domingo, 25 de septiembre de 2011

Tiempo ordinario XXVI, Domingo (A): la misericordia divina se vuelca en nuestros corazones, para que nos convirtamos con humildad y vayamos por el cam

Tiempo ordinario XXVI, Domingo (A): la misericordia divina se vuelca en nuestros corazones, para que nos convirtamos con humildad y vayamos por el camino de los mandamientos

Lectura del Profeta Ezequiel 18,25-28. Esto dice el Señor: Comentáis: “no es justo el proceder del Señor”. Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?; ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.

SALMO RESPONSORIAL 24,4bc-5. 6-7. 8-9. R/. Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna.
Señor, enséñame tus caminos, / instrúyeme, en tus sendas, / haz que camine con lealtad; / enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador, / y todo el día te estoy esperando.
Recuerda, Señor, que tu ternura / y tu misericordia son eternas; / no te acuerdes de los pecados / ni de las maldades de mi juventud; / acuérdate de mí con misericordia, / por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto / y enseña el camino a los pecadores; / hace caminar a los humildes con rectitud, / enseña su camino a los humildes.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 2,1-11 (El texto entre [ ] puede omitirse por razones pastorales). Hermanos: Si queréis darme el consuelo de Cristo / y aliviarme con vuestro amor, / si nos une el mismo Espíritu, / y tenéis entrañas compasivas, / dadme esta gran alegría: / manteneos unánimes y concordes / con un mismo amor y un mismo sentir.
No obréis por envidia ni por ostentación, / dejaos guiar por la humildad / y considerad siempre superiores a los demás. / No os encerréis en vuestros intereses, / sino buscad todos el interés de los demás. / Tened entre vosotros los sentimientos propios / de una vida en Cristo Jesús.
[El, a pesar de su condición divina, / no hizo alarde de su categoría de Dios; / al contrario, se despojó de su rango / y tomó la condición de esclavo, / pasando por uno de tantos. / Y así, actuando como un hombre cualquiera, / se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, / y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo / y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre», / de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble / -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo- / y toda lengua proclame: / «¡Jesucristo es Señor!» / para gloria de Dios Padre.]

