miércoles, 5 de octubre de 2011

Jueves la 27ª semana de Tiempo Ordinario. El camino de los malvados parece que lleva a la felicidad, pero es efímera, y el de los piadosos parece que

Jueves la 27ª semana de Tiempo Ordinario. El camino de los malvados parece que lleva a la felicidad, pero es efímera, y el de los piadosos parece que sea cuesta arriba, pero es la bienaventuranza… hay un paralelismo entre la oración: pedir, buscar, llamar, y el camino de la virtud o del vicio: seguir, detenerse y tomar asiento. Se trata de perseverar


Profecía de Malaquías 3,13-20a. «Vuestros discursos son arrogantes contra mí -oráculo del Señor-. Vosotros objetáis: "¿Cómo es que hablamos arrogantemente?" Porque decís: "No vale la pena servir al Señor; ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos?; ¿para qué andamos enlutados en presencia del Señor de los ejércitos? Al contrario: nos parecen dichosos los malvados; a los impíos les va bien; tientan a Dios, y quedan impunes." Entonces los hombres religiosos hablaron entre sí: "El Señor atendió y los escuchó." Ante él se escribía un libro de memorias a favor de los hombres religiosos que honran su nombre. Me pertenecen -dice el Señor de los ejércitos- como bien propio, el dia que yo preparo. Me compadeceré de ellos, como un padre se compadece del hijo que lo sirve. Entonces veréis la diferencia entre justos e impíos, entre los que sirven a Dios y los que no lo sirven. Porque mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el dia que ha de venir -dice el Señor de los ejércitos-, y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.»

Salmo 1,1-2.3.4 y 6. R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.
No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal.

Evangelio según san Lucas 11,5-13. En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos: -«Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle." Y, desde dentro, el otro le responde: "No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos." Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿0 si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿0 si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?»

