Jueves de la 31ª semana de Tiempo Ordinario. En la vida y en la muerte somos del Señor, Él va detrás de nosotros cuando nos perdemos y se alegra mucho cuando volvemos al camino de la vida, por la conversión.
Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 14,7-12. Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para si mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos. Tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú, ¿por qué desprecias a tu hermano? Todos compareceremos ante el tribunal de Dios, porque está escrito: «Por mi vida, dice el Señor, ante mi se doblará toda rodilla, a mí me alabará toda lengua.» Por eso, cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo.
Salmo 26, 1.4.13-14. R. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.
Evangelio según san Lucas 15,1-10. En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: -«Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: -«Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta. »
Comentario: 1.- Rm 14,7-12. El pasaje de hoy no se entiende bien si no se tiene en cuenta el contexto anterior. Seria bueno que la lectura empezara en 14,1, y no en 14,7. Pablo ve que, en las comunidades, hay distintas maneras de pensar: unos dan importancia a algunos detalles, otros a otros. Por ejemplo, en cuanto a las comidas ("uno cree poder comer de todo, mientras el débil no come más que verduras") o en cuanto a los días que se celebran con especial énfasis ("éste da preferencia a un día, aquél los considera todos iguales"). Aquí viene la lección: en esas cosas que no son importantes, hemos de ser tolerantes y no querer imponer nuestra opinión: "el que come, no desprecie al que no come". Unos y otros se entiende que siguen su conciencia: "el que come, lo hace por el Señor; el que no come, lo hace por el Señor". Por eso, deberíamos tener como punto de referencia lo que sí es importante: "si vivimos, vivimos para el Señor, en la vida y en la muerte, somos del Señor". Y todo eso sin criticar a los hermanos porque hacen esto o lo otro: si su conciencia les dice que lo hagan así, no soy yo quien se debe meter a juez de sus acciones. "Cada uno dará cuenta a Dios de si mismo". Vemos ahí también razones teológicas para el ejercicio de la caridad fraterna (vv 7-9): ningún cristiano vive o muere para sí mismo, sino para el Señor, al que dará cuenta (vv 10-12), y comenta S. Juan Crisóstomo: “tenemos un Dios que quiere que vivamos y que no desea que muramos, y ambas cosas le interesan más a Él que a nosotros”; y S. Gregorio Magno: “los santos, pues, no viven ni mueren para sí. No viven para sí porque en todo lo quehacen buscan ganancias espirituales, pues orando, predicando y perseverando en las buenas obras, desean aumentar los ciudadanos de la patria celestial. Ni mueren para sí, porque, ante los hombres, glorifican con su muerte a Dios, al cual se apresuran a llegar muriendo”.
En todo grupo humano, y también en las comunidades cristianas, tenemos necesidad de una mayor apertura de corazón. Debemos ser más pluralistas y respetar la conducta de los demás, aunque sea distinta de la nuestra. Debemos saber distinguir lo que es importante y lo que puede dejarse libremente a la conciencia de cada uno. Yo tengo que dar cuenta, ante Dios y ante la comunidad, de mis actos, sin meterme continuamente a fisgonear en lo que hacen los demás, ni perder la paz porque haya diversidad de opiniones y costumbres, cosa que deberíamos considerar como sana. Esto no es una invitación a despreocuparnos de los hermanos y a no buscar su bien. Pablo está hablando de cosas no importantes, en las que con frecuencia solemos fijarnos hasta perder el humor y la caridad. En la vida hay pocas cosas realmente trascendentes: ahí si debemos poner toda la carne en el asador. Pero en otras muchas, seriamos más felices si consiguiéramos un corazón comprensivo, tolerante, si respetáramos más al hermano y no nos escandalizáramos tan fácilmente de lo que hacen los demás. No vale la pena estar siempre discutiendo ni agriándonos el ánimo por cosas que no tienen importancia: seguramente son buenas las que pensamos nosotros y las que piensan los que hacen lo contrario.
