran conservadores... rechazaban toda evolución del judaísmo. Po ejemplo permanecían anclados en las viejas concepciones de los patriarcas que no creían en la resurrección... y no admitían algunos libros recientes de la Biblia, como el libro de Daniel.
-"Maestro, Moisés nos dio esta Ley: Si un hombre tiene un hermano casado que muere dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano... Resultó que eran siete hermanos... Pues bien, a la resurrección esa mujer ¿de quién será la esposa...?" Para atacar la creencia en la resurrección, los Saduceos tratan de ridiculizarla ¡aportando una cuestión doctrinal que las Escuelas discutían! Quieren demostrar con ello que la resurrección no tiene ningún sentido. Análogamente nosotros nos entretenemos también a veces en cuestiones insignificantes o insólitas que no tienen salida.
-Jesús responde: En esta vida los hombres y las mujeres se casan; en cambio los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección, no se casarán porque ya no pueden morir: Son como ángeles y son hijos de Dios siendo hijos de la resurrección. Los judíos del tiempo de Jesús -los Fariseos en particular en oposición a los Saduceos- se representaban la vida de los resucitados como simple continuación de su vida terrestre. Jesús, por una fórmula, de otra parte, bastante enigmática, no tiene ese mismo punto de vista: según El, en la resurrección hay un cambio radical. Opone «este mundo», y «el mundo futuro»... un mundo en el que la gente se muere y un mundo en el que no se muere más, y por lo tanto donde no es necesario engendrar nuevos seres.
-En cuanto a decir que los muertos deben resucitar, lo indicó el mismo Moisés... cuando llama al Señor: el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». No es un Dios de muertos sino de vivos, porque para El todos viven. Para contestar a los Saduceos, Jesús se vale de uno de los libros de la Biblia más antiguos, cuya autenticidad reconocían (Éxodo 3, 6).
Es la afirmación clara y neta de la certeza de la resurrección. Si Abraham, Isaac y Jacob estuviesen muertos definitivamente, esas fórmulas serían irrisorias. Hay algo exultante en esa frase de Jesús: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos tienen la vida por El». Nuestros difuntos son unos «vivientes», viven «por Dios» . Efectivamente, para tener esa fe, es preciso creer en Dios. Es preciso creer que es Dios quien ha querido que existiésemos, quien nos ha dado la vida. Que es Dios quien ha inventado la maravilla de la «vida»; quien llama a la vida a todos los seres que El quiere ver vivos. Dios no desea encontrarse un día solamente ante cadáveres y cementerios. ¿De qué modo, en concreto, se realizará todo esto? Es preciso confiar. ¡Hay tantas maravillas inexplicadas en la creación!
-Intervinieron algunos escribas: «Bien dicho, Maestro». Porque no se atrevían a hacerle más preguntas. Son unos doctores de la ley los que le rinden ese testimonio: lo que creemos los cristianos viene directamente, en prioridad, del pensamiento mismo de Jesús, el gran doctor. Quiero creerte, Señor (Noel Quesson).
Lo que más preocupaba a los saduceos, que no creían en la resurrección, era la repartición de los bienes el día de la resurrección. Para ellos, el sentido de la vida futura se reducía a saber quién se quedaba con las propiedades y a quién le correspondían las ventajas conyugales. Para ellos la vida humana, no existe más allá de las implicaciones económicas y legales de la historia. Con estas preocupaciones en mente, se acercan a Jesús y le piden la opinión sobre un problema hipotético. Problema que sólo revelaba una mentalidad demasiado cristalizada y sin espacio para la novedad. Jesús, antes de responderles con una frase lapidaria, como era su costumbre, les advierte que la resurrección es un asunto abierto al futuro y no sólo atado al presente. La vida que Dios da a los justos va más allá de el aseguramiento de una propiedad o una finca. La resurrección es una vida nueva, completamente transformada por Dios. Por esto, Jesús, con la frase "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos", les cuestiona la falsedad de su fe. Pues, los saduceos, con esta manera de pensar, evidenciaban que su confianza no estaba puesta en Dios, sino en la seguridad que ofrecen las cosas de este mundo. Una herencia, una propiedad, un pedazo de tierra era todo lo que ocupaba la mentalidad de los que se oponían a la resurrección. Pero, con esta manera de pensar, ¿para qué la resurrección? Este episodio afirma, una vez más, de qué manera la mentalidad de la época estaba atada al dios Manmón, al dios del dinero, del prestigio y del poder, y qué lejos estaba de las tradiciones populares que realmente servían al Dios vivo. Jesús es muy claro en sus aseveraciones y con ellas pone en evidencia el enfrentamiento entre dos proyectos totalmente opuestos: de un lado el Dios de la Vida con su proyecto solidario; de la otra, el dios del dinero, con su proyecto mercantil. Jesús, entonces, se prepara a dar la lucha definitiva por su Padre, por el Dios que le ha dado la vida a los seres humanos (servicio bíblico latinoamericano).