Comentario: 1. Ml 3,13-20. Hoy leemos una página de otro profeta menor, Malaquías. No su anuncio más famoso de la Eucaristía (cuando prometía que "desde el levante hasta el poniente se ofrece a mi nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura": Ml 1,11), sino unas palabras que hacen referencia a la gran pregunta del bien y del mal. Como en Job, aquí resuena la duda: "no vale la pena servir al Señor, ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos?". Los justos no parecen recibir ningún premio, mientras que los malos prosperan. ¿Vale la pena ser buenos? Seguramente se sitúa este escrito en el tiempo después de la vuelta del destierro, cuando ya han reconstruido el templo, pero las cosas no parece que mejoren mucho, y cunde el desánimo. La respuesta de Malaquías es apelar al gran día del juicio, "ardiente como un horno", en que se decidirá el destino de los buenos y los malos: "los malvados los quemaré y no quedará de ellos ni rama ni raíz", mientras que a "los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas". Es la pregunta de Job y la de Jeremías y la de tantos y tantos, de entonces y de ahora, que no entienden el silencio de Dios y quisieran que la cizaña fuera ya separada del trigo y que un rayo fulminara a los pueblos de Samaria que no reciben a Jesús... no podemos juzgar las personas, pero dentro notamos lo bueno y lo malo, y “la bienaventuranza prometida nos coloca ante elecciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus instintos malvados y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino en Dios solo, fuente de todo bien y de todo amor: ‘El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje "instintivo" la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad...Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro...La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa) ha llegado a ser considerada como un bien en sí misma, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración’ (Newman)” (Catecismo, 1723).
Y qué duda cabe, que en nuestro tiempo junto al trigo hay cizaña, abundancia de cizaña… el amor de Dios es ignorado por muchos, como recordaba S. Josemaría, se oponen al reinado de Cristo… “¿Por qué, entonces, tantos lo ignoran? ¿Por qué se oye aún esa protesta cruel: nolumus hunc regnare super nos, no queremos que éste reine sobre nosotros? En la tierra hay millones de hombres que se encaran así con Jesucristo o, mejor dicho, con la sombra de Jesucristo, porque a Cristo no lo conocen, ni han visto la belleza de su rostro, ni saben la maravilla de su doctrina.
Ante ese triste espectáculo, me siento inclinado a desagraviar al Señor. Al escuchar ese clamor que no cesa y que, más que de voces, está hecho de obras poco nobles, experimento la necesidad de gritar alto: oportet illum regnare!, conviene que El reine.
Muchos no soportan que Cristo reine; se oponen a El de mil formas: en los diseños generales del mundo y de la convivencia humana; en las costumbres, en la ciencia, en el arte. ¡Hasta en la misma vida de la Iglesia! ‘Yo no hablo -escribe S. Agustín- de los malvados que blasfeman de Cristo. Son raros, en efecto, los que lo blasfeman con la lengua, pero son muchos los que lo blasfeman con la propia conducta’.
Oposición a Cristo: A algunos les molesta incluso la expresión Cristo Rey: por una superficial cuestión de palabras, como si el reinado de Cristo pudiese confundirse con fórmulas políticas; o porque, la confesión de la realeza del Señor, les llevaría a admitir una ley. Y no toleran la ley, ni siquiera la del precepto entrañable de la caridad, porque no desean acercarse al amor de Dios: ambicionan sólo servir al propio egoísmo”.
Pero Dios tiene paciencia. Jesús enseña a no precipitarse y a no adelantar el juicio, sino a dar tiempo a la libertad y a la conversión. Eso sí: en el horizonte -pronto o tarde, no lo sabemos- Dios anuncia que se celebrará el juicio justo, y "entonces veréis la diferencia entre justos e impíos".
Malaquías nos asegura que Dios lleva cuenta de nuestras buenas obras: "ante él se escribía un libro de memorias a favor de los que honran su nombre". A pesar de que parece estar callado, se da cuenta de todo: "me pertenecen... me compadeceré de ellos, como un padre se compadece del hijo que le sirve". Y no se dejará ganar en generosidad. Jesús dijo que recibiríamos el ciento por uno.
El libro de Malaquías cierra el rollo de los Doce Profetas Menores. Si el nombre corresponde a un profeta concreto, nada sabemos de su vida; pero la mayor parte de los comentaristas piensan que es una colección de oráculos anónimos, por las razones siguientes: -La palabra "mal'ak”" (ykalm) del encabezamiento del libro, que nuestras biblias transcriben por Malaquías (mensajero del Señor) parece tomada de 3,1 y es un nombre común con sufijo que significa "mi mensajero"; -Malaquías, como nombre propio es desconocido en el A.T.; -El testimonio de la versión de los LXX, del Talmud y del Targum de Jonatán lo interpretan también como nombre común; -El título de esta profecía: "Oráculo, palabra de Yahweh" es el mismo con que empiezan las dos secciones de que consta la segunda parte de Zacarías (9,1 y 12,1). Algunos piensan que originariamente existieron tres colecciones proféticas anónimas. El editor de los profetas menores con el fin de redondear el nœmero de Doce, nombre sagrado y símbolo de Israel, adosó las otras dos colecciones a Zacarías y editó ésta como profecía independiente en la forma actual. En cuanto a la fecha en que fueron proclamados, aunque no poseemos información directa, las indicaciones del libro, comparadas con los datos del de Nehemías, permiten datarlo con mucha probabilidad hacia la mitad del siglo V, poco antes de la reforma llevada a cabo por Esdras y Nehemías. La redacción tuvo que ser más tarde, quizás ya en la época griega.
El libro tiene una clara orientación pastoral, aunque le falta la fuerza argumental de los profetas preexílicos. Consta de seis secciones, todas ellas estructuradas de la misma manera. Su montaje es diagonal y parecido al género literario que llamamos diatriba. La secuencia es la siguiente: Yahweh o el profeta anuncia una tesis, que casi siempre coincide con expresiones o normas contenidas en el Deuteronomio; a continuación, esa doctrina es rebatida por el auditorio, pueblo o sacerdotes, con objeciones o reparos. Después sigue un breve desarrollo del tema o tesis inicial. 1º Sección: El amor de Yahweh hacia Israel: 1, 2-5. El destinatario de esta sección es la comunidad judía postexílica que se encuentra en una situación decadente. Empobrecida y hostigada, contrasta su situación actual con las brillantes descripciones que habían hecho los profetas preexilícos y, sobre todo, las de la tercera parte de Isaías. Este contraste provoca un clima de desaliento en que la fe está a punto de naufragar dando paso al escepticismo. ¿Dónde está el amor de Yahweh para con su pueblo? (Cfr. Dt 7,8). El Señor responde taxativamente: "Os he amado". Y da dos razones para demostrarlo. La primera es histórica, la elección de Jacob, desde antiguo. La segunda es actual, la actitud divina para con Edom, que por este tiempo simbolizaba a los enemigos de Israel. Edom había sido invadido por los Nabateos. Este desastre equivale a la restauración judía. San Pablo cita este oráculo (Rom 9,10-13), dando a entender claramente que es un modo extraño y paradójico de expresar la elección divina de su pueblo. 2º Sección: Pecados de los sacerdotes: 1,6-2,9. Yahweh es Padre y Señor. Tiene derecho a la honra que se refleja en el culto. Sin embargo, los sacerdotes habían deshonrado y menospreciado su nombre. No estaban a la altura de su vocación en su ministerio y en su conducta. Sus claudicaciones morales y religiosas repercutían en el pueblo. Su culto indigno les impedía realizar su ministerio de intercesión. Los pecados que Dios les echa en cara son: Violación de las leyes del culto en lo referente a la pureza de las víctimas (1,7-9). Violación de la Alianza (2,8). Violación de su oficio de enseñar la Ley con el consiguiente extravío del pueblo. Extravío del cual ellos son los principales responsables (2,7). Ante esta situación Dios les dirige una llamada a la conversión. Si la respuesta es positiva, Dios les perdonará y les amará. Si es negativa, tendrán por parte de Dios maldición y repudio (1,14; 2,1-2) y por parte del pueblo el desprecio (2,9).
En esta sección es importante el contenido de 1,11. En contraste con el culto indigno que le ofrecen los sacerdotes, Dios habla de un sacrificio universal y puro. Esta afirmación de universalidad y de reconocimiento de una oblación pura entre los gentiles sorprende en un oráculo centrado en la purificación del culto en el Templo. Ha sido interpretado en todas las épocas: Los viejos reformadores identificaban los goyim del oráculo con los prosélitos o con los judíos de la diáspora, más en concreto de Elefantina; pero era prácticamente imposible que un profeta de Palestina tuviera en cuenta esos cultos considerados siempre como cismáticos. Menos aún cabe pensar en un sincretismo del autor. Aún dentro de lo extraño de la afirmación, parece que el profeta pretende estimular a los profesionales del culto en el Templo, contrastando hiperbólicamente el culto de las naciones con el que se realiza en Jerusalén. Sería, pues, un recurso oratorio de enorme eficacia. con todo, los Santos Padres, desde muy antiguo, aplicaron este texto -la oblación pura- a la Eucaristía. San Jerónimo dice: "En todo lugar se ofrece una oblación no inmunda como en el pueblo de Israel, sino pura, la que se ofrece en las ceremonias de los cristianos". El Concilio de Trento también ve cumplido este oráculo en el Sacrificio eucarístico (Dz 1742). 3º Sección: Condenación de los matrimonios mixtos y del divorcio: 2,10-16. La profanación del Santuario a aumentado con los matrimonios mixtos y con los divorcios. Al casarse los israelitas con mujeres extranjeras, admitían a los dioses de ellas y se exponían a la idolatría. Por otra parte, al repudiar a la esposa de la juventud se reniega del único Dios que ha creado a los dos para que vivan en unidad (cf Gen 1,26). También en el Nuevo Testamento se refuerza la unidad del matrimonio recordando que tal fue el designio originario del Creador (cf Mt 5,31-32; 19,4-9; Ef 5,31-32). 4º Sección: El día de Yahweh: 2,17-3,5. El pueblo con sus quejas planteaba al profeta el problema de la retribución. No hay justicia, como lo demuestra el hecho de la prosperidad del impío. La respuesta es sorprendente y rica de contenido. La justicia de Dios se cumplirá en el Día de Yahweh. Dios vendrá para juzgar, pero su venida será precedida de un mensajero al estilo del heraldo de las monarquías orientales, cuya misión era anunciar la venida del rey, invitando a preparar el camino. Viene a continuación una lista de los pecados que serán objeto del juicio y que eran los más destacados en la vida de la comunidad: la magia, el adulterio, el perjurio, los pecados sociales contra la justicia y todo tipo de opresión (3,5; cf Sal 15). 5º Sección: Desprecio de los diezmos del templo: 3,6-16. La violación de la ley de los diezmos es otro de los pecados de la comunidad (cf Num 18,21). De nuevo les recuerda que la situación presente de miseria y escasez es debida a su incumplimiento de los preceptos legales. La obediencia a la ley y la conversión al Señor les garantizará la prosperidad (3,6-12). La mención casuística de los diezmos es señal de que estamos en una época muy tardía. 6º Sección: El juicio de Dios: 3,13-21. El problema planteado en esta sección es nuevamente el de la retribución. Lo único que cambia son los protagonistas. Ahora son los justos los que se quejan. La respuesta es la misma. En el Día de Yahweh justos y pecadores recibirán su recompensa (3,16-21). Este modo de enfocar el problema de la justicia de Dios supone un gran avance sobre el concepto tradicional de la retribución inmediata. Para Malaquías la justicia de Dios tendrá un cumplimiento escatológico. Y, aunque no se entreve con claridad la vida y la justicia de ultratumba que aportará con claridad el N.T., la doctrina de Malaquías es un paso muy claro hacia ella.
Un pequeño apéndice cierra el libro (3,23-25). Es una exhortación a la observancia de la ley según el estilo y el espíritu deuteronomista. Parece una conclusión redacción al conjunto de los libros proféticos, valorando casi del mismo moda a Moisés, principal autor de la Ley, y a Elías, prototipo de profeta. En la Transfiguración del Señor (Mt 17,3ss y par.) hay una clara resonancia de este texto. La mención del día del Señor pone de manifiesto que los libros proféticos están abiertos a un futuro escatológico.
El mensaje de Malaquías es, ante todo, un mensaje existencial. Es la respuesta concreta a una situación y a unos problemas que afectaban vivamente a la comunidad. Respuesta de fe para ser traducida en la vida. Pero al mismo tiempo, contiene una rica teología. La solución que da al problema de la retribución está ya próxima a la del N. T. La justicia de Dios no se cumple aquí y ahora. Tiene lugar en la era escatológica. Dios es justo, y como tal, juzgará individualmente a los justos y pecadores. Para Malaquías no es la condición de miembro escogido la que salva, sino únicamente la condición de justo.
Dos novedades interesantes aporta Malaquías a la doctrina mesiánica: la indicación del mensajero misterioso que precederá a la venida del Señor (3,1) en el cual la tradición cristiana ha reconocido a San Juan Bautista (Mt 11,10-14). Y sobre todo la "oblación pura", sacrificio perfecto de la era mesiánica que, como se ha dicho, la Iglesia ve cumplido en el Sacrificio eucarístico cristiano.
-Duras me resultan vuestras palabras, dice el Señor. No es sólo de HOY que los hombres «contestan» a Dios. Al regresar a Palestina los exiliados soñaban en que todo les resultaría fácil. Mas, después de la alegría exultante del retorno, se instaura la monotonía y vienen las dificultades. Ahora el Templo está reconstruido. Pero, en medio de las pruebas cotidianas, la fidelidad a Dios resulta difícil.
-He aquí lo que habéis dicho: «Servir a Dios es cosa vana. ¿Qué ganamos con guardar sus preceptos o con llevar una vida gris en la presencia del Señor del universo?» La tentación de vivir «sin Dios». ¡Servir a Dios es cosa vana! ¿Por qué privarse? ¿Por qué no vivir como los paganos que nos rodean y que parecen muy felices, mientras que nosotros vivimos «sin alegría»? Es una tentación permanente, también HOY para nosotros, el dejarse influenciar por el paganismo y el materialismo ambiental. Danos, Señor, la alegría de servirte, incluso cuando las circunstancias exteriores tiendan a entristecernos.
-Más bien declaramos felices a los arrogantes. Aun haciendo el mal prosperan. Aun tentando a Dios, salen adelante. Es la eterna cuestión de la felicidad de los malos y de la desgracia que sobreviene al justo. ¿Quién de nosotros no ha formulado a Dios esa temible cuestión? Hoy, menos que nunca, no podemos taparnos los ojos. ¿Por qué hay tanto mal, tanto pecado, tanta desgracia? Respóndenos, Señor. El Señor prestó atención y oyó. Se escribió ante él un memorial en favor de los que temen al Señor y que cuidan de su nombre. Primera respuesta: el mundo no está acabado. Dios recuerda. Hay que esperar el fin. Dios se pondrá de parte de los que le temen.
-Serán ellos para mí, en el día que yo preparo. Seré indulgente con ellos como es indulgente un padre con el hijo que le sirve fielmente. Segunda respuesta: Los justos obtendrán su recompensa. Dios los ama, como un padre ama a sus hijos fieles.
-De nuevo distinguiréis la diferencia entre el justo y el impío; entre quien sirve a Dios y el que no quiere servirle. Tercera respuesta: Aun cuando, aquí abajo, ahora no parece haber justicia, esta justicia vendrá. No juzguemos pues precipitadamente, ni según las apariencias. Dios no tiene prisa. Ve más allá. Ayúdanos, Señor, a tomar distancias para juzgar según tu punto de vista.
-Pues he aquí que viene el Día abrasador como un horno. Todos los arrogantes y los que cometen impiedad serán como paja. Los consumirá el Día que viene. Es una imagen. Pero, ¡cuán terrible!
-Pero para vosotros, que teméis mi nombre, brillará el sol de justicia: aportará la salud en sus rayos. Finalmente, pues, surge la esperanza. Señor, haz que crezca en nosotros esta esperanza (Noel Quesson).
Hemos amado a Dios: reconstruimos su templo y hemos tratado de vivirle fieles; pero ¿cómo nos ha amado Dios a nosotros? Parece que premia mejor a los que se comportan mal que a nosotros que caminamos en su presencia. Y el Señor se muestra abrumado por esos reclamos e indica a su Pueblo que jamás deben desconfiar de Él. Ante Él no cuentan las riquezas, sino la fidelidad. Efectivamente: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su vida? Ojalá y no perdamos el rumbo cuando decimos dirigirnos a Dios. Ojalá y jamás dejemos de manifestarnos como hijos de Dios que, aún en las grandes pruebas le vivan fieles. Dios velará siempre por nosotros y siempre estará de nuestra parte. Si vivimos entre pobrezas y persecuciones, que no sea por culpa nuestra; si abundamos en bienes que no apeguemos a ellos nuestro corazón, pues el Señor nos quiere no como quien almacena buscando su seguridad en lo pasajero, sino como administradores de sus bienes en favor de los demás. Quien ha cambiado a Dios por lo pasajero al final, ya demasiado tarde, comprenderá que nadie puede comprar ante Dios su propio rescate, y que sólo vivirán con Él para siempre quienes le fueron fieles y no pasaron de largo ante las miserias de su prójimo.
La expresión “sol de justicia” del final de la lectura de hoy aplicada a la venida del Señor encuentra su eco en el canto de Zacarías (Lc 1,78): “el Señor ha venido ciertamente en la tarde de un mundo en declive y casi cercano al fin de su curso, pero con su venida, puesto que Él es el Sol de justicia, ha regenerado un día nuevo para aquellos que creen” (Orígenes).