El texto que meditaremos hoy se inscribe en el contexto en que san Pablo trata de las "divergencias", concretas que oponen a los cristianos entre sí. Algunos cristianos, aun habiendo abrazado la Fe en Cristo Salvador, se creían obligados a observar las prescripciones legales antiguas de la Ley de Moisés: días de ayuno... abstinencia de carne y vino... prohibición de algunos alimentos... otros cristianos -los "fuertes"- estimaban que su Fe les confería libertad plena, frente a esas antiguas prácticas religiosas. Se puede leer ese pasaje al comienzo de este capítulo (Rm 14 1 a 7). En este capítulo, Pablo aborda el problema de la caridad entre cristianos que profesan opiniones distintas acerca de la observancia de prácticas religiosas: días de ayuno (v 5), abstinencia de carne y de vino (vv 14,17,21), no comer ciertos alimentos (vv 14, 20). De hecho algunos cristianos ("los fuertes") creen que su fe los libera de esta religión; otros, más timoratos o más conservadores ("los débiles") opinan que tienen que hacer caso a sus escrúpulos. La lectura de hoy se dirige especialmente a los "débiles" que no tienen que juzgar a los "fuertes".
a) Un primer principio para mantener la caridad entre estos cristianos es que cada uno obre por el Señor (vv 5-6), con la certeza de ser, en cualquier circunstancia, siervo del mismo Señor (vv 7-9). Ni la vida ni la muerte cambian en nada este depender del Señor y mucho menos las cuestiones sobre prácticas religiosas. Y san Pablo continúa:
-Hermanos, ninguno de nosotros vive para sí mismo, y tampoco muere nadie para sí mismo. Es la condena más rotunda del "individualismo". Las "divergencias", si las hay, y los particularismos legítimos, deben finalmente al menos, orientarse y canalizarse hacia el bien común. No se puede vivir "para sí mismo". Nuestros valores personales, lo que nos hace ser nosotros mismos queda bajo el "celemín" si no es compartido, puesto en común, orientado «hacia los demás», hacia Dios.
-Vivimos para el Señor, morimos para el Señor. Es el primer principio para conservar o desarrollar la unidad entre cristianos de "opciones" opuestas: que cada uno actúe con lealtad "como servidor del mismo Señor".
-Ya vivamos,. ya muramos, pertenecemos al Señor. En definitiva, sólo Dios es la referencia absoluta. San Pablo no cuenta con que "conservadores" y "progresistas" lleguen a tener las mismas opiniones. Pide, incluso, a cada uno que siga su conciencia. La unidad no ha de hacerse a ese nivel concreto, sino más profundamente, en el esfuerzo de cada uno para ser «servidor del mismo Dios», para pertenecer al mismo Dios.
b) Los "conformistas" tienen tendencia a condenar a los "progresistas". Pablo les dice que no tienen derecho alguno a juzgarlos, porque el juicio es una prerrogativa divina (vv 10-12; cf Rom 12,14-21). Además, si los fuertes se comportan muy libremente, es en nombre de una libertad dada por Dios (vv 3-4).
Pablo no pide que conservadores y progresistas compartan las mismas ideas: no es a este nivel donde debe realizarse la unidad, sino mucho más profundamente, en la conciencia que cada uno debe tener de ser siervo del mismo Dios. La sociedad moderna se orienta cada vez más hacia el pluralismo. Es decir, que los cristianos tendrán que compartir cada vez más opiniones no solo sobre cuestiones profanas, políticas o sociales sino también sobre problemas morales, religiosos o litúrgicos. ¿Hay que lamentar esto, inquietarse por esta evolución y querer mantener a toda costa una uniformidad absoluta? Tal actitud correría el peligro de perder de vista que la unidad cristiana se sitúa a otro nivel, en donde solo cuenta la fe y la gloria de Dios único a quien se sirve. En realidad, cada uno tendría que poder contar hasta tal punto con el amor y el respeto ajenos que no tuviera reparo en mostrarse tal cual es, con sus debilidades y su fuerza, sabiendo que, a su vez, devolvía el mismo amor y el respeto hacia todos. La Eucaristía parroquial es precisamente el terreno por excelencia en donde se deben reconocer y asumir los conflictos y tensiones inherentes al pluralismo de esos cristianos reunidos y que poseen distintas opiniones (Maertens-Frisque).
