Jueves de la 25ª semana de Tiempo Ordinario. Alabar a Dios es ensalzarnos a nosotros también, pues nos hacemos grandes al glorificar al Señor. Jesús es la gloria del Padre encarnada, y vamos conociendo su misterio al tratarle
Comienzo de la profecía de Ageo 1,1-8. El año segundo del rey Darío, el mes sexto, el día primero, vino la palabra del Señor, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Salatiel, gobernador de Judea, y a Josué, hijo de Josadak, sumo sacerdote: «Así dice el Señor de los ejércitos: Este pueblo anda diciendo: "Todavía no es tiempo de reconstruir el templo."» La palabra del Señor vino por medio del profeta Ageo: «¿De modo que es tiempo de vivir en casas revestidas de madera, mientras el templo está en ruinas? Pues ahora -dice el Señor de los ejércitos meditad vuestra situación: sembrasteis mucho, y cosechasteis poco, comisteis sin saciaros, bebisteis sin apagar la sed, os vestisteis sin abrigaros, y el que trabaja a sueldo recibe la paga en bolsa rota. Así dice el Señor: Meditad en vuestra situación: subid al monte, traed maderos, construid el templo, para que pueda complacerme y mostrar mi gloria -dice el Señor-.»
Salmo 149,1-2.3-4.5-6a y 9b. R. El Señor ama a su pueblo.
Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey.
Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras; porque el Señor ama a su pueblo y adorna con la victoria a los humildes.
Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas: con vítores a Dios en la boca; es un honor para todos sus fieles.
Evangelio según san Lucas 9,7-9. En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que habla aparecido Elías, y otros que habla vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: -«A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?» Y tenía ganas de ver a Jesús.
Comentario: 1.- Ag 1,1-8. Durante el cautiverio en Babilonia, Ezequiel había exhortado a los judíos a rendir a Yahvé un culto purificado en un nuevo templo. Era natural, pues, que una vez llegados a Jerusalén se pusiesen pronto manos a la obra y edificasen un altar (Esd 3,1s). Pero no era suficiente la mera ilusión y buena voluntad. Los problemas a resolver eran muchos y graves: la animosidad de los samaritanos, las malas cosechas, las rivalidades interiores... Las obras de reconstrucción del templo fueron abandonadas apenas se iniciaron. Esperando tiempos mejores el pueblo pensaba: «Todavía no ha llegado el momento de reedificar el templo de Yahvé» (v 2).
En el año 522 Cambises se suicidaba al tener conocimiento de una sublevación contra él. Darío, su sucesor, tardó dos años en reprimir las revueltas que surgen en todo el Imperio. Este período de recelos y de represalias da ocasión a Ageo para que invite a su pueblo a poner la confianza en Dios, señor de la historia. El libro de Ageo consta de cuatro discursos, de los que hoy leemos dos. El primero (1,1-15) está fechado en la segunda mitad del mes de agosto del año 520, y es una descripción de los esfuerzos del profeta para conseguir la reconstrucción del templo. No es que no haya recursos, ya que existen para construir casas bastante lujosas. Lo que hay es pereza y poca voluntad. Los hombres de todos los tiempos somos los mismos: y cuando aducimos muchas razones para justificar algo quiere decir, normalmente, que no tenemos ninguna y sí, en cambio, muchas excusas. El discurso apela luego a la experiencia: una tarea no bendecida por Dios no puede ser fructífera. Una afirmación con valor especial para nuestros tiempos en que la eficacia y la productividad tienen tan gran aprecio. El éxito de su misión fue inmediato: veintitrés días después empiezan las obras. Es un caso único en la historia del profetismo. Tengamos en cuenta, sin embargo, que Ageo no pedía una gran reforma interior, sino tan sólo la reconstrucción de un edificio.
En el segundo discurso (2,1-9) el profeta anuncia que, a pesar de las apariencias, el nuevo templo será superior al antiguo. En el reino mesiánico cabrán las riquezas, es decir, los valores de todos los pueblos. También los gentiles contribuirán a la salvación del mundo. Esto es válido para todos los pueblos y para todos los tiempos (J. Aragonés Llebaria).
Ageo fue profeta precisamente en este período de la vuelta del destierro, junto con otros personajes clave como Zorobabel o Josué. Levantó su voz porque los recién vueltos no parecían tener mucha prisa en reconstruir el templo. El profeta les anima a que todos colaboren en la tarea, que es urgente, para que sirva como punto de referencia para todas las demás dimensiones de la reconstrucción nacional. Ya habían transcurrido dieciocho años de la vuelta del destierro. Se ve que las casas propias sí las habían reconstruido, y bien. Pero el templo, no. La reconstrucción del Templo es signo de vitalidad religiosa del pueblo, construir la Casa de Dios, por eso las palabras claves son: este es el “momento”, para construir “la casa”, y hay que “reflexionar”… la idea conecta con los salmos (132,13-14: “porque el Señor ha elegido a Sión, la ha preferido como su morada: éste es el lugar de mi reposo para siempre”). Pasaba lo contrario que con David, que tomó la decisión de construir el templo porque le sabía mal vivir en una casa lujosa, sin haber edificado antes un templo en honor de Yahvé. Aunque el profeta le disuadió de la idea, que llevaría a cabo su hijo Salomón. Ageo dice a sus contemporáneos que el templo -símbolo de los valores religiosos- debe tener prioridad en esta tarea de la nueva instalación en Judá. Lo que le sucedió a Israel se debió, en gran parte, a su infidelidad a la Alianza. Ageo quiere que no se repita la historia, descuidando la vida de fe. ¡Manos a la obra!
Los valores éticos y religiosos son, también hoy, sintomáticos para saber cómo entendemos la historia y el futuro de la sociedad. Aunque lo cierto es que nos atrae más lo aparente y lo material, y sentimos pereza por lo espiritual. No se trata sólo -como tampoco era el caso en tiempos de Ageo- de levantar materialmente las paredes de un edificio. Sino de renovar la actitud de Alianza con Dios y las costumbres coherentes con ella. De no dejarse llevar sólo por intereses materialistas, sino de cuidar también los valores humanos y religiosos, según el proyecto de Dios. La prosperidad económica es importante, pero no es lo principal en la vida de una persona o de una comunidad. Todos estamos empeñados en alguna clase de construcción o reconstrucción, en el nivel personal o el comunitario: no descuidemos los aspectos religiosos, porque son básicos. Jesús nos dijo que el que construye sobre su Palabra es el que construye sobre roca. Si no, estamos edificando sobre arena. Y entonces nuestra casa está destinada a la ruina.
-El año segundo del reinado de Darío, el primer día del sexto mes fue dirigida la palabra del Señor por medio del profeta Ageo... La Palabra del Señor no es intemporal. Se inscribe, se encarna en fecha determinada, en una realidad concreta. Ageo comienza su ministerio el 1.° de agosto del año 520. Durante cinco meses, hasta el fin de diciembre, hablará en una plaza de Jerusalén. Hoy… Dios tiene algo que decirme.
-La palabra de Dios fue dirigida a Zorababel, gobernador de Judá y a Josué, sumo sacerdote. Zorobabel no es más que un sencillo funcionario, uno sobre doscientos cincuenta en el conjunto de la inmensa administración persa. Josué es un humilde servidor de un Templo ruinoso. Desde el retorno del cautiverio han pasado dieciocho años que se han empleado en instalarse materialmente: Dios es el gran olvidado... Si Dios toma la palabra, lo hace en primer lugar a través de las situaciones, de los acontecimientos.
-Así habla el Señor del universo: este pueblo dice: «Todavía no ha llegado el momento de reedificar la Casa del Señor...» ¿No es esta también la actitud del mundo moderno y la mía? ¡Vivir primero, trabajar primero, ganar dinero primero... orar después! No se tiene tiempo de ir a misa, usted lo comprende. ¡Hay tantas cosas que preparar los fines de semana!... ¿Cómo puedo rezar todos los días si no tengo un minuto? -Mirad lo que contestó el Señor: "¿Es acaso para vosotros el momento de instalaros en vuestras casas lujosas, mientras mi Casa está en ruinas?" ¡Pues. sí! los judíos que regresaron del exilio comenzaron por construirse hermosas casas confortables. Y durante esos años el Templo es un montón de piedras calcinadas. ¡Dios es el último en ser servido!
-Reflexionad sobre vuestra situación: Habéis sembrado mucho, pero la cosecha es poca. Habéis comido, pero sin quitaros el hambre. Habéis bebido, pero sin quitaros la sed. Os habéis vestido, mas sin calentaros. Y el obrero que ha ganado su salario, lo mete en bolsa rota... Son imágenes que interrogan. ¡Trabajáis! ¡os matáis trabajando! Pero ¿para qué, en el fondo? En el fondo vuestra vida no tiene sentido. Trabajar, consumir, ¿para qué? ¡si no hay una finalidad más esencial en todo ello! Comer, beber, ganar dinero. Esto no basta al hombre. Le deja con su hambre y su sed.
-Reflexionad sobre lo que debéis hacer. Dos veces se ha pronunciado esa palabra: «¡reflexionad!» Sí, se trata de superar lo inmediato, hay que ir más lejos. Hay que pensar, reflexionar.
-Subid a la montaña, traed madera para reedificar la Casa de Dios; y Yo la aceptaré gustoso y me sentiré honrado. Palabra del Señor. ¡Despertaos! Manos a la obra. Disponed un lugar para Dios en vuestra vida. Que sea el centro. Reconstruid una «Presencia» de Dios en el corazón de vuestra ciudad, en el corazón de vuestra vida. Se trata, en efecto, de rehacer, sin cesar, la unidad entre «vida» y «rito» (Noel Quesson).
No sólo nos hemos de preocupar de que el lugar de culto sea digno; sino que, especialmente, nos hemos de preocupar de ser nosotros mismos una digna morada del Señor, ya que Él habita en nosotros como en un templo. Cuando uno mismo busca sólo sus propios intereses, está provocando la pobreza y miseria de los demás. Si en verdad dejamos que el Señor tome posesión de nuestra vida, Él se convertirá en luz que ilumine, desde nosotros, el caminar de quienes nos rodean. Tratemos, por eso, de darle cabida a Dios en nosotros, pues Él mismo, nos envió a su propio Hijo para que nuestras viejas ruinas de maldad y de muerte desaparecieran y surgiera una humanidad nueva, capaz de vivir y caminar en el amor. Ojalá y no nos aferremos a todo aquello que en lugar de renovarnos nos destruye y nos hace vivir encerrados en nuestro egoísmo, incapaces de contemplar a nuestro prójimo en su dolor para tenderle la mano y generar, así, una vida más justa y más digna. Que la Iglesia sea signo de unidad, de paz y de amor fraterno. Esa es nuestra misión; vivámosla con gran responsabilidad.
2. Sal 149. Es una continuación a lo dicho, pero en forma de oracion: proclamar el nombre del Señor: "Que los fieles festejen su gloria, y canten jubilosos en filas". Juan Pablo II comenta: “Esta invitación del salmo 149, remite a un alba que está a punto de despuntar y encuentra a los fieles dispuestos a entonar su alabanza matutina. El salmo, con una expresión significativa, define esa alabanza "un cántico nuevo" (v. 1), es decir, un himno solemne y perfecto, adecuado para los últimos días, en los que el Señor reunirá a los justos en un mundo renovado. Todo el salmo está impregnado de un clima de fiesta, inaugurado ya con el Aleluya inicial y acompasado luego con cantos, alabanzas, alegría, danzas y el son de tímpanos y cítaras. La oración que este salmo inspira es la acción de gracias de un corazón lleno de júbilo religioso.
En el original hebreo del himno, a los protagonistas del salmo se les llama con dos términos característicos de la espiritualidad del Antiguo Testamento. Tres veces se les define ante todo como hasidim (vv 1,5 y 9), es decir, "los piadosos, los fieles", los que responden con fidelidad y amor (hesed) al amor paternal del Señor. La segunda parte del salmo resulta sorprendente, porque abunda en expresiones bélicas. Resulta extraño que, en un mismo versículo, el salmo ponga juntamente "vítores a Dios en la boca" y "espadas de dos filos en las manos" (v 6). Reflexionando, podemos comprender el porqué: el salmo fue compuesto para "fieles" que militaban en una guerra de liberación; combatían para librar a su pueblo oprimido y devolverle la posibilidad de servir a Dios. Durante la época de los Macabeos, en el siglo II a. C., los que combatían por la libertad y por la fe, sometidos a dura represión por parte del poder helenístico, se llamaban precisamente hasidim, "los fieles" a la palabra de Dios y a las tradiciones de los padres.
Desde la perspectiva actual de nuestra oración, esta simbología bélica resulta una imagen de nuestro compromiso de creyentes que, después de cantar a Dios la alabanza matutina, andamos por los caminos del mundo, en medio del mal y de la injusticia. Por desgracia, las fuerzas que se oponen al reino de Dios son formidables: el salmista habla de "pueblos, naciones, reyes y nobles". A pesar de todo, mantiene la confianza, porque sabe que a su lado está el Señor, que es el auténtico Rey de la historia (v. 2). Por consiguiente, su victoria sobre el mal es segura y será el triunfo del amor. En esta lucha participan todos los hasidim, todos los fieles y los justos, que, con la fuerza del Espíritu, llevan a término la obra admirable llamada reino de Dios.
San Agustín, tomando como punto de partida el hecho de que el salmo habla de "coro" y de "tímpanos y cítaras", comenta: "¿Qué es lo que constituye un coro? (...) El coro es un conjunto de personas que cantan juntas. Si cantamos en coro debemos cantar con armonía. Cuando se canta en coro, incluso una sola voz desentonada molesta al que oye y crea confusión en el coro mismo". Luego, refiriéndose a los instrumentos utilizados por el salmista, se pregunta: "¿Por qué el salmista usa el tímpano y el salterio?". Responde: "Para que no sólo la voz alabe al Señor, sino también las obras. Cuando se utilizan el tímpano y el salterio, las manos se armonizan con la voz. Eso es lo que debes hacer tú. Cuando cantes el aleluya, debes dar pan al hambriento, vestir al desnudo y acoger al peregrino. Si lo haces, no sólo canta la voz, sino que también las manos se armonizan con la voz, pues las palabras concuerdan con las obras".
Hay un segundo vocablo con el que se definen los orantes de este salmo: son los anawim, es decir, "los pobres, los humildes" (v. 4). Esta expresión es muy frecuente en el Salterio y no sólo indica a los oprimidos, a los pobres y a los perseguidos por la justicia, sino también a los que, siendo fieles a los compromisos morales de la alianza con Dios, son marginados por los que escogen la violencia, la riqueza y la prepotencia. Desde esta perspectiva se comprende que los "pobres" no sólo constituyen una clase social, sino también una opción espiritual. Este es el sentido de la célebre primera bienaventuranza: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5,3). Ya el profeta Sofonías se dirigía así a los anawim: "Buscad al Señor, vosotros todos, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad; quizá encontréis cobijo el día de la cólera del Señor" (So 2,3).
Ahora bien, el "día de la cólera del Señor" es precisamente el que se describe en la segunda parte del salmo, cuando los "pobres" se ponen de parte de Dios para luchar contra el mal. Por sí mismos, no tienen la fuerza suficiente, ni los medios, ni las estrategias necesarias para oponerse a la irrupción del mal. Sin embargo, la frase del salmista es categórica: "El Señor ama a su pueblo, y adorna con la victoria a los humildes (anawim)" (v. 4). Se cumple idealmente lo que el apóstol san Pablo declara a los Corintios: "Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es" (1 Co 1,28). Con esta confianza "los hijos de Sión" (v. 2), hasidim y anawim, es decir, los fieles y los pobres, se disponen a vivir su testimonio en el mundo y en la historia. El canto de María recogido en el evangelio de san Lucas -el Magníficat- es el eco de los mejores sentimientos de los "hijos de Sión": alabanza jubilosa a Dios Salvador, acción de gracias por las obras grandes que ha hecho por ella el Todopoderoso, lucha contra las fuerzas del mal, solidaridad con los pobres y fidelidad al Dios de la alianza (cf. Lc 1,46-55)”.
3.- Lc 9,7-9. La fama de Jesús se extiende y llega a oídos de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, el asesino de Juan el Bautista. Este Herodes era hijo de Herodes el Grande, el de los inocentes de Belén. Su actitud parece muy superficial, de mera curiosidad. Está perplejo, porque ha oído que algunos consideran que Jesús es Juan resucitado, al que él había mandado decapitar. Este Herodes es el que más tarde dice Lucas que amenaza con deshacerse de Jesús y recibe de éste una dura respuesta: "id y decid a ese zorro..." (Lc 13,31-32). En la pasión, Jesús, que había contestado a Pilato, no quiso, por el contrario, decir ni una palabra en presencia de Herodes, que seguía deseando verle, por las cosas que oía de él "y esperaba presenciar alguna señal o milagro" (Lc 23,8-12).
Ante Jesús siempre ha habido reacciones diversas, más o menos superficiales. Entonces unos creían que era Elías, que ya se había anunciado que volvería (Jesús afirmó claramente que este anuncio de Malaquías 3,23 se había cumplido con la venida del Bautista, su Precursor). Otros, que había resucitado Juan o alguno de los antiguos profetas. Por parte de Herodes, el interés se debe a su deseo por presenciar algo espectacular. Otros reaccionaron totalmente en contra, con decidida voluntad de eliminarlo. En el mundo de hoy, por parte de algunos, también hay curiosidad y poco más. Si lo vieran por la calle, le pedirían un autógrafo, pero no se interesarían por su mensaje. Otros buscan lo maravilloso y milagrero, cosa que no gustaba nada a Jesús: "esta generación malvada pide señales". Para otros, Jesús ni existe. Otros le consideran un "superstar", o un gran hombre, o un admirable maestro. Otros se oponen radicalmente a su mensaje, como pasó entonces y ha seguido sucediendo durante dos mil años. Abunda la literatura sobre Jesús, que siempre ha sido una figura apasionante. Una literatura que en muchos casos es morbosa y comercial. Sólo los que se acercan a él con fe y sencillez de corazón logran entender poco a poco su identidad como enviado de Dios y su misión salvadora. Nosotros somos de éstos. Pero ¿ayudamos también a otros a enterarse de toda la riqueza de Jesús? Son muchas las personas, jóvenes y mayores, que también en nuestra generación "desean ver a Jesús", aunque a veces no se den cuenta a quién están buscando en verdad. Nosotros deberíamos dar testimonio, con nuestra vida y nuestra palabra oportuna, de que Jesús es la respuesta plena de Dios a todas nuestras búsquedas (J. Aldazábal).
Curiosamente, la pregunta de Herodes se inscribe entre el relato de la misión de los Doce y el de la multiplicación de los panes. "¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?" Herodes se interroga: ¡han nacido tantos movimiento sediciosos en esa Galilea que le ha tocado gobernar! Sin embargo, su pregunta tiene otra profundidad; efectivamente, coincide con la de todos los que se sienten interpelados por la persona de Jesús y por el testimonio de los discípulos. ¿Quién es ese hombre que envía emisarios y que conmociona los espíritus? Se hablaba de el, se contaban mil cosas sobre El, se ponían en sus labios palabras que sin duda eran inverosímiles, se le atribuían hechos que eran exagerados por el entusiasmo popular y el fervor de las pasiones... A Herodes le picaba la curiosidad. Y aquel poderoso, que debía el trono al favor de los ocupantes, quería ver a aquel individuo un tanto exótico en una Galilea demasiado provinciana. La sabiduría popular dice que hay curiosidades malsanas... Cuando permiten abusar de un poder que ellas mismas han atribuido injustamente. Cuando alimentan el escándalo que ellas mismas explotan. Cuando se detienen en lo accesorio, erigiéndolo en lo esencial. Herodes quería ver a Jesús para exhibirlo en su corte como se exhíbe un bufón: ¡ah, si pudiera ver un milagro! (cf. Lc 23, 9). Sin embargo, la curiosidad es, quizás, el primer paso para el encuentro y para la fe. El asombro, la sorpresa, la provocación son el pórtico que nos introduce en el descubrimiento de los laberintos de la casa y que nos inicia en el misterio de una morada. Curiosidad es sinónimo de descubrimiento; es tensión hacia un objeto entrevisto, deseado. ¡Ay del amor si no es curioso! el fuego que no se aviva, está ya muerto.
¿Sentís curiosidad por Jesús? De la fe se ha dicho que es fuerte si es certeza y seguridad. Se la ha reducido a confesar unas definiciones sin alma y a reconocerse en unos dogmas fríos y secos. La fe es curiosidad, es decir, asombro que compromete a arriesgarse en la aventura, en un encuentro entrevisto y, en consecuencia, deseado. La fe es curiosidad, de forma que la duda le es indispensable. La incertidumbre y la incomprensión no son la cara contradictoria de la fe, el otro aspecto que se opondría a ella como se opone el negro al blanco. La incertidumbre y la incomprensión pertenecen al terreno de la fe como el hueco que espera ser llenado, como la espera que aguarda el encuentro, como el hambre que se alimenta con lo que pueda satisfacerla.
Dios de eterna juventud, / aviva en nosotros la sed de conocerte / y el deseo de descubrirte. // Haznos sentir curiosidad por tu palabra: / que ella nos inicie en tu misterio / sin agotar el gozo del encuentro siempre nuevo, / incluso en los siglos sin fin (Dios cada día, Sal terrae).
-Herodes, príncipe de Galilea, se enteró de lo que pasaba acerca de Jesús. La fama de Jesús crece y se extiende. Los fenómenos de opinión pública han adquirido hoy mucha importancia con la radio, la televisión, la prensa. Esto es un hecho. ¿Les presto atención?
-Y estaba perplejo. Ante todas las informaciones que llegan a nosotros, también nos encontramos a menudo perplejos. La opinión pública aporta lo mejor y lo peor, como un río que trae a la vez el agua vivificante y los venenos de la polución. Para todo lo referente a la vida de la Iglesia, en particular, las informaciones sólo pueden darnos lo exterior de las circunstancias; por lo tanto, cada vez más, los cristianos deben habituarse a saber elegir y a interpretar con prudencia los acontecimientos. Herodes, ante el barullo de voces que circulaban acerca de Jesús, "estaba perplejo".
-Porque unos decían: "Es Juan Bautista que ha resucitado de entre los muertos." Otros decían: "Es Elías que ha aparecido de nuevo." Y otros: "Es uno de los antiguos Profetas que ha vuelto a la vida." El pueblo es fácilmente crédulo; acepta sin dificultad lo maravilloso. Además, entre los judíos de entonces, la espera del tiempo escatológico era intensamente vivida, de modo que interpretaban fácilmente los hechos como signos precursores del Mesías. Ese pueblo, sorprendente en tantos aspectos, no podía prescindir de los profetas, esos hombres "que hablan en nombre de Dios". Y como no los había, desde mucho tiempo, se esperaba con avidez que Dios rompiera su mutismo y se pudiera oir su potente Voz de la boca de algún hombre inspirado. De ahí el clamor de: ¡Que se levante un nuevo Moisés, un nuevo Elías! Esto nos muestra al menos que para sus contemporáneos Jesús apareció primero como un profeta... un portavoz de Dios... alguien que comenta los acontecimientos para sacar de ellos el sentido divino que contienen. La Iglesia primitiva conoció ese "don de profecía" (Mt 7,22; 10,41; Hch 11,27-28; 13,1; 15,32; 21,9; 1 Cor 12,29; 14,1). Y San Pablo llegará incluso a recomendar a sus fieles "que aspiren al don de profecía" (1 Cor 14,39). La Iglesia, en efecto, prolonga la actividad profética de Jesús en cuanto que, como El, habla verdaderamente en nombre de Dios e interpreta los "signos de los tiempos". ¿Presto atención a los profetas que Dios continúa enviando? ¿Soy dócil a las palabras proféticas y a los actos inspirados de la Iglesia de nuestro tiempo?
-Y Herodes decía: "A Juan yo le hice decapitar. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?" Una de las maneras de hablar de Dios, es la "voz de nuestra conciencia". Herodes no tenía la conciencia tranquila: una voz del fondo de sí mismo le recordaba su pecado. Señor, ayuda a todos los hombres a escuchar su conciencia; es el verdadero camino de salvación para muchos paganos y descreídos. "Cuando los paganos, que no tienen Ley hacen espontáneamente lo que ella manda, aunque la Ley les falte, son ellos su propia Ley... y muestran que llevan escrito en su corazón el contenido de la Ley cuando la conciencia aporta su testimonio" (Rom 2,14).
-Y tenía ganas de ver a Jesús. Un sincero remordimiento, un cuidado de seguir su conciencia... puede conducir a Jesús. Un día la ocasión se presentará (Lc 23,7), y Herodes verá a Jesús: será durante la Pasión, cuando Pilato le envía a Jesús en posición de condenado. Entonces Herodes no lo reconocerá, dejará pasar la ocasión que se le ofrecía. ¿Cuántas veces faltamos al encuentro con Dios? (Noel Quesson).
