Domingo XXXIV, Solemnidad de Cristo Rey (A): al acabar de la vida seremos juzgados en el amor; es lo que nos da un lugar en el reinado de Cristo, que ya está entre nosotros.
Lectura del Profeta Ezequiel 34,11-12.15-17. Así dice el Señor Dios: -Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentra las ovejas dispersas, así seguiré yo el rastro de mis ovejas; y las libraré, sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor Dios-. Buscaré las ovejas perdidas, haré volver las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente. En cuanto a vosotras, ovejas mías, así dice el Señor Dios: -He aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.
Salmo 22,1-2a. 2b-3. 5-6. R/. El Señor es mi pastor, nada me falta.
El Señor es mi pastor, nada me falta: / en verdes praderas me hace recostar. / Me conduce hacia fuentes tranquilas, / y repara mis fuerzas; / me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre.
Preparas una mesa ante mí / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor, / por años sin término.
1ª carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 15,20-26a. 28. Hermanos: Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo como primicia; después, cuando él vuelva, todos los cristianos; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Cristo tiene que reinar, hasta que Dios «haga de sus enemigos estrado de sus pies". El último enemigo aniquilado será la muerte. Al final, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 25,31-46. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles can él se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: -Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. Entonces los justos le contestarán: -Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: -Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Y entonces dirá a los de su izquierda: -Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: -Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Y él replicará: -Os aseguró que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos. los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo. Y éstos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna.
Comentario: 1. Ez 34, 11-12. 15-17 (cf. Sal 23, Jr 23,1-10). En el Próximo Oriente Antiguo la imagen del buen pastor es emblemática, de una gran riqueza, evoca el ser solícito que procura por todos los medios a su alcance la comida y bebida reparadora a su grey; es además, su defensor ante el peligro del lobo, de... Su sola presencia, el mero olfatearle produce la paz, el sosiego entre el rebaño. El momento histórico del texto es: La grey (=Israel) anda errante desde el año 587 a. de C, desde la conquista de Jerusalén por Nabucodonosor; pero el Señor no les abandona en el peligro, sino que los libera, los reúne y los reconduce a unos buenos pastos (=Nuevo Éxodo), los pastorea, les venda las heridas, cura a las ovejas enfermas (vv. 11-16; cf. por oposición el v. 4 y Za 11: imágenes muy vivas de los falsos pastores). La misión de nuestros pastores (obispos, pastores...) es orientar, encarrilar, curar, vendar..., apacentar… Entre la grey cristiana nunca debe cundir el desaliento. El texto de Ez termina con la promesa de un nuevo pastor (vv. 23-25) que nunca nos abandona. Este pastor es Jesús, siempre fiel a su pueblo; no permitirá que sus ovejas anden errantes sin dirección, sin pastor; luego el salmo sigue con esta idea (A. Gil): Jesús de Nazaret vino al mundo a "buscar y salvar lo que se había perdido" (Lc 19,10) y se ha presentado a los hombres como "el buen pastor" (Jn 10); pero esta profecía ha de cumplirse todavía cuando llegue el día del Señor, cuando el proceso en que estamos se termine y llegue la sentencia y el juicio se decida en favor de los justos. Después de juzgar y condenar a los malos pastores, el Pastor juzgará entre oveja y oveja, esto es, el pueblo se dividirá claramente en dos clases: de una parte, las ovejas famélicas y, de otra, las gordas; aquí los explotados, y allí los explotadores; pues hay ovejas fuertes y grasas que comen hoy a todo pasto y "empujan con el flanco y con el lomo a todas las ovejas débiles y las topan con los cuernos hasta echarlas fuera" (v.21). Por eso habrá un juicio de Dios en favor de sus ovejas -que son los más débiles y explotados- y para exterminio de las "ovejas gordas y robustas" (v.16). De este juicio nos habla el evangelio de hoy (“Eucaristía 1987”).
