domingo, 6 de noviembre de 2011

Domingo XXXII, año A: Lectura del libro de la Sabiduría 6,13-17. Radiante e inmarcesible es la sabiduría; / fácilmente la ven los que la aman / y la e

Domingo XXXII, año A:
Lectura del libro de la Sabiduría 6,13-17. Radiante e inmarcesible es la sabiduría; / fácilmente la ven los que la aman / y la encuentran los que la buscan.
Se anticipa a darse a conocer a los que la desean. / Quien temprano la busca no se fatigará, / pues a su puerta la hallará sentada.
Pensar en ella es prudencia consumada, / y quien vela por ella, pronto se verá sin afanes.
Ella misma busca por todas partes / a los que son dignos de ella; / en los caminos se les muestra benévola / y les sale al encuentro en todos sus pensamientos.

Salmo 62,2. 3-4. 5-6. 7-8: R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, / mi alma está sedienta de ti; / mi carne tiene ansia de ti, / como tierra reseca, agotada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario / viendo tu fuerza y tu gloria! / Tu gracia vale más que la vida, / te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré / y alzaré las manos invocándote. / Me saciaré como de enjundia y de manteca / y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti / y velando medito en ti, / porque fuiste mi auxilio, / y a la sombra de tus alas canto con júbilo.

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 4,12-17 (El texto entre [ ] puede omitirse por razón de brevedad). Hermanos: No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él. [Esto es lo que os decimos como Palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para su venid, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.]