La burla sobre el tema de la resurrección, que nos brindan lo saduceos en el texto de Lucas de hoy, abre la perspectiva de una nueva forma de imaginar la vida después de esta vida. Por supuesto, la novedad viene de Jesús. No se trata de una prolongación de esta vida. No se trata de conseguir una prórroga para remediar entuertos. La resurrección abre las puertas de una vida distinta. De una plenitud difícil de comprender, pero fácil de intuir. Una plenitud que nos hace creer en un Dios de vivos. Nuestro Dios destierra la ideología de la muerte, de cualquier muerte.
Estamos demasiado rodeados de muerte y, a veces, podemos engañarnos pensando que "no hay salida". No hay salida en la búsqueda de la paz. Gana la violencia. No hay salida en la instauración de la justicia. Es complicado desmantelar las estructuras de injusticia. No hay salida en el problema de la corrupción política. Todos son iguales. No hay salida en el deterioro ambiental. Y no nos interesa demasiado. No hay salida en la resolución del problema del hambre. Que siempre vemos en fotografías...
El Dios de Jesús nos impulsa a creer en la vida, a luchar por ella y a esperar en ella. Nuestro Dios es el Autor de "sí hay salida". Por eso nuestra Iglesia es un lugar de vivos. Por eso nuestra Iglesia anuncia al Dios Vivo. Y nuestra Iglesia tiene que responder al mismo test fidedigno que pasó su Señor: predicación, ignominia, muerte y resurrección. Igual que responden los dos testigos-profetas de la lectura del Apocalipsis. Decididamente tenemos que leer más al Autor de "sí hay salida" y creer, más todavía. Al final, la última palabra es del Dios de la vida. Y su palabra siempre es palabra de vida. Sí hay salida (Luis Ángel de las Heras).
La casuística típica de una religión de muertos. Una vez que Jesús ha hecho enmudecer a los fariseos, los saduceos se envalentonan y tratan, también ellos, de atraparlo en las redes de su casuística. Los saduceos representan la casta sacerdotal privilegiada, a la que pertenece la mayoría de los sumos sacerdotes. Los saduceos constituían un partido aristocrático y conservador, siendo casi todos ellos de la casta sacerdotal, a la que dominaban. Negaban la vida en el más allá y sobre todo negaban la resurrección. Llegan donde Jesús con un caso contemplado por la ley, pero reducido ahora a lo ridículo y absurdo. Llama la atención la calma y dignidad de Jesús para contestarles. Jesús contesta más bien como un maestro sabio de la ley que como un profeta indignado y airado. Jesús cita las Escrituras como un buen rabino judío. En Mt 22, 29, a propósito de esta misma discusión, Jesús les responde con más dureza: "Están en un error por no entender las Escrituras y el Poder de Dios". Ésa era la situación exacta de los saduceos, que realmente no han entendido las Escrituras y no creen en el poder de Dios. Jesús en la respuesta a los saduceos da testimonio de su fe en la vida futura y en la resurrección. Los que resucitan son solamente los que son dignos de la resurrección, es decir, se trata de la resurrección de los justos. Estos vivirán como ángeles y serán hijos de Dios. Aquí Jesús, al decir que serán como ángeles, no está negando la condición corporal de los resucitados. En primer lugar no sabemos cómo son los ángeles, pero aquí el acento está en que no morirán. Los santos son amigos de Dios. Dios es un Dios de vivos y no de muertos, por eso Dios nunca pierda a sus amigos, éstos están vivos para siempre.
Dentro del entramado social del judaísmo, son los portavoces de las grandes familias ricas, que viven y disfrutan de los copiosos donativos de los peregrinos y del pro ducto de los sacrificios ofrecidos en el templo. El tesoro del templo, que ellos custodian y administran, venía a ser como la Banca nacional. No hay que confundirlos con la casta formada por los simples sacerdotes, muy numerosa y más bien pobre. A los saduceos no les interesa en absoluto que se hable de una retribución en la otra vida, puesto que ya se la han asegurado en la presente. Por eso Lucas precisa: «Los que niegan que haya resurrección» (20,27). Son unos materialistas dialécticos, pues contradicen la expectación farisea de una vida futura donde se realice el reino de Dios prometido a Israel. Quieren ridiculizar la enseñanza de Jesús, que, en parte, coincide con la creencias de los fariseos sobre la resurrección de los justos (cf. 14,14), inventándose un caso irreal. La respuesta de Jesús sigue dos caminos. Por un lado, no acepta que el estado del hombre resucitado sea un calco del estado presente. La procreación es necesaria en este mundo, a fin de que la creación vaya tomando conciencia, a través de la multiplicación de la raza humana, de las inmensas posibilidades que lleva en su seno: es el momento de la individualización, con nombre y apellido, de los que han de construir el reino de Dios. No existiendo la muerte, en el siglo futuro, no será ya necesario asegurar la continuidad de la especie humana mediante la pro creación. Las relaciones humanas serán elevadas a un nivel distinto, propio de ángeles («serán como ángeles»), en el que dejarán de tener vigencia las limitaciones inherentes a la creación presente. Por ejemplo, suelen preguntar los matrimonios que se quieren: “¿Será que sólo estaremos juntos hasta que la muerte nos separe”? y hay que decirles: “no os preocupéis, que en el cielo los amores continúan por toda la eternidad, estaréis siempre unidos, también en el cielo, como marido y mujer”. Pero algún matrimonio, que lo pasa muy mal en su cruz, preguntan: “¿esta cruz que llevo en el matrimonio, será por toda la eternidad, o sólo hasta que la muerte nos separe?” “-no te preocupes, hay que contestarles, será sólo hasta que la muerte os separe, pues ninguna pena de este mundo pasa al otro, allí solo quedan los amores auténticos, sólo éstos perduran”. No se trata, por tanto, de un estado parecido a seres extraterrestres o galácticos, sino a una condición nueva, la del Espíritu, imposible de enmarcar dentro de las coordenadas de espacio y de tiempo: «por haber nacido de la resurrección, serán hijos de Dios» (20,36).