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 21,28-32. En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: -¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.» El le contestó: -«No quiero.» Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. El le contestó: -«Voy, señor.» Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?
Contestaron: -El primero.
Jesús les dijo: -Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas lo creyeron. Y aun después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis.
Comentario: La oración colecta nos da la nota y el movimiento de las lecturas de hoy: “oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia, derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos los bienes del cielo”.
1. Ez 18.25-28. El año 597 fueron deportados a Babilonia la clase alta de Jerusalén, como el rey Joaquín y toda su familia, además de nobles y artesanos y todos los hombres aptos para la guerra; con ellos también el profeta Ezequiel. Se instalaron en juderías junto al río Eufrates. Tuvieron que soportar las burlas de los babilonios que interpretaban la destrucción de Jerusalén (año 586) como una victoria de sus dioses sobre Yahvé (36.20). Allí aprendieron a meditar sobre los castigos de que eran objeto y a cantar su dolor con salmos llenos de añoranza por la patria abandonada. Ezequiel, cuyo nombre significa "Dios fuerte", tomó la palabra para corregir esos lamentos y comentarios de los cautivos que se quejan de su suerte y de la justicia de Dios. Pues, según una opinión generalizada y antigua (Ex 20. 5), Dios castigaba en los hijos el pecado de los padres: no es cierto que Dios castigue por los pecados ajenos, pues dice el Dt: "No morirán los padres por culpa de los hijos, ni los hijos por culpa de los padres. Cada cual morirá por su pecado" (24. 16). Ez interpreta la ley en el mismo sentido que el Dt. Pero si Dios es justo cuando castiga al culpable, lo es en abundancia cuando da ocasión para la penitencia y perdona al pecador arrepentido. Porque Dios no busca la muerte del pecador, y lo que quiere es que se convierta y viva (v. 32). Y en cualquier caso Dios respeta la libertad del hombre, mientras advierte a los justos para que no caigan y da a los pecadores la oportunidad de convertirse y salvar sus vidas. La vida que aquí se promete a los justos y a los que se arrepienten no es aún la vida eterna, sino una larga vida en la tierra y prosperidad temporal. Con todo, esta promesa es ya un punto de partida para llegar al conocimiento de la vida eterna y de una mejor justicia. Pues vemos que no siempre los justos llevan en este mundo la mejor parte (“Eucaristía 1987”).
Sigue este domingo en sus lecturas hablándonos del mérito y de la gracia: debemos despojarnos de una mentalidad basada en los méritos contraídos. Decían: "Los padres comieron agraces y los hijos tuvieron dentera". Sin anular el principio de responsabilidad colectiva (que liga solidariamente a los miembros de la comunidad entre sí y con sus antepasados), Ezequiel desarrolla el principio de la responsabilidad personal, que supone un avance revolucionario en la teología. Este principio reza así: "Os juzgaré a cada uno según su proceder" (18.30). El hombre siempre será dueño de su destino, por eso podrá escoger entre el bien y el mal, entre la muerte y la vida, pero todo depende de él. Así es posible romper la cadena del pasado, ya que el Señor no quiere la muerte de nadie. Sin embargo, para obtener la vida no bastan los actos aislados, es necesaria una actitud firme y decidida (vv. 26-28). El principio de responsabilidad individual supone un avance enorme. En teoría, todos estamos de acuerdo, pero la praxis es harina de otro costal. "Por un perro que maté, mataperros me llamaron"; por el desacierto de unos miembros de un partido político, de una institución cualquiera, de un..., emitimos juicios categóricos y rotundos contra ese partido, esa institución, esa... Porque unos miembros comieron agraces, queremos que la dentera la padezcan todos. ¡Un poco de seriedad y de consecuencia con los propios principios! Moral de actitud más que de hechos aislados es otra de las enseñanzas que sacamos de este texto de Ez. Así debemos despojarnos de una mentalidad religiosa basada en los méritos contraídos; la religión no es ninguna caja de ahorros (A. Gil Modrego). Cada uno debe dar su respuesta última a Dios él solo. Cada cual debe situarse ante Dios tal cual es (dirán las otras lecturas). El profeta ha experimentado el fracaso. Ahora ve que lo que debe hacer es simplemente aceptar agradecido el don de poder cumplir la alianza, cumplir los "preceptos y mandatos", o la "práctica de la justicia y el derecho". La responsabilidad del hombre ante su propia conducta es sobre todo abrirse al don de Dios que de tal manera es envolvente y maravilloso que quien lo recibe no tiene más remedio que "sentir pena" de sí mismo, ya que no puede hacer valer ningún mérito propio. Sin embargo, se le exigirá esta actitud de conversión porque él mismo, y no otro, es el que ha pecado (“Eucaristía 1978”).
La religión ha calado poco en la verdad cuando provoca en la gente lamentos como: "¡Si Dios fuera justo -suele decirse-, no permitiría que sucedieran estas cosas!". Corresponde a Ezequiel el mérito de haber orientado al hombre hacia sus responsabilidades y su libertad, no sin antes haberles invitado a superar una prueba. Es un hecho sobradamente comprobado que sólo a través de experiencias dramáticas, de la angustia y de la inquietud, es como los hombres llegan a conocer, de un modo progresivo, el valor auténtico de su libertad. Este descubrimiento de los valores que entran en juego en la consecución y ejercicio de la libertad no vale de una vez para siempre; es preciso actualizarlo continuamente si queremos escapar al fatalismo o al infantilismo (Maertens-Frisque). Pero Dios nos da fuerzas para arrostrar las dificultades del camino de la vida: en el transcurrir de los días vamos haciendo acopio de energías en nuestro mundo interior, que justo cuando las necesitamos en un momento de dificultad las tenemos a disposición: mirando atrás notamos un entrenamiento que nos ha preparado para afrontar un ciclo traumático, como lo fue para el pueblo de Israel después del arraigo en la tierra y en la cultura el momento de desarraigo que supone el exilio. Esto pasa de algún modo a todos, y lo vemos cuando oímos a la gente decir que se ha dejado el corazón a trozos por donde ha pasado, especialmente en las personas que ha querido, y que después de la separación –la que sea- "ya no será como antes”, se encuentran con imposibilidad de poner el corazón en las personas, porque está herido... aunque no es verdad, esas impresiones son siempre pasajeras, después de la aclimatación uno se va haciendo a esos nuevos cometidos...
2. Dios es presentado como el que indica el camino justo a seguir: “Hace caminar a los humildes con rectitud, / enseña su camino a los humildes”. Incluso quien se ha equivocado no es abandonado a sí mismo: “El Señor es bueno y es recto, / y enseña el camino a los pecadores” (v. 8). El salmista en su oración se hace atrevido. Llega a sugerir al Señor lo que debe olvidar “No te acuerdes de los pecados / ni de las maldades de mi juventud” (v. 7). Y también lo que debe recordar: “Recuerda, Señor, que tu ternura / y tu misericordia son eternas” (v. 6; cf. Alessandro Pronzato).
No me falles, Señor: «En ti confío; no sea yo confundido»… He dicho a otros que tú eres el que nunca fallas. ¿Qué dirán si ven ahora que me has fallado a mí? He proclamado con plena confianza: ¡Jesús nunca decepciona! ¿Y me vas a decepcionar a mí ahora? Eso hará callar a mi lengua y suprimirá mi testimonio. Pondrá a prueba mi fe y hará daño a mis amigos. Retrasará tu Reino en mí y en los que me rodean. No permitas que eso suceda, Señor. Ya sé que mis pecados se meten de por medio y lo estropean todo. Por eso ruego: «No te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. Por el honor de tu nombre, Señor, perdona mis culpas, que son muchas». No te fijes en mis maldades, sino en la confianza que siento en ti. Sobre esa confianza he basado toda mi vida. Por esa confianza puedo hablar y obrar y vivir. La confianza de que tú nunca me has de fallar. Esa es mi fe y mi jactancia. Tú no le fallas a nadie. Tú no permitirás que yo quede avergonzado. Tú no me decepcionarás. Los que esperan en ti no quedan defraudados (Carlos G. Vallés).
3. Flp 2. 1-11. Pablo está en la cárcel, probablemente en Éfeso, por Cristo: esto le da especial su autoridad para pedir a los miembros de la comunidad de Filipos que den a su vez testimonio cristiano. ¿Qué tipo de testimonio? El de la concordia y el amor. El egoísmo, la envidia y la presunción habían empezado a causar estragos en la comunidad; ésta se estaba convirtiendo en un antisigno escandaloso. En estas circunstancias, Pablo pide a los cristianos de Filipos que tengan la grandeza de ánimo suficiente para superar el propio interés y abrirse con sencillez a los demás. Al pedir esto, Pablo no se basa en una simple pedagogía humana, sino en un caso concreto: el de Cristo Jesús, que, siendo Dios, se hace hombre. Se trata de un paso incomprensible, indecible; pero que Dios lo emprendió porque quería estar abierto al hombre. Buscar el interés de los demás llevó a Cristo a despojarse de su rango. Esta dinámica existencial de Cristo Jesús señala al cristiano la pauta de su propia dinámica (Dabar 1978).
Es la kenosis: por el camino del despojo Jesús se ha engregado y ha dado fruto. Si nosotros nos despojamos de opiniones, de dar el brazo a torcer podemos acercarnos a los sentimientos de este Dios que se hace hombre, o el hecho de que la encarnación ha sido el máximo vaciarse de un hombre, como recordaba el P. Cantalamessa en su predicación. En el profeta Isaías leemos estas palabras del Señor: "Será doblegado el orgullo del mortal, será humillada la arrogancia del hombre; sólo el Señor será ensalzado aquel día" (Is 2,17). "Aquel día" es el día del cumplimiento mesiánico, el día en que Cristo proclamó desde la cruz que "todo está cumplido" (Jn 19,30). Aquel día, en una palabra, ¡es este día! ¿Y cómo doblegó Dios el orgullo de los hombres? ¿Atemorizándolos? ¿Mostrándoles su tremenda grandeza y su poder? ¿Aniquilándolos? No, lo ha doblegado anonadándose él: "Cristo Jesús, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó a sí mismo" (Flp 2,6-8). Humiliavit semetipsurn: ¡se humilló a sí mismo, no a los hombres! Doblegó el orgullo y la arrogancia humana desde dentro, no desde fuera. ¡Y hasta qué punto se humilló! María, la madre de Jesús, cargó, junto con él, con "el oprobio de la cruz" (Hb 13,13). Los demás, san Pablo incluido, conocieron "la fuerza de la cruz" (cf 1 Co 1,18), ella conoció también su debilidad; los demás conocieron la teología de la cruz, ella la realidad de la cruz. La cruz es el sepulcro en el que se abisma todo el orgullo humano. Dios le dice como al mar: "Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí cesará la arrogancia de tus olas" (Jb 38,11). En la roca del Calvario van a romper todas las olas del orgullo humano, y no pueden pasar más allá. El muro que Dios ha levantado contra él es demasiado alto, y el abismo que ha excavado ante él demasiado profundo. "Nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Cristo, quedando así destruida nuestra condición de pecadores" (Rm 6,6). Nuestra condición orgullosa, ya que éste —el orgullo— es el pecado por excelencia, el pecado que anida detrás de todo pecado. "Cargado con nuestros pecados subió al leño" (1 P 2,24). Cargado con nuestro orgullo.
¿Y qué parte nos toca a nosotros en todo esto? ¿Cuál es el "evangelio", es decir la buena noticia? Que Jesús se humilló también por mí, en mi lugar. "Si uno murió por todos, todos murieron" (2 Co 5,14): si uno se rebajó por todos, todos se rebajaron con él. En la cruz Cristo es el nuevo Adán que obedece por todos. Es el fundador de una estirpe, el principio de una humanidad nueva. Actúa en nombre de todos y en beneficio de todos. Si "por la obediencia de uno todos se convirtieron en justos" (Rm 5,19), por la humillación de uno todos se convirtieron en humildes. La soberbia, al igual que la desobediencia, ya no nos pertenece. Es cosa del viejo Adán. Es vetustez, es muerte. Lo nuevo es la humildad. Y ésta rebosa de esperanza, porque abre las puertas a una existencia nueva, basada en el don, en el amor, en la solidaridad, en vez de basarse en la competitividad, en la ambición y en el engaño mutuo. "Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado" (2 Co 5,17). Y una de esas maravillosas novedades es la humildad.
¿Qué significa, entonces, celebrar el misterio de la cruz "en espíritu y en verdad"? ¿Qué significa, aplicado a los ritos que estamos celebrando, el antiguo axioma: "Considerad lo que hacéis, imitad lo que celebráis…? Significa: ¡haced realidad en vuestro interior lo que representáis, llevad a la práctica lo que conmemoráis! Como se hace en los pueblos con el fuego que anuncia y purifica, deberíamos en espíritu echar en la gran hoguera de la pasión de Cristo nuestra carga de orgullo, de vanidad, de autosuficiencia, de presunción, de arrogancia. Debemos imitar lo que hacen los elegidos en el cielo, en su liturgia de adoración del Cordero, sobre la que se modela la nuestra aquí en la tierra. Tenemos que "clavar en la cruz todos los movimientos de la soberbia" (San Agustín). No debemos tener miedo a humillamos, a abdicar de nuestra dignidad de hombres, o a caer por ello en estados morbosos de ánimo. A comienzos de nuestro siglo, alguien atacaba al cristianismo acusándolo de haber introducido en el mundo lo que él llamaba el "morbo" de la humildad (F. Nietzsche). Pero ahora es la propia filosofía la que nos dice que la existencia humana "auténtica" sólo es la que reconoce la propia "nulidad" radical (M. Heidegger). La soberbia es un camino que lleva a la desesperación, ya que equivale a no aceptarnos como somos sino buscar desesperadamente ser lo que, a pesar de todos nuestros esfuerzos, nunca podremos ser, es decir independientes, autónomos, sin nadie por encima de nosotros a quien debamos darle gracias por lo que somos (Kierkegaard. A la misma conclusión ha llegado, por otro camino, la moderna psicología de lo profundo. Uno de sus máximos exponentes, C. G. Jung, ha observado algo sorprendente: todos los pacientes de cierta edad que se habían dirigido a él sufrían —dice— de algo que podía definirse como falta de humildad, y no se curaban hasta que no adquirían una actitud de respeto y de humildad ante una realidad más grande que ellos, o sea una actitud religiosa). El orgullo es una máscara que nos impide ser verdaderos hombres, antes incluso que creyentes. Ser humildes es humano. Las palabras homo y humilitas provienen las dos de humus, que quiere decir tierra, suelo. Todo lo que en el hombre no es humildad es mentira. "Si alguno se figura ser algo, cuando no es nada, él mismo se engaña" (Ga 6,3).