2. El salmo 22, uno de los más bellos de todo el salterio comienza con una afirmación atrevida: "El Señor es mi pastor, nada me falta". Este creyente que se sabe guiado y acompañado por la mano firme y protectora del pastor, proclama con tranquila audacia su ausencia de ambiciones. Tiene todo lo que necesita: conducción, seguridad, alimento, defensa, escolta, techo donde habitar... Difícilmente anidarán en su corazón la agresividad, la envidia, la rivalidad, todas esas actitudes que amenazan siempre el convivir con los otros fraternalmente (Cuadernos de oración 110). Se utilizan aquí dos imágenes universales: el pastizal... el festín... (el Pastor... y el huésped...). En los países en que la vida está en armonía con la naturaleza, este lenguaje es poético. Para quien el rebaño es la principal riqueza, es importante encontrar verdes praderas, conducir a las ovejas al abrevadero, hacer reposar el rebaño bajo la sombra, conocer los senderos seguros y evitar los pasajes peligrosos, proteger con el bastón los ataques de las fieras. Dios es presentado como este "Pastor" diligente: Ezequiel 34 - Oseas 4,16 - Jeremías 23,1- Miqueas 7,14 - Isaías 40,10; 49,10; 63,11. El tema del "huésped" es también universal. Cuanto más sencillas son las civilizaciones, más sentido de hospitalidad tienen los hombres. Cuanto más pobre, más generoso, ordinariamente. Aquí, la hospitalidad se resume en tres detalles concretos: la mesa con abundantes alimentos, la copa desbordante en la mano, el aceite perfumado que se echa en la cabeza para refrescar al visitante que llega, del sol abrasador. En la Biblia, este tema se aplica también constantemente a Dios: el tema del Templo, considerado "Casa de Dios" en la que se quiere habitar, como los levitas, que tenían la fortuna de pasar su vida en la Casa de Dios. No olvidemos que el Templo de Jerusalén era el lugar de los sacrificios rituales: los animales inmolados, ofrecidos a Dios (asados al fuego, que simbolizaba justamente a Dios), eran cocidos, y distribuidos entre los fieles en forma de "comida sagrada". En Israel, la "mesa" y la "copa" no eran solamente un símbolo, eran realmente un festín sagrado. Jesús debió recitar este salmo con especial fervor. Releámoslo en esta perspectiva, imaginándonos que lo pronuncia Jesús en persona: "Nada me falta... El Padre me conduce... Aunque tenga que pasar por un valle de muerte, no temo mal alguno... Mi copa desborda... Benevolencia y felicidad sin fin... Porque Tú, Oh Padre, estás conmigo...". ¿Quién mejor que Jesús, vivió una intimidad amorosa con el Padre, su alimento, su mesa (Jn 4,32.34)? Jesús se identificó varias veces con este pastor, que ama a sus ovejas y que vela amorosamente sobre ellas: "Yo soy el Buen Pastor" (Juan 10,11). La tonalidad íntima de este salmo, hace pensar en "una oveja", la única oveja que se siente mimada por el Pastor: "El Señor es mi Pastor, nada me falta". Esto evoca la solicitud de que habla Jesús cuando no duda un momento en "dejar las 99 para ir a buscar la única oveja perdida" (Mateo 18,12). Este mismo clima de "intimidad" evocará San Juan para hablar de la unión con Cristo Resucitado, retomando la imagen de la mesa servida: "entraré en su casa para cenar con El, yo cerca de El y El cerca de mí" (Apocalipsis 3,20). Los primeros cristianos cantaron mucho este salmo que lo consideraron como el salmo bautismal por excelencia: este salmo 22 se leía a los recién bautizados, la noche de Pascua, mientras subían de la piscina de inmersión de "aguas tranquilas que los hicieron revivir".. . Y se dirigían hacia el lugar de la Confirmación, en que se "derramaba el perfume sobre su cabeza"... antes de introducirlos a su primera Eucaristía, "mesa preparada para ellos". Bajo estas imágenes pastorales de "majada" como telón de fondo, tenemos una oración de gran profundidad teológica y mística; Jesucristo es el único Pastor que procura no falte nada a la humanidad... El nos hace revivir en las aguas bautismales... Nos infunde su Espíritu Santo... Nos preparó la mesa con su cuerpo entregado... Y la copa de su Sangre derramada... El conduce a los hombres, más allá de los valles tenebrosos de la muerte, hasta la Casa del Padre en que todo es gracia y felicidad. Pocas páginas se pueden encontrar en la Biblia más densamente teológicas y poéticas como el pequeño salmo 22, tesoro auténtico del salterio, alimento espiritual de miles de generaciones que se han visto fortalecidas y animadas con la simple lectura de este salmo: debería ser uno de los más leídos y meditados. En la celebración de las Exequias cristianas es uno de los Salmos más recomendados (J. M. Vernet).