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 25,1-13. En aquel tiempo dijo Jesús á sus discípulos esta parábola: -El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco, de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz:
-«¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!» Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas.
Y las necias dijeron a las sensatas: -«Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.»
Pero las sensatas contestaron: -«Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.»
Mientras iban a comprarlo llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:
-«Señor, señor, ábrenos.»
Pero él respondió: -«Os lo aseguro: no os conozco.»
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.
Comentario: La seguridad es uno de los tópicos de nuestro tiempo. Queremos vivir seguros (¿para vivir tan tranquilos?). Le preguntaron a Woody Allen, una vez, si él creía que había vida después de la muerte. Allen contestó que no sabía, que estaba muy ocupado tratando de saber si podía vivir un poco antes de morir; en realidad es un neurótico obsesionado por la salud y se reconoce hipocondríaco. En una de sus películas le hacen una prueba de cáncer y cuando sale negativa se deprime, en lugar de alegrarse de tener vida, piensa en que no puede controlar lo más importante. Quizá porque nunca como hasta ahora, cuando nos creemos tener tanto, nos hemos dado cuenta de lo poco que tenemos y de lo perentoriamente que lo tenemos. Precisamente hoy, cuando nos acucia el deseo de una vida segura, experimentamos con mayor brutalidad la inseguridad de la vida: un accidente de trabajo, un accidente de coche, un terrorista... Se vigila la tasa de crecimiento de la población, los índices de producción, el grado de contaminación, el alza de los precios, los fraudes de los productos, los movimientos en la universidad, en los trabajadores, en los eclesiásticos, en los intelectuales... Se vigila la producción literaria, se controlan los medios de comunicación, se potencian las organizaciones de seguridad y defensa, se vuelven más rígidas las leyes y mas duras las sanciones... Y tanto afán de seguridad, tanta vigilancia, está llevando a los pueblos a sistemas políticos cada vez más autoritarios. Cada día es más profunda la división entre los que acaparan el poder de decisión y los que no tienen más alternativa que ejecutar lo que otros deciden. El poder se centraliza, se concentra y crece desmesuradamente hasta oprimir a los hombres. Ya estamos seguros, sí; pero a costa de la libertad, de la iniciativa, de la dignidad. Estamos seguros como en un fanal: sin libertad de movimiento. La política se interfiere cada vez más en todos los campos y difícilmente se puede ya dar un paso sin que sea política (“Eucaristía 1972”).
1. v. 13-14: Se presenta aquí la Sabiduría de Dios personificada por una joven hermosa que solicita a su amante para un encuentro feliz. La Sabiduría no se comporta como una mujer esquiva; todo lo contrario: se hace la encontradiza para los que la aman, para los que la desean y la buscan. El verdadero conocimiento de Dios no es el resultado de una laboriosa operación intelectual, es un don que se ofrece con generosidad a cuantos se disponen a recibirlo con un corazón abierto.
v. 15:La Sabiduría de Dios madruga más que quienes la desean. Cuando éstos despiertan y empiezan a buscarla, he aquí que la encuentran esperando a la puerta. No necesitan andar detrás de ella todo el día. Dios se presenta al hombre que le busca y se anticipa a sus deseos.
v. 17: De manera que la primera iniciativa para el encuentro la lleva la Sabiduría de Dios. Es decir, el mismo Dios busca a los que se muestran dignos de conocerlo. Más aún, el hombre no buscaría a Dios, si Dios no lo hubiera alcanzado antes. En todas las preguntas y deseos, en todas las búsquedas y pensamientos, ya está la Sabiduría de Dios haciendo que pregunten por ella, que la deseen y la busquen. Así que no es difícil conocer a Dios si no estamos interesados en ignorarle (“Eucaristía 1987”), y esto entonces sólo produce amargor, desilusión y vaciedad. El hombre ha de vigilar y estar atento a ese salir del Señor a su encuentro: "dichoso el hombre que me escucha, velando en mi portal cada día..." (Pr 8, 34). Sólo el que se abre a la sabiduría, a la divinidad..., obtiene la alegría, la paz, la tranquilidad..., y además todos los otros bienes (A. Gil Modrego), éste es el árbol de la ciencia del que depende todo, el árbol de la Vida.
2. Samo 62: Comenta así S. Agustín: «Este salmo habla en persona de Cristo nuestro Señor, es decir de la cabeza y de los miembros. [...] El es nuestra cabeza, nosotros somos sus miembros. Toda su Iglesia, que se halla diseminada por el mundo entero es su cuerpo, del cual él es la cabeza. Todos los fieles, no sólo los actuales, sino también los que existieron antes que nosotros y los que después de nosotros han de existir [...] pertenecen a su cuerpo. [...] Cuando oímos su voz, debemos entenderla como procediendo de la cabeza y del cuerpo, porque todo cuanto padeció, también lo padecimos nosotros en él, y, asimismo, lo que padecemos nosotros, él lo padece en nosotros. [...] Luego con razón su voz es nuestra voz, y la nuestra, la de él. Oigamos ya el salmo, y en él entendamos a Cristo que habla.» Después de esta introducción cristológica habla de la sed del cristiano, y estar en vela: «No velarías en ti si no apareciese la luz que te despertase del sueño. Cristo ilumina las almas y las hace estar en vigilia; si aparta su luz, se entregan al sueño… Si vigiláis, debéis cotidianamente decir a éstos [los que se hallan en el sueño del alma]: Tú que duermes, despierta y levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará (Ef 5, 14). Vuestra vida y vuestras costumbres deben estar despiertas en Cristo para que las perciban otros, los dormidos paganos, y así, al ruido de vuestra vigilia, se exciten y desperecen del sueño y comiencen a decir con vosotros: “¡Oh Dios! tú eres mi Dios, por ti madrugo!”… Hay algunos que tienen sed, pero no de Dios. Todo el que pretende conseguir algo para sí, se halla en el ardor del deseo. Este deseo es la sed del alma [...]. Todos los hombres arden en deseos y apenas se encuentra quien diga: “Mi alma está sedienta de Ti”. Sienten los hombres sed del mundo, y no comprenden que [...] debe el alma sentir sed de Dios. Digamos nosotros: “De ti tuvo sed mi alma”. Digámoslo todos, porque en la unión con Cristo todos somos una sola alma.
“Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote”. La expresión salmista de las manos levantadas le sugiere las manos de Jesús extendidas en la cruz «para que nosotros extendiéramos las nuestras en las buenas obras… Al levantar él sus manos y ofrecerse por nosotros en sacrificio a Dios [...] se borraron todos nuestros pecados». También el cristiano debe, pues, levantar sus manos a Dios en la oración, pero debe hacerlo acompañado de las buenas obras. Es decir, la oración debe ser lo más coherente posible con la vida (n. 14). Luego se extiende a exponer qué es lo que se debe pedir en la oración. No debemos pedir nimiedades, ni simplemente cosas materiales. Por encima de todo debemos pedir cosas espirituales: la sabiduría para hacer obras buenas, la hartura del cielo (significada simbólicamente por la enjundia y la manteca de que habla el v. 6 del salmo), que Dios mismo sea nuestra riqueza. Debemos orar mientras tenemos «sed», es decir, mientras estamos en esta vida. Luego, una vez pase la sed, pasará también la oración y le sucederá la alabanza: mis labios te alabarán jubilosos.
-La vida en Dios (vv. 7-8): “En el lecho me acuerdo de ti y velando medito en ti porque fuiste mi auxilio”. Con un gran conocimiento de la vida espiritual, insiste en que cuando uno descanse no se disipe y se acuerde de Dios, porque «aquel que no piensa en Dios cuando está en el descanso, en sus actividades no podrá pensar en él». Y quien se acuerda de Dios, puede realizar las buenas obras que enseña Cristo, gracias al auxilio que él le ofrece para que no desfallezca por debilidad. Las buenas obras son las obras propias de la luz y de los hijos de la luz. A esto lo llama Agustín «obrar de madrugada» y equivale a "obrar en Cristo". Para ello, Cristo nos ampara con sus alas, según su afirmación: ¡Jerusalén, Jerusalén! ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos, y no quisiste! (Mt 23,37). Debemos hacernos pequeños para que el Señor nos cubra y así paradójicamente nos haremos grandes: «Queramos estar siempre protegidos por él, porque podremos ser siempre grandes en él si siempre permanecemos parvulitos debajo de él. Y a la sombra de tus alas canto con júbilo. Ahí está el tema de la humildad cristiana; cuanto más humildes («parvulitos») más grandes ante Dios. Y más alegría interior. El salmista sediento se adhiere a Dios (“Oración de las horas 1993”).
El salmista entra impetuosamente. Irrumpe en el escenario con una fuerza vehemente: «Oh, Dios, Tú eres mi Dios, por ti madrugo; mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua». Es difícil encontrar figuras poéticas que expresen de manera tan gráfica y potente lo que el salmista entiende como sed de Dios. Pareciera que estuviéramos ante una sed fisiológica o animal, simbolizada en esos terrenos baldíos que, durante el verano, son de tal manera afectados por la sequía que se abren en ellos por todas partes grietas profundas, como bocas sedientas reclamando ardientemente la lluvia. Otro salmo, para describir el mismo fenómeno, acude a la comparación de los ciervos que, luego de recorrer abruptas montañas y encaramarse en los riscos más altos, descienden vertiginosamente a las quebradas y los valles, devorados por la sed, en busca de las frescas corrientes de agua (Sal 42). Esta sed corresponde a una sensación general, de carácter afectivo, cuajada de nostalgia, anhelo, atracción y seducción (Jer 20,7). El hombre es un pozo infinito, cavado según una medida infinita; por eso, infinitos finitos nunca podrán colmarlo, sino tan sólo un Infinito. ¡Criatura singular el hombre, que lleva reflejada en lo más profundo de sus aguas la imagen de un Dios! Y, por esta impronta eterna, somos, inevitablemente, buscadores instintivos del Eterno, caminantes que, en un movimiento de retorno, navegamos río arriba en busca de la Fuente Primordial. En suma, ¡peregrinos de lo Absoluto! Esta sed, o esta sensibilidad divina, en muchas personas es invencible; en otras, fuerte, y en otras, débil, de acuerdo con el don recibido. Hay también quienes no la recibieron en ningún grado. Otros -muchos- la dejaron atrofiarse por falta de cuidado y atención, o se les acabó extinguiendo -y éste es el caso más común- en el remolino de la desventura humana. En el fondo, el salmo 62 es una radiografía antropológica en la que queda al descubierto la estructura trascendente y fundamental del corazón humano. Y así se explica el hecho siguiente: ciertos fenómenos trágicos del alma humana no son otra cosa sino la otra cara de la sed de Dios. La insatisfacción humana, en toda su grandeza y amplitud, el tedio de la vida, ese no saber para qué está uno en el mundo, la sensación de vacío, el desencanto general.... no son otra cosa que la otra cara del Infinito. En el principio, Dios depositó en el suelo humano una semilla de sí mismo: lo creó a su medida, según su propia «estructura», le hizo por El y para El. Cuando el corazón humano intente centrarse en las criaturas, cuyas medidas no le corresponden, el hombre entero se sentirá desajustado y sus huesos crujirán. Y, como dice San Agustín, el hombre se sentirá entonces desasosegado e inquieto, hasta afirmarse finalmente y descansar en Dios. Tiene, pues, este salmo un profundo alcance antropológico, bellísimo, por ejemplo en este: «Al despertar, me saciaré de tu semblante» (Sal 17,15). Se advierte en estas palabras una experiencia inefable del hombre que, al despertar por la mañana, en lugar de ser asaltado y vencido por los recuerdos tristes o por preocupaciones obsesivas, se siente invadido por el recuerdo vivo del Señor, cuya Presencia (semblante) le inunda de seguridad y alegría para abordar animosamente el quehacer del nuevo día. Dios no es una abstracción mental, es cosa de vida, es una persona, y a una persona no se la «conoce» reduciéndola a un conjunto de ideas lógicas, sino tratándola. Una cosa es la idea de Dios, y otra Dios mismo. Una cosa es la idea (fórmula química) del vino, y otra cosa el vino mismo. Nadie se embriaga con la palabra «vino», ni con su fórmula química. Una cosa es la palabra «fuego», y otra el fuego mismo. Nadie se abrasa con la palabra «fuego». Nadie se sacia con la consabida fórmula del agua: H2O. Hay que beberla. Dios es el agua fresca, el vino ardiente, pero hay que beberlo. Quienes no lo prueben, no pueden ser «catadores» de ese Vino, no saben nada de ese Vino, porque no lo han saboreado. Por eso, el salmista invita, desafía, a «saborear» al Señor. Y es así como, lleno de ternura, sigue explayándose el salmista: «En el lecho me acuerdo de Ti, y velando medito en Ti.» Un hombre así jamás será acosado por el miedo. Avanzará noche adentro, y nunca le rondarán los fantasmas; y mientras trabaja, y camina y se relaciona con los demás, la seguridad y la alegría le acompañarán como dos ángeles tutelares, porque «Tú estás conmigo». Para significar este estado interior de liberación, sale de la boca del salmista uno de los versos más espléndidos: «A la sombra de tus alas canto con júbilo» Jubilo: la palabra más alta entre los sinónimos de alegría. Canto: cuando espontáneo, es siempre una vía de escape; cuando alguien desborda de gozo, necesita estallar, y el canto es un estallido. Ala: en la Biblia, es frecuentemente símbolo del poder protector de Dios. Sombra: en una tarde calurosa de estío, el regalo más apetecible. Júntense ahora las cuatro palabras y nos encontraremos con que el salmista consigue la «hazaña» de describir lo indescriptible en un solo y corto verso; y nos encontramos con un panorama humano envidiable: un hombre precedido por la seguridad, seguido por la paz, custodiado por la libertad y respirando alegría por todos sus poros. ¿Quién impedirá que un hombre así sea para todos amor y salvación? (Larrañaga)
El alma sedienta de Dios. Comenta Juan Pablo II: “El salmo 62, sobre el que reflexionaremos hoy, es el salmo del amor místico, que celebra la adhesión total a Dios, partiendo de un anhelo casi físico y llegando a su plenitud en un abrazo íntimo y perenne. La oración se hace deseo, sed y hambre, porque implica el alma y el cuerpo. Como escribe santa Teresa de Ávila, "sed me parece a mí quiere decir deseo de una cosa que nos hace tan gran falta que, si nos falta, nos mata" (Camino de perfección, c. 19). La liturgia nos propone las primeras dos estrofas del salmo, centradas precisamente en los símbolos de la sed y del hambre, mientras la tercera estrofa nos presenta un horizonte oscuro, el del juicio divino sobre el mal, en contraste con la luminosidad y la dulzura del resto del salmo. Así pues, comenzamos nuestra meditación con el primer canto, el de la sed de Dios (cf. versículos 2-4). Es el alba, el sol está surgiendo en el cielo terso de la Tierra Santa y el orante comienza su jornada dirigiéndose al templo para buscar la luz de Dios. Tiene necesidad de ese encuentro con el Señor de modo casi instintivo, se podría decir "físico". De la misma manera que la tierra árida está muerta, hasta que la riega la lluvia, y a causa de sus grietas parece una boca sedienta y seca, así el fiel anhela a Dios para ser saciado por él y para poder estar en comunión con él. Ya el profeta Jeremías había proclamado: el Señor es "manantial de aguas vivas", y había reprendido al pueblo por haber construido "cisternas agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2, 13). Jesús mismo exclamará en voz alta: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba, el que crea en mí" (Jn 7, 37-38). En pleno mediodía de una jornada soleada y silenciosa, promete a la samaritana: "El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna" (Jn 4, 14). Con respecto a este tema, la oración del salmo 62 se entrelaza con el canto de otro estupendo salmo, el 41: "Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo" (vv. 2-3). Ahora bien, en hebreo, la lengua del Antiguo Testamento, "el alma" se expresa con el término nefesh, que en algunos textos designa la "garganta" y en muchos otros se extiende para indicar todo el ser de la persona. El vocablo, entendido en estas dimensiones, ayuda a comprender cuán esencial y profunda es la necesidad de Dios: sin él falta la respiración e incluso la vida. Por eso, el salmista llega a poner en segundo plano la misma existencia física, cuando no hay unión con Dios: "Tu gracia vale más que la vida" (Sal 62, 4). También en el salmo 72 el salmista repite al Señor: "Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra. Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre! (...) Para mí, mi bien es estar junto a Dios" (vv. 25-28). Después del canto de la sed, las palabras del salmista modulan el canto del hambre (cf. Sal 62, 6-9). Probablemente, con las imágenes del "gran banquete" y de la saciedad, el orante remite a uno de los sacrificios que se celebraban en el templo de Sion: el llamado "de comunión", o sea, un banquete sagrado en el que los fieles comían la carne de las víctimas inmoladas. Otra necesidad fundamental de la vida se usa aquí como símbolo de la comunión con Dios: el hambre se sacia cuando se escucha la palabra divina y se encuentra al Señor. En efecto, "no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor" (Dt 8, 3; cf. Mt 4, 4). Aquí el cristiano piensa en el banquete que Cristo preparó la última noche de su vida terrena y cuyo valor profundo ya había explicado en el discurso de Cafarnaúm: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 55-56). A través del alimento místico de la comunión con Dios "el alma se une a él", como dice el salmista. Una vez más, la palabra "alma" evoca a todo el ser humano. No por nada se habla de un abrazo, de una unión casi física: Dios y el hombre están ya en plena comunión, y en los labios de la criatura no puede menos de brotar la alabanza gozosa y agradecida. Incluso cuando atravesamos una noche oscura, nos sentimos protegidos por las alas de Dios, como el arca de la alianza estaba cubierta por las alas de los querubines. Y entonces florece la expresión estática de la alegría: "A la sombra de tus alas canto con júbilo" (Sal 62, 8). El miedo desaparece, el abrazo no encuentra el vacío sino a Dios mismo; nuestra mano se estrecha con la fuerza de su diestra (cf. Sal 62, 9). En una lectura de ese salmo a la luz del misterio pascual, la sed y el hambre que nos impulsan hacia Dios, se sacian en Cristo crucificado y resucitado, del que nos viene, por el don del Espíritu y de los sacramentos, la vida nueva y el alimento que la sostiene. Nos lo recuerda san Juan Crisóstomo, que, comentando las palabras de san Juan: de su costado "salió sangre y agua" (cf. Jn 19, 34), afirma: "Esa sangre y esa agua son símbolos del bautismo y de los misterios", es decir, de la Eucaristía. Y concluye: "¿Veis cómo Cristo se unió a su esposa? ¿Veis con qué nos alimenta a todos? Con ese mismo alimento hemos sido formados y crecemos. En efecto, como la mujer alimenta al hijo que ha engendrado con su propia sangre y leche, así también Cristo alimenta continuamente con su sangre a aquel que él mismo ha engendrado".
3. 1 Ts 4, 12-17. Este mes de los difuntos encuadra muy bien esta lectura, como explica S. Agustín: recuerda que el Apóstol nos exhorta a no entristecernos. “Nos amonesta el Apóstol a no entristecernos por nuestros seres queridos que duermen, o sea, que han muerto, como hacen los que no tienen esperanza, es decir, esperanza en la resurrección e incorrupción eterna. También la costumbre de la Escritura los denomina en verdad durmientes, para que al escuchar este término no perdamos la esperanza de que hemos de volver al estado de vigilia. Por ello se canta también en el salmo: ¿Acaso no volverá a levantarse el que duerme? (Sal 40,9). Los muertos causan tristeza, en cierto modo natural, en aquellos que los aman. El pánico a la muerte no proviene, en efecto, de la sugestión, sino de la naturaleza. Pero la muerte no habría llegado al hombre si no hubiese existido antes la culpa que originó la pena. En consecuencia, si hasta los animales, que han sido creados para morir a su debido tiempo, huyen de la muerte y aman la vida, ¡cuánto más el hombre, que había sido creado de forma que, si hubiera querido vivir sin pecado, hubiera vivido sin término! De aquí surge el que necesariamente estemos tristes cuando nos abandonan aquellos a los que amamos, pues aunque sabemos que no nos abandonan para siempre a los que quedamos aquí, sino que nos preceden por algún tiempo a quienes hemos de seguirles, sin embargo, la misma muerte de la que huye la naturaleza, cuando se adueña del ser amado, contrista en nosotros hasta el afecto de la amistad. Por eso no nos exhortó el Apóstol a no entristecernos, sino a no hacerlo como los que no tienen esperanza (1 Tes 4,12). En la muerte de los nuestros, pues, nos entristecemos ante su pérdida necesaria, pero con la esperanza de recuperarlos. Nos angustia lo primero, nos consuela lo segundo; allí nos abate la debilidad, aquí nos levanta la fe; de aquéllo se duele la naturaleza humana, de esto nos sana la promesa divina. Por lo tanto, las pompas fúnebres, los cortejos funerarios, la suntuosa diligencia frente a la sepultura, la lujosa construcción de los panteones significan un cierto consuelo para los vivos, nunca una ayuda para los muertos. En cambio, no se puede dudar de que se les ayuda con las oraciones de la santa Iglesia, con el sacrificio salvador y con las limosnas que se otorgan en favor de sus almas, para que el Señor los trate con más misericordia que la merecida por sus pecados. Esa costumbre, trasmitida por los padres, la observa la Iglesia entera por aquellos que murieron en la comunión del cuerpo y sangre de Cristo, y de modo que, al mencionar sus nombres en el momento oportuno del sacrificio eucarístico; ora y recuerda que se ofrece también por ellos. Si estas obras de misericordia se celebran como recomendación por ellos, ¿quién dudará de que han de serles útiles a aquellos por quienes se presentan súplicas ante Dios de ningún modo inútiles? No quepa la menor duda de que todas estas cosas son de provecho para los difuntos, pero sólo para quienes vivieron antes de su muerte de forma tal que puedan serles útiles después de ella. Pues respecto a quienes emigraron de sus cuerpos sin la fe que actúa por la caridad (Gál 5,6) y sin los sacramentos de esa fe, en vano cumplen los suyos con los sacramentos de la piedad, de cuya prenda carecieron mientras vivían aquí, o porque no recibieron o porque recibieron en vano la gracia de Dios y atesoraron para sí su ira y no su misericordia. Cuando los suyos realizan alguna acción buena por ellos, no por eso adquieren nuevos méritos los difuntos, pero se les añade a los propios de antes. Solamente en esta vida existe la posibilidad de obrar de modo que estas cosas les sean de alguna ayuda una vez que hayan dejado de existir. Y, por tanto, al llegar al término de esta vida, nadie podrá tener después más de lo merecido en ella”
4. Mt 25, 1-13: Ya no vivimos en una sociedad “cristiana”, ahora toca a los de Jesús ser fermento en la masa de un modo especial, por eso –con formación y vida espirtual- han de ser sal de la tierra, luz del mundo. Hay decepción en unos, desencanto, pero hemos de querer vivir en este mundo en que Dios nos ha puesto, y amarlo, y llevar a Jesús a él. La fe mira hacia delante. La fe es conversión al Señor que viene, que está viniendo. Porque la fe es éxodo de la antigua esclavitud y salida hacia la tierra prometida. (...). El miedo ante lo desconocido nos lleva a refugiarnos en la costumbre y en la rutina, a recelar del cambio, a rechazar incluso lo nuevo por el simple hecho de serlo. "Mas vale malo conocido que bueno por conocer". Sin embargo, el evangelio es noticia, anuncio y proclamación de lo nunca visto. Por eso lo propio de los que escuchan el evangelio es abrirse y dejarse sorprender confiadamente y no juzgarlo todo y condenarlo desde los prejuicios y costumbres en las que uno se siente seguro. Para los cristianos, a fin de cuentas y después de todo, el que viene no es el coco sino el Señor. Él nos ha invitado a las bodas eternas. Jesús dice a sus discípulos que vigilen o que velen, porque no conocen el día y la hora de su visita. Pero hay muchas maneras de vigilar. Las grandes potencias vigilan o se vigilan las unas a las otras. Los banqueros también vigilan y, para guardar sus caudales, instalan sofisticados sistemas de seguridad. En este mundo todos los que "tienen una viña", aprenden a vigilar desde su torre, y la torre crece cada vez más conforme se extiende su propiedad o su viña. El miedo no les deja dormir, y "el miedo -se dice- guarda la viña". Este miedo les mantiene con los ojos abiertos, tan abiertos que llegan a ver con frecuencia hasta lo que no existe: brujas y fantasmas, herejes y enemigos ocultos por todas partes. Es un miedo que les quita la paz interior y que crea, necesariamente, una atmósfera enrarecida que acaba con la confianza. Otra manera de vigilar es la de los que no tienen nada y lo esperan todo. Estos vigilan porque tienen esperanza. Pero hay que entenderlo bien. De una parte, la esperanza nos hace soñar. Sin embargo, estos sueños son de los que no le dejan dormir a uno. Son los sueños que nos ponen en vilo y que nos enfrentan con la realidad, para comprometernos con ella y preparar los caminos del gran advenimiento. Sueños que nos cambian la vida y que ayudan a transformar el mundo. El que vigila así, porque tiene esperanza, tiene también paz y construye la paz a su alrededor. Por lo tanto, no se trata de estar a la espera o de llevar una vida tranquila y sin problemas (“Eucaristía 1981”). “Yo tuve un sueño. Soñé que un día en las rojas colinas de Grecia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de sus amos se sentaban juntos en mesa de hermandad. Soñé que un día mis cuatro hijos negros no eran juzgados por el color negro de su piel, sino por el contenido de su responsabilidad. Hoy he tenido un sueño. He soñado que un día los valles serán rellenados, las montañas serán aplanadas, los caminos tortuosos serán enderezados y la gloria del Señor se revelará y todos la contemplaremos juntos. Esta es nuestra esperanza” (Martin Luther-King).
Comenzamos a leer hoy el cap. 25 de Mt, que terminaremos dentro de 15 días, en la solemnidad de Xto Rey. Para situar la parábola de hoy en su ambiente, citamos estas palabras de J. Jeremías: "Después de que el día se ha pasado en bailes y otras diversiones, tiene lugar la cena de la boda después de la caída de la noche. A la luz de las antorchas es conducida luego la novia a la casa del esposo. Finalmente un mensajero anuncia la llegada del esposo, que hasta entonces ha tenido que permanecer fuera de la casa; las mujeres dejan a la novia y van con antorchas al encuentro del esposo... La demora está ocasionada por el regateo sobre los regalos a los parientes más cercanos a la novia... El punto cumbre de las fiestas de la boda es la entrada del novio en la casa" (Las parábolas de Jesús, pag. 210-211).
Pues si creemos que Jesús ha resucitado, también nosotros resucitaremos. Así argumenta Pablo en la segunda lectura. Por lo tanto, no podemos vivir como los que no tienen esperanza y como si nuestro último destino fuera la muerte. La fe en JC resucitado levanta en nosotros una esperanza que es como la brisa que viene de la tierra prometida. Ese es nuestro consuelo. Ese es el viento favorable para navegar, la ventaja de los creyentes. Pero el que espera ha de saber que todavía no ha llegado a puerto. En consecuencia, su esperanza debe acreditarse en la ruta y no en la tranquilidad. Esperar no es simplemente estar a la espera, con los brazos cruzados. Debemos cuidarnos mucho de no desalentar a los otros con una falsa esperanza del cielo que se desentiende de las necesidades de la tierra y deja insatisfechos a los que sufren hambre de pan y de justicia. Vigilemos. Vivamos como las vírgenes sabias y prudentes de la parábola, atentos y preparados. Soñemos para estar bien despiertos, en vez de dormir para poder soñar. Porque los sueños verdaderos son los que no nos dejan dormir, los que movilizan todas nuestras fuerzas hacia el reinado de Dios. En cambio, aquellos sueños de los que están profundamente dormidos en su irresponsabilidad son sueños criminales que nos quitan la vida auténtica. Sueños que nos alejan del prójimo, de nosotros mismos, de Dios y de la realidad. Sueños que acaban con el hombre. Contra esta manera de soñar, de morir, está la vigilancia de la vida cristiana. EUCAristía 1978/52
Las cinco jóvenes poco previsoras reciben una dura sentencia condenatoria sin haber hecho nada malo. Ni siquiera maltrataron a los criados, como el mayordomo infiel. Tropezamos aquí con el tema clásico de la omisión y la neutralidad. El teórico "no hacer nada malo" es también una manera de hacer el mal. Algo así como el negar auxilio en carretera. Es no dar de comer al hambriento, es no vestir al desnudo. La neutralidad no existe. Todos estamos siempre comprometidos. Lo importante es saber con qué o con quién (“Eucaristía 1990”).
La primera impresión que produce la lectura de la parábola de las vírgenes prudentes y necias es un interrogante: ¿qué pasaría si las prudentes hubieran prestado el aceite y todas tuvieran las lámparas encendidas?, ¿castigaría el Buen Dios a las que compartieron el aceite? Si Jesús quisiera decir eso que pensamos a primera vista habría que hablar de una contradicción y constatar inmediatamente que el mismo Jesús nos manda multitud de veces repartir nuestro aceite. La conclusión es fácil: Jesús está hablando de alguna exigencia que no se puede resolver con aceite prestado. Tanto en el mundo de la fe como en el de la realidad humana hay multitud de valores que son ardua adquisición o no se tienen. El aceite y la lámpara encendida significan aquí algo personal e intransferible, que forma parte de la propia identidad, que está o no está en toda la biografía personal. Sin eso que aquí se significa, el hombre no es hombre, el hombre es irreconocible incluso para Dios: "no os conozco". ¿Qué significa tener aceite y tener lámparas encendidas? La liturgia sugiere una cierta identidad entre el aceite de la parábola y la Sabiduría (Sb 6. 13-17), y entre las lámparas apagadas y la aflicción desesperada ante la muerte (1 T 4. 13-17). Según esto, Dios no podría hacer nada por un hombre sin luz y sin esperanza, y esto no porque a Dios le falte misericordia, sino por la imposibilidad radical de poder llamar hombre a una vida sin luz y sin sentido. Sólo nos queda una salida: o afirmamos que no hay hombres sin luz, aunque sea mínima, o aceptar que si nos faltara ese mínimo estaríamos inevitablemente excluidos de la fiesta del Padre. De vigilar esa seria posibilidad que pesa sobre cada uno de nosotros nos habla la liturgia de estos domingos. ¿Se puede ser optimista? Parece que sí; no por lo fácil que pueda parecer tener luz, sino porque Dios nos hizo heridos y marcados por ella. Lo leemos hoy: "La sabiduría se anticipa a darse a conocer a los que la desean...", "ella busca por todas partes a los que son dignos de ella" (Jaime Ceide).
El hecho de que las sensatas no den parte de su aceite significa que la actitud que ellas representan no puede adquirirse sin preparación, sino que tiene su precio. El hecho de que el Señor no les abra la puerta significa que las necias no pueden en realidad entrar en la sala del banquete; es algo parecido a lo que sucede con un profano en música, que no puede "entrar" en una sinfonía, sino que siempre se quedará fuera de ella, a pesar de lo que puedan desear los músicos (Mt 11, 17) (San Agustín).
Mt 25,1-13: estos tres últimos domingos del año tienen en sus lecturas un claro tono de "escatología": apuntan, cada uno a su modo, a la Venida de Cristo. Hoy, con la parábola de las vírgenes, el próximo, con la de los talentos, y el último, con la solemnidad de Cristo Rey. Luego, el Adviento, seguirá también en esa clave de mirada al futuro y de invitación a la vigilancia. Es la temporada del año en que los cristianos somos interpelados por la Palabra respecto a nuestra esperanza y preparación hacia esa venida. Hoy la homilía podría tener este matiz: la sabiduría verdadera está en saber estar atentos y vigilantes ante la presencia del Señor en nuestras vidas y su vuelta final.
La virginidad del cuerpo la poseen pocos; la del corazón han de poseerla todos. Aquellas vírgenes simbolizan a las almas. En realidad no eran sólo cinco, pues eran símbolo de millares de ellas. Además, ese número cinco comprende tanto varones como mujeres, pues ambos sexos están representados por una mujer, es decir, por la Iglesia. Y a ambos sexos, estos es, a la Iglesia, se la llama virgen: Os he desposado con un único varón para presentaron a Cristo cual virgen casta (2 Cor 11,2). Pocos poseen la virginidad de la carne, pero todos deben poseer la del corazón. La virginidad de la carne consiste en la pureza del cuerpo; la del corazón en la incorruptibilidad de la fe. A la Iglesia entera, pues, se la denomina virgen y, con nombre masculino, pueblo de Dios; uno y otro sexo es pueblo de Dios, un solo pueblo, el único pueblo; y una única Iglesia, una única paloma. Y en esta virginidad se incluyen muchos miles de santos. Luego las cinco vírgenes simbolizan a todas las almas que han de entrar en el reino de Dios. Y no carece de motivo el que se haya elegido el número cinco, porque cinco son los sentidos del cuerpo conocidísimos de todos. Cinco son las puertas por las que las cosas entran al alma mediante el cuerpo: o por los ojos, o por el oído, o por el olfato, o por el gusto, o por el tacto; por uno de ellos entra cualquier cosa que apetezcas desordenadamente. Quien no admita corrupción alguna por ninguna de estas puertas ha de ser contado entre las vírgenes. Se da paso a la corrupción también por los deseos ilícitos. Qué sea lícito y qué ilícito, aparece en cada página de los libros de las Escrituras. Es preciso, pues, que te encuentres dentro de aquellas cinco vírgenes. Entonces no temerás las palabras: «Que nadie entre». Así se dirá y se hará, pero una vez que hayas entrado tú. Nadie cerrará la puerta ante tus narices; mas cuando hayas entrado, se cerrarán las puertas de Jerusalén y se asegurarán sus cerrojos. Pero si tú quieres o bien no ser virgen, o bien virgen necia, quedarás fuera y en vano llamarás. ¿Quiénes son las vírgenes necias? También ellas son cinco. Son las almas que conservan la continencia de la carne, evitando toda corrupción, procedente de los sentidos, que acabo de mencionar. Evitan ciertamente la corrupción, venga de donde venga, pero no presentan el bien que hacen a los ojos de Dios en la propia conciencia, sino que intentan agradar con él a los hombres, siguiendo el parecer ajeno. Van a la caza de los favores del populacho y, por lo mismo, se hacen viles, cuando no les basta su conciencia y buscan ser estimadas por quienes las contemplan. Evidentemente no llevan el aceite consigo, aceite que es el hecho de gloriarse, en cuanto que procura brillo y esplendor. Pero ¿qué dice el Apóstol? Observa a las vírgenes prudentes que llevan consigo el aceite: Cada uno examine su obra, y entonces hallará el motivo de gloria en sí mismo, no en otro (Gál 6,4). Éstas son las vírgenes prudentes. Las necias encienden ciertamente sus lámparas; parece que lucen sus obras, pero decaen en su llama y se apagan, porque no se alimentan con el aceite interior. Como el esposo se retrase, quedan dormidas todas, en cuanto que todos los hombres, de una y otra categoría, se duermen en el momento de la muerte. Al retrasarse la venida del Señor sobreviene, tanto a las necias como a las sabias, la muerte de la vida corporal y visible, a la que la Escritura llama sueño, como saben todos los cristianos. Hablando de ciertos enfermos, dice el Apóstol: Porque hay entre vosotros muchos débiles y enfermos y muchos duermen. Dice duermen, en lugar de «mueren». Mas he aquí que el esposo ha de venir; todas se levantarán, pero no todas han de entrar. Faltarán las obras a las vírgenes necias, por no tener el aceite de la conciencia, y no encontrarán a quién comprar lo que solían venderles los aduladores. Las palabras: Id a comprarlo para vosotras las pronuncia una boca burlona, no un corazón envidioso. Las vírgenes necias se lo habían pedido a las prudentes, diciéndoles: Dadnos aceite, pues nuestras lámparas se apagan. Y qué les dijeron las vírgenes prudentes? Id más bien a quienes lo venden y compradlo para vosotras, no sea que no haya bastante para nosotras y vosotras. Era como decirles: ¿De qué os sirven ahora todos aquellos a quienes solíais comprar la adulación? Y mientras ellas fueron a comprarlo, entraron las prudentes y se cerró la puerta (Mt 25,1-13). Cuando se alejan con el corazón, cuando piensan en tales cosas, cuando dejan de mirar a la meta y volviéndose atrás recuerdan sus méritos pasados, es como si fueran a los vendedores; pero entonces ya no encuentran a los protectores, ya no encuentran a quienes las alababan entonces y las estimulaban a hacer el bien, no por la fortaleza de la buena conciencia, sino por el estímulo de la lengua ajena.
EL SABIO Y EL NECIO. Ya la primera lectura nos ha presentado la urgencia de encontrarnos con la verdadera sabiduría, que el autor ha descrito como una persona que nos sale al encuentro y quiere que la busquemos: el que está con los ojos abiertos y sabe acogerla, ése será en verdad afortunado. Y, según este texto, es fácil poseer la sabiduría. No hace falta mucha ciencia o cultura: muchas personas sencillas han tenido ese don de la sabiduría, han sabido ver lo que valía la pena en la vida, mientras que otros muchos que se creen muy sabios, no han dado en la clave de este saber según Dios y han malgastado sus energías y su vida. La descripción de Cristo en su parábola, llena de vivacidad, nos vuelve a poner ante el dilema. Las cinco muchachas necias no supieron estar atentas y preparadas para la venida del novio, y así no pudieron entrar a la fiesta de bodas. Aquí la invitación es muy clara: "velad, porque no sabéis el día ni la hora".
-¿A QUÉ VIGILANCIA SE NOS INVITA?a) Ante todo hay que presentar a la comunidad eclesial como esencialmente "escatológica", o sea, como un pueblo en marcha, peregrino, que mira hacia adelante, que espera la Venida última de su Señor y Esposo. Esta perspectiva se irá repitiendo en los próximos domingos, hasta la Navidad. Y es una actitud fundamental para todo cristiano: además de la fe y de la caridad, un cristiano es una persona que espera, que está en vela mirando al futuro. El cristiano vive entre el recuerdo del gran acontecimiento de Cristo y la tensión hacia su vuelta final.
b) La vigilancia del cristiano es vivir en esta atención despierta. Los judíos no supieron estar atentos a la llegada del Esposo. Pero también nosotros corremos el peligro de adormecernos y dejar pasar el momento de gracia una y otra vez. Podemos pasar los días y los años distraídos; o bien locos tras otros valores (tras el anuncio de otros esposos y otras fiestas). Y luego, cuando llega el verdadero esposo, estamos desprevenidos. Y eso que una y otra vez Cristo nos ha avisado de que llegará en el momento menos esperado. Las comparaciones del ladrón que realiza su atraco, o del amo que vuelve del viaje, o del esposo que viene a poner en marcha su séquito de muchachas, son muy significativas.
c) Pero esto no sólo se refiere a la Vuelta final de Cristo, ni tampoco sólo al momento de nuestra propia muerte, aunque son los dos momentos culminantes de la historia comunitaria y personal. Se cumple aquello de nuestra literatura clásica: "que al final de la jornada, aquél que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada". Pero hay otras "venidas" de Cristo, el Esposo, a las que también debemos estar preparados y con los ojos bien abiertos. TODA LA VIDA ESTA LLENA DE MOMENTOS IMPORTANTES, IRREPETIBLES. Entre la venida primera y la última de Cristo, está su venida continuada, diaria, a nuestra vida personal y eclesial: "yo estoy con vosotros todos los días..." El cristiano sabio es el que está atento a esta presencia (Ver poesía "Dios nos habla a todas horas..."), el que sabe descubrir la cercanía de Cristo y de Dios en su vida, el que ve todas las cosas con los ojos de la fe, el que orienta su vida desde la perspectiva de Cristo. La verdadera vigilancia es una actitud continua de atención, de espera gozosa. Como dice Pablo en la 2a. lectura, a un cristiano la vida se le llena de esperanza porque está convencido de una cosa: así como Cristo ya ha resucitado de entre los muertos, así todos estamos destinados a resucitar también a la nueva vida. Y esto ilumina y da un color de sabiduría a cada uno de nuestros días.
d) "Vigilar" no es estar siempre con miedo, ni dejarnos atenazar por la angustia. Un cristiano no deja de vivir, y de gozar la vida, y de incorporarse seriamente a las tareas de la sociedad y de la Iglesia. Lo que pasa es que lo hace con responsabilidad, con la atención puesta en los verdaderos valores, los que valen en verdad la pena, sin dejarse amodorrar por las innumerables drogas de este mundo, o por la pereza y la inercia. Vivir en tensión gozosa. Los pocos años que vive quiere vivirlos de modo que acierte en la clave fundamental de su existencia. La presencia -invisible- del Esposo y su vuelta -visible y gloriosa- le sirven de focos que iluminan cada uno de sus pasos.
Sería hoy una buena ocasión -aunque tendremos más en domingos sucesivos- para destacar aquellos aspectos de nuestra celebración dominical que "miran al futuro": el canto del Sanctus, "bendito el que viene"; la aclamación "ven, Señor Jesús"; las palabras de la Plegaria Eucarística, "mientras esperamos su venida gloriosa...". Pero todo ello en medio de una celebración que no sólo espera la venida futura, sino que se goza ya en la presencia actual, porque comulga con el Cristo ya presente, que nos invita a su cena de bodas (J. Aldazábal).