2. El salmo nos quiere infundir esta confianza: "dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor, que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la senda de los pecadores, sino que su gozo es la ley del Señor. No así los impíos, no así, serán paja que arrebata el viento". Es la confianza que Jesús nos confirmó más gozosamente: "venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros" (Mt 25,34). El Sal 1 nos invita a hacer meditación sobre cada acontecimiento de la vida humana, a la luz de la Ley de Dios y en unión con Jesús. Dichoso el hombre que sigue los caminos del Señor, y desgraciado el que los desprecia: los términos “seguir”, “detenerse” y “tomar asiento” indican tres estadios sucesivos de alejamiento de la conducta recta, que en cambio orientan en la Ley divina el criterio para orientar la vida. La imagen del árbol frondoso significa la prosperidad y bienestar. Con el árbol firme contrasta la paja o polvo de la era dispersados por el viento, con la que se compara la vida de los impíos y pecadores… que no podrán imponerse sobre los justos, porque en definitiva, es el Señor quien juzga la conducta de unos y otros. Es una invitación a seguir leyendo los salmos, que nos hablan de esta ley divina, como Juan Pablo II recordaba: “La Iglesia se ha referido a menudo a la doctrina tomista sobre la ley natural, asumiéndola en su enseñanza moral. Así, mi venerado predecesor León XIII ponía de relieve la esencial subordinación de la razón y de la ley humana a la Sabiduría de Dios y a su ley. Después de afirmar que "la ley natural está escrita y grabada en el ánimo de todos los hombres y de cada hombre, ya que no es otra cosa que la misma razón humana que nos manda hacer el bien y nos íntima a no pecan". León XIII se refiere a la "razón más alta" del Legislador divino. "Pero tal prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuese la voz e intérprete de una razón más alta, a la que nuestro espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos." En efecto, la fuerza de la ley reside en su autoridad de imponer unos deberes, otorgar unos derechos y sancionar ciertos comportamientos: "Ahora bien, todo esto no podría darse en el hombre si fuese él mismo quien, como legislador supremo, se diera la norma de sus acciones". Y concluye: "De ello se deduce que la ley natural es la misma ley eterna, insita en los seres dotados de razón, que los inclina al acto y al fin que les conviene, es la misma razón eterna del Creador y gobernador del universo".
El hombre puede reconocer el bien y el mal gracias a aquel discernimiento del bien y del mal que él mismo realiza mediante su razón iluminada por la Revelación divina y por la fe, en virtud de la ley que Dios ha dado al pueblo elegido, empezando por los mandamientos del Sinaí. Israel fue llamado a recibir y vivir la ley de Dios como don particular y signo de la elección y de la Alianza divina, y a la vez como garantía de la bendición de Dios. Así Moisés podía dirigirse a los hijos de Israel y preguntarles? ¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor nuestro Dios siempre que le invocamos? Y ¿cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy?" (Dt 4 7-8). Es en los Salmos donde encontramos los sentimientos de alabanza, gratitud y veneración que el pueblo elegido está llamado a tener hacia la ley de Dios, junto con la exhortación a conocerla, meditarla y traducirla en la vida: "¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, mas se complace en la ley del Señor, su ley susurra día y noche". (Sal 1,1-2). "La ley del Señor es perfecta, consolación del alma, el dictamen del Señor, veraz, sabiduría del sencillo. Los preceptos del Señor son rectos, gozo del corazón; claro el mandamiento del Señor, luz de los ojos" (Sal 19/18,8-9)”.
Andemos conforme a la Inspiración del Espíritu de Dios en nosotros. Vayamos en el camino del Señor que nos conduce a la salvación. Sentémonos a los pies del Señor como discípulos para escuchar su Palabra y ponerla en práctica. Entonces no habremos equivocado del Camino que lleva a la Vida. Entonces seremos como árbol plantado junto al río y no como paja que se lleva el viento. Entonces, cuanto emprendamos tendrá éxito, pues, aun cuando tengamos que padecer, llegaremos a la perfección del Hijo que aprendió a obedecer padeciendo y que llegó a su perfección dando su vida por amor a su Padre y por amor a nosotros, convirtiéndose a sí en causa de salvación para todos. Por eso, apartémonos del camino que conduce a la muerte y vivamos, no como impíos, ni pecadores, ni cínicos, sino como quienes han sido reconciliados con Dios y hechos justos mediante la fe en Cristo Jesús.
3. Lc 11,5-13. Siguiendo con su enseñanza sobre la oración -anteayer la escucha de la palabra, ayer el Padrenuestro-, hoy nos propone Jesús dos pequeños apólogos tomados de la vida familiar: el del amigo impertinente y el del padre que escucha las peticiones de su hijo. En los dos, nos asegura que Dios atenderá nuestra oración. Si lo hace el amigo, al menos por la insistencia del que le pide ayuda, y si lo hace el padre con su hijo, ¡cuánto más no hará Dios con los que le piden algo! Jesús nos asegura: "vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden", o sea, nos dará lo mejor, su Espiritu, la plenitud de todo lo que le podemos pedir nosotros.
Jesús nos invita a perseverar en nuestra oración, a dirigir confiadamente nuestras súplicas al Padre. Y nos asegura que nuestra oración será siempre eficaz, será siempre escuchada: "si vosotros sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial...?" La eficacia consiste en que Dios siempre escucha. Que no se hace el sordo ante nuestra oración. Porque todo lo bueno que podamos pedir ya lo está pensando antes él, que quiere nuestro bien más que nosotros mismos. Es como cuando salimos a tomar el aire o nos ponemos al sol o nos damos un baño en el mar: nosotros nos ponemos en marcha con esa intención, pero el aire y el sol y el agua ya estaban allí. Cuando le pedimos a Dios que nos ayude -manifestando así nuestra debilidad y nuestra confianza de hijos-, nos ponemos en sintonía con sus deseos, que son previos a los nuestros.
Lucas tiene una variante expresiva: Dios nos concederá su Espíritu Santo. Nos concederá el bien pleno que él nos prepara, no necesariamente el que nosotros pedimos, que suele ser muy parcial. Es como cuando Jesús pidió que "pasara de él este cáliz", o sea, ser liberado de la muerte. En efecto, dice la Carta a los Hebreos (Hb 5,7) que "fue escuchado", pero fue liberado de la muerte a través de ella, después de experimentarla, no antes. Y así se convirtió en causa de salvación para toda la humanidad. No sabemos cómo cumplirá Dios nuestras peticiones. Lo que sí sabemos -nos lo asegura Jesús- es que nos escucha como un Padre a sus hijos.
Podríamos leer hoy unas páginas del Catecismo que nos pueden ayudar a entender en qué consiste la eficacia de nuestra oración. Son las que dedica al "combate de la oración", describiendo las objeciones a la oración en el mundo de hoy, por ejemplo las "quejas por la oración no.escuchada", a la vez que invita a orar con confianza y perseverancia (números 2725-2745; J. Aldazábal).
Santa Teresa veía que el Señor nos da todo lo que le pedimos (ver cita en Biblia de Navarra). Nuestra oración es ciertamente petición, pero nada tiene que ver con un regateo mercantil, o con una victoria que alcanzar. En ella pedimos, invocamos: es decir, apelamos a una realidad reconocida y -¿me atreveré a decirlo?- a un derecho. "Acuérdate, Dios Padre, de lo que has realizado por tu Hijo amado". Esa es la razón profunda de nuestra audacia y de nuestra temeridad: nos atrevemos a "asediar" a Dios, ya que no hacemos más que enfrentarlo -una vez más me atrevo a decirlo- con su responsabilidad. Dios ha caído en la trampa que El mismo se ha fabricado: nos atrevemos a correr el riesgo de pedirle algo, precisamente porque El mismo ha establecido con nosotros vínculos de familiaridad.
"Juntos, nos atrevemos a decir": ésta es la invitación que propone el misal antes del Padrenuestro. Nuestra audacia no es la insolencia de unos hijos mal educados, sino la prerrogativa de unos hijos que pueden permitírselo todo, porque "son de casa". Nuestra oración puede hacerse insistente, porque Dios mismo nos da la seguridad del corazón renovado por el Espíritu (Dios cada dia, Sal terrae).
-Si uno de vosotros tiene un amigo... "¿Sabéis qué es la amistad? ¿Sabéis qué es tener un amigo?" La enseñanza de Jesús es a menudo interrogativa...
-... que llega a mitad de la noche para pedirle: "Préstame tres panes". Es concreto. Sencillo. Jesús acaba de aconsejarnos "pedir a Dios el pan nuestro de cada día", el necesario.
-... un amigo mío ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle", y si, desde dentro, el otro le responde: "¡Déjame en paz! la puerta está cerrada; los niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme a darte el pan". Escena viva. El visitante llegó tarde; aprovechó el fresco de la noche para viajar; hace calor en Palestina. Las viviendas de entonces, en el país de Jesús, constaban de una sola pieza; eran casas sencillas para gente sencilla. Todo el mundo duerme en el suelo, sobre una alfombra o una estera. Levantarse supone molestias para todos ¡y es complicado! Dejadnos en paz.
-Yo os digo: que acabará por levantarse y darle lo que necesita, si no por ser amigos, al menos para librarse de su importunidad. El amigo no ha cedido por amistad, sino para que le deje en paz, como el juez del que hablará Jesús más tarde (Lc 18,4-5). Eso no significa que Dios sea así, que ceda por cansancio: pero esta conducta pone de relieve "con mayor razón" la actitud del Padre que es bueno. "Si pues vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas... cuanto más vuestro Padre del cielo..."
-Pedid y se os dará. Buscad y encontraréis. Llamad y se os abrirá. Jesús afirma solemnemente que ¡Dios atiende la oración! Lo repite incansablemente y de diferentes modos.
-El que pide recibe. El que busca encuentra. Al que llama le abren. Hay que ir a Dios como pobre en la necesidad. La plegaria es ante todo una confesión de la propia indigencia: Señor, yo a eso no alcanzo... Señor, ando buscando... Señor, no comprendo... Señor, te necesito...
-¿Qué padre, si su hijo le pide pescado, le ofrecerá una culebra? y si le pide un huevo ¿le dará un alacrán? Pues si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos... Sería impensable que una madre no reaccionara así. Siguiendo la invitación de Jesús, voy a contemplar detenidamente el amor del corazón de las madres y de los padres de la tierra: tantas "cosas buenas" son "dadas" cada día, por millones de padres y madres, bajo el cielo de todo el orbe de la tierra. El calificativo "malos" no parece ser usado aquí para subrayar la corrupción del hombre, sino para valorar, a fortiori, la "bondad" de Aquel que da tantas "cosas buenas" a sus hijos.
-¡Cuánto más vuestro Padre del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo piden! Mateo solamente hablaba de "cosas buenas" (Mt 7,11) Lucas se atreve a hablar del "don del Espíritu", que es para él, el don por excelencia, ese don maravilloso del cual tanto hablará en su libro Hechos de los Apóstoles (53 citas). La mejor respuesta a nuestras oraciones, es recibir todo un Espíritu Santo. “Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza"(Ga 5,22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf Mt 16,24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5,25): ‘Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna’ (San Basilio)” (Catecismo, 736).
¡Ah, no! Dios no se mofa de nosotros. ¡Nos da, nada menos que su propio Espíritu! El que pide, recibe. Pedid y recibiréis (Noel Quesson).
El evangelio nos recomienda que seamos persistentes en la oración no porque Dios sea sordo, sino porque nosotros necesitamos perseverar para alcanzarlo. La naturaleza humana está generalmente caracterizada por la inconstancia. Nos amilanamos ante el primer obstáculo que se nos presenta en la consecución de nuestras metas y proyectos. Abandonamos la nave ante el menor indicio de tormenta.
Por esto, el evangelista nos invita a crecer en nuestras aspiraciones y a fortalecer nuestro espíritu con la oración constante. Pues el Reino no es una autopista ancha por la que entra el primero que lo intenta, sino un camino angosto que exige mucha calidad personal y mucho apoyo comunitario.
Si logramos cultivar una actitud perseverante, una entrega decidida, una sobriedad ante las dificultades, veremos que al término de nuestro esfuerzo está la generosa voluntad de Dios que nos ha acompañado desde el comienzo. Pero, tendremos una interesante ventaja: el esfuerzo nos hará crecer como personas y apreciaremos en su justo valor lo que hemos alcanzado, lo que Dios nos da. Pues, las cosas fáciles no son valiosas. Además, las parábolas nos ofrecen una visión de Dios como amigo. Esto resulta muy interesante en nuestra sociedad contemporánea. Pues, tendemos a considerar amigos a muchos que únicamente tienen alguna relación con nosotros. Sin embargo, las parábolas nos muestran a Dios como un amigo exigente y generoso en gran medida. Esta combinación no es muy frecuente en los que consideramos nuestros compañeros y amigos. Sin embargo, el evangelio nos la muestra como el verdadero rostro del Dios amistoso y espléndido.
Esa amistad con exigencia y vida en comunidad es lo que Jesús nos ofrece. Su propuesta no es una lánguida complicidad, un consuelo superfluo. Su amistad es un proyecto que nos hace crecer como personas, que nos convierte en mejores seres humanos (Servicio bíblico latinoamericano).
Hay tres verbos que sólo practican los sencillos: pedir, buscar, llamar. Si a estos verbos se les añade el adverbio "insistentemente" tenemos esbozado el programa de un verdadero seguidor de Jesús. Pedir supone reconocer que no tenemos todo lo que necesitamos, tomar conciencia de nuestros límites, admitir que Alguien tiene más que nosotros. Piden los pobres y los mendigos. No piden los autosuficientes.
Buscar implica experimentar la atracción de algo que tira de nosotros, admitir que hay un tesoro por el que merece la pena arriesgarse, sentir el aguijoneo de muchas preguntas para las cuales no existen respuestas prefabricadas. No buscan los que han sucumbido a la rutina, los perezosos y los desesperanzados.
Llamar es dirigirse a alguien con la confianza de que vamos a ser escuchados, invocar una presencia que nos supera y que al mismo tiempo se hace cargo de nosotros. No llaman los que temen que no haya nadie al otro lado de la puerta, los que no está preparados para entrar en el caso de que se abra.
Insistentemente significa todos los días, a todas horas, no sólo en ciertos momentos críticos, o cuando no encontramos otra cosa mejor.
Estas lecciones esenciales se pueden explicar así, con un lenguaje un poco árido, o se pueden explicar diciendo: "Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche..." Evidentemente, Jesús elige el modo más eficaz. Y por eso nos remueve por dentro.
Cuando uno pide, recibe; cuando busca, encuentra; cuando llama, se le abre. ¿Qué recibimos y encontramos? La síntesis de todo lo que podemos recibir y encontrar es el Espíritu Santo; es decir, todo lo que necesitamos para decir "Abbá" y para reconocer con nuestros labios y nuestro corazón que "Jesús es Señor". (gonzalo@claret.org).
Insistencia en la oracion como toma de conciencia comunitaria. La segunda parte de la secuencia contiene una parábola. Dios es comparado a un «amigo» a quien otro amigo acude de noche, como ya hemos dicho. También Dios, dice Jesús, hará lo mismo. Hay que «pedir», «buscar», «llamar», con la seguridad de que «se recibe lo que se pide», que «se encuentra lo que se busca», que «se abren las puertas cuando se llama» (11,9-10). Triple búsqueda, insistencia total. A continuación se pone una serie de ejemplos entresacados de la vida cotidiana. Para concluir con el envío del Espíritu Santo “a los que se lo piden!” (11,13). A diferencia de Mateo (Mt 7,11: «dará cosas buenas»), Lucas explicita que el don por excelencia es «el Espíritu Santo». La comunidad no tiene que pedir cosas materiales: es necesario que concentre su oración en el don del Espíritu, la fuerza de que Dios dispone para llevar a cabo el proyecto de comunidad fraterna que propugna Jesús.
Muchas veces nuestra oración no obtiene lo que pide. Y por ello, surge en nosotros el desaliento y el cansancio que nos llevan a abandonar sus práctica. La parábola del amigo importuno se nos presenta para advertirnos de lo irracional de este abandono.
Orar siempre sin desfallecer, aun cuando parece a nuestros ojos y a los de los que nos rodean que no obtenemos respuesta a nuestras peticiones, es la enseñanza fundamental de esta parábola que debemos asumir profundamente en nuestra vida. Nuestros amigos reaccionan ante nuestra insistencia buscando la calma en momentos en que preferirían hacer traición a la amistad, los padres de la tierra, a pesar de sus carencias, conceden las cosas buenas que sus hijos solicitan. Comparándolo con ellos, Dios es para nosotros un amigo siempre fiel que atiende a nuestras necesidades y es también el Padre bueno, ante Quien se ponen de manifiesto las carencias de toda otra paternidad. Pero de ese Amigo fiel y de ese Padre bueno no debemos esperar siempre una respuesta idéntica a la esperada. Podemos pedir muchas cosas buenas que tal vez no sean concedidas. Sin embargo, tengamos la certeza de que Dios responde siempre con un don que, a menudo, es superior a lo que habíamos pedido: el Espíritu Santo. Con Él se nos concede la fuerza necesaria para enfrentar todos los problemas y dificultades que entrecruzan nuestra existencia. Acompañados por Él podemos superar las angustias y medios que nos amenazan. Este es el fruto principal de la oración que justifica nuestra constancia y nuestra perseverancia en su práctica (Josep Rius-Camps).
Dios es el amigo que escucha desde dentro a quien es constante. Hemos de confiar en que terminará por darnos lo que pedimos, porque además de ser amigo, es Padre.
La segunda actitud que Jesús nos enseña es la confianza y el amor de hijos. La paternidad de Dios supera inmensamente a la humana, que es limitada e imperfecta: «Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo...!» (Lc 11,13).
Tercera: hemos de pedir sobre todo el Espíritu Santo y no sólo cosas materiales. Jesús nos anima a pedirlo, asegurándonos que lo recibiremos: «...¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11,13). Esta petición siempre es escuchada. Es tanto como pedir la gracia de la oración, ya que el Espíritu Santo es su fuente y origen.
El beato fray Gil de Asís, compañero de san Francisco, resume la idea de este Evangelio cuando dice: «Reza con fidelidad y devoción, porque una gracia que Dios no te ha dado una vez, te la puede dar en otra ocasión. De tu cuenta pon humildemente toda la mente en Dios, y Dios pondrá en ti su gracia, según le plazca».