He observado rebaños de ovejas en verdes laderas. Retozan a placer, pacen a su gusto, descansan a la sombra. Nada de prisas, de agitación o de preocupaciones. Ni siquiera miran al pastor; saben que está allí, y eso les basta. Libres para disfrutar prados y fuentes. Felicidad abierta bajo el cielo. Alegres y despreocupadas. Las ovejas no calculan. ¿Cuánto tiempo queda? ¿Adónde iremos mañana? ¿Bastarán las lluvias de ahora para los pastos del año que viene? Las ovejas no se preocupan, porque hay alguien que lo hace por ellas. Las ovejas viven de día en día, de hora en hora. Y en eso está la felicidad. «El Señor es mi pastor». Sólo con que yo llegue a creer eso, cambiará mi vida. Se irá la ansiedad, se disolverán mis complejos y volverá la paz a mis atribulados nervios. Vivir de día en día, de 'hora en hora, porque él está ahí. El Señor de los pájaros del cielo y de los lirios del campo. El Pastor de sus ovejas. Si de veras creo en él, quedaré libre para gozar, amar y vivir. Libre para disfrutar de la vida. Cada instante es transparente, porque no está manchado con la preocupación del siguiente. El Pastor vigila, y eso me basta. Felicidad en los prados de la gracia. Es bendición el creer en la providencia. Es bendición vivir en obediencia. Es bendición seguir las indicaciones del Espíritu en las sendas de la vida. «El Señor es mi pastor. Nada me falta».
En este domingo de Cristo Rey, “¿cómo podemos concretamente tratar de poner nuestro corazón en el reino de Dios? Cuando estoy en la cama, incapaz de dormir por las muchas preocupaciones, cuando trabajo preocupado por las muchas cosas que pueden salir mal, cuando no puedo dejar de pensar en un amigo moribundo, ¿qué se supone que tengo que hacer? ¿Poner mi corazón en el Reino? Muy bien, ¿pero cómo se hace eso? Hay tantas respuestas a esta pregunta como personas con diferentes estilos de vida, personalidades y circunstancias externas. No hay ninguna respuesta concreta que satisfaga las necesidades de todos. Pero hay respuestas que pueden ofrecer orientaciones útiles. Una respuesta sencilla es pasar de la mente al corazón diciendo despacio una oración con tanta atención como sea posible. Esto puede parecer como ofrecer una muleta al que pide que le curen una pierna rota. La verdad, sin embargo, es que una oración, rezada desde el corazón, cura. Si se sabe de memoria el padrenuestro, el credo de los apóstoles o el gloria, ya hay por dónde empezar. Puede ser útil aprenderse también de memoria el salmo veintitrés: «El Señor es mi pastor .. », o lo que escribe san Pablo a los corintios sobre el amor, o la oración de san Francisco: «Señor, haz de mí un instrumento de tu paz... ». Estando en la cama, conduciendo el coche, esperando el autobús o paseando al perro, puedes repasar despacio en tu mente las palabras de alguna de estas oraciones, tratando simplemente de escuchar con todo tu ser lo que significan. Tus preocupaciones seguirán distrayéndose, pero, si vuelves una y otra vez a las palabras de la oración, irás descubriendo poco a poco que esos pensamientos se hacen menos obsesivos y empiezas de verdad a gustar la oración. Y según va descendiendo la oración de la mente al centro de tu ser, irás descubriendo su poder de curación. ¡Nada me falta! ¿Por qué la repetición atenta de una oración bien conocida es de tanta ayuda para poner nuestro corazón en el Reino? Es de tanta ayuda porque las palabras de la oración tienen el poder de transformar nuestra ansiedad interior en paz también interior. Durante mucho tiempo estuve rezando: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas». Por la mañana rezaba con estas palabras durante media hora, sentado tranquilamente en mi silla, tratando sólo de mantener mi mente atenta a lo que estaba diciendo. Rezaba también con ellas en muchas ocasiones a lo largo del día, yendo de aquí para allá, y lo mismo hacía durante mi actividad rutinaria. Estas palabras están en absoluto contraste con la realidad de mi vida. Me faltan muchas cosas. Veo sobre todo calles abarrotadas y horribles galerías comerciales; y si hay algún estanque por el que pasear, lo más probable es que esté contaminado. Pero si digo: «El Señor es mi pastor...», y dejo que el amor de pastor de Dios entre completamente en mi corazón, me doy más claramente cuenta de que las calles abarrotadas, las horribles galerías comerciales y los estanques contaminados no