Hoy vemos mensajes cargados de orgullo... Hay incluso quien cree poder ir "más allá" que Jesucristo y declara abierta una nueva era —"a New Age"—, basada no en la encarnación sino en una constelación, Acuario; no en la conjunción de la divinidad con la humanidad, sino en la conjunción de los planetas. Cada año se fundan nuevas religiones y nuevas sectas y se anuncian nuevos caminos de salvación, como si el camino revelado por Dios y cimentado en Cristo ya no les bastase a los hombres que se han vuelto sabios y adultos, como si fuese un camino demasiado humilde para ellos. ¿Y qué es esto, sino orgullo y presunción? "¡Insensatos gálatas! -decía san Pablo—. ¿Quién os ha embrujado? ¡Y pensar que ante vuestros ojos presentamos la figura de Jesucristo en la cruz!" (Ga 3,1). Insensatos cristianos, ¿quién os ha embrujado hasta el punto de hacer que os pasaseis tan pronto a otro evangelio? Todos andamos locos por llamar la atención. Si pudiésemos representarnos visualmente a toda la humanidad tal como aparece a los ojos de Dios, veríamos el espectáculo de una inmensa muchedumbre de personas que se ponen de puntillas, que intentan sobresalir unas sobre otras, aplastando quizás a los que tienen a su lado, y gritando todas ellas: "¡Miradme, también yo estoy en el mundo!"
¿Humo, vanidad? La verdad es que toda esta soberbia es humo que la muerte disipa día tras día como el viento. "Vanidad de vanidades", hemos recordado con el Qohelet en las lecturas de esta semana. Ni un solo gramo de ella atravesará con nosotros el umbral de la eternidad, y, si lo atraviesa, será para convertirse inmediatamente en cargo de acusación y de tormento. Pero sus efectos son terribles. Se parece al hongo atómico que se eleva amenazador contra el cielo, como un puño cerrado, pero que luego vuelve a caer sobre la tierra sembrando destrucción y muerte a su alrededor.
¿Cuántas guerras del pasado y del presente no dependen más que del orgullo? Y el sufrimiento de los pobres ¿no depende también, en gran medida, del orgullo de determinados gobernantes que quieren ser poderosos y estar seguros en sus tronos, y para ello tener el ejército más fuerte y las armas más terribles, y que invierten en ellas los recursos que deberían servir para mejorar las condiciones de vida, a veces espantosas, de sus gentes? Pero incluso al nivel de la convivencia humana de cada día, en el seno de las familias y de las instituciones, ¡cuántos sufrimientos nos causamos unos a otros con nuestro orgullo y cuántas lágrimas arranca!...
Para tener un corazón quebrantado y humillado, hay que pasar por la experiencia de quien ha sido pillado infraganti, como aquella mujer del Evangelio que fue sorprendida en flagrante adulterio, que se estaba allí, callada y con los ojos bajos, esperando la sentencia (cf Jn 8,3ss). Nosotros somos ladrones de la gloria de Dios cogidos infraganti. Pues bien, si en vez de huir a otra parte con el pensamiento, o de enfadarnos diciendo: "Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?", bajamos la mirada, nos golpeamos el pecho y decimos desde lo más hondo del corazón, como el publicano: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador" (Le 18,13), entonces empezará a producirse también en nosotros el milagro de un corazón quebrantado y humillado. Y también nosotros, como aquella mujer, experimentaremos la alegría del perdón. Tendremos un corazón nuevo.
Las muchedumbres que asistieron a la muerte de Cristo "se volvieron a sus casas dándose golpes de pecho" (cf Le 23,48). ¡Qué hermoso sería que pudiésemos imitarlas! ¡Qué hermoso sería que se repitiese hoy también, aquí entre nosotros, el espectáculo de aquellas tres mil personas que, el día de Pentecostés, sintieron que se les "traspasaba el corazón" y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: "¿Qué tenemos que hacer, hermanos?" (cf Hch 2,37)! Eso sí que sería verdaderamente "imitar lo que celebramos". Un corazón quebrantado y humillado es un "sacrificio" agradable a Dios (cf Sal 51,19)… Un corazón contrito es el paraíso de Dios en la tierra, la casa en la que a él le gusta poner su morada y revelar sus secretos. No tenemos perspectiva, visión de conjunto, para saber si un hecho histórico es más o menos bueno. Pero con un corazón humano que se humilla y se convierte, no sucede eso. Para Dios, eso es lo más importante que puede ocurrir sobre la faz de la tierra, una absoluta novedad…
La humildad de Cristo, además de estar hecha de servicio, está hecha de obediencia. "Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte" (Flp 2,8). Humildad y obediencia aparecen aquí casi como una misma cosa. En la cruz Jesús es humilde porque no opone ninguna resistencia a la voluntad del Padre. "Devolvió a Dios su poder", realizó el gran "misterio de la religión". El orgullo se quiebra con la sumisión y la obediencia a Dios y a las autoridades que Dios ha constituido…
En la cruz Jesús no sólo reveló y practicó la humildad; también la creó. La verdadera humildad, la humildad cristiana, consiste desde entonces en participar del estado de ánimo de Cristo en la cruz. "Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (Flp 2,5); los mismos, no unos parecidos. Aparte de esto, fácilmente pueden tomarse por humildad muchas otras cosas que no son más que cualidades naturales, o timidez, o ganas de quedar bien, o simple sentido común e inteligencia, cuando no son una forma refinada de orgullo.
4. En el evangelio de hoy y en el de los dos próximos domingos vamos a leer tres parábolas de Jesús dirigidas todas ellas "a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo". Tienen en común el hecho de que Jesús se ve rechazado por los notables del pueblo, aquellos que deberían haberlo aceptado desde el principio. En estas notas al evangelio de hoy vamos a fijarnos en primer lugar en la parábola y luego en sus aplicaciones. De entrada Jesús invita a sus interlocutores a juzgar lo que va a proponerles ("¿qué os parece?") y la interpelación se repite de nuevo al final ("¿Quién de los dos...?"). Los dos hijos tipifican los dos grandes grupos en que se dividía el pueblo de Israel: los "justos"y los "pecadores", pero ambos son considerados como hijos y son objeto del amor del Padre, al tiempo que tienen también necesidad de perdón. La parábola describe sus actitudes contrarias. En primer lugar la del que es considerado pecador: su respuesta cortante ("no quiero"), que muestra la desobediencia al deber más importante para con los padres, hace que los oyentes de Jesús lo caractericen como tal; pero éste es capaz de arrepentirse y hacer la voluntad de su padre. La segunda actitud -el segundo hijo caracteriza a aquellos que se creen "justos"- sería la de los que dicen y no hacen; los que en el momento decisivo no obedecen. Toda la fuerza de la parábola está en el hacer o el dejar de hacer, que es lo que en definitiva cuenta ante Dios.
Las palabras de Jesús ("os aseguro...") se dirigen a los notables del pueblo diciéndoles que ellos son los que dicen y no hacen, que externamente son piadosos pero que en realidad no cumplen la voluntad de Dios. En cambio, "los publicanos y las prostitutas", considerados como personas cuya conversión era imposible a causa de su clase de vida, sustituyen a los primeros en el camino hacia el Reino.
A esta primera aplicación de la parábola se añade otra, aplicando el hecho de que los pecadores aceptan la predicación del Reino y los justos la rechacen a una situación histórica muy concreta e importante: la predicación de Juan Bautista. Los que creyeron en él y manifestaron con hechos concretos su conversión -como el primer hijo- se encuentran ahora dispuestos para aceptar a Jesús. Los que no se tomaron seriamente al Bautista van experimentando un endurecimiento que les impide convertirse incluso después "de ver esto", es decir, el cambio que con ocasión del Bautista y sobre todo de Jesús, experimentan los considerados pecadores (J. Roca).
¿Cumplimos la voluntad de Dios? Como en la parábola de Jesús puede ocurrir hoy en la Iglesia. Puede suceder que unos tengan las buenas palabras y otros las buenas obras, que unos tengan los rezos y otros el amor al prójimo, que unos digan «Señor, Señor» y otros cumplan la voluntad del Padre. Hay un peligro que acecha a los mejores, a los que se esfuerzan lo mismo que los fariseos: creerse tan al lado de Dios que no se piensa ya en convertirse, en cambiar. Para las prostitutas su no a Dios era tan grande que no vacilaron al ver que podían decirle sí inmediatamente. Nosotros, ¡el primer hijo!, vamos acumulando los «amén»... y no nos movemos.
En el cristianismo lo más importante son los hechos, los hechos de vida, las demostraciones prácticas de que creemos en un Dios Padre y amor, los testimonios vivos de que confiamos tanto en Dios que no tenemos miedo a nada ni a nadie, la fraternidad vivida día a día, junto a cada hombre y su necesidad concreta, su dolor personal, su necesidad específica. Así, ante Dios, ni cuenta el estar repitiendo todo el día "Señor, Señor" (Mt 7,21), sino cumplir su voluntad, una voluntad que no es difícil de conocer, pues su Palabra es clara y constante en repetirnos que quiere derecho y justicia, que quiere amor y fraternidad, que quiere paz y unidad entre los hombres, que quiere que vivamos con dignidad y que alcancemos un día, junto a Él, la plenitud de la vida. "Tú que sigues a Cristo y lo imitas, tú que vives en la Palabra de Dios..., no es un lugar donde hay que buscar el santuario, sino en los actos, en la vida, en las costumbres... Si son según Dios, poco importa que estés en casa o en la calle, poco importa incluso que te encuentres en el teatro; si sirves al Verbo de Dios, estás en el Santuario, no te quepa duda alguna" (Orígenes: L. Gracieta).
Paul Ricouer ha llamado a Freud, Marx y Nietzsche, los tres maestros de la sospecha. Entre las cosas que estos tres profetas del tiempo moderno han encontrado sospechosas en la historia y el hombre está, sin duda, la religión. ¿Sospechosa de qué? Para Freud, sospechosa de ser un sueño, una ilusión y hasta una neurosis. Para Marx, sospechosa de ser alienación, opio y aliada de la explotación. Y para Nietzsche, sospechosa de ir contra las fuerzas auténticas y genuinas de la vida, de esta vida, que es la única que hay, prometiendo a los hombres un cielo y otra vida que no existe. Estos autores han tenido y tienen mucha influencia en el pensamiento moderno y es, por lo tanto, lógico que sus seguidores piensen que la religión se ha hecho sospechosa. También hay quien piensa que la religión y, sobre todo, las iglesias, son sospechosas de buscar el poder, de ir contra el pueblo, de callarse y no decir la verdad con frecuencia, de intentar domesticar al hombre en nombre de Dios. Existe por ahí un tipo de hombre religioso ciertamente sospechoso. Prudente, cauto, sumiso, domesticado, miedoso, egoísta. De buenas palabras y modales, pero de pocos hechos. Como el segundo tipo de la parábola. Ciertamente, la religiosidad de muchas personas es sospechosa. Sospechosa de usar buenas palabras, pero de no pasar a las obras. Sospechosa de encubrir la pereza y el conformismo con la obediencia y la sumisión. Sospechosa de callarse la verdad y de no fomentar la personalidad y creatividad del hombre. Sospechosa de usar paños calientes cuando lo que hace falta es el bisturí y la operación quirúrgica. Sospechosa de estar en el fondo con los que mandan y al sol que más calienta. Sospechosa de confundir el Reino de Dios con la diplomacia y la política. En una palabra, sospechosa de haberse convertido en el hijo segundo de la parábola. Estos tipos domesticados y sumisos encajan bien y hasta hacen carrera fácilmente en las instituciones religiosas. En cambio, el hijo primero de la parábola tiene más dificultades. Se le considera un mal hablado, un rebelde, alguien que mete cizaña en la buena marcha del común, porque no dice sí a todo y desde el primer momento, sin rechistar. Su actitud crítica es molesta para los que mandan. Prefieren la de su hermano, aunque no haga nada, a quien con frecuencia ponen como ejemplo. Desde luego que Jesús no piensa como muchos hombres de institución. Y si de algo parece sospechoso Jesús, es de apoyar al rebelde y de estar en guardia de los que detentan el poder y se quedan en las buenas palabras. No, Jesús no es sospechoso, ni tampoco lo puede ser una fe auténticamente cristiana. Y si no tenemos inconveniente en admitir que cierta religiosidad en nuestros días se ha vuelto sospechosa, mal que conviene arrancar de raíz, también hay que decir que los modernos maestros de la sospecha han ido más allá de la cuenta, hasta la negación y el ataque, lo cual les hace a ellos mismos sospechosos (Dabar 1978).
Para obedecer hay que escuchar. Hay gente que es incapaz de escuchar nada. Nada que no sea ella misma. Se cuenta de una escritora que iba paseando por la calle que se encuentra con una amiga. Se saludan y empiezan a hablar. Durante más de media hora la escritora le habla de sí misma, sin parar ni un momento. De pronto se para y le dice a su amiga: —Bueno, ya hemos hablado bastante de mí. Ahora hablemos de ti. A ver, tú ¿qué opinas de mí?... Para escuchar hay que salir de los límites del egoísmo y entrar en comunión con los demás. La Virgen ha sido la persona que ha tenido el oído más fino: a Ella le pedimos nuestra conversión (forodemeditaciones.blogspot.com).