viernes, 4 de noviembre de 2011

Sábado de la 31ª semana. San Pablo se rodea de cristianos, y la primitiva Iglesia nos recuerda una vida desprendida del dinero y vivida en confianza e

Sábado de la 31ª semana. San Pablo se rodea de cristianos, y la primitiva Iglesia nos recuerda una vida desprendida del dinero y vivida en confianza en Dios, y lo que vale de verdad

Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 16,3-9.16.22-27. Hermanos: Saludos a Prisca y Aquila, colaboradores míos en la obra de Cristo Jesús; por salvar mi vida expusieron su cabeza, y no soy yo sólo quien les está agradecido, también todas las Iglesias de los gentiles. Saludad a la Iglesia que se reúne en su casa. Saludos a mi querido Epéneto, el primer convertido de Cristo en Asia. Saludos a Maria, que ha trabajado mucho por vosotros. Saludos a Andrónico y Junia, mis paisanos y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que llegaron a Cristo antes que yo. Saludos a Ampliato, mi amigo en el Señor. Saludos a Urbano, colaborador mío en la obra de Cristo, y a mi querido Estaquis. Saludaos unos a otros con el beso ritual. Todas las Iglesias de Cristo os saludan. Yo, Tercio, que escribo la carta, os mando un saludo en el Señor. Os saluda Gayo, que me hospeda, y toda esta Iglesia. Os saluda Erasto, tesorero de la ciudad, y nuestro hermano Cuarto. Al que puede fortaleceros según el Evangelio que yo proclamo, predicando a Cristo Jesús, revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en los escritos proféticos, dado a conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe, al Dios, único sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 144, 2-3.4-5.10-11. R. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su grandeza.
Una generación pondera tus obras a la otra, y le cuenta tus hazañas. Alaban ellos la gloria de tu majestad, y yo repito tus maravillas.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.

Evangelio según san Lucas 16, 9-15. En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: -«Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.» Oyeron esto los fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de él. Jesús les dijo: -«Vosotros presumís de observantes delante de la gente, pero Dios os conoce por dentro. La arrogancia con los hombres Dios la detesta.»