determinan quién soy yo. Yo no pertenezco a los poderes y principados que gobiernan el mundo, sino al Buen Pastor que conoce a los suyos y es por los suyos conocido. En la presencia de mi Señor y Pastor realmente no hay nada que me falte. Él quiere darme el descanso que mi corazón desea y sacarme de la oscura fosa de mi depresión. Es bueno saber que millones de personas han rezado con las mismas palabras a lo largo de los siglos y han encontrado en ellas consuelo y descanso. No estoy solo al rezar con las mismas palabras. Estoy rodeado por innumerables mujeres y hombres, unos cerca de mí y otros muy alejados, unos que aún viven, otros que han muerto recientemente y otros que han muerto hace mucho tiempo; y sé que mucho después de haber dejado este mundo las mismas palabras seguirán resonando en la oración hasta el final de los tiempos. Cuanto más profundamente se introduzcan estas palabras en el centro de mi ser, más formo parte del pueblo de Dios y mejor entiendo lo que significa estar en el mundo sin ser del mundo” (Henri J. Nowen).
3. 1 Co 15, 20-26a. 28. Al tratar Pablo de la Resurrección de Cristo, y sobre todo de sus efectos sobre los hombres, se encuentra con que la fuerza de la Resurrección de Cristo abarca toda la realidad. Este es el tema central del párrafo. Pablo ve en la Resurrección de Cristo la victoria sobre el pecado que domina a los hombres desde Adán en adelante. No es igual la Resurrección que el pecado, igual que Cristo no es igual que Adán (cf. Rm 5). Ese señorío de Cristo glorioso no es reducible a unos cuantos hombres ni a un sector de la realidad. Preludia aquí lo que luego en Colosenses y Efesios se dirá de forma más clara: el Misterio de Cristo sobre la creación, como modelo y sentido de ella y como destino y punto final. En este párrafo insiste más en esta culminación, comenzada en la Resurrección. Pero evidentemente esto no es algo que suceda sin que Dios lo haya previsto. Por tanto, implica también el sentido de toda la obra creadora: que Dios sea Todo en todas las cosas. Por medio de Cristo, o en otra fórmula, "por Cristo, con Cristo y en Cristo" (F. Pastor). La afirmación de la resurrección de Cristo que preside esta lectura es el fundamento de su reinado universal y también de la resurrección de "todos los cristianos" (la celebración de hoy acentúa especialmente el primero de estos dos aspectos). El pensamiento de Pablo sobre la resurrección se va ensanchando hasta adquirir proporciones cósmicas. Constituye el epicentro de un movimiento de vida que terminará envolviendo la humanidad entera y la creación. Pablo expresa todo esto a través de la antítesis entre el primer y el segundo Adán (Cristo) que es uno de los principios organizadores de su pensamiento. Así como el pecado del primer Adán tiene un efecto universal ("por Adán murieron todos"), lo tendrá también la acción redentora de Cristo, el último Adán ("por Cristo todos volverán a la vida"): todo hombre que vive en este mundo es solidario con la situación de pecado de la humanidad; pero, uniéndose a la acción salvadora de Cristo, tiene la posibilidad de vivir la vida de Dios y de luchar contra el condicionamiento de pecado presente en la humanidad y en la historia (cfr. Rm 15,12ss). Esta historia de lucha contra el mal y el pecado llegará al final cuando todo esté sometido a Cristo y presente al Padre el mundo renovado, como cumplimiento total de su misión (A.R. Sastre; J. Roca). La vida, la vida eterna, es el último fruto de toda la historia de salvación. En Cristo resucitado tenemos ya las primicias de la gran cosecha que esperamos; en él comienza la resurrección de los muertos y la vida eterna. Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos (Rm 8,11; 1 Tes 4,14). “Considerad nuestra raza humana: todos hemos manado de una única fuente, y puesto que ésta se volvió amarga, todos nos hemos convertido en acebuches de olivos que éramos. Llegó también la gracia. Uno solo engendró para el pecado y la muerte, pero una única raza, y todos prójimos los unos respecto de los otros; no sólo semejantes, sino también parientes. Vino uno contra uno: uno que dispersó, uno que congrega. Del mismo modo, contra uno que da muerte, uno que vivifica:. Como en Adán todos mueren, así en Cristo todos son vivificados (1 Cor 15,22). Como todo el que nace de aquél muere, así todo el que cree en Jesucristo es vivificado” (S. Agustín).