martes, 4 de octubre de 2011

Miércoles de la 27ª semana. La misericordia divina es inmensa. Jesús nos invita a dejarnos querer por Dios, abrirle nuestro corazón cada día con el tr

Miércoles de la 27ª semana. La misericordia divina es inmensa. Jesús nos invita a dejarnos querer por Dios, abrirle nuestro corazón cada día con el trato filial de la oración del Padrenuestro.

Profecía de Jonás 4,1-11. Jonás sintió un disgusto enorme y estaba irritado. Oró al Señor en estos términos: -«Señor, ¿no es esto lo que me temía yo en mi tierra? Por eso me adelanté a huir a Tarsis, porque sé que eres compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, que te arrepientes de las amenazas. Ahora, Señor, quítame la vida; más vale morir que vivir. » Respondióle el Señor: -«¿Y tienes tú derecho a irritarte?» Jonás había salido de la ciudad, y estaba sentado al oriente. Allí se habla hecho una choza y se sentaba a la sombra, esperando el destíno de la ciudad. Entonces hizo crecer el Señor un ricino, alzándose por encima de Jonás para darle sombra y resguardarle del ardor del sol. Jonás se alegró mucho de aquel ricino. Pero el Señor envió un gusano, cuando el sol salía al día siguiente, el cual dañó al ricino, que se secó. Y, cuando el sol apretaba, envió el Señor un viento solano bochornoso; el sol hería la cabeza de Jonás, haciéndole desfallecer. Deseó Jonás morir, y dijo: -«Más me vale morir que vivir.» Respondió el Señor a Jonás: -«¿Crees que tienes derecho a irritarte por el ricino?» Contestó él: -«Con razón siento un disgusto mortal.» Respondióle el Señor: -«Tú te lamentas por el ricino, que no cultivaste con tu trabajo, y que brota una noche y perece la otra. Y yo, ¿no voy a sentir la suerte de Nínive, la gran ciudad, que habitan más de ciento veinte mil hombres, que no distinguen la derecha de la izquierda, y gran cantidad de ganado?»

Salmo 85,3-4.5-6.9-10. R. Tú, Señor, eres lento a la cólera, rico en piedad.
Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti.
Porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica.
Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre: «Grande eres tú, y haces maravillas; tú eres el único Dios.»

Evangelio según san Lucas 11,1-4. Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: -«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.» Él les dijo: -«Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación."»