viernes, 23 de septiembre de 2011

Sábado de la 25ª semana de Tiempo Ordinario. “Yo vengo a habitar dentro de ti”, el templo es imagen de la presencia de Dios como pastor que nos cuida,

Sábado de la 25ª semana de Tiempo Ordinario. “Yo vengo a habitar dentro de ti”, el templo es imagen de la presencia de Dios como pastor que nos cuida, y Jesús es el Dios encarnado que da la vida para salvarnos

Lectura de la profecía de Zacarías 2, 5-9. 14-15a. Alcé la vista y vi a un hombre con un cordel de medir. Pregunté -«¿Adónde vas?» Me contestó: -«A medir Jerusalén, para comprobar su anchura y longitud.» Entonces se adelantó el ángel que hablaba conmigo, y otro ángel le salió al encuentro, diciéndole: -«Corre a decirle a aquel muchacho: "Por la multitud de hombres y ganado que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella -oráculo del Señor-."» «Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti -oráculo del Señor-. Aquel día se unirán al Señor muchos pueblos, y serán pueblo mío, y habitaré en medio de ti.»

Salmo: Jr 31,10.11-12ab.13. R. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño.
Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciada en las islas remotas: «El que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como un pastor a su rebaño.»
«Porque el Señor redimió a Jacob, lo rescató de una mano más fuerte.» Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor.
Entonces se alegrará la doncella en la danza, gozarán los jóvenes y los viejos; convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas.

Evangelio según san Lucas 9,43b-45. En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacia, Jesús dijo a sus discípulos: -«Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres.» Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.