4. Mt 25, 31-46. Mateo ha explicado cómo los miembros del pueblo elegido debían practicar la vigilancia, si querían entrar a formar parte del Reino escatológico (Mt 24.-25). La separación entre ovejas y cabritos (vv. 32-33) es una imagen tomada de las prácticas pastorales palestinas, según las cuales los pastores separan a los carneros de las cabras, ya que éstas, por ser más frágiles, requieren una mayor protección del frío. Es probable que Cristo quiera atribuirse tan solo, por medio de esta parábola, las funciones judiciales del pastor de la primera lectura (Ez 34,17-22). La acogida que hay que dar a los "pequeños" (vv. 40 y 45) tiene dos sentidos. En labios de Jesús, la palabra pequeños designa especialmente a los discípulos (sobre todo en Mt 10. 42 y 18. 6, probablemente en Mt 18. 14 y 18. 10). Se trata de quienes se hacen pequeños con vistas al Reino, que lo han abandonado todo para dedicarse a su misión. Esos pequeños se han hecho ahora grandes y están asociados al Señor para juzgar a las naciones y reconocer a quienes les han dado acogida (cf. Mt 10. 40). Se puede ver en los pequeños no sólo a los discípulos de Cristo, sino a todo pobre amado por sí mismo, sin conocimiento explícito de Dios. Parece que sí puede hacerse si se tiene en cuenta la insistencia del pasaje en torno al hecho de que los beneficiarios del Reino ignoran a Cristo, cosa apenas concebible por parte de personas que reciben a los discípulos y su mensaje. Además, las obras de misericordia enumeradas en los vv. 35-36 son precisamente las que la Escritura definía como signos de la proximidad del reino mesiánico (Lc 4. 18-20; Mt 11. 4-5) y sin limitarlas al beneficio exclusivo de los discípulos. La caridad aparece como el instrumento esencial de la instauración del Reino de Dios (1 Co 13. 13) (Maertens-Frisque).
La imagen de un juicio universal final, sacada de este texto, está muy arraigada en la conciencia cristiana, imagen consagrada además artísticamente por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Jesús propone una concepción universal del reino de Dios. Esta es la intención prioritaria del texto y no el juicio, y es como Jesús ha revelado a Dios y como se ha convertido en Rey del Universo (A. Benito). El juicio será según las obras, no según lo que decimos creer y confesar. Pienso que las personas nos definimos principalmente por nuestras obras, en segundo lugar por las palabras, y muy en tercer lugar por lo que pensamos. En la pregunta de estos condenados se ve, por el contrario, la triste posibilidad de perder la vida y el reino de Dios que tienen cuantos en este mundo pretenden amar a Dios y ser cristianos sin amar al prójimo y reconocer a Cristo en los pobres y explotados. El cumplimiento del mandamiento del amor o su incumplimiento anticipa ya en el mundo el juicio final. El que ama a Cristo en los pobres y se solidariza con su causa se introduce en el reino de Dios; pero el que no ama y explota a sus semejantes se excluye del reino de Dios. El juicio universal será la manifestación y la proclamación de la sentencia definitiva, que se va cumpliendo ya en nuestras vidas según nuestras obras (“Eucaristía 1987”). Las palabras con que se acoge o se rechaza la entrada al Reino son un repaso de las llamadas obras de misericordia. Si toda la Ley consiste en amar a Dios y al prójimo (cfr. evangelio del domingo 30), lo que aquí aparece es el amor manifestado en hechos muy concretos. Por tanto, cada uno es declarado justo o es condenado según haya servido a los demás o se haya abstenido de hacerlo (J. Roca). Dios santo, Señor y Dios nuestro, / tú que contemplas los cielos / en el infinito de tu gloria, / has tomado rostro de hombre / y has compartido la miseria / del más abandonado de entre los pobres. / Danos la fuerza de tu bendición. / Santifica nuestro corazón con el fuego de tu palabra / para que nuestros ojos reconozcan tu presencia / en la mano que se tiende / y en la mirada que mendiga nuestro amor. / Pues tu nos juzgarás sobre el amor / cuando llegue el día de tu juicio (“Dios cada día”).