Comentario: 1.- Jon 4,1-11. Jonás, el anti-profeta, muestra en verdad un corazón mezquino. Su reacción ante el perdón de Dios es impresentable: se enfada y entra en una crisis de depresión, hasta desearse la muerte. ¿Cómo puede irritarse un profeta de que la gente se convierta a Dios y que éste les perdone? ¿cómo puede reprochar a Dios: "ya sabía yo que eres compasivo y te arrepientes de tus amenazas"? Jesús nos ha repetido que la «alegría de Dios» era perdonar y que nosotros tenemos que «regocijarnos con él» (Lucas 15, 6-7). -Bien sabía yo que Tú eres un Dios clemente y misericordioso, tardo a la ira y rico en amor, que renuncia al castigo. Yo también sé todo esto, lo sé de sobras. Hasta el punto de que casi no me extraña. Con todo, es preciso que me repitas, Señor, que Tú eres así... conmigo y con todos los hombres... con los más grandes pecadores. La venida de tu Hijo, que "bajó del cielo por nosotros, los hombres y por nuestra salvación" ¡es la prueba más brillante y definitiva de ello! ¿Soy yo, a tu imagen, «clemente y misericordioso, tardo en la ira y rico en amor, renunciando a dañar y disgustar a nadie»?
-Jonás salió de Nínive y se sentó... El Señor dispuso una planta de ricino que creciese por encima de Jonás, para dar sombra a su cabeza y librarle así de su malestar. Jonás se puso muy contento por aquel ricino... ¡Dios demuestra a la vez su delicadeza y su humor! ¡Pobre Jonás que con su celosa hosquedad es el más digno de compasión! Pero al día siguiente, al rayar el alba, el Señor mandó a un gusano y el gusano picó al ricino que se secó. Y al salir el sol, mandó Dios un sofocante viento del este. Jonás sufrió insolación y sintiéndose desfallecer, se deseó la muerte.
La parábola del ricino que se seca es la respuesta de Dios, irónica y expresiva: a Jonás le sabe mal que se seque aquella planta que era la que le daba un poco de sombra. ¿Y se extraña de que a Dios le duela que se vaya a perder todo un pueblo como el de Nínive, que también son criaturas de Dios?
Seguramente nuestra actitud no será tan ridícula como la de Jonás. Recordemos que el relato es caricaturizado, porque su autor quiere "dejar mal" a los judíos en su cerrazón, en contraste con los paganos que sí se convierten a Dios. El que queda mal, en la historia, es el pueblo judío, que no supo realizar su papel de "mediador de bendición para todos los pueblos", como Dios le había anunciado a Abrahán, y se encerró en su propio egoísmo. Pero algo de la actitud de Jonás, con sus depresiones y sus pataletas infantiles, nos puede pasar a nosotros: ¿nos sabe mal que no caigan los castigos de Dios sobre los que juzgamos corruptos y malvados? Jonás anunció el castigo y luego resultó que Dios perdonó, y eso es lo que le sabe mal: pero ¿se trata de quedar yo bien, como anunciador de desgracias, o de que se salve la gente? Reaccionaríamos como Jonás -y como el hermano mayor del hijo pródigo- si fuéramos de corazón mezquino y egoísta, que sólo queremos el bien para nosotros mismos, y que los demás reciban su merecido. ¿Nos cuesta perdonar", ¿nos sabe mal que Dios perdone? ¿que la oveja descarriada entre de nuevo en el redil sin castigo? ¿que el hijo pródigo sea recibido con fiesta y todo? ¿que el buen ladrón alcance el Reino en el último momento? Apliquémonos con humildad el apólogo del ricino, en que Dios aparece preocupado de que no se le pierda un pueblo tan numeroso. ¡Qué hermosa "excusa" da Dios, qué elegante capote lanza a la maldad de Nínive: "no distinguen la derecha de la izquierda"! No se han enterado, no saben, no tienen tanta culpa como parece. ¡Hasta se preocupa de "la gran cantidad de ganado" que se va a perder! ¿Sabemos disculpar a la juventud y a la sociedad de que no tengan la fe que nosotros desearíamos? ¿es que puede tener tanta culpa una persona por no creer, con las ventoleras que le marean en este mundo y la poca formación que ha recibido?
Creamos en el amor de Dios, "bueno y clemente, rico en misericordia con los que le invocan". Y tengamos también nosotros un corazón más abierto y tolerante para con este mundo.
¿Qué es más de admirar, la perspicacia del autor o la ironía divina? Del libro se desprende una lección válida para todos los tiempos y todas las latitudes, ya que siempre habrá Jonás más preocupados de su ricino que de la salvación de los ninivitas. El profeta se escandaliza cuando descubre que su Dios es "un Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor".¡Seguramente creía que Dios era quisquilloso y gruñón! ¡Voltaire tenía razón cuando decía que, si Dios ha creado al hombre a su imagen, el hombre le ha devuelto la pelota! Con la TOB (traducción ecuménica de la Biblia) podemos admirar la belleza poética de algunas expresiones como "hija de una noche, desapareció la planta a la edad de una noche"; y la expresividad de algunas frases como la final: "no distinguen su derecha de su izquierda", que podría remitir al tema de los dos caminos, el que conduce a la vida y el que conduce a la muerte. Finalmente, se advertirá que el número ciento veinte mil tiene un significado universalista (Dios cada dia: Sal terrae).
Después del imponente pez que había conducido Jonás al camino recto, vemos que ahora entra en escena un animalito, un gusano minúsculo y que ¡nos va a permitir sacar la lección final! Es muy raro para un padre o madre de familia con muchos hijos que éstos, un día u otro no le aporten serios problemas. ¡Y Tú, Señor, Padre de tantos hijos amados! -¿Y no voy a tener yo lástima de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y de una gran cantidad de animales? Sobre el número de los ninivitas, comenta S. Juan Crisóstomo: “no menciona esta número tan grande sin un propósito determinado. Lo hace para que aprendas que cada oración, cuando se ofrece en unión de muchas voces, tiene un gran poder”. ¡Dios ama! Dios quiere la vida y la felicidad de sus hijos. Tal es la admirable conclusión de esta parábola. Oro a partir de ella (Noel Quesson).
El camino que nos lleva a la perfección puede causarnos demasiados problemas; pues, por desgracia, a veces no entendemos sino a base de grandes golpes que nos sientan a reflexionar sobre lo que en realidad es Dios y lo que nos imaginamos, equivocadamente de Él. A veces no quisiéramos dejar actuar a Dios; más aún: quisiéramos un dios a la medida de nuestros intereses, de nuestros pensamientos, de nuestros egoísmos religiosos para manipularlo a nuestro antojo. Pero Dios se escapa de cualquier trampa que le tendamos y nos manifiesta que, así como Él ama a todos sin distinción, así hemos de amarnos unos y otros. ¡Qué alegría tan grande hay en el cielo por un sólo pecador que se convierte! Pero el hermano mayor siempre se enoja porque el hermano menor retorna a casa, derrotado por sus anhelos equivocados, sin darse cuenta que también él ha sido derrotado por sus imaginaciones equivocadas acerca de aquellos que son amados de Dios. A veces nos entristecemos más porque desaparece aquello que nos daba seguridad, como el dinero y los bienes materiales, que porque muchos, lejos del Señor, viven al borde de perderse para siempre. Jesucristo nos ha enviado a salvar todo lo que se había perdido; no podemos, por eso, condenar a nadie sino buscar a quienes desbalagaron en una noche de tinieblas y oscuridad; y buscarles hasta encontrarles, no para despreciarlos, no para condenarlos, no para hacerlos volver a golpes y amenazas al redil, sino cargarlos amorosamente sobre nuestros hombros, haciendo nuestras sus miserias y tristezas para que recuperen la paz y la alegría y puedan, así, volver a Dios.
2. El Sal 85 proclama la gran obra de Dios, y especialmente su misericordia y fidelidad. Comienza pidiendo la protección del señor, que es poderoso y hace maravillas, no hay obras como las suyas… esta proclamación la realiza el cristiano no ya solo recordando la manifestación de Dios misericordioso y clemente a Moisés, sino la gran acción salvífica de Dios resucitando a Jesús de entre los muertos. Recuerda, Señor, el amor y la misericordia que manifestaste a nuestros antiguos padres, librándolos de sus enemigos y de sus males cuando invocaban tu Nombre. Ahora, Señor, contémplanos a nosotros con misericordia, escucha nuestra oración y da respuesta pronta a nuestras súplicas. Quienes creemos en Cristo, quienes hemos unido nuestra vida a Él, somos conscientes de que en su Nombre nos dirigimos al Padre Dios como hijos suyos. Dios, sabiendo que nuestro corazón está inclinado al mal desde nuestra adolescencia, se manifiesta siempre como un Padre comprensivo para con todos. Sin embargo no se hace cómplice de nuestras fallas; antes al contrario nos hace un fuerte llamado a dejar nuestros malos caminos y volver a Él, para caminar, ya no movidos por nuestras miserias, sino por su Espíritu que nos hace, no sólo llamar Padre a Dios, sino comportarnos realmente como hijos suyos.
Juan Pablo II comentaba así la oración a Dios ante las dificultades que “es el salmo 85, que se acaba de proclamar y que será objeto de nuestra reflexión, nos brinda una sugestiva definición del orante. Se presenta a Dios con estas palabras: soy "tu siervo" e "hijo de tu esclava" (v 16). Desde luego, la expresión puede pertenecer al lenguaje de las ceremonias de corte, pero también se usaba para indicar al siervo adoptado como hijo por el jefe de una familia o de una tribu. Desde esta perspectiva, el salmista, que se define también "fiel" del Señor (cf v 2), se siente unido a Dios por un vínculo no sólo de obediencia, sino también de familiaridad y comunión. Por eso, su súplica está totalmente impregnada de abandono confiado y esperanza…
El Salmo comienza con una intensa invocación, que el orante dirige al Señor confiando en su amor (cf vv 1-7). Al final expresa nuevamente la certeza de que el Señor es un "Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal" (v. 15; cf. Ex 34,6). Estos reiterados y convencidos testimonios de confianza manifiestan una fe intacta y pura, que se abandona al "Señor (...) bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan" (v 5). En el centro del Salmo se eleva un himno, en el que se mezclan sentimientos de gratitud con una profesión de fe en las obras de salvación que Dios realiza delante de los pueblos (cf vv 8-13).
Contra toda tentación de idolatría, el orante proclama la unicidad absoluta de Dios (cf v 8). Luego se expresa la audaz esperanza de que un día "todos los pueblos" adorarán al Dios de Israel (v 9). Esta perspectiva maravillosa encuentra su realización en la Iglesia de Cristo, porque él envió a sus apóstoles a enseñar a "todas las gentes" (Mt 28,19). Nadie puede ofrecer una liberación plena, salvo el Señor, del que todos dependen como criaturas y al que debemos dirigirnos en actitud de adoración (cf. Sal 85,9). En efecto, él manifiesta en el cosmos y en la historia sus obras admirables, que testimonian su señorío absoluto (cf v 10)…
El salmo 85 es un texto muy apreciado por el judaísmo, que lo ha incluido en la liturgia de una de las solemnidades más importantes, el Yôm Kippur o día de la expiación. El libro del Apocalipsis, a su vez, tomó un versículo (cf. v. 9) para colocarlo en la gloriosa liturgia celeste dentro de "el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero": "Todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti"; y el Apocalipsis añade: "porque tus juicios se hicieron manifiestos" (Ap 15,4). San Agustín dedicó a este salmo un largo y apasionado comentario en sus Exposiciones sobre los Salmos, transformándolo en un canto de Cristo y del cristiano…
El cristiano santo se abre a la universalidad de la Iglesia y ora con el salmista: "Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor" (Sal 85,9). Y san Agustín comenta: "Todos los pueblos en el único Señor son un solo pueblo y forman una unidad. Del mismo modo que existen la Iglesia y las Iglesias, y las Iglesias son la Iglesia, así ese "pueblo" es lo mismo que los pueblos. Antes eran pueblos varios, gentes numerosas; ahora forman un solo pueblo. ¿Por qué un solo pueblo? Porque hay una sola fe, una sola esperanza, una sola caridad, una sola espera. En definitiva, ¿por qué no debería haber un solo pueblo, si es una sola la patria? La patria es el cielo; la patria es Jerusalén. Y este pueblo se extiende de oriente a occidente, desde el norte hasta el sur, en las cuatro partes del mundo". Desde esta perspectiva universal, nuestra oración litúrgica se transforma en un himno de alabanza y un canto de gloria al Señor en nombre de todas las criaturas”.
3.- Lc 11,1-4. En el camino de Jesús a Jerusalén, también se va describiendo el camino de sus seguidores en su vida de fe. Si ayer era la escucha de la palabra de Dios lo que recomendaba Jesús, hoy y mañana nos enseña la importancia de la oración. El Padrenuestro del evangelio de Lucas es menos desarrollado que el de Mateo: contiene dos peticiones referentes a Dios: "santificado sea tu nombre, venga tu reino" (Mateo añade "hágase tu voluntad") y tres para nosotros: "danos el pan", "perdona nuestros pecados" y "no nos dejes caer en la tentación" (Mateo añade "mas líbranos del mal"). Los especialistas dicen que es más fácil pensar que Mateo haya añadido matices que no que Lucas los haya suprimido, y por tanto la versión de Lucas podría considerarse más cercana a lo que dijo Jesús. Todavía hay otra versión del primer siglo, la de la Didaché, que añade una doxología final: "tuyo es el reino ", que nosotros también decimos en la Misa como conclusión del Padrenuestro. No importan mucho estas diferencias en el texto. Nosotros rezamos la forma eclesial, la que la Iglesia ha creído más conveniente poner en labios de sus fieles, teniendo en cuenta la de las otras confesiones cristianas y también la traducción que más ayude a rezar en común a todos los que utilizan la misma lengua, como en el caso del castellano, que desde 1988 se ha unificado para los veintitantos países de habla hispana.
A Jesús le pidieron que les enseñara a rezar porque le vieron rezando a él. Él es el mejor modelo: él, que se dedicaba continuamente a evangelizar y atender a las personas, pero que también oraba, con una actitud filial de comunión con el Padre. Rezamos muchas veces el Padrenuestro, y por eso tiene el peligro de que la rutina no nos permita sacarle todo el gusto espiritual que merece. Es la más importante de las oraciones que decimos, la que nos enseñó el mismo Jesús. El Padrenuestro es una oración entrañable, que nos ayuda a situarnos en la relación justa ante Dios, pidiendo ante todo que su nombre sea glorificado y que se apresure la venida de su Reino. El centro de nuestra vida es Dios. Luego pedimos por nosotros: que nos dé el pan de nuestra subsistencia, nos perdone las culpas y nos dé fuerza para no caer en la tentación. Es nuestra oración de hijos. Lucas trae como invocación inicial una sola palabra: "Padre", que la comunidad primera conservó cariñosamente, recordando que Jesús llamaba a Dios "Abbá, Papá". Mateo añade lo de "nuestro, que estás en los cielos".
Hoy haríamos bien en decir el Padrenuestro por nuestra cuenta, despacio, saboreándolo, por ejemplo después de la comunión, creyendo lo que decimos. Además, tendríamos que enseñar a otros a rezarlo con fe y con amor de hijos. Las demás oraciones son glosas, comentarios, no tan importantes como ésta. A los hijos de una familia, a los niños de la catequesis, les tenemos que iniciar en la oración sobre todo "orando con ellos", no tanto "mandándoles que recen", y precisamente con estas palabras que nos enseñó Jesús.
Si tenemos la sana costumbre de hacer alguna lectura de tipo espiritual a lo largo del día, podemos hoy leer los comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica a las peticiones del Padrenuestro, en sus números 2759-2865, en los que presenta esta oración como "corazón de las sagradas Escrituras", "la oración del Señor y oración de la Iglesia" y "resumen de todo el evangelio" (J. Aldazábal). “La expresión tradicional "Oración dominical" [es decir, "oración del Señor"] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es "del Señor". Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado (cf Jn 17,7): él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración” (2765).
La infancia espiritual lleva a las almas a sentir el consuelo de abandonarse totalmente en este Padre bueno que es Dios: «Yo soy esa hija, objeto del amor previsor de un Padre que no ha enviado a su Verbo a rescatar a los justos sino a los pecadores. El quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que yo le ame mucho, como Santa María Magdalena, sino que ha querido que yo sepa hasta qué punto Él me ha amado a mí, con un amor de admirable prevención, para que ahora yo le ame a Él ¡con locura...!» (Sta. Teresa de Lisieux).
«Si recorres todas las plegarias de la Santa Escritura, creo que no encontrarás nada que no se encuentre y contenga en esta oración dominical. Por eso, hay libertad de decir estas cosas en la oración con unas u otras palabras, pero no debe haber libertad para decir cosas distintas. (...) Aquí tienes la explicación, a mi juicio, no sólo de las cualidades que debe tener tu oración, sino también de lo que debes pedir en ella, todo lo cual no soy yo quien te lo ha enseñado, sino aquel que se dignó ser maestro de todos» (S. Agustín). Entre las diversas súplicas (cfr nota a Mt 6,1-18), pedimos a Dios que nos dé el pan cotidiano (v. 3). Solicitamos a Dios el alimento diario de cada jornada: la posesión austera de lo necesario, lejos de la opulencia y de la miseria (cfr Pr 30,8). Los Santos Padres han visto en el pan que se pide aquí no sólo el alimento material, sino también la Eucaristía, sin la cual no puede vivir nuestro espíritu. La Iglesia nos lo ofrece diariamente en la Santa Misa y reconoceremos su valor si lo procuramos recibir diariamente: «Si el pan es diario, ¿por qué lo recibes tú solamente una vez al año? Recibe todos los días lo que todos los días es provechoso; vive de modo que diariamente seas digno de recibirle» (S. Ambrosio).
Pedimos también fuerza ante la tentación (v. 4), pero «no pedimos aquí no ser tentados, porque en la vida del hombre sobre la tierra hay tentación (cfr Jb 7,1) (...) ¿Qué es, pues, lo que aquí pedimos? Que, sin faltarnos el auxilio divino, no consintamos por error en las tentaciones, ni cedamos a ellas por desaliento; que esté pronta a nuestro favor la gracia de Dios, la cual nos consuele y fortalezca cuando nos falten las propias fuerzas» (Catechismus Romanus 4,15,14).