Por otro lado, apoya el hecho de la resurrección de los muertos en los mismos escritos de Moisés de donde sacaban sus adversarios sus argumentos capciosos: «Y que resuciten los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama Señor "al Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob" (Ex 3,6). Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es decir, para él todos ellos están vivos» (Lc 20,37-38). La pro mesa hecha a los Patriarcas sigue vigente, de lo contrario Moisés no habría llamado 'Señor' de la vida al Dios de los Patriarcas si éstos estuviesen realmente muertos. Para Jesús no tiene sentido una religión de muertos («y Dios no lo es de muertos, sino de vivos»), tal y como hemos reducido frecuentemente el cristianis mo. Los primeros cristianos eran tildados de ateos ('sin Dios') por la sociedad romana, porque no profesaban una religión ba sada en el culto a los muertos, en sacrificios expiatorios, en ídolos insensibles.
Muchas veces la memoria de nuestros muertos nos puede hacer olvidar nuestras tareas frente a los hombres y mujeres que viven a nuestro alrededor. A veces el llanto por nuestros difuntos nos lleva al olvido de los seres vivos.
La reafirmación de la fe en la resurrección, por el contrario, nos debe conducir a una conciencia solidaria que se expresa tanto hacia los muertos como hacia los vivientes. La fe en la resurreción se abrió paso en medio de los mártires en tiempos de los Macabeos. Es interesante observar que esta revelación divina ha sido reservada a través de los hombres y mujeres que perdían la vida por el compromiso de Dios y de su fe, que en su intuición abrían la doctrina… podemos decir que es curioso que no lo digan el Papa en su encíclica de la esperanza o los obispos españoles en su último documento sobre el tema, pero no hace falta, pues ahí está la fe de la Iglesia: “lex orandi lex credendi”, nuestra fe es lo que rezamos, y lo que la liturgia nos propone antes del final escatológico, del año litúrgico, son los mártires representados en los Macabeos y la profecía de Daniel con sus jóvenes también mártires que dan la vida por la fe (aunque estos no mueren), y con sus vidas muestran por primera vez lo que Jesús luego enseña, también con su vida y su doctrina: la resurrección de la carne. Es más, me atrevo a decir sin gran miedo a equivocarme que una gran prueba de la resurrección, de la vida eterna, es ver cómo gente da la vida, consciente de que hay algo más importante que la vida, ver que creen, esta esperanza viva es fuente viva de esperanza para todos, de la participación de los bienes de Dios al final de los tiempos.
La ley del levirato debe ser entendida como expresión de esa solidaridad con los muertos y de su participación en los bienes futuros. En la respuesta de Jesús, se pone de relieve la amistad con los patriarcas del pueblo elegido. Su memoria en tiempos de Moisés de las generaciones sucesivas atestigua la presencia de la vida divina inextinguible para todos los que se colocan en el ámbito del influjo divino.
Dios como fuente de vida también para los muertos invita de este modo a un compromiso renovado con la vida desde la fe en la resurrección. La búsqueda de posesión, referida a bienes o a la propia familia, no puede asegurar la supervivencia propia. Esta sólo puede encontrarse gracias a la condición de la filiación divina y, gracias a ella, de la herencia del mundo nuevo y de su vida (Josep Rius-Camps, y comentarios míos).
En controversia con los saduceos acerca de la resurrección de los muertos, Jesús habla del Dios de la tradición bíblica como un Dios de vivos, "porque para él todos están vivos". Como es sabido, los saduceos y los fariseos mantenían posturas diferentes sobre la resurrección. Los saduceos -que, por cierto, aparecen aquí por vez primera en el evangelio de Lucas-, basándose en que en el AT prácticamente no se alude a ella, la negaban. Los fariseos, por el contrario, basándose en textos recientes del AT (cf Dn 12,1-3; S Mac 7,14), la afirmaban. Los saduceos quieren saber cómo aborda Jesús esta cuestión. Para ello eligen una vía indirecta: le preguntan primero sobre el levirato (es decir, sobre esa norma que preveía que un varón pudiera dar descendencia a su hermano muerto casándose con su viuda (cf Rut 4,1-12). Jesús resuelve el asunto de una manera inesperada. El relato lucano depende claramente de Marcos, aunque Lucas ha mejorado estilísticamente la redacción y ha hecho varias modificaciones. A la pregunta de los saduceos sobre de cuál de todos los sucesivos hermanos muertos será esposa la mujer, la primera respuesta de Jesús insiste en presentar el matrimonio como una institución de "esta vida", con el objetivo de propagarla. Pero en la "otra vida", cuando ésta ya no tenga fin, no será necesario el matrimonio. En apoyo de su tesis Jesús añade una argumento del AT (cf Ex 3,2) sobre la resurrección que Lucas convierte en argumento en favor de la inmortalidad.