A nosotros nos ocurre muchas veces igual que Herodes. Nos vienen todos los días con noticias sobre la persona de Jesús. Algunos lo exaltan tanto que tememos perderlo de vista en las órbitas siderales. Otros, lo presentan como un personaje pintoresco, uno de tantos que han existido en la historia de la humanidad. Jesús en su época causó la misma impresión. Algunos lo asimilaban a la figura de su predecesor Juan. Incluso varios de los seguidores de Juan fueron más tarde sus discípulos. Muchos de entre el pueblo lo veían como un nuevo Elías, profeta del final de los tiempos que vendría a dar el dictamen decisivo de Dios sobre Israel. Otros en cambio lo asimilaban a la fuerte tradición profética. Lo veían como un profeta más en la línea de los grandes y antiguos orientadores del Pueblo elegido. Estando así de divididas las nociones acerca de Jesús, de estas preocupaciones no escapaban ni los grandes gobernantes. A todos les inquietaba este hombre que andaba por todos los caminos haciendo prodigios y anunciando una buena noticia a los pobres.
Nosotros hoy continuamos ansiosos por descubrir la identidad de este hombre. Pues, como cristianos aún desconocemos mucho de la vida y obra de quien consideramos el fundamento de nuestra Iglesia. Esta gran ignorancia respecto a él nos mueve a acercarnos a su figura con gran sencillez y confianza. La sencillez se funda en la imposibilidad de agotar con nuestra mirada toda la profundidad de su misterio. Porque, aunque es un ser humano como nosotros, su hondura existencial nos sobrepasa. Con confianza, puesto que nos sentimos como comunidad llamados por él para emprender la transformación de este mundo por medio de la misericordia y el amor fraterno.
Mientras los doce siguen sus correrías misioneras por la región de Galilea, el evangelista nos dice que Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, el que recibió de los Romanos el gobierno sobre la región de Galilea cuando su padre murió en el año 4 a.C., se alarmó por las noticias que contaban sobre los acontecimientos sorprendentes realizados por Jesús que tenían lugar en Cafarnaún y sus alrededores. Herodes se quedó perplejo porque unos decían que Juan Bautista, a quien había mandado decapitar porque denunció las relaciones fraudulentas que él tenía con Herodías, la mujer de su hermano Filipo, había resucitado de entre los muertos, aunque otros informes decían que Jesús no era Juan Bautista sino que era Elías, el profeta que anunciaba el comienzo de los últimos tiempos, después del cual vendría el Mesías y el reinado de Israel sobre las naciones. Para otros, era simplemente un profeta como los grandes profetas antiguos. Herodes, también desconcertado por todas esas noticias, y lleno de temores supersticiosos, se decía: ¿quién es entonces éste, del cual me cuentan cosas tan raras? Y tenía ganas de verlo.
Los temores de Herodes Antipas no lo llevaron a arrepentirse de sus muchos pecados, sobre todo, de haber mandado encarcelar y matar a Juan Bautista. Por el contrario, seguía preocupado por su seguridad y su poder. Herodes Antipas es el prototipo de muchos tiranos sanguinarios cuya conciencia está muerta y no dejan de aniquilar y pisotear la vida hasta que un poder más fuerte los detenga. Muchos “Juan Bautista” han sido asesinados por los “Herodes Antipas” que han tiranizado a muchos países de América Latina y Africa, pero su sangre derramada hará florecer en el mañana un mundo nuevo donde reine la justicia, el amor y la libertad (Servicio Bíblico Latinoamericano).
El texto de Lucas sobre los cuestionamientos de Herodes acerca de Jesús nos pone en el ambiente de su predicación y actuación profética. Los rumores que sobre él se van extendiendo, que volvemos a encontrar con motivo de la confesión de Pedro (¿"quién dice la gente que soy yo?") nos hablan de la gran resonancia y las expectativas que el carpintero de Galilea suscitó con su extraño género de vida y su profetismo radical. Compararle con Elías supone verle introduciendo el final de los tiempos. Parangonarle con el Bautista es subrayar la radicalidad de su mensaje y la libertad de pronunciarlo ante los poderosos. Pero, como nos mostrará el mismo Lucas en la historia de la pasión, Herodes es simplemente un frívolo que sólo busca espectáculo; y Jesús no está dispuesto a transigir, no le dirige ni una palabra. Sólo la tiene para quien está dispuesto a dejarse interpelar, a cambiar el corazón, a entrar en una época nueva, en un "fin del mundo". El evangelista Lucas, ciertamente interesado por la historia, no quiere hacer de Jesús un objeto de curiosidad histórica para su comunidad, sino el Mesías permanentemente presente en ella, orientador y vitalizador de los suyos (Severiano Blanco).
El poder se pone nervioso: El desconcierto de Herodes (b) se debe a las noticias que llegan a sus oídos sobre «todo lo que estaba pasando» (9,7a). Estas, aunque contradictorias, se refieren todas a la persona de Jesús: «Y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que un Profeta de los antiguos había vuelto a la vida» (9,7b-8). Estas tres opiniones reflejan el sentir global de la multitud sobre Jesús. El hecho, sin embargo, de que la escena del tetrarca Herodes venga adosada a la misión de los Doce nos autoriza a sacar algunas conclusiones. En primer lugar, en su forma de evangelizar, los discípulos han sembrado el desconcierto (el participio presente sustantivado, «las cosas que estaban pasando», hace referencia inmediata a los acontecimientos de la misión). En segundo lugar, según se desprende de las diversas opiniones que se han ido formulando, han insistido en rasgos que eran característicos de Juan o de Elías, tales como el juicio escatológico inminente, la venganza a sangre y fuego; de otra manera, la gente no se habría confundido. En último término, lo máximo a que han llegado es a presentarlo como uno de los profetas antiguos, lo que equivale a decir que no se han movido del ámbito veterotestamentario.
Ante tal variedad de opiniones, Herodes no se resigna a aceptar la creencia de que «aquel Juan a quien yo le corté la cabeza, ése ha resucitado» (Mc 6,16; Mt 14,2); al contrario -según Lucas-, lo niega rotundamente: «A Juan le corté yo la cabeza» (Lc 9,9a), y se pregunta por la identidad de Jesús: «¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?» (9,9b). Es la última vez que se formula esta pregunta. La respuesta se dará al término de la presente estructura. Herodes, el tetrarca de Galilea (cf. 3,1), del mismo modo que la parentela de Jesús (cf. 8,20), «tenía ganas de verlo» (9,9c: cf. 23,8)... porque lo «quería matar» (13,31).
Con frecuencia, en el momento actual, la posesión de fenómenos extraordinarios y de revelaciones se convierte en objetivo fundamental de la existencia, asedidada por inseguridades y miedos que brotan ante la incertidumbre de un futuro amenazante. Ellas son, en la conciencia de muchos hombres, el termómetro que mide el mayor o menor acercamiento de lo divino en su ámbito personal. La cercanía a Jesús se liga así en la mente de muchos a la existencia de estas revelaciones y señales que coloca a sus depositarios en una posición privilegiada. También el poder del rey quiere colocar los intereses de Dios al servicio de los propios intereses. El Evangelio de hoy, por el contrario, muestra los engaños en que nos puede colocar esa actitud. En él la curiosidad del "ver" puede asumir características malsanas y, como lo revela su presencia en Herodes (cf 9,9; 23,8), puede reflejar una lejanía del Maestro, una distancia infranqueable que puede coexistir con una actitud homicida frente a él. La lectura de hoy nos instruye sobre la distancia infranqueable entre la curiosidad malsana de ver "cosas raras" y la auténtica presencia de la fe. Esta sólo puede tener lugar cuando somos capaces de colocarnos, simultáneamente, en continuidad con la aceptación del mensaje de los profetas del pasado y en su superación en cada nueva intervención divina. Dicha actitud es maduración de una historia de salvación atestiguada por hechos salvíficos del pasado que son revividos de forma nueva por la presencia de Jesús en nuestra vida de todos los días (Josep Rius-Camps).
Hoy nos surge también a nosotros el mismo deseo que a Herodes. Tenemos ganas de ver a Cristo. Queremos conocerle y estar con El. "Estamos contigo, Cristo. No podemos reprimir el decirte, como Pedro, “Tú eres el Hijo de Dios vivo”. Gracias, Señor, por haber entrado en nuestras vidas. Por haber irrumpido en la historia de la humanidad. Por haber cambiado los destinos de los hombres. Lo mismo que la historia se cuenta ahora a partir de tu nacimiento, queremos también que nuestras vidas se cuenten a partir de este encuentro contigo. Ayúdanos a llevar esta Buena Noticia a los hombres, a cambiar la historia como Tú lo hiciste. Te buscamos, ven a encontrarte con nosotros y colma nuestros anhelos. Queremos estar contigo, Jesús, en este diálogo íntimo de hoy, en esta oración, en la que queremos ver tu rostro para poder darlo a conocer a los nuestros. Herodes no sabía quién eras. Nosotros sabemos que Tú eres el Hijo de Dios, y que sólo Tú tienes palabras de vida eterna" (Clemente González).
¿Buscamos a Jesús y queremos verlo para comprometernos con Él, o sólo le buscamos por curiosidad? Sobre su identidad podemos dar una y mil respuestas y verter miles de conceptos conforme a lo que de Él hemos oído o leído. Muchos hablan bien o mal de Él. Sin embargo esto no es lo más importante, sino la actitud que nos lleva a Él. Todos sus beneficios, su amor por nosotros deben cuestionarnos acerca de si en verdad creemos en Él y le seguimos como discípulos, o simple y sencillamente queremos sentirnos a gusto por haber realizado en su presencia algunos actos de piedad y sentir que hemos recibido su consuelo, pero no se ha hecho huésped de nuestra vida. Herodes, antes de la pasión, finalmente se encontrará con Jesús y lo tomará como un loco y se burlará de Él. Ojalá y no busquemos al Señor para hacer de Él sólo un juguete en nuestra vida. Busquémoslo para encontrarnos con Aquel que le ha de dar un nuevo rumbo a nuestra historia, si es que en verdad somos capaces de escuchar su Palabra y ponerla en práctica.
En esta Celebración Eucarística tenemos la dicha de contemplar a Jesús con todo su amor hacia nosotros. Tenemos la dicha de escuchar su Palabra, mediante cuyo cumplimiento manifestaremos que se ha hecho realidad en nosotros la salvación que Dios nos ofrece. En el gesto de la Paz comenzamos a vivir aquella realidad de hermanos que nos lleva a invocar a Dios como Padre nuestro. Ojalá y no hayamos venido movidos por otra cosa que no sea sólo el de estar con el Señor para que, habitando en nosotros, vayamos a nuestras labores diarias siendo portadores de la vida y no de la muerte; que vayamos empapados en el amor fraterno de tal forma que, al buscar a nuestro prójimo no queramos encontrarnos con él para despreciarlo o entregarlo a la muerte, sino para salvarlo dando incluso, si es necesario, nuestra vida por él.
¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra que abrió su boca para recibirla. El fantasma de la maldad del hombre le persigue, pues al levantarse contra su propio hermano y acabar con Él, su conciencia constantemente le reclamará el no haber procedido con la rectitud requerida que reclama el respeto y el amor fraterno. Herodes, preocupado por la posible resurrección de Juan el Bautista, trata de apagar ese reclamo de su conciencia negando lo que otros rumorean, como si con eso pudiese recobrar la paz interior. Jesús, que ha querido quedarse entre nosotros por medio de su Iglesia, ha de seguir actuando en la historia por medio de ella, de tal forma que, a pesar de ser perseguida, jamás dé marcha atrás en la misión que se le ha confiado. La Iglesia ha de ser signo de la Vida de Dios entre nosotros, y signo de unión fraterna. Dios nos quiere no como curiosos inútiles en su presencia, sino como apóstoles que proclamen su Nombre sin cobardías. Jesús, muerto y resucitado, sigue vivo también en su Iglesia; y todos han de reconocer que en verdad Él sigue haciendo el bien a todos. Esta es la responsabilidad que tenemos quienes hemos depositado nuestra fe en Él.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser fieles a la fe que hemos depositado en Jesús, su Hijo y Señor nuestro. Señor, Dios nuestro, danos la gracia de no ser ingratos al amor, de no ser injustos con la justicia divina y humana, de no ser manipuladores de nuestros iguales en dignidad, de no olvidar tu nombre de Creador y Padre fabricando becerrosicar de oro, de no ser malditos sino benditos ante tos ojos y en el corazón. Amén (www.homiliacatolica.com).
miércoles, 21 de septiembre de 2011
martes, 20 de septiembre de 2011
21-9. San Mateo apóstol. Dios da a cada uno según su beneplácito, en bien de la Iglesia: a constituido a unos, apóstoles, a otros, evangelizadores. Ho
21-9. San Mateo apóstol. Dios da a cada uno según su beneplácito, en bien de la Iglesia: a constituido a unos, apóstoles, a otros, evangelizadores. Hoy contemplamos la vocación, y a cada uno nos dice el Señor: “Sígueme”…
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4,1-7.11-13. Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vinculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.
Salmo 18,2-3.4-5. R. A toda la tierra alcanza su pregón.
El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Santo evangelio según san Mateo 9,9-13. En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: -«Sígueme.» Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: -«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?» Jesús lo oyó y dijo: -«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrifi-cios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.» En aquel tiempo vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió.
Comentario: 1. Ef 4,1-7.11-13. La iglesia es el gran proyecto que Dios tiene en su mente, antes, incluso de la creación del mundo: que todos lleguemos hacer uno en Cristo. Cristo une a todos los hombres en uno solo pueblo, llamados a vivir la unidad en el cuerpo de Cristo, compatible con la variedad de dones y tareas que Cristo otorga a cada uno para que desde su sitio en la Iglesia y en el mundo colabore en el desarrollo del Cuerpo. Esta unidad –un solo Cuerpo, un solo Espíritu: v. 4- se fundamenta en que hay un solo Dios, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo (vv 5-6). “El Espíritu Santo, que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable reunión de los fieles, y tan estrechamente une a todos en Cristo, que es el Principio de la unidad de la Iglesia” (Conc. Vat. II, Unitatis redintegratio, 2; cf. Apostolicam actuositatem 2). La Iglesia no es una mera comunidad de fe, que peregrina por este mundo, pues en las comunidades se dan muchas tensiones, que han roto la unidad. La Iglesia va más allá de esas comunidades. La Iglesia es la Esposa de Cristo, que se hace una con Él y que se convierte en signo verdadero de su presencia, llena de humildad, de mansedumbre, de paciencia y capaz de soportar a todos por amor. Ninguno puede llenarse de orgullo y pensar que ha agotado en sí mismo la presencia de Cristo. Nuestro Dios y Padre a cada uno de nosotros nos ha concedido la gracia a la medida de los dones de Cristo. Y conservando la unidad en un solo Espíritu, todos, transformados en Cristo, debemos ponernos al servicio de la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios. Mientras haya divisiones entre nosotros y nos mordamos unos a otros, tal vez podamos decir que nuestra vida cristiana se desenvuelve en una comunidad de creyentes en Cristo, pero difícilmente podríamos decir que somos Iglesia en Cristo.
2. Sal 19 (18). Así comenta Juan Pablo II: “El sol, con su resplandor progresivo en el cielo, con el esplendor de su luz, con el calor benéfico de sus rayos, ha conquistado a la humanidad desde sus orígenes. De muchas maneras los seres humanos han manifestado su gratitud por esta fuente de vida y de bienestar con un entusiasmo que en ocasiones alcanza la cima de la auténtica poesía. El estupendo salmo 18, cuya primera parte se acaba de proclamar, no sólo es una plegaria, en forma de himno, de singular intensidad; también es un canto poético al sol y a su irradiación sobre la faz de la tierra. En él el salmista se suma a la larga serie de cantores del antiguo Oriente Próximo, que exaltaba al astro del día que brilla en los cielos y que en sus regiones permanece largo tiempo irradiando su calor ardiente. Basta pensar en el célebre himno a Atón, compuesto por el faraón Akenatón en el siglo XIV a. C. y dedicado al disco solar, considerado como una divinidad. Pero para el hombre de la Biblia hay una diferencia radical con respecto a estos himnos solares: el sol no es un dios, sino una criatura al servicio del único Dios y creador. Basta recordar las palabras del Génesis: "Dijo Dios: haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; (...) Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche (...) y vio Dios que estaba bien" (Gn 1,14.16.18).
Antes de repasar los versículos del salmo elegidos por la liturgia, echemos una mirada al conjunto. El salmo 18 es como un dístico. En la primera parte (vv. 2-7) -la que se ha convertido ahora en nuestra oración- encontramos un himno al Creador, cuya misteriosa grandeza se manifiesta en el sol y en la luna. En cambio, en la segunda parte del Salmo (vv. 8-15) hallamos un himno sapiencial a la Torah, es decir, a la Ley de Dios. Ambas partes están unidas por un hilo conductor común: Dios alumbra el universo con el fulgor del sol e ilumina a la humanidad con el esplendor de su Palabra, contenida en la Revelación bíblica. Se trata, en cierto sentido, de un sol doble: el primero es una epifanía cósmica del Creador; el segundo es una manifestación histórica y gratuita de Dios salvador. Por algo la Torah, la Palabra divina, es descrita con rasgos "solares": "los mandatos del Señor son claros, dan luz a los ojos" (v. 9).
Pero consideremos ahora la primera parte del Salmo. Comienza con una admirable personificación de los cielos, que el autor sagrado presenta como testigos elocuentes de la obra creadora de Dios (vv. 2-5). En efecto, "proclaman", "pregonan" las maravillas de la obra divina (cf. v. 2). También el día y la noche son representados como mensajeros que transmiten la gran noticia de la creación. Se trata de un testimonio silencioso, pero que se escucha con fuerza, como una voz que recorre todo el cosmos. Con la mirada interior del alma, con la intuición religiosa que no se pierde en la superficialidad, el hombre y la mujer pueden descubrir que el mundo no es mudo, sino que habla del Creador. Como dice el antiguo sabio, "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13, 5). También san Pablo recuerda a los Romanos que "desde la creación del mundo, lo invisible de Dios se deja ver a la inteligencia a través de sus obras" (Rm 1, 20).
Luego el himno cede el paso al sol. El globo luminoso es descrito por el poeta inspirado como un héroe guerrero que sale del tálamo donde ha pasado la noche, es decir, sale del seno de las tinieblas y comienza su carrera incansable por el cielo (vv. 6-7). Se asemeja a un atleta que avanza incansable mientras todo nuestro planeta se encuentra envuelto por su calor irresistible (…) San Juan Crisóstomo afirma: "El silencio de los cielos es una voz más resonante que la de una trompeta: esta voz pregona a nuestros ojos, y no a nuestros oídos, la grandeza de Aquel que los ha creado". Y san Atanasio: "El firmamento, con su grandeza, su belleza y su orden, es un admirable predicador de su Artífice, cuya elocuencia llena el universo"”.
Todo se hizo por aquel que es la Palabra externa del Padre, y sin Él no se hizo nada. Así, todo lo creado es una expresión de Dios entre nosotros. Sin que las cosas pronuncien palabra alguna, a su modo nos hablan de Aquel que las ha creado. La persona humana, en sí, debería ser el mejor de los lenguajes de Dios entre nosotros, pues el Señor nos creó a su imagen y semejanza. Llegada la plenitud de los tiempos, Dios nos envió a su propio Hijo, el cual mediante sus palabras, sus obras, sus actitudes y su vida misma es para nosotros la suprema revelación del Padre. Y del costado abierto de Jesús, dormido en la cruz, nació la iglesia. Mediante Ella resuena por toda la tierra la Palabra en nos hace conocer a Dios y experimentar su amor, hasta el último rincón de la tierra. Que Dios nos conceda ser un signo verdadero y creíble de su presencia salvadora en el mundo. El Catecismo se refiere a este canto ordenado de la creación en diversos puntos: “Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: "Tú todo lo dispusiste con medida, número y peso" (Sb 11,20). Creada en y por el Verbo eterno, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), la creación está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1,26), llamado a una relación personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando en la luz del Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice por su creación (cf. Sal 19,2-5), ciertamente no sin gran esfuerzo y en un espíritu de humildad y de respeto ante el Creador y su obra (cf. Jb 42,3). Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad ("Y vio Dios que era bueno... muy bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del mundo material (cf. DS 286; 455-463; 800; 1333; 3002)” (299).
3. Jesús llama a los que quiere sin atenerse a las distinciones que hacían los fariseos. Ahora llama a un publicano –tenido por pecaminoso, ya que recaudaba impuestos a sus compatriotas para venderlos a los romanos-, se llama también Leví (cf Mc 2,14; Lc 5,27) y el que Jesús se le acerque escandaliza a algunos (11,19), pero Jesús, por medio del profeta Oseas (6,6) identifica su conducta con el corazón de Dios. No hemos de desanimarnos si nos vemos llenos de miserias, pues ante Dios no podemos vernos de otra forma, y Él ha venido a buscar a todos, pero quien se considere justo se está cerrando a la gracia… abrir las puertas al Señor es lo fundamental. «Lo que a ti te maravilla a mí me parece razonable. —¿Que te ha ido a buscar Dios en el ejercicio de tu profesión? Así buscó a los primeros: a Pedro, a Andrés, a Juan y a Santiago, junto a las redes: a Mateo, sentado en el banco de los recaudadores... Y, ¡asómbrate!, a Pablo, en su afán de acabar con la semilla de los cristianos»: san Josemaría Escrivá (Camino, 799).
¡Qué bien suena ese "Sígueme" todavía! Cuántas veces lo habremos escuchado, leído, meditado... Hoy, una vez más, resuena con claridad: no te vayas, no te preocupes, no te quedes ahí, no tengas miedo, ¡sígueme! No hay nada más esperanzador para un enfermo que escuchar a su médico explicarle con firme tranquilidad cuál va a ser el camino de la curación, nada más tranquilizador para una persona que está perdida en medio de un bosque que encontrar un sendero, nada más acogedor que los brazos de papá o de mamá para un niño asustado. Todo eso es el sígueme de Jesús.
¿Qué recuerdos tenemos cada uno de nosotros de ese instante, del momento en el que escuchamos por primera vez esa palabra en lo más hondo de nuestro ser? ¿No sería precioso sentarnos tranquilamente y hablar, recordar, rememorar ese momento? Ese es un momento histórico para cada uno de nosotros, para nuestras vidas y para las personas que comparten sus vidas con nosotros: son recuerdos que nos deben emocionar, aunque estén vinculados a momentos críticos de la existencia. Mateo, el publicano, el cobrador de impuestos, el "colaboracionista", el despreciado y despreciable por todo lo que hacía, empieza una nueva vida a partir de ese sígueme pero desde una situación muy incómoda, dolorosa, humillante, desolante. Y sin embargo no duda ni un momento en dejar por escrito cómo fue que se puso a seguir a Jesús.
Creo además que el día más adecuado para recordar nuestro particular sígueme es el día de nuestro santo: es el día en el que celebramos una fiesta por nuestro nombre, por cómo nos han llamado, y entonces ¿porqué no celebrar también el día en el cual Jesús nos llamó por nuestro nombre invitándonos a seguirle? A partir de ese día un cobrador de impuestos cualquiera, el que quitaba a todo el mundo, se convierte en Mateo, "el don de Dios", el que regala a todo el mundo. Así de grande y así de sencillo. Y a partir de ese día ¿qué te ha pasado a ti? (carlo@ya.com).
v. 9: Cuando se marchó Jesús de allí, vio al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: -Sígueme. Se levantó y lo siguió.
El episodio simbólico del paralítico, en el que se ofrece la salvación a todo hombre sin distinción, se concreta en la llamada de Mateo, el recaudador. Su profesión, por su reconocida codicia y el abuso que hacían de la gente, lo asimilaba a «los pecadores» o «descreídos» y lo excluía de la comunidad de Israel. Mateo está «sentado», instalado en su oficio (el mostrador de los impuestos). Jesús lo invita con una palabra: «Sígueme». Mateo «se levanta», y sigue a Jesús. El seguimiento es la expresión práctica de la fe/adhesión. Según lo dicho por Jesús al paralítico (9,2), su pasado pecador queda borrado. De hecho, Mateo abandona su profesión (se levantó); como el paralítico, comienza una vida nueva.
v. 10: Sucedió que estando él reclinado a la mesa en la casa acudió un buen grupo de recaudadores y descreídos y se reclinaron con él y sus discípulos. La solemnidad de la fórmula inicial (lit. «y sucedió que estando él reclinado a la mesa en la casa») aconseja referir la frase a Jesús mejor que a Mateo. Por otra parte, esta casa (gr. oikía) designa varias veces la de Jesús y sus discípulos (9,28; 13,1.36; 17,25). Puede ser, como en Mc, símbolo de la comunidad de Jesús. En la casa se encuentran reclinados a la mesa -postura propia de los hombres libres- Jesús y sus discípulos, pero llegan muchos recaudadores y pecadores y se reclinan con ellos. La comida-banquete es figura del reino de Dios (cf. 8,11). La escena significa, por tanto, que también los excluidos de Israel van a participar de él. La llamada de Mateo ha abierto a «los pecadores» o impíos la puerta del reino de Dios, actualizado en el banquete mesiánico. La «llegada» de los «recaudadores y pecadores» para estar a la mesa con Jesús y los discípulos en el acto de perfecta amistad y comunión, indica que también ellos han dado su adhesión a Jesús y constituyen un nuevo grupo de discípulos. Su fe/adhesión ha cancelado su pasado, son hombres que van a comenzar una nueva vida. No es condición para el reino la buena conducta en el pasado ni la observancia de la Ley judía. Basta la adhesión a Jesús. Nótese que el término «pecadores/descreídos» no designaba sólo a los judíos irreligiosos, que hacían caso omiso de las prescripciones de la Ley, sino también a los paganos. La escena abre, pues, el futuro horizonte misionero de la comunidad.
vv. 11-13: Al ver aquello preguntaron los fariseos a los discípulos: -¿Por qué razón come vuestro maestro con los recaudadores y descreídos? 12Jesús lo oyó y dijo: -No sienten necesidad de médico los que son fuertes, sino los que se encuentran mal. 13Id mejor a aprender lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios» (Os 6,6): porque no he venido a invitar justos, sino pecadores.