Para Lucas, rezar es un compromiso de vida, una manera de ser. Por eso la oración de Jesús es una acogida incondicional de la voluntad del Padre. De ahí la importancia del Padrenuestro, la oración de los hijos. Con J. Radermakers, nos gustaría señalar que las tres últimas peticiones, que son como la ilustración de las tres primeras relativas del Reino, se concretarán en los capítulos siguientes del evangelio. En efecto, la petición del pan de vida, que reconoce a Dios como la única fuente de vida, alude a la primera de las tres tentaciones del desierto (4, 4) y encontrará su prolongación en la promesa hecha por Jesús de servir a sus discípulos (12,35-40). El perdón de las deudas, que es una invitación a imitar la gratuidad divina, se ilustrará con la parábola del hijo pródigo (cf cc15-16) y se opone a la tentación del poder (4,6-7). Finalmente, la tercera petición, que se ilustrará con la negativa a acoger la salvación de Dios (cc 17ss), alude a la tentación de poner a Dios al propio servicio (4,9-10; Dios cada día, Sal terrae).
-Un día estaba Jesús orando... Jesús dijo ayer a Marta -y a nosotros- ¡que estaba demasiado agitada! El mundo moderno se parece mucho a Marta: solemos estar agobiados, apresurados, agitados. No conozco a nadie, hombre o mujer que algún día no me haya dicho que desearía rezar más, pero que no encuentra tiempo, en medio de la sobrecarga de las ocupaciones urgentes de cada día. Señor Jesús, estás orando; yo te contemplo. Concédeme poder pasar cada día un rato "sentado a tus pies". Serían muchas las cosas a hacer en este mismo momento, pero ninguna, a pesar de las urgencias que esperan -y que esperarán aún diez o veinte minutos- no es tan urgente como lo es el escucharte y procurar contestarte.
-Cuando hubo terminado... Esperaron junto a El que terminara su oración... Me admira ese su respeto a la oración de Jesús: no lo estorbemos que tome todo el tiempo necesario... nada es más urgente que esa oración... cuando terminará -dentro de diez o veinte minutos- entonces le preguntaremos... mientras tanto, lo contemplamos: Jesús está orando...
-Cuando hubo terminado, uno de sus discípulos le pidió: "Señor, enséñanos una oración, como Juan Bautista enseñó a sus discípulos". Juan Bautista les había enseñado sin duda a rezar en el contexto que era el suyo: la fiebre de la última y próxima espera del mesías. Los discípulos de Jesús quisieran también tener una oración salida de los labios de Jesús y del Reino de Dios que ahora comenzaba.
-El les dijo: "Cuando recéis decid: Padre nuestro... Abba. He aquí la oración que surgió de Jesús. Es muy interesante notar las diferencias entre el "Padre nuestro" relatado por san Mateo (6, 9) y el que nos relata aquí san Lucas. Seguramente uno y otro nos propusieron el texto usado en sus comunidades respectivas... a menos que el mismo Jesús hubiera dado en diversas ocasiones, varias versiones, a la vez diferentes y semejantes de esa oración. Hoy tenemos que volver a descubrir esa "diversidad" de las liturgias en la unidad de fondo. En esa versión se ha traducido por el mismo término cuando en Mateo y en Lucas hay el mismo término griego... pero hemos traducido por un término diferente si es también diferente el término griego. Siete peticiones, según Mateo... cinco, según Lucas... (Noel Quesson).
Jesús ora porque necesita viajar al centro de su experiencia filial, porque necesita respirar el cariño de su Abbá. Jesús es el gran experto del "viaje al centro". Y, desde el centro, se conecta con todos y con todo. Sé que estas expresiones pueden malentenderse en tiempos en que hemos hablado, más bien, de la necesidad de viajar la periferia. No hay contradicción. Aquí el "centro" no significa el ámbito del poder sino el núcleo de la persona, su corazón. Viajar al centro es viajar al santuario de nuestra identidad, en el que descubrimos a Dios, nos descubrimos a nosotros mismos de un modo nuevo, nos vinculamos a los demás en la raíz y nos insertamos en el mundo. Por eso orar es como respirar.
Naturalmente este viaje, como todas, necesita algunas señales. La petición de los discípulos es la que nosotros mismos formulamos cuando alguien nos habla de lo importante que es orar: "Enséñanos a orar". El Padrenuestro es un maravilloso y sencillo mapa para viajar al centro. En la versión de Lucas, nos lleva al centro a través de cuatro peticiones esenciales: el reino, el pan, el perdón, la preservación de la tentación.
Os invito a que hoy miércoles repitamos estas peticiones en contextos diferentes: en casa, en la calle, en la iglesia. Dejemos que el Espíritu de Jesús nos conceda el don de saber orar como conviene. Dejemos que él sea el pedagogo que nos enseñe a orar como Jesús (gonzalo@claret.org).
Una nueva manera de orar. Una nueva secuencia perfectamente marcada por a) el nuevo escenario (cambio de decorado): «Y sucedió que, mientras él se encontraba orando en cierto lugar» (11,la); b) unos nuevos per sonajes Jesús y los discípulos) «al terminar, uno de sus discípulos le pidió» (1l,lb), y c) una nueva temática (la oración): «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos» (11,lc). Los discípulos no han participado en la oración de Jesús («mientras él se encontraba orando»), pero sienten la necesidad de tener unas formas de orar parecidas a las del Bautista («enséñanos a orar, como Juan...») Este ya había hecho escuela; Jesús todavía no. Quieren unas formas rígidas, que llenen las horas del día y de la noche, que den solidez e identidad al grupo que se está constituyendo. La oración de Jesús, o no la han comprendido o no la comparten (no le piden que les enseñe a orar como él lo hace). Quieren aprender unas formas como las que Juan enseñó a sus discípulos. Jesús contrasta esta forma de orar ritualizada con una oración de compromiso personal: «Cuando oréis, decid: "Padre..." » (11 ,2 a). Inaugura una forma de orar inaudita. La oración judía oficial se realizaba en el templo, el lugar por exce lencia; Jesús convierte el sitio donde se encuentra en «lugar» adecuado para la oración («mientras él se encontraba orando en cierto lugar»). Por primera vez hay quien se dirige a Dios con confianza filial: «Abba» (en arameo, «Padre»). Jesús introduce un cambio profundo en la relación del hombre con Dios. Todas las religiones, incluyendo la religión judía (Antiguo Testamento), rezan a un Dios lejano, al que tratan de aplacar. Jesús sustituye la verticalidad por la horizontalidad: ¡Dios es Padre! A diferencia de Mateo («Padre nuestro»), Lucas no pone el acento en el aspecto comunitario. En la primera parte de la secuencia el centro es el Padre, en contraste con el Dios del Antiguo Testa mento.
La oracion de los hijos de Dios. «Que se proclame que ese nombre tuyo es santo» (11,2b). Que las «buenas obras» de la comunidad hagan que la humanidad proclame su santidad. «Que llegue tu reinado» (11,2c). Quiere que el reinado de Dios, del que la comunidad ya tiene experiencia, se extienda a todo hombre y que ésta lo haga presente con su estilo de vida. «Nuestro pan del mañana dánoslo cada día» (11,3). Que lo que parecía reservado para el mañana (mentalidad escatológica), se anticipe ya ahora (el banquete mesiánico en relación con la Eucaristía). Hablar de «la otra vida» es propio de todas las religiones. Jesús habla de hoy: el reino de Dios tiene que ir construyéndose «cada día». «Perdónanos nuestros pecados, que también nosotros perdonamos a todo deudor nuestro» (11,4a). Respecto al hermano no hay «pecado»: hay una «deuda». La comunidad se anticipa en el perdón / amor al prójimo para forzar el perdón de Dios. «Y no nos dejes ceder a la tentación» (11,4b). La comunidad no ha de ceder a las pretensiones nacionalistas y religiosas del Tentador. Es el peligro que la amenazará en todo momento. Jesús superó todas las pruebas (tres) en el desierto; la comunidad pide poder hacer otro tanto en el desierto de la sociedad sin ceder al provi dencialismo irresponsable o a la ambición de gloria y poder.
La oración del Padre Nuestro, propia de los discípulos de Jesús, tiene como primera finalidad hacernos olvidar nuestras preocupaciones más cercanas y situarnos en el horizonte de Dios. Este amplio horizonte de los intereses y preocupaciones del querer divino brota de un profundo sentimiento de intimidad, fundamentado en la relación filial de Jesús, hecha nuestra en la invocación al "Padre". Esta invocación nos introduce en el ámbito familiar de Dios y nos conduce al sentido más profundo de nuestra comunicación con El. Por ello la oración tiene por objeto principal la concreción del querer divino sobre la vida y la historia de los hombres. Por consiguiente, sólo puede tener adecuada realización en la revelación a los ojos de toda la humanidad que está ligada a la venida de su Reino. Sólo desde ese marco pueden adquirir un adecuado sentido los intereses propios y comunitarios expresados en la oración. La realización del Reino de Dios tiene como consecuencia la posibilidad de una vida digna en que sea factible el acceso al alimento de todos los días y dónde se pueda experimentar a Dios en el perdón de las deudas propio del año de gracia, conforme a la palabra de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,19). Permanecer en ese ámbito de la gracia es el don que imploramos de un Dios que no nos abandona a una prueba superior a nuestras fuerzas.
Por consiguiente, la oración del discípulo no se aparta en ningún momento de la preocupación por hacer realidad el designio de salvación. Podemos hablar de una oración profética ya que con ella anticipamos la realización para todo hombre del querer salvífico de Dios (Josep Rius-Camps).
La vida de Jesús, su alma misma, su programación misionera, quedaron enmarcadas para todos los tiempos en la oración más hermosa: el Padrenuestro.
La oración de Jesús, no es un rezo, no es una fórmula infantil, ni es una nueva doctrina. La oración de Jesús, es todo un proyecto, su proyecto mismo de vida.
Los apóstoles fueron los primeros en admirar cómo oraba Jesús en permanente diálogo con el Padre; ellos estaban muy preocupados porque no tenían una forma propia de orar. Ni una oración que los distinguiera de los demás grupos religiosos. Ellos solamente sabían las oraciones de todo judío piadoso, pero necesitaban una oración que los caracterizara como discípulos de Jesús, como familia de Dios y como llamados al Reino.
Fue entonces cuando Jesús les enseñó el Padre Nuestro, que no solamente es una oración digna de ser puesta en nuestros labios, sino que nos da el estilo y los criterios para que toda oración se auténtica.
Cuando Jesús ora no solamente dice palabras bonitas. La oración para Jesús es un momento clave de confrontación entre su vida y el proyecto del Padre, y eso es en definitiva el Padrenuestro.
Los cristianos estamos acostumbrados a rezar. No podemos negar que muchos cristianos oran, pero por lo general cuando oramos, vivimos pidiendo. Con la oración, con la eucaristía y con todos los actos religiosos que hacemos acontece a veces como que queremos manipular a Dios, y con frecuencia somos sólo nosotros los que pedimos a Dios, y no dejamos que Dios nos pida a nosotros…
Como Jesús, cada vez que oremos hemos de confrontarnos con el Reino de Dios. Esta sería la genuina forma de orar. No podemos hacer de la oración un espacio de escape a la realidad, ni un momento de manipulación y de promesas falsas a Dios. La oración tiene que producir "frutos" en la vida personal y comunitaria, así como lo hizo Jesús.
La oración del Padrenuestro, es la vida misma de Jesús, hecha oración. Debe seguir siendo nuestra oración principal, para que seamos interpelados por los sentimientos mismos de Jesús. Porque el Padrenuestro es, en definitiva, la oración del Reino (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
El padrenuestro es el resumen orante y actuante de toda la vida cristiana. Es el resumen de todo el Evangelio. Muchos consideran el Padrenuestro como la síntesis de la predicación y práctica de Jesús. Toda la práctica y predicación de Jesús consistió en esto: hacer la voluntad del Padre, que consiste en construir su Reino en medio de nosotros, para que así sea santificado por todos su nombre y todos los seres humanos, que formamos el gran pueblo de Dios podamos tener vida en abundancia, gracias a que adquirimos como don y como lucha lo que necesitamos para vivir con dignidad (Pan), crecemos en la vida comunitaria y solidaria (Perdón), superamos egoísmos e individualismos (Tentaciones) y nos liberamos de aquello que nos oprime (Mal). En el padrenuestro encontramos una correcta relación y articulación entre la Causa del Padre y la Causa del Pueblo, entre Dios y los seres humanos, entre el cielo y la tierra. La primera parte del Padrenuestro se refiere a la Causa de Dios-Padre: la santificación de su nombre, su reinado y su voluntad. La segunda parte concierne a la causa de los seres humanos: el pan necesario, el perdón indispensable, la tentación siempre presente y el mal continuamente amenazador. Ambas partes forman una unidad en la práctica y predicación de Jesús, enseñándonos que Dios no se interesa sólo de lo que es suyo -su nombre, su reinado, su voluntad-, sino que se preocupa por lo que es propio del pueblo, -su pan, su perdón, la tentación, el mal-, sino que se abre también a lo concerniente al Padre: su nombre, su reinado y su voluntad.
En pocas palabras, en la oración del Padre nuestro, la Causa de Jesús no es ajena a la Causa del Pueblo, y la Causa del Pueblo no es extraña a la Causa de Dios (servicio bíblico latinoamericano).
‘Muy poco enseñó la vida a quien no ha aprendido a soportar el dolor’, decía nuestro inmortal Cervantes. Las actitudes de los demás nos pueden resultar molestas, ofensivas, dolorosas. Pero hemos de comenzar por comprenderlas. Después vendrá el trabajo de darnos todos la mano para sobrellevar en compañía los sufrimientos, y también las alegrías.
‘Al juzgar al otro, hemos de entender que fallamos contra nosotros mismos’, porque todos estamos hechos del mismo barro y somos fáciles a rompernos por cualquier golpe de infortunio, incomprensión, arranque pasional, egoísmo. Seremos sabios cuando hayamos alcanzado la actitud de perdón, frenando el castigo, para avanzar en el amor.
OREMOS: Señor, Dios nuestro, ¡qué fácil es para nuestra inteligencia serena apreciar los bienes que acarrea el amor y que el odio mata! ¡Qué hermosa aparece en nuestra mente la mano dadivosa, justa, misericordiosa! Pero en la vida diaria se nos hace difícil vencer cualquier mal con obras de amor. Danos tu gracia, para que vivamos conforme a la imagen de Jesucristo. Amén.
¡Padre!, santificado sea tu nombre. ¡Padre!, haznos más hermanos, más caritativos. ¡Padre!, sé misericordioso con nosotros.
El Señor, mediante la oración, nos enseña a relacionarnos con Dios no sólo como criaturas, sino como hijos suyos. En la oración del Padre nuestro estamos aceptando el compromiso de reconocer que Dios no es Padre exclusivo de un grupo, pues no decimos, por ejemplo, Padre de los cristianos, sino Padre Nuestro, Padre de todos. Santificamos el Nombre de Dios no sólo cuando le rendimos culto, sino cuando, por nuestras buenas obras, elevamos hacia Él una continua alabanza a su santo Nombre. Su Reino sólo vendrá a nosotros cuando se haga realidad su amor en nuestros corazones, amor que nos una a todos sin distinción, como Dios nos quiere. El Pan nuestro de cada día lo pedimos sin querer entregar nuestro corazón a los bienes materiales, pues bástele a cada día sus propias preocupaciones; y si el Señor nos concede más de lo que necesitamos que sea para que sepamos compartir con los pobres lo que el Señor nos ha confiado. Cuando veamos que la unidad está en riesgo de perderse a causa de nuestra fragilidad que nos arrastra a ofender a los demás, o a ser ofendidos por ellos, hemos de pedir a Dios que nos perdone, con un arrepentimiento sincero que nos lleve a restaurar nuestras relaciones de hijos con Dios y nuestras relaciones fraternas con nuestro prójimo. Finalmente le pedimos a Dios que no nos deje caer en tentación, que vele por nosotros, que nos fortalezca con su Espíritu para que, a pesar de nuestras fragilidades e inclinaciones al mal, permanezcamos firmes en hacer el bien; entonces la Victoria de Cristo sobre el Malo será también nuestra Victoria. Así vislumbramos que el Padre Nuestro no es sólo una oración para recitarla de memoria, sino una oración que ha de recitarse con el compromiso de la vida diaria hecha testimonio de la presencia del Señor en nosotros, que nos lleva a vivir unidos como hermanos, libres de maldades, egoísmos y odios, en torno a nuestro Dios y Padre, manifestando así que ya desde este mundo hemos dado inicio al Reino de Dios entre nosotros…
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe con un amor sincero hacia nuestro Padre Dios y hacia nuestros hermanos, para que llegue a nosotros su Reino de verdad, de justicia, de amor y de paz. Amén (www.homiliacatolica.com).
Vemos enseguida que la oración, según Jesús, es un trato del tipo “padre-hijo”. Es decir, es un asunto familiar basado en una relación de familiaridad y amor. La imagen de Dios como padre nos habla de una relación basada en el afecto y en la intimidad, y no de poder y autoridad. Rezar como cristianos supone ponernos en una situación donde vemos a Dios como padre y le hablamos como sus hijos: «Me has escrito: ‘Orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?’. —¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: ¡tratarse!’» (San Josemaría). Cuando los hijos hablan con sus padres se fijan en una cosa: transmitir en palabras y lenguaje corporal lo que sienten en el corazón. Llegamos a ser mejores mujeres y hombres de oración cuando nuestro trato con Dios se hace más íntimo, como el de un padre con su hijo. De eso nos dejó ejemplo Jesús mismo. Él es el camino. Y, si acudes a la Virgen, maestra de oración, ¡qué fácil te será! De hecho, «la contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro de Hijo le pertenece de un modo especial (...). Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo» (Juan Pablo II; Austin Chukwuemeka Ihekweme).