La fe en "la otra vida" no cuenta con demasiados adeptos, incluso entre los creyentes. Las encuestas religiosas han demostrado que éste es uno de los artículos "duros" del credo. Curiosamente, en ciertos sectores se ha ido abriendo camino la idea budista de la reencarnación. Según ella, de acuerdo a como se haya vivido en el curso de la existencia precedente, se llegaría a vivir una nueva existencia más noble o más humilde. Y así repetidamente hasta lograr la purificación plena. En su carta sobre el tercer milenio, el mismo Juan Pablo II se hace eco de esta postura cada vez más difundida en Occidente. Después de reconocer que es una manifestación de que el ser humano no quiere resignarse a una muerte irrevocable, añade que "la revelación cristiana excluye la reencarnación, y habla de un cumplimiento que la peersona está llamada a realizarse en el curso de una única existencia sobre la tierra" (TMA 9).
Jesús nos ha enseñado a ver a Dios como un "Dios de vivos". Él quiere que disfrutemos del don de la vida. Ya en el siglo II, San Ireneo afirmaba que "la gloria de Dios es que el ser humano viva". Sobre cada ser humano que viene a este mundo, Dios pronuncia una palabra de amor irrevocable: "Yo quiero que tú vivas". La vida eterna es la culminación de este proyecto de Dios que ya disfrutamos en el presente. Por eso, todas las formas de muerte (la violencia, la tortura, la persecución, el hambre) son desfiguraciones de la voluntad de Dios.
La certeza de la vida eterna alimenta nuestro caminar diario con la esperanza: "La actitud fundamental de la esperanza, de una parte, mueve al cristiano a no perder de vista la meta final que da sentido y valor a su entera existencia y, de otra, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios (TMA 46: Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
¿Qué caso tendría morir para revivir a una vida igual a la que hemos llevado en este mundo, y, más aún, complicada con todo lo que se hubiese convertido en un compromiso terreno? Nosotros, al final, no reviviremos; seremos resucitados, elevados como los ángeles e hijos de Dios. Entonces quedaremos libres del sufrimiento, del llanto, del dolor, de la muerte, y de todo lo que nos angustiaba aquí en la tierra. Ya no seremos dominados por nuestras pasiones; ni la sexualidad seguirá influyendo sobre nosotros. Quienes se hicieron una sola cosa, porque Dios los unió mediante el Sacramento del Matrimonio, gozarán eternamente del Señor en esa unidad que los hará vivir eternamente felices, en plenitud, ante Dios. Quienes unieron su vida al Señor y a su Iglesia, junto con esa Comunidad, por la que lucharon y se esforzaron con gran amor, vivirán eternamente felices ante su Dios y Padre. Quienes vivieron una soltería fecunda, tal vez incluso Consagrada al Señor, vivirán unidos a esa Iglesia, por la que renunciaron a todo para vivir con un corazón indiviso al Señor y un servicio amoroso a su Iglesia. Nuestra meta final es el Señor. Gozar de Él es nuestra vocación. No queramos trasladar a la eternidad las categorías terrenas, sino que, más bien, vivamos con amor y con una gran responsabilidad la misión que cada uno de nosotros tiene mientras peregrina, como hijo de Dios, por este mundo hasta llegar a gozar de los bienes definitivos que el mismo Dios quiere que sean nuestros eternamente.
El Señor nos ha llamado para fortalecer su unión con nosotros mediante la Eucaristía que estamos celebrando. El Señor es nuestro; y nosotros somos del Señor. Que su amor llegue en nosotros a su plenitud. Al recibir la Eucaristía no sólo recibimos un trozo de pan consagrado; recibimos al mismo Cristo que viene a hacerse uno con nosotros y a transformarnos de tal manera que, siendo uno con Él, Él transparente su vida llena de amor por todos a través nuestro. La Iglesia, así, se convierte en un Sacramento, signo de unión entre Dios y los hombres, y signo de unión de los hombres entre sí por el amor fraterno. Cristo ha dado su vida por nosotros, para que nosotros tengamos vida. Así nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos, para que todos participemos de los dones de amor, de vida y de salvación que el Señor nos ofrece. Dios nos quiere tan santos como Él es santo. Mas no por eso nos quiere desligados del mundo; sino que más bien nos quiere en el mundo santificándolo y dándole su auténtica dimensión: no convertido en nuestro dios, sino en un espacio en el que vivimos comprometidos para convertirlo en una digna morada en la que, ya desde ahora, comienza a hacerse realidad el Reino de Dios entre nosotros.