Comentario: 1.- Rm 16, 03-9.16.22-27. Hoy terminamos la lectura de la carta a los Romanos, que nos ha acompañado durante un mes. Y lo hacemos admirando la delicadeza de Pablo, que saluda a personas muy concretas y transmite saludos también de parte de personas muy concretas. Recuerda agradecido a diversos colaboradores, la mayoría laicos, que le han ayudado en su misión. Para todos tiene una palabra de alabanza y aprecio. Él no ha estado todavía en Roma, pero se ve que muchos de sus conocidos de otras regiones han ido a parar allá. Juntamente con él, saludan a los romanos varias personas que le ayudan en ese momento. Pablo ha querido que conste también el nombre del amanuense que escribe la carta a su dictado: Tercio. La carta termina con una alabanza a Dios, por medio de Jesucristo.
Pablo trabajaba en equipo. A pesar de ser un líder con tantas cualidades, se apoya en personas que apenas conocemos nosotros. Es interesante que aparezcan aquí nombres como Andrónico, Junia, Ampliato, Urbano, Estaquis, Gayo, Cuarto... ¿Quiénes son?, ¿en qué colaboraron con Pablo? Tambien ahora, ¡cuántos laicos y laicas "anónimos", que no salen en las revistas de la Iglesia, están aportando una contribución valiosísima en la catequesis, en la pastoral de los niños o de los enfermos, en las misiones, en el sostenimiento también económico de las obras de la Iglesia! Parece que nadie se acuerda de agradecérselo. Pero seguro que están en la lista de Dios.
Pablo saluda a todos. Nombra y agradece a cada uno lo que ha hecho. Es como Jesús, que llama por su nombre a Marta y a María, y a la Magdalena, y a Tomás y a Pedro y a Felipe. ¿Sabemos saludar y agradecer nosotros? ¿sabemos los nombres de las personas que colaboran en el equipo de liturgia, o en el consejo pastoral, o en los grupos de catequesis o de atención a los enfermos? ¿o nuestra comunidad es una sociedad anónima? Saludar es salir un poco de sí mismos. Saludar agradecidos es reconocer que no somos protagonistas exclusivos: que sin la ayuda de otros, no hubiéramos hecho casi nada. Saludar es ser humilde y poner buena cara a todos, a los adictos y a los alejados. Además de agradecer a Dios y de bendecir su nombre, también debemos agradecer a las personas y tener un detalle con ellas (cumpleaños, Navidades, motivos de alegría o de luto familiares). Que el gesto de paz antes de comulgar, con los que están más cercanos a nosotros, sea verdadero, no ficticio, aprendiendo cada día a descubrir los valores que tienen las personas que viven con nosotros.
Como en cada final de carta. Pablo saluda a unas personas cuyos nombres cita. Hay que leer esos nombres con respeto: la mayoría son desconocidos, humildes cristianos de los primeros tiempos, colaboradores de Pablo, que no han dejado otra cosa, en la historia, que su nombre al final de una carta: sin embargo, sin duda, su papel ha sido capital... nos han transmitido la fe.
-Saludad a Prisca y Aquilas, mis cooperadores en Cristo Jesús... así también a la Iglesia que se reúne en su casa. Meditamos, de paso, lo que esta frase evoca. Un matrimonio cristiano... Aquilas y Prisca... que reúnen en su casa a un grupo de otros cristianos para celebrar la eucaristía. Rogamos para que nuestras misas, poco a poco, encuentren de nuevo algo de esa simplicidad y de ese fervor de vida "juntos" en la fe en el mismo Cristo Jesús.
-Saludad a Epeneto, María, Andrónico, Junia, Ampliato, Urbano, Estaquio... Y los cristianos que están con Pablo se unen a él para firmar la carta.
-Yo Tercio, que ha escrito esta carta os saludo en el Señor... De igual modo Gayo, Erasto, Cuarto... En las grandes ciudades de HOY encontraremos de nuevo la situación de esos primeros cristianos, una ínfima minoría de creyentes, perdidos en medio de un mundo. ¿Sabremos también crear esos «vínculos» entre personas que nos permite reconocernos y amarnos? De esos primeros cristianos se decía: «¡Ved cómo se aman!» En mi vida cotidiana, ¿qué hago yo en este mismo sentido para crear una fraternidad con otros, «en el Señor»? Conclusión.
-Gloria a Dios... Para san Pablo, la acción de gracias es el clima de su vida. Pasa el tiempo dando "Gloria a Dios".
-A Aquel que puede fortaleceros y consolaros conforme al Evangelio... Hemos destacado a menudo el tema de la «fuerza» del evangelio. La vida cristiana no es blandura. pasividad, sino "fuerza", dinamismo.
-Este es el «Misterio» que ha sido ahora revelado: mantenido en el silencio desde siempre... Pero hoy manifestado... La palabra "misterio" en san Pablo, tiene un sentido preciso. Evoca «el proyecto de Dios que se revela poco a poco a través de la historia». ¡El «proyecto de DIOS»! ¡El «designio de DIOS»! Escondido, precedentemente... Es ahora "manifestado". Pero no se revelará plenamente hasta el mundo futuro. El «designio» de Dios es constituir una humanidad reconciliada con Dios y consigo misma. El final de la historia humana es una humanidad «que ama», unida a Dios y en que están unidos los unos a los otros.
-Por disposición del Dios eterno, ese "misterio" ha sido dado a conocer a todas las naciones para conducirlas a la "obediencia" de la fe. La fe permite al hombre comulgar con este proyecto de Dios, corresponder a él y participar de él.
-Gloria a Dios, el único sabio, por Jesucristo y por los siglos de los siglos. Amén. Este proyecto es el fruto de la «sabiduría» de Dios. El, el sabio por excelencia, ¡el único sabio! Así termina la Carta. Un grito de admiración frente al misterio revelado: Cristo, clave de la historia y del destino de todo hombre (Noel Quesson).
Roma, como gran metrópoli, vivía en continua ósmosis de personas con todo el Imperio. Por esta misma ósmosis se debió de formar su Iglesia, sin intervención de ningún apóstol. Pablo conocía sin duda a algunos cristianos que se habían trasladado allí e incluso algunos romanos (por ejemplo, a Prisca y Aquila) que, por los motivos que fuera, habían vivido en comunidades paulinas. Nos encontramos, pues, ante un mundo en gran movimiento y ante una fe no menos inquieta: preocupada por propagarse allí donde va un creyente y de vivir en contacto constante con los de cualquier otra ciudad. Por eso el tema central de estas largas despedidas es el "trabajo" de evangelización, acompañado de sufrimientos y persecuciones. La mujer desempeña una función fundamental en esta tarea. La despedida dedica dos largos versículos a Febe, diaconisa de Cencreas; en las listas que siguen, las «colaboradoras» son casi tan numerosas como los colaboradores. En las recomendaciones finales hay una interesante transformación de una palabra de Jesús. Pablo exhorta a los cristianos a ser «listos para lo bueno y simples para lo malo», empleando los mismos adjetivos con que el evangelio habla de ser «prudentes como serpientes y sencillos como palomas», pero invirtiendo la referencia. Viene a decir: sed prudentes en vuestra sencillez y sencillos en vuestra prudencia. Los últimos versículos contienen un eco de las primeras palabras de la carta; pero el estilo no es plenamente paulino. Es posible que la carta terminara con los "saludos de Erastro, tesorero de la ciudad, y de nuestro hermano Cuarto" y que los copistas prefirieran terminar con un final más solemne (J. Sánchez Bosch).
Hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte para glorificar el Nombre de Dios por medio de Jesucristo, nuestro Señor. Entre nosotros no puede haber división, pues. si la hubiese, estaríamos siendo un antitestimonio del Evangelio de Cristo que proclamamos. Aquel distintivo del amor de la primitiva Iglesia, que hacía exclamar admirados a los paganos: Miren cómo se aman, no puede desaparecer o diluirse entre nosotros. Darse un saludo de paz y desear que la Gracia de Nuestro Señor Jesucristo esté con nosotros, no puede ser sólo un deseo distraído hacia los demás, sino que debe hacerse realidad continuamente entre nosotros. Sólo así manifestaremos que ante Dios no tenemos pecado, porque, por Cristo, hemos pasado de la muerte a la vida y nos amamos como el Señor nos ha amado a nosotros.

2. Sal. 144. Todas las obras del Señor alaben su Santo Nombre. El Señor nos ha manifestado su amor hasta el extremo, para liberarnos del pecado y de la muerte, y para darnos su vida de Hijo de Dios, y para hacernos coherederos de la Gloria que Él posee recibida del Padre. ¿Cómo no anunciar las obras y proezas del Señor a la siguiente generación? Si lo hacemos estaremos legando bases firmes para que el Reino de Dios se continúe manifestando entre nosotros. Si en lugar de ser una Buena Noticia del amor de Dios nos convertimos en un anuncio del pecado y de la destrucción, quienes creemos en Cristo seríamos responsables de generar un mundo más destruido y corrompido, y entregarlo así a las futuras generaciones.

3.- Lc 16,9-15. La página de hoy es continuación de la parábola de ayer, la del administrador injusto. Jesús nos enseña cómo actuar con el dinero. Jesús no le tiene simpatía al dinero. No le da importancia. Le llama "el dinero injusto", "lo menudo", "el vil dinero". No quiere que nos dejemos esclavizar por él: "nadie puede servir a Dios y al dinero". Se ve que no les gustó nada este discurso a sus oyentes, en concreto a unos fariseos, que eran "amantes del dinero, y se burlaban de él".
El dinero y todos los demás bienes de este mundo son buenos. Para la familia, para la comunidad, para las obras de la Iglesia, necesitamos apoyos materiales. Pero depende del uso que hagamos de ellos. Nos pueden ayudar a conseguir nuestras metas fundamentales, o nos pueden estorbar. Jesús nos dice que debemos "ganarnos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas". En el caso del administrador, entendemos bien la alusión, por las trampas que hizo en las cuentas a favor de los clientes. Pero no se nos explica aquí en qué puede consistir para los cristianos este "ganarse amigos" con el dinero. Pero según el tono de todo el evangelio de Lucas, este buen uso que tenemos que hacer del dinero es compartirlo con los demás. Lo contrario de lo que hicieron el terrateniente que soñaba con ampliar sus graneros o el rico Epulón que ignoraba al pobre que tenía a la puerta de su casa. El dinero no lo tenemos que convertir en fin. Es un medio y, como tal, relativo, no absoluto. No podemos participar en la desenfrenada carrera que existe en este mundo por poseer cada vez más dinero. La ambición, la codicia y la avaricia no deben darse en un cristiano, y menos en la comunidad eclesial. No podemos "servir al dinero", porque entonces descuidaremos las cosas de Dios. No podemos servir a dos señores. De Jesús se burlaron los fariseos. No entendían ese desapego del dinero que él predicaba. También se podrán burlar de nosotros si renunciamos, por conciencia ética y cristiana, a hacer los negocios sucios y las trampas que otros hacen, al parecer impunemente. Recordemos el aviso que Jesús repite sobre el peligro de las riquezas: nos bloquean para las cosas del espíritu, de modo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino. Los que aceptan el Reino son los que no están llenos de sí mismos ni de ambiciones humanas. Esto puede pasar a los ricos, como al joven que no acogió la invitación de Jesús y se marchó triste, "porque era muy rico", y también a los demás, porque uno puede estar lleno de sí mismo, cosa que también estorba para el Reino (J. Aldazábal).
Hoy oiremos de los labios de Jesús, un comentario de la parábola de ayer "el Intendente astuto". A través de fórmulas, claras unas, bastante enigmáticas otras, Jesús expone su punto de vista sobre "el dinero". Todos hemos notado, en otros pasajes del evangelio de qué modo Jesús nos pone en guardia contra la riqueza, como si fuera un obstáculo absoluto para la vida cristiana. "Dichosos los pobres... Ay de vosotros, los ricos... ya tenéis vuestro consuelo... es más fácil a un camello pasar por el agujero de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de los cielos" (Lc 6,20-24; 18,25). Aquí encontraremos el mismo punto de vista pero con indicaciones muy positivas sobre el uso del dinero:
1º Para Jesús el dinero no es "algo importante". -Quien es de fiar en "lo de nada", también es de fiar en lo importante... Lo importante, para Jesús, es la "vida eterna", son los bienes divinos, las cosas espirituales. Por el contrario el dinero es "poca cosa" no es algo importante. Partiendo de esa constatación, Jesús nos aconseja aquí ser un buen gerente, un buen "administrador" "de ese algo sin importancia" que es lo temporal a fin de ser también dignos de administrar asuntos de mayor importancia, de orden espiritual. Lejos de ser un consejo de tapujos y despilfarro esta primera palabra de Jesús nos invita a administrar bien los bienes de lat tierra.
2º Para Jesús, el dinero es un bien "extraño", externo. -Si no habéis sido de fiar con el dinero injusto ¿quién os va a confiar lo que "vale de veras"? Y si no habéis sido de fiar en los "bienes ajenos", lo vuestro, ¿quién os lo dará?
Segunda nota de Jesús: el dinero no es el "verdadero bien", -lo que vale de veras- del hombre, lo que hace que un hombre sea un hombre. La riqueza material no hace que un hombre sea bueno, ni inteligente, ni dichoso, ni humanamente grande. El verdadero valor está en otra parte. Lo que cuenta, no es "el Tener", sino "el Ser".... Se puede "Tener" mucho y ser un infeliz, malo, desgraciado. Pero, tampoco Jesús deduce una condenación radical de esa constatación. Por el contrario, nos dice que "administrar ese bien "extraño" al hombre, puede ser un buen aprendizaje para llegar a ser capaz de "administrar nuestro verdadero bien".
3º Para Jesús, el dinero es a menudo "injusto", un "mammón de iniquidad". -Jesús decía a sus discípulos: "Ganaos amigos con el dinero "injusto"... El que es injusto en un asunto pequeño, es "injusto" también en uno mayor... Si no sois de fiar con el dinero "injusto"... Jesús coincide aquí con el buen sentido popular: el dinero que es tan difícil de ganar y tan útil, el que es el fruto del trabajo... es a menudo, desgraciadamente el fruto de la opresión y de la avaricia. La injusticia es, aquí, especialmente grave porque frustra a los otros de aquello a lo que tendrían derecho.
4º Para Jesús el dinero puede "servir" y llegar así a ser un símbolo del amor. Ganaos amigos con el dinero injusto. En el fondo, éste era el sentido profundo de la parábola del "intendente astuto". Con un humor sorprendente, la parábola acumulaba las cuatro "apreciaciones" desarrolladas aquí: un "no importante", "un bien ajeno", un "bien mal adquirido", "con el cual se puede servir". Al límite Jesús parece decir: ¡tanto mejor si vuestro cofre se llena con tal que se vacíe a medida que se llena! (Noel Quesson).
De nuestra actitud frente a los bienes materiales y del uso que hacemos de ellos depende la autenticidad de nuestro seguimiento de Jesús. Toda vida cristiana se rige por los parámetros propuestos por Jesús en este pasaje. La conclusión más importante es la que, en un marco de controversia con los fariseos, el evangelista ha colocado al final: hay que hacer una opción clara respecto al Señor que establece las leyes que debemos obedecer. Los dos señores en pugna son Dios y el dinero. Y la decisión en favor de uno nos coloca automáticamente en el bando adverso al otro. El dinero puede brindar consideración y respetabilidad en las sociedades humanas del presente, pero esa consideración es engaño y abominación ante los ojos de Dios. Desde esta conclusión, la más radical de la enseñanza, se deben tener en cuenta otros dos aspectos:
a) El primero consiste en que los bienes de la tierra han sido ofrecidos en vistas a establecer la comunión con los otros seres humanos. El dinero debe servir para hacernos amigos y ello puede realizarse solamente si manifestamos una real voluntad de compartirlo con los demás;
b) Finalmente se establece que, frente a él, debemos comportarnos como administradores y, para éstos, la exigencia primordial es la de ser fiel al que nos lo ha confiado.
La colocación de Dios como único Señor de la vida, el considerar los bienes como trampolín para una verdadera comunión con nuestros semejantes y el no traicionar nuestra función de administradores de Dios, son las tres líneas más significativas que deben regular nuestra conducta respecto al ámbito de la posesión (Josep Rius-Camps).
Ser fieles. Y yo os digo: «Haceos amigos con las riquezas injustas, para que, cuando falten, os reciban en las moradas eternas.Quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho. Por tanto, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo vuestro? Ningún criado puede servir a dos señores, pues odiará a uno y amará al otro, o preferirá a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero». Oían todas estas cosas los fariseos, que eran amantes del dinero y se burlaban de él. Y les dijo: «Vosotros os hacéis pasar por justos delante de los hombres; pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que parece ser excelso ante los hombres, es abominable delante de Dios» (Lc 16,9-15).
Jesús, mientras estoy en esta tierra he de hacer méritos para que en la otra vida me abras las puertas del Cielo. De ahí la comparación con el administrador infiel que, antes de ser echado de su anterior trabajo, busca hacerse amigos con la fortuna de su anterior amo, para asegurarse el futuro. Igualmente, he de utilizar las riquezas de este mundo de tal modo que, al final de mi vida, me recibas en las moradas eternas.
Todo lo que tengo, Jesús, te lo debo a Ti: familia, inteligencia, riquezas. Tú me has dado más o menos talentos para que los haga rendir. Si vivo con la certeza de que todo lo que tengo es prestado y procuro utilizar mis talentos para darte gloria, entonces Tú podrás premiarme con lo que realmente es propio de un hijo de Dios: la vida eterna. Pero si no soy fiel con lo que se me ha prestado, me quedaré sin lo que me es propio, pues si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo vuestro?
Jesús, me recuerdas que no puedo servir a Dios y al dinero. El corazón acaba escogiendo: o amo a Dios sobre todas las cosas o acabaré amando a todas las cosas sobre Dios. Esto no significa que si escojo a Dios ya no puedo disfrutar de los bienes de la tierra. De hecho, es al contrario: el que sirve a Dios, usa las cosas como medios, no como fines; y ese desprendimiento hace que saboree las cosas con libertad. En cambio, el que sirve al dinero y pone su corazón en las cosas materiales, pierde constantemente la paz y la alegría, porque nunca tiene bastante.
La abundancia de riquezas no sólo no sacía la ambición del rico, sino que la aumenta, como sucede con el fuego que se fomenta más cuando encuentra mayores elementos que devorar. Por otra parte, los males que parecen propios de la pobreza son comunes a las riquezas, mientras que los de las riquezas son propios exclusivamente de ellas [San Juan Crisóstomo, en Catena Aurea, vol. VI, p. 315].
La santidad «grande» está en cumplir los «deberes pequeños» de cada instante [Camino, 817].
Jesús, hoy me enseñas el secreto para ser santo, con una santidad grande: cumplir el pequeño deber de cada momento. No me puedo engañar pensando en hazañas heroicas, y a la vez descuidar ese detalle de orden o de servicio que está al alcance de la mano. Porque quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho.
¿Cómo cuido la presencia de Dios en mi trabajo? ¿Y la puntualidad? ¿Acabo bien los detalles o me contento con chapuzas? ¿Soy constante en la oración? ¿Hago todos los días el examen de conciencia concretando un pequeño propósito para el día siguiente? ¿Estoy pendiente de las necesidades de mi familia? En estos deberes diarios se encuentra la santidad verdadera, porque el amor sabe detectar los detalles.
Madre, tú eres el mejor ejemplo de santidad ordinaria, de santidad en las cosas pequeñas. Estuviste en los detalles cotidianos, haciendo todo por Jesús. Y, como en Caná, detectas antes que nadie las necesidades ajenas y acudes a tu hijo para ayudar a resolverlas. Enséñame a ser fiel en lo poco como lo fuiste tú (Pablo Cardona).