lunes, 3 de octubre de 2011

Martes de la 27ª semana de Tiempo Ordinario. La misericordia divina nos invita siempre a la conversión, a la salvación. Jesús explica a Marta y María

Martes de la 27ª semana de Tiempo Ordinario. La misericordia divina nos invita siempre a la conversión, a la salvación. Jesús explica a Marta y María el modo de hacer las cosas del mejor modo, escoger la mejor parte

Profecía de Jonás 3,1-10. De nuevo vino la palabra del Señor sobre Jonás: -«Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predicale el mensaje que te dijo.» Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando: -«¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!» Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños. Llegó el mensaje al rey de Ninive; se levantó del trono, dejó el manto, se cubrió de saco, se sentó en el polvo y mandó al heraldo a proclamar en su nombre a Nínive: -«Hombres y animales, vacas y ovejas, no prueben bocado, no pasten ni beban; vístanse de saco hombres y animales; invoquen fervientemente a Dios, que se convierta cada cual de su mala vida y de la violencia de sus manos; quizá se arrepienta, se compadezca Dios, quizá cese. el incendio de su ira, y no pereceremos.» Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.

Salmo 129,1-2.3-4. R. Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?
Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto.
Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos.

Evangelio según san Lucas 10,38-42. En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: -«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.» Pero el Señor le contestó: -«Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.»