Mientras vamos por el mundo, llevando una vida normal como la de todos los hombres, quienes creemos en Cristo no olvidamos que tenemos puesta la mirada en llegar a donde ya el Señor nos ha precedido. Por eso no podemos vivir como quienes no conocen a Dios. No podemos pasar la vida cometiendo atropellos o destruyendo a las personas. Dios nos llama no para que nos convirtamos en salteadores que roban los tesoros del amor, de la verdad y de la paz con que el mismo Señor ha enriquecido los corazones de sus hijos, que Él ha creado. Pues quien destruya el templo santo de Dios será destruido por el mismo Dios. El Señor nos ha llamado para que seamos consuelo de los tristes, socorro de los pobres y salvación para los pecadores. Cumplir con esta misión no es llevar adelante nuestros proyectos personales, sino el proyecto de amor y de salvación que Dios mismo ha confiado a su Iglesia. Por eso nunca vayamos a proclamar su Nombre sin antes habernos sentado a sus pies para escuchar su Palabra, y para pedirle la fortaleza de su Espíritu Santo para ser los primeros en vivir el Evangelio, y poder así proclamarlo desde la inspiración de Dios, y desde nuestra propia experiencia personal.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, ser testigos de su Evangelio, como discípulos fieles que saben escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica; amando a Dios y amando al prójimo; viviendo nuestra comunión con Dios y nuestra comunión con el prójimo para que el mundo crea. Amén (www.homiliacatolica.com).
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No es Dios de muertos sino de vivos
jueves, 17 de noviembre de 2011
Viernes de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. Celebraron la consagración del altar, ofreciendo con júbilo holocaustos: profecía del templo que será Je
Viernes de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. Celebraron la consagración del altar, ofreciendo con júbilo holocaustos: profecía del templo que será Jesús en su persona, quien echa a los vendedores diciendo: “Habéis convertido la casa de Dios en una cueva de bandidos”.
Primer libro de los Macabeos 4,36-37.52-59. En aquellos días, Judas y sus hermanos propusieron: -«Ahora que tenemos derrotado al enemigo, subamos a purificar y consagrar el templo.» Se reunió toda la tropa, y subieron al monte Sión. El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno, que es el de Casleu, madrugaron para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos recién construido. En el aniversario del día en que lo habían profanado los paganos, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y platillos. Todo el pueblo se postró en tierra, adorando y alabando a Dios, que les había dado éxito. Durante ocho días, celebraron la consagración, ofreciendo con júbilo holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. Decoraron la fachada del templo con coronas de oro y rodelas. Consagraron también el portal y las dependencias, poniéndoles puertas. El pueblo entero celebró una gran fiesta, que canceló la afrenta de los paganos. Judas, con sus hermanos y toda la asamblea de Israel, determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar, con solemnes festejos, durante ocho días, a partir del veinticinco del mes de Casleu.
Salmo ICro29,10.llabc.lld-12a.12bed. R. Alabamos, Señor, tu nombre glorioso.
Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel, por los siglos de los siglos.
Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder, la gloria, el esplendor, la majestad, porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra.
Tú eres rey y soberano de todo. De ti viene la riqueza y la gloria.
Tú eres Señor del universo, en tu mano está el poder y la fuerza, tú engrandeces y confortas a todos.
Evangelio según san Lucas 19,45-48. En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: -«Escrito está: "Mi casa es casa de oración"; pero vosotros la habéis convertido en una "cueva de bandidos."» Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
Comentario: 1. Mac. una vez rechazado el enemigo, la primera preocupación de los Macabeos es purificar el Templo y reanudar el culto, y auqe significa volver a vivir la plena relación con Dios, levantan las piedras del altar a semejanza del Templo de Salomón o el de la restauración llevada a cabo por Esdras y Nehemías, y resalta la novedad del fuego que va a ser usada para los sacrificios. La importancia queda establecida con motivo de la dedicación del Templo (cf 2 M 1,9.18; 2,16). En hebreo se llama Hanuskkah y en griego Encenias porque se encendían lámparas en las casa –y siguen ahora- simbolizando la luz de la Ley. En esta fiesta Jesús se declaró Hijo de Dios ante los judíos (Jn 10,22-39: Biblia de Navarra). Además, Jesús es el Templo anunciado…
2. 1 Cro: "Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel" (1 Cro 29,10). Y Juan Pablo II comenta: “Este intenso cántico de alabanza, que el primer libro de las Crónicas pone en labios de David, nos hace revivir el gran júbilo con que la comunidad de la antigua alianza acogió los grandes preparativos realizados con vistas a la construcción del templo, fruto del esfuerzo común del rey y de tantos que colaboraron con él. Fue una especie de competición de generosidad, porque lo exigía una morada que no era "para un hombre, sino para el Señor Dios" (1 Cro 29,1). El Cronista, releyendo después de siglos aquel acontecimiento, intuye los sentimientos de David y de todo el pueblo, su alegría y admiración hacia los que habían dado su contribución: "El pueblo se alegró por estas ofrendas voluntarias; porque de todo corazón las habían ofrecido espontáneamente al Señor. También el rey David tuvo un gran gozo" (1 Cro 29,9).