“¿Hemos de pensar que también Dios dice: «Soy yo quien recibe, es a mí a quien das»? Sí, en verdad, si Cristo es Dios -cosa que nadie duda-; Él dijo: Tuve hambre y me disteis de comer. Y como le preguntasen: ¿Cuándo te vimos hambriento?, respondió: Cuando lo hicisteis con uno de éstos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. De esta manera se manifestaba como fiador de los pobres, como fiador de todos sus miembros, puesto que, si él es la Cabeza, ellos son los miembros, y lo que reciben los miembros lo recibe también la Cabeza. ¡Ea, usurero avaro! Mira lo que diste y considera lo que has de recibir. Si hubieses dado una pequeña cantidad de dinero y, a cambio de esa pequeña cantidad, te devolviera una gran finca, infinitamente de más valor que el dinero que le habías dado, ¡cuántas gracias no le darías, qué alegría no te embargaría: Escucha qué posesión te ha de dar aquel a quien hiciste el préstamo: Venid, benditos de mi Padre, recibid. ¿Qué? ¿Lo mismo que disteis? De ninguna manera. Disteis bienes terrenos que, si no hubieseis dado, se hubiesen podrido en la tierra. ¿Qué hubieses hecho con ellos, si nos los hubieses dado? Lo que iba a perecer en la tierra, se ha guardado en el cielo. Y es eso que se ha guardado lo que hemos de recibir. Se ha guardado tu mérito: tu mérito se ha convertido en tu tesoro. Mira, pues, lo que vas a recibir: Recibid el reino que está preparado para vosotros desde el comienzo del mundo. Por el contrario, ¿qué oirán aquellos que no quisieron prestar? Id al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles. ¿Y a qué cosa se llama ese reino que hemos de recibir? Prestad atención a lo siguiente: Éstos irán al fuego eterno, los justos en cambio a la vida eterna (Mt 25,34-46). Ambicionad esto, compradlo, prestad para alcanzarlo. Tenéis a Cristo sentado en el cielo y mendigo en la tierra. Hemos hallado cómo presta a interés el justo. Todo el día se compadece y presta a interés” (S. Agustín).