¿Quién es nuestro Dios? Muchas veces la publicidad y las políticas económicas neoliberales han generado en muchas mentes débiles necesidades compulsivas de consumo de cosas inútiles o superfluas. El dinero, y el uso mal encauzado del mismo, ha hecho creer a muchos que la felicidad está en lo pasajero. Se trabaja y se vive no para ser persona, sino para poseer cosas. Ciertamente necesitamos la economía y el uso de los bienes materiales, pero estos no pueden elevarse a la dignidad que sólo le corresponde a Dios. Los bienes materiales, más que motivo de avidez desmesurada, más que acumulación desmedida, compulsiva y egoísta, debe ayudarnos a lograr la salvación porque, sin esclavizarnos a ellos, nos preocupemos de socorrer con ellos a los necesitados, a imagen de Cristo que, sin retener para sí su dignidad de Hijo de Dios nos tomó en serio, y no sólo nos contempló desde su trono de gloria, sino que se hizo uno de nosotros para enriquecernos con su pobreza. Ese es el mismo camino de fe y de amor que hemos de seguir quienes creemos en Él.
En esta Eucaristía el Señor parte su Pan para nosotros. Eso es lo que nos hace abrir los ojos y contemplarlo realmente como el Hijo de Dios que se ha hecho Dios-con-nosotros. Eso nos hace comprender que en verdad es Dios-Amor. Sus palabras de amor por nosotros no se quedaron en simples sonidos, tal vez armoniosos y bellos, sino que esas palabras han sido respaldadas con sus obras y con su Vida misma. Dios, en Cristo, en verdad se ha preocupado de nosotros y nos ha dado la mano para levantarnos. Cristo, así, va delante de nosotros cargando su cruz para enseñarnos, con su ejemplo, cual es el camino de salvación que hemos de seguir quienes creemos en Él. En esta Eucaristía el Señor nos confía nuevamente la misión de proclamar su Evangelio a todas las naciones. Nos pide que lo hagamos con la vida y con las obras que concuerden con el Mensaje de Salvación que proclamamos a quienes nos escuchan.
Quienes participamos de la Eucaristía estamos llamado a vivir en la libertad de los hijos de Dios. Libres del pecado, libres de la esclavitud a lo pasajero. Esa libertad nos ayudará a darle su justa dimensión al trabajo y a los bienes materiales; nos hará abrir los ojos ante el hermano que sufre; nos hará socorrer a quienes nada tienen. El camino que nos lleva a la glorificación junto con Cristo en la Gloria del Padre no es otro sino el de remediar las necesidades de nuestro prójimo, pues el amor a Cristo se concretiza en el amor al prójimo: lo que hagamos por él se lo haremos al mismo Cristo. Lo que dejemos de hacerle se lo dejamos de hacer al mismo Cristo.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que al amar a Dios y pedirle el pan de cada día, y al recibirlo, no lo guardemos sólo para nosotros, sino que lo partamos para alimentar con él a los que nada tienen y poder así ser un signo de Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén (www.homiliacatolica.com).

jueves, 3 de noviembre de 2011

Viernes de la 31ª semana. Pablo, Ministro de Cristo Jesús, nos enseña a dedicarnos al Reino de Dios, con la misma dedicación que la astucia de los hij

Viernes de la 31ª semana. Pablo, Ministro de Cristo Jesús, nos enseña a dedicarnos al Reino de Dios, con la misma dedicación que la astucia de los hijos de la luz, pero por amor.

Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 15,14-21. Respecto a vosotros, hermanos, yo personalmente estoy convenido de que rebosáis de buena voluntad y de que os sobra saber para aconsejaros unos a otros. A pesar de eso, para traeros a la memoria lo que ya sabéis, os he escrito, a veces propasándome un poco. Me da pie el don recibido de Dios, que me hace ministro de Cristo Jesús para con los gentiles: mí acción sacra consiste en anunciar el Evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por e Espíritu Santo, agrade a Dios. En Cristo Jesús estoy orgulloso de mi trabajo por Dios. Sería presunción hablar de algo que no fuera lo que Cristo hace por mi miedo para que los gentiles respondan a la fe, con mis palabras y acciones con la fuerza de señales y prodigios, con la fuerza del Espíritu de Dios. Tanto, que en todas direcciones, a partir de Jerusalén y llegando hasta la Iliria, lo he dejado todo lleno del Evangelio de Cristo. Eso sí, para mi es cuestión de amor propio no anunciar el Evangelio más que donde no se ha pronunciado aún el nombre de Cristo; en vez de construir sobre cimiento ajeno, hago lo que dice la Escritura: «Los que no tenían noticia lo verán, los que no habían oído hablar comprenderán.»

Salmo 97, 1.2-3ab.3cd-4. R. El Señor revela a las naciones su victoria.
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclamad al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.

Evangelio según san Lucas 16,1-8. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido." El administrador se puso a echar sus cálculos: "¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa." Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi amo?" Éste respondió: "Cien barriles de aceite." El le dijo: "Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta." Luego dijo a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" Él contestó: "Cien fanegas de trigo." Le dijo: "Aquí está tu recibo, escribe ochenta." Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que habla procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.»

Comentario: 1.- Rm 15,14-21. Está terminando la carta a los Romanos. Y Pablo siente un poco de temor que sea mal interpretado el que les "haya escrito, a veces propasándose un poco". Como la de Roma no era una comunidad que hubiera fundado él, siente la necesidad de justificar el haberles dedicado una carta, porque normalmente él escribe sólo a las comunidades que conoce. Es que Pablo no puede vivir sin evangelizar. Su interés básico y casi único es "anunciar la buena noticia de Dios a los gentiles". Igual que "desde Jerusalén y llegando hasta la Iliria, todo lo ha dejado lleno del evangelio de Cristo", también se interesa por Roma, la capital del mundo, a la que piensa ir próximamente, y de la que se siente corresponsable, aunque todavía no les conozca.
Es admirable el orgullo que Pablo siente por la misión recibida: predicar la buena noticia de Jesús a todos los pueblos. Ha dedicado toda su vida a eso. Este orgullo no es vanidad, porque reconoce que todo eso es "lo que Cristo hace por mi medio para que los gentiles respondan a la fe". Él, Pablo, ha puesto todas sus energías para que llegue el evangelio a todas partes, pero es obra de Cristo y de su Espíritu. Aquí emplea una comparación litúrgica para describir lo que ha hecho: él es "ministro (en griego "liturgo") de Cristo para los gentiles", y su "acción sagrada consiste en anunciar el evangelio" (en griego: ejercer el culto del evangelio), "para que la ofrenda de los paganos" ("prosforá", ofrenda sacrificial) sea agradable a Dios". Es la liturgia de la vida.
Al terminar su carta, Pablo, una vez más, se siente obligado a hacer la apología de su ministerio. Va a justificar el derecho y el deber que siente de decir todo lo que dijo a los cristianos de Roma. En particular, se excusará de haber, de algún modo, intervenido en una comunidad que él, directamente, no fundó: son muchas las regiones paganas a evangelizar para que entre en conflicto de jurisdicción con los otros apóstoles. -Me propuse, por mi honor, anunciar el Evangelio solamente allá donde el nombre de Cristo fuera desconocido, para no construir sobre los fundamentos puestos por otro. San Pedro fundó la Iglesia de Roma. Al dirigirse a ella, Pablo siente un cierto escrúpulo. Esto dará tanto más peso a lo que está dispuesto a decir. Toda la doctrina del «sacerdocio cristiano» va a ser revisada. Y es de todos conocida su actualidad hoy. El «ministro» no es solamente una emanación de la comunidad. Recibió una "función" que le viene de Dios... y que no es exclusiva de la comunidad de la cual es directamente responsable... es una función de "Iglesia".
-Os he escrito a veces con un cierto atrevimiento, en virtud del don que Dios me ha otorgado. No son los hombres quienes le dieron la palabra. Esto le viene de Dios y ello le confiere un cierto "atrevimiento". Ocasión de rogar por los sacerdotes de HOY. ¡Que sean dóciles a la gracia que Dios les hace! ¡Que sean atrevidos para escribir o hablar con valentía!
-El don recibido de Dios me ha hecho un ministro de Jesucristo para con los paganos, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios... Esta frase ha sido de las más utilizadas, en los textos conciliares, para definir el «sacerdote». El "ministerio" del sacerdote es presentado por san Pablo como «un oficio litúrgico», como un acto sagrado... y esta liturgia es la «evangelización» del mundo pagano... el anuncio sagrado de la Palabra de Dios, la buena "nueva" de la salvación.
-Para que la ofrenda de los paganos sea agradable a Dios, santificada por el Espíritu Santo... El sacerdote cristiano es, como en la antigua Alianza, el especialista de ritos sacrificiales a la manera de los sacerdotes del Templo de Jerusalén: lo que él ofrece es la «vida misma de los hombres»... o, más exactamente, su palabra evangelizadora induce a sus oyentes a «ofrecerse a sí mismos». Lo esencial de la misión del sacerdote podría resumirse así: - revelar a los hombres el sentido pascual de todas las cosas, la salvación de Jesucristo. - a fin de inducirlos a unas actitudes de Fe, de conversión, de compromiso al servicio de Dios: ofrecer su vida en «sacrificio espiritual». La misa es, ante todo, esto. Y la evangelización es ante todo esto. "Pasar a ser una ofrenda agradable". «Ofrecer nuestras personas, nuestras vidas.» "Por efecto del Evangelio que nos ha transformado." Nuestra vida cotidiana entera «consagrada» por el evangelio pasa a ser materia de una ofrenda continua a Dios, resumida en la misa.
-Así, partiendo de Jerusalén hasta Iliria, he completado el anuncio del Evangelio de Cristo. Es la evocación de la "colegialidad apostólica". Pablo, por esta fórmula se une al colegio de los Doce y a su envío en misión: "de Jerusalén hasta los confines de la tierra". Es lo que Jesús les había dicho (Noel Quesson).
Nuestra misión consiste en anunciarles a todos los hombres a Cristo, Buena Nueva del Padre. Quien no sólo llegue a conocerle sino que, por la fe, lo acepte en su vida, estará aceptando la salvación que en Él nos ofrece el Padre Dios. El cumplimiento, así, de la misión de la Iglesia, le lleva a que quienes, por su testimonio y por el anuncio del Evangelio, se acercan a Cristo, por medio de Él se conviertan en una ofrenda de suave aroma a Dios. Digamos, pues, que el anuncio del Evangelio se convierte en una acción litúrgica de la Iglesia. Pareciera que nuestros ambientes familiares, y el de muchos grupos así llamados cristianos, tuviesen ya a Cristo y viviesen un verdadero compromiso de fe con el Señor. Sin embargo vemos cómo se ha deteriorado la fe en muchas personas, familias y grupos. No importa que otros hayan edificado o puesto ya los cimientos de la fe. Ahí llegaremos también nosotros con nuestra labor evangelizadora, pues la Iglesia, para ser evangelizadora, primero ha de ser evangelizada. Y, probablemente, tengamos que edificar y reedificar sobre antiguas ruinas, hasta lograr que todos, con una vida intachable, se conviertan en una ofrenda agradable a Dios.

2. Sal 97. El apostolado de Pablo se une a la ofrenda vital de la fe de los creyentes, en una única liturgia ofrecida a Dios. Si nosotros tuviéramos tanto amor a Cristo como él, tampoco nos pararíamos ante nada con tal de seguir evangelizando este mundo, a los niños y a los jóvenes y a los mayores, a los de cerca y a los de lejos. No nos asustarían las dificultades y ya encontraríamos el lenguaje y la pedagogía oportunos. Lo importante es si estamos convencidos de que vale la pena esta buena noticia: ése era el motor de Pablo en su admirable actividad evangelizadora. El salmo nos ha hecho expresar un sentimiento misionero: "el Señor revela a las naciones su justicia... los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Señor". No sé si podremos decir, al final de un año o de la vida, como Pablo: "lo he dejado todo lleno del evangelio de Cristo". Pero sí tenemos que hacer todo lo posible para comunicar nuestra fe a otros.
Dios, por medio de su Hijo Jesucristo, nos ha manifestado su amor y su lealtad, cumpliéndose en Él las promesas hechas a nuestros antiguos padres: que nos suscitaría un Salvador de la casa de David, su siervo. Por medio de la entrega de Jesús por nosotros, el Señor ha realizado la obra más maravillosa de su amor en favor nuestro. Al resucitar Jesús de entre los muertos el Señor se ha levantado victorioso sobre el pecado y la muerte a la vista de todas las naciones. Por eso aclamemos con júbilo al Señor. Que nuestra aclamación reconociéndolo como Señor nuestro, no sólo la hagamos con los labios sino con una vida íntegra, conforme a nuestra fidelidad amorosa a su Palabra y guiados por su Espíritu Santo, que habita en nosotros.