La sociedad moderna y la Iglesia de HOY más que la del tiempo de san Pablo, están marcadas por pluralismos, oposiciones y conflictos. Está claro que los cristianos tienen modos de ver cada vez más diferentes los unos de los otros, sobre asuntos profanos, morales, religiosos, litúrgicos. Señor, ayúdanos a que te pertenezcamos... a que aceptemos las tensiones que nos dividen en todos los otros puntos.
-Entonces tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? Tú, ¿por qué desprecias a tu hermano? Es el segundo «principio» para continuar o desarrollar la unidad entre cristianos que tienen "opciones" opuestas: que cada uno cuide de no juzgar los comportamientos de los demás. Cada uno debería poder contar con el amor y el respeto de todos para no acomplejarse de «ser él mismo» tal cual es. Ayúdanos, Señor, a no juzgar, a no despreciar.
-Todos compareceremos ante el tribunal de Dios. En efecto, no tenemos derecho a juzgar a nuestros hermanos porque el "Juicio" es una prerrogativa sólo de Dios y ¡nosotros seremos juzgados por El! Precisa tener en cuenta esta eventualidad. Jesús mismo nos recomendó firmemente esta actitud cuando nos pidió que no mirásemos demasiado la «paja en el ojo del vecino» cuando no vemos «la viga que hay en el nuestro».
-«Por mi vida, dice el Señor, que toda rodilla se doblegará ante Mí..." Así, pues, cada uno de nosotros deberá rendir cuenta de sí mismo a Dios. No hay nada mejor que ese género de pensamientos para ayudarnos a relativizar nuestras posturas demasiado categóricas. Señor, no quiero temer tu juicio. Pero que esto me ayude a estar más abierto a los demás (Noel Quesson).
2. Sal. 26. Es un salmo de confianza, de esperanza. “El Señor es mi luz…” ue para un cristiano tiene una nueva referencia en las palabras de Jesús: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12; cf 1,9). San Juan de Nápoles dice: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Dichoso el que así hablaba, porque sabía cómo y de dónde procedía su luz y quién era el que lo iluminaba. El veía la luz, no esta que muere al atardecer, sino aquella otra que no vieron ojos humanos. Las almas iluminadas por esta luz no caen en el pecado, no tropiezan en el mal.
Decía el Señor: Caminad mientras tenéis luz. Con estas palabras, se refería a aquella luz que es él mismo, ya que dice: Yo he venido al mundo como luz, para que los que ven no vean y los ciegos reciban la luz. El Señor, por tanto, es nuestra luz, él es el sol de justicia que irradia sobre su Iglesia católica, extendida por doquier. A él se refería proféticamente el salmista, cuando decía: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El hombre interior, así iluminado, no vacila, sigue recto su camino, todo lo soporta. El que contempla de lejos su patria definitiva aguanta en las adversidades, no se entristece por las cosas temporales, sino que halla en Dios su fuerza; humilla su corazón y es constante, y su humildad lo hace paciente. Esta luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, el Hijo, revelándose a sí mismo, la da a los que lo temen, la infunde a quien quiere y cuando quiere.
El que vivía en tiniebla y en sombra de muerte, en la tiniebla del mal y en la sombra del pecado, cuando nace en él la luz, se espanta de sí mismo y sale de su estado, se arrepiente, se avergüenza de sus faltas y dice: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Grande es, hermanos, la salvación que se nos ofrece. Ella no teme la enfermedad, no se asusta del cansancio, no tiene en cuenta el sufrimiento. Por esto, debemos exclamar, plenamente convencidos, no sólo con la boca, sino también con el corazón: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Si es él quien ilumina y quien salva, ¿a quién temeré? Vengan las tinieblas del engaño: el Señor es mi luz. Podrán venir pero sin ningún resultado, pues, aunque ataquen nuestro corazón, no lo vencerán. Venga la ceguera de los malos deseos: el Señor es mi luz. El es, por tanto, nuestra fuerza, el que se da a nosotros, y nosotros a él. Acudid al médico mientras podéis, no sea que después queráis y no podáis”.
Los vv 2-3 Dice S. Agustín: “nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones”.
La expresión “tierra de vivos” (v 13) alcanza su significado pleno con Cristo resucitado pues en el cielo está el Santuario de dios donde veremos su rostro. Estemos vigilantes para llegar con seguridad a la casa eterna del Padre Dios. Que lleguemos como hijos en el Hijo. Que ese sea nuestro anhelo, el motivo de nuestras oraciones, la única felicidad y seguridad buscadas. Que ya desde ahora caminemos a la luz del Señor, de su Palabra, de su amor. Entonces Dios volverá su mirada hacia nosotros y nos contemplará como a hijos suyos, y nos manifestará su bondad ya desde esta vida.