Durante todo este año hemos seguido el evangelio de san Mateo. Hoy es el último domingo: y también su lectura es como el resumen de toda su Buena Noticia: Cristo como Juez Universal, y el amor al hermano como tema de la confrontación de cada hombre con Él. El amor es, pues, el resumen de todo el Evangelio. El "alfa" y el "omega", la "A" y la "Z", el principio y el fin de todo. Cristo, el que da sentido a toda la historia. Él ha inaugurado el Reino, que sigue ahora en la Iglesia y en la humanidad su marcha hacia la plenitud. La motivación que el Juez va a proponer es igualmente sorprendente: "a mí me lo hicisteis... no me disteis de comer...". Cristo se ha identificado precisamente con los más oprimidos y necesitados. Es un Rey que se solidariza con los pobres y malheridos. Los valores y contenidos de este Reino quedan muy bien enumerados en el prefacio de hoy, que conviene ya adelantar a la homilía: "un reino eterno y universal; el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz". El que hace la opción, en nombre de Cristo, por todo eso, está ya perteneciendo a su Reino, y oirá las palabras de bienvenida al final. El mundo de hoy opta por otros criterios y otras motivaciones. Los cristianos tenemos ahí nuestra razón de ser y nuestro mejor Modelo. Al final del año (y luego, al final de nuestra vida) la pregunta que ya conviene que nos adelantemos a nosotros mismos es ésta: ¿he progresado en el amor, en la justicia, en la fraternidad? ¿he dado de comer, visitado, ayudado... a Cristo en la persona de los hermanos? Esta es la clave de su Reino y de nuestra pertenencia a él (J. Aldazábal). El examen lo podríamos hacer muy literal. ¿Qué nos dirá a nosotros Jesús: "Venid, benditos de mi Padre" o "Apartaos de mí, malditos?" Y preguntémonos: ¿Damos de comer a los que pasan hambre, aquí y en los países del Tercer Mundo? ¿Acogemos a los forasteros? ¿Visitamos a los enfermos? ¿Visitamos a los presos y tenemos verdadera "compasión" (="sufrir con") por los delincuentes? Estos son los criterios. "Todas las naciones" reunidas ante Jesús creían, seguramente, que los criterios serían si uno había dado terrenos para edificar iglesias o si había escrito artículos defendiendo la fe católica o si había rezado mucho, y se encontraron con que todas estas acciones, aunque importantes y buenas, no eran los criterios definitivos (J. Lligadas).
El mundo sigue dividido en explotadores y explotados. Sociológicamente existen grupos -identificables, aunque no siempre identificados- de explotadores, como existen grupos -identificables e identificados- de explotados. Ello puede ser comprobado a cualquier nivel y en cualquier reducto de la sociedad humana, desde la familia nuclear hasta las sociedades religiosas e internacionales. Los casos son incontables y fácilmente constatables. Pero el problema es mucho más grave, ya que invade también el ámbito de la psicología (no sólo de la sociología). Todos somos alternativamente explotadores y explotados. El hombre explota a la mujer y es explotado por ella. Pero también el vendedor y el comprador, el que manda y el que obedece, el rico y el pobre... Y es que, en el fondo, la explotación es la función manifiesta del egoísmo, que nos desfigura a los "otros", presentándolos como meros objetos de explotación. Por eso, el juicio final descubrirá todas las explotaciones; la del hambre, la de la sed, la de la falta de vivienda, la de la marginación, la de la opresión... (“Eucaristía 1972”). En el fondo, vemos egoísmo en todas las personas, nadie es perfecto. Todo esto nos lleva a aquel “no quiero servir a un rey que se pueda morir”. Este refrán de Francisco de Borja, pasmado ante el cadáver de una reina, expresa para nosotros no el "menosprecio" del mundo, sino la "nobleza" del cristiano: "Agnosce christiane dignitatem tuam" (reconoce, cristiano, tu dignidad), nos exhorta el gran papa León Magno (Josep M. Totosaus). He leído una simpática narración procedente del Japón: un samurai tuvo una visión. Vio el infierno con demonios hambrientos y enflaquecidos que parecían esqueletos. Estaban sentados delante de un enorme plato con un sabroso arroz. En sus manos tenían unos largos palillos de unos dos metros de longitud. Cada demonio intentaba coger la mayor cantidad posible de arroz. Sin embargo cada uno obstaculizaba al otro con su larga cuchara, que además no podían alcanzar a ponérselo en la boca, y sin que ninguno llegase a comer nada. El samurai espantado apartó su mirada de aquella visión... Más tarde llegó al cielo. Allí vio el mismo gran plato con el arroz sabroso y los mismos largos palillos. Pero los elegidos respiraban literalmente salud. Los enormes palillos no les causaban ninguna dificultad. Es verdad que ninguno podía alimentarse con su instrumento. Pero cada uno tomaba del plato del que tenía delante y lo alimentaba. Salta a la vista la semejanza entre esta simpática narración y el relato del Evangelio de hoy... «El infierno son los otros» decía J. P. Sartre. El infierno son los otros cuando cada uno se empeña en comer para sí mismo. El cielo son los otros cuando cada hombre no se preocupa de sí mismo, sino de dar de comer a los hermanos. Ese es el cielo al que aspiramos, el Reino de Dios que comenzamos ya a construir (Javier Gafo).
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