3.- Lc 16,1-8 (ver domingo 25C). La parábola del administrador infiel pero listo, puede parecernos un poco extraña. Parece como si Jesús -o el amo del relato- alabara la actuación de ese empleado injusto. No alaba su infidelidad: por eso le despide. Lo que le interesa a Jesús subrayar aquí es la inteligencia de ese gerente que, sabiéndose despedido, consigue, con nuevas trampas, granjearse amigos para cuando se quede sin trabajo. Jesús no nos cuenta esta parábola para criticar las diversas trampas del mundo de la economía que también ahora se dan: las dobles contabilidades o los desvíos de capital o el cobro de comisiones ilegales que hace el gerente de esa empresa. Sino para que los cristianos seamos tan espabilados para nuestras cosas como ese gerente lo fue para las suyas: "los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz".
¿Somos igual de sabios y sagaces nosotros para las cosas del espíritu? En nuestra vida personal, debemos hacer los oportunos cálculos para conseguir nuestros objetivos. Hace unos días nos ponía Jesús el ejemplo del que hace presupuestos para la edificación de una casa o para la batalla que piensa librar contra el enemigo. Hoy nos amonesta con el ejemplo de este administrador, para que sepamos dar importancia a lo que la tiene de veras y, cuando nos toque dar cuentas de nuestra gestión al final de nuestra vida, ser ricos en lo que vale la pena, en lo que nos llevaremos con nosotros, no en lo que tenemos que dejar aquí abajo. También en nuestra vida misionera -evangelización, catequesis, construcción de la comunidad- debemos mantenernos despiertos, ser inteligentes para buscar los medios mejores. Al menos con la misma diligencia que ponemos para nuestros negocios materiales. Para que vaya bien el negocio nos sentamos y hacemos números para ver cómo reducir gastos, mejorar la producción, tener contentos a los clientes. ¿Cuidamos así nuestra tarea evangelizadora? Los hijos de este mundo se esfuerzan por ganar más, por tener más, por mandar más. Y nosotros, los seguidores de Jesús, los que hemos recibido el encargo de ser luz y sal y fermento de este mundo, ¿ponemos igual empeño y esfuerzo para ser eficaces en nuestra misión? ¿somos hijos de la luz que iluminan a otros, o escondemos esa luz bajo la mesa? (J. Aldazábal).
Hay que ver la cantidad de explicaciones que se han dado a esta parábola, para no convencer a nadie… sigue siendo un misterio porque no entendemos el contexto… por favor, que no me expliquen los misterios, que la cosa queda aún peor… dejémoso como está… Aquí lo importante es el tema de la pobreza. Estoy viendo que todos estos días, hasta el domingo, la riqueza va asociada a la idolatría ("riquezas de iniquidad"), y la pobreza a la fe y la esperanza en la vida eterna, a la entrega indondicionada a Dios en la confianza en Él y en su providencia amorosa, en una pasión ciega de tipo amoroso por Dios que lleva a un abandono total, "atesorar riquezas en el cielo" (Mt 6,20): “seguir a Cristo con más libertad e imitarlo más de cerca” (Perfectae caritatis, 1).
De todas formas, pienso que aquí hay algo que en la cultura actual no entendemos: los recibos quizá caducaban a los 7 años, el llamado sabático, en que todo volvía a su dueño y se perdonaban las deudas (en teoría). Al renovar los recibos, quizá también había una nueva deuda viva, que podía llevarse ante el juez, de manera que el amo salía ganando porque era dinero más seguro aunque en menor cantidad que el otro que –en mayor cantidad- ya era menos probable que cobrara, a la vez que el administrador se conseguía un amigo para después del despido por rebajar el precio de la deuda… esto se puede unir con otras lecturas: lo poquísimo se convertirá en mucho, como diciendo: No le importa a mi Padre la cantidad de lo que hacéis, sino el espíritu con que obráis (cf Prov. 4,23). Si sabéis ser niños, y os contentáis con ser pequeños (cf Mt 18,1 ss.), El se encargará de haceros gigantes, puesto que la santidad es un don de su Espíritu (1 Tes 4,8). De aquí sacó Teresa de Lisieux su técnica de preferir y recomendar las virtudes pequeñas más que las "grandes" en las cuales fácilmente se infiltra, o la falaz presunción, como dice el Kempis, que luego falla como la de Pedro (Jn 13,37 ss), o la satisfacción venosa del amor propio, como en el fariseo que Jesús nos presenta (18,9ss), cuya soberbia, notémoslo bien, no consistía en cosas temporales, riquezas o mando, sino en el orden espiritual, en pretender que poseía virtudes (cito junto con mis palabras algo de servicio bíblico latinoamericano). Pero hay más: el dios Mamón de iniquidad o don Dinero se veneraba entonces con los intereses altos, quizá también se suman a lo que hemos dicho más arriba del vencimiento de las deudas: lo que el deudor debía al señor podía ser pongamos 50 medidas de aceite, las otras 50 que está perdonando pongamos que sean el interés por la deuda o lo que le correspondía a él por cobrar. Algo semejante para con las cargas de trigo. El administrador se gana el favor de los deudores, perdonando los intereses por la deuda. La conclusión del v. 8 nos deja perplejos: "El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente". El administrador se haría amigos perdonando estos intereses injustos por la deuda, actuando de forma semejante a Zaqueo (19,1-10), aunque por motivos diversos (Zaqueo por la alegría del encuentro con el Señor, éste por la necesidad de verse sin nada). Pero en fin, lo dicho más arriba son hipótesis que habría que contrastar con expertos en historia de la época.
Una aplicación al contexto actual sería que el Primer Mundo perdonara todos los intereses 'legales', pero injustos, que pesan sobre la famosa ‘deuda externa’ (de interés ‘flotante’) de los pueblos del Tercer Mundo, que tiene a pueblos enteros condenados a entregar hasta el 30% y más de su producto nacional bruto sólo para pagar intereses (no siquiera para devolver la deuda); es decir, con unos intereses claramente usureros. Los Gobiernos y Bancos que aceptan recibir esos intereses son injustos, pero serían alabados por el sistema si perdonasen esos intereses ‘legales’ pero injustos, con el fin de salvar la vida de los pobres que son quienes pagan con su carencia de salud, educación,vivienda… los intereses de la deuda. Así ‘recibiríamos a los ricos del norte en nuestras casas’.
Una vez más, Lucas es el único que relata la parábola. -Un hombre rico tenía un administrador... que fue denunciado por malbaratar su hacienda." ¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración". Toda la parábola gira en torno a esa idea de gerencia. Delante de Dios no somos "propietarios" sino "gerentes". Todo lo que poseo: mis bienes, mis cualidades, mis riquezas intelectuales y morales, mis facultades afectivas, los aspectos de mi carácter... De todo ello, se me pedirá cuenta. No soy más que el gerente de todo esto que me ha sido "confiado" por Dios, y que continúa perteneciendo a Dios. No tengo derecho a "malbaratar" los dones de Dios. Tendré que dar cuenta de las riquezas que no hubiere acrecentado.
-El administrador pensó: Qué voy a hacer ahora... para que cuando me echen de la administración, haya quien me reciba... Se trata de asegurar el futuro. ¿Tengo yo también esa preocupación... que evidentemente hay que referirla al "futuro escatológico"? Jesús, a menudo ha repetido la idea de que nuestra vida aquí abajo y nuestras decisiones actuales, comprometen nuestro "futuro eterno". El gerente aprovecha el tiempo que le queda, para preparar su porvenir.
-El amo alabó al administrador injusto: Efectivamente, había obrado sagazmente. A la apreciación del amo no le falta el sentido del humor. "¡Es injusto; pero ha mostrado habilidad y astucia!" Este elogio, procediendo de un amo corriente es muy poco verosímil. Pero, viniendo de Jesús, ese elogio "es penetrante". Respecto a las riquezas tan codiciadas por los amos de la tierra en general, Jesús, el Mesías de los pobres, deja entrever un irónico desdén, que lleva a felicitar al intendente injusto por usarlas tan sagazmente. En el fondo, ese dinero, para aquel amo, no tiene mucha importancia. Para Jesús, es una manera paradójica de volver a decir lo que no ha cesado de repetir: "Vended lo que poseéis y dadlo a los pobres. Haceos bolsas que no se deterioren, un tesoro inagotable en el cielo" (Lc 12,33) Sin embargo, interpretemos bien ese humor. ¡Evidentemente, Jesús no puede recomendarnos ser injustos! ¡Y menos aún con el dinero de los demás!
-Porque los "Hijos de este mundo" son más astutos para sus cosas que los "Hijos de la luz". ¡Desoladora constatación! En los asuntos económicos y financieros, los hombres despliegan maravillas de ingenio y de inteligencia para asegurar el mejor rendimiento, la eficacia. El hombre moderno, sobre todo es muy sensible a ese aspecto. ¡Y Jesús no parece reprochárselo! Jesús reprocha más bien a los cristianos el hecho de no tener el mismo ingenio ni la misma inteligencia para "sus asuntos espirituales". El Reino de Dios, en algunos aspectos, no está condenado a la ineficacia ni a la incomprensibilidad. ¿Pongo yo todas mis cualidades humanas, todo mi ingenio, al servicio del Reino? "Hijos de la luz" Es así como quisieras a los cristianos, Señor. Seres luminosos. Hijos de Dios-Luz. Dios es amor. Dios es luz. Dios es nuestro Padre. Hacer en virtud de la luz, lo que otros hacen por el poder de las tinieblas. No quedarme en los hermosos principios. Preocuparme por llegar hasta la eficacia (Noel Quesson).
La parábola del administrador astuto, leída en su totalidad, nos ofrece la imagen de un hombre que aprovecha sus últimos momentos al frente de una gran fortuna, para beneficiar a los deudores. Es un administrador que emplea el dinero para reducir la carga de los demás y para procurarse amistades duraderas. Esta parábola no quiere ser un elogio a la corrupción, sino una invitación a que no aumentemos las cargas de los demás, porque podemos estar a punto de perderlo todo. Jesús plantea un desafío enorme: convertir la economía de la explotación en una economía de los beneficios. Él quiere un nuevo ser humano que rompa con la mentalidad acaparadora y vea el horizonte de fraternidad y solidaridad que se alza más allá de la acumulación desmedida. Ilusiones, tonterías, simples ideales: así tildaron la propuesta de Jesús en su época. Y así continúan llamando a la utopía aquellos que están interesados en hacernos creer que el mundo actual es el máximo bien posible. Sin embargo, Dios en Jesús nos sale al encuentro con una alternativa. De nosotros depende que la veamos como posible y realizable (servicio biblico latinoamericano).
Los antiguos tenían una visión del mundo que no coincide con la nuestra. Concebían la tierra como una enorme superficie plana. Por debajo estaba el "sheol", el lugar de los muertos. Por encima, diversas bóvedas celestes. En la más alta habitaba Dios. Con este trasfondo se comprende mejor lo que Pablo nos dice hoy en su carta. Nosotros, aunque vivimos en la superficie de la tierra, "somos ciudadanos del cielo". Por eso, como dirá en otro lugar, "debemos buscar las cosas de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha del Padre". No creo que hoy, que tan rabiosamente defendemos nuestra condición mundana, que tanto acentuamos (y con razón) el misterio del Cristo "hecho carne", estemos habituados a considerarnos "ciudadanos del cielo". Y, sin embargo, a medida que nos dejamos educar por el Espíritu, sintonizamos más con estas expresiones del nuevo testamento. Ser ciudadano del cielo no significa refugiarse en un paraíso feliz para huir de la compleja vida de esta tierra. Por si hubiera alguna duda, bastaría dejarse iluminar por la parábola que hoy nos propone el evangelio de Lucas y sobre la cual volveremos luego. Ser ciudadano del cielo significa creer profundamente, sin glosas que desnaturalicen el espesor del misterio, que "Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo". Nos asomamos ahora a la parábola del "administrador injusto". Quizá deberíamos llamarlo, más bien, el "administrador astuto". En su apariencia no es un cuento muy edificante y, sin embargo, nos abre los ojos ante un aspecto de nuestra vocación cristiana que no figura entre los más destacados. El cristiano es un ciudadano del cielo ... "astuto", con los ojos abiertos, capaz de caer en la cuenta de los entresijos del mal para no dejarse dominar ingenuamente. La imagen social del cristiano suele ser un poco blandengue. Cuando uno quiere decir que no es un ingenuo, utiliza frases como: "No creas que soy una hermanita de la Caridad" o, en su versión modernizada, "No te creas que soy Teresa de Calcuta". La humildad es siempre fortaleza. La lucidez es astucia. La caridad es energía. Y, si no, basta contemplar cómo era Jesús. No creo que nadie, salvo quizá Nietzsche y sus teloneros, se atreva a calificar a Jesús de blandengue o de ingenuo. Naturalmente, para evitar este extremo, tampoco es necesario caer en esa literatura que habla del creyente en términos grandilocuentes: "madera de héroe", "aprendiz de caudillo" y lindezas por el estilo (gonzalo@claret.org).
Administrar los bienes de Dios. El Señor nos ha enriquecido con su Vida y ha derramado abundantemente su Espíritu Santo en nosotros. Tal vez nos ha pasado lo del hijo pródigo, que hemos malgastado los bienes del Señor y nos hemos quedado con las manos vacías. El Señor nos pide dejar nuestras miradas egoístas y miopes, y abrir nuestros ojos para trabajar colaborando para que el Reino de Dios llegue a quienes se han alejado de Él, o viven hundidos en el pecado y dominados por la maldad. Pero no sólo hemos de proclamar el Nombre de Dios; también hemos de compartir los bienes que tenemos, con quienes viven en condiciones menos dignas que las nuestras. Cuando anunciamos el Evangelio, o cuando alguien reciba, por medio nuestro, la Vida Divina, o cuando alguien reciba nuestra ayuda en bienes materiales, recordemos que no estamos compartiendo o repartiendo algo nuestro, sino los bienes de Dios que Él puso en nuestras manos, no para acumularlos, sino para socorrer a los necesitados. Esa es la sagacidad que el Señor espera de nosotros: compartir lo nuestro para hacernos ricos ante Dios; pues quien atesora para sí mismo se empobrece ante Dios y pierde su alma.
En esta Eucaristía el Señor nos reúne para llenarnos de su Vida y de su Espíritu. Él no limita su entrega hacia nosotros. Él se da plenamente a todos y a cada uno de nosotros. La presencia del Señor en nosotros es como una gran luz que se enciende; pero esa luz no puede quedar encerrada, sino que debe iluminar a todos. Así, quienes hemos entrado en comunión de vida con Cristo, nos convertimos en portadores de su amor salvador para todos los hombres. Hechos luz, por nuestra unión a Cristo, el Padre Dios no sólo acepta la ofrenda que hacemos de su Hijo mediante estos signos sacramentales de su Pascua; sino que nos contempla también a nosotros, que nos convertimos en una ofrenda agradable a Él por saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica. Sabemos que hemos malgastado la vida de Dios en nosotros. Pero Dios, nuestro Padre lleno de misericordia, vuelve hacia nosotros su mirada para perdonarnos y volver a confiarnos el anuncio de su Evangelio, para que lo anunciemos tanto con las palabras, como, especialmente, con las obras. Ojalá y no defraudemos la confianza que el Señor ha depositado en nosotros.
El Señor, por medio nuestro, quiere continuar haciendo su obra de salvación en favor de todos los pueblos. Quien se convierta en portador de Cristo debe amoldar sus palabras, sus obras, sus actitudes y su vida misma al Señor. A nosotros corresponde permitirle al Señor, desde nuestra propia vida, consolar a los tristes, perdonar a los pecadores, socorrer a los pobres y hacer a todos hijos de Dios en Cristo, para que, convertidos en una ofrenda agradable a Él, todos lleguemos a participar de su Gloria. No denigremos el Nombre de Dios entre nosotros con actitudes pecaminosas. Más bien propiciemos el que al ver los hombres nuestras buenas obras, glorifiquen a nuestro Padre Dios, que está en los cielos.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de vivir amando a todos. Como creció este amor en Jesús y en la familia que formó en el seno de María y se extendió en los apóstoles y en san Pablo y en los cristianos, en toda la Iglesia, que no está hecha de la carne sino de la fe, de los hijos de Dios, del amor. Una anécdota ilustra esta paternidad espiritual que viene de Dios, esta fraternidad de los hijos de Dios, ese amor que nace del corazón: la sabiduría de los niños: Debbie Moons, maestra de primer grado, estaba discutiendo con su grupo la pintura de una familia. En la pintura había un niño que tenía el cabello de diferente color al resto de los miembros de la familia. Uno de los niños del grupo sugirió que el niño de la pintura era adoptado y una niña compañera de él le dijo: "Yo sé todo acerca de las adopciones, porque yo soy adoptada".
* "¿Qué significa ser adoptada?" preguntó el niño y la niña le contestó:
* "Significa que uno no crece en el vientre de su mamá sino que crece en su corazón".
Que nuestro amor no se limite a algún grupo, sino que esté abierto a todos para que, distribuyendo con amor la Gracia de Dios, todos lleguemos algún día a alabar su Nombre eternamente. Amén (www.homiliacatolica.com; la anécdota me la mandaron por internet; los textos como siempre los escogí de entre los de mercaba.org; Llucià Pou Sabaté 2009: llucia.pou@gmail.com).

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Jueves de la 31ª semana de Tiempo Ordinario. En la vida y en la muerte somos del Señor, Él va detrás de nosotros cuando nos perdemos y se alegra mucho

Jueves de la 31ª semana de Tiempo Ordinario. En la vida y en la muerte somos del Señor, Él va detrás de nosotros cuando nos perdemos y se alegra mucho cuando volvemos al camino de la vida, por la conversión.

Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 14,7-12. Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para si mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos. Tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú, ¿por qué desprecias a tu hermano? Todos compareceremos ante el tribunal de Dios, porque está escrito: «Por mi vida, dice el Señor, ante mi se doblará toda rodilla, a mí me alabará toda lengua.» Por eso, cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo.