3.- Lc 15,1-10 (ver domingo 24 C) El capítulo 15 de san Lucas ha sido llamado "el corazón del evangelio". Nos transmite unas parábolas muy características (ha sido llamado “el evangelio de la misericordia”: Juan Pablo II), las de la misericordia: hoy leemos la de la oveja descarriada y la de la moneda perdida. La del hijo pródigo, la más famosa, la leemos en Cuaresma. La ocasión se la brindan a Jesús los fariseos y los letrados, que murmuraban porque él acogía a los publicanos y pecadores y comía con ellos. La lección, por tanto, va para estas personas que no tienen misericordia. Lo contrario de Jesús, y de Dios, que sienten gran alegría cuando la oveja que se había descarriado vuelve al redil y cuando la moneda que se había perdido, ha sido recuperada. Son hermosas las imágenes del pastor que, lleno de alegría, se carga sobre los hombros a la oveja perdida, y la de la mujer que reune a sus vecinas para comunicarles su alegría por la moneda encontrada. Así es la alegría de Dios de "los ángeles de Dios"- "por un solo pecador que se convierta".
Dios es rico en misericordia. Su corazón está lleno de comprensión y clemencia. A pesar de que nosotros, a veces, nos alejemos de él, nos busca hasta encontrarnos y se alegra aún más que el pastor por la oveja y la mujer por la moneda. Esta misericordia la emplea, ante todo, con nosotros mismos, que también tenemos nuestros momentos de alejamiento y despiste. Y también con todos los demás pecadores. La Virgen María, en su Magníficat, cantaba a Dios porque "acogió a Israel su siervo acordándose de su misericordia". Si al pueblo elegido de Israel le tuvo que perdonar, también a nosotros, que no somos mucho mejores. Pero la lección se orienta a nuestra actitud con los demás, cuando fallan. Sería una pena que estuviéramos retratados en los fariseos que murmuran por el perdón que Dios da a los pecadores, o en la figura del hermano mayor del hijo pródigo que no quería participar en la fiesta que el padre organizó por la vuelta del hermano pequeño. ¿Tenemos corazón mezquino o corazón de buen pastor?
Las parábolas nos las narra Jesús para que aprendamos a imitar la actitud de ese Dios que busca a los que han fallado, uno por uno, que les hace fácil el camino de vuelta, que les acoge, que se alegra y hace fiesta cuando se convierten. ¿Acogemos nosotros así a los demás cuando han fallado y se arrepienten? ¿qué cara les ponemos? ¿quisiéramos que recibieran un castigo ejemplar? ¿les echamos en cara su fallo una y otra vez? ¿les damos margen para la rehabilitación, como Jesús a Pedro después de su grave fallo?
Si somos tolerantes y sabemos perdonar con elegancia, entonces sí nos podemos llamar discípulos de Jesús. La imagen de Jesús como Buen Pastor que carga sobre sus hombros a la oveja descarriada (la famosa estatua del siglo III que se conserva en el Museo de Letrán en Roma), debería ser una de nuestras preferidas: nos enseña a ser buenos pastores y a no comportarnos como los fariseos puritanos que se creen justos, sino como seguidores de Jesús, que no vino a condenar sino a perdonar y a salvar (J. Aldazábal).
-Los publicanos y los pecadores solían acercarse en masa para escuchar a Jesús. Los fariseos y los escribas lo criticaban diciendo: "Este hombre acepta a los pecadores y come con ellos". Una de las definiciones de Jesús: "aquel que acepta bien a los pecadores". He ahí una revelación sorprendente de Dios.
-Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una ¿no deja las noventa y nueve en el campo para ir en busca... La aritmética de Dios no es la nuestra. El número, la cantidad nos impresionan siempre. Para Dios "uno" iguala a "noventa y nueve". Cada hombre tiene un valor inestimable. Misterio del respeto que Dios tiene para cada uno de nosotros. ¡Tú nos amas, Señor, con un amor "personal", "individualizado"! En mi interior, con el pensamiento, recorro los nombres de las personas que he visto recientemente y cuyos nombres recuerdo bien: señor tal... señora cual... señorita X... el muchacho tal... la jovencita cual... Cada uno de ellos, cada uno, es amado por Dios. El Buen Pastor es Cristo: “puso la oveja sobre sus homros, porque, al aumir la naturaleza humana, Él mismo cargó con nuestros pecados” (San Gregorio Magno). La parábola es una explicación de la conducta de Jesús, y nos explica que frente a Él, quien le juzga acaba por ser juzgado en aquello mismo que juzga. La estructura de esta parábola, como la de la dracma perdida, son similares: expresan la alegría por haber encontrado lo perdido y Jesús añade que así es la alegría en el cielo por el arrepentimiento de un pecador (vv 7.10) de manera que el oyente entiende que la actitud del pastor o de la mujer, su alegría, representan a Dios que no se queda cruzado de brazos ante nuestras debilidades, sale a buscar lo perdido (v 4), y con un celo hace lo necesario para encontrarnos (v 8), pero sobre todo se alegra cuando le buscamos a él: “mas esta fuerza tiene el amor, si es perfecto, que olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos. Y verdaderamente es así que, aunque sean grandísimos trabajos, entendiendo contentamos a Dios, se nos hacen dulces” (Santa Teresa de Jesús; cf Biblia de Navarra).
-...Para ir en busca de "la descarriada", hasta que la encuentra? Me la imagino. Es precisamente aquella que se ha escapado, o que se ha perdido, Es aquella la que embarga todo el pensamiento del pastor. Sólo ella cuenta, por el momento. ¡Es así nuestro Dios! Un Dios que sigue pensando en los que le han abandonado, un Dios que ama a los que no le aman, un Dios que anda en busca de sus "hijos dispersos" ¡La oveja que causa preocupación a Dios! ¿Soy quizá yo?
-Cuando la encuentra, se la carga en los hombros, muy contento... Un hombre, un pastor feliz, sonriente, exultante, muy contento. ¡Así se nos presenta Dios!
-Y de regreso a su casa, reúne a sus amigos y a sus vecinos para decirles: "alegraos conmigo, porque he encontrado mi oveja, la que había perdido". Alegraos conmigo, dice Dios. Dios es un ser que se alegra, y de su alegría, hace partícipes a los demás. La "alegría de Dios" es encontrar de nuevo a los hijos que estaban perdidos.
-Os digo: "Lo mismo pasa en el cielo, da más alegría un pecador que se enmienda, que noventa y nueve justos que no necesitan enmendarse, convertirse". En el cielo hay alegría ¿Quién quiere alegrarse conmigo. dice Dios? ¡Un solo pecador que se convierte! ¿Lo he oído bien? ¡Un solo pecador que se convierte! ¡Uno solo! pasa a tener una importancia desmesurada a los ojos de Dios. Parece que sólo "él" es el que cuenta. Y tú, ¡no te contentas con esperar que ella vuelva! Tú saliste a buscarla. ¿Y yo? ¿Tengo ese mismo afán por la salvación de los hombres? ¿Tengo, como Dios, un corazón misionero? ¿enviado para salvar lo que se ha perdido?
-Y, si una mujer tiene diez monedas de plata y se le pierde una, ¿no enciende un candil, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Lucas es el único que nos cuenta esa parábola "femenina", que nos repite lo mismo; con otra imagen. "Alumbrar"... "barrer"... "buscar con cuidado..." Yo, pecador, como todos los pecadores, soy objeto de ese amor (Noel Quesson).