En ese contexto brota el cántico. Sin embargo, sólo alude brevemente a la satisfacción humana, para centrar en seguida la atención en la gloria de Dios: "Tuyos son, Señor, la grandeza (...) y el reino". La gran tentación que acecha siempre, cuando se realizan obras para el Señor, consiste en ponerse a sí mismos en el centro, casi sintiéndose acreedores de Dios. David, por el contrario, lo atribuye todo al Señor. No es el hombre, con su inteligencia y su fuerza, el primer artífice de lo que se ha llevado a cabo, sino Dios mismo. David expresa así la profunda verdad según la cual todo es gracia. En cierto sentido, cuanto se entrega para el templo no es más que una restitución, por lo demás sumamente escasa, de lo que Israel ha recibido en el inestimable don de la alianza sellada por Dios con los padres. En esa misma línea David atribuye al Señor el mérito de todo lo que ha constituido su éxito, tanto en el campo militar como en el político y económico. Todo viene de él.
De aquí brota el espíritu contemplativo de estos versículos. Parece que al autor del cántico no le bastan las palabras para proclamar la grandeza y el poder de Dios. Ante todo lo contempla en la especial paternidad que ha mostrado a Israel, "nuestro padre". Este es el primer título que exige alabanza "por los siglos de los siglos". Los cristianos, al recitar estas palabras, no podemos menos de recordar que esa paternidad se reveló de modo pleno en la encarnación del Hijo de Dios. Él, y sólo él, puede hablar a Dios llamándolo, en sentido propio y afectuosamente, "Abbá" (Mc 14,36). Al mismo tiempo, por el don del Espíritu, se nos participa su filiación, que nos hace "hijos en el Hijo". La bendición del antiguo Israel por Dios Padre cobra para nosotros la intensidad que Jesús nos manifestó al enseñarnos a llamar a Dios "Padre nuestro".
Partiendo de la historia de la salvación, la mirada del autor bíblico se ensancha luego hasta el universo entero, para contemplar la grandeza de Dios creador: "Tuyo es cuanto hay en cielo y tierra". Y también: "Tú eres (...) soberano de todo". Como en el salmo 8, el orante de nuestro cántico alza la cabeza hacia la ilimitada amplitud de los cielos; luego, asombrado, extiende su mirada hacia la inmensidad de la tierra, y lo ve todo sometido al dominio del Creador. ¿Cómo expresar la gloria de Dios? Las palabras se atropellan, en una especie de clímax místico: grandeza, poder, gloria, esplendor, majestad, y luego también poder y fuerza. Cuanto de hermoso y grande experimenta el hombre debe referirse a Aquel que es el origen de todo y que lo gobierna todo… Esta convicción de que la realidad es don de Dios nos ayuda a unir los sentimientos de alabanza y de gratitud del cántico con la espiritualidad "oblativa" que la liturgia cristiana nos hace vivir sobre todo en la celebración eucarística. Es lo que se desprende de la doble oración con que el sacerdote ofrece el pan y el vino destinados a convertirse en el Cuerpo y la Sangre de Cristo: "Bendito seas Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros pan de vida". Esa oración se repite para el vino. Análogos sentimientos nos sugieren tanto la Divina Liturgia bizantina como el antiguo Canon romano cuando, en la anámnesis eucarística, expresan la conciencia de ofrecer como don a Dios lo que hemos recibido de él…
Así pues, los reyes de esta tierra son sólo una imagen de la realeza divina: "Tuyo es el reino, Señor". Los ricos no pueden olvidar el origen de sus bienes. "De ti vienen la riqueza y la gloria". Los poderosos deben saber reconocer en Dios la fuente del "poder y la fuerza". El cristiano está llamado a leer estas expresiones contemplando con júbilo a Cristo resucitado, glorificado por Dios "por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación" (Ef 1,21). Cristo es el verdadero Rey del universo”.
3. Jesús lleno de santa ira purifica el templo, con dos citas, una de Jeremías y otra de Isaías. Jesús es el Templo, en su persona y en su Iglesia, Sacramento de su Cuerpo por la que nos dice “yo estaré con vosotros cada día, hasta el fin del mundo”, y nos conduce hasta la Jerusalén celestial donde está Él como Cordero Inmaculado en el culto perfecto a Dios Padre. Para esto, hemos de cultivar la Tradición que nos ha dejado Jesús, su memorial, la Eucaristía, y la oración, y el cuidado en el culto, y los templos y el decoro en la liturgia. El sagrario ha de ser un reclamo, como un imán para recogerse en oración y tratar bien a Dios en Jesús, Rey. Ahí está ofrecido místicamente, en recuerdo de su ofrecimiento en la Cruz, con los brazos extendidos: nos espera en gesto sacerdotal, acogiendo la salvación de todos, cargando con los pecados.... Estos dís nos preparamos para la fiesta de Cristo, Rey del universo; y para esto queremos que sea Rey de nuestras almas: primero tiene que reinar en nuestras almas. Es suficiente con nuestra lucha: mientras haya lucha, por amor, Dios está contento. El hombre no deja de ser grande ni en su debilidad, cuando se abre a Dios, a este reinado de Cristo, y entonces es un reinado suave, es un reino de hijos libres, donde dejamos que reine por atracción: nos dijo que cuando fuera ensalzado sobre la tierra, atraería a sí todas las cosas. Y lo hace en la fuerza de la Eucaristía, en la Iglesia que es su Cuerpo, y en su Cuerpo que es la Eucaristía que está en los sagrarios que acogen nuestra oración confiada. Vamos a consagrarnso a Él en estos días, ya que Él se ha consagrado a nosotros: Dios Hijo se encarna para redimirnos, para ser nuestro Sacerdote (mediador). Vamos a poner nuestra esperanza en Cristo Rey. Vamos a refugiarnos en las llagas del Señor para encontrar fortaleza para la lucha.