Oposición de los fariseos; los que profesaban la observancia estricta de la Ley se guardaban escrupulosamente del trato y del contacto con las personas impuras (pecadores). Se dirigen a los discípulos y les piden explicaciones sobre la conducta de su maestro. Responde Jesús mismo con una frase proverbial sobre los que necesitan de médico. Denuncia la falta de conocimiento de la Escritura que muestran los fariseos, que no comprenden el texto de Os 6,6 (cf. Mt 12,7). Dios requiere el amor al hombre antes que su propio culto (cf. 5,23-24). Esto invierte las categorías de los fariseos, que cifraban su fidelidad a Dios en el cumplimiento exacto de todas las prescripciones de la Ley, pero condenaban severamente a los que no las cumplían (cf. 7,lss). La frase final de Jesús tiene un sentido irónico. «Los justos», que no van a ser llamados por él, son los que creen que no necesitan salvación. El verbo «llamar/invitar» ha sido usado por Mt para designar el llamamiento de Santiago y Juan, que no pertenecían a la categoría de «los pecadores/descreídos». «Pecadores», por tanto, tiene un sentido amplio. Son aquellos que no están conformes con la situación en que viven, que desean una salvación. «Los justos», por oposición, son los que están satisfechos de sí mismos y no quieren salir del estado en que viven.
El nombre de Mateo está indisolublemente ligado al Evangelio que lleva su nombre. La mejor manera de celebrar su fiesta, es comprometiéndonos a leer su Evangelio en toda su extensión y profundidad. También debemos recordar la vocación de Mateo. Jesús lo llamó en el momento mismo de ejercer su profesión y su respuesta fue inmediata y sin vacilación. Mateo tenía una profesión odiada por el pueblo, pues debía recoger los impuestos para el Templo, para el rey Herodes y para los romanos, normalmente con usura y extorsión. También eran odiados por los fariseos, pues los cobradores de impuestos, llamados publicanos, se contaminaban con los paganos y no respetaban las leyes de pureza legal. Nadie podía entrar en sus casas y mucho menos comer con ellos. Jesús libera a Mateo de este contexto y lo transforma en discípulo y apóstol. Además se enfrenta con los fariseos, cuando va a casa de Mateo y come con los publicanos y pecadores. La comunidad de Jesús es una comunidad preferencialmente para los que están mal y son pecadores. La Iglesia de Jesús se identifica por la misericordia y no por el sacrificio. Es una religión del corazón, que llama, libera e incluye a todos. La religión de los fariseos es una religión que sacrifica el cuerpo y la vida en función de la ley, el poder y el templo, una religión exterior, opresora y excluyente. La carta a los Efesios nos invita a consolidar esta Iglesia de Jesús, con un llamado a la unidad de la Iglesia y un reconocimiento y ordenamiento de los carismas en su seno (J. Mateos-F. Camacho).
Podríamos detenernos en bastantes detalles del relato, que no deben pasarnos inadvertidos: la majestad de Jesús que, sin más, llama mientras va pasando a seguirle de por vida; lo que descubriría Mateo: hombre práctico como pocos, sin duda, difícil de engañar, para que una sola palabra le bastara para comprender nítidamente que valía la pena cambiar su vida actual por el seguimiento de Cristo; el entusiasmo suyo tras la decisión, que le lleva a organizar una fiesta invitando a sus amigos; la actitud, en cambio, de los fariseos, que parecen incapaces de ver con buenos ojos algo de lo que el Señor realiza; el afán salvador –en fin– de Jesucristo, pues, no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores, concluye. Podemos esta vez detenernos precisamente en esto último, que parece inundar el alma del Señor, y así lo manifiesta en bastantes momentos de su paso por la tierra: Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor; tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él; no temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino. En muchos más momentos manifiesta Jesús el cariño divino a los hombres. Recordemos sólo ahora aquella otra conversación con Zaqueo, que era jefe de publicanos y lo hospeda en su casa. En aquella ocasión Jesús manifiesta: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.
Parece necesario, con una necesidad gozosamente imprescindible, que nos sintamos muy queridos por Dios. Conviene que meditemos hasta el fondo, en la medida de nuestras fuerzas humanas –aunque siempre sean pequeñas, de pobre criatura– que un gran Amor nos quiere, y ha pensado para los hombres la mayor de las felicidades posibles. Aunque no sea fácil de entender, porque habitualmente pensamos en términos de derechos y de obligaciones, según una lógica humana, el plan creador de Dios, que hace posible nuestra existencia, nos conduce, si libremente somos dóciles a él, al inimaginable deleite de su intimidad. No cabe pensar en mayor bien que aquél que de suyo satisface cada potencia de nuestra carne y nuestro espíritu.
No se trata, desde luego, de una cuestión de derechos adquiridos que logremos en virtud de unos ciertos méritos. Diríamos, para entendernos en una cuestión en la que las palabras resultarán siempre pobres, que así ha sido el plan de Dios: gratuitamente nos ha amado, sin iniciativa alguna de nuestra parte; no tenemos, al respecto, nada que decir, nada que objetar que sea razonable. Sería tan absurdo como plantear objeciones a que las personas en este mundo puedan ser hombres o mujeres, o a que caminamos habitualmente sobre nuestros pies. Se trata, en efecto, de una realidad tan primaria y básica de la conformación concreta de la voluntad divina –las cosas son así porque Él quiso–, que habitualmente no nos hacemos mayores problemas. Pues, el mismo sentido, la vida del hombre únicamente se consuma en Dios; y en Él y sólo en Él –compartiendo su Vida Eterna– logra el hombre su plenitud: así lo quiso Dios.
La llamada al apostolado de Mateo, discípulo del Señor y autor del primer evangelio, por las circunstancias que la rodearon, es una manifestación práctica y eficaz del deseo salvador universal divino concretado por Jesucristo, al llegar a la plenitud de los tiempos –en palabras de San Pablo. Cabría pensar que los justos por su justicia ya caminan con sus pasos orientados hacia Dios. Se apoyan en la Gracia, efecto primario de la Redención, en su progreso ilusionado hacia la santidad. Pero los pecadores, los que viven de modo habitual en la injusticia, en franca oposición a los preceptos divinos, esos precisan más; esos sí que necesitarían una asistencia más específica que los anime a retirarse de sus desvíos en el ejercicio de su libertad. Les es tanto más necesaria esa ayuda, cuanto menos la echan en falta, porque, siendo imprescindible para la salvación, no la quieren. Son, evidentemente –aunque no lo sepan– los más necesitados de auxilio divino.
No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Parece la declaración más sencilla y sincera que se podría hacer acerca del amor de Dios, y así se expresaba Jesucristo, Dios mismo encarnado. Dios, que quiere que todos los hombres se salven, como manifiesta asimismo el Apóstol a su discípulo Timoteo, no se comporta, en Jesús, como tantas veces los humanos, que excluimos de nuestro trato casi sistemáticamente a quienes nos ofenden. Nuestro Señor vino al mundo porque los hombres –simplificando– somos malos, pecadores. He ahí la razón de su venida, tomando carne humana de Santa María. Su vida de infancia y de trabajo en este mundo nuestro, su predicación y su Pasión, muerte y Resurrección, han sido, ciertamente, por amor a todo el género humano: para que pueda alcanzar aquella Gloria a la que fue destinado. Pero siempre en razón del pecado y de los pecadores.
Que el entusiasmo agradecido de Mateo nos contagie también a cada uno, y nos ayude a contemplar a Nuestro Señor como al amigo incondicional que nunca se desdice de su amistad, aunque no seamos merecedores de ella. Sin duda, con esa actitud positiva, nos sentiremos más dispuestos a evitar lo que ofende a Dios; más aún, desearemos agradarle, amarle, en nuestro comportamiento de cada día. La Madre de Dios, Madre nuestra, aliente nuestros deseos.
El pasaje de hoy resalta una característica de la condición humana. Los fariseos siempre tenían algo que opinar, sobre todo con aquellas cosas que, desde su punto de vista atentan contra el buen ejercicio de la ley. Jesús se da cuenta de su murmullo y le dice la frase mágica: “Misericordia quiero y no sacrificios”. Que diferentes serán las cosas en este mundo cuando hagamos nuestras estas palabras. En otro pasaje del Evangelio Jesús nos llama a ser misericordiosos como Dios es misericordioso. Es ahí donde radica el paso desde condición humana a condición divina: tener misericordia. Cuando somos misericordiosos no reparamos en la condición humana de los demás, sino que trascendemos a ella y podemos ver con los ojos de Dios. Podemos amar con el amor de Dios, podemos esperar en el tiempo de Dios. Abrirnos a la acción de Dios en nuestras vidas será la forma en que aseguraremos dar el paso desde lo humano a la misericordia (Miosotis).
San Beda el Venerable, comentando la conversión de Mateo, escribe: «La conversión de un cobrador de impuestos da ejemplo de penitencia y de indulgencia a otros cobradores de impuestos y pecadores (...). En el primer instante de su conversión, atrae hacia Él, que es tanto como decir hacia la salvación, a todo un grupo de pecadores». ¿Quién de nosotros puede decir que no tiene pecado? Y a pesar de nuestras esclavitudes a él, a pesar de las grandes injusticias que hayamos cometido en contra de nuestro prójimo, y de las grandes traiciones a Cristo y a su Iglesia, Él vuelve a pasar junto a nosotros y nos llama para que vayamos tras sus huellas. El poder de su Palabra es un poder salvador, que nos llama a la vida, que nos libra de nuestras tinieblas de maldad y que nos saca a luz, para qué seamos criaturas nuevas en Cristo. Pero no basta haber recibido los dones de Dios. Los que vivimos en comunión de vida con Cristo debemos hacer nuestros los mismos sentimientos del corazón misericordioso del Señor, y trabajar para que el Proyecto de Dios sobre la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, unido por el amor y por un mismo Espíritu, se haga realidad, ya desde ahora, entre nosotros. Una iglesia que se encierra para recibir en su seno sólo a los puros y cierra la puerta a los pecadores no puede, en verdad, llamarse Iglesia de Cristo. Jesús ama a los pecadores, no porque quiera que continuemos pecando, sino porque quiere sanar nuestras heridas para que, arrepentidos, renovados en Cristo, convertidos en Él en hijos de Dios, sea nuestro el Reino de los cielos. Como auténtica iglesia de Cristo ¿este camino y ejemplo del Señor es el que impulsa nuestra labor evangelizadora?
El Señor, pasando junto a nosotros nos ha dicho: Sígueme. Y nosotros, convocados por É, estamos en su presencia para dejarnos, no sólo instruir, sino transformar por su Palabra poderosa, que nos perdona, nos santifica y nos va configurando día a día, hasta que lleguemos a ser hombres perfectos, y alcancemos nuestra plenitud en Cristo Jesús. Y Él nos sienta a su mesa, a nosotros, pecadores amados por Él; amados hasta el extremo de tal forma que se entregó por nosotros, para santificarnos, pues nos quiere totalmente renovados para poder presentarnos justos y santos ante su Padre Dios. Dejémonos amar por el Señor, y permitámosle llevar a cabo en nosotros su obra salvadora.
Así respondieron los apóstoles a su vocación, con entusiasmo, recordando incluso como san Juan la hora en que fue llamado: “hora autem erat quasi decima: Eran entonces alrededor de las cuatro”. Se comprometieron en la empresa divina: "¡Comprometido! ¡Cómo me gusta esta palabra! -Los hijos de Dios nos obligamos -libremente- a vivir dedicados al Señor, con el empeño de que El domine, de modo soberano y completo nuestras vidas" (San Josemaría, Forja, n.855). Como hemos repasado, el combustible para el fuego es el amor: "¿Que cuál es el secreto de la perseverancia? El Amor. / -Enamórate, y no "le" dejarás" (Camino, n.999). "Agradece al Señor la continua delicadeza, paternal y maternal, con que te trata. / Tú, que siempre soñaste con grandes aventuras, te has comprometido en una empresa estupenda..., que te lleva a la santidad. / Insisto: agradéceselo a Dios, con una vida de apostolado" (Surco, n.184). La correspondencia es docilidad a la labor del Paráclito en nuestras almas (cf. Camino, nn.56 y 57). "Descubrir esta llamada, esta vocación, es caer en la cuenta de que Cristo tiene fijos los ojos en ti y que te invita con la mirada a la entrega total en el amor. Ante esa mirada, ante ese amor suyo, el corazón abre las puertas de par en par y es capaz de decirle que sí" (Juan Pablo II en Asunción, Paraguay, 18.5.1988). "La búsqueda y el descubrimiento de la voluntad de Dios para vosotros es una experiencia profunda y fascinante… A fin de cuentas, toda vocación, todo camino al que Cristo nos llama, lleva a la realización y a la felicidad, pues conduce a Dios, a compartir la misma vida divina" (en Manila, 13.1.1995). Compartir la vida de Jesús, su misión: "Recuerdo con profunda emoción el encuentro que tuvo lugar en Nagasaki entre un misionero que acababa de llegar y un grupo de personas que, una vez convencidas de que era un sacerdote católico, le dijeron: ‘Hemos estado esperándote durante siglos’" (en Nagasaki, 25.2.1981). Es la fascinante misión de ser instrumentos de Jesús para la redención, la felicidad temporal y eterna: "Ha llegado para nosotros un día de salvación, de eternidad. Una vez más se oyen esos silbidos del Pastor Divino, esas palabras cariñosas, 'vocavi te nomine tuo' -te he llamado por tu nombre. / Como nuestra Madre, El nos invita por el nombre. Más: por el apelativo cariñoso, familiar. -Allá, en la intimidad del alma, llama, y hay que contestar: 'ecce ego, quia vocasti me' -aquí estoy, porque me has llamado, decidido a que esta vez no pase el tiempo como el agua sobre los cantos rodados, sin dejar rastro" (Forja, n.7). La Virgen nos concederá esas gracias, que el Señor ya ha previsto que nos lleguen por las delicadas manos cariñosas de nuestra Madre. Ella nos hace ver que ninguna dificultad es insuperable: porque tengo vocación, superaré ese obstáculo: Dios, que ha empezado en nosotros la obra de la santificación, la llevará a cabo (cfr. Fil. 1,6; cf. san Josemaría, Cristo que pasa, 176). Ella fomentará nuestro afán de santidad personal, dando gracias a Dios por su libre y amorosa elección (primer punto que hemos considerado), para la unión con Jesús (estar con Él, segundo aspecto) y como fundamento de toda eficacia apostólica (la misión, el tercer punto). Ella nos enseñará a pronunciar su “fiat”, ella nos indica el camino: “Haced lo que él os diga...” y nos ayuda a cumplir y responder a la misión –“Ego redemi te et vocavit te nomine tuo: meus es tu!”- con fidelidad se ser de Dios, a escucharle en la suave brisa de la oración (cf 1 Rey 19,12). Santa María, virgo fidelis, la criatura que mejor ha correspondido a la vocación: sub tuum praesidium confugimus, bajo tu amparo nos acogemos.
Amados por Dios y reconciliados con Él en Cristo Jesús, seamos la Iglesia de Cristo, que continúa en el mundo y su historia la encarnación del Hijo de Dios. Sigamos trabajando constantemente por la justicia, por el amor fraterno y por la paz. No seamos ocasión de división ni de luchas fratricidas entre nosotros. A pesar de que contemplemos grandes miserias y pecados en nuestro prójimo, jamás lo rechacemos; antes al contrario, acerquémonos y convivamos con él no para irnos con él tras las huellas de la maldad y del pecado, sino para ganarlo para Cristo con actitudes de amor, de alegría, de bondad, de justicia y de paz; pues así como nosotros hemos sido amados por Cristo, así debemos amarnos entre nosotros; y así como Él sale al encuentro de nosotros, pecadores, para salvarnos, así salgamos al encuentro de los pecadores para ayudarles a volver a la casa de nuestro Dios y Padre, lleno de bondad y de misericordia para con todos.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber aceptar en nosotros el perdón de nuestros pecados, y la Vida y el Espíritu que proceden de Él, de tal forma que, juntos, podamos formar, en Cristo, su verdadera Iglesia, que haga que el Rostro de su Señor continúe brillando, con todo su amor y su misericordia, en medio de nosotros hasta llegar algún día, a nuestra plenitud en Cristo, participando, de la Gloria que como a Hijo, le corresponde y que nos ha prometido como herencia nuestra. Amén (Homiliacatolica.com).
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4,1-7.11-13. Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vinculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.
Salmo 18,2-3.4-5. R. A toda la tierra alcanza su pregón.
El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Santo evangelio según san Mateo 9,9-13. En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: -«Sígueme.» Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: -«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?» Jesús lo oyó y dijo: -«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrifi-cios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.» En aquel tiempo vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió.
Comentario: 1. Ef 4,1-7.11-13. La iglesia es el gran proyecto que Dios tiene en su mente, antes, incluso de la creación del mundo: que todos lleguemos hacer uno en Cristo. Cristo une a todos los hombres en uno solo pueblo, llamados a vivir la unidad en el cuerpo de Cristo, compatible con la variedad de dones y tareas que Cristo otorga a cada uno para que desde su sitio en la Iglesia y en el mundo colabore en el desarrollo del Cuerpo. Esta unidad –un solo Cuerpo, un solo Espíritu: v. 4- se fundamenta en que hay un solo Dios, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo (vv 5-6). “El Espíritu Santo, que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable reunión de los fieles, y tan estrechamente une a todos en Cristo, que es el Principio de la unidad de la Iglesia” (Conc. Vat. II, Unitatis redintegratio, 2; cf. Apostolicam actuositatem 2). La Iglesia no es una mera comunidad de fe, que peregrina por este mundo, pues en las comunidades se dan muchas tensiones, que han roto la unidad. La Iglesia va más allá de esas comunidades. La Iglesia es la Esposa de Cristo, que se hace una con Él y que se convierte en signo verdadero de su presencia, llena de humildad, de mansedumbre, de paciencia y capaz de soportar a todos por amor. Ninguno puede llenarse de orgullo y pensar que ha agotado en sí mismo la presencia de Cristo. Nuestro Dios y Padre a cada uno de nosotros nos ha concedido la gracia a la medida de los dones de Cristo. Y conservando la unidad en un solo Espíritu, todos, transformados en Cristo, debemos ponernos al servicio de la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios. Mientras haya divisiones entre nosotros y nos mordamos unos a otros, tal vez podamos decir que nuestra vida cristiana se desenvuelve en una comunidad de creyentes en Cristo, pero difícilmente podríamos decir que somos Iglesia en Cristo.
2. Sal 19 (18). Así comenta Juan Pablo II: “El sol, con su resplandor progresivo en el cielo, con el esplendor de su luz, con el calor benéfico de sus rayos, ha conquistado a la humanidad desde sus orígenes. De muchas maneras los seres humanos han manifestado su gratitud por esta fuente de vida y de bienestar con un entusiasmo que en ocasiones alcanza la cima de la auténtica poesía. El estupendo salmo 18, cuya primera parte se acaba de proclamar, no sólo es una plegaria, en forma de himno, de singular intensidad; también es un canto poético al sol y a su irradiación sobre la faz de la tierra. En él el salmista se suma a la larga serie de cantores del antiguo Oriente Próximo, que exaltaba al astro del día que brilla en los cielos y que en sus regiones permanece largo tiempo irradiando su calor ardiente. Basta pensar en el célebre himno a Atón, compuesto por el faraón Akenatón en el siglo XIV a. C. y dedicado al disco solar, considerado como una divinidad. Pero para el hombre de la Biblia hay una diferencia radical con respecto a estos himnos solares: el sol no es un dios, sino una criatura al servicio del único Dios y creador. Basta recordar las palabras del Génesis: "Dijo Dios: haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; (...) Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche (...) y vio Dios que estaba bien" (Gn 1,14.16.18).
Antes de repasar los versículos del salmo elegidos por la liturgia, echemos una mirada al conjunto. El salmo 18 es como un dístico. En la primera parte (vv. 2-7) -la que se ha convertido ahora en nuestra oración- encontramos un himno al Creador, cuya misteriosa grandeza se manifiesta en el sol y en la luna. En cambio, en la segunda parte del Salmo (vv. 8-15) hallamos un himno sapiencial a la Torah, es decir, a la Ley de Dios. Ambas partes están unidas por un hilo conductor común: Dios alumbra el universo con el fulgor del sol e ilumina a la humanidad con el esplendor de su Palabra, contenida en la Revelación bíblica. Se trata, en cierto sentido, de un sol doble: el primero es una epifanía cósmica del Creador; el segundo es una manifestación histórica y gratuita de Dios salvador. Por algo la Torah, la Palabra divina, es descrita con rasgos "solares": "los mandatos del Señor son claros, dan luz a los ojos" (v. 9).
Pero consideremos ahora la primera parte del Salmo. Comienza con una admirable personificación de los cielos, que el autor sagrado presenta como testigos elocuentes de la obra creadora de Dios (vv. 2-5). En efecto, "proclaman", "pregonan" las maravillas de la obra divina (cf. v. 2). También el día y la noche son representados como mensajeros que transmiten la gran noticia de la creación. Se trata de un testimonio silencioso, pero que se escucha con fuerza, como una voz que recorre todo el cosmos. Con la mirada interior del alma, con la intuición religiosa que no se pierde en la superficialidad, el hombre y la mujer pueden descubrir que el mundo no es mudo, sino que habla del Creador. Como dice el antiguo sabio, "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13, 5). También san Pablo recuerda a los Romanos que "desde la creación del mundo, lo invisible de Dios se deja ver a la inteligencia a través de sus obras" (Rm 1, 20).
Luego el himno cede el paso al sol. El globo luminoso es descrito por el poeta inspirado como un héroe guerrero que sale del tálamo donde ha pasado la noche, es decir, sale del seno de las tinieblas y comienza su carrera incansable por el cielo (vv. 6-7). Se asemeja a un atleta que avanza incansable mientras todo nuestro planeta se encuentra envuelto por su calor irresistible (…) San Juan Crisóstomo afirma: "El silencio de los cielos es una voz más resonante que la de una trompeta: esta voz pregona a nuestros ojos, y no a nuestros oídos, la grandeza de Aquel que los ha creado". Y san Atanasio: "El firmamento, con su grandeza, su belleza y su orden, es un admirable predicador de su Artífice, cuya elocuencia llena el universo"”.
Todo se hizo por aquel que es la Palabra externa del Padre, y sin Él no se hizo nada. Así, todo lo creado es una expresión de Dios entre nosotros. Sin que las cosas pronuncien palabra alguna, a su modo nos hablan de Aquel que las ha creado. La persona humana, en sí, debería ser el mejor de los lenguajes de Dios entre nosotros, pues el Señor nos creó a su imagen y semejanza. Llegada la plenitud de los tiempos, Dios nos envió a su propio Hijo, el cual mediante sus palabras, sus obras, sus actitudes y su vida misma es para nosotros la suprema revelación del Padre. Y del costado abierto de Jesús, dormido en la cruz, nació la iglesia. Mediante Ella resuena por toda la tierra la Palabra en nos hace conocer a Dios y experimentar su amor, hasta el último rincón de la tierra. Que Dios nos conceda ser un signo verdadero y creíble de su presencia salvadora en el mundo. El Catecismo se refiere a este canto ordenado de la creación en diversos puntos: “Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: "Tú todo lo dispusiste con medida, número y peso" (Sb 11,20). Creada en y por el Verbo eterno, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), la creación está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1,26), llamado a una relación personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando en la luz del Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice por su creación (cf. Sal 19,2-5), ciertamente no sin gran esfuerzo y en un espíritu de humildad y de respeto ante el Creador y su obra (cf. Jb 42,3). Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad ("Y vio Dios que era bueno... muy bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del mundo material (cf. DS 286; 455-463; 800; 1333; 3002)” (299).