La justicia es pensada muchas veces como el estricto cumplimiento de la Ley. Pero pasa muchas veces que la ley no es justa o que se cumple con un sentido egoísta. Jesús se tuvo que enfrentar a muchos que se creían el «non plus ultra» de la sociedad porque «cumplían» la ley. Pero, la realidad era que cumplían sólo la letra, olvidando el espíritu de la ley. La ley de Israel estaba hecha para que le pueblo, luego de la liberación de Egipto, llegara a ser autónomo, equitativo y auténtico. Sin embargo, muchos habían trivializado el sentido de la ley y se contentaban con la exaltación del cumplimiento de las normas más triviales. De esta manera, manipulaban la constitución social y política destinada a beneficiar al pueblo, únicamente para unos intereses muy particulares de clase. La parábola con la que Jesús los encara, muestra cuál es la verdadera intención de Dios al ofrecer una Ley para su pueblo. El interés está dirigido decididamente a que la historia cambie y el pueblo viva. Dios quiere que el ser humano se salve de la injusticia y de la marginación. Por eso, el pastor sale en busca de la oveja extraviada, aquella que está excluida del rebaño. Se alegra de su presencia y festeja la integración de ella en el conjunto mayor. De igual manera, la mujer busca su moneda, porque sólo la unidad (10 monedas) es valiosa. Si falta una, el conjunto carece de valor. El Reino de Dios es una casa donde todos son admitidos, donde no hay excluidos.
Esta manera de pensar y actuar molestaba profundamente a los legalistas, que pensaban solamente en sus intereses individualistas y sectarios. Jesús les privaba con su predicación del instrumento ideológico (su legalismo) con el que defendían su situación y sus deseos de no cambiar. Por estos mismos intereses solucionaron sus diferencias con Jesús por medio de la violencia, lo que mostró hasta qué punto estaban aferrados a ellos (servicio biblico latinoamericano).
El pecado cometido se convierte casi en una joya. «En Pascua, Dios espera. Un pródigo que regresa le da más consuelo que noventa y nueve que siguieron siendo fieles; dada su infinita misericordia, mientras un pecado aún por cometer es evitado a costa de cualquier sacrificio, el pecado ya cometido se convierte en nuestras manos casi en una joya, que podemos regalar a Dios para darle el consuelo de perdonar. ¡Intentémoslo! Uno queda como un señor cuando se regalan joyas».
Estamos muy acostumbrados a subrayar el amor de Dios. En los últimos años se habla también mucho, influidos quizá por la tradición ortodoxa, de la belleza de Dios. ¿No necesitaríamos contemplar más a menudo la alegría de Dios? Lo que más me llama la atención de las parábolas del pastor que encuentra la oveja perdida, de la mujer que encuentra la moneda (e incluso del padre que encuentra a su hijo) es el tono de alegría que impregna a todas ellas. Ciertamente, hay otros aspectos importantes: el esfuerzo de búsqueda, el arrepentimiento, etc. Pero, por encima de todos, destaca la alegría. Donde hay experiencia de gracia (en griego se dice "cháris") siempre hay alegría (en griego se dice "chára"). Sólo cuando experimentamos que Dios es alegre y que nos contagia su alegría podemos renunciar a todo -como leíamos en el evangelio de ayer- sin sentir que nuestra vida se queda vacía. Creo que a esta experiencia se refiere Pablo cuando escribe a los filipenses: "Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida comparado con Cristo". Por tres veces repite con parecidas palabras esta confesión, este juego de pérdida-ganancia.
¿Por qué tanta gente cuando piensa en el evangelio lo asocia siempre a palabras como cruz, renuncia, exigencia? ¿Por qué hay tantos creyentes que casi de manera obsesiva utilizan continuamente imperativos: debemos, tenemos que, es necesario, ...? Nada es posible sin un corazón feliz. La alegría es fuente de heroísmo. El esfuerzo sin alegría genera crispación y resentimiento, porque encaja mal los medios plazos, porque no tolera los errores. Recuerdo que cuando era adolescente circulaba una canción que hoy me parece ingenua en la letra y simplona en la música, pero que expresaba esta dimensión esencial de la experiencia de Dios…Decía, más o menos, así: Si Dios es alegre y joven, si es bueno y sabe sonreír, ¿por qué rezar tan tristes? ¿por qué vivir sin cantar ni reír? Pues eso. (gonzalo@claret.org)
La alegría de un Dios que sale en busca de lo perdido sólo puede hallar concreción en la actitud de Jesús que recibe a personas que en la consideración general estaban situados fuera de la realidad salvífica de Israel: los odiados publicanos, considerados por su profesión de cobradores del impuesto imperial como traidores a su pueblo, y los pecadores, alejados de la comunión con Dios. De esa forma se responde a la crítica de los autosuficientes que se consideraban justos y partícipes de los bienes divinos. Las parábolas rechazan, por tanto, toda participación basada en reglamentaciones o leyes y colocan como único lugar de encuentro con Dios la participación en su misericordia para con todos (Josep Rius-Camps).