Comentario: 1. Za 2,1-5.10-11a. La primera parte del libro de Zacarías (1,7-8,23) es de contenido visionario-apocalíptico. Va precedida de un prólogo (1,1-6), que es una exhortación a la conversión, fechada dos meses después de la primera profecía de Ageo. La conversión se presenta como un cambio, un «retorno» del hombre a Dios, siguiendo la tradición profética. Tiene una doble vertiente: supone la fe y el amor del hombre precediendo al perdón de Dios, pero no es posible si antes el hombre no ha sido movido por él. Por eso no se puede despreciar la gracia que pasa. La primera visión (1,7-17) es un anuncio de que, a pesar de las apariencias, se cumplirán las promesas mesiánicas. Unos caballos, que representan a los mensajeros del ángel tutelar de Israel (el caballero entre los mirtos) comunican que la tierra vuelve a estar en paz.
Probablemente es una referencia al término de las perturbaciones producidas durante los dos primeros años del reinado de Darío I, que debían de ser vistos por los judíos como precursores de la era mesiánica. Por eso el ángel se lamenta de la duración de la cólera divina: los setenta años son una expresión simbólica que manifiesta un período muy largo y hacen alusión a Jeremías (25,12; 29,10). La respuesta es consoladora: la ira de Dios es pasajera y, por otra parte, las naciones se han excedido en el castigo infligido a Israel.
Vendrá un tiempo en que «sobre Jerusalén se tenderá el cordel», es decir, será reedificada.
Una nueva visión (2,1-4) manifiesta que nada podrá impedir el reino mesiánico, ya que Yahvé suscitará unos instrumentos -los cuatro herreros- para castigar a todos los pueblos que han oprimido a Israel -los cuernos-. Zacarías pone mucho cuidado en resaltar la trascendencia del papel de Yahvé. El profeta no se comunica directamente con Dios, como Amós, Isaías o Jeremías, sino que recibe las revelaciones por medio de un ángel. Es evidente que el concepto de trascendencia divina ha llevado al desarrollo de la angelología. De este modo, ni la trascendencia hace a Yahvé un Dios lejano e indiferente al hombre, ni la providencia divina le hace a imagen y semejanza nuestra. Dos peligros que en todas las épocas acechan al creyente.
La tercera visión de Zacarías dice que la Jerusalén mesiánica será una ciudad abierta, en la que todos cabrán. Será inútil intentar medirla. Por otra parte, no necesitará murallas, ya que Dios mismo será su defensor. El profeta quiere dar confianza a los repatriados. A la ilusión del retorno de Babilonia había sucedido el desaliento ante la dura realidad. Los profetas anteriores al exilio habían anunciado la época mesiánica para después del cautiverio, pero la situación histórica de este tiempo no dejaba prever la realización próxima de esta promesa divina, la perspectiva de una inmediata inauguración de los tiempos mesiánicos se hacía cada día más oscura. ¿Qué debían pensar los contemporáneos del profeta de sus palabras? De hecho, poco después Nehemías (2,17) emprende la reconstrucción de las murallas de la ciudad como una de las tareas más importantes y urgentes. Esta aparente contradicción entre la promesa de Dios y la realidad es una consecuencia del carácter escatológico del reino mesiánico: su plena realización no se hará aquí y ahora, pero ya estamos en él (para Israel ya llegaba). Los hombres necesitaremos siempre «profetas» que nos recuerden su proximidad. No para dejar de ver la realidad presente ni menos aún para no responder a sus exigencias. Pero sí para no perder la esperanza. No vaya a suceder que el árbol no nos deje ver el bosque.
A la tercera de las visiones le sigue una ampliación (62,10-17) constituida por unas reflexiones del profeta, que, situándose en el pasado, hace una llamada a los desterrados para salir de Babilonia. De este modo puede anunciar como próximos los acontecimientos ya pasados. Es un procedimiento literario que llegará a ser común en el género apocalíptico. Israel, niña de los ojos de Yahvé, se convertirá en lugar de encuentro de numerosos pueblos, porque muchos de ellos le seguirán en el culto a Yahvé. Toda Palestina es llamada Tierra Santa por primera vez en la historia, ya que participará de la santidad del templo, casa de Yahvé. Es el anuncio del universalismo del reino mesiánico, frecuente entre los profetas (J. Aragonés Llebaria).
Ahora el que habla es el profeta Zacarías, contemporáneo también de Ageo y de los acontecimientos de la vuelta del destierro y la restauración de Jerusalén. Nos presenta un gesto simbólico: una persona que quiere tomar, con un cordel, las medidas de Jerusalén. Pero un ángel le dice que no, que no hace falta medir nada, porque Jerusalén va a ser ciudad abierta, llena de riqueza, y que Yahvé será su única muralla y defensa: "alégrate, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti". Es la vuelta a los tiempos de las buenas relaciones entre Yahvé y su pueblo.
Los que leemos esto después de la venida de Cristo, hace dos mil años, entendemos mejor lo que significa la palabra del profeta: "aquel día se unirán al Señor muchos pueblos y serán pueblo mío y habitaré en medio de ti". La salvación de Dios no sólo alcanza al pueblo judío, sino que va a ser universal. Esta página de Zacarías nos invita al optimismo. Pero a la vez nos recuerda que la Iglesia -la nueva comunidad de la Alianza- no puede ser medida con cordeles y cerrada en particularismos, sino que ha de ser abierta, universal, orgullosa de la variedad de sus pueblos y culturas y procedencias. Una ciudad que sabe que su mejor riqueza es Dios mismo. Es la "Jerusalén celestial" de la que nos habla el Apocalipsis, cumplimiento perfecto de la Jerusalén primera, y que nosotros sabemos que es la Iglesia, débil y pecadora, pero llena del Espíritu de Dios, camino de su realización última. El documento del Vaticano II sobre la relación de la Iglesia con el mundo, la Gaudium et Spes, nos invitó a abrir las ventanas y las puertas, a no usar esos cordeles de los que habla Zacarías, porque la Iglesia es espacio de esperanza para todos. Como pide la Plegaria Eucarística V b: "que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando" (J. Aldazábal).
-Yo, Zacarías, alcé los ojos y tuve una visión: Era un hombre con una cuerda de medir en la mano. Le pregunté: «¿Dónde vas?» Me respondió: «Voy a medir Jerusalén, a ver cuánta es su anchura y cuánta su longitud.» ¡Admirable imagen! En una época en que los judíos desanimados sentían la tentación de encerrarse en sí mismos, el profeta, en nombre de Dios, invita a los arquitectos de Jerusalén a «ampliar su mirada». Se precisa que los agrimensores midan sobradamente el trazado de la ciudad santa. A una Iglesia siempre tentada de encerrarse en sus problemas internos, Dios le repite: «mirad más allá, preveed holgadamente». A mí, siempre tentado de concentrarme en mis preocupaciones personales Dios me repite: «sal de ti mismo, ensancha tu corazón, adopta las preocupaciones de los demás.»
-Un ángel le dijo: «Corre, habla a ese joven y dile: Jerusalén tiene que ser una ciudad abierta, debido a la cantidad de hombres y ganados que la poblarán.» La ciudad futura. Una ciudad abierta a todos los caminos, en la que todos puedan entrar. ¿Imagen de la humanidad de mañana? ¿Imagen ya de la Iglesia de hoy? Es un interrogante. ¡Señor, cuán lejos estamos de esta apertura universal! Hay mucho trabajo por delante para que la humanidad sea unánime, para que la Iglesia sea, de hecho, realmente católica. Allá donde me encuentre, en los grupos de los que formo parte, trabajaré para que progresen las "aperturas", la "amplitud de miras". Fuera las pusilaminidades, los sectarismos, los proyectos raquíticos, los sistemas cerrados y estrechos.
-En cuanto a mí, Yo seré para ella muralla de fuego al derredor y dentro de ella seré gloria. Más que todas las más sólidas murallas, la verdadera protección, la única seguridad definitiva, es el Señor mismo. Aplico esta profecía a mi vida actual, a la vida de la Iglesia. A pesar de todas las apariencias contrarias, Dios es la única muralla.
-Canta y regocíjate, hija de Sión. He aquí que yo vengo a morar dentro de ti, declara el Señor. Dios da este consejo a los desanimados, les dice: «¡cantad!» No hay que dejarse llevar por el pesimismo, sino por la alegría. Cuando nuestros labios cantan, el corazón también canta progresivamente. Y este optimismo no es un optimismo artificial, una felicidad fingida, sino una esperanza apoyada sobre un dato objetivo: ¡Dios viene! Y se espera su llegada.
-En aquel día, muchas naciones se unirán al Señor, serán para Mí un pueblo y yo habitaré en medio de ti. No hay que cansarse de esas repeticiones. Es preciso ante todo y contra todo dejarse sacudir por ese gran soplo universal. ¡El único futuro de la humanidad va por aquí! A través de los crujidos de hoy, en medio de las fisuras y de los conflictos, la aspiración a lo universal sigue abriéndose camino. Llegará un día en que los hombres, tan diversos, se reconocerán, en el fondo, hermanos. Las xenofobias, los racismos, los ghettos y los clubs cerrados... van siendo cada vez más, unos testigos de antaño. Es evidente que un Dios único nos ha creado a todos y que nuestro destino es también «uno». ¿Extiendo mi oración a la humanidad entera? (Noel Quesson).
La Nueva Jerusalén, Ciudad Santa, Esposa del Cordero, Iglesia Santa, ya no tiene murallas, sino sólo al Señor que la custodia como muralla de fuego para que los poderes del infierno no prevalezcan sobre ella. A pertenecer a ella están convocadas todas las naciones. Quien se haga parte de esta Comunidad de creyentes se hará huésped del mismo Dios; más aún: Dios vendrá como huésped al corazón del creyente, habitando en él como en un templo. Por eso hemos de poner nuestro empeño en no destruir el templo santo de Dios que somos nosotros, sino en conservarlo santo e irreprochable hasta la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo.
2. Jer 31,10-13. Se cumple lo que dice el salmo: "el que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como pastor a su rebaño... vendrán con aclamaciones, afluirán hacia los bienes del Señor". Concluyó el destierro; hay que volver a la tierra prometida; el Señor se convertirá en protector y defensor de su pueblo en su camino por el desierto hacia la tierra que Él dio a los patriarcas. Al poseer nuevamente la tierra prometida, volverá la paz, la alegría y el disfrutar de los abundantes frutos, que finalmente no será sino gozar de los bienes del Señor. Por medio de Cristo Jesús nosotros hemos sido liberados de nuestra esclavitud al mal; y el Señor nos ha dado su Espíritu que nos guía hacia la posesión de los bienes definitivos. Mientras vamos por este camino cargando nuestra cruz de cada día, esforcémonos por no dejarnos desviar de la meta a la que se han de dirigir nuestros pasos: la posesión de los bienes eternos, en que ya no habrá tristeza, ni dolor, ni penas, sino alegría, gozo y paz en el Señor. Vayamos, pues, tras de Cristo, que vela de nosotros como el pastor cuida su rebaño.
"Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en las islas remotas" (Jr 31,10). Y Juan Pablo II comentaba: “¿Qué noticia está a punto de darse con estas solemnes palabras de Jeremías? Se trata de una noticia consoladora, y no por casualidad los capítulos que la contienen (cf. 30 y 31) se suelen llamar "Libro de la consolación". El anuncio atañe directamente al antiguo Israel, pero ya permite entrever de alguna manera el mensaje evangélico. El núcleo de este anuncio es el siguiente: "El Señor redimió a Jacob, lo rescató de una mano más fuerte" (Jr 31,11). El trasfondo histórico de estas palabras está constituido por un momento de esperanza experimentado por el pueblo de Dios, más o menos un siglo después de que el norte del país, en el año 722 a. C., hubiera sido ocupado por el poder asirio. Ahora, en el tiempo del profeta, la reforma religiosa del rey Josías expresa un regreso del pueblo a la alianza con Dios y enciende la esperanza de que el tiempo del castigo haya concluido. Toma cuerpo la perspectiva de que el norte pueda volver a la libertad e Israel y Judá vuelvan a la unidad. Todos, incluyendo las "islas remotas", deberán ser testigos de este maravilloso acontecimiento: Dios, pastor de Israel, está a punto de intervenir. Había permitido la dispersión de su pueblo y ahora viene a congregarlo.
La invitación a la alegría se desarrolla con imágenes que causan una profunda impresión. Es un oráculo que hace soñar. Describe un futuro en el que los exiliados "vendrán con aclamaciones" y no sólo volverán a encontrar el templo del Señor, sino también todos los bienes: el trigo, el vino, el aceite y los rebaños de ovejas y vacas. La Biblia no conoce un espiritualismo abstracto. La alegría prometida no afecta sólo a lo más íntimo del hombre, pues el Señor cuida de la vida humana en todas sus dimensiones. Jesús mismo subrayará este aspecto, invitando a sus discípulos a confiar en la Providencia también con respecto a las necesidades materiales (cf. Mt 6,25-34). Nuestro cántico insiste en esta perspectiva. Dios quiere hacer feliz al hombre entero. La condición que prepara para sus hijos se expresa con el símbolo del "huerto regado" (Jr 31,12), imagen de lozanía y fecundidad. Dios convierte su tristeza en gozo, los alimenta con enjundia (cf. v. 14) y los sacia de bienes, hasta el punto de que brotan espontáneos el canto y la danza. Será un júbilo incontenible, una alegría de todo el pueblo.
La historia nos dice que este sueño no se hizo realidad entonces. Y no porque Dios no haya cumplido su promesa: el responsable de esa decepción fue una vez más el pueblo, con su infidelidad. El mismo libro de Jeremías se encarga de demostrarlo con el desarrollo de una profecía que resulta dolorosa y dura, y lleva progresivamente a algunas de las fases más tristes de la historia de Israel. No sólo no volverán los exiliados del norte, sino que incluso Judá será ocupada por Nabucodonosor en el año 587 a. C. Entonces comenzarán días amargos, cuando, en las orillas de Babilonia, deberán colgar las cítaras en los sauces (cf. Sal 136,2). En su corazón no podrán tener ánimo como para cantar ante el júbilo de sus verdugos; nadie se puede alegrar si se ve obligado al exilio abandonando su patria, la tierra donde Dios ha puesto su morada.
Con todo, la invitación a la alegría que caracteriza este oráculo no pierde su significado. En efecto, sigue válida la motivación última sobre la cual se apoya: la expresan sobre todo algunos intensos versículos, que preceden a los que nos presenta la Liturgia de las Horas. Es preciso tenerlos muy presentes mientras se leen las manifestaciones de alegría de nuestro cántico. Describen con palabras vibrantes el amor de Dios a su pueblo. Indican un pacto irrevocable: "Con amor eterno te he amado" (Jr 31,3). Cantan la efusión paterna de un Dios que a Efraím lo llama su primogénito y lo colma de ternura: "Salieron entre llantos, y los guiaré con consolaciones; yo los guiaré a las corrientes de aguas, por caminos llanos para que no tropiecen, pues yo soy el Padre de Israel" (Jr 31,9). Aunque la promesa no se pudo realizar por entonces a causa de la infidelidad de los hijos, el amor del Padre permanece en toda su impresionante ternura.
Este amor constituye el hilo de oro que une las fases de la historia de Israel, en sus alegrías y en sus tristezas, en sus éxitos y en sus fracasos. El amor de Dios no falla; incluso el castigo es expresión de ese amor, asumiendo un significado pedagógico y salvífico. Sobre la roca firme de este amor, la invitación a la alegría de nuestro cántico evoca un futuro de Dios que, aunque se retrase, llegará tarde o temprano, no obstante todas las fragilidades de los hombres. Este futuro se ha realizado en la nueva alianza con la muerte y la resurrección de Cristo y con el don del Espíritu. Sin embargo, tendrá su pleno cumplimiento cuando el Señor vuelva al final de los tiempos. A la luz de estas certezas, el "sueño" de Jeremías sigue siendo una oportunidad histórica real, condicionada a la fidelidad de los hombres, y sobre todo una meta final, garantizada por la fidelidad de Dios y ya inaugurada por su amor en Cristo. Así pues, leyendo este oráculo de Jeremías, debemos dejar que resuene en nosotros el evangelio, la buena nueva promulgada por Cristo en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4,16-21). La vida cristiana está llamada a ser un verdadero "júbilo", que sólo nuestro pecado puede poner en peligro. Al poner en nuestros labios estas palabras de Jeremías, la Liturgia de las Horas nos invita a enraizar nuestra vida en Cristo, nuestro Redentor (cf. Jr 31,11), y a buscar en él el secreto de la verdadera alegría en nuestra vida personal y comunitaria”.
3.- Lc 9,44b-45 -Entre la admiración general por todo lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos... San Lucas, según el plan de su evangelio, termina así la actividad de Jesús en Galilea. Pronto Jesús "emprenderá resueltamente el camino hacia Jerusalén" Las primeras actuaciones de Jesús significaron un cierto éxito. Ahora bien, Jesús mismo temió que sus discípulos preferidos se dejaran arrastrar por ese entusiasmo ficticio de la gente. Jesús no se deja aturdir por la admiración general de la que es objeto; considera humildemente el sencillo papel que su Padre le ha encomendado representar.
Mesías-pobre, Mesías-humillado, Jesús los prepara a no desconcertarse por el sacerdocio que El ha elegido: un sacerdocio sacrificial en que El será la victima.
-"El Hijo del hombre"... Al utilizar ese título, Jesús no abdica en absoluto de su grandeza. Esa expresión alude directamente a un célebre pasaje del profeta Daniel. "Yo contemplaba en las visiones de la noche. "Y he aquí que en las nubes del cielo venía, "Como un Hijo de hombre. "Se dirigió hacia el Anciano (Dios) y fue llevado a su presencia. "A el se le confirió el Imperio, el Honor y la Realeza. "Y todos los pueblos, naciones y lenguas le servirán. "Su Imperio es un Imperio eterno que nunca pasará. "Y su Reino no será destruido jamás" (Daniel 7, 13-14).
-"... Lo van a entregar en manos de los hombres". Con esa expresión, Jesús aludía directamente a un célebre pasaje del profeta Isaias: "No tenía belleza ni esplendor, despreciable y desecho de la humanidad. "Era despreciado y no se le tenía en cuenta. "Fue oprimido y El se humilló. "Y no abría la boca, como un cordero conducido al degüello. "Fue herido de muerte". (Isaías 53, 2-12).
-Pero ellos no entendían ese lenguaje; les resultaba tan oscuro que no captaban el sentido. Los Doce no entendían nada en todo esto. “Nadie se escandalice de ver tan imperfectos a los apóstoles. Todavía no se había consumado el misterio de la Cruz, todavía no se les había dado la gracia del Espíritu Santo” (San Juan Crisóstomo). A diferencia de lo que dice en otros lugares, aquí no une el sufrimiento a la gloria. Aquí nos habla de la ciencia de la cruz… “pasar con Él por la muerte de cruz, crucificando como Él la propia naturaleza con una vida de mortificación y de renuncia, abandonándose en una crucifixión llena de dolor y que desembocará en la muerte como Dios disponga y permita. Cuanto más perfecta sea tal crucifixión activa y pasiva, tanto más intensa resultará su unión con el Crucificado y tanto más rica su participación en la vida divina” (Santa Teresa Benedicta de la Cruz). Jesús superpuso dos concepciones del Mesías, opuestas aparentemente: - El Hijo del hombre evoca una imagen de "transcendencia"... un Mesías que participa de la grandeza de Dios... - El Servidor, evoca una imagen de pobreza, de indigencia total... un Mesías sin poder alguno.
-El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres. En san Lucas, éste es pues el segundo anuncio de la Pasión; y lo sitúa justo en el momento que "la gente estaba admirada". Ocasión esta de profundizar en la conciencia íntima de Jesús: el sacrificio de su vida, que termina su "viaje aquí abajo", y que relatan los cuatro evangelistas, ¡no es simplemente un episodio, el último... es el centro! Jesús pensaba en ello desde mucho tiempo. Se preparó detenidamente. Y trató, en vano, de preparar a sus apóstoles. Se comprende que la Eucaristía, que es el "signo actual" que nos ha sido dado, tenga una tal importancia en la vida de la Iglesia: es en verdad el "memorial" de lo más señalado en la vida de Jesús.
-Y tenían miedo de preguntarle sobre el asunto. Efectivamente, los apóstoles no quieren abordar ese asunto con El, porque interiormente rehusan la muerte de Jesús. No comprendieron que era su mayor acto de amor. Pero, ¿y nosotros? ¿Hemos comprendido todo lo que la misa representa? (Noel Quesson).
Jesús despierta admiración, por sus gestos milagrosos y por la profundidad de sus palabras. También a nosotros nos gusta fácilmente ese Jesús. Pero el Jesús servidor, el Jesús que se ciñe la toalla y lava los pies a los discípulos, el Jesús entregado a la muerte para salvar a la humanidad, eso no lo entendemos tan espontáneamente. Quisiéramos sólo el consuelo y el premio, no el sacrificio y la renuncia. Preferiríamos que no hubiera dicho aquello de que "el que me quiera seguir, tome su cruz cada día". Pero ser seguidores de Jesús pide radicalidad, no creer en un Jesús que nos hemos hecho nosotros a nuestra medida. Ser colaboradores suyos en la salvación de este mundo también exige su mismo camino, que pasa a través de la cruz y la entrega. Como tuvieron ocasión de experimentar aquellos mismos apóstoles que ahora no le entienden, pero que luego, después de la Pascua y de Pentecostés, estarán dispuestos a sufrir lo que sea, hasta la muerte, para dar testimonio de Jesús (J. Aldazábal).
Las palabras de Jesús cuestionaban hondamente a los discípulos, sin embargo, ellos guardaban silencio porque no comprendían o porque no se arriesgaban a confrontar al maestro. A los discípulos no les entraba en la cabeza que el camino del enviado de Dios tuviera que pasar necesariamente por la cruz. Ellos esperaban un Cristo arrollador que mediante un éxito deslumbrante eliminara todas las dudas respecto a su persona y a su misión. Sin embargo, el proceder y el camino de Jesús los controvertía abiertamente. Los discípulos "no comprendían" las palabras de Jesús no porque éstas fueran obscuras o ininteligibles, sino porque su proceder no iba conforme a las ideas vigentes, fueran de izquierda o derecha, sino que nacían de una originalidad realmente desconcertante. La originalidad de Jesús respecto a sus contemporáneos lo condujo poco a poco a una radical incomprensión, tanto de seguidores como de enemigos. A los discípulos "algo" les impedía comprender. Ese algo se refería a las rimbombantes expectativas mesiánicas con las que no coincidía la obra ni la acción de Jesús. Por eso, no fueron los opositores del imperio romano quienes salieron a defenderlo, ni sus incondicionales discípulos. Por su compromiso radical con los pobres, con Dios Padre y consigo mismo, Jesús tuvo que enfrentar su destino en absoluta soledad. Ese "algo" que estaba en la mente de sus contemporáneos los volvía ciegos ante la novedad definitiva que Dios suscitaba en Jesús y les impedía ponerse del lado del hombre que realmente los podía salvar. Hoy nosotros, al igual que los discípulos, tenemos muchas preocupaciones que embotan nuestro entendimiento y nos impiden ponernos del lado de Jesús. Nuestra vida ya esta tan cargada de actividades que difícilmente estamos en condiciones de prestar atención a la propuesta de Jesús y, mucho menos, de aceptar su proyecto del Reino como nuestro programa de vida (servicio bíblico latinoamericano).
¡Qué difícil entender que el camino que lleva a Jesús a la gloria ha de pasar por la muerte! Él mismo indicará a los discípulos que se encaminaban hacia Emaús: Era necesario que el Hijo del hombre padeciera todo esto para entrar así en su Gloria. Ojalá y no seamos tardos ni duros de corazón para entender y vivir aquella invitación que el Señor nos hace: Toma tu cruz de cada día y sígueme. No podemos amar nuestra vida de tal forma que nos apeguemos a ella y tratemos de evitarle todo el sacrificio y esfuerzo que se exige a quien quiera no sólo anunciar, sino ser testigo de la Buena Nueva del amor de Dios para todos. No nos quedemos con una imagen falsa de hedonismo cristiano. Quien quiera colaborar para que el Reino de Dios se haga realidad entre nosotros, debe aprender a renunciar a sí mismo, a no querer conservar su vida sin sembrarla en tierra para que muera y surja una humanidad nueva en Cristo. La fecundidad que viene del Espíritu de Dios en nosotros requiere que muramos a nuestros egoísmos y a nuestras visiones cortas de la vida, y que comencemos a dar nuestra vida para que otros tengan vida, y la tengan en abundancia. Y esto, no porque no haya bastado la Redención efectuada por Cristo, sino porque, ya desde la cruz, Él asoció a su Redención nuestras penas, dolores, sacrificios, entrega, e incluso nuestra muerte aceptada por Él y por su Evangelio.
En esta Eucaristía celebramos el Memorial de aquello que pareció ser el gran fracaso del Mesías esperado. En la mente de los judíos se cernía la imagen de un Mesías con criterios meramente humanos; capaz de alimentarlos a todos sin el más mínimo esfuerzo; capaz de liberarlos de sus enemigos, sin que ellos levantaran siquiera un dedo. Pero el Señor, aparentemente vencido por las fuerzas del mal que actuaron a través de personas que sólo eran santos en su apariencia, pero cuyo corazón estaba podrido por el pecado, ahora, reinando glorioso desde el cielo, manifiesta que el Mesías debía padecer para hacer de nosotros un pueblo de santos e hijos de Dios. Al participar de esta Eucaristía, entrando en comunión de vida con el Señor, decidimos, también nosotros, caminar en adelante, no conforme a los criterios mundanos, sino conforme a los criterios del amor verdadero que procede de Dios y que nos lleva a vivir sin egoísmos, sino en una entrega generosa, incluso de nuestra vida, por el bien de nuestro prójimo… dando la vida en la existencia cotidiana, ahí donde uno ha de ser testigo de rectitud, de honestidad, de alegría, de bondad, de paz, de solidaridad, en fin, de todo aquello que ha de brotar de la presencia del Espíritu de Dios en nosotros. ¿Que esto requiere sacrificios? Es seguir al que nos ha precedido con su cruz en el camino que nos conduce a la Gloria (www.homiliacatolica.com).