Salmo 26, 1.4.13-14. R. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

Evangelio según san Lucas 15,1-10. En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: -«Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: -«Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta. »

Comentario: 1.- Rm 14,7-12. El pasaje de hoy no se entiende bien si no se tiene en cuenta el contexto anterior. Seria bueno que la lectura empezara en 14,1, y no en 14,7. Pablo ve que, en las comunidades, hay distintas maneras de pensar: unos dan importancia a algunos detalles, otros a otros. Por ejemplo, en cuanto a las comidas ("uno cree poder comer de todo, mientras el débil no come más que verduras") o en cuanto a los días que se celebran con especial énfasis ("éste da preferencia a un día, aquél los considera todos iguales"). Aquí viene la lección: en esas cosas que no son importantes, hemos de ser tolerantes y no querer imponer nuestra opinión: "el que come, no desprecie al que no come". Unos y otros se entiende que siguen su conciencia: "el que come, lo hace por el Señor; el que no come, lo hace por el Señor". Por eso, deberíamos tener como punto de referencia lo que sí es importante: "si vivimos, vivimos para el Señor, en la vida y en la muerte, somos del Señor". Y todo eso sin criticar a los hermanos porque hacen esto o lo otro: si su conciencia les dice que lo hagan así, no soy yo quien se debe meter a juez de sus acciones. "Cada uno dará cuenta a Dios de si mismo". Vemos ahí también razones teológicas para el ejercicio de la caridad fraterna (vv 7-9): ningún cristiano vive o muere para sí mismo, sino para el Señor, al que dará cuenta (vv 10-12), y comenta S. Juan Crisóstomo: “tenemos un Dios que quiere que vivamos y que no desea que muramos, y ambas cosas le interesan más a Él que a nosotros”; y S. Gregorio Magno: “los santos, pues, no viven ni mueren para sí. No viven para sí porque en todo lo quehacen buscan ganancias espirituales, pues orando, predicando y perseverando en las buenas obras, desean aumentar los ciudadanos de la patria celestial. Ni mueren para sí, porque, ante los hombres, glorifican con su muerte a Dios, al cual se apresuran a llegar muriendo”.
En todo grupo humano, y también en las comunidades cristianas, tenemos necesidad de una mayor apertura de corazón. Debemos ser más pluralistas y respetar la conducta de los demás, aunque sea distinta de la nuestra. Debemos saber distinguir lo que es importante y lo que puede dejarse libremente a la conciencia de cada uno. Yo tengo que dar cuenta, ante Dios y ante la comunidad, de mis actos, sin meterme continuamente a fisgonear en lo que hacen los demás, ni perder la paz porque haya diversidad de opiniones y costumbres, cosa que deberíamos considerar como sana. Esto no es una invitación a despreocuparnos de los hermanos y a no buscar su bien. Pablo está hablando de cosas no importantes, en las que con frecuencia solemos fijarnos hasta perder el humor y la caridad. En la vida hay pocas cosas realmente trascendentes: ahí si debemos poner toda la carne en el asador. Pero en otras muchas, seriamos más felices si consiguiéramos un corazón comprensivo, tolerante, si respetáramos más al hermano y no nos escandalizáramos tan fácilmente de lo que hacen los demás. No vale la pena estar siempre discutiendo ni agriándonos el ánimo por cosas que no tienen importancia: seguramente son buenas las que pensamos nosotros y las que piensan los que hacen lo contrario.
El texto que meditaremos hoy se inscribe en el contexto en que san Pablo trata de las "divergencias", concretas que oponen a los cristianos entre sí. Algunos cristianos, aun habiendo abrazado la Fe en Cristo Salvador, se creían obligados a observar las prescripciones legales antiguas de la Ley de Moisés: días de ayuno... abstinencia de carne y vino... prohibición de algunos alimentos... otros cristianos -los "fuertes"- estimaban que su Fe les confería libertad plena, frente a esas antiguas prácticas religiosas. Se puede leer ese pasaje al comienzo de este capítulo (Rm 14 1 a 7). En este capítulo, Pablo aborda el problema de la caridad entre cristianos que profesan opiniones distintas acerca de la observancia de prácticas religiosas: días de ayuno (v 5), abstinencia de carne y de vino (vv 14,17,21), no comer ciertos alimentos (vv 14, 20). De hecho algunos cristianos ("los fuertes") creen que su fe los libera de esta religión; otros, más timoratos o más conservadores ("los débiles") opinan que tienen que hacer caso a sus escrúpulos. La lectura de hoy se dirige especialmente a los "débiles" que no tienen que juzgar a los "fuertes".
a) Un primer principio para mantener la caridad entre estos cristianos es que cada uno obre por el Señor (vv 5-6), con la certeza de ser, en cualquier circunstancia, siervo del mismo Señor (vv 7-9). Ni la vida ni la muerte cambian en nada este depender del Señor y mucho menos las cuestiones sobre prácticas religiosas. Y san Pablo continúa:
-Hermanos, ninguno de nosotros vive para sí mismo, y tampoco muere nadie para sí mismo. Es la condena más rotunda del "individualismo". Las "divergencias", si las hay, y los particularismos legítimos, deben finalmente al menos, orientarse y canalizarse hacia el bien común. No se puede vivir "para sí mismo". Nuestros valores personales, lo que nos hace ser nosotros mismos queda bajo el "celemín" si no es compartido, puesto en común, orientado «hacia los demás», hacia Dios.
-Vivimos para el Señor, morimos para el Señor. Es el primer principio para conservar o desarrollar la unidad entre cristianos de "opciones" opuestas: que cada uno actúe con lealtad "como servidor del mismo Señor".
-Ya vivamos,. ya muramos, pertenecemos al Señor. En definitiva, sólo Dios es la referencia absoluta. San Pablo no cuenta con que "conservadores" y "progresistas" lleguen a tener las mismas opiniones. Pide, incluso, a cada uno que siga su conciencia. La unidad no ha de hacerse a ese nivel concreto, sino más profundamente, en el esfuerzo de cada uno para ser «servidor del mismo Dios», para pertenecer al mismo Dios.
b) Los "conformistas" tienen tendencia a condenar a los "progresistas". Pablo les dice que no tienen derecho alguno a juzgarlos, porque el juicio es una prerrogativa divina (vv 10-12; cf Rom 12,14-21). Además, si los fuertes se comportan muy libremente, es en nombre de una libertad dada por Dios (vv 3-4).
Pablo no pide que conservadores y progresistas compartan las mismas ideas: no es a este nivel donde debe realizarse la unidad, sino mucho más profundamente, en la conciencia que cada uno debe tener de ser siervo del mismo Dios. La sociedad moderna se orienta cada vez más hacia el pluralismo. Es decir, que los cristianos tendrán que compartir cada vez más opiniones no solo sobre cuestiones profanas, políticas o sociales sino también sobre problemas morales, religiosos o litúrgicos. ¿Hay que lamentar esto, inquietarse por esta evolución y querer mantener a toda costa una uniformidad absoluta? Tal actitud correría el peligro de perder de vista que la unidad cristiana se sitúa a otro nivel, en donde solo cuenta la fe y la gloria de Dios único a quien se sirve. En realidad, cada uno tendría que poder contar hasta tal punto con el amor y el respeto ajenos que no tuviera reparo en mostrarse tal cual es, con sus debilidades y su fuerza, sabiendo que, a su vez, devolvía el mismo amor y el respeto hacia todos. La Eucaristía parroquial es precisamente el terreno por excelencia en donde se deben reconocer y asumir los conflictos y tensiones inherentes al pluralismo de esos cristianos reunidos y que poseen distintas opiniones (Maertens-Frisque).
La sociedad moderna y la Iglesia de HOY más que la del tiempo de san Pablo, están marcadas por pluralismos, oposiciones y conflictos. Está claro que los cristianos tienen modos de ver cada vez más diferentes los unos de los otros, sobre asuntos profanos, morales, religiosos, litúrgicos. Señor, ayúdanos a que te pertenezcamos... a que aceptemos las tensiones que nos dividen en todos los otros puntos.
-Entonces tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? Tú, ¿por qué desprecias a tu hermano? Es el segundo «principio» para continuar o desarrollar la unidad entre cristianos que tienen "opciones" opuestas: que cada uno cuide de no juzgar los comportamientos de los demás. Cada uno debería poder contar con el amor y el respeto de todos para no acomplejarse de «ser él mismo» tal cual es. Ayúdanos, Señor, a no juzgar, a no despreciar.
-Todos compareceremos ante el tribunal de Dios. En efecto, no tenemos derecho a juzgar a nuestros hermanos porque el "Juicio" es una prerrogativa sólo de Dios y ¡nosotros seremos juzgados por El! Precisa tener en cuenta esta eventualidad. Jesús mismo nos recomendó firmemente esta actitud cuando nos pidió que no mirásemos demasiado la «paja en el ojo del vecino» cuando no vemos «la viga que hay en el nuestro».
-«Por mi vida, dice el Señor, que toda rodilla se doblegará ante Mí..." Así, pues, cada uno de nosotros deberá rendir cuenta de sí mismo a Dios. No hay nada mejor que ese género de pensamientos para ayudarnos a relativizar nuestras posturas demasiado categóricas. Señor, no quiero temer tu juicio. Pero que esto me ayude a estar más abierto a los demás (Noel Quesson).

2. Sal. 26. Es un salmo de confianza, de esperanza. “El Señor es mi luz…” ue para un cristiano tiene una nueva referencia en las palabras de Jesús: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12; cf 1,9). San Juan de Nápoles dice: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Dichoso el que así hablaba, porque sabía cómo y de dónde procedía su luz y quién era el que lo iluminaba. El veía la luz, no esta que muere al atardecer, sino aquella otra que no vieron ojos humanos. Las almas iluminadas por esta luz no caen en el pecado, no tropiezan en el mal.
Decía el Señor: Caminad mientras tenéis luz. Con estas palabras, se refería a aquella luz que es él mismo, ya que dice: Yo he venido al mundo como luz, para que los que ven no vean y los ciegos reciban la luz. El Señor, por tanto, es nuestra luz, él es el sol de justicia que irradia sobre su Iglesia católica, extendida por doquier. A él se refería proféticamente el salmista, cuando decía: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El hombre interior, así iluminado, no vacila, sigue recto su camino, todo lo soporta. El que contempla de lejos su patria definitiva aguanta en las adversidades, no se entristece por las cosas temporales, sino que halla en Dios su fuerza; humilla su corazón y es constante, y su humildad lo hace paciente. Esta luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, el Hijo, revelándose a sí mismo, la da a los que lo temen, la infunde a quien quiere y cuando quiere.
El que vivía en tiniebla y en sombra de muerte, en la tiniebla del mal y en la sombra del pecado, cuando nace en él la luz, se espanta de sí mismo y sale de su estado, se arrepiente, se avergüenza de sus faltas y dice: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Grande es, hermanos, la salvación que se nos ofrece. Ella no teme la enfermedad, no se asusta del cansancio, no tiene en cuenta el sufrimiento. Por esto, debemos exclamar, plenamente convencidos, no sólo con la boca, sino también con el corazón: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Si es él quien ilumina y quien salva, ¿a quién temeré? Vengan las tinieblas del engaño: el Señor es mi luz. Podrán venir pero sin ningún resultado, pues, aunque ataquen nuestro corazón, no lo vencerán. Venga la ceguera de los malos deseos: el Señor es mi luz. El es, por tanto, nuestra fuerza, el que se da a nosotros, y nosotros a él. Acudid al médico mientras podéis, no sea que después queráis y no podáis”.
Los vv 2-3 Dice S. Agustín: “nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones”.
La expresión “tierra de vivos” (v 13) alcanza su significado pleno con Cristo resucitado pues en el cielo está el Santuario de dios donde veremos su rostro. Estemos vigilantes para llegar con seguridad a la casa eterna del Padre Dios. Que lleguemos como hijos en el Hijo. Que ese sea nuestro anhelo, el motivo de nuestras oraciones, la única felicidad y seguridad buscadas. Que ya desde ahora caminemos a la luz del Señor, de su Palabra, de su amor. Entonces Dios volverá su mirada hacia nosotros y nos contemplará como a hijos suyos, y nos manifestará su bondad ya desde esta vida.