3. Jesús llama a los que quiere sin atenerse a las distinciones que hacían los fariseos. Ahora llama a un publicano –tenido por pecaminoso, ya que recaudaba impuestos a sus compatriotas para venderlos a los romanos-, se llama también Leví (cf Mc 2,14; Lc 5,27) y el que Jesús se le acerque escandaliza a algunos (11,19), pero Jesús, por medio del profeta Oseas (6,6) identifica su conducta con el corazón de Dios. No hemos de desanimarnos si nos vemos llenos de miserias, pues ante Dios no podemos vernos de otra forma, y Él ha venido a buscar a todos, pero quien se considere justo se está cerrando a la gracia… abrir las puertas al Señor es lo fundamental. «Lo que a ti te maravilla a mí me parece razonable. —¿Que te ha ido a buscar Dios en el ejercicio de tu profesión? Así buscó a los primeros: a Pedro, a Andrés, a Juan y a Santiago, junto a las redes: a Mateo, sentado en el banco de los recaudadores... Y, ¡asómbrate!, a Pablo, en su afán de acabar con la semilla de los cristianos»: san Josemaría Escrivá (Camino, 799).
¡Qué bien suena ese "Sígueme" todavía! Cuántas veces lo habremos escuchado, leído, meditado... Hoy, una vez más, resuena con claridad: no te vayas, no te preocupes, no te quedes ahí, no tengas miedo, ¡sígueme! No hay nada más esperanzador para un enfermo que escuchar a su médico explicarle con firme tranquilidad cuál va a ser el camino de la curación, nada más tranquilizador para una persona que está perdida en medio de un bosque que encontrar un sendero, nada más acogedor que los brazos de papá o de mamá para un niño asustado. Todo eso es el sígueme de Jesús.
¿Qué recuerdos tenemos cada uno de nosotros de ese instante, del momento en el que escuchamos por primera vez esa palabra en lo más hondo de nuestro ser? ¿No sería precioso sentarnos tranquilamente y hablar, recordar, rememorar ese momento? Ese es un momento histórico para cada uno de nosotros, para nuestras vidas y para las personas que comparten sus vidas con nosotros: son recuerdos que nos deben emocionar, aunque estén vinculados a momentos críticos de la existencia. Mateo, el publicano, el cobrador de impuestos, el "colaboracionista", el despreciado y despreciable por todo lo que hacía, empieza una nueva vida a partir de ese sígueme pero desde una situación muy incómoda, dolorosa, humillante, desolante. Y sin embargo no duda ni un momento en dejar por escrito cómo fue que se puso a seguir a Jesús.
Creo además que el día más adecuado para recordar nuestro particular sígueme es el día de nuestro santo: es el día en el que celebramos una fiesta por nuestro nombre, por cómo nos han llamado, y entonces ¿porqué no celebrar también el día en el cual Jesús nos llamó por nuestro nombre invitándonos a seguirle? A partir de ese día un cobrador de impuestos cualquiera, el que quitaba a todo el mundo, se convierte en Mateo, "el don de Dios", el que regala a todo el mundo. Así de grande y así de sencillo. Y a partir de ese día ¿qué te ha pasado a ti? (carlo@ya.com).
v. 9: Cuando se marchó Jesús de allí, vio al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: -Sígueme. Se levantó y lo siguió.
El episodio simbólico del paralítico, en el que se ofrece la salvación a todo hombre sin distinción, se concreta en la llamada de Mateo, el recaudador. Su profesión, por su reconocida codicia y el abuso que hacían de la gente, lo asimilaba a «los pecadores» o «descreídos» y lo excluía de la comunidad de Israel. Mateo está «sentado», instalado en su oficio (el mostrador de los impuestos). Jesús lo invita con una palabra: «Sígueme». Mateo «se levanta», y sigue a Jesús. El seguimiento es la expresión práctica de la fe/adhesión. Según lo dicho por Jesús al paralítico (9,2), su pasado pecador queda borrado. De hecho, Mateo abandona su profesión (se levantó); como el paralítico, comienza una vida nueva.
v. 10: Sucedió que estando él reclinado a la mesa en la casa acudió un buen grupo de recaudadores y descreídos y se reclinaron con él y sus discípulos. La solemnidad de la fórmula inicial (lit. «y sucedió que estando él reclinado a la mesa en la casa») aconseja referir la frase a Jesús mejor que a Mateo. Por otra parte, esta casa (gr. oikía) designa varias veces la de Jesús y sus discípulos (9,28; 13,1.36; 17,25). Puede ser, como en Mc, símbolo de la comunidad de Jesús. En la casa se encuentran reclinados a la mesa -postura propia de los hombres libres- Jesús y sus discípulos, pero llegan muchos recaudadores y pecadores y se reclinan con ellos. La comida-banquete es figura del reino de Dios (cf. 8,11). La escena significa, por tanto, que también los excluidos de Israel van a participar de él. La llamada de Mateo ha abierto a «los pecadores» o impíos la puerta del reino de Dios, actualizado en el banquete mesiánico. La «llegada» de los «recaudadores y pecadores» para estar a la mesa con Jesús y los discípulos en el acto de perfecta amistad y comunión, indica que también ellos han dado su adhesión a Jesús y constituyen un nuevo grupo de discípulos. Su fe/adhesión ha cancelado su pasado, son hombres que van a comenzar una nueva vida. No es condición para el reino la buena conducta en el pasado ni la observancia de la Ley judía. Basta la adhesión a Jesús. Nótese que el término «pecadores/descreídos» no designaba sólo a los judíos irreligiosos, que hacían caso omiso de las prescripciones de la Ley, sino también a los paganos. La escena abre, pues, el futuro horizonte misionero de la comunidad.
vv. 11-13: Al ver aquello preguntaron los fariseos a los discípulos: -¿Por qué razón come vuestro maestro con los recaudadores y descreídos? 12Jesús lo oyó y dijo: -No sienten necesidad de médico los que son fuertes, sino los que se encuentran mal. 13Id mejor a aprender lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios» (Os 6,6): porque no he venido a invitar justos, sino pecadores.
Oposición de los fariseos; los que profesaban la observancia estricta de la Ley se guardaban escrupulosamente del trato y del contacto con las personas impuras (pecadores). Se dirigen a los discípulos y les piden explicaciones sobre la conducta de su maestro. Responde Jesús mismo con una frase proverbial sobre los que necesitan de médico. Denuncia la falta de conocimiento de la Escritura que muestran los fariseos, que no comprenden el texto de Os 6,6 (cf. Mt 12,7). Dios requiere el amor al hombre antes que su propio culto (cf. 5,23-24). Esto invierte las categorías de los fariseos, que cifraban su fidelidad a Dios en el cumplimiento exacto de todas las prescripciones de la Ley, pero condenaban severamente a los que no las cumplían (cf. 7,lss). La frase final de Jesús tiene un sentido irónico. «Los justos», que no van a ser llamados por él, son los que creen que no necesitan salvación. El verbo «llamar/invitar» ha sido usado por Mt para designar el llamamiento de Santiago y Juan, que no pertenecían a la categoría de «los pecadores/descreídos». «Pecadores», por tanto, tiene un sentido amplio. Son aquellos que no están conformes con la situación en que viven, que desean una salvación. «Los justos», por oposición, son los que están satisfechos de sí mismos y no quieren salir del estado en que viven.
El nombre de Mateo está indisolublemente ligado al Evangelio que lleva su nombre. La mejor manera de celebrar su fiesta, es comprometiéndonos a leer su Evangelio en toda su extensión y profundidad. También debemos recordar la vocación de Mateo. Jesús lo llamó en el momento mismo de ejercer su profesión y su respuesta fue inmediata y sin vacilación. Mateo tenía una profesión odiada por el pueblo, pues debía recoger los impuestos para el Templo, para el rey Herodes y para los romanos, normalmente con usura y extorsión. También eran odiados por los fariseos, pues los cobradores de impuestos, llamados publicanos, se contaminaban con los paganos y no respetaban las leyes de pureza legal. Nadie podía entrar en sus casas y mucho menos comer con ellos. Jesús libera a Mateo de este contexto y lo transforma en discípulo y apóstol. Además se enfrenta con los fariseos, cuando va a casa de Mateo y come con los publicanos y pecadores. La comunidad de Jesús es una comunidad preferencialmente para los que están mal y son pecadores. La Iglesia de Jesús se identifica por la misericordia y no por el sacrificio. Es una religión del corazón, que llama, libera e incluye a todos. La religión de los fariseos es una religión que sacrifica el cuerpo y la vida en función de la ley, el poder y el templo, una religión exterior, opresora y excluyente. La carta a los Efesios nos invita a consolidar esta Iglesia de Jesús, con un llamado a la unidad de la Iglesia y un reconocimiento y ordenamiento de los carismas en su seno (J. Mateos-F. Camacho).
Podríamos detenernos en bastantes detalles del relato, que no deben pasarnos inadvertidos: la majestad de Jesús que, sin más, llama mientras va pasando a seguirle de por vida; lo que descubriría Mateo: hombre práctico como pocos, sin duda, difícil de engañar, para que una sola palabra le bastara para comprender nítidamente que valía la pena cambiar su vida actual por el seguimiento de Cristo; el entusiasmo suyo tras la decisión, que le lleva a organizar una fiesta invitando a sus amigos; la actitud, en cambio, de los fariseos, que parecen incapaces de ver con buenos ojos algo de lo que el Señor realiza; el afán salvador –en fin– de Jesucristo, pues, no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores, concluye. Podemos esta vez detenernos precisamente en esto último, que parece inundar el alma del Señor, y así lo manifiesta en bastantes momentos de su paso por la tierra: Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor; tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él; no temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino. En muchos más momentos manifiesta Jesús el cariño divino a los hombres. Recordemos sólo ahora aquella otra conversación con Zaqueo, que era jefe de publicanos y lo hospeda en su casa. En aquella ocasión Jesús manifiesta: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.
Parece necesario, con una necesidad gozosamente imprescindible, que nos sintamos muy queridos por Dios. Conviene que meditemos hasta el fondo, en la medida de nuestras fuerzas humanas –aunque siempre sean pequeñas, de pobre criatura– que un gran Amor nos quiere, y ha pensado para los hombres la mayor de las felicidades posibles. Aunque no sea fácil de entender, porque habitualmente pensamos en términos de derechos y de obligaciones, según una lógica humana, el plan creador de Dios, que hace posible nuestra existencia, nos conduce, si libremente somos dóciles a él, al inimaginable deleite de su intimidad. No cabe pensar en mayor bien que aquél que de suyo satisface cada potencia de nuestra carne y nuestro espíritu.
No se trata, desde luego, de una cuestión de derechos adquiridos que logremos en virtud de unos ciertos méritos. Diríamos, para entendernos en una cuestión en la que las palabras resultarán siempre pobres, que así ha sido el plan de Dios: gratuitamente nos ha amado, sin iniciativa alguna de nuestra parte; no tenemos, al respecto, nada que decir, nada que objetar que sea razonable. Sería tan absurdo como plantear objeciones a que las personas en este mundo puedan ser hombres o mujeres, o a que caminamos habitualmente sobre nuestros pies. Se trata, en efecto, de una realidad tan primaria y básica de la conformación concreta de la voluntad divina –las cosas son así porque Él quiso–, que habitualmente no nos hacemos mayores problemas. Pues, el mismo sentido, la vida del hombre únicamente se consuma en Dios; y en Él y sólo en Él –compartiendo su Vida Eterna– logra el hombre su plenitud: así lo quiso Dios.
La llamada al apostolado de Mateo, discípulo del Señor y autor del primer evangelio, por las circunstancias que la rodearon, es una manifestación práctica y eficaz del deseo salvador universal divino concretado por Jesucristo, al llegar a la plenitud de los tiempos –en palabras de San Pablo. Cabría pensar que los justos por su justicia ya caminan con sus pasos orientados hacia Dios. Se apoyan en la Gracia, efecto primario de la Redención, en su progreso ilusionado hacia la santidad. Pero los pecadores, los que viven de modo habitual en la injusticia, en franca oposición a los preceptos divinos, esos precisan más; esos sí que necesitarían una asistencia más específica que los anime a retirarse de sus desvíos en el ejercicio de su libertad. Les es tanto más necesaria esa ayuda, cuanto menos la echan en falta, porque, siendo imprescindible para la salvación, no la quieren. Son, evidentemente –aunque no lo sepan– los más necesitados de auxilio divino.
No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Parece la declaración más sencilla y sincera que se podría hacer acerca del amor de Dios, y así se expresaba Jesucristo, Dios mismo encarnado. Dios, que quiere que todos los hombres se salven, como manifiesta asimismo el Apóstol a su discípulo Timoteo, no se comporta, en Jesús, como tantas veces los humanos, que excluimos de nuestro trato casi sistemáticamente a quienes nos ofenden. Nuestro Señor vino al mundo porque los hombres –simplificando– somos malos, pecadores. He ahí la razón de su venida, tomando carne humana de Santa María. Su vida de infancia y de trabajo en este mundo nuestro, su predicación y su Pasión, muerte y Resurrección, han sido, ciertamente, por amor a todo el género humano: para que pueda alcanzar aquella Gloria a la que fue destinado. Pero siempre en razón del pecado y de los pecadores.
Que el entusiasmo agradecido de Mateo nos contagie también a cada uno, y nos ayude a contemplar a Nuestro Señor como al amigo incondicional que nunca se desdice de su amistad, aunque no seamos merecedores de ella. Sin duda, con esa actitud positiva, nos sentiremos más dispuestos a evitar lo que ofende a Dios; más aún, desearemos agradarle, amarle, en nuestro comportamiento de cada día. La Madre de Dios, Madre nuestra, aliente nuestros deseos.
El pasaje de hoy resalta una característica de la condición humana. Los fariseos siempre tenían algo que opinar, sobre todo con aquellas cosas que, desde su punto de vista atentan contra el buen ejercicio de la ley. Jesús se da cuenta de su murmullo y le dice la frase mágica: “Misericordia quiero y no sacrificios”. Que diferentes serán las cosas en este mundo cuando hagamos nuestras estas palabras. En otro pasaje del Evangelio Jesús nos llama a ser misericordiosos como Dios es misericordioso. Es ahí donde radica el paso desde condición humana a condición divina: tener misericordia. Cuando somos misericordiosos no reparamos en la condición humana de los demás, sino que trascendemos a ella y podemos ver con los ojos de Dios. Podemos amar con el amor de Dios, podemos esperar en el tiempo de Dios. Abrirnos a la acción de Dios en nuestras vidas será la forma en que aseguraremos dar el paso desde lo humano a la misericordia (Miosotis).
San Beda el Venerable, comentando la conversión de Mateo, escribe: «La conversión de un cobrador de impuestos da ejemplo de penitencia y de indulgencia a otros cobradores de impuestos y pecadores (...). En el primer instante de su conversión, atrae hacia Él, que es tanto como decir hacia la salvación, a todo un grupo de pecadores». ¿Quién de nosotros puede decir que no tiene pecado? Y a pesar de nuestras esclavitudes a él, a pesar de las grandes injusticias que hayamos cometido en contra de nuestro prójimo, y de las grandes traiciones a Cristo y a su Iglesia, Él vuelve a pasar junto a nosotros y nos llama para que vayamos tras sus huellas. El poder de su Palabra es un poder salvador, que nos llama a la vida, que nos libra de nuestras tinieblas de maldad y que nos saca a luz, para qué seamos criaturas nuevas en Cristo. Pero no basta haber recibido los dones de Dios. Los que vivimos en comunión de vida con Cristo debemos hacer nuestros los mismos sentimientos del corazón misericordioso del Señor, y trabajar para que el Proyecto de Dios sobre la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, unido por el amor y por un mismo Espíritu, se haga realidad, ya desde ahora, entre nosotros. Una iglesia que se encierra para recibir en su seno sólo a los puros y cierra la puerta a los pecadores no puede, en verdad, llamarse Iglesia de Cristo. Jesús ama a los pecadores, no porque quiera que continuemos pecando, sino porque quiere sanar nuestras heridas para que, arrepentidos, renovados en Cristo, convertidos en Él en hijos de Dios, sea nuestro el Reino de los cielos. Como auténtica iglesia de Cristo ¿este camino y ejemplo del Señor es el que impulsa nuestra labor evangelizadora?
El Señor, pasando junto a nosotros nos ha dicho: Sígueme. Y nosotros, convocados por É, estamos en su presencia para dejarnos, no sólo instruir, sino transformar por su Palabra poderosa, que nos perdona, nos santifica y nos va configurando día a día, hasta que lleguemos a ser hombres perfectos, y alcancemos nuestra plenitud en Cristo Jesús. Y Él nos sienta a su mesa, a nosotros, pecadores amados por Él; amados hasta el extremo de tal forma que se entregó por nosotros, para santificarnos, pues nos quiere totalmente renovados para poder presentarnos justos y santos ante su Padre Dios. Dejémonos amar por el Señor, y permitámosle llevar a cabo en nosotros su obra salvadora.
Así respondieron los apóstoles a su vocación, con entusiasmo, recordando incluso como san Juan la hora en que fue llamado: “hora autem erat quasi decima: Eran entonces alrededor de las cuatro”. Se comprometieron en la empresa divina: "¡Comprometido! ¡Cómo me gusta esta palabra! -Los hijos de Dios nos obligamos -libremente- a vivir dedicados al Señor, con el empeño de que El domine, de modo soberano y completo nuestras vidas" (San Josemaría, Forja, n.855). Como hemos repasado, el combustible para el fuego es el amor: "¿Que cuál es el secreto de la perseverancia? El Amor. / -Enamórate, y no "le" dejarás" (Camino, n.999). "Agradece al Señor la continua delicadeza, paternal y maternal, con que te trata. / Tú, que siempre soñaste con grandes aventuras, te has comprometido en una empresa estupenda..., que te lleva a la santidad. / Insisto: agradéceselo a Dios, con una vida de apostolado" (Surco, n.184). La correspondencia es docilidad a la labor del Paráclito en nuestras almas (cf. Camino, nn.56 y 57). "Descubrir esta llamada, esta vocación, es caer en la cuenta de que Cristo tiene fijos los ojos en ti y que te invita con la mirada a la entrega total en el amor. Ante esa mirada, ante ese amor suyo, el corazón abre las puertas de par en par y es capaz de decirle que sí" (Juan Pablo II en Asunción, Paraguay, 18.5.1988). "La búsqueda y el descubrimiento de la voluntad de Dios para vosotros es una experiencia profunda y fascinante… A fin de cuentas, toda vocación, todo camino al que Cristo nos llama, lleva a la realización y a la felicidad, pues conduce a Dios, a compartir la misma vida divina" (en Manila, 13.1.1995). Compartir la vida de Jesús, su misión: "Recuerdo con profunda emoción el encuentro que tuvo lugar en Nagasaki entre un misionero que acababa de llegar y un grupo de personas que, una vez convencidas de que era un sacerdote católico, le dijeron: ‘Hemos estado esperándote durante siglos’" (en Nagasaki, 25.2.1981). Es la fascinante misión de ser instrumentos de Jesús para la redención, la felicidad temporal y eterna: "Ha llegado para nosotros un día de salvación, de eternidad. Una vez más se oyen esos silbidos del Pastor Divino, esas palabras cariñosas, 'vocavi te nomine tuo' -te he llamado por tu nombre. / Como nuestra Madre, El nos invita por el nombre. Más: por el apelativo cariñoso, familiar. -Allá, en la intimidad del alma, llama, y hay que contestar: 'ecce ego, quia vocasti me' -aquí estoy, porque me has llamado, decidido a que esta vez no pase el tiempo como el agua sobre los cantos rodados, sin dejar rastro" (Forja, n.7). La Virgen nos concederá esas gracias, que el Señor ya ha previsto que nos lleguen por las delicadas manos cariñosas de nuestra Madre. Ella nos hace ver que ninguna dificultad es insuperable: porque tengo vocación, superaré ese obstáculo: Dios, que ha empezado en nosotros la obra de la santificación, la llevará a cabo (cfr. Fil. 1,6; cf. san Josemaría, Cristo que pasa, 176). Ella fomentará nuestro afán de santidad personal, dando gracias a Dios por su libre y amorosa elección (primer punto que hemos considerado), para la unión con Jesús (estar con Él, segundo aspecto) y como fundamento de toda eficacia apostólica (la misión, el tercer punto). Ella nos enseñará a pronunciar su “fiat”, ella nos indica el camino: “Haced lo que él os diga...” y nos ayuda a cumplir y responder a la misión –“Ego redemi te et vocavit te nomine tuo: meus es tu!”- con fidelidad se ser de Dios, a escucharle en la suave brisa de la oración (cf 1 Rey 19,12). Santa María, virgo fidelis, la criatura que mejor ha correspondido a la vocación: sub tuum praesidium confugimus, bajo tu amparo nos acogemos.
Amados por Dios y reconciliados con Él en Cristo Jesús, seamos la Iglesia de Cristo, que continúa en el mundo y su historia la encarnación del Hijo de Dios. Sigamos trabajando constantemente por la justicia, por el amor fraterno y por la paz. No seamos ocasión de división ni de luchas fratricidas entre nosotros. A pesar de que contemplemos grandes miserias y pecados en nuestro prójimo, jamás lo rechacemos; antes al contrario, acerquémonos y convivamos con él no para irnos con él tras las huellas de la maldad y del pecado, sino para ganarlo para Cristo con actitudes de amor, de alegría, de bondad, de justicia y de paz; pues así como nosotros hemos sido amados por Cristo, así debemos amarnos entre nosotros; y así como Él sale al encuentro de nosotros, pecadores, para salvarnos, así salgamos al encuentro de los pecadores para ayudarles a volver a la casa de nuestro Dios y Padre, lleno de bondad y de misericordia para con todos.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber aceptar en nosotros el perdón de nuestros pecados, y la Vida y el Espíritu que proceden de Él, de tal forma que, juntos, podamos formar, en Cristo, su verdadera Iglesia, que haga que el Rostro de su Señor continúe brillando, con todo su amor y su misericordia, en medio de nosotros hasta llegar algún día, a nuestra plenitud en Cristo, participando, de la Gloria que como a Hijo, le corresponde y que nos ha prometido como herencia nuestra. Amén (Homiliacatolica.com).
lunes, 19 de septiembre de 2011
Martes de la 25ª semana de Tiempo Ordinario. Terminaron la construcción del templo y celebraron la Pascua. Jesús es el nuevo templo y edifica la famil
Martes de la 25ª semana de Tiempo Ordinario. Terminaron la construcción del templo y celebraron la Pascua. Jesús es el nuevo templo y edifica la familia de los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra
Libro de Esdras 6,7-8.12b.14-20. En aquellos días, el rey Darlo escribió a los gobernantes de Transeufratina: «Permitid al gobernador y al senado de Judá que trabajen reconstruyendo el templo de Dios en su antiguo sitio. En cuanto al senado de Judá y a la construcción del templo de Dios, os ordeno que se paguen a esos hombres todos los gastos puntualmente y sin interrupción, utilizando los fondos reales de los impuestos de Transeufratina. La orden es mía, y quiero que se cumpla a la letra. Darío.» De este modo, el senado de Judá adelantó mucho la construcción, cumpliendo las instrucciones de los profetas Ageo y Zacarias, hijo de Idó, hasta que por fin la terminaron, conforme a lo mandado por el Dios de Israel y por Ciro, Darlo y Artajerjes, reyes de Persia. El templo se terminó el día tres del mes de Adar, el año sexto del reinado de Darío. Los israelitas, sacerdotes, levitas y resto de los deportados, celebraron con júbilo la dedicación del templo, ofreciendo con este motivo cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos y doce machos cabrios, uno por tribu, como sacrificio expiatorio por todo Israel. El culto del templo de Jerusalén se lo encomendaron a los sacerdotes, por grupos, y a los levitas, por clases, como manda la ley de Moisés. Los deportados celebraron la Pascua el día catorce del mes primero; como los levitas se habían purificado, junto con los sacerdotes, estaban puros e inmolaron la víctima pascual para todos los deportados, para los sacerdotes, sus hermanos, y para ellos mismos.
Salmo 121,1-2.3-4a.4b-5. R. Vamos alegres a la casa del Señor.
¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está fundada corno ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David.
Santo evangelio según san Lucas 8,l9-21. En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces lo avisaron: -«Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.» Él les contestó: -«Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.»
Comentario: 1.- Esd 6,7-8.12b.14-20. (Año I) Esdras 6,7-8.12.14-20. Darío, sucesor de Ciro, sigue con su misma política de dejar bastante autonomía a los pueblos que pertenecen a su imperio, y favorece claramente, según el relato de hoy, que los judíos puedan reconstruir su templo. Los persas pensaban, como estrategia política, que se consigue mucho más teniendo contentos a los pueblos que oprimiéndolos innecesariamente. El relato deja entrever que los judíos habían encontrado dificultades por parte de los pueblos vecinos. La fiesta de la Dedicación del templo -el año 515 antes de Cristo- fue solemne y colmó de alegría el corazón de los israelitas. Este templo era el segundo, después del de Salomón, y duraría hasta Herodes el Grande, que un poco antes de nacer Jesús lo reedificó completamente, y que a su vez duraría hasta que los romanos lo asolaron el año 70 de nuestra era. A pesar de que esta reconstrucción no llegó a tener al esplendor del templo anterior, ¡qué emoción sentirían los israelitas, sobre todo los mayores, al volver a oír los cantos y al ver el esplendor de las ceremonias y las volutas de incienso subiendo hacia Dios! No es extraño que el salmo, uno de los más conocidos también por nosotros, exprese estos sentimientos: "¡qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor... Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta".