Este evangelio nos hace sentir gozo pero sobre todo esperanza. ¿Quién no se ha sentido alguna vez como la oveja perdida? No sólo por el pecado… ¡Hay tantos conflictos y problemas en la vida…! Todos hemos conocido días amargos. Peor incluso si abrimos los ojos y miramos al mundo. Pero nuestra vida tiene sentido porque Dios nos cuida, nos ama, se alegra con nuestras alegrías y llora con nuestras penas. Los marginados que tuvieron la dicha de encontrarse con Jesús supieron que había algo diferente en aquel hombre. Tanto, que estaban deseosos de oír su palabra. La envidia de los oficial y socialmente buenos no pudo por menos que aparecer. Jesús, usando esta parábola de la oveja perdida les habla claro.
No es tiempo de ser tacaños sino de aprender a gozar con el mismo gozo de Dios. Y sufrir con sus penas. La alegría en el cielo por cada pecador arrepentido nos hace suponer una parecida pena por cada pecado y cada dolor que nos aflige. Si Jesús estuvo cerca de los que en su tiempo eran los últimos y más necesitados, podemos estar seguros de que hoy también está con nosotros, alegrándose cuando somos capaces de superarnos y llorando con nuestros momentos bajos. ¡Maravilloso! (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
Amigo de los pecadores. En el Evangelio leemos: Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Éste recibe a los pecadores y come con ellos (Lucas 15, 1-10). La batalla de Jesús contra el pecado y sus raíces más profundas, no le aleja del pecador. Muy al contrario, lo aproxima a los hombres, a cada hombre. Su vida es un constante acercamiento a quien necesita la salud del alma; hasta tal punto que sus enemigos le dieron el título de amigo de publicanos y pecadores (Mt 11,18-19). Y Jesús les dice: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos (Mc 2,17). Sentado entre estos hombres que parecen muy alejados de Dios, Jesús se nos muestra entrañablemente humano. No se aparta de ellos, sino que busca su trato. La oración de hoy nos debe llevar a aumentar nuestra confianza en Jesús cuanto mayores sean nuestras necesidades; especialmente si en alguna ocasión sentimos con más fuerza la propia flaqueza. Y pediremos con más confianza por aquellos que están alejados del Señor. La vida de Jesús estuvo totalmente entregada a sus hermanos los hombres (Gal 2,20), con un amor tan grande que llegará dar la vida por todos (Jn 13,1). Cuanto más necesitados nos encontramos, más atenciones tiene con nosotros. Esta misericordia supera cualquier cálculo y medida humana. El Buen Pastor no da por definitivamente perdida a ninguna de sus ovejas. Con esta parábola, el Señor expresa su inmensa alegría ante la conversión de un pecador; un gozo divino que está por encima de toda lógica humana. Es la alegría de Dios cuando recomenzamos en nuestro camino, quizá después de pequeños o grandes fracasos. Existe también una alegría muy particular cuando hemos acercado a un amigo o a un pariente al sacramento del perdón, donde Jesucristo le esperaba con los brazos abiertos. Jesucristo sale muchas veces a buscarnos. Jesús se acerca al pecador con respeto, con delicadeza. Sus palabras son siempre expresión de su amor por cada alma. Los cuidados y atenciones de la misericordia divina sobre el pecador arrepentido son abrumadores. Nos perdona y olvida para siempre nuestros pecados. Lo que era muerte se convierte en fuente de vida. Nos muestra el Señor el valor que para Él tiene una sola alma y los esfuerzos que hace para que no se pierda. Este interés es el que debemos tener para que los demás no se extravíen y, si están lejos de Dios, para que vuelvan. Pidámoselo a Nuestra Madre (F. Fernández Carvajal).