Con el paso de los años a veces las ilusiones de esta vida van perdiendo peso relativo: son ilusiones finitas, mientras que nuestros deseos son ilimitados (ilimitadas ansias de felicidad): puede venirnos la angustia: es el momento de agarrarnos al consuelo que las llagas de Cristo: estas heridas son una realidad sufrida por cada uno de nosotros. Nos llevan a una realidad más alta, no reinados efímeros sino su Reino, por el que vale la pena vivir, y dar la vida, pues es Vida.
Primer libro de los Macabeos 4,36-37.52-59. En aquellos días, Judas y sus hermanos propusieron: -«Ahora que tenemos derrotado al enemigo, subamos a purificar y consagrar el templo.» Se reunió toda la tropa, y subieron al monte Sión. El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno, que es el de Casleu, madrugaron para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos recién construido. En el aniversario del día en que lo habían profanado los paganos, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y platillos. Todo el pueblo se postró en tierra, adorando y alabando a Dios, que les había dado éxito. Durante ocho días, celebraron la consagración, ofreciendo con júbilo holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. Decoraron la fachada del templo con coronas de oro y rodelas. Consagraron también el portal y las dependencias, poniéndoles puertas. El pueblo entero celebró una gran fiesta, que canceló la afrenta de los paganos. Judas, con sus hermanos y toda la asamblea de Israel, determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar, con solemnes festejos, durante ocho días, a partir del veinticinco del mes de Casleu.
Salmo ICro29,10.llabc.lld-12a.12bed. R. Alabamos, Señor, tu nombre glorioso.
Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel, por los siglos de los siglos.
Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder, la gloria, el esplendor, la majestad, porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra.
Tú eres rey y soberano de todo. De ti viene la riqueza y la gloria.
Tú eres Señor del universo, en tu mano está el poder y la fuerza, tú engrandeces y confortas a todos.
Evangelio según san Lucas 19,45-48. En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: -«Escrito está: "Mi casa es casa de oración"; pero vosotros la habéis convertido en una "cueva de bandidos."» Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
Comentario: 1. Mac. una vez rechazado el enemigo, la primera preocupación de los Macabeos es purificar el Templo y reanudar el culto, y auqe significa volver a vivir la plena relación con Dios, levantan las piedras del altar a semejanza del Templo de Salomón o el de la restauración llevada a cabo por Esdras y Nehemías, y resalta la novedad del fuego que va a ser usada para los sacrificios. La importancia queda establecida con motivo de la dedicación del Templo (cf 2 M 1,9.18; 2,16). En hebreo se llama Hanuskkah y en griego Encenias porque se encendían lámparas en las casa –y siguen ahora- simbolizando la luz de la Ley. En esta fiesta Jesús se declaró Hijo de Dios ante los judíos (Jn 10,22-39: Biblia de Navarra). Además, Jesús es el Templo anunciado…
2. 1 Cro: "Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel" (1 Cro 29,10). Y Juan Pablo II comenta: “Este intenso cántico de alabanza, que el primer libro de las Crónicas pone en labios de David, nos hace revivir el gran júbilo con que la comunidad de la antigua alianza acogió los grandes preparativos realizados con vistas a la construcción del templo, fruto del esfuerzo común del rey y de tantos que colaboraron con él. Fue una especie de competición de generosidad, porque lo exigía una morada que no era "para un hombre, sino para el Señor Dios" (1 Cro 29,1). El Cronista, releyendo después de siglos aquel acontecimiento, intuye los sentimientos de David y de todo el pueblo, su alegría y admiración hacia los que habían dado su contribución: "El pueblo se alegró por estas ofrendas voluntarias; porque de todo corazón las habían ofrecido espontáneamente al Señor. También el rey David tuvo un gran gozo" (1 Cro 29,9).
En ese contexto brota el cántico. Sin embargo, sólo alude brevemente a la satisfacción humana, para centrar en seguida la atención en la gloria de Dios: "Tuyos son, Señor, la grandeza (...) y el reino". La gran tentación que acecha siempre, cuando se realizan obras para el Señor, consiste en ponerse a sí mismos en el centro, casi sintiéndose acreedores de Dios. David, por el contrario, lo atribuye todo al Señor. No es el hombre, con su inteligencia y su fuerza, el primer artífice de lo que se ha llevado a cabo, sino Dios mismo. David expresa así la profunda verdad según la cual todo es gracia. En cierto sentido, cuanto se entrega para el templo no es más que una restitución, por lo demás sumamente escasa, de lo que Israel ha recibido en el inestimable don de la alianza sellada por Dios con los padres. En esa misma línea David atribuye al Señor el mérito de todo lo que ha constituido su éxito, tanto en el campo militar como en el político y económico. Todo viene de él.