Después de la tempestad viene la calma. Ojalá también en nuestra propia vida, y en la de cada comunidad, tuviéramos, si hiciera falta, ánimos para una reconstrucción ilusionada. Si nuestra historia personal ha dejado que desear, o se ha empobrecido una comunidad cristiana, o fallan las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa, o la Iglesia atraviesa -como ha sucedido no pocas veces en la historia- por momentos de decadencia, siempre deseamos que Dios nos dé la fuerza suficiente para rehacernos. Nos costará, como les costó a aquella generación de los que volvieron del destierro. Nada se reconstruye sin esfuerzo y sacrificio. El templo no era lo único que se reconstruía en aquel tiempo, pero era el mejor símbolo de la identidad histórica de Israel. Por eso el relato nos habla de cómo se reorganizó el culto y la celebración de la Pascua: era la gozosa vuelta a los buenos tiempos de la Alianza con Dios. También ahora, cuando hay que reconstruir muchas cosas humanas, sociales, de justicia y distribución de bienes, no olvidamos los valores religiosos y éticos, que pueden considerarse como el termómetro de la recta dirección de la tarea. Ojalá también hoy se eleven voces proféticas, como las de Ageo y Zacarías, que se nombran en la lectura de hoy y que leeremos en días sucesivos, que inviten a nuestra sociedad a recapacitar y a no dejar perder los valores que constituyen nuestra mejor identidad humana y cristiana, y no sólo los materiales. Cuando celebramos, en el año litúrgico, las fiestas de la Dedicación de san Juan de Letrán o de la catedral de la diócesis o de la propia iglesia, los textos nos invitan a renovar cada año nuestra identidad eclesial: esas paredes son el símbolo exterior del edificio vivo que es la comunidad misma, destinada a alabar a Dios y a difundir su Palabra y celebrar sus sacramentos.
Después de recordar y reproducir el decreto de Ciro (Esd 6. 1-5), Darío autoriza a los judíos a continuar las obras de la construcción del templo y ordena a sus gobernadores de la satrapía transeufratina que no entorpezcan los trabajos. Más aún, les manda que ayuden a costear las obras con dinero tomado de los fondos reales (6. 6-12). Aunque pueda llamar la atención, esta liberalidad de Ciro primero, y luego de Darío, se ajusta bien al espíritu religioso y político de la corte persa. El 23 del mes de Adar del año sexto del rey Darío corresponde al primero de Abril del 515 a. J.C. Fue el año en que se terminaron las obras del templo y asimismo la fecha de su dedicación. El texto menciona a los profetas Ageo y Zacarías. En realidad a ellos se debe la construcción del templo postexílico. Fueron ellos los que, venciendo todas las dificultades y exhortando al pueblo, llevaron a feliz término la obra. A continuación tuvo lugar la dedicación y, a pocos días de distancia, la celebración de la Pascua. La dedicación se celebra en la fe cristiana como símbolo de que somos templo divino: “por eso, nosotros, carísimos, si queremos celebrar con alegría la dedicación del templo, no debemos destruir en nosotros, con nuestras malas obras, el templo vivo de Dios. Lo diré de una manera intelibible para todos: debemos disponer nuestras almas del mismo modo como deseamos encontrar dispuesta la iglesia cuando venimos a ella. ¿Deseas encontrar limpia la basílica? Pues no ensucies tu alma con el pecado. Si deseas que la basílica esté bien iluminada, Dios desea también que tu alma no esté en tinieblas, sino que sea verdad lo que dice el Señor: que brille en nosotros la luz de las buenas obras y sea glorificado aquel que está en los cielos” (S. Cesáreo de Arlés). Se celebra también la Pascua, pero no como partida hacia la liberación, sino como llegada, después de volver a preparar el Templo, y no solo como recuerdo sino como actualización de las obras de Dios, y como profecía de lo que será la liberación y salvación en Jesús (Biblia de Navarra).
Así se termina la primera parte del libro de Esdras (cc. 1-6), que gira toda ella en torno al templo. El templo junto con el personal dedicado a su servicio y la ordenación del culto son temas predilectos de la historia cronística. El templo postexílico, inaugurado en el 515, dura hasta Herodes el Grande (37-4 a. J.C.). En el año 18 de su reinado Herodes emprendió la construcción de un nuevo templo, que en lo esencial fue concluido en muy poco tiempo. En cuanto a las partes complementarias y a los detalles no fue ultimado hasta unos pocos años antes del 70 de nuestra era, en que fue totalmente destruido por los romanos. Aunque en realidad el templo de Herodes fue un tercer templo, ya que lo construyó desde sus cimientos y además fue el más sólido y suntuoso de todos, sin embargo los judíos lo consideran como una mera reconstrucción del anterior. De ahí que, al dividir su historia con referencia al templo, hablan de dos grandes períodos: el primero corresponde al primer templo, o sea hasta el destierro; y el segundo corresponde al segundo templo, que ellos alargan hasta el año 70 de nuestra era. A partir de esa fecha ha habido intentos, en distintas ocasiones, por ejemplo en tiempo de Juliano el Apóstata, de reconstruir el que los judíos llaman tercer templo, pero nunca se han visto coronados por el éxito. Actualmente, una vez que los judíos han regresado a su tierra, se ha vuelto a plantear la cuestión del templo y las opiniones andan divididas. La solución más generalizada es que el tercer templo lo construirá el Mesías, cuando venga (Edic. Marova).
-El rey de Persia, Darío, escribió a las autoridades de la provincia situada al oeste del Eufrates y de la que dependía Jerusalén... En efecto, Jerusalén no es más que un pequeño cantón del Imperio persa. Los judíos han perdido toda esperanza de restablecer un reino terrenal en la dinastía de David. Es muy notable que en lugar de crisparse por la pérdida de lo que fue un sueño temporal, los judíos más conscientes llegados de nuevo a Jerusalén, acepten lealmente la autoridad persa y se entreguen totalmente a la edificación de una «comunidad» fervorosa y únicamente religiosa. Habiendo perdido toda ilusión de independencia política, se dedican a profundizar lo esencial de su razón de vivir: la fe y el culto de Yahvéh. Cuando ciertas circunstancias exteriores son desfavorables ¿tengo yo también el reflejo de concentrarme en lo esencial, sirviéndome de las contrariedades para lograr una purificación y un avance espiritual?
-«Dejad al gobernador de Judá y a los ancianos de los judíos que reconstruyan ese Templo de Dios... los gastos de esas gentes les serán reembolsados sin demora de los fondos reales, es decir, de los impuestos de la provincia.» Es de admirar la amplitud de miras de ese rey pagano... cuyos proyectos humanos se inscriben con tanta exactitud en los proyectos de Dios. Esos acontecimientos antiguos no se nos relatan para que los recordemos como tales, sino para que nos ilustren sobre el DÍA de HOY de Dios. Alguna vez, escuchando la radio o leyendo el periódico ¿trato de leer en esas noticias los movimientos de la historia que me parece que hacen avanzar el proyecto de Dios?
-Los ancianos de Judá continuaron con éxito los trabajos de construcción, animados por la palabra de los profetas Ageo y Zacarías. Llevaron a término la construcción conforme a la orden del Dios de Israel y según los decretos de Ciro y de Darío. Deportados puestos en libertad... decretos reales... descentralización regional... impuestos... Son todas ellas cuestiones típicamente profanas y políticas. Pero, en el interior de todo ello, unos hombres viven el dinamismo de su Fe: si el decreto proviene del Rey, ellos obedecen de hecho en profundidad a la «orden de Dios». Y los profetas, de los que leeremos algunas páginas la próxima semana, están allá para dar el sentido de la acción emprendida.
-El Templo fue terminado el día veintitrés del mes de Adar, el año sexto del reinado de Darío. Los israelitas -sacerdotes, levitas y el resto de los repatriados- celebraron con júbilo la dedicación del Templo. En 515, el santuario, completamente nuevo, es consagrado. Este edificio, llamado «segundo Templo» -el primero, construido por Salomón, había sido destruido por Nabucodonosor en 587- durará hasta el tiempo de Herodes que lo embellecerá unos años antes de Jesús. Es el edificio que frecuentrará Jesús. A algunos metros de distancia Jesús será crucificado y resucitará. Jerusalén permanece como uno de los altos lugares espirituales de la humanidad.
-Los deportados celebraron la Pascua... Inmolaron la Pascua para todos, para sus hermanos, los sacerdotes y para sí mismos. Se trata en efecto, de una renovación religiosa. Aquel día recomienza un culto interrumpido durante setenta y dos años. Admirable tenacidad la de esos creyentes. Podría creerse que la Fe de Israel había zozobrado en la persecución y en la deportación. Pues bien, sin ninguna estructura, sin ninguna ceremonia se mantuvo y fue, incluso, más profunda (Noel Quesson).
Las dificultades, en tiempos del persa Darío, de la oposición samaritana en cuanto a levantar el templo de Jerusalén son resueltas por la comunidad restauradora alegando el edicto de Ciro (vv 3-5), el fundador del Imperio persa. Es conocida la actitud respetuosa de los persas por lo que respecta a las religiones de los pueblos que se anexionaban. Este hecho, explicable como una simple medida política en orden a la convivencia pacífica, viene considerado como una cooperación de la causalidad divina y humana (14), puesto que llevaba a cabo el cumplimiento del designio de Dios (12). Sin caer en un providencialismo alienante, hay que aprender de una vez por todas esta lección constantemente repetida: el Dios de la Biblia es el Dios que se revela en la historia. La complicada trama de los acontecimientos tiene un sentido querido por Dios, verdadero rector del flujo histórico, a pesar de los zigzags que aparentan como si la historia fuera dirigida fatalmente por el capricho de los prepotentes, o por el juego dialéctico de la materia o incluso por la complicación creciente de las estructuras.
Recobrada la mansión de la vida religiosa, los regresados del exilio podrán encaminar sus fuerzas en convertirse en una comunidad cultual y socialmente organizada. Por otra parte, la recuperación del templo de Jerusalén sellará definitivamente el cisma con los samaritanos, los cuales acabarán construyéndose un templo en la montaña de Garizín. Los cristianos sabemos que el auténtico templo, el auténtico lugar de encuentro con Dios es Jesús (Jn 2,21) y que desde entonces todo templo de fabricación humana está radicalmente relativizado porque «es llegada la hora -dice Jesús- en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4,21.23; R. Vives).
Dios nos llama para que, por más que nos veamos acosados por una serie de diversas tentaciones, jamás nos dejemos de esforzarnos, ayudados por su Gracia y su Espíritu, por hacer de nuestra vida personal y de toda la comunidad de creyentes, una digna morada al Señor. Entonces seremos dignos de celebrar el Memorial de su Misterio Pascual, pues la vida de la Iglesia se construye en torno a la Eucaristía; sin ella la vida y el apostolado de la Iglesia no tiene significado alguno, pues, finalmente la Eucaristía nos hace pregustar los bienes eternos, ya que la vida de la Iglesia se encamina a la celebración del Banquete eterno, Pascua que ya no acaba, pues el Cordero de Dios iluminará para siempre nuestra vida por los siglos de los siglos.
2. Sal. 121. S. Agustín comenta: “Esta ciudad bien compacta es la Iglesia. Su cimiento es Cristo. En la tierra, cuando se echa el cimiento, se edifican las paredes hacia arriba y su peso gravita hacia abajo, porque abajo está colocado el fundamento. Pero, si nuestro fundamento –Cristo- está en el Cielo, entonces edificamos hacia el Cielo. En esta basílica que veis, la que hoy nos reúne, los arquitectos colocaron los ciminetos abajo; pero cuando somos edificados como templo espiritual, el cimiento lo hemos de colocar en las alturas. Corramos, pues hacia allí; apresurémonos hasta que nuestros pies estén pisando tus umbrales, Jerusalén”. Juan Pablo II comenta: “La oración que acabamos de escuchar y gustar es uno de los más hermosos y apasionados cánticos de las subidas. Se trata del salmo 121, una celebración viva y comunitaria en Jerusalén, la ciudad santa hacia la que suben los peregrinos. En efecto, al inicio, se funden dos momentos vividos por el fiel: el del día en que aceptó la invitación a "ir a la casa del Señor" (v. 1) y el de la gozosa llegada a los "umbrales" de Jerusalén (cf. v. 2). Sus pies ya pisan, por fin, la tierra santa y amada. Precisamente entonces sus labios se abren para elevar un canto de fiesta en honor de Sión, considerada en su profundo significado espiritual.
Jerusalén, "ciudad bien compacta" (v. 3), símbolo de seguridad y estabilidad, es el corazón de la unidad de las doce tribus de Israel, que convergen hacia ella como centro de su fe y de su culto. En efecto, a ella suben "a celebrar el nombre del Señor" (v. 4) en el lugar que la "ley de Israel" (Dt 12,13-14; 16,16) estableció como único santuario legítimo y perfecto. En Jerusalén hay otra realidad importante, que es también signo de la presencia de Dios en Israel: son "los tribunales de justicia en el palacio de David" (Sal 121,5); es decir, en ella gobierna la dinastía davídica, expresión de la acción divina en la historia, que desembocaría en el Mesías (cf. 2 S 7,8-16).
Se habla de "los tribunales de justicia en el palacio de David" (v. 5) porque el rey era también el juez supremo. Así, Jerusalén, capital política, era también la sede judicial más alta, donde se resolvían en última instancia las controversias: de ese modo, al salir de Sión, los peregrinos judíos volvían a sus aldeas más justos y pacificados. El Salmo ha trazado, así, un retrato ideal de la ciudad santa en su función religiosa y social, mostrando que la religión bíblica no es abstracta ni intimista, sino que es fermento de justicia y solidaridad. Tras la comunión con Dios viene necesariamente la comunión de los hermanos entre sí (…).
Concluyamos nuestra meditación sobre el salmo 121 con la reflexión de uno de los Santos Padres, para los cuales la Jerusalén antigua era signo de otra Jerusalén, también "fundada como ciudad bien compacta". Esta ciudad -recuerda san Gregorio Magno en sus Homilías sobre Ezequiel- "ya tiene aquí un gran edificio en las costumbres de los santos. En un edificio una piedra soporta la otra, porque se pone una piedra sobre otra, y la que soporta a otra es a su vez soportada por otra. Del mismo modo, exactamente así, en la santa Iglesia cada uno soporta al otro y es soportado por el otro. Los más cercanos se sostienen mutuamente, para que por ellos se eleve el edificio de la caridad. Por eso san Pablo recomienda: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo" (Ga 6,2). Subrayando la fuerza de esta ley, dice: "La caridad es la ley en su plenitud" (Rm 13,10). En efecto, si yo no me esfuerzo por aceptaros a vosotros tal como sois, y vosotros no os esforzáis por aceptarme tal como soy, no puede construirse el edificio de la caridad entre nosotros, que también estamos unidos por amor recíproco y paciente". Y, para completar la imagen, no conviene olvidar que "hay un cimiento que soporta todo el peso del edificio, y es nuestro Redentor; él solo nos soporta a todos tal como somos. De él dice el Apóstol: "Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1 Co 3,11). El cimiento soporta las piedras, y las piedras no lo soportan a él; es decir, nuestro Redentor soporta el peso de todas nuestras culpas, pero en él no hubo ninguna culpa que sea necesario soportar". Así, el gran Papa san Gregorio nos explica lo que significa el Salmo en concreto para la práctica de nuestra vida. Nos dice que debemos ser en la Iglesia de hoy una verdadera Jerusalén, es decir, un lugar de paz, "soportándonos los unos a los otros" tal como somos; "soportándonos mutuamente" con la gozosa certeza de que el Señor nos "soporta" a todos. Así crece la Iglesia como una verdadera Jerusalén, un lugar de paz. Pero también queremos orar por la ciudad de Jerusalén, para que sea cada vez más un lugar de encuentro entre las religiones y los pueblos; para que sea realmente un lugar de paz”.
Qué alegría estar nuevamente en Jerusalén; qué alegría poder en ella alabar al Señor en su templo; esta es la razón por la que se buscará la felicidad de esa ciudad, pues de ella recibimos la paz y la felicidad. Nosotros, creyentes en Cristo, hemos recibido la paz, el perdón, la misericordia de Aquel que no rehuyó manifestarnos su amor hasta el extremo, yendo a Jerusalén, pues no es bueno que un profeta muera fuera de Jerusalén. Dios nos quiere entregados a favor de los demás; hemos de ser para ellos motivo de paz y de felicidad. Jamás motivo de tristeza, dolor, sufrimiento y muerte; pues Jesús no nos envió a destruir, sino a construir su Reino de justicia, de santidad y de paz.
3.- Lc 8,19-21 2. (ver Mc 3. 31-35: martes de la tercera semana). Entre los muchos que seguían a Jesús, hoy aparecen también "su madre y sus hermanos", o sea, María su madre y los parientes de Nazaret, que en lengua hebrea se designan indistintamente con el nombre de "hermanos". ¿A qué vinieron? Lucas no nos lo dice. Marcos, en una situación paralela, interpreta la escena como que los familiares, asustados por lo que se decía de Jesús y las reacciones contrarias que hacían peligrar su vida, venían poco menos que a llevárselo, porque decían que "estaba fuera de sí" (Mc 3,20-21). Lucas, que parece conocer noticias más directas -¿de parte de la misma Virgen?- no le da esa lectura. Podían venir sencillamente a saludarle, a hacer acto de presencia junto a su pariente tan famoso, a alegrarse con él y a preocuparse de si necesitaba algo.
Jesús aprovecha la ocasión para decir cuál es su nuevo concepto de familia o de comunidad: "mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra". No niega el concepto de familia, pero sí lo amplía, dando prioridad a los lazos de fe por encima de la sangre. Continúa, por tanto, el eco de la parábola que leíamos el sábado: la de la semilla que es la Palabra de Dios. Da fruto cuando se acoge bien y se pone en práctica.
La nueva comunidad de Jesús no va a tener como criterio básico la pertenencia a la misma raza o familia de sangre, sino la fe. Ciertamente en el pasaje de Lucas no podrá entenderse esto como una desautorización de su madre, porque el mismo evangelista la ha puesto ya antes como modelo de creyente: "hágase en mí según tu palabra". Al contrario: es una alabanza a su madre, en la que Jesús destaca, no tanto su maternidad biológica, sino su cercanía de fe. Su prima Isabel la retrató bien: "dichosa tú, porque has creído".
Nosotros pertenecemos a la familia de Jesús según este nueva clave: escuchamos la Palabra y hacemos lo posible por ponerla en práctica. Muchos, además, que hemos hecho profesión religiosa o hemos sido ordenados como ministros, hemos renunciado de alguna manera a nuestra familia o a formar una propia, para estar más disponibles en favor de esa otra gran comunidad de fe que se congrega en torno a Cristo. Pero todos, sacerdotes, religiosos o casados, debemos servir a esa "super-familia" de los creyentes en Jesús, trabajando también para que sea cada vez más amplio el número de los que le conocen y le siguen (J. Aldazábal).
La comunidad con Jesús, más que en la sangre está en oír y hacer realidad la Palabra. María es madre de Jesús por el "sí" total y absoluto, dado un día a la Palabra de Dios. "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,37). El texto no es un rechazo de María, es más bien una alabanza. Ella fue un "sí" a la Luz y dio a luz la Luz del mundo; no se la apropió, la entregó y esta misma donación la hace madre y hermana de todos los que siguiendo sus huellas son un sí a la Palabra y un ejemplo para el "hacer" de la Iglesia. Dirá S. Agustín: “de ahí que María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, per omás aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en l amente uqe lo que se lleva en el seno”. No es la raza la que une con Jesús, ni la sangre; sino la acogida creyente y realista, en obras, de la Palabra. La última frase es dirigida a aquellos que por lo que sea: sangre, raza, nombre... creen tener un derecho sobre Jesús. El que se entrega sin presupuestos de ningún género no reconoce derechos, a no ser la necesidad. Dios nos ha elegido. La razón no es nuestra grandeza. Si de algo frente al Señor podemos gloriarnos es de nuestra propia debilidad (Dt 7,7-12).
Los parientes, madre y hermanos, quieren "ver" a Jesús. Es muy difícil precisar lo que esa palabra significa. En el texto correspondiente de Marcos, que Lucas tuvo presente al redactar su evangelio, la intención de la familia se precisa de un modo diáfano: buscan a Jesús para llevarle, porque piensan que está loco (Mc 3. 20-21). Juzgan que está loco porque anuncia entre las gentes cosas que se oponen a las viejas tradiciones de su pueblo.
Formulada con otras palabras, su acusación se identifica con aquélla que dirigen los fariseos: "Está poseído por Beelzebul o Satán", de tal manera que su vida y su mensaje están al servicio de las fuerzas de lo malo (Mc 3,22. Téngase en cuenta la unidad que forman Mc 3,20-21 y 3,31-35). Lucas, mucho más reverente en lo que respecta a la familia de Jesús (especialmente a María), ha suprimido ese motivo (la intención de la familia). Sin embargo, todo nos permite suponer que la llamada familiar reviste para el mismo evangelio de Lucas un rasgo negativo: los parientes quieren monopolizar a Jesús, utilizando los privilegios que les ofrece su parentesco. En este contexto se comprende la respuesta: "Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra" (8,21).
Frente al viejo parentesco de la sangre, Jesús funda las bases de la nueva familia de su Reino, en la que toman parte aquéllos que reciben y cumplen su palabra. Ténganse en cuenta los dos rasgos:
a) es preciso "escuchar la palabra", es decir, hallarse abiertos a la gracia, recibiendo el don de amor que Dios nos ha ofrecido por el Cristo;
b) hay que cumplir la palabra: solamente aquél que la traduce con su vida la ha escuchado plenamente.
El mensaje de Jesús se centra en estos rasgos de gracia y exigencia. Ser cristiano significa vivir en el misterio del amor que Dios nos comunica como nueva posibilidad de existencia; pero, a la vez, supone lograr que el don se expanda de tal forma que se convierta para nosotros en un principio de existencia: desde el amor de Dios debemos llegar a ser puente de amor para los otros.
Los que escuchan y cumplen la palabra de Jesús se han convertido en su familia. No son siervos que están fuera y que reciben por simple compasión un don de amor. Son la madre y los hermanos; es decir, forman con Jesús un mismo hogar de comunión y de confianza. Las barreras de este mundo (divisiones sociales, políticas, religiosas) pierden su sentido. En Jesús y por Jesús todos los hombres constituyen una misma familia, siendo miembros los unos de los otros (Coment. Edic. Marova).
Desde que Jesucristo está sentado a la diestra del Padre, no podemos ya entrar personalmente en contacto con él, no podemos ya verlo con los ojos, no podemos ya presenciar su acción. Jesús mismo dice qué es lo que importa: oír y poner en práctica la palabra de Dios. Nosotros tenemos la palabra de Dios. Los discípulos la siembran todavía en el mundo. Por Jesús fue traída la palabra de Dios al mundo, hizo una carrera triunfal por el mundo, nos llegó también a nosotros. En la palabra está la acción salvífica de Jesús, él está presente como portador de salud "Bienaventurados los que no vieron y creyeron" (Jn 20,29). El que escucha y pone en práctica la palabra de Dios, es madre y hermano de Jesús. No son los lazos de la sangre los que proporcionan la comunión con Jesús, sino el oír y poner en práctica la palabra de Dios. La Iglesia es edificada por la palabra de Dios. Ésta es el alma de la Iglesia, y la Iglesia es su fruto. De la palabra de Dios brota siempre Iglesia viva. Ésta viene a ser familia de Cristo oyendo y guardando la palabra de Dios. En la historia de la infancia se presenta ya a la madre de Jesús como la tierra buena que oye y hace, pone en práctica la palabra de Dios. Es esclava del Señor, que oye la palabra de Dios y se pone a su disposición como esclava (1. 38). Guarda cada palabra y la medita en su corazón (2,19). Lleva la palabra a Isabel, y su anuncio la hace tan rica, que desborda en un cántico (1,46-55). María es el corazón bueno, que retiene la palabra y lleva fruto con constancia. María es madre de Jesús, no sólo porque le dio la vida humana, sino también porque oyó y puso en práctica la palabra de Dios (El NT y su mensaje, Herder).
Lucas escogió colocarlo exactamente después de las parábolas de la "semilla" y de la "lámpara". De ese modo Lucas elaboró como una pequeña teología de la Palabra: los que escuchan a Dios, son tierra buena que produce mucho... son también como lámpara sobre un pedestal que alumbra lejos en derredor... pero también, y sobre todo, son la "familia de Jesús"..."¿Mi madre, mis hermanos? ¡Son los que escuchan la Palabra de Dios!" Tal como Lucas relata esa frase, no tiene nada de polémica. ¡No se trata, para Jesús, de rehusar a su familia, sino de ampliarla! Como si dijera: "¡Oh sí, amo a mi familia; pero esa familia es mucho más extensa de lo que imagináis! Comporta innumerables lazos con innumerables hermanos". Si escuchamos la Palabra de Jesús, nos hacemos semejantes a El, poco a poco vamos pensando y reaccionando como El... como si viviéramos familiarmente con El, como hermanos... ¡Señor, si eso resultara ser verdad! ¡Si escuchara tu voz de tal manera, que llegara yo, efectivamente, a percibirla como una voz familiar, y que, a su vez, mi propia voz acabara por tener la misma entonación que la tuya!