jueves, 22 de septiembre de 2011

Viernes de la 25ª semana de Tiempo Ordinario. La esperanza en la gloria del Templo es una visión profética de Jesús que viene a salvarnos, según la co

Viernes de la 25ª semana de Tiempo Ordinario. La esperanza en la gloria del Templo es una visión profética de Jesús que viene a salvarnos, según la confesión de Pedro, su fe: “Tú eres el Mesías de Dios”, que está apoyada en la oración de Jesús y en su sacrificio

Lectura de la profecía de Ageo 1, 15b-2,9. El año segundo del reinado de Darlo, el día veintiuno del séptimo mes, vino la palabra del Señor por medio del profeta Ageo: «Di a Zorobabel, hijo de Salatiel, gobernador de Judea, y a Josué, hijo de Josadak, sumo sacerdote, y al resto del pueblo: "¿Quién entre vosotros vive todavía, de los que vieron este templo en su esplendor primitivo? ¿Y qué veis vosotros ahora? ¿No es como si no existiese ante vuestros ojos? ¡Ánimo!, Zorobabel -oráculo del Señor-, ¡Ánimo!, Josué, hijo de Josadak, sumo sacerdote; ¡Ánimo!, pueblo entero -oráculo del Señor-, a la obra, que yo estoy con vosotros -oráculo del Señor de los ejércitos-. La palabra pactada con vosotros cuando salíais de Egipto, y mi espíritu habitan con vosotros: no temáis. Asi dice el Señor de los ejércitos: Todavía un poco más, y agitaré cielo y tierra, mar y continentes. Pondré en movimiento los pueblos; vendrán las riquezas de todo el mundo, y llenaré de gloria este templo -dice el Señor de los ejércitos-. Mía es la plata y mío es el oro -dice el Señor de los ejércitos-. La gloria de este segundo templo será mayor que la del primero -dice el Señor de los ejércitos-; y en este sitio daré la paz -oráculo del Señor de los ejércitos.-"»