Comentario: 1. Jon 3,1-10 (cf domingo 03B). "De nuevo vino la palabra del Señor sobre Jonás: levántate y vete a Nínive". Yahvé se sale con la suya: Jonás se da cuenta de que no puede desobedecer, se levanta, va a Nínive y empieza a proclamar el mensaje que se le ha encargado.
-Jonás se levantó y partió hacia Nínive, según la palabra del Señor. Ahora bien, Nínive era una ciudad extraordinariamente grande: se necesitaban tres días para atravesarla. El mundo a evangelizar nos parece HOY también enorme. La incredulidad se yergue ante nosotros masiva y aparentemente impenetrable... El estilo de vida de la moderna sociedad de consumo parece segregar, con el ateísmo, la anestesia de las aspiraciones espirituales. Repítenos, Señor, que estás con nosotros, y que es «según tu palabra» y según tu voluntad que estamos inmersos en medio de los paganos, para revelarles tu mensaje. Como en los tiempos de los gnósticos, que Tertuliano decía: “mira que ha puesto delante el mejor título de Dios, es decir, que es paciente con los malos y rico en misericordia y compasión con los que reconocen y lloran sus pecados, como hicieron entonces los ninivitas. Si tal ser es un Ser muy bueno, tu deberás (…) conceder que no puede concebir el mal y esto porque, tal como lo admite el mismo Marción, el árbol bueno no puede dar frutos malos”.
-Jonás, si antes desobedeció, ahora obedece, y el éxito no depende de él sino del Señor… hizo un día de camino recorriendo la ciudad proclamando: "¡Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida!" Volvemos a encontrar las reticencias del profeta: puesto que he de hablar a estos «pérfidos paganos», que sea para condenar y para asistir a su destrucción. Jonás, en el fondo de sí mismo, continúa detestando a los habitantes de Nínive. No es esto lo que Dios quiere.
-Enseguida los ninivitas creyeron en Dios. 3 días hacía falta para recorrer la ciudad, pero con 1 ya se convierten… Anunciaron un ayuno y todos, del mayor al menor, se vistieron de sayal. Hay expresiones de conversión que recuerdan a Jeremías y Ananot, como la llamada de ayuno que hace Jeremías (en su tiempo llama Jerusalén “la gran ciudad”, analógicamente aquí es Nínive la ciudad de los gentiles) en tiempos del rey Joyaquim. Los ninivitas, aquí conocedores de la Biblia, piensan que con penitencia cambian el corazón de Dios, doctrina de Jr 18,7-8. Jesús hace referencia al buen corazón de los ninivitas, que se convierten al toque de la llamada divina (Mt 12,4), y quedan en la tradición cristiana como modelo de penitencia (cf Biblia de Navarra), como recuerda S. Clemente Romano: “recorramos todos los tiempos, y aprenderemos cómo el Señor, de generación en generación, concedió un tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a él. Noé predicó la penitencia, y los que lo escucharon se salvaron. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser del pueblo elegido”. Y también S. Juan Crisóstomo: “no consideres el poco espacio de tiempo que tienes, sino el amor del maestro. El pueblo de Nínive apartó de sí la gran ira de Dios en tres días. El poco espacio de tiempo que tenían no les disuadió, sino que sus almas ansiosas conquistaron la bondad del maestro y después fueron capaces de cumplir toda la obra”.
Y pasa lo inesperado. El anuncio era de castigo -"dentro de cuarenta días Nínive será arrasada"-, pero resulta que todos se convierten, desde el rey al último de los súbditos y hasta el ganado. Y entonces Dios "se compadeció" y desistió de aplicar el castigo amenazado. Dios es el que perdona. Es lo suyo.
¡Qué poca confianza tenemos a veces en las personas! Sí, hay motivos para pensar que la sociedad está distraída, preocupada por otras mil cosas y no precisamente por el evangelio. Pero ¿tenemos derecho a perder la esperanza, a no dar a nuestros contemporáneos un margen de confianza, como el que les da Dios?
Si hubiera sido ésa la actitud de Jesús, no hubiera empezado a predicar. Y Pablo hubiera dimitido bastante pronto ante las dificultades que iba encontrando en Corinto y en Atenas y en Éfeso. Pero siguieron anunciando la Buena Noticia. Como Pedro echó las redes, a pesar del fracaso anterior, pero esta vez fiado en el nombre de Jesús. Y muchos creyeron. Lo que parecía imposible, resulta que sí es posible, con la ayuda de Dios.
Muchos que nos parecían alejados tienen buen corazón y hacen caso a Dios. ¿O nos creemos los únicos "buenos", como los fariseos? Jesús echa en cara a los judíos de su tiempo que son peores que los ninivitas, que creyeron a Jonás, y ellos, no, a pesar de que Jesús "es algo más que Jonás" (Mt 12,41). Los de fuera, muchas veces con menos formación y facilidades que nosotros, sí se convierten y nos dan lecciones.
El protagonista del relato de hoy es ese Dios que ama y perdona con facilidad. En él puede más el amor que la justicia: "yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que se convierta de su conducta y viva" (Ez 33,11). Es lo que nos hace decir el salmo, alegrándose de este perdón: "si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón... porque del Señor viene la misericordia".
Esto lo tenemos que aplicar a nosotros mismos -cuando nos abruma la conciencia de nuestros fallos- y a los demás, no perdiendo nunca la confianza en nadie. Si Dios les perdona, ¿quiénes somos nosotros para desahuciarlos tan rápidamente?-La palabra del Señor fue dirigida «de nuevo» a Jonás: «Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad pagana, proclama allí el mensaje que te doy para ella.» He aquí que después de muchos rodeos, Jonás se encuentra de nuevo ante la llamada. El Señor no le ha soltado y le renueva la orden misionera. Esta vez no podrá escaparse. ¡Señor, repíteme tu voluntad! Repíteme que no tengo derecho a vivir mi Fe tranquilamente para mí solo. Repíteme que tengo que proclamar tu mensaje. «Desgraciado de mí, si no evangelizo» (1 Corintios 9, 16). Repíteme, Señor, que soy responsable de mis hermanos. ¿Me considero como «enviado en misión»? ¿Soy el testigo de algo, de alguien? ¿Suscita mi vida un interrogante, una reconsideración de la suya, a los que me ven vivir? ¿Mis palabras y mis hechos son como una proclamación del evangelio?¡Qué sorpresa! Mientras que durante siglos la predicación de los profetas no logró que el pueblo de Israel se convirtiera... la predicación de solo un día fue suficiente para que cambiara el corazón de los menospreciados ninivitas. Jesús repetirá esta lección, dándola como ejemplo a sus contemporáneos. «Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás» (Mt 12, 41). Es verdad, Señor. Suelo responder peor y menos prestamente a tus llamadas, que ciertos «paganos» de mi alrededor. Pienso en algunas actitudes de justicia, de amor, de generosidad, ¡muy conformes a la voluntad de Dios sobre todo hombre! Te doy gracias, Señor, por esta rectitud de vida, vivida por tantos hombres que, al menos en apariencia, parecen ignorarte.
-Viendo su reacción y como se apartaban de su mala conducta, Dios renunció al castigo que había determinado darles. La Biblia está llena de estos «cambios» de Dios. ¡Dios que cambia de parecer! En lenguaje antropomórfico, desde luego, esto quiere decir que ¡Dios no desea nunca la muerte del pecador, sino que se convierta y viva! (Ez 33, 11). En el momento mismo en que Dios parece amenazar con un castigo, lo primero es el amor y únicamente el amor: es sólo la felicidad, únicamente la felicidad lo que Dios, de veras, quiere. En nombre de todos los hombres gracias, Señor (Noel Quesson).
Dios no sólo escucha las oraciones de los que le viven fieles; ni sólo las de quienes pertenecen al pueblo de sus hijos, aun cuando sean rebeldes; Él escucha las súplicas de todo hombre de buena voluntad, pues Él ama a todos más allá de las fronteras que hemos puestos nosotros los hombres. La Iglesia nos invita a descubrir gozosa y respetuosamente las semillas del Verbo latentes en quienes, incluso, parece que han rechazado radicalmente a Dios. Algo hay de Dios en quienes se alejaron de Él, pues su amor, aún en pequeña escala, no puede sino proceder de Dios. Por eso, la Iglesia de Cristo no puede dejar de anunciar el Nombre de Dios dedicada plenamente a su ministerio en todos los lugares y ambientes, insistiendo a tiempo y a destiempo y con mucha paciencia. Sólo Dios, que nos llama a todos a la plena unión con Él, sabe el momento y el día de la salvación que ha reservado para cada uno; por eso, quienes hemos recibido el mandato de proclamar su Evangelio, no seamos cobardes, ni rebeldes, ni flojos en cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado. Ojalá y cuando veamos que Dios ha hecho su obra de salvación en quienes ha puesto a nuestro cuidado, nos alegremos porque en verdad su amor no tiene fin. No seamos, pues, motivo de condenación sino de salvación para los demás; pues Dios no nos envió para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por creer en Cristo Jesús. ¿Seremos portadores de Él, de su amor, de su salvación? ¿Obedeceremos su Mandato de proclamar su Evangelio a todas las naciones?
2. Sal 129. Es un salmo en el que domina la esperanza del perdón divino: el Señor perdona y es misericordioso, y el salmista confía en Él: Desde lo más profundo de mis pecado clamo a Ti; Señor, escucha mi clamor. No hay nadie más que pueda realmente perdonar la multitud de mis faltas, que jamás podré ocultarte. Señor, ten misericordia de nosotros. Y Dios tuvo misericordia de nosotros, pues nos envió a su propio Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna, pues el salmo se cumple plenamente en Jesús, por el que nos llega la plenitud del perdón. Por tanto, no nos quedemos solo en clamar al Señor, en confesar nuestros pecado y en recibir su perdón. Sabiendo que hemos sido renovados, como criaturas nuevas revestidas de Cristo, teniendo un corazón nuevo y un espíritu nuevo, comportémonos como hijos de la luz, dejando a un lado aquello que nos apartaba de Dios y nos había destinado a la ira divina por nuestra condición de pecado, pues el mismo Dios, por medio de Cristo, nos ha salvado por pura gracia y nos ha llamado para que, junto con Él, participemos de la Gloria que le corresponde como a Hijo de Dios.
Nos dice el Catecismo n. 2559: “"La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes" (San Juan Damasceno). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130,14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18,9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín)”.
Juan Pablo II comenta: “Se ha proclamado uno de los salmos más célebres y arraigados en la tradición cristiana: el De profundis, llamado así por sus primeras palabras en la versión latina. Juntamente con el Miserere ha llegado a ser uno de los salmos penitenciales preferidos en la piedad popular. Más allá de su aplicación fúnebre, el texto es, ante todo, un canto a la misericordia divina y a la reconciliación entre el pecador y el Señor, un Dios justo pero siempre dispuesto a mostrarse "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado" (Ex 34,6-7)…
El salmo 129 comienza con una voz que brota de las profundidades del mal y de la culpa (cf. vv. 1-2). El orante se dirige al Señor, diciendo: "Desde lo hondo a ti grito, Señor". Luego, el Salmo se desarrolla en tres momentos dedicados al tema del pecado y del perdón. En primer lugar, se dirige a Dios, interpelándolo directamente con el "tú": "Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto" (vv. 3-4). Es significativo que lo que produce el temor, una actitud de respeto mezclado con amor, no es el castigo sino el perdón. Más que la ira de Dios, debe provocar en nosotros un santo temor su magnanimidad generosa y desarmante. En efecto, Dios no es un soberano inexorable que condena al culpable, sino un padre amoroso, al que debemos amar no por miedo a un castigo, sino por su bondad dispuesta a perdonar…
Releamos ahora la meditación que sobre este salmo ha realizado la tradición cristiana. Elijamos la palabra de san Ambrosio: en sus escritos recuerda a menudo los motivos que llevan a implorar de Dios el perdón. "Tenemos un Señor bueno, que quiere perdonar a todos", recuerda en el tratado sobre La penitencia, y añade: "Si quieres ser justificado, confiesa tu maldad: una humilde confesión de los pecados deshace el enredo de las culpas... Mira con qué esperanza de perdón te impulsa a confesar". En la Exposición del Evangelio según san Lucas, repitiendo la misma invitación, el Obispo de Milán manifiesta su admiración por los dones que Dios añade a su perdón: "Mira cuán bueno es Dios; está dispuesto a perdonar los pecados. Y no sólo te devuelve lo que te había quitado, sino que además te concede dones inesperados". Zacarías, padre de Juan Bautista, se había quedado mudo por no haber creído al ángel, pero luego, al perdonarlo, Dios le había concedido el don de profetizar en el canto del Benedictus: "El que poco antes era mudo, ahora ya profetiza -observa san Ambrosio-; una de las mayores gracias del Señor es que precisamente los que lo han negado lo confiesen. Por tanto, nadie pierda la confianza, nadie desespere de las recompensas divinas, aunque le remuerdan antiguos pecados. Dios sabe cambiar de parecer, si tú sabes enmendar la culpa".
3. Lc 10,38-42 (cf domingo 16C). En su camino hacia Jerusalén, Jesús se hospeda en una casa amiga: la de Marta y María. Jesús sabe tomarse un descanso y es capaz de amistad. Las dos son seguramente las mismas de las que habla Juan (Jn 11), las hermanas de Lázaro, a quien Jesús resucitó. La breve escena es muy familiar. Marta y María tienen carácter muy diferente: una, buena ama de casa, se esmera en atender a las cosas materiales; la otra se sienta a los pies de Jesús, en actitud de discípula, y le escucha atentamente. He aquí un relato propio de Lucas que sin duda lo había obtenido de un grupo de mujeres, de las que siguieron a Jesús y habían conservado unas tradiciones originales.
-Por el camino entró Jesús en una aldea, y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María... Marta y María aparecen en tres relatos, y en los tres las descripciones de sus temperamentos coinciden: Marta, la activa... María, la sensible, la contemplativa: Lucas (10,38-42) cuenta una comida muy sencilla que Jesús compartió con ellas... Juan (11,1-44) cuenta la pena que estaban pasando por la muerte de su hermano Lázaro... Juan (12,1-8) relata la unción perfumada que hizo María, una semana antes de la pasión... De modo que Jesús tenía unas amigas y en su casa se encontraba bien. Allí regresaba cada tarde de la última semana anterior a la pasión: Mateo 21,17; 26,6; Marcos 11,11; Juan 11,1-18; 12,1; Lucas 19,29. Todos los relatos que hablan de Marta y María subrayan la complementariedad de los dos temperamentos: aquí, Marta se ocupa de los preparativos de la comida, mientras María se ocupa de atender personalmente al invitado... esas dos funciones son necesarias y aseguran una hospitalidad la más amable posible, como recuerda S. Agustín: “aquella se agitaba, ésta se alimentaba; aquélla disponía muchas cosas, ésta sólo atendía a una. Ambas ocupaciones eran buenas”. Ante la queja de Marta, Jesús, amablemente, le recuerda que "sólo una cosa es necesaria: María ha escogido la parte mejor", porque aprovecha la ocasión de que tienen al Maestro en casa y le escucha. A veces se ve a Marta como modelo de vida activa, a María de contemplativa, pero no es tanto en el exterior, sino dentro de cada persona, donde ha de encontrarse esta unidad de vida espiritual… como decía san Josemaría: “En esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la gracia en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer día a día. No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se fundan y compenetran todas nuestras acciones.
Cristo nos espera. Vivamos ya como ciudadanos del cielo, siendo plenamente ciudadanos de la tierra, en medio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios. Perseveremos en el servicio de nuestro Dios, y veremos cómo aumenta en número y en santidad este ejército cristiano de paz, este pueblo de corredención. Seamos almas contemplativas, con diálogo constante, tratando al Señor a todas horas; desde el primer pensamiento del día al último de la noche, poniendo de continuo nuestro corazón en Jesucristo Señor Nuestro, llegando a El por Nuestra Madre Santa María y, por El, al Padre y al Espíritu Santo”. Y también: “Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles materiales, seculares de la vida humana (…). Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno descubrir”.
A veces, Jesús recomienda claramente la caridad, el servicio a los demás, como ayer, con la parábola del samaritano. Otras, como hoy, destaca la actitud de fe y de escucha. A los doce apóstoles, y luego a los setenta y dos, les había recomendado que no tuvieran demasiadas preocupaciones materiales, sino que se centraran en lo esencial, la predicación del Reino. Otras veces nos dice que busquemos el Reino de Dios, que todo lo demás se nos dará por añadidura. Cuando quiso enseñarnos quiénes eran ahora su madre y sus hermanos, recordamos lo que dijo: "los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica". Lo cual quiere decir que no pueden ser opuestas las dos actitudes: la de la caridad detallista y la de la oración y la escucha. Sino complementarias. Hemos de ser hospitalarios, pero también discípulos. Con tiempo para los demás, pero también para nosotros mismos y para Dios. Y al revés: con oración, pero también con acción y entrega concreta. Cada cristiano -no sólo los monjes o sacerdotes- debe saber conjugar las dos dimensiones: la oración y el trabajo servicial. ¿Cuál es el aspecto que yo descuido?, ¿me refugio tal vez en la meditación y luego no doy golpe?, ¿o me dedico a un activismo ansioso y descuido los momentos de oración?, ¿soy sólo Marta, o sólo María?, ¿no debería unir las dos cosas?
El mismo Jesús, cuyo horario de trabajo difícilmente igualaremos, buscaba momentos de oración personal -además de la comunitaria, en el templo o en la sinagoga- para orar a su Padre, dejando por unas horas su dedicación explícita a los enfermos o a los discípulos.
Nuestro trabajo no puede ser bueno si no tiene raíces, si no estamos en contacto con Dios, si no se basa en la escucha de su Palabra. Jesús no desautoriza el amor de Marta, pero sí le da una lección de que no tiene que vivir en excesivo ajetreo: debe encontrar tiempo para la escucha de la fe y la oración (J. Aldazábal).
-María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra ¡Admirable y muy gráfica escena para ser contemplada detenidamente! Jesús habla. ¿Qué dice? ¿De quién está hablando? ¿Cuál es el tono de su voz? ¿Está repitiendo la parábola del buen samaritano? Quizá habla de las bienaventuranzas y como El, Jesús, las considera ser fuentes de felicidad: ¡Felices... felices!, o bien, como lo hizo con otros discípulos, ¿les insinúa confidencialmente su muerte y su resurrección? Eso haría más verosímil el hecho que María comprendiera, mejor que otros, el misterio de la unción previa a la sepultura de Jesús y el de la resurrección (Lucas 14, 8; 16, 1). María está "sentada a los pies de Jesús". Esta es para Lucas, la posición del "discípulo" (Lucas 8, 35; Hechos 22, 3). Las posiciones corporales no son indiferentes, tienen una significación simbólica, y además facilitan o estorban tal o cual tipo de oración. La posición "sentado" facilita el escuchar: esta es la actitud litúrgica que la Iglesia recomienda en ciertos momentos de la misa en los cuales la meditación es lo primero... del mismo modo que la Iglesia recomienda "estar de pie" cuando se trata de expresar colectivamente la acción de gracias, durante la gran plegaria eucarística..."Sentada, María escuchaba."
-Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose dijo: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile pues que me ayude". Marta es útil. Su servicio es indispensable. Todo amor, puesto al servicio de los demás, honra a Jesús: "me disteis de comer, me disteis de beber... venid los benditos de mi Padre" (Mateo 25,34-35). Te ofrezco, Señor, las múltiples tareas domésticas, tan humildes, hechas con tanto amor, de innumerables mujeres de todo el mundo. Ayúdame a reconocer su grandeza.
-Le respondió el Señor: "Marta, Marta, te afanas y preocupas por muchas cosas y hay necesidad de una sola... El Mesías de los pobres no necesita una mesa abundante y suculenta: lo justo necesario para vivir. Ese tema de la "preocupación", de la "inquietud", Jesús lo repitió a menudo. No os agobiéis, decía. (Lucas 12, 22-31; 8, 14; 21, 34).
-María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada. Sí, la palabra de Jesús pasa delante de cualquier preocupación de orden temporal. Un cuidado extremoso de los asuntos de la tierra podría desviarnos de lo esencial. Pero no se trata de oponer "acción" y "contemplación". Esta no puede ser ociosidad, ni la acción puede ser agitación. Dichosos los que unen ambas, los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lucas 8, 21; Noel Quesson).
Una sola cosa es necesaria… La práctica de Jesús no se caracterizó por el activismo ni por las obras espectaculares y costosas. Su labor se concentró en formar comunidad, transformar la mentalidad de las personas, celebrar los signos del Reino, rescatar a los marginados y dar a la mujer y al hombre un lugar en la comunidad humana. Todo lo hizo con los más modestos medios, como predicador itinerante. Al final de su vida lo único que tuvo fue la lejana compañía de alguna de sus discípulas y la soledad de la cruz. Allí enfrentó solo el destino, el ideal, por el cual luchó y murió. Sin embargo, su obra continuó en la historia gracias a que su Espíritu animó a sus seguidores y amigos a persistir en la obra que él había empezado y a insistir en su estilo de vida.
En el pasaje del evangelio que leemos el día de hoy, se nos hace un llamado a no creer que nuestra labor como discípulos del Señor consiste en un activismo desmedido. O, peor, aún, que nuestra tarea es andar urgiendo a los demás para que se conviertan en activistas frenéticos. El evangelio, por el contrario, nos invita para que crezcamos en el silencio, formándonos como oyentes y servidores de la palabra de Dios. Atentos al tráfago de la vida cotidiana pero concentrados en lo que el Maestro nos propone.
Nuestra vida como animadores de la comunidad eclesial pasa primero por un discipulado "a los pies del Señor". Pues, nuestra acción en el mundo no es únicamente un conjunto de actividades a favor de un ideal, sino una forma de hacer crecer la presencia de Dios, el Reino, entre los humanos. Y para esto, necesitamos de la palabra del Maestro, que nos guíe en cada momento por el camino adecuado (servicio bíblico latinoamericano).
Marta y María, ¿vida activa y contemplativa? Cuando nos disponemos a leer la Escritura no vamos con una mente transparente. Los textos… los prejuzgamos. «Cierta mujer, de nombre Marta, lo recibió en su casa» (10,38b). Marta es un personaje representativo («cierta») y real («de nombre Marta»). A diferencia de los samaritanos, que no 'recibieron' a Jesús porque los discípulos los habían indispuesto con él, Marta lo 'recibe' como discípula que es. Después veremos cómo. Tiene una casa, de su propiedad («en su casa»): siendo «casa» una expresión para designar la familia, Marta domina como señora («Marta» significa en arameo «señora») la comunidad o familia que, conjuntamente con María ('dos' -mínima expresión comunitaria- y 'hermanas' -relaciones de intimidad y afectivas-), representa. Por eso Lucas no ha hecho entrar a los discípulos (represen tación masculina) en esta aldea, para describir así el grupo de Jesús desde la vertiente femenina. Tampoco aquí la comunidad será homogénea. Saber relacionar es el secreto de una comprensión más profunda.
El liderazgo del celoso observante. Pero Marta no tiene solamente una casa o familia en abstracto; tiene también una hermana: «y ésta tenía una hermana llamada María» (10,39a). De María se precisa que «se sentó a los pies del Señor y se puso a escuchar sus palabras» (10,39b): 'sentada' como un discípulo ante el maestro, escuchando con atención el mensaje de Jesús. De Marta no se ha dicho con qué disposiciones lo ha recibido. Ahora Lucas puntualiza: «Marta, en cambio, se afanaba con todo el trajín (gr. diakonia)» (10,40a). De por sí, la diakonia, es decir, el servicio hecho a los demás, no es negativa; todo depende de cómo se haga. En el presente contexto es negativa y equivale al «trajín» de la casa, según la letra, y, según el espíritu, al «cumplimiento del deber» llevado a su máxima expresión. El acento está puesto en el hacer porque está mandado por la Ley, mientras que en el caso de María está puesto en escuchar la novedad del mensaje de Jesús. Marta está tan segura de sí misma y tan predispuesta a juzgar la conducta de los demás, como toda persona observante, que no se arredra ante la situación y planta cara a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con el servicio?» (10,40b). El celo de buena cumplidora de la Ley la impele a involucrar al «Señor», para que ponga más interés y use de su ascendente para hacer observar la Ley, y a que «su» hermana se deje de cuentos y la cumpla. «Dile que me eche una mano» (1 0,40c). El imperativo traiciona el ascendente que ella se ha arrogado sobre Jesús. En lugar del «mensa je», ¡lo que Jesús debe inculcarle es la Ley! ¡Todo es de su posesión! Y es que la Ley despierta en el que la cumple el instinto de posesión.
La herencia del reino. Jesús responde al regaño de Marta con una severa advertencia: « ¡Marta, Marta, te inquietas y te pones nerviosa por tantas cosas...! Sólo una es necesaria» (10,41-42a). Marta anda de cabeza: lo quiere dominar todo, es esclava de las muchas necesidades que crea la casa. Poniéndolo en clave legalista, Marta, que es partidaria de la observancia minuciosa de la Ley, quiere ser fiel en los más mínimos detalles y no puede dar abasto a las múltiples imposiciones que la institución va creando. Para Jesús todo es secundario, a excepción de la escucha atenta del mensaje. El que escucha, acoge; y quien acoge el mensaje, lo acoge a él. «María, en efecto, ha escogido la parte mejor, y ésa no se le quitará» (10,42b). Marta había escogido la parte que le ofrecía más seguridades, la herencia del Antiguo Testamento compendiada en la Ley mosaica; María -que se encontraba también en la aldea-, «la parte mejor», que nadie le podrá quitar, puesto que no se expresa en símbolos externos, como son casa, tierras, observancia legal, etc. Jesús, como antiguamente Josué (= Jesús, en griego), ha entrado «también él en una aldea», camino de la Tierra Prometida, que tiene como meta Jerusalén. Mientras Marta ha tomado posesión de la tierra («tenía una casa»), como las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés, que heredaron territorios de la Transjordania (cf. Nm 32; Jos 13), María, igual que la tribu de Leví, tiene al Señor como única heredad (cf. Jos 13,14). Vive materialmente en la «aldea», pero sin comulgar en la ideología que allí predomina.
Marta piensa acertadamente cuando concibe el "servicio" como tarea esencial de la vida cristiana. Sin embargo, opera una reducción equivocada en la manera de concebirlo. En su caso el servicio se concibe como el resultado de una suma de acciones encaminadas a responder a necesidades inmediatas que suscitan los deberes de la hospitalidad.
María, por el contrario, en su aparente falta de colaboración a las tareas de su hermana, ha podido captar el sentido más profundo del servicio cristiano. La comparación entre las dos hermanas tiende a resaltar para la comunidad el valor de la actitud de María.
Por ello la afirmación de Jesús: "una sola cosa es necesaria" nos conduce a lo fundamental de la enseñanza de este episodio. La "sola cosa" a la que se alude es, indudablemente, escuchar a Jesús. Esto debe ser considerado y valorado por encima de toda preocupación y de toda tarea por urgente que ésta pueda parecer.
De esta forma la escucha de la propuesta de Jesús, de "su palabra" se convierte en la única tarea necesaria en orden a realizar una auténtica comunión con Él. Para ello se exige al discípulo que sea capaz de establecer una jerarquización de actividades de forma que en su vida resalte la centralidad de esa audición de la Palabra que le propone el sentido del querer de Dios para su vida.
En el mundo de la producción y de la eficacia en que vivimos, la actitud de María se convierte en piedra de toque para la valoración de las múltiples actividades en que nos encontramos implicados (Josep Rius-Camps).
Las dos mujeres de hoy nos presentan dos modelos de seguimiento de Jesús diferentes, que siguen estando vigentes aún hoy después de dos mil años de cristianismo. El relato nos dice que en su camino Jesús entró en una aldea. (La aldea es símbolo del fanatismo, de una mentalidad cerrada, donde predomina una determinada ideología común a todos los que habitan allí). La aldea, a diferencia de las dos mujeres, no lleva nombre. Marta es un personaje representativo en el evangelio de Lucas. Representa a los israelitas "observantes", los que son fieles a la ley y a la tradición, los que no tratan de dar un paso de libertad para entrar en la aventura del Reino. Ella es símbolo de la sociedad que se encuentra embrollada en la organización jerárquica, en la fidelidad a las tradiciones, en hacer que todo camine como siempre ha marchado… Representa a los hombres y mujeres, laicos, religiosos y clérigos que han dejado morir las iniciativas de vida por ser fieles a la institución más que al Reino.
Por su parte, María es símbolo de la nueva forma de ser persona, de la nueva sociedad que ha permitido que el Reino con toda su fuerza irrumpa para que la vida sea abundante. Por eso, María "ha escogido la mejor parte". Ha escogido los valores del Reino y ha comenzado a caminar por él. El Reino le traerá inseguridades, pero no importa: para ella lo importante es que se liberó de una tradición que la tenía atenazada y ha encontrado en Jesús y en su propuesta razones para vivir, para ser feliz y para hacer felices a los demás.
Tenemos que preguntarnos como cristianos si somos como Marta o como María. Ser como Marta, es quedarnos anclados en el pasado, sin renovación. Vivir como María es vivir la herencia del Reino con alegría y espontaneidad, y reconocer que toda institución es una mediación histórica -incluso la Iglesia- y que lo único absoluto es el Reino de Dios (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
El Maestro no aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar en mil direcciones “del ama de casa”. ¿Cuál es, pues el error de Marta? El no entender que la llegada de Cristo significa, principalmente, la gran ocasión que no hay que perder, y por consiguiente la necesidad de sacrificar lo urgente a lo importante.
Pero el desfase en el comportamiento de Marta resulta, sobre todo, del contraste respecto a la postura asumida por la hermana. María, frente a Jesús, elige “recibirlo”; Marta, por el contrario, toma decididamente el camino del dar, del actuar. María se coloca en el plano del ser y da la primacía a la escucha.
Marta se precipita a “hacer” y este “hacer” no parte de una escucha atenta de la Palabra de Dios, y que consiguientemente se pone en peligro de convertirse en un estéril girar en el vacío. Marta se limita, a pesar de todas sus buenas intenciones, a acoger a Jesús en casa. María lo acoge “dentro”, se hace recipiente suyo. Le ofrece hospitalidad en aquel espacio interior, secreto, que ha sido dispuesto por Él, y que está reservado para Él. Marta ofrece a Jesús cosas, María se ofrece a sí misma.
Según el juicio de Jesús, María ha elegido inmediatamente, “la mejor parte” (que, a pesar de las apariencias, no es la más cómoda: resulta mucho más fácil moverse que “entender la Palabra”. Desgraciadamente, Marta -que no quiere que falte nada al huésped importante, que pretende llegar a todo- deja pasar clamorosamente “la única cosa necesaria”. Marta reclama a Jesús, no sabe lo que Él quiere. El problema es precisamente este: descubrir poco a poco qué es lo que quiere Jesús de mí. Por eso es necesario detenerse, dejar el ir y venir y sacar tiempo para escuchar la Palabra de Jesús y comprender cuál es realmente la voluntad de Dios sobre nuestra vida (servicio bíblico latinoamericano).
Dentro de todo hombre de fe en Cristo conviven las actitudes de las dos hermanas de Lázaro, Marta y María: la contemplación y el servicio. Es bueno dedicarnos a procurar el bien de los demás; es bueno sentarse a los pies de Jesús para deleitarnos escuchando su Palabra. Sin embargo ninguna de estas actitudes debe anidar en el corazón del creyente excluyéndose mutuamente. Es bueno meditar su Palabra; pero mientras esto no nos lleve al servicio del prójimo no estamos viviendo a profundidad nuestra fe. Es bueno servir a nuestro prójimo, pero mientras esto no nos lleve a unirnos al Señor en la intimidad de la oración y de la escucha fiel de su Palabra nos quedaremos en una filantropía que no llega a convertirse en un acto de fe pleno. Por eso aprendamos a estar a los pies de Jesús, pero aprendamos también a poner en movimiento nuestros pies para anunciar el Nombre del Señor no sólo con los labios, sino también con nuestro servicio amoroso.
El Señor nos ha convocado en este día para que, como discípulos suyos, seamos instruidos por Él. Ciertamente la oración no puede concretarse únicamente a un desgranar oraciones aprendidas de memoria. Orar, dice santa Teresa de Jesús, es hablar de amor con Quien sabemos nos ama. Y hablar de amor es todo un compromiso, pues no sólo contamos nuestra historia, también escuchamos al Amado y, ante Él, tenemos la disposición de quien le dice: Habla, Señor, tu siervo escucha; y siervos porque estamos dispuestos a poner en práctica lo que el Señor nos indique. Y Él no sólo nos ha dirigido su Palabra; también nos manifiesta el amor que nos tiene entregando su vida por nosotros y convirtiéndose en alimento nuestro. Quienes somos testigos de su amor sabemos que estamos llamados a realizar a favor de nuestro prójimo lo mismo que el Señor ha hecho por nosotros.
Por eso, al volver a nuestra vida ordinaria sabemos que prolongaremos nuestra Eucaristía como un servicio a favor de los demás. Encontraremos muchos que requerirán de una mano que se les tienda para poder sobrevivir, encontraremos muchos pobres que sufren carencias mayores que las nuestras, encontraremos jóvenes desorientados a causa de propagandas consumistas, encontraremos hogares desintegrados a causa de inmadureces que incapacitan para el compromiso, en fin, encontraremos muchas miserias materiales, morales y espirituales. No podemos limitarnos a proclamarles el Evangelio con los labios, ni podemos quedar satisfechos porque ya oramos por ellos en la Eucaristía; tenemos que ponernos en camino hacia ellos para convertirnos en un signo del amor de Dios que se inclina ante ellos para levantarlos, para fortalecerlos, para devolverles la fe y la esperanza y la capacidad de seguir amando a Aquel que es la Vida y también a su prójimo como a hermanos suyos. Todo esto, ciertamente, requiere en nosotros una profunda conversión, de tal forma que abandonando nuestros egoísmos, podamos abrir nuestro corazón para amar sin fronteras, y para alegrarnos de que también los demás vuelvan al Señor y construyan el Reino de Dios junto con nosotros.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber orar al Señor con gran amor; la gracia de saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica, especialmente siendo un Evangelio vivo del amor salvador y misericordioso de Dios para nuestros hermanos, especialmente para los más alejados de Dios, y para los más necesitados a causa de sus pobrezas. Amén (www.homiliacatolica.com).