-Los que escuchan la Palabra de Dios, y la ponen en obra. Encontramos aquí la misma insistencia que en las dos parábolas precedentes: vivir la fe... vivir lo que se cree; poner en práctica, eficazmente, nuestras convicciones... practicar, poner en obra, la Palabra de Dios... (Noel Quesson).
María, la Mujer siempre fiel a la Voluntad Divina; aquella que escuchó la Palabra de Dios y, llena de amor, le dice al Señor: He aquí tu esclava, hágase en mí según tu Palabra, es para nosotros el modelo de todo aquel que ha sido redimido y salvado; y no lo es tanto por su Maternidad Divina, cuanto por su fidelidad a Dios. Ella, más que cualquiera de nosotros, es la que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica; por eso es bienaventurada. Por eso se dice que, antes que concebir al Hijo de Dios para que se hiciera hombre en su seno, lo concibió en su corazón. Las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy, más que constituir un desprecio hacia su Madre, se convierten en un descubrir la grandeza de María ante Dios especialmente por su amor fiel. Dios no toma tanta importancia al lugar, tal vez muy importante, que ocupemos en su Cuerpo, que es la Iglesia, sino a nuestra fidelidad que nos hace testigos y signos creíbles de su amor ante nuestros hermanos.
En esta Eucaristía no sólo hemos llegado a los umbrales del templo para celebrar a Aquel que es nuestra reconciliación y nuestra paz; sino que por medio de Cristo Jesús nos acercamos hasta el Misterio de Dios, y no como esclavos sino como hijos. El Señor no sólo se nos muestra para que le demos culto, sino que nos hace entrar en comunión con Él de tal forma que se convierte para nosotros en nuestro Camino de salvación. Él, a pesar de nuestras infidelidades, nos concede el perdón y la paz. Que su vida, en nosotros, no se convierta en esterilidad, sino que encuentre en nosotros un terreno fértil capaz de producir abundantes frutos de salvación para que la paz, la felicidad, la armonía y el amor, que proceden de Dios, llegue, por medio de su Iglesia, a todos los pueblos.
El Señor nos hace partícipes de su vida. Pero esa vida es para hacerla parte de nuestra existencia, que manifieste nuestra fidelidad a la Palabra y al Amor recibidos no sólo con actos de culto, sino con nuestras obras buenas, convertidas en una continua alabanza al Nombre de Dios. Ante Dios no contará sólo el culto que le tributemos en el templo; junto con nuestra alabanza hemos de pasar haciendo el bien si no queremos que al final el Señor nos diga que no nos reconoce, no tanto porque no nos hayamos sentado a su Mesa y lo hayamos escuchado por las plazas, y en su Nombre hayamos, incluso, expulsado demonios, sino porque nuestra vida se convirtió en un obrar la iniquidad, haciendo, así, por desgracia, que nuestras obras personales no concordaran con aquello que anunciábamos. Vivamos y caminemos en la justicia y en la paz, de tal forma que, ya desde la construcción de la ciudad terrena, vayamos construyendo entre nosotros el Reino de Dios que, en la eternidad llegará a su Plenitud cuando, reunidos como hijos en torno a nuestro Padre, junto con Jesús sea Él nuestra la Paz eterna.
Que Dios nos conceda, por intercesión de María, nuestra Madre, la gracia de vivir, a ejemplo de ella, escuchando la Palabra de Dios y poniéndola en práctica hasta que, finalmente alcancemos los bienes eternos y gocemos, así, de la Bienaventuranza sin ocaso. Amén (www.homiliacatolica.com)
Libro de Esdras 6,7-8.12b.14-20. En aquellos días, el rey Darlo escribió a los gobernantes de Transeufratina: «Permitid al gobernador y al senado de Judá que trabajen reconstruyendo el templo de Dios en su antiguo sitio. En cuanto al senado de Judá y a la construcción del templo de Dios, os ordeno que se paguen a esos hombres todos los gastos puntualmente y sin interrupción, utilizando los fondos reales de los impuestos de Transeufratina. La orden es mía, y quiero que se cumpla a la letra. Darío.» De este modo, el senado de Judá adelantó mucho la construcción, cumpliendo las instrucciones de los profetas Ageo y Zacarias, hijo de Idó, hasta que por fin la terminaron, conforme a lo mandado por el Dios de Israel y por Ciro, Darlo y Artajerjes, reyes de Persia. El templo se terminó el día tres del mes de Adar, el año sexto del reinado de Darío. Los israelitas, sacerdotes, levitas y resto de los deportados, celebraron con júbilo la dedicación del templo, ofreciendo con este motivo cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos y doce machos cabrios, uno por tribu, como sacrificio expiatorio por todo Israel. El culto del templo de Jerusalén se lo encomendaron a los sacerdotes, por grupos, y a los levitas, por clases, como manda la ley de Moisés. Los deportados celebraron la Pascua el día catorce del mes primero; como los levitas se habían purificado, junto con los sacerdotes, estaban puros e inmolaron la víctima pascual para todos los deportados, para los sacerdotes, sus hermanos, y para ellos mismos.
Salmo 121,1-2.3-4a.4b-5. R. Vamos alegres a la casa del Señor.
¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está fundada corno ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David.
Santo evangelio según san Lucas 8,l9-21. En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces lo avisaron: -«Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.» Él les contestó: -«Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.»
Comentario: 1.- Esd 6,7-8.12b.14-20. (Año I) Esdras 6,7-8.12.14-20. Darío, sucesor de Ciro, sigue con su misma política de dejar bastante autonomía a los pueblos que pertenecen a su imperio, y favorece claramente, según el relato de hoy, que los judíos puedan reconstruir su templo. Los persas pensaban, como estrategia política, que se consigue mucho más teniendo contentos a los pueblos que oprimiéndolos innecesariamente. El relato deja entrever que los judíos habían encontrado dificultades por parte de los pueblos vecinos. La fiesta de la Dedicación del templo -el año 515 antes de Cristo- fue solemne y colmó de alegría el corazón de los israelitas. Este templo era el segundo, después del de Salomón, y duraría hasta Herodes el Grande, que un poco antes de nacer Jesús lo reedificó completamente, y que a su vez duraría hasta que los romanos lo asolaron el año 70 de nuestra era. A pesar de que esta reconstrucción no llegó a tener al esplendor del templo anterior, ¡qué emoción sentirían los israelitas, sobre todo los mayores, al volver a oír los cantos y al ver el esplendor de las ceremonias y las volutas de incienso subiendo hacia Dios! No es extraño que el salmo, uno de los más conocidos también por nosotros, exprese estos sentimientos: "¡qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor... Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta".
Después de la tempestad viene la calma. Ojalá también en nuestra propia vida, y en la de cada comunidad, tuviéramos, si hiciera falta, ánimos para una reconstrucción ilusionada. Si nuestra historia personal ha dejado que desear, o se ha empobrecido una comunidad cristiana, o fallan las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa, o la Iglesia atraviesa -como ha sucedido no pocas veces en la historia- por momentos de decadencia, siempre deseamos que Dios nos dé la fuerza suficiente para rehacernos. Nos costará, como les costó a aquella generación de los que volvieron del destierro. Nada se reconstruye sin esfuerzo y sacrificio. El templo no era lo único que se reconstruía en aquel tiempo, pero era el mejor símbolo de la identidad histórica de Israel. Por eso el relato nos habla de cómo se reorganizó el culto y la celebración de la Pascua: era la gozosa vuelta a los buenos tiempos de la Alianza con Dios. También ahora, cuando hay que reconstruir muchas cosas humanas, sociales, de justicia y distribución de bienes, no olvidamos los valores religiosos y éticos, que pueden considerarse como el termómetro de la recta dirección de la tarea. Ojalá también hoy se eleven voces proféticas, como las de Ageo y Zacarías, que se nombran en la lectura de hoy y que leeremos en días sucesivos, que inviten a nuestra sociedad a recapacitar y a no dejar perder los valores que constituyen nuestra mejor identidad humana y cristiana, y no sólo los materiales. Cuando celebramos, en el año litúrgico, las fiestas de la Dedicación de san Juan de Letrán o de la catedral de la diócesis o de la propia iglesia, los textos nos invitan a renovar cada año nuestra identidad eclesial: esas paredes son el símbolo exterior del edificio vivo que es la comunidad misma, destinada a alabar a Dios y a difundir su Palabra y celebrar sus sacramentos.
Después de recordar y reproducir el decreto de Ciro (Esd 6. 1-5), Darío autoriza a los judíos a continuar las obras de la construcción del templo y ordena a sus gobernadores de la satrapía transeufratina que no entorpezcan los trabajos. Más aún, les manda que ayuden a costear las obras con dinero tomado de los fondos reales (6. 6-12). Aunque pueda llamar la atención, esta liberalidad de Ciro primero, y luego de Darío, se ajusta bien al espíritu religioso y político de la corte persa. El 23 del mes de Adar del año sexto del rey Darío corresponde al primero de Abril del 515 a. J.C. Fue el año en que se terminaron las obras del templo y asimismo la fecha de su dedicación. El texto menciona a los profetas Ageo y Zacarías. En realidad a ellos se debe la construcción del templo postexílico. Fueron ellos los que, venciendo todas las dificultades y exhortando al pueblo, llevaron a feliz término la obra. A continuación tuvo lugar la dedicación y, a pocos días de distancia, la celebración de la Pascua. La dedicación se celebra en la fe cristiana como símbolo de que somos templo divino: “por eso, nosotros, carísimos, si queremos celebrar con alegría la dedicación del templo, no debemos destruir en nosotros, con nuestras malas obras, el templo vivo de Dios. Lo diré de una manera intelibible para todos: debemos disponer nuestras almas del mismo modo como deseamos encontrar dispuesta la iglesia cuando venimos a ella. ¿Deseas encontrar limpia la basílica? Pues no ensucies tu alma con el pecado. Si deseas que la basílica esté bien iluminada, Dios desea también que tu alma no esté en tinieblas, sino que sea verdad lo que dice el Señor: que brille en nosotros la luz de las buenas obras y sea glorificado aquel que está en los cielos” (S. Cesáreo de Arlés). Se celebra también la Pascua, pero no como partida hacia la liberación, sino como llegada, después de volver a preparar el Templo, y no solo como recuerdo sino como actualización de las obras de Dios, y como profecía de lo que será la liberación y salvación en Jesús (Biblia de Navarra).
Así se termina la primera parte del libro de Esdras (cc. 1-6), que gira toda ella en torno al templo. El templo junto con el personal dedicado a su servicio y la ordenación del culto son temas predilectos de la historia cronística. El templo postexílico, inaugurado en el 515, dura hasta Herodes el Grande (37-4 a. J.C.). En el año 18 de su reinado Herodes emprendió la construcción de un nuevo templo, que en lo esencial fue concluido en muy poco tiempo. En cuanto a las partes complementarias y a los detalles no fue ultimado hasta unos pocos años antes del 70 de nuestra era, en que fue totalmente destruido por los romanos. Aunque en realidad el templo de Herodes fue un tercer templo, ya que lo construyó desde sus cimientos y además fue el más sólido y suntuoso de todos, sin embargo los judíos lo consideran como una mera reconstrucción del anterior. De ahí que, al dividir su historia con referencia al templo, hablan de dos grandes períodos: el primero corresponde al primer templo, o sea hasta el destierro; y el segundo corresponde al segundo templo, que ellos alargan hasta el año 70 de nuestra era. A partir de esa fecha ha habido intentos, en distintas ocasiones, por ejemplo en tiempo de Juliano el Apóstata, de reconstruir el que los judíos llaman tercer templo, pero nunca se han visto coronados por el éxito. Actualmente, una vez que los judíos han regresado a su tierra, se ha vuelto a plantear la cuestión del templo y las opiniones andan divididas. La solución más generalizada es que el tercer templo lo construirá el Mesías, cuando venga (Edic. Marova).
-El rey de Persia, Darío, escribió a las autoridades de la provincia situada al oeste del Eufrates y de la que dependía Jerusalén... En efecto, Jerusalén no es más que un pequeño cantón del Imperio persa. Los judíos han perdido toda esperanza de restablecer un reino terrenal en la dinastía de David. Es muy notable que en lugar de crisparse por la pérdida de lo que fue un sueño temporal, los judíos más conscientes llegados de nuevo a Jerusalén, acepten lealmente la autoridad persa y se entreguen totalmente a la edificación de una «comunidad» fervorosa y únicamente religiosa. Habiendo perdido toda ilusión de independencia política, se dedican a profundizar lo esencial de su razón de vivir: la fe y el culto de Yahvéh. Cuando ciertas circunstancias exteriores son desfavorables ¿tengo yo también el reflejo de concentrarme en lo esencial, sirviéndome de las contrariedades para lograr una purificación y un avance espiritual?
-«Dejad al gobernador de Judá y a los ancianos de los judíos que reconstruyan ese Templo de Dios... los gastos de esas gentes les serán reembolsados sin demora de los fondos reales, es decir, de los impuestos de la provincia.» Es de admirar la amplitud de miras de ese rey pagano... cuyos proyectos humanos se inscriben con tanta exactitud en los proyectos de Dios. Esos acontecimientos antiguos no se nos relatan para que los recordemos como tales, sino para que nos ilustren sobre el DÍA de HOY de Dios. Alguna vez, escuchando la radio o leyendo el periódico ¿trato de leer en esas noticias los movimientos de la historia que me parece que hacen avanzar el proyecto de Dios?
-Los ancianos de Judá continuaron con éxito los trabajos de construcción, animados por la palabra de los profetas Ageo y Zacarías. Llevaron a término la construcción conforme a la orden del Dios de Israel y según los decretos de Ciro y de Darío. Deportados puestos en libertad... decretos reales... descentralización regional... impuestos... Son todas ellas cuestiones típicamente profanas y políticas. Pero, en el interior de todo ello, unos hombres viven el dinamismo de su Fe: si el decreto proviene del Rey, ellos obedecen de hecho en profundidad a la «orden de Dios». Y los profetas, de los que leeremos algunas páginas la próxima semana, están allá para dar el sentido de la acción emprendida.
-El Templo fue terminado el día veintitrés del mes de Adar, el año sexto del reinado de Darío. Los israelitas -sacerdotes, levitas y el resto de los repatriados- celebraron con júbilo la dedicación del Templo. En 515, el santuario, completamente nuevo, es consagrado. Este edificio, llamado «segundo Templo» -el primero, construido por Salomón, había sido destruido por Nabucodonosor en 587- durará hasta el tiempo de Herodes que lo embellecerá unos años antes de Jesús. Es el edificio que frecuentrará Jesús. A algunos metros de distancia Jesús será crucificado y resucitará. Jerusalén permanece como uno de los altos lugares espirituales de la humanidad.
-Los deportados celebraron la Pascua... Inmolaron la Pascua para todos, para sus hermanos, los sacerdotes y para sí mismos. Se trata en efecto, de una renovación religiosa. Aquel día recomienza un culto interrumpido durante setenta y dos años. Admirable tenacidad la de esos creyentes. Podría creerse que la Fe de Israel había zozobrado en la persecución y en la deportación. Pues bien, sin ninguna estructura, sin ninguna ceremonia se mantuvo y fue, incluso, más profunda (Noel Quesson).
Las dificultades, en tiempos del persa Darío, de la oposición samaritana en cuanto a levantar el templo de Jerusalén son resueltas por la comunidad restauradora alegando el edicto de Ciro (vv 3-5), el fundador del Imperio persa. Es conocida la actitud respetuosa de los persas por lo que respecta a las religiones de los pueblos que se anexionaban. Este hecho, explicable como una simple medida política en orden a la convivencia pacífica, viene considerado como una cooperación de la causalidad divina y humana (14), puesto que llevaba a cabo el cumplimiento del designio de Dios (12). Sin caer en un providencialismo alienante, hay que aprender de una vez por todas esta lección constantemente repetida: el Dios de la Biblia es el Dios que se revela en la historia. La complicada trama de los acontecimientos tiene un sentido querido por Dios, verdadero rector del flujo histórico, a pesar de los zigzags que aparentan como si la historia fuera dirigida fatalmente por el capricho de los prepotentes, o por el juego dialéctico de la materia o incluso por la complicación creciente de las estructuras.
Recobrada la mansión de la vida religiosa, los regresados del exilio podrán encaminar sus fuerzas en convertirse en una comunidad cultual y socialmente organizada. Por otra parte, la recuperación del templo de Jerusalén sellará definitivamente el cisma con los samaritanos, los cuales acabarán construyéndose un templo en la montaña de Garizín. Los cristianos sabemos que el auténtico templo, el auténtico lugar de encuentro con Dios es Jesús (Jn 2,21) y que desde entonces todo templo de fabricación humana está radicalmente relativizado porque «es llegada la hora -dice Jesús- en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4,21.23; R. Vives).
Dios nos llama para que, por más que nos veamos acosados por una serie de diversas tentaciones, jamás nos dejemos de esforzarnos, ayudados por su Gracia y su Espíritu, por hacer de nuestra vida personal y de toda la comunidad de creyentes, una digna morada al Señor. Entonces seremos dignos de celebrar el Memorial de su Misterio Pascual, pues la vida de la Iglesia se construye en torno a la Eucaristía; sin ella la vida y el apostolado de la Iglesia no tiene significado alguno, pues, finalmente la Eucaristía nos hace pregustar los bienes eternos, ya que la vida de la Iglesia se encamina a la celebración del Banquete eterno, Pascua que ya no acaba, pues el Cordero de Dios iluminará para siempre nuestra vida por los siglos de los siglos.
2. Sal. 121. S. Agustín comenta: “Esta ciudad bien compacta es la Iglesia. Su cimiento es Cristo. En la tierra, cuando se echa el cimiento, se edifican las paredes hacia arriba y su peso gravita hacia abajo, porque abajo está colocado el fundamento. Pero, si nuestro fundamento –Cristo- está en el Cielo, entonces edificamos hacia el Cielo. En esta basílica que veis, la que hoy nos reúne, los arquitectos colocaron los ciminetos abajo; pero cuando somos edificados como templo espiritual, el cimiento lo hemos de colocar en las alturas. Corramos, pues hacia allí; apresurémonos hasta que nuestros pies estén pisando tus umbrales, Jerusalén”. Juan Pablo II comenta: “La oración que acabamos de escuchar y gustar es uno de los más hermosos y apasionados cánticos de las subidas. Se trata del salmo 121, una celebración viva y comunitaria en Jerusalén, la ciudad santa hacia la que suben los peregrinos. En efecto, al inicio, se funden dos momentos vividos por el fiel: el del día en que aceptó la invitación a "ir a la casa del Señor" (v. 1) y el de la gozosa llegada a los "umbrales" de Jerusalén (cf. v. 2). Sus pies ya pisan, por fin, la tierra santa y amada. Precisamente entonces sus labios se abren para elevar un canto de fiesta en honor de Sión, considerada en su profundo significado espiritual.
Jerusalén, "ciudad bien compacta" (v. 3), símbolo de seguridad y estabilidad, es el corazón de la unidad de las doce tribus de Israel, que convergen hacia ella como centro de su fe y de su culto. En efecto, a ella suben "a celebrar el nombre del Señor" (v. 4) en el lugar que la "ley de Israel" (Dt 12,13-14; 16,16) estableció como único santuario legítimo y perfecto. En Jerusalén hay otra realidad importante, que es también signo de la presencia de Dios en Israel: son "los tribunales de justicia en el palacio de David" (Sal 121,5); es decir, en ella gobierna la dinastía davídica, expresión de la acción divina en la historia, que desembocaría en el Mesías (cf. 2 S 7,8-16).
Se habla de "los tribunales de justicia en el palacio de David" (v. 5) porque el rey era también el juez supremo. Así, Jerusalén, capital política, era también la sede judicial más alta, donde se resolvían en última instancia las controversias: de ese modo, al salir de Sión, los peregrinos judíos volvían a sus aldeas más justos y pacificados. El Salmo ha trazado, así, un retrato ideal de la ciudad santa en su función religiosa y social, mostrando que la religión bíblica no es abstracta ni intimista, sino que es fermento de justicia y solidaridad. Tras la comunión con Dios viene necesariamente la comunión de los hermanos entre sí (…).
Concluyamos nuestra meditación sobre el salmo 121 con la reflexión de uno de los Santos Padres, para los cuales la Jerusalén antigua era signo de otra Jerusalén, también "fundada como ciudad bien compacta". Esta ciudad -recuerda san Gregorio Magno en sus Homilías sobre Ezequiel- "ya tiene aquí un gran edificio en las costumbres de los santos. En un edificio una piedra soporta la otra, porque se pone una piedra sobre otra, y la que soporta a otra es a su vez soportada por otra. Del mismo modo, exactamente así, en la santa Iglesia cada uno soporta al otro y es soportado por el otro. Los más cercanos se sostienen mutuamente, para que por ellos se eleve el edificio de la caridad. Por eso san Pablo recomienda: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo" (Ga 6,2). Subrayando la fuerza de esta ley, dice: "La caridad es la ley en su plenitud" (Rm 13,10). En efecto, si yo no me esfuerzo por aceptaros a vosotros tal como sois, y vosotros no os esforzáis por aceptarme tal como soy, no puede construirse el edificio de la caridad entre nosotros, que también estamos unidos por amor recíproco y paciente". Y, para completar la imagen, no conviene olvidar que "hay un cimiento que soporta todo el peso del edificio, y es nuestro Redentor; él solo nos soporta a todos tal como somos. De él dice el Apóstol: "Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1 Co 3,11). El cimiento soporta las piedras, y las piedras no lo soportan a él; es decir, nuestro Redentor soporta el peso de todas nuestras culpas, pero en él no hubo ninguna culpa que sea necesario soportar". Así, el gran Papa san Gregorio nos explica lo que significa el Salmo en concreto para la práctica de nuestra vida. Nos dice que debemos ser en la Iglesia de hoy una verdadera Jerusalén, es decir, un lugar de paz, "soportándonos los unos a los otros" tal como somos; "soportándonos mutuamente" con la gozosa certeza de que el Señor nos "soporta" a todos. Así crece la Iglesia como una verdadera Jerusalén, un lugar de paz. Pero también queremos orar por la ciudad de Jerusalén, para que sea cada vez más un lugar de encuentro entre las religiones y los pueblos; para que sea realmente un lugar de paz”.
Qué alegría estar nuevamente en Jerusalén; qué alegría poder en ella alabar al Señor en su templo; esta es la razón por la que se buscará la felicidad de esa ciudad, pues de ella recibimos la paz y la felicidad. Nosotros, creyentes en Cristo, hemos recibido la paz, el perdón, la misericordia de Aquel que no rehuyó manifestarnos su amor hasta el extremo, yendo a Jerusalén, pues no es bueno que un profeta muera fuera de Jerusalén. Dios nos quiere entregados a favor de los demás; hemos de ser para ellos motivo de paz y de felicidad. Jamás motivo de tristeza, dolor, sufrimiento y muerte; pues Jesús no nos envió a destruir, sino a construir su Reino de justicia, de santidad y de paz.
3.- Lc 8,19-21 2. (ver Mc 3. 31-35: martes de la tercera semana). Entre los muchos que seguían a Jesús, hoy aparecen también "su madre y sus hermanos", o sea, María su madre y los parientes de Nazaret, que en lengua hebrea se designan indistintamente con el nombre de "hermanos". ¿A qué vinieron? Lucas no nos lo dice. Marcos, en una situación paralela, interpreta la escena como que los familiares, asustados por lo que se decía de Jesús y las reacciones contrarias que hacían peligrar su vida, venían poco menos que a llevárselo, porque decían que "estaba fuera de sí" (Mc 3,20-21). Lucas, que parece conocer noticias más directas -¿de parte de la misma Virgen?- no le da esa lectura. Podían venir sencillamente a saludarle, a hacer acto de presencia junto a su pariente tan famoso, a alegrarse con él y a preocuparse de si necesitaba algo.
Jesús aprovecha la ocasión para decir cuál es su nuevo concepto de familia o de comunidad: "mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra". No niega el concepto de familia, pero sí lo amplía, dando prioridad a los lazos de fe por encima de la sangre. Continúa, por tanto, el eco de la parábola que leíamos el sábado: la de la semilla que es la Palabra de Dios. Da fruto cuando se acoge bien y se pone en práctica.
La nueva comunidad de Jesús no va a tener como criterio básico la pertenencia a la misma raza o familia de sangre, sino la fe. Ciertamente en el pasaje de Lucas no podrá entenderse esto como una desautorización de su madre, porque el mismo evangelista la ha puesto ya antes como modelo de creyente: "hágase en mí según tu palabra". Al contrario: es una alabanza a su madre, en la que Jesús destaca, no tanto su maternidad biológica, sino su cercanía de fe. Su prima Isabel la retrató bien: "dichosa tú, porque has creído".