Salmo 42,1.2.3.4. R. Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío.»
Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del hombre traidor y malvado.
Tú eres mi Dios y protector, ¿por qué me rechazas?, ¿por qué voy andando sombrío, hostigado por mi enemigo?
Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada.
Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al son de la citara, Dios, Dios mío.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,18-22. Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: -«¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: -«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.» Él les preguntó: -«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: -«El Mesías de Dios.» Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: -«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»

Comentario: 1.- Ag 2,1-10. Son los dos últimos discursos del profeta. En primer lugar nos encontramos ante una acción simbólica, forma frecuente en la conducta profética. Su mensaje es diáfano: el mal es más contagioso que el bien. No sabemos, sin embargo, a quién se refiere concretamente cuando dice: «Así es este pueblo así es esta nación...» (v 14). ¿Es una alusión a los samaritanos impuros por su sincretismo religioso, o más bien a los propios judíos, impuros por su infidelidad a Yahvé? Sean quienes sean, estos versículos nos manifiestan claramente que Ageo, cuando exhortaba para que el templo fuera reconstruido, no pretendía simplemente que se rehiciese un edificio, sino que se renovase la comunidad yahvista. El profeta defiende una comunidad centrada en el templo, pero esto no quiere decir que tenga una visión puramente cultual de la religión y mucho menos una moral ritualista. Por eso nuestro texto mantiene hoy toda su actualidad. Prepara la doctrina del NT, que presenta al cristiano como el verdadero templo de Dios (1 Cor 3,16s; 6,19) aislado de toda contaminación exterior (2 Cor 6,16s), sin que esto exija una separación de los demás (Jn 17,15; 1 Cor 5,10).
Los versículos 15-19 parecen la continuación de 1,5a y muchos comentaristas los juzgan continuación de este versículo. Presentan la reconstrucción del templo como el principio de una era de prosperidad. Israel había experimentado las consecuencias del abandono del templo; pero, una vez renovadas las obras de reconstrucción, Dios será fiel a la alianza. De nuevo Yahvé «bendecirá» al pueblo. Esta palabra nos recuerda las promesas a los patriarcas. El último discurso del profeta es un oráculo escatológico, formado por una condena de las naciones y una promesa a la dinastía davídica representada por Zorobabel. El sello era un objeto personal usado para firmar documentos y que comportaba a la vez dependencia absoluta e intimidad total con su propietario. La comparación pretende manifestar que Yahvé siente hacia Zorobabel un amor total. Las promesas mesiánicas hechas a la casa de David son transferidas a Zorobabel, que así pasa a ser figura de Cristo. El será el verdadero «siervo» «sello» y "el elegido" que construirá definitivamente el templo espiritual (J. Aragonés Llebaria).
El profeta Ageo sigue animando a los que han vuelto del destierro a que reconstruyan equilibradamente su identidad: sin descuidar los valores religiosos, representados en el templo.
Les recuerda que Dios les ha estado siempre cercano, tanto cuando les liberó de Egipto como ahora, que les ha devuelto de Babilonia. Eso les debe estimular a tener en cuenta la Alianza en su tarea de reedificación. De parte de Dios les dice: "¡Ánimo, pueblo entero: a la obra, que yo estoy con vosotros!"
Más aún: les promete que el futuro todavía será mejor que el pasado: "la gloria de este segundo templo será mayor que la del primero". Este templo será menos esplendoroso que el de Salomón, pero sigue siendo el mejor símbolo de la Alianza entre un Dios cercano y un pueblo que ha prometido vivir según la voluntad de Dios.
Era un momento difícil, como nos cuenta el libro de Esdras, pues los ancianos habían conocido el esplendor de Salomón: “cuando se pusieron los cimientos de este Templo delante de sus ojos, muchos de los sacerdotes, levitas y cabezas de familia ancianos, que habían visto el primer Templo, empezaron a llorar con grandes gemidos” (3,12). Ahora, con la ciudad medio derruida, no había el mismo esplendor… de ahí el tono alentador del profeta: No tendríamos que dejarnos engañar nunca por los agoreros de males, ni vencer por la pereza en nuestra misión de testimonio cristiano. Por una parte, el pesimismo nos seca los ánimos para el trabajo. Y, por otra, como quiera que nos llaman mucho más la atención las cosas inmediatas y visibles, tendemos a descuidar las espirituales. Entonces, lo del pesimismo nos suele venir muy bien de excusa para no poner manos a la obra en la tarea de la evangelización y de la construcción de una sociedad mejor, aunque se trate, como entonces, de reparar paredes ruinosas. Tenemos que escuchar también nosotros las palabras de aliento del profeta Ageo: "ánimo, pueblo entero... no temáis... que Dios está con vosotros y volverá a llenar de gloria este templo". La Iglesia de Jesús tiene futuro. Su Espíritu sigue inspirando y animando. El lenguaje suena a los textos apocalípticos de otros profetas, y también los Padres lo interpretan como un anuncio profético de Cristo y de la Iglesia, como hace S. Cirilo de Alejandría: “La venida de nuestro Salvador en el tiempo fue como la edificación de un templo sobremanera glorioso; este templo, si se compara con el antiguo, es tanto más excelente y preclaro cuanto el culto evangélico de Cristo aventaja al culto de la Ley o cuanto la realidad sobrepasa a sus figuras. Con referencia a ello, creo que puede también afirmarse lo siguiente: El Templo antiguo era uno solo, estaba edificado en un solo lugar y sólo un pueblo podía ofrecer en él sus sacrificios. En cambio, cuando el Unigénito se hizo semejante a nosotros, como el Señor es Dios: él nos ilumina, según dice la Escritura, la tierra se llenó de templos santos y de adoradores innumerables, que veneran sin cesar al Señor, del universo con sus sacrificios espirituales y sus oraciones. Esto es, según mi opinión, lo que anunció Malaquías en nombre de Dios, cuando dijo: Desde el oriente hasta el poniente es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre y una oblación pura.
En verdad, la gloria del nuevo templo, es decir, de la Iglesia, es mucho mayor que la del antiguo. Quienes se desviven y trabajan solícitamente en su edificación obtendrán, como premio del Salvador y don del cielo, al mismo Cristo, que es la paz de todos, por medio de quien tenemos acceso al Padre en un solo Espíritu; así lo declara el mismo Señor, cuando dice: En este sitio daré la paz a cuantos trabajen en la edificación de mi templo. De manera parecida, dice también Cristo en otro lugar: Mi paz os doy. Y Pablo, por su parte, explica en qué consiste esta paz que se da a los que aman, cuando dice: La paz de Dios, que está por encima de todo conocimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. También oraba en este mismo sentido el sabio profeta Isaías, cuando decía: Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Enriquecidos con la paz de Cristo, fácilmente conservaremos la vida del alma y podremos encaminar nuestra voluntad a la consecución de una vida virtuosa.
Por tanto, podemos decir que se promete la paz a todos los que se consagran a la edificación de este templo, ya sea que su trabajo consista en edificar la Iglesia en el oficio de catequistas de los sagrados misterios, es decir, colocados al frente de la casa de Dios como mistagogos, ya sea que se entreguen a la santificación de sus propias almas, para que resulten piedras vivas y espirituales en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado. Todos estos esfuerzos lograrán, sin duda, su finalidad y quienes actúen de esta forma alcanzarán sin dificultad la salvación de su alma”.
El tono mesiánico es más claro aún en el v. 7: “vendrán los tesoros de las naciones”, que en hebreo es desear, querer, complacerse en esos tesoros, incluso como traduce la Vulgata “vendrá el Deseado de todas las gentes” (J. Aldazábal, Biblia de Navarra). S. Bernardo excamaba: “abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el Deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta”.
-El día veintiuno del séptimo mes, la palabra del Señor se dejó oír por medio del profeta Ageo. Estamos en octubre del 520. Después de un largo período de desaliento los repatriados emprendieron la reconstrucción del Templo. Pero muchos permanecen pesimistas. ¡Apenas han pasado dos meses desde que se empezó la obra! Queda tanto trabajo por hacer que entran ganas de cruzarse de brazos. ¡Esta es, a menudo. nuestra situación, Señor! Por lo tanto, toma la palabra, Señor. ¡Haznos de nuevo valientes!
-Les dirás: ¿queda alguno entre vosotros que haya visto este templo en su primitivo esplendor? Y ¿qué es lo que véis ahora? ¿No es como nada, a vuestros ojos? Dios es realista; no nos pide nunca que cerremos los ojos ante las dificultades. Hay que mirar de frente. «¿Quién se acuerda del pasado?» Está ya tan lejos, tan acabado... que costaría encontrar siquiera a un anciano de noventa años que se acordase de haber visto cómo era el Templo de Salomón, el de su infancia. Siendo así las cosas, lo importante es mirar hacia el futuro. Y el profeta se atreve a decir que el nuevo Templo, ahora en sus penosos fundamentos, superará al viejo Templo. Ageo no imaginaba ser tan certero cuando se decía: ese nuevo Templo durará cerca de quinientos años y presidirá uno de los más puros períodos del judaísmo. Es como si HOY Dios nos dijera: "Dejad de mirar a la Iglesia de ayer... ¡Vamos, ánimo! Construid la Iglesia de los siglos futuros".
-Mas ahora, ¡ten ánimo, Zorobabel! ¡Animo, Josué, sumo sacerdote! ¡Animo, pueblo todo de la tierra! ¡A trabajar! Cuán saludable es para nosotros, Señor, oír estas palabras tuyas que resuenan continuamente en nuestra época. Se reconstruye siempre sobre ruinas. En mi oración, evoco mis proyectos, las tareas que esperan al mundo del mañana, la renovación de la Iglesia contemporánea. Pero repítenos, Señor, las razones sólidas que Tú propones a nuestro desánimo.
-Estoy con vosotros, declara el Señor del universo, según la palabra que pacté con vosotros. Primer motivo de aliento. La presencia de Dios, su proximidad. «Dios con nosotros». Si realmente lo creyéramos así, ¿no es verdad que desaparecería toda desesperanza? ¿Podría Dios fracasar? Nada es imposible a Dios. Y ¡Dios se muestra en las situaciones más desesperadas! La resurrección de Jesucristo, surgiendo vivo de la muerte, es la realización más radical de ello. Oro a partir de las situaciones que estimo por el momento «sin salida». Y creo también, Señor, que Tú estás conmigo... con tu Iglesia... con los oprimidos de cualquier clase.
-Mi espíritu se mantiene en medio de vosotros: no temáis. Dentro de muy poco sacudiré el cielo y la tierra, el mar y los continentes. Segundo motivo de aliento: La intervención escatológica de Dios. Encontramos aquí el lenguaje clásico de los apocalipsis, para significar los grandes actos de Dios preparando el «fin de los tiempos». La historia va hacia su fin: todo crece y converge; hasta que «Dios sea todo en todos». El cosmos entero, cielo, tierra, mar, es remodelado para llegar a ser una nueva creación.
-Sacudiré todas las naciones paganas y llenaré el Templo de esplendor. El esplendor futuro de este Templo superará el primero, y en este lugar os haré don de mi paz. Tercer motivo de aliento: La elevación de los pueblos hacia la unidad en Dios (Noel Quesson).
No es bueno hacer comparaciones, sino esforzarnos porque lo que hagamos sea lo mejor, aun cuando no alcancemos a realizar lo que otros hicieron en otros tiempos. Ciertamente los Israelitas, vueltos del desierto, no contaban con todos los recursos que David había dejado a su hijo Salomón para la construcción del Templo, que se considera como una de las siete maravillas del tiempo antiguo. Quienes lo conocieron y se entristecieron por su destrucción, ahora, al levantar un nuevo santuario en honor del Señor, comparando lo sencillo de este con el esplendor del primero, pueden decir que es muy poca cosa a sus ojos. Sin embargo, no es lo externo, sino el corazón que busca al Señor para darle culto, aun cuando sea en un lugar muy sencillo, lo que importa; por eso hay que vivir con fidelidad a la alianza pactada con el Señor; entonces Él será Dios-con-nosotros, pues su Espíritu estará con nosotros. Al llegar los tiempos Mesiánicos el Señor, finalmente, será el Dios-con-nosotros; el Dios, cuyo Espíritu habita en nosotros como en un templo, sin importar nuestro porte externo, sino nuestro amor fiel que nos lleve a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica. Que otros tiempos fueron mejores en el camino de la fe; que no había tantos desórdenes ni tentaciones como ahora se nos presentan; que era más fácil creer; esto no debe desanimarnos, sino por el contrario, hacernos poner el mejor de nuestros empeños, pues, en medio de un mundo de voces contrarias, el Señor nos concede los medios necesarios para que podamos proclamar su Nombre a todas las naciones; y de este esplendor no podía gozar antes la Iglesia; ojalá y lo aprovechemos para que el Señor sea cada vez más conocido y más amado.
2. Digamos con el salmo que habla del deseo del Templo: "Espera en Dios, que volverás a alabarlo... Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen". Que nunca sea excusa para nuestra pereza la situación del mundo, por decadente que nos parezca. Cuanto más ruinoso esté, más urgente es nuestro trabajo.
Juan Pablo II comenta: “los salmos 41 y 42 constituyen un único canto, marcado en tres partes por la misma antífona: "¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: Salud de mi rostro, Dios mío" (Sal 41,6.12; 42,5). Estas palabras, en forma de soliloquio, expresan los sentimientos profundos del salmista. Se encuentra lejos de Sión, punto de referencia de su existencia por ser sede privilegiada de la presencia divina y del culto de los fieles. Por eso, siente una soledad hecha de incomprensión e incluso de agresión por parte de los impíos, y agravada por el aislamiento y el silencio de Dios. Sin embargo, el salmista reacciona contra la tristeza con una invitación a la confianza, que se dirige a sí mismo, y con una hermosa afirmación de esperanza: espera poder seguir alabando a Dios, "salud de mi rostro". En el salmo 42, en vez de hablar sólo consigo mismo como en el salmo anterior, el salmista se dirige a Dios y le suplica que lo defienda contra los adversarios. Repitiendo casi literalmente la invocación anunciada en el salmo anterior (cf. Sal 41,10), el orante dirige esta vez efectivamente a Dios su grito desolado: "¿Por qué me rechazas? ¿Por qué voy andando sombrío, hostigado por mi enemigo?" (Sal 42,2).
Con todo, siente ya que el paréntesis oscuro de la lejanía está a punto de cerrarse y expresa la certeza del regreso a Sión para volver al templo de Dios. La ciudad santa ya no es la patria perdida, como acontecía en el lamento del salmo anterior (cf. Sal 41,3-4); ahora es la meta alegre, hacia la cual está en camino. La guía del regreso a Sión será la "verdad" de Dios y su "luz" (cf. Sal 42,3). El Señor mismo será el fin último del viaje. Es invocado como juez y defensor (cf. vv. 1-2). Tres verbos marcan su intervención implorada: "Hazme justicia", "defiende mi causa" y "sálvame" (v. 1). Son como tres estrellas de esperanza, que resplandecen en el cielo tenebroso de la prueba y anuncian la inminente aurora de la salvación. Es significativa la interpretación que san Ambrosio hace de esta experiencia del salmista, aplicándola a Jesús que ora en Getsemaní: "No quiero que te sorprendas de que el profeta diga que su alma estaba turbada, puesto que el mismo Señor Jesús dijo: "Ahora mi alma está turbada". En efecto, quien tomó sobre sí nuestras debilidades, tomó también nuestra sensibilidad, por efecto de la cual estaba triste hasta la muerte, pero no por la muerte. No habría podido provocar tristeza una muerte voluntaria, de la que dependía la felicidad de todos los hombres. (...) Por tanto, estaba triste hasta la muerte, a la espera de que la gracia llegara a cumplirse. Lo demuestra su mismo testimonio, cuando dice de su muerte: "Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!"" (Las Lamentaciones de Job y de David).
Ahora, en la continuación del salmo 42, ante los ojos del salmista está a punto de aparecer la solución tan anhelada: el regreso al manantial de la vida y de la comunión con Dios. La "verdad", o sea, la fidelidad amorosa del Señor, y la "luz", es decir, la revelación de su benevolencia, se representan como mensajeras que Dios mismo enviará del cielo para tomar de la mano al fiel y llevarlo a la meta deseada (cf. Sal 42,3). Es muy elocuente la secuencia de las etapas de acercamiento a Sión y a su centro espiritual. Primero aparece "el monte santo", la colina donde se levantan el templo y la ciudadela de David. Luego entra en el campo "la morada", es decir, el santuario de Sión, con todos los diversos espacios y edificios que lo componen. Por último, viene "el altar de Dios", la sede de los sacrificios y del culto oficial de todo el pueblo. La meta última y decisiva es el Dios de la alegría, el abrazo, la intimidad recuperada con él, antes lejano y silencioso.
En ese momento todo se transforma en canto, alegría y fiesta (cf. v. 4). En el original hebraico se habla del "Dios que es alegría de mi júbilo". Se trata de un modo semítico de hablar para expresar el superlativo: el salmista quiere subrayar que el Señor es la fuente de toda felicidad, la alegría suprema, la plenitud de la paz. La traducción griega de los Setenta recurrió, al parecer, a un término arameo equivalente, que indica la juventud, y tradujo: "al Dios que alegra mi juventud", introduciendo así la idea de la lozanía y la intensidad de la alegría que da el Señor. Por eso, el Salterio latino de la Vulgata, que es traducción del griego, dice: "ad Deum qui laetificat juventutem meam". De esta forma el salmo se rezaba al pie del altar, en la anterior liturgia eucarística, como invocación de introducción al encuentro con el Señor.