3.- Lc 15,1-10 (ver domingo 24 C) El capítulo 15 de san Lucas ha sido llamado "el corazón del evangelio". Nos transmite unas parábolas muy características (ha sido llamado “el evangelio de la misericordia”: Juan Pablo II), las de la misericordia: hoy leemos la de la oveja descarriada y la de la moneda perdida. La del hijo pródigo, la más famosa, la leemos en Cuaresma. La ocasión se la brindan a Jesús los fariseos y los letrados, que murmuraban porque él acogía a los publicanos y pecadores y comía con ellos. La lección, por tanto, va para estas personas que no tienen misericordia. Lo contrario de Jesús, y de Dios, que sienten gran alegría cuando la oveja que se había descarriado vuelve al redil y cuando la moneda que se había perdido, ha sido recuperada. Son hermosas las imágenes del pastor que, lleno de alegría, se carga sobre los hombros a la oveja perdida, y la de la mujer que reune a sus vecinas para comunicarles su alegría por la moneda encontrada. Así es la alegría de Dios de "los ángeles de Dios"- "por un solo pecador que se convierta".
Dios es rico en misericordia. Su corazón está lleno de comprensión y clemencia. A pesar de que nosotros, a veces, nos alejemos de él, nos busca hasta encontrarnos y se alegra aún más que el pastor por la oveja y la mujer por la moneda. Esta misericordia la emplea, ante todo, con nosotros mismos, que también tenemos nuestros momentos de alejamiento y despiste. Y también con todos los demás pecadores. La Virgen María, en su Magníficat, cantaba a Dios porque "acogió a Israel su siervo acordándose de su misericordia". Si al pueblo elegido de Israel le tuvo que perdonar, también a nosotros, que no somos mucho mejores. Pero la lección se orienta a nuestra actitud con los demás, cuando fallan. Sería una pena que estuviéramos retratados en los fariseos que murmuran por el perdón que Dios da a los pecadores, o en la figura del hermano mayor del hijo pródigo que no quería participar en la fiesta que el padre organizó por la vuelta del hermano pequeño. ¿Tenemos corazón mezquino o corazón de buen pastor?
Las parábolas nos las narra Jesús para que aprendamos a imitar la actitud de ese Dios que busca a los que han fallado, uno por uno, que les hace fácil el camino de vuelta, que les acoge, que se alegra y hace fiesta cuando se convierten. ¿Acogemos nosotros así a los demás cuando han fallado y se arrepienten? ¿qué cara les ponemos? ¿quisiéramos que recibieran un castigo ejemplar? ¿les echamos en cara su fallo una y otra vez? ¿les damos margen para la rehabilitación, como Jesús a Pedro después de su grave fallo?
Si somos tolerantes y sabemos perdonar con elegancia, entonces sí nos podemos llamar discípulos de Jesús. La imagen de Jesús como Buen Pastor que carga sobre sus hombros a la oveja descarriada (la famosa estatua del siglo III que se conserva en el Museo de Letrán en Roma), debería ser una de nuestras preferidas: nos enseña a ser buenos pastores y a no comportarnos como los fariseos puritanos que se creen justos, sino como seguidores de Jesús, que no vino a condenar sino a perdonar y a salvar (J. Aldazábal).
-Los publicanos y los pecadores solían acercarse en masa para escuchar a Jesús. Los fariseos y los escribas lo criticaban diciendo: "Este hombre acepta a los pecadores y come con ellos". Una de las definiciones de Jesús: "aquel que acepta bien a los pecadores". He ahí una revelación sorprendente de Dios.
-Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una ¿no deja las noventa y nueve en el campo para ir en busca... La aritmética de Dios no es la nuestra. El número, la cantidad nos impresionan siempre. Para Dios "uno" iguala a "noventa y nueve". Cada hombre tiene un valor inestimable. Misterio del respeto que Dios tiene para cada uno de nosotros. ¡Tú nos amas, Señor, con un amor "personal", "individualizado"! En mi interior, con el pensamiento, recorro los nombres de las personas que he visto recientemente y cuyos nombres recuerdo bien: señor tal... señora cual... señorita X... el muchacho tal... la jovencita cual... Cada uno de ellos, cada uno, es amado por Dios. El Buen Pastor es Cristo: “puso la oveja sobre sus homros, porque, al aumir la naturaleza humana, Él mismo cargó con nuestros pecados” (San Gregorio Magno). La parábola es una explicación de la conducta de Jesús, y nos explica que frente a Él, quien le juzga acaba por ser juzgado en aquello mismo que juzga. La estructura de esta parábola, como la de la dracma perdida, son similares: expresan la alegría por haber encontrado lo perdido y Jesús añade que así es la alegría en el cielo por el arrepentimiento de un pecador (vv 7.10) de manera que el oyente entiende que la actitud del pastor o de la mujer, su alegría, representan a Dios que no se queda cruzado de brazos ante nuestras debilidades, sale a buscar lo perdido (v 4), y con un celo hace lo necesario para encontrarnos (v 8), pero sobre todo se alegra cuando le buscamos a él: “mas esta fuerza tiene el amor, si es perfecto, que olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos. Y verdaderamente es así que, aunque sean grandísimos trabajos, entendiendo contentamos a Dios, se nos hacen dulces” (Santa Teresa de Jesús; cf Biblia de Navarra).
-...Para ir en busca de "la descarriada", hasta que la encuentra? Me la imagino. Es precisamente aquella que se ha escapado, o que se ha perdido, Es aquella la que embarga todo el pensamiento del pastor. Sólo ella cuenta, por el momento. ¡Es así nuestro Dios! Un Dios que sigue pensando en los que le han abandonado, un Dios que ama a los que no le aman, un Dios que anda en busca de sus "hijos dispersos" ¡La oveja que causa preocupación a Dios! ¿Soy quizá yo?
-Cuando la encuentra, se la carga en los hombros, muy contento... Un hombre, un pastor feliz, sonriente, exultante, muy contento. ¡Así se nos presenta Dios!
-Y de regreso a su casa, reúne a sus amigos y a sus vecinos para decirles: "alegraos conmigo, porque he encontrado mi oveja, la que había perdido". Alegraos conmigo, dice Dios. Dios es un ser que se alegra, y de su alegría, hace partícipes a los demás. La "alegría de Dios" es encontrar de nuevo a los hijos que estaban perdidos.
-Os digo: "Lo mismo pasa en el cielo, da más alegría un pecador que se enmienda, que noventa y nueve justos que no necesitan enmendarse, convertirse". En el cielo hay alegría ¿Quién quiere alegrarse conmigo. dice Dios? ¡Un solo pecador que se convierte! ¿Lo he oído bien? ¡Un solo pecador que se convierte! ¡Uno solo! pasa a tener una importancia desmesurada a los ojos de Dios. Parece que sólo "él" es el que cuenta. Y tú, ¡no te contentas con esperar que ella vuelva! Tú saliste a buscarla. ¿Y yo? ¿Tengo ese mismo afán por la salvación de los hombres? ¿Tengo, como Dios, un corazón misionero? ¿enviado para salvar lo que se ha perdido?
-Y, si una mujer tiene diez monedas de plata y se le pierde una, ¿no enciende un candil, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Lucas es el único que nos cuenta esa parábola "femenina", que nos repite lo mismo; con otra imagen. "Alumbrar"... "barrer"... "buscar con cuidado..." Yo, pecador, como todos los pecadores, soy objeto de ese amor (Noel Quesson).
La justicia es pensada muchas veces como el estricto cumplimiento de la Ley. Pero pasa muchas veces que la ley no es justa o que se cumple con un sentido egoísta. Jesús se tuvo que enfrentar a muchos que se creían el «non plus ultra» de la sociedad porque «cumplían» la ley. Pero, la realidad era que cumplían sólo la letra, olvidando el espíritu de la ley. La ley de Israel estaba hecha para que le pueblo, luego de la liberación de Egipto, llegara a ser autónomo, equitativo y auténtico. Sin embargo, muchos habían trivializado el sentido de la ley y se contentaban con la exaltación del cumplimiento de las normas más triviales. De esta manera, manipulaban la constitución social y política destinada a beneficiar al pueblo, únicamente para unos intereses muy particulares de clase. La parábola con la que Jesús los encara, muestra cuál es la verdadera intención de Dios al ofrecer una Ley para su pueblo. El interés está dirigido decididamente a que la historia cambie y el pueblo viva. Dios quiere que el ser humano se salve de la injusticia y de la marginación. Por eso, el pastor sale en busca de la oveja extraviada, aquella que está excluida del rebaño. Se alegra de su presencia y festeja la integración de ella en el conjunto mayor. De igual manera, la mujer busca su moneda, porque sólo la unidad (10 monedas) es valiosa. Si falta una, el conjunto carece de valor. El Reino de Dios es una casa donde todos son admitidos, donde no hay excluidos.
Esta manera de pensar y actuar molestaba profundamente a los legalistas, que pensaban solamente en sus intereses individualistas y sectarios. Jesús les privaba con su predicación del instrumento ideológico (su legalismo) con el que defendían su situación y sus deseos de no cambiar. Por estos mismos intereses solucionaron sus diferencias con Jesús por medio de la violencia, lo que mostró hasta qué punto estaban aferrados a ellos (servicio biblico latinoamericano).
El pecado cometido se convierte casi en una joya. «En Pascua, Dios espera. Un pródigo que regresa le da más consuelo que noventa y nueve que siguieron siendo fieles; dada su infinita misericordia, mientras un pecado aún por cometer es evitado a costa de cualquier sacrificio, el pecado ya cometido se convierte en nuestras manos casi en una joya, que podemos regalar a Dios para darle el consuelo de perdonar. ¡Intentémoslo! Uno queda como un señor cuando se regalan joyas».
Estamos muy acostumbrados a subrayar el amor de Dios. En los últimos años se habla también mucho, influidos quizá por la tradición ortodoxa, de la belleza de Dios. ¿No necesitaríamos contemplar más a menudo la alegría de Dios? Lo que más me llama la atención de las parábolas del pastor que encuentra la oveja perdida, de la mujer que encuentra la moneda (e incluso del padre que encuentra a su hijo) es el tono de alegría que impregna a todas ellas. Ciertamente, hay otros aspectos importantes: el esfuerzo de búsqueda, el arrepentimiento, etc. Pero, por encima de todos, destaca la alegría. Donde hay experiencia de gracia (en griego se dice "cháris") siempre hay alegría (en griego se dice "chára"). Sólo cuando experimentamos que Dios es alegre y que nos contagia su alegría podemos renunciar a todo -como leíamos en el evangelio de ayer- sin sentir que nuestra vida se queda vacía. Creo que a esta experiencia se refiere Pablo cuando escribe a los filipenses: "Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida comparado con Cristo". Por tres veces repite con parecidas palabras esta confesión, este juego de pérdida-ganancia.
¿Por qué tanta gente cuando piensa en el evangelio lo asocia siempre a palabras como cruz, renuncia, exigencia? ¿Por qué hay tantos creyentes que casi de manera obsesiva utilizan continuamente imperativos: debemos, tenemos que, es necesario, ...? Nada es posible sin un corazón feliz. La alegría es fuente de heroísmo. El esfuerzo sin alegría genera crispación y resentimiento, porque encaja mal los medios plazos, porque no tolera los errores. Recuerdo que cuando era adolescente circulaba una canción que hoy me parece ingenua en la letra y simplona en la música, pero que expresaba esta dimensión esencial de la experiencia de Dios…Decía, más o menos, así: Si Dios es alegre y joven, si es bueno y sabe sonreír, ¿por qué rezar tan tristes? ¿por qué vivir sin cantar ni reír? Pues eso. (gonzalo@claret.org)
La alegría de un Dios que sale en busca de lo perdido sólo puede hallar concreción en la actitud de Jesús que recibe a personas que en la consideración general estaban situados fuera de la realidad salvífica de Israel: los odiados publicanos, considerados por su profesión de cobradores del impuesto imperial como traidores a su pueblo, y los pecadores, alejados de la comunión con Dios. De esa forma se responde a la crítica de los autosuficientes que se consideraban justos y partícipes de los bienes divinos. Las parábolas rechazan, por tanto, toda participación basada en reglamentaciones o leyes y colocan como único lugar de encuentro con Dios la participación en su misericordia para con todos (Josep Rius-Camps).
Este evangelio nos hace sentir gozo pero sobre todo esperanza. ¿Quién no se ha sentido alguna vez como la oveja perdida? No sólo por el pecado… ¡Hay tantos conflictos y problemas en la vida…! Todos hemos conocido días amargos. Peor incluso si abrimos los ojos y miramos al mundo. Pero nuestra vida tiene sentido porque Dios nos cuida, nos ama, se alegra con nuestras alegrías y llora con nuestras penas. Los marginados que tuvieron la dicha de encontrarse con Jesús supieron que había algo diferente en aquel hombre. Tanto, que estaban deseosos de oír su palabra. La envidia de los oficial y socialmente buenos no pudo por menos que aparecer. Jesús, usando esta parábola de la oveja perdida les habla claro.
No es tiempo de ser tacaños sino de aprender a gozar con el mismo gozo de Dios. Y sufrir con sus penas. La alegría en el cielo por cada pecador arrepentido nos hace suponer una parecida pena por cada pecado y cada dolor que nos aflige. Si Jesús estuvo cerca de los que en su tiempo eran los últimos y más necesitados, podemos estar seguros de que hoy también está con nosotros, alegrándose cuando somos capaces de superarnos y llorando con nuestros momentos bajos. ¡Maravilloso! (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
Amigo de los pecadores. En el Evangelio leemos: Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Éste recibe a los pecadores y come con ellos (Lucas 15, 1-10). La batalla de Jesús contra el pecado y sus raíces más profundas, no le aleja del pecador. Muy al contrario, lo aproxima a los hombres, a cada hombre. Su vida es un constante acercamiento a quien necesita la salud del alma; hasta tal punto que sus enemigos le dieron el título de amigo de publicanos y pecadores (Mt 11,18-19). Y Jesús les dice: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos (Mc 2,17). Sentado entre estos hombres que parecen muy alejados de Dios, Jesús se nos muestra entrañablemente humano. No se aparta de ellos, sino que busca su trato. La oración de hoy nos debe llevar a aumentar nuestra confianza en Jesús cuanto mayores sean nuestras necesidades; especialmente si en alguna ocasión sentimos con más fuerza la propia flaqueza. Y pediremos con más confianza por aquellos que están alejados del Señor. La vida de Jesús estuvo totalmente entregada a sus hermanos los hombres (Gal 2,20), con un amor tan grande que llegará dar la vida por todos (Jn 13,1). Cuanto más necesitados nos encontramos, más atenciones tiene con nosotros. Esta misericordia supera cualquier cálculo y medida humana. El Buen Pastor no da por definitivamente perdida a ninguna de sus ovejas. Con esta parábola, el Señor expresa su inmensa alegría ante la conversión de un pecador; un gozo divino que está por encima de toda lógica humana. Es la alegría de Dios cuando recomenzamos en nuestro camino, quizá después de pequeños o grandes fracasos. Existe también una alegría muy particular cuando hemos acercado a un amigo o a un pariente al sacramento del perdón, donde Jesucristo le esperaba con los brazos abiertos. Jesucristo sale muchas veces a buscarnos. Jesús se acerca al pecador con respeto, con delicadeza. Sus palabras son siempre expresión de su amor por cada alma. Los cuidados y atenciones de la misericordia divina sobre el pecador arrepentido son abrumadores. Nos perdona y olvida para siempre nuestros pecados. Lo que era muerte se convierte en fuente de vida. Nos muestra el Señor el valor que para Él tiene una sola alma y los esfuerzos que hace para que no se pierda. Este interés es el que debemos tener para que los demás no se extravíen y, si están lejos de Dios, para que vuelvan. Pidámoselo a Nuestra Madre (F. Fernández Carvajal).
La oveja perdida. La predicación del Señor atraía por su sencillez y por sus exigencias de entrega y amor. Los fariseos le tenían envidia porque la gente se iba tras Él. Esa actitud farisaica puede repetirse entre los cristianos: una dureza de juicio tal que no acepte que un pecador pueda convertirse y ser santo; o una ceguera de mente que impida reconocer el bien que hacen los demás y alegrarse de ello. Prostitutas, enfermos, mendigos, maleantes, pecadores. Cristo no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, y por eso, fue signo de contradicción. Llegó rompiendo esquemas, escandalizando, amando hasta el extremo. Jesús se rodeaba de los sedientos de Dios, de los que estaban perdidos y buscaban al Buen Pastor. Esto no significa que el Señor no estime la perseverancia de los justos, sino que aquí se destaca el gozo de Dios y de los bienaventurados ante el pecador que se convierte, que se había perdido y vuelve al hogar. Es una clara llamada al arrepentimiento ya . Otra caída... y ¡qué caída!... No te desesperes, no: humíllate y acude, por María, al Amor Misericordioso de Jesús. ¡Arriba ese corazón! A comenzar de nuevo.
El Señor nos invita a una sincera conversión; lo cual significa aceptar la salvación que nos ofrece, y que Él nos logró a costa de la entrega de su propia vida por amor a nosotros. Dios nos ama con un amor infinito. Su amor por nosotros no es como nube mañanera, ni como el rocío del amanecer. Podrán desaparecer los cielos y la tierra, podrá una madre dejar de amar al hijo de sus entrañas; pero el amor de Dios hacia nosotros jamás se acabará. Ese amor llevó al Hijo de Dios a descender desde la eternidad para que hecho uno de nosotros, saliera a buscarnos, pues andábamos errantes como ovejas sin pastor; y cuando nos encontró, lleno de amor nos cargó sobre sus hombros; es decir, no nos trató con golpes, no nos condenó puesto que Él no vino a condenar, sino a salvar todo lo que se había perdido. Con grandes muestras de amor hacia nosotros, amor manifestado hasta el extremo, nos hizo experimentar que Dios jamás ha dejado de amarnos. Y puesto que sólo el amor es digno de crédito, su amor no se quedó sólo en palabras, sino que se manifestó mediante sus obras; incluso es un amor manifestado hasta la entrega de su propia vida a favor nuestro. ¿Seremos capaces de amar como Él nos ha amado? ¿Seremos capaces de colaborar a la salvación de los que viven lejos del Señor, buscándolos y ayudándoles a retornar, no a golpes y regaños, sino con un amor sincero, manifestado hasta el extremo, por ellos? En esta Eucaristía el Señor sale a nuestro encuentro para ofrecernos su perdón, su Vida, su Espíritu. Alimentarse de Cristo no es sólo acercarse a recibir la Eucaristía por devoción, por costumbre, o, por desgracia, de un modo inconsciente. Entrar en comunión de vida con el Señor significa abrir nuestro corazón para que habite el Señor en nosotros y nos transforme haciéndonos vivir como hijos suyos que, dejándonos amar por Él, comencemos a caminar a su luz, amándolo a Él por encima de todo, y amando a nuestro prójimo como Dios nos ha amado a nosotros. Ese es el compromiso de fe que hemos de adquirir al participar en la Eucaristía. El Señor nos envía como un signo de su amor misericordioso y salvador en el mundo. Conociendo las grandes miserias que aquejan a muchas personas, hemos de trabajar de un modo real por remediarlas. Quien ante el dolor y la pobreza de los demás permanece indiferente, o sólo da las migajas que le sobran mientras él banquetea espléndidamente, no puede identificarse con Cristo que sale al encuentro de la oveja herida por tantas injusticias de que ha sido víctima. Quien vive su fe encerrado en sí mismo, no puede identificarse con Cristo que sale a buscar a la oveja descarriada y que se desvela por ella hasta encontrarla. No podemos ser signo de Cristo mientras nos quedemos en casa esperando que los pecadores y descarriados vuelvan solos. La Vida de Cristo ha de ser como una luz que, por medio nuestro, se hace cercana a quienes viven en tinieblas y en sombras de muerte para que, en Cristo, encuentren el Camino que le dé nuevamente sentido a su vida y les salve. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la Gracia de ser portadores de Cristo hasta los últimos rincones de la tierra, para que todos salten de gozo en el Señor y queden llenos del Espíritu Santo, y, viviendo como hijos de Dios todos podamos encaminarnos, unidos a Cristo, al gozo eterno. Amén (www.homiliacatolica.com).