Nosotros pertenecemos a la familia de Jesús según este nueva clave: escuchamos la Palabra y hacemos lo posible por ponerla en práctica. Muchos, además, que hemos hecho profesión religiosa o hemos sido ordenados como ministros, hemos renunciado de alguna manera a nuestra familia o a formar una propia, para estar más disponibles en favor de esa otra gran comunidad de fe que se congrega en torno a Cristo. Pero todos, sacerdotes, religiosos o casados, debemos servir a esa "super-familia" de los creyentes en Jesús, trabajando también para que sea cada vez más amplio el número de los que le conocen y le siguen (J. Aldazábal).
La comunidad con Jesús, más que en la sangre está en oír y hacer realidad la Palabra. María es madre de Jesús por el "sí" total y absoluto, dado un día a la Palabra de Dios. "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,37). El texto no es un rechazo de María, es más bien una alabanza. Ella fue un "sí" a la Luz y dio a luz la Luz del mundo; no se la apropió, la entregó y esta misma donación la hace madre y hermana de todos los que siguiendo sus huellas son un sí a la Palabra y un ejemplo para el "hacer" de la Iglesia. Dirá S. Agustín: “de ahí que María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, per omás aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en l amente uqe lo que se lleva en el seno”. No es la raza la que une con Jesús, ni la sangre; sino la acogida creyente y realista, en obras, de la Palabra. La última frase es dirigida a aquellos que por lo que sea: sangre, raza, nombre... creen tener un derecho sobre Jesús. El que se entrega sin presupuestos de ningún género no reconoce derechos, a no ser la necesidad. Dios nos ha elegido. La razón no es nuestra grandeza. Si de algo frente al Señor podemos gloriarnos es de nuestra propia debilidad (Dt 7,7-12).
Los parientes, madre y hermanos, quieren "ver" a Jesús. Es muy difícil precisar lo que esa palabra significa. En el texto correspondiente de Marcos, que Lucas tuvo presente al redactar su evangelio, la intención de la familia se precisa de un modo diáfano: buscan a Jesús para llevarle, porque piensan que está loco (Mc 3. 20-21). Juzgan que está loco porque anuncia entre las gentes cosas que se oponen a las viejas tradiciones de su pueblo.
Formulada con otras palabras, su acusación se identifica con aquélla que dirigen los fariseos: "Está poseído por Beelzebul o Satán", de tal manera que su vida y su mensaje están al servicio de las fuerzas de lo malo (Mc 3,22. Téngase en cuenta la unidad que forman Mc 3,20-21 y 3,31-35). Lucas, mucho más reverente en lo que respecta a la familia de Jesús (especialmente a María), ha suprimido ese motivo (la intención de la familia). Sin embargo, todo nos permite suponer que la llamada familiar reviste para el mismo evangelio de Lucas un rasgo negativo: los parientes quieren monopolizar a Jesús, utilizando los privilegios que les ofrece su parentesco. En este contexto se comprende la respuesta: "Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra" (8,21).
Frente al viejo parentesco de la sangre, Jesús funda las bases de la nueva familia de su Reino, en la que toman parte aquéllos que reciben y cumplen su palabra. Ténganse en cuenta los dos rasgos:
a) es preciso "escuchar la palabra", es decir, hallarse abiertos a la gracia, recibiendo el don de amor que Dios nos ha ofrecido por el Cristo;
b) hay que cumplir la palabra: solamente aquél que la traduce con su vida la ha escuchado plenamente.
El mensaje de Jesús se centra en estos rasgos de gracia y exigencia. Ser cristiano significa vivir en el misterio del amor que Dios nos comunica como nueva posibilidad de existencia; pero, a la vez, supone lograr que el don se expanda de tal forma que se convierta para nosotros en un principio de existencia: desde el amor de Dios debemos llegar a ser puente de amor para los otros.
Los que escuchan y cumplen la palabra de Jesús se han convertido en su familia. No son siervos que están fuera y que reciben por simple compasión un don de amor. Son la madre y los hermanos; es decir, forman con Jesús un mismo hogar de comunión y de confianza. Las barreras de este mundo (divisiones sociales, políticas, religiosas) pierden su sentido. En Jesús y por Jesús todos los hombres constituyen una misma familia, siendo miembros los unos de los otros (Coment. Edic. Marova).
Desde que Jesucristo está sentado a la diestra del Padre, no podemos ya entrar personalmente en contacto con él, no podemos ya verlo con los ojos, no podemos ya presenciar su acción. Jesús mismo dice qué es lo que importa: oír y poner en práctica la palabra de Dios. Nosotros tenemos la palabra de Dios. Los discípulos la siembran todavía en el mundo. Por Jesús fue traída la palabra de Dios al mundo, hizo una carrera triunfal por el mundo, nos llegó también a nosotros. En la palabra está la acción salvífica de Jesús, él está presente como portador de salud "Bienaventurados los que no vieron y creyeron" (Jn 20,29). El que escucha y pone en práctica la palabra de Dios, es madre y hermano de Jesús. No son los lazos de la sangre los que proporcionan la comunión con Jesús, sino el oír y poner en práctica la palabra de Dios. La Iglesia es edificada por la palabra de Dios. Ésta es el alma de la Iglesia, y la Iglesia es su fruto. De la palabra de Dios brota siempre Iglesia viva. Ésta viene a ser familia de Cristo oyendo y guardando la palabra de Dios. En la historia de la infancia se presenta ya a la madre de Jesús como la tierra buena que oye y hace, pone en práctica la palabra de Dios. Es esclava del Señor, que oye la palabra de Dios y se pone a su disposición como esclava (1. 38). Guarda cada palabra y la medita en su corazón (2,19). Lleva la palabra a Isabel, y su anuncio la hace tan rica, que desborda en un cántico (1,46-55). María es el corazón bueno, que retiene la palabra y lleva fruto con constancia. María es madre de Jesús, no sólo porque le dio la vida humana, sino también porque oyó y puso en práctica la palabra de Dios (El NT y su mensaje, Herder).
Lucas escogió colocarlo exactamente después de las parábolas de la "semilla" y de la "lámpara". De ese modo Lucas elaboró como una pequeña teología de la Palabra: los que escuchan a Dios, son tierra buena que produce mucho... son también como lámpara sobre un pedestal que alumbra lejos en derredor... pero también, y sobre todo, son la "familia de Jesús"..."¿Mi madre, mis hermanos? ¡Son los que escuchan la Palabra de Dios!" Tal como Lucas relata esa frase, no tiene nada de polémica. ¡No se trata, para Jesús, de rehusar a su familia, sino de ampliarla! Como si dijera: "¡Oh sí, amo a mi familia; pero esa familia es mucho más extensa de lo que imagináis! Comporta innumerables lazos con innumerables hermanos". Si escuchamos la Palabra de Jesús, nos hacemos semejantes a El, poco a poco vamos pensando y reaccionando como El... como si viviéramos familiarmente con El, como hermanos... ¡Señor, si eso resultara ser verdad! ¡Si escuchara tu voz de tal manera, que llegara yo, efectivamente, a percibirla como una voz familiar, y que, a su vez, mi propia voz acabara por tener la misma entonación que la tuya!
-Los que escuchan la Palabra de Dios, y la ponen en obra. Encontramos aquí la misma insistencia que en las dos parábolas precedentes: vivir la fe... vivir lo que se cree; poner en práctica, eficazmente, nuestras convicciones... practicar, poner en obra, la Palabra de Dios... (Noel Quesson).
María, la Mujer siempre fiel a la Voluntad Divina; aquella que escuchó la Palabra de Dios y, llena de amor, le dice al Señor: He aquí tu esclava, hágase en mí según tu Palabra, es para nosotros el modelo de todo aquel que ha sido redimido y salvado; y no lo es tanto por su Maternidad Divina, cuanto por su fidelidad a Dios. Ella, más que cualquiera de nosotros, es la que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica; por eso es bienaventurada. Por eso se dice que, antes que concebir al Hijo de Dios para que se hiciera hombre en su seno, lo concibió en su corazón. Las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy, más que constituir un desprecio hacia su Madre, se convierten en un descubrir la grandeza de María ante Dios especialmente por su amor fiel. Dios no toma tanta importancia al lugar, tal vez muy importante, que ocupemos en su Cuerpo, que es la Iglesia, sino a nuestra fidelidad que nos hace testigos y signos creíbles de su amor ante nuestros hermanos.
En esta Eucaristía no sólo hemos llegado a los umbrales del templo para celebrar a Aquel que es nuestra reconciliación y nuestra paz; sino que por medio de Cristo Jesús nos acercamos hasta el Misterio de Dios, y no como esclavos sino como hijos. El Señor no sólo se nos muestra para que le demos culto, sino que nos hace entrar en comunión con Él de tal forma que se convierte para nosotros en nuestro Camino de salvación. Él, a pesar de nuestras infidelidades, nos concede el perdón y la paz. Que su vida, en nosotros, no se convierta en esterilidad, sino que encuentre en nosotros un terreno fértil capaz de producir abundantes frutos de salvación para que la paz, la felicidad, la armonía y el amor, que proceden de Dios, llegue, por medio de su Iglesia, a todos los pueblos.
El Señor nos hace partícipes de su vida. Pero esa vida es para hacerla parte de nuestra existencia, que manifieste nuestra fidelidad a la Palabra y al Amor recibidos no sólo con actos de culto, sino con nuestras obras buenas, convertidas en una continua alabanza al Nombre de Dios. Ante Dios no contará sólo el culto que le tributemos en el templo; junto con nuestra alabanza hemos de pasar haciendo el bien si no queremos que al final el Señor nos diga que no nos reconoce, no tanto porque no nos hayamos sentado a su Mesa y lo hayamos escuchado por las plazas, y en su Nombre hayamos, incluso, expulsado demonios, sino porque nuestra vida se convirtió en un obrar la iniquidad, haciendo, así, por desgracia, que nuestras obras personales no concordaran con aquello que anunciábamos. Vivamos y caminemos en la justicia y en la paz, de tal forma que, ya desde la construcción de la ciudad terrena, vayamos construyendo entre nosotros el Reino de Dios que, en la eternidad llegará a su Plenitud cuando, reunidos como hijos en torno a nuestro Padre, junto con Jesús sea Él nuestra la Paz eterna.
Que Dios nos conceda, por intercesión de María, nuestra Madre, la gracia de vivir, a ejemplo de ella, escuchando la Palabra de Dios y poniéndola en práctica hasta que, finalmente alcancemos los bienes eternos y gocemos, así, de la Bienaventuranza sin ocaso. Amén (www.homiliacatolica.com)
domingo, 18 de septiembre de 2011
Lunes de la 25 semana: "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres", canta Israel al volver de la deportación. Y Él nos pide que seamos
Lunes de la 25 semana: "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres", canta Israel al volver de la deportación. Y Él nos pide que seamos luz y estemos activos: "Nadie enciende un candil y lo mete debajo de la cama"
Esdras 1,1-6: 1 En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra de Yahveh, por boca de Jeremías, movió Yahveh el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: 2 «Así habla Ciro, rey de Persia: Yahveh, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. El me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá. 3 Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, sea su Dios con él. Suba a Jerusalén, en Judá, a edificar la Casa de Yahveh, Dios de Israel, el Dios que está en Jerusalén. 4 A todo el resto del pueblo, donde residan, que las gentes del lugar les ayuden proporcionándoles plata, oro, hacienda y ganado, así como ofrendas voluntarias para la Casa de Dios que está en Jerusalén.» 5 Entonces los cabezas de familia de Judá y Benjamín, los sacerdotes y los levitas, todos aquellos cuyo ánimo había movido Dios, se pusieron en marcha para subir a edificar la Casa de Yahveh en Jerusalén; 6 y todos sus vecinos les proporcionaron toda clase de ayuda: plata, oro, hacienda, ganado, objetos preciosos en cantidad, además de toda clase de ofrendas voluntarias.
Salmo 126,1-6: 1 Canción de las subidas. Cuando Yahveh hizo volver a los cautivos de Sión, como soñando nos quedamos; 2 entonces se llenó de risa nuestra boca y nuestros labios de gritos de alegría. Entonces se decía entre las naciones: ¡Grandes cosas ha hecho Yahveh con éstos! 3 ¡Sí, grandes cosas hizo con nosotros Yahveh, el gozo nos colmaba! 4 ¡Haz volver, Yahveh, a nuestros cautivos como torrentes en el Négueb! 5 Los que siembran con lágrimas cosechan entre cánticos. 6 Al ir, va llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando trayendo sus gavillas.
Lucas 8,16-18: 16 «Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. 17 Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. 18 Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará.»
Comentario: 1.- Esd 1,1-6. El periodo histórico a que hace referencia Esdras comienza el año 538, fecha en que Ciro publica su edicto autorizando el retorno de los israelitas a su tierra y el cultivo de su religión y templo. A partir de ese movimiento de los grupos que vuelven de tierras de Babilonia a su tierra, se pondrá en marcha en el siglo V la restauración del templo y la reorganización del culto; se procederá a la reforma espiritual con rigorismo en moral y costumbres; y las tradiciones culturales-religiosas se recogerán, se clasificarán y quedarán ordenadas en numerosos libros de los que forman el Antiguo testamento. Tal será, además, el ambiente en que la Ley, la pureza legal y las estructuras teocráticas tomarán de nuevo fuerza. Con ello se fortalecerá, o se dará origen a un judaísmo que permanecerá hasta el Nuevo Testamento.
Ha concluido el destierro; hay que volver a la tierra prometida; frente a ellos irán los jefes de familia. Al igual que a su salida de Egipto, los habitantes del lugar les entregan oro, plata, utensilios, ganado y objetos preciosos; además, ofrendas voluntarias. El Rey no es castigado, sino que es movido por Dios, pues Él mismo se reconoce siervo del Dios de Israel escuchando sus mandatos y poniéndolos en práctica. El Rey es comparado con David y Salomón, que construyeron el Templo al Señor, y ahora hay que aportar todo lo necesario para que dicho templo se reconstruya. Dios, a nosotros, por medio de Jesús, ha venido a reconstruir nuestra vida, no a ejemplo de nuestros antiguos padres, sino como el Dios de misericordia que nos quiere conforme a la imagen de su propio Hijo. Por eso, también a nosotros nos corresponde reconstruir ese templo del Señor. Y la Escritura nos dice: y ustedes son el templo de Dios. Que nuestra vida esté firmemente edificada en Cristo; que quede adornada por las virtudes coronadas por el amor. Que en verdad seamos una digna morada del Espíritu de Dios en nosotros, para que, saliendo de nuestras esclavitudes, seamos un signo cada vez más claro del amor de Dios en medio de nuestros hermanos.
-“En el año primero de Ciro, rey de Persia, el Señor inspiró a Ciro quien mandó publicar a todo el imperio: «Quienes de entre vosotros pertenezcan a su pueblo sea su Dios con ellos, y suban a Jerusalén a edificar el templo del Señor...»”. Durante dos semanas leeremos unos extractos de Libros del Antiguo Testamento que se refieren al siglo siguiente al retorno del exilio en Babilonia. Cuando en 538 se derrumba el imperio babilónico, bajo la ofensiva del persa Ciro, que promulga un edicto famoso por el que permite que los deportados vuelvan a su patria. Este edicto de Ciro corresponde enteramente a la política conciliadora y abierta que esta dinastía persa va a inaugurar. Más que imponer su yugo a las provincias conquistadas, como lo hizo el imperio babilónico, Ciro intenta una «regionalización»: cada región tendrá una cierta autonomía, cada religión podrá ser libremente practicada. El autor bíblico ve en esta apertura una inspiración de Dios. Después de un duro y largo cautiverio, de 587 a 538, los judíos retornan a su país y algunas personalidades excepcionales animan a la «restauración»: Nehemías, el constructor... Esdras, el sacerdote... Ageo y Zacarías, los profetas... Se emprende la reconstrucción del Templo de Jerusalén, luego de las murallas de la ciudad; y ante todo se reconstruirá el alma de la comunidad, en derredor de la Ley. Es una de las más grandes épocas del judaísmo. Más allá del aspecto de habilidad política podemos ver, en efecto en esta decisión; un "respeto al hombre" que va por completo en el sentido del proyecto universal de Dios. HOY todavía, unas potencias, unos grupos de presión, una culturas poderosas, unas ideologías de moda querrían imponerse a todos y dominar. El edicto de Ciro puede ayudarnos a orar por el respeto a las minorías.
-“A todo el resto de Israel donde residan, que las gentes del lugar les ayuden, proporcionándoles oro, plata, hacienda y ganado, así como ofrendas voluntarias para el Templo de Dios que está en Jerusalén.” Como puede verse, si se reflexiona sobre ello, esto va muy lejos. A persas y a babilonios se les pide que ayuden a los judíos a reconstruir su Templo. Ese edicto va pues mucho más allá de la yuxtaposición de culturas y de religiones que se soportan ignorándose mutuamente. Hay aquí una tentativa admirable de «diversidad» y de interés respecto a la manera de pensar de los demás. En nuestro tiempo de recrudescencia de los sectarismos, es una lección siempre actual. Si conozco a personas que practican una religión diferente de la mía, ¿cuál es mi actitud hacia ellas? ¿Y mi propia convicción personal?; ¿me contento con una práctica religiosa totalmente exterior? O bien, ¿profundizo en mi propia fe para ser capaz, eventualmente, de dar cuenta de ella a los que practican otras religiones, o a los ateos?
-“Entonces, los cabeza de familia de Judá y Benjamín, los sacerdotes y los levitas, todos aquellos cuyo ánimo había movido Dios, se pusieron en marcha para subir a reconstruir el Templo del Señor en Jerusalén”. No nos hagamos ilusiones, fue sin duda un "pequeño resto" el que se comprometió así... ¡unos pioneros! La gran masa de los deportados, después de cincuenta años de exilio, se había instalado en tierra extranjera. De este modo, comienza una especie de nuevo Éxodo. Hay que arrancarse de las seguridades adquiridas, y lanzarse a la aventura... bajo la inspiración de Dios (Noel Quesson).
Para el autor, el regreso del exilio no será sino el cumplimiento del designio de Dios en orden a la restauración del templo y del culto, como centro de la vida religiosa del pueblo. El culto será el lugar del encuentro con Dios, pero un encuentro dinámico que actualizará las acciones de Dios en favor del pueblo a lo largo de la historia. Precisamente, Israel acaba de vivir la experiencia, como la antigua de Egipto y del éxodo, del Dios que gobierna la historia marchando al lado de un pueblo débil, esclavo, oprimido.
El Dios de la Biblia no es el Dios de los metafísicos -¡qué actual es todavía la requisitoria que le hacía Pascal!-. El Dios vivo, precisamente porque es fiel a las promesas (1,1) -fidelidad no quiere decir inmovilidad-, irrumpe constantemente en la historia, provoca el cambio, innova, no deja esclerotizar situaciones e instituciones. Ciro, ¡un pagano, un extranjero, agente de la salvación del Dios de Israel! Más todavía: es su ungido, su mesías, equiparado a los reyes de la dinastía davídica (Is 45,1). Es una novedad escandalosa para la mentalidad israelita y, sin embargo, provocada por Dios en orden a continuar la historia de salvación. Nos es necesario estar atentos a los signos de los tiempos. Los movimientos sociales modernos, por ejemplo, ¿no nos ha hecho tomar conciencia más radical de que ser cristiano es también un compromiso a nivel mundial y no sólo un asunto privado de cada uno con Dios? (R. Vives).
2. Sal 125/126. Qué alegría es volver del cautiverio; y volver trayendo todo aquello que se necesita para reconstruir el templo de Dios. Sin embargo la obra se torna difícil y el ánimo decae; por eso se pide a Dios que cambie la suerte de su pueblo como cambian los torrentes del Négueb. No es fácil vivir constantemente comprometidos con el Señor y con su Iglesia. Los ánimos de quienes se comprometen como colaboradores en el anuncio del Evangelio, podrían poco a poco venirse abajo ante lo duro en que se convierte la obra, ante la poca respuesta de aquellos a quienes uno va en nombre de Dios. No podemos bajar la guardia, dar la vuelta y dejar la obra a medio concluir. No confiemos en nuestros débiles esfuerzos. Pongámonos en manos de Dios y, fortalecidos por su Espíritu, seamos perseverantes en hacer el bien y en proclamar el Nombre del Señor con la vida y con las palabras. Roguémosle a Dios que sea Él quien haga su obra de salvación por medio nuestro, y que no dé la fortaleza necesaria para que el desaliento no nos domine aun cuando pareciera que avanzamos demasiado lento.
3. Lc. 8, 16-18. -Jesús decía a sus discípulos: "Nadie enciende una lámpara para cubrirla con una vasija o ponerla debajo de la cama..." Se dice a veces, y es verdad, que la mentalidad moderna se ocupa mucho de rendimiento y de eficacia. Pero en todo tiempo el hombre ha buscado el rendimiento máximo para sus empresas: es una característica del hombre creado por Dios. Sí, dice Jesús, cuando se enciende una lámpara se la coloca en el lugar más adecuado para que alumbre al máximo.
-“Se la pone sobre un candelero, para que los que entran vean la luz”. Me gusta, Señor, descubrir que eres una persona práctica y procuras la eficacia. En medio de ese mundo moderno tan apegado al rendimiento, ayúdanos a comprender ese valor humano, que tan firmemente recomienda el evangelio. ¡Dar fruto en abundancia, si es un árbol! ¡Dar ciento por uno, si es una semilla! ¡Iluminar todo el entorno, si es una lámpara! Pero cuidado a no aplicar esta exigencia... a los demás solamente. Yo, en mi vida ¿tengo una verdadera solicitud por "hacer que la luz rinda" al máximo su resplandor y claridad?
-“Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no llegue a ser conocido y manifiesto”. San Lucas cita esta parábola como una especie de conclusión al discurso de Jesús: es ciertamente la "Palabra de Dios" esa luz que hay que colocar y presentar en su máximo valor. ¿Tengo yo esa solicitud? Jesús piensa en sus propias palabras: cuando las pronuncia ante el pequeño auditorio de sus primeros discípulos, sabe que son aún como una luz "escondida", pero Jesús entrevé el día en el cual el evangelio será proclamado "a plena luz". ¿Procuro que mi vida y mis palabras, en ocasiones oportunas, sean evangelizadoras?
¿Guardo mi fe solamente como un "secreto" personal? ¿Considero mi religión como un "asunto privado"? ¿Se sabe, a mi alrededor que soy cristiano que amo a Dios y a todos los hombres mis hermanos, como Cristo nos enseña? ¿Por medio de qué signos visibles, se traduce exteriormente mi Fe?
-“Estad atentos al modo como escucháis y aprendéis...” Hay que "ser luz" antes de querer alumbrar a los demás; porque esa luz, que es divina, hay que recibirla primero. "Estad atentos... escuchad..." Hay muchos modos de escuchar. La calidad de la luz depende de esa disposición. En un aula de alumnos, en un grupo que escucha una conferencia, hallamos todos los grados de recepción. Algunos asistentes están soñolientos, distraídos y no retendrán nada de lo que se ha dicho. Otros están allí, ávidos, activos, los ojos fijos en el que habla, la inteligencia despierta, el bolígrafo en la mano sobre el bloc de notas, dispuestos a contestar, si se hace una pregunta... ¿Cuál es mi avidez por la luz, por la Palabra de Dios? ¿Cómo me esfuerzo para conocerla mejor? ¿Cuánto tiempo le dedico? ¿Con qué atención? ¿Cuál es el rendimiento de mi atención?
-“Porque al que tenga se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará...” Sí, es una verdad popular, de experiencia: se pierden los dones que no se hacen fructificar... se atrofian los músculos que no se hacen actuar... se apaga poco a poco la Fe que no se lleva a la práctica (Noel Quesson).
El sábado pasado leíamos la parábola de la semilla, la Palabra de Dios, que debería dar el ciento por uno de fruto si la escuchamos "con un corazón noble y generoso" y la guardamos. Las breves enseñanzas de hoy son continuación de aquélla. Jesús quiere que seamos luz que ilumine a los demás: un candil no se enciende para esconderlo. No tiene que quedar oculto lo que la Palabra nos ha dicho: debe hacerse público. Si actuamos así, será verdad lo de que "al que tiene, se le dará", porque la Palabra multiplica sus frutos en nosotros. Y al revés, al que no le haga caso, "se le quitará hasta lo que cree tener" y quedará estéril.
Uno de los frutos mejores de la Palabra de Dios que escuchamos -por ejemplo en nuestra Eucaristía- es que se convierta en luz dentro de nosotros y también en luz hacia fuera. Para eso la escuchamos: para que, evangelizados nosotros mismos, evangelicemos a los demás, o sea, anunciemos la Buena Noticia de la verdad y del amor de Dios. Lo que recibimos es para edificación de los demás, no para guardárnoslo. Como la semilla no está pensada para que se quede enterrada, sino para que germine y dé fruto. Tenemos una cierta tendencia a privatizar la fe, mientras que Jesús nos invita a dar testimonio ante los demás. ¡Qué efecto evangelizador tiene el que un político, o un deportista, o un artista conocido no tengan ningún reparo en confesar su fe cristiana o su adhesión a los valores más profundos!