La oveja perdida. La predicación del Señor atraía por su sencillez y por sus exigencias de entrega y amor. Los fariseos le tenían envidia porque la gente se iba tras Él. Esa actitud farisaica puede repetirse entre los cristianos: una dureza de juicio tal que no acepte que un pecador pueda convertirse y ser santo; o una ceguera de mente que impida reconocer el bien que hacen los demás y alegrarse de ello. Prostitutas, enfermos, mendigos, maleantes, pecadores. Cristo no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, y por eso, fue signo de contradicción. Llegó rompiendo esquemas, escandalizando, amando hasta el extremo. Jesús se rodeaba de los sedientos de Dios, de los que estaban perdidos y buscaban al Buen Pastor. Esto no significa que el Señor no estime la perseverancia de los justos, sino que aquí se destaca el gozo de Dios y de los bienaventurados ante el pecador que se convierte, que se había perdido y vuelve al hogar. Es una clara llamada al arrepentimiento ya . Otra caída... y ¡qué caída!... No te desesperes, no: humíllate y acude, por María, al Amor Misericordioso de Jesús. ¡Arriba ese corazón! A comenzar de nuevo.
El Señor nos invita a una sincera conversión; lo cual significa aceptar la salvación que nos ofrece, y que Él nos logró a costa de la entrega de su propia vida por amor a nosotros. Dios nos ama con un amor infinito. Su amor por nosotros no es como nube mañanera, ni como el rocío del amanecer. Podrán desaparecer los cielos y la tierra, podrá una madre dejar de amar al hijo de sus entrañas; pero el amor de Dios hacia nosotros jamás se acabará. Ese amor llevó al Hijo de Dios a descender desde la eternidad para que hecho uno de nosotros, saliera a buscarnos, pues andábamos errantes como ovejas sin pastor; y cuando nos encontró, lleno de amor nos cargó sobre sus hombros; es decir, no nos trató con golpes, no nos condenó puesto que Él no vino a condenar, sino a salvar todo lo que se había perdido. Con grandes muestras de amor hacia nosotros, amor manifestado hasta el extremo, nos hizo experimentar que Dios jamás ha dejado de amarnos. Y puesto que sólo el amor es digno de crédito, su amor no se quedó sólo en palabras, sino que se manifestó mediante sus obras; incluso es un amor manifestado hasta la entrega de su propia vida a favor nuestro. ¿Seremos capaces de amar como Él nos ha amado? ¿Seremos capaces de colaborar a la salvación de los que viven lejos del Señor, buscándolos y ayudándoles a retornar, no a golpes y regaños, sino con un amor sincero, manifestado hasta el extremo, por ellos? En esta Eucaristía el Señor sale a nuestro encuentro para ofrecernos su perdón, su Vida, su Espíritu. Alimentarse de Cristo no es sólo acercarse a recibir la Eucaristía por devoción, por costumbre, o, por desgracia, de un modo inconsciente. Entrar en comunión de vida con el Señor significa abrir nuestro corazón para que habite el Señor en nosotros y nos transforme haciéndonos vivir como hijos suyos que, dejándonos amar por Él, comencemos a caminar a su luz, amándolo a Él por encima de todo, y amando a nuestro prójimo como Dios nos ha amado a nosotros. Ese es el compromiso de fe que hemos de adquirir al participar en la Eucaristía. El Señor nos envía como un signo de su amor misericordioso y salvador en el mundo. Conociendo las grandes miserias que aquejan a muchas personas, hemos de trabajar de un modo real por remediarlas. Quien ante el dolor y la pobreza de los demás permanece indiferente, o sólo da las migajas que le sobran mientras él banquetea espléndidamente, no puede identificarse con Cristo que sale al encuentro de la oveja herida por tantas injusticias de que ha sido víctima. Quien vive su fe encerrado en sí mismo, no puede identificarse con Cristo que sale a buscar a la oveja descarriada y que se desvela por ella hasta encontrarla. No podemos ser signo de Cristo mientras nos quedemos en casa esperando que los pecadores y descarriados vuelvan solos. La Vida de Cristo ha de ser como una luz que, por medio nuestro, se hace cercana a quienes viven en tinieblas y en sombras de muerte para que, en Cristo, encuentren el Camino que le dé nuevamente sentido a su vida y les salve. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la Gracia de ser portadores de Cristo hasta los últimos rincones de la tierra, para que todos salten de gozo en el Señor y queden llenos del Espíritu Santo, y, viviendo como hijos de Dios todos podamos encaminarnos, unidos a Cristo, al gozo eterno. Amén (www.homiliacatolica.com).
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