De aquí brota el espíritu contemplativo de estos versículos. Parece que al autor del cántico no le bastan las palabras para proclamar la grandeza y el poder de Dios. Ante todo lo contempla en la especial paternidad que ha mostrado a Israel, "nuestro padre". Este es el primer título que exige alabanza "por los siglos de los siglos". Los cristianos, al recitar estas palabras, no podemos menos de recordar que esa paternidad se reveló de modo pleno en la encarnación del Hijo de Dios. Él, y sólo él, puede hablar a Dios llamándolo, en sentido propio y afectuosamente, "Abbá" (Mc 14,36). Al mismo tiempo, por el don del Espíritu, se nos participa su filiación, que nos hace "hijos en el Hijo". La bendición del antiguo Israel por Dios Padre cobra para nosotros la intensidad que Jesús nos manifestó al enseñarnos a llamar a Dios "Padre nuestro".
Partiendo de la historia de la salvación, la mirada del autor bíblico se ensancha luego hasta el universo entero, para contemplar la grandeza de Dios creador: "Tuyo es cuanto hay en cielo y tierra". Y también: "Tú eres (...) soberano de todo". Como en el salmo 8, el orante de nuestro cántico alza la cabeza hacia la ilimitada amplitud de los cielos; luego, asombrado, extiende su mirada hacia la inmensidad de la tierra, y lo ve todo sometido al dominio del Creador. ¿Cómo expresar la gloria de Dios? Las palabras se atropellan, en una especie de clímax místico: grandeza, poder, gloria, esplendor, majestad, y luego también poder y fuerza. Cuanto de hermoso y grande experimenta el hombre debe referirse a Aquel que es el origen de todo y que lo gobierna todo… Esta convicción de que la realidad es don de Dios nos ayuda a unir los sentimientos de alabanza y de gratitud del cántico con la espiritualidad "oblativa" que la liturgia cristiana nos hace vivir sobre todo en la celebración eucarística. Es lo que se desprende de la doble oración con que el sacerdote ofrece el pan y el vino destinados a convertirse en el Cuerpo y la Sangre de Cristo: "Bendito seas Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros pan de vida". Esa oración se repite para el vino. Análogos sentimientos nos sugieren tanto la Divina Liturgia bizantina como el antiguo Canon romano cuando, en la anámnesis eucarística, expresan la conciencia de ofrecer como don a Dios lo que hemos recibido de él…
Así pues, los reyes de esta tierra son sólo una imagen de la realeza divina: "Tuyo es el reino, Señor". Los ricos no pueden olvidar el origen de sus bienes. "De ti vienen la riqueza y la gloria". Los poderosos deben saber reconocer en Dios la fuente del "poder y la fuerza". El cristiano está llamado a leer estas expresiones contemplando con júbilo a Cristo resucitado, glorificado por Dios "por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación" (Ef 1,21). Cristo es el verdadero Rey del universo”.
3. Jesús lleno de santa ira purifica el templo, con dos citas, una de Jeremías y otra de Isaías. Jesús es el Templo, en su persona y en su Iglesia, Sacramento de su Cuerpo por la que nos dice “yo estaré con vosotros cada día, hasta el fin del mundo”, y nos conduce hasta la Jerusalén celestial donde está Él como Cordero Inmaculado en el culto perfecto a Dios Padre. Para esto, hemos de cultivar la Tradición que nos ha dejado Jesús, su memorial, la Eucaristía, y la oración, y el cuidado en el culto, y los templos y el decoro en la liturgia. El sagrario ha de ser un reclamo, como un imán para recogerse en oración y tratar bien a Dios en Jesús, Rey. Ahí está ofrecido místicamente, en recuerdo de su ofrecimiento en la Cruz, con los brazos extendidos: nos espera en gesto sacerdotal, acogiendo la salvación de todos, cargando con los pecados.... Estos dís nos preparamos para la fiesta de Cristo, Rey del universo; y para esto queremos que sea Rey de nuestras almas: primero tiene que reinar en nuestras almas. Es suficiente con nuestra lucha: mientras haya lucha, por amor, Dios está contento. El hombre no deja de ser grande ni en su debilidad, cuando se abre a Dios, a este reinado de Cristo, y entonces es un reinado suave, es un reino de hijos libres, donde dejamos que reine por atracción: nos dijo que cuando fuera ensalzado sobre la tierra, atraería a sí todas las cosas. Y lo hace en la fuerza de la Eucaristía, en la Iglesia que es su Cuerpo, y en su Cuerpo que es la Eucaristía que está en los sagrarios que acogen nuestra oración confiada. Vamos a consagrarnso a Él en estos días, ya que Él se ha consagrado a nosotros: Dios Hijo se encarna para redimirnos, para ser nuestro Sacerdote (mediador). Vamos a poner nuestra esperanza en Cristo Rey. Vamos a refugiarnos en las llagas del Señor para encontrar fortaleza para la lucha.
Con el paso de los años a veces las ilusiones de esta vida van perdiendo peso relativo: son ilusiones finitas, mientras que nuestros deseos son ilimitados (ilimitadas ansias de felicidad): puede venirnos la angustia: es el momento de agarrarnos al consuelo que las llagas de Cristo: estas heridas son una realidad sufrida por cada uno de nosotros. Nos llevan a una realidad más alta, no reinados efímeros sino su Reino, por el que vale la pena vivir, y dar la vida, pues es Vida.
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