¿Iluminamos a los que viven con nosotros?; ¿les hacemos más fácil el camino? No hace falta escribir libros o emprender obras muy solemnes. ¡Cuánta luz difunde a su alrededor aquella madre sacrificada, aquel amigo que sabe animar y también decir una palabra orientadora, aquella muchacha que está cuidando de su padre enfermo, aquel anciano que muestra paciencia y ayuda con su interés y sus consejos a los más jóvenes, aquel voluntario que sacrifica sus vacaciones para ayudar a los más pobres! No encienden una hoguera espectacular. Pero sí un candil, que sirve de luz piloto y hace la vida más soportable a los demás.
El día de nuestro Bautismo -y lo repetimos en la Vigilia Pascual cada año se encendió para cada uno de nosotros una vela, tomando la luz del Cirio pascual símbolo de Cristo. Es un gesto que nos recuerda nuestro compromiso, como bautizados, de dar testimonio de esa luz ante las personas que viven con nosotros. El Vaticano II llamó a la Iglesia Lumen Gentium, luz de las naciones. Lo deberíamos ser en realidad, comunicando la luz y la alegría y la fuerza que recibimos de Dios, de modo que no queden ocultas por nuestra pereza o nuestro miedo. Jesús, que se llamó a sí mismo Luz del mundo, también nos dijo a sus seguidores: vosotros sois la luz del mundo. Somos Iglesia misionera, que multiplica los dones recibidos comunicándolos a cuantos más mejor (J. Aldazábal).
El Señor ha sembrado, en nuestros corazones, su Palabra que nos santifica. Ojalá esa Palabra sea fecunda y produzca en nosotros abundantes frutos que no sólo los disfrutemos nosotros, sino que otros se alimenten de ellos para que tengan vida en abundancia. La vida que hemos recibido de Dios, vida que nos ha iluminado sacándonos de nuestras tinieblas y esterilidades, no puede ocultarse cobardemente, ni puede vivirse como si fuera de un grupo cerrado incapaz de dar vida a los demás. El Señor nos quiere apóstoles, capaces de llevar su vida, su salvación a todos. Él nos envía a todo el mundo, hasta sus últimos rincones, para que el don de la salvación que se nos ha comunicado, pueda iluminar la vida de todos los hombres y puedan todos caminar a la luz del Señor, ya no como enemigos, ni como esclavos del pecado, sino como hijos de Dios, purificados gracias a la Sangre del Cordero inmaculado. Quien se convierta en mensajero de salvación recibirá en abundancia los dones que Dios quiere hacer llegar a todos. A quien quiera llevar su vida con una piedad personalista, pensando que mientras uno se salve no importa que los demás se condenen, finalmente se le quitará aquello que pensaba poseer, pues sólo serán dignos de estar junto con Cristo quienes hayan hecho de su vida un fruto que haya alimentado a los demás, y no sólo una vida que, como la sabia que corre oculta entre las ramas, se hubiera quedado sin hacernos saber su bondad y sabrosura por medio de sus frutos; eso mismo pasa con quien posee al Señor y no nos manifiesta la gran bondad y santidad que posee a través de los frutos de que nos alimentamos mediante su trato, su preocupación por los desvalidos, y su misericordia hacia los que han fallado.
Cristo, Luz de las naciones, se hace presente entre nosotros con toda la fuerza salvadora de su Pascua, mediante el Sacramento de su amor. Él no sólo ilumina nuestra vida, sino que nos convierte también a nosotros en luz de las naciones. Efectivamente, la luz de Cristo resplandece sobre el rostro de la Iglesia. Unidos a Él, participamos de todo aquello con lo cual vino a hacérsenos cercano. La Iglesia debe ser, ante el mundo, el sacramento, o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano que Cristo vino a iniciar entre nosotros. Entrar en comunión con Cristo, mediante la participación en su Misterio Pascual, no puede considerarse simple y sencillamente un acto de piedad personal, sino todo un compromiso para esforzarnos denodadamente para que el Reino de Dios se haga realidad entre nosotros.
La Palabra y la Vida que Dios ha sembrado en nosotros, no es para que se quede escondida, sino para que brote y produzca abundancia de frutos, pues el Señor espera que no seamos como terrenos inútiles, incapaces de hacer que la vida de Dios se haga vida nuestra, sino de que, a impulsos del Espíritu, realicemos obras que manifiesten la bondad, la salvación, la misericordia, la paz que Dios, por medio nuestro sigue ofreciendo al mundo. Es así, dando luz, como nosotros colaboramos a la salvación de nuestros hermanos. Es menos pecador el que nunca ha encendido su luz en las tinieblas, que aquel que, encendiéndola, la ha ocultado evitando que los demás sean iluminados por ella. Creer en Cristo y actuar como si no creyéramos en Él, tal vez nos haga del agrado del mundo, pero no de Dios, que nos quiere colaboradores en el bien y no cómplices de la maldad. Iluminados por el Señor, hechos, por Él, luz para las naciones, cobremos tal fortaleza en el Señor mediante la oración y la meditación de su Palabra, que la vivamos y testifiquemos con la fuerza de su Espíritu, de tal modo que a pesar de la fuerza de los vientos, no nos apaguemos, sino continuemos brillando como punto de referencia del actuar en la bondad, en la justicia, en la rectitud, en la generosidad, en la misericordia, en el amor verdadero que necesita nuestro mundo (www.homiliacatolica.com). Llucià Pou Sabaté (con textos tomados de mercaba.org).
Esdras 1,1-6: 1 En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra de Yahveh, por boca de Jeremías, movió Yahveh el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: 2 «Así habla Ciro, rey de Persia: Yahveh, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. El me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá. 3 Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, sea su Dios con él. Suba a Jerusalén, en Judá, a edificar la Casa de Yahveh, Dios de Israel, el Dios que está en Jerusalén. 4 A todo el resto del pueblo, donde residan, que las gentes del lugar les ayuden proporcionándoles plata, oro, hacienda y ganado, así como ofrendas voluntarias para la Casa de Dios que está en Jerusalén.» 5 Entonces los cabezas de familia de Judá y Benjamín, los sacerdotes y los levitas, todos aquellos cuyo ánimo había movido Dios, se pusieron en marcha para subir a edificar la Casa de Yahveh en Jerusalén; 6 y todos sus vecinos les proporcionaron toda clase de ayuda: plata, oro, hacienda, ganado, objetos preciosos en cantidad, además de toda clase de ofrendas voluntarias.
Salmo 126,1-6: 1 Canción de las subidas. Cuando Yahveh hizo volver a los cautivos de Sión, como soñando nos quedamos; 2 entonces se llenó de risa nuestra boca y nuestros labios de gritos de alegría. Entonces se decía entre las naciones: ¡Grandes cosas ha hecho Yahveh con éstos! 3 ¡Sí, grandes cosas hizo con nosotros Yahveh, el gozo nos colmaba! 4 ¡Haz volver, Yahveh, a nuestros cautivos como torrentes en el Négueb! 5 Los que siembran con lágrimas cosechan entre cánticos. 6 Al ir, va llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando trayendo sus gavillas.
Lucas 8,16-18: 16 «Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. 17 Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. 18 Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará.»
Comentario: 1.- Esd 1,1-6. El periodo histórico a que hace referencia Esdras comienza el año 538, fecha en que Ciro publica su edicto autorizando el retorno de los israelitas a su tierra y el cultivo de su religión y templo. A partir de ese movimiento de los grupos que vuelven de tierras de Babilonia a su tierra, se pondrá en marcha en el siglo V la restauración del templo y la reorganización del culto; se procederá a la reforma espiritual con rigorismo en moral y costumbres; y las tradiciones culturales-religiosas se recogerán, se clasificarán y quedarán ordenadas en numerosos libros de los que forman el Antiguo testamento. Tal será, además, el ambiente en que la Ley, la pureza legal y las estructuras teocráticas tomarán de nuevo fuerza. Con ello se fortalecerá, o se dará origen a un judaísmo que permanecerá hasta el Nuevo Testamento.
Ha concluido el destierro; hay que volver a la tierra prometida; frente a ellos irán los jefes de familia. Al igual que a su salida de Egipto, los habitantes del lugar les entregan oro, plata, utensilios, ganado y objetos preciosos; además, ofrendas voluntarias. El Rey no es castigado, sino que es movido por Dios, pues Él mismo se reconoce siervo del Dios de Israel escuchando sus mandatos y poniéndolos en práctica. El Rey es comparado con David y Salomón, que construyeron el Templo al Señor, y ahora hay que aportar todo lo necesario para que dicho templo se reconstruya. Dios, a nosotros, por medio de Jesús, ha venido a reconstruir nuestra vida, no a ejemplo de nuestros antiguos padres, sino como el Dios de misericordia que nos quiere conforme a la imagen de su propio Hijo. Por eso, también a nosotros nos corresponde reconstruir ese templo del Señor. Y la Escritura nos dice: y ustedes son el templo de Dios. Que nuestra vida esté firmemente edificada en Cristo; que quede adornada por las virtudes coronadas por el amor. Que en verdad seamos una digna morada del Espíritu de Dios en nosotros, para que, saliendo de nuestras esclavitudes, seamos un signo cada vez más claro del amor de Dios en medio de nuestros hermanos.
-“En el año primero de Ciro, rey de Persia, el Señor inspiró a Ciro quien mandó publicar a todo el imperio: «Quienes de entre vosotros pertenezcan a su pueblo sea su Dios con ellos, y suban a Jerusalén a edificar el templo del Señor...»”. Durante dos semanas leeremos unos extractos de Libros del Antiguo Testamento que se refieren al siglo siguiente al retorno del exilio en Babilonia. Cuando en 538 se derrumba el imperio babilónico, bajo la ofensiva del persa Ciro, que promulga un edicto famoso por el que permite que los deportados vuelvan a su patria. Este edicto de Ciro corresponde enteramente a la política conciliadora y abierta que esta dinastía persa va a inaugurar. Más que imponer su yugo a las provincias conquistadas, como lo hizo el imperio babilónico, Ciro intenta una «regionalización»: cada región tendrá una cierta autonomía, cada religión podrá ser libremente practicada. El autor bíblico ve en esta apertura una inspiración de Dios. Después de un duro y largo cautiverio, de 587 a 538, los judíos retornan a su país y algunas personalidades excepcionales animan a la «restauración»: Nehemías, el constructor... Esdras, el sacerdote... Ageo y Zacarías, los profetas... Se emprende la reconstrucción del Templo de Jerusalén, luego de las murallas de la ciudad; y ante todo se reconstruirá el alma de la comunidad, en derredor de la Ley. Es una de las más grandes épocas del judaísmo. Más allá del aspecto de habilidad política podemos ver, en efecto en esta decisión; un "respeto al hombre" que va por completo en el sentido del proyecto universal de Dios. HOY todavía, unas potencias, unos grupos de presión, una culturas poderosas, unas ideologías de moda querrían imponerse a todos y dominar. El edicto de Ciro puede ayudarnos a orar por el respeto a las minorías.
-“A todo el resto de Israel donde residan, que las gentes del lugar les ayuden, proporcionándoles oro, plata, hacienda y ganado, así como ofrendas voluntarias para el Templo de Dios que está en Jerusalén.” Como puede verse, si se reflexiona sobre ello, esto va muy lejos. A persas y a babilonios se les pide que ayuden a los judíos a reconstruir su Templo. Ese edicto va pues mucho más allá de la yuxtaposición de culturas y de religiones que se soportan ignorándose mutuamente. Hay aquí una tentativa admirable de «diversidad» y de interés respecto a la manera de pensar de los demás. En nuestro tiempo de recrudescencia de los sectarismos, es una lección siempre actual. Si conozco a personas que practican una religión diferente de la mía, ¿cuál es mi actitud hacia ellas? ¿Y mi propia convicción personal?; ¿me contento con una práctica religiosa totalmente exterior? O bien, ¿profundizo en mi propia fe para ser capaz, eventualmente, de dar cuenta de ella a los que practican otras religiones, o a los ateos?
-“Entonces, los cabeza de familia de Judá y Benjamín, los sacerdotes y los levitas, todos aquellos cuyo ánimo había movido Dios, se pusieron en marcha para subir a reconstruir el Templo del Señor en Jerusalén”. No nos hagamos ilusiones, fue sin duda un "pequeño resto" el que se comprometió así... ¡unos pioneros! La gran masa de los deportados, después de cincuenta años de exilio, se había instalado en tierra extranjera. De este modo, comienza una especie de nuevo Éxodo. Hay que arrancarse de las seguridades adquiridas, y lanzarse a la aventura... bajo la inspiración de Dios (Noel Quesson).
Para el autor, el regreso del exilio no será sino el cumplimiento del designio de Dios en orden a la restauración del templo y del culto, como centro de la vida religiosa del pueblo. El culto será el lugar del encuentro con Dios, pero un encuentro dinámico que actualizará las acciones de Dios en favor del pueblo a lo largo de la historia. Precisamente, Israel acaba de vivir la experiencia, como la antigua de Egipto y del éxodo, del Dios que gobierna la historia marchando al lado de un pueblo débil, esclavo, oprimido.
El Dios de la Biblia no es el Dios de los metafísicos -¡qué actual es todavía la requisitoria que le hacía Pascal!-. El Dios vivo, precisamente porque es fiel a las promesas (1,1) -fidelidad no quiere decir inmovilidad-, irrumpe constantemente en la historia, provoca el cambio, innova, no deja esclerotizar situaciones e instituciones. Ciro, ¡un pagano, un extranjero, agente de la salvación del Dios de Israel! Más todavía: es su ungido, su mesías, equiparado a los reyes de la dinastía davídica (Is 45,1). Es una novedad escandalosa para la mentalidad israelita y, sin embargo, provocada por Dios en orden a continuar la historia de salvación. Nos es necesario estar atentos a los signos de los tiempos. Los movimientos sociales modernos, por ejemplo, ¿no nos ha hecho tomar conciencia más radical de que ser cristiano es también un compromiso a nivel mundial y no sólo un asunto privado de cada uno con Dios? (R. Vives).
2. Sal 125/126. Qué alegría es volver del cautiverio; y volver trayendo todo aquello que se necesita para reconstruir el templo de Dios. Sin embargo la obra se torna difícil y el ánimo decae; por eso se pide a Dios que cambie la suerte de su pueblo como cambian los torrentes del Négueb. No es fácil vivir constantemente comprometidos con el Señor y con su Iglesia. Los ánimos de quienes se comprometen como colaboradores en el anuncio del Evangelio, podrían poco a poco venirse abajo ante lo duro en que se convierte la obra, ante la poca respuesta de aquellos a quienes uno va en nombre de Dios. No podemos bajar la guardia, dar la vuelta y dejar la obra a medio concluir. No confiemos en nuestros débiles esfuerzos. Pongámonos en manos de Dios y, fortalecidos por su Espíritu, seamos perseverantes en hacer el bien y en proclamar el Nombre del Señor con la vida y con las palabras. Roguémosle a Dios que sea Él quien haga su obra de salvación por medio nuestro, y que no dé la fortaleza necesaria para que el desaliento no nos domine aun cuando pareciera que avanzamos demasiado lento.
3. Lc. 8, 16-18. -Jesús decía a sus discípulos: "Nadie enciende una lámpara para cubrirla con una vasija o ponerla debajo de la cama..." Se dice a veces, y es verdad, que la mentalidad moderna se ocupa mucho de rendimiento y de eficacia. Pero en todo tiempo el hombre ha buscado el rendimiento máximo para sus empresas: es una característica del hombre creado por Dios. Sí, dice Jesús, cuando se enciende una lámpara se la coloca en el lugar más adecuado para que alumbre al máximo.
-“Se la pone sobre un candelero, para que los que entran vean la luz”. Me gusta, Señor, descubrir que eres una persona práctica y procuras la eficacia. En medio de ese mundo moderno tan apegado al rendimiento, ayúdanos a comprender ese valor humano, que tan firmemente recomienda el evangelio. ¡Dar fruto en abundancia, si es un árbol! ¡Dar ciento por uno, si es una semilla! ¡Iluminar todo el entorno, si es una lámpara! Pero cuidado a no aplicar esta exigencia... a los demás solamente. Yo, en mi vida ¿tengo una verdadera solicitud por "hacer que la luz rinda" al máximo su resplandor y claridad?
-“Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no llegue a ser conocido y manifiesto”. San Lucas cita esta parábola como una especie de conclusión al discurso de Jesús: es ciertamente la "Palabra de Dios" esa luz que hay que colocar y presentar en su máximo valor. ¿Tengo yo esa solicitud? Jesús piensa en sus propias palabras: cuando las pronuncia ante el pequeño auditorio de sus primeros discípulos, sabe que son aún como una luz "escondida", pero Jesús entrevé el día en el cual el evangelio será proclamado "a plena luz". ¿Procuro que mi vida y mis palabras, en ocasiones oportunas, sean evangelizadoras?
¿Guardo mi fe solamente como un "secreto" personal? ¿Considero mi religión como un "asunto privado"? ¿Se sabe, a mi alrededor que soy cristiano que amo a Dios y a todos los hombres mis hermanos, como Cristo nos enseña? ¿Por medio de qué signos visibles, se traduce exteriormente mi Fe?
-“Estad atentos al modo como escucháis y aprendéis...” Hay que "ser luz" antes de querer alumbrar a los demás; porque esa luz, que es divina, hay que recibirla primero. "Estad atentos... escuchad..." Hay muchos modos de escuchar. La calidad de la luz depende de esa disposición. En un aula de alumnos, en un grupo que escucha una conferencia, hallamos todos los grados de recepción. Algunos asistentes están soñolientos, distraídos y no retendrán nada de lo que se ha dicho. Otros están allí, ávidos, activos, los ojos fijos en el que habla, la inteligencia despierta, el bolígrafo en la mano sobre el bloc de notas, dispuestos a contestar, si se hace una pregunta... ¿Cuál es mi avidez por la luz, por la Palabra de Dios? ¿Cómo me esfuerzo para conocerla mejor? ¿Cuánto tiempo le dedico? ¿Con qué atención? ¿Cuál es el rendimiento de mi atención?
-“Porque al que tenga se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará...” Sí, es una verdad popular, de experiencia: se pierden los dones que no se hacen fructificar... se atrofian los músculos que no se hacen actuar... se apaga poco a poco la Fe que no se lleva a la práctica (Noel Quesson).
El sábado pasado leíamos la parábola de la semilla, la Palabra de Dios, que debería dar el ciento por uno de fruto si la escuchamos "con un corazón noble y generoso" y la guardamos. Las breves enseñanzas de hoy son continuación de aquélla. Jesús quiere que seamos luz que ilumine a los demás: un candil no se enciende para esconderlo. No tiene que quedar oculto lo que la Palabra nos ha dicho: debe hacerse público. Si actuamos así, será verdad lo de que "al que tiene, se le dará", porque la Palabra multiplica sus frutos en nosotros. Y al revés, al que no le haga caso, "se le quitará hasta lo que cree tener" y quedará estéril.
Uno de los frutos mejores de la Palabra de Dios que escuchamos -por ejemplo en nuestra Eucaristía- es que se convierta en luz dentro de nosotros y también en luz hacia fuera. Para eso la escuchamos: para que, evangelizados nosotros mismos, evangelicemos a los demás, o sea, anunciemos la Buena Noticia de la verdad y del amor de Dios. Lo que recibimos es para edificación de los demás, no para guardárnoslo. Como la semilla no está pensada para que se quede enterrada, sino para que germine y dé fruto. Tenemos una cierta tendencia a privatizar la fe, mientras que Jesús nos invita a dar testimonio ante los demás. ¡Qué efecto evangelizador tiene el que un político, o un deportista, o un artista conocido no tengan ningún reparo en confesar su fe cristiana o su adhesión a los valores más profundos!
¿Iluminamos a los que viven con nosotros?; ¿les hacemos más fácil el camino? No hace falta escribir libros o emprender obras muy solemnes. ¡Cuánta luz difunde a su alrededor aquella madre sacrificada, aquel amigo que sabe animar y también decir una palabra orientadora, aquella muchacha que está cuidando de su padre enfermo, aquel anciano que muestra paciencia y ayuda con su interés y sus consejos a los más jóvenes, aquel voluntario que sacrifica sus vacaciones para ayudar a los más pobres! No encienden una hoguera espectacular. Pero sí un candil, que sirve de luz piloto y hace la vida más soportable a los demás.
El día de nuestro Bautismo -y lo repetimos en la Vigilia Pascual cada año se encendió para cada uno de nosotros una vela, tomando la luz del Cirio pascual símbolo de Cristo. Es un gesto que nos recuerda nuestro compromiso, como bautizados, de dar testimonio de esa luz ante las personas que viven con nosotros. El Vaticano II llamó a la Iglesia Lumen Gentium, luz de las naciones. Lo deberíamos ser en realidad, comunicando la luz y la alegría y la fuerza que recibimos de Dios, de modo que no queden ocultas por nuestra pereza o nuestro miedo. Jesús, que se llamó a sí mismo Luz del mundo, también nos dijo a sus seguidores: vosotros sois la luz del mundo. Somos Iglesia misionera, que multiplica los dones recibidos comunicándolos a cuantos más mejor (J. Aldazábal).
El Señor ha sembrado, en nuestros corazones, su Palabra que nos santifica. Ojalá esa Palabra sea fecunda y produzca en nosotros abundantes frutos que no sólo los disfrutemos nosotros, sino que otros se alimenten de ellos para que tengan vida en abundancia. La vida que hemos recibido de Dios, vida que nos ha iluminado sacándonos de nuestras tinieblas y esterilidades, no puede ocultarse cobardemente, ni puede vivirse como si fuera de un grupo cerrado incapaz de dar vida a los demás. El Señor nos quiere apóstoles, capaces de llevar su vida, su salvación a todos. Él nos envía a todo el mundo, hasta sus últimos rincones, para que el don de la salvación que se nos ha comunicado, pueda iluminar la vida de todos los hombres y puedan todos caminar a la luz del Señor, ya no como enemigos, ni como esclavos del pecado, sino como hijos de Dios, purificados gracias a la Sangre del Cordero inmaculado. Quien se convierta en mensajero de salvación recibirá en abundancia los dones que Dios quiere hacer llegar a todos. A quien quiera llevar su vida con una piedad personalista, pensando que mientras uno se salve no importa que los demás se condenen, finalmente se le quitará aquello que pensaba poseer, pues sólo serán dignos de estar junto con Cristo quienes hayan hecho de su vida un fruto que haya alimentado a los demás, y no sólo una vida que, como la sabia que corre oculta entre las ramas, se hubiera quedado sin hacernos saber su bondad y sabrosura por medio de sus frutos; eso mismo pasa con quien posee al Señor y no nos manifiesta la gran bondad y santidad que posee a través de los frutos de que nos alimentamos mediante su trato, su preocupación por los desvalidos, y su misericordia hacia los que han fallado.
Cristo, Luz de las naciones, se hace presente entre nosotros con toda la fuerza salvadora de su Pascua, mediante el Sacramento de su amor. Él no sólo ilumina nuestra vida, sino que nos convierte también a nosotros en luz de las naciones. Efectivamente, la luz de Cristo resplandece sobre el rostro de la Iglesia. Unidos a Él, participamos de todo aquello con lo cual vino a hacérsenos cercano. La Iglesia debe ser, ante el mundo, el sacramento, o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano que Cristo vino a iniciar entre nosotros. Entrar en comunión con Cristo, mediante la participación en su Misterio Pascual, no puede considerarse simple y sencillamente un acto de piedad personal, sino todo un compromiso para esforzarnos denodadamente para que el Reino de Dios se haga realidad entre nosotros.
La Palabra y la Vida que Dios ha sembrado en nosotros, no es para que se quede escondida, sino para que brote y produzca abundancia de frutos, pues el Señor espera que no seamos como terrenos inútiles, incapaces de hacer que la vida de Dios se haga vida nuestra, sino de que, a impulsos del Espíritu, realicemos obras que manifiesten la bondad, la salvación, la misericordia, la paz que Dios, por medio nuestro sigue ofreciendo al mundo. Es así, dando luz, como nosotros colaboramos a la salvación de nuestros hermanos. Es menos pecador el que nunca ha encendido su luz en las tinieblas, que aquel que, encendiéndola, la ha ocultado evitando que los demás sean iluminados por ella. Creer en Cristo y actuar como si no creyéramos en Él, tal vez nos haga del agrado del mundo, pero no de Dios, que nos quiere colaboradores en el bien y no cómplices de la maldad. Iluminados por el Señor, hechos, por Él, luz para las naciones, cobremos tal fortaleza en el Señor mediante la oración y la meditación de su Palabra, que la vivamos y testifiquemos con la fuerza de su Espíritu, de tal modo que a pesar de la fuerza de los vientos, no nos apaguemos, sino continuemos brillando como punto de referencia del actuar en la bondad, en la justicia, en la rectitud, en la generosidad, en la misericordia, en el amor verdadero que necesita nuestro mundo (www.homiliacatolica.com). Llucià Pou Sabaté (con textos tomados de mercaba.org).
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