El lamento inicial de la antífona de los salmos 41-42 resuena por última vez al final (cf. Sal 42,5). El orante no ha llegado aún al templo de Dios; todavía se halla en la oscuridad de la prueba; pero ya brilla ante sus ojos la luz del encuentro futuro, y sus labios ya gustan el tono del canto de alegría. En este momento la llamada está más marcada por la esperanza. En efecto, san Agustín, comentando nuestro salmo, observa: "Espera en Dios, responderá a su alma aquel que por ella está turbado. (...) Mientras tanto, vive en la esperanza. La esperanza que se ve no es esperanza; pero, si esperamos lo que no vemos, por la paciencia esperamos (cf. Rm 8,24-25)". Entonces el salmo se transforma en la oración del que es peregrino en la tierra y se halla aún en contacto con el mal y el sufrimiento, pero tiene la certeza de que la meta de la historia no es un abismo de muerte, sino el encuentro salvífico con Dios. Esta certeza es aún más fuerte para los cristianos, a los que la carta a los Hebreos proclama: "Vosotros os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos, y a Dios, juez universal, y a los espíritus de los justos llegados ya a su consumación, y a Jesús, mediador de la nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel" (Hb 12,22-24).
La luz y la verdad del v 3 están personificadas, “luz” en el sentido de amor y salvación, “verdad” en el de fidelidad y justicia. El salmista piensa en el futuro: espera la alegría que le produce la contemplación de la presencia de Dios en el templo, su alabanza; entretanto sabe que Dios es su fuerza (cf J. Escrivá, Cristo que pasa, 80). El alma espera en el Señor (v 5; cf Catecismo, 1115 con cita de S. León). Son palabras que preparan la recepción de la Eucaristía…
3.- Lc 9, 18-22 (ver paralelo Mt 16,13-19). En un primer momento, Cristo quiere obtener una confesión de los Doce sobre su mesianidad. Por boca de Pedro, los apóstoles llegan a confesarla, después de haber descartado las demás hipótesis posibles. Pero esta mesianidad es equívoca en la medida, en que entraña, en el espíritu de los contemporáneos, la idea del restablecimiento del Reino por la violencia y por un juicio de las naciones. En la versión de Lucas aparece la nota de la oración de Jesús. Vamos a ir de la mano de Juan Pablo II, en la carta del nuevo milenio, a adentrarnos –con alguna nota del pasaje de Mt- en este misterio del conocimiento del Redentor: “En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Ésta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf. Mt 16,13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún -¡y cuánto!- de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero que no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, ¡Jesús es muy distinto! Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).
¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (16,17). La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre (cf. ibíd.). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas » (Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14)”.
También Cristo impone antes que nada el silencio a los suyos, sugiriéndoles que no habrá mesianidad sino a través de la muerte y la resurrección. En un momento dado de su ministerio Jesús ha tomado, pues, conciencia de las modalidades en las que iba a ejercerse su mesianidad y ha hecho compartir esta convicción a los suyos. Se advertirá que esta luz le ha sido dada (v. 18) en el curso de un tiempo de oración. En su deseo de responder lo más perfectamente posible a la voluntad de Dios, Jesús quiere que su mesianidad no tenga nada de político ni de desquite (cf. Mt 8, 4-10), sino que sea toda de dulzura y de perdón. Esta opción no es fácil de tomar ni de mantener. Numerosas oposiciones se dirigen contra Jesús, y este no tarda en darse cuenta de que tal elección le conducirá a la muerte (v. 22).
Cabe imaginarse el drama de conciencia de Cristo: se sabe encargado de cumplir con una vocación mesiánica, entiende que ha de cumplirla en la dulzura y con medios pobres y se da cuenta de que no podrá conducir a buen término su obra al intervenir la muerte antes de su realización. ¿Entonces? Sin duda Dios quiere que sea más allá de la muerte cuando Jesús complete con éxito su misión mesiánica. ¡Dios no le abandonará, sin duda, en la muerte! De esta manera Cristo llega a pensar en su resurrección y a proclamarla (v. 22).
Lucas muestra a Cristo en oración cada vez que va a tomar una decisión importante o va a comprometerse en una nueva etapa de su misión (cf. Lc 3, 21; 6, 12; 9, 29; 11, 1; 22, 31-39). Lucas es, en este caso, el único que menciona la oración de Cristo (v. 18) antes de obtener la profesión de fe en los suyos y de anunciarles su Pasión. Así cabe pensar, como en cada una de las demás circunstancias mencionadas por Lucas, que Jesús reza por el cumplimiento de su misión, cuyos contornos no ve más que en la oscuridad. No basta explicar esta actitud de oración en Jesús por el deseo único de dar ejemplo a sus apóstoles. Jesús no ora simplemente con fines edificantes. Si reza es porque realmente el objeto de su oración no le parece cierto: los teólogos que atribuyen a Jesús un conocimiento perfecto del futuro no pueden dar un contenido real a la oración implorante de Jesús: no se reza para que la ley de la gravedad produzca sus efectos.
Si Jesús reza es que el futuro, como es el caso de todo hombre, no está en sus manos, y que la incertidumbre sobre lo que va a pasar reina en su conciencia. La voluntad humana, que es la suya, no tiene en sí misma el poder de realizar su misión; también El pide a Dios luz y ayuda.
La oración de Jesús, es, pues real: significa que El afronta el misterio de la muerte que se perfila en el horizonte de su ministerio en la oscuridad de la conciencia y del saber humanos.
Si la oración de Jesús demuestra la realidad de su humanidad, no deja de ser un signo de su divinidad. La oración es, en efecto, imposible para el hombre, ya que no es un discurso que se dirige a Dios como un objeto. Tiene a Dios por sujeto, que conoce esta profundidad en nosotros que debemos obtener para orar, pero que no podemos alcanzar si no es con la ayuda de su Espíritu (Rom 8, 26-27). Que Jesús pueda reunir en su oración la profundidad de su persona, donde se establece su vocación mesiánica es el índice de que dispone del Espíritu de su Padre (Maertens-Frisque).
¿Quién es Jesús? Inquieto por el revuelo suscitado en su provincia por aquel hombre, Herodes plantea la cuestión. Es verdad que no es un miembro de la Iglesia, pero su pregunta encuentra eco en el corazón de los discípulos. También ellos se interrogan: ¿quién es ese Jesús en quien han puesto su fe? Pedro responde: "El Mesías de Dios". Pero con ello no todo queda resuelto, ya que la fe no se limita a una adhesión intelectual, sino que suscita un compromiso personal. ¿Quién es ese Jesús por el que yo me comprometo? El evangelio responde con el anuncio de la pasión. Jesús es el hombre nuevo, totalmente entregado a la voluntad del Padre: tiene que llegar hasta el fondo el compromiso tomado en la sinagoga de Nazaret. Para Jesús, obedecer es ser hijo, sin condiciones. "¿Quién soy yo para ti?". Para ti, no para la gente. Para ti, personalmente, por encima de las respuestas hecha. Una pregunta delicada. Nos gustaría hacérsela a otros, pero vacilamos. ¿No vas a encerrarme en una definición demasiado rápida, a darme un nombre que apenas comprendes o malentiendes, a reducir el misterio de mi riqueza, del que quizá ni siquiera yo conozco toda su profundidad? Me responderás:"Tú eres mi hijo..., mi amigo..., mi dueño..., mi amor...". Y lo soy. Pero soy también algo más, otra cosa distinta.... Sí, es difícil conocer al otro sin herirle. "¿Quién soy yo para vosotros?" Jesús se arriesga a interrogarnos. Las respuestas abundan. Se han escrito libros enteros para darlas. ¿Jesús? Un profeta asesinado, el Sagrado Corazón, verdadero Dios y verdadero hombre, super-star... Jesús impone silencio... Es difícil conocer a Dios sin herirle. Jesús estaba en oración cuando planteó esta cuestión. En la verdad de su ser y de su existencia, El puede decir que conoce a Dios. "¡Padre, Abbá!". Puede decir ese nombre sin herir a Dios, porque El se deja herir por ese nombre: "¡Padre, hágase tu voluntad!". En el Calvario Jesús mostrará hasta dónde le ha llevado su respuesta. En la hora de su pasión será cuando pueda decir de verdad: "Padre, les he dado a conocer tu nombre". Conocer a Dios es una pasión; un amor inmenso y un profundo sufrimiento a la vez. Conocer a Dios es una vocación, una llamada: "El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo". Hacerse discípulo es una cuestión de opción y de obediencia.
Es un opción. Será discípulo el hombre que se haya visto tocado en su corazón por una palabra que lo desborda. La vocación es una prueba, ya que la llamada quema como una urgencia, es radical como un juicio. Ser discípulo es abrirse a una pregunta, dejarse cuestionar. Sin más seguridad que la gracia para salir vencedor de la prueba.
Y es una obediencia. Será discípulo aquel que se entusiasme con el don recibido. A todos los que tienen sed de Dios, del Dios de vida, Jesús les da su Espíritu: por el bautismo nos hemos revestido de Cristo; nosotros le pertenecemos. Nuestra vocación es una iniciación. Conocer a Dios será siempre un nuevo nacimiento. Pedro no podrá decir de verdad el nombre de Jesús más que después de su negación y de la Pascua: "Tú lo sabes todo; tú sabes que te amo". Aquel día, en vez de imponerle silencio, Jesús le alentará en su vocación de afianzar a sus hermanos. "¿Quién soy yo..?". ¿Quién nos dirá, pues, el nombre de Dios, sino la herida que El mismo ha abierto en nuestro corazón con el deseo de conocerle? (Dios cada dia, Sal terrae).
-Un día, mientras Jesús estaba orando en un lugar solitario, estaban con El los discípulos... Jesús se pone en oración siempre que va a suceder algo importante, cada vez que un viraje decisivo asoma en su vida humana. Estamos siempre tentados de no tomarnos en serio esa oración, porque más o menos decimos: "pero, vamos a ver, era el Hijo de Dios ¿qué necesidad tenía de orar?..." O bien minimizamos la densidad de esa oración, reduciéndola a ser sólo un modelo para nosotros: "Jesús oró para enseñar a sus discípulos a hacerlo..." En fin nos aventuramos a refugiarnos en la "visión beatifica" y decimos: "siendo Hijo de Dios vivía continua y fácilmente en la contemplación íntima de su Padre, estaba en constante oración... Ahora bien, los momentos en los que Lucas afirma que Jesús oró, son, evidentemente, todos ellos momentos de gran tensión humana: la oración de Jesús era, humanamente, una oración real... pedía efectivamente la ayuda de su Padre a fin de tener la fuerza humana necesaria para poder realizar su misión... no representaba una farsa, realmente buscaba luz y valor.
-Les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy Yo?" Contestaron ellos: "Juan Bautista. Otros, en cambio, que Elías, y otros un profeta de los antiguos, que ha resucitado." Encontramos de nuevo los mismos fenómenos de opinión pública.
-Jesús les preguntó; "Y vosotros, ¿quién decís que soy?" Jesús les pide una respuesta personal. ¡Hay que tomar posición! Pues no basta ir repitiendo las opiniones oídas, si uno no se compromete personalmente. Jesús oró en primer lugar por esto: se encontraba ante la incertidumbre respecto de sus amigos. ¿Lo seguirían verdaderamente? ¿Vacilarían solamente, no dirían "ni sí ni no", como tantos contemporáneos?
-Pedro contestó: "El Mesías de Dios." Se podría traducir por: "el Ungido de Dios", "el Cristo de Dios". Esto era lo que Jesús había ya afirmado al principio de su ministerio, cuando leyó, en la sinagoga de Nazaret, el pasaje de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha conferido la unción para llevar la buena nueva a los pobres" (Lc 4, 18). Ahora Pedro, después de estar un año viviendo con Jesús, lo reconoce en nombre de los Doce. Sobre Jesús, sobre su persona, sobre su identidad profunda, sólo podemos atenernos a lo que El nos ha revelado de sí mismo. Señor, dinos "quién eres". Y concédenos tener plena confianza en ti.
-Pero Jesús les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Lo hemos visto en San Marcos, los sueños populares sobre el Mesías eran demasiado políticos y revanchistas. Jesús no quería representar el papel de Mesías potente y victorioso. Pide que no se diga que El es el Mesías... antes de la Pasión y Resurrección. Y nosotros, ¿qué papel pedimos a Jesús? ¿Estamos dispuestos a seguirlo desinteresadamente?
-Y añadió: "Es preciso que el Hijo del hombre padezca mucho, sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los letrados, sea ejecutado y resucite al tercer día." Jesús ha rezado también por todo esto: siendo consciente de que iba a desempeñar ese papel de "mesías sufriente" veía perfilarse su muerte sobre el horizonte de su juventud. Si habló de ello este día, inmediatamente después de la profesión de Fe de Pedro fue porque lo había estado pensando más en la oración que precedió al diálogo. En fin, probablemente Jesús oró también para que sus apóstoles no se quedaran demasiado vacilantes ante ese anuncio dramático. Señor, que esté seguro de que continúas orando por nosotros, para que nuestra Fe no vacile. Gracias (Noel Quesson).
Nosotros, los del siglo XXI, vivimos en la época de la exploración espacial, de la macro y microfísica, y de la física atómica. El hombre es cada vez más dominador del universo; pero ya no tiene la ingenuidad del científico del siglo XIX; las leyes físicas aparentemente poseídas quedan falsadas con cualquier nuevo e inesperado descubrimiento. Sigue habiendo quien califique la maravilla cósmica o humana de "chiripa de la naturaleza"; ya no funcionan apodícticamente los silogismos de "a Dios por la ciencia", y la secularidad y autonomía humana en el dominio del universo es legítima. Pero el dotado de espíritu poético tiene la suerte de trascender las fórmulas físicas; y el creyente, además de ver las cosas, ve a través de ellas, percibe la inabarcable huella de Dios en ellas (Severiano Blanco). Hay algo misterioso en el Evangelio de hoy que nos hace entrever que la fe de Pedro y la nuestra tiene algo que ver con aquella oración de Jesús… La escena del evangelio de hoy está enmarcada en un contexto de oración. Estaba orando a solas: Basta saber que Jesús cultivaba la soledad, para comprender que es bueno hacer lo mismo, y que en ello se encuentra un tesoro…
¿Quién es Jesús para nosotros? No podemos responder a esa pregunta con palabras magistrales nacidas del estudio. Nuestra respuesta debe ser muy sencilla; nacida de la vida, de lo que realmente hemos experimentado de Él; de cómo le hemos permitido entrar en nuestra vida y darle un cambio a nuestro ser y actuar; o, por desgracia, de cómo lo hemos ignorado o, peor, aún, de cómo lo hemos expulsado de nuestra vida para poder llevar una existencia conforme a nuestros caprichos e inclinaciones equivocadas. Cuando el Señor nos dice: Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los anciano, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día, nos está dando a conocer qué somos nosotros para Él; ante Él valemos el precio de su sangre, de su muerte, de su resurrección. Él nos ama de tal manera que ha salido a nuestro encuentro para ofrecernos el perdón y darnos la oportunidad de participar de su Gloria a la diestra de su Padre. El quiere, así, que seamos sus amigos y hermanos, de su misma sangre, disfrutando de la misma herencia que le corresponde como Hijo. Ojalá y el Señor también signifique mucho en nuestra existencia, y aceptando en nosotros su Vida, y dejándonos guiar por su Espíritu no sólo digamos que Él es el Mesías, el Hijo de Dios Vivo, el Salvador, sino que esa realidad de fe nos ayude a darle un nuevo sentido a nuestra existencia y a convertirnos en testigos de su amor en medio de nuestros hermanos.
El Señor nos manifiesta su amor hasta el extremo en este Memorial de su Pascua; Él sigue amándonos y confiando en nosotros; Él continúa llamándonos para que estemos con Él en este momento de soledad, convertido en momento de soledad sonora por estar en un diálogo de amor con Él. Así como Jesús se retiró con sus discípulos a un lugar solitario a orar, así ahora estamos solos con Él para que en un encuentro personal podamos responder a su cuestionamiento sobre lo que Él significa en nuestra vida. Este momento de encuentro entre Dios y nosotros no puede reducirse a un desgranar oraciones por costumbre; es el momento de tomar conciencia de lo que Dios es en nuestra vida y de lo que nosotros somos para Dios.
Abramos todo nuestro ser para que en Él habite el Señor; entonces será posible esa Comunión de Vida entre Él y nosotros; y nuestro volver a la vida ordinaria será un ir como criaturas renovadas que podrán manifestar su fe viviendo a la altura de hijos de Dios y esforzándose para que el Reino de Dios se haga realidad en medio de las actividades de los hombres, reinando la paz, la justicia, la bondad, la fraternidad, la alegría, la solidaridad. Entonces, en verdad, no sólo habremos venido a visitar a Cristo, sino que Él irá con nosotros e impulsará nuestra vida para que trabajemos de tal forma que no sólo anunciemos su Evangelio con los labios, sino que nosotros mismos nos convirtamos en una Buena Noticia del amor salvador de Dios para todos los pueblos.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe en Cristo como un esfuerzo constante que nos lleve a hacer de nuestro mundo un signo verdadero del Reino del amor, de la justicia y de la paz que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén ( www.homiliacatolica.com).