sábado, 21 de mayo de 2011

VIERNES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, el Camino para el cielo, nuestra felicidad, y aquí en la tierra la santidad como realización personal en

VIERNES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, el Camino para el cielo, nuestra felicidad, y aquí en la tierra la santidad como realización personal en la obediencia a Dios, como hizo Juan Pablo II.

1ª Lectura He 13,26-33: 26 Hermanos, hijos de la estirpe de Abraham, y los que sois fieles a Dios: a vosotros ha sido enviada esta palabra de salvación. 27 Porque los habitantes de Jerusalén y sus jefes han cumplido, sin saberlo, las palabras de los profetas que se leen cada sábado; 28 y sin haber encontrado ninguna causa de muerte, le condenaron y pidieron a Pilato que lo matase. 29 Y así que cumplieron lo que acerca de Él estaba escrito, lo bajaron del leño y lo sepultaron. 30 Pero Dios lo resucitó de entre los muertos; 31 Él se apareció durante muchos días a los que habían ido con Él de Galilea a Jerusalén, y que ahora son sus testigos ante el pueblo. 32 Nosotros os anunciamos la buena nueva: la promesa hecha a nuestros padres 33 Dios la ha cumplido en nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús, según está escrito en el salmo segundo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.

Salmo Responsorial 2,6-11: 6 «Ya tengo yo a mi rey entronizado sobre Sión, mi monte santo». 7 Proclamaré el decreto que el Señor ha pronunciado: «Tú eres mi hijo, yo mismo te he engendrado hoy. 8 Pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra. 9 Los destrozarás con un cetro de hierro, los triturarás como a vasos de alfarero». 10 Ahora, pues, oh reyes, sed sensatos; dejaos corregir, oh jueces de la tierra. 11 Servid al Señor con reverencia, postraos temblorosos ante Él.

Evangelio Jn 14,1-6 (Jn 14,1-12 se lee en el 5º domingo de Pascua A): 1 «No estéis angustiados. Confiad en Dios, confiad también en mí. 2 En la casa de mi Padre hay sitio para todos; si no fuera así, os lo habría dicho; voy a prepararos un sitio. 3 Cuando me vaya y os haya preparado el sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros; 4 ya sabéis el camino para ir adonde yo voy». 5 Tomás le dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?». 6 Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.”

Comentarios: He ahí una especie de Credo resumido, continuación del de ayer. Una serie de «hechos» históricos. Un cuadro general de la historia de la salvación dirigido hacia Jesús el Salvador. Anuncia Pablo a Jesús, como hará en otras ocasiones, en el misterio de la cruz (1 Cor 2,1s.). Es el misterio del amor encarnado, “obediente hasta la muerte” (Fil 2,8); provoca en nosotros compasión, correspondencia… la conveniencia de este sacrificio la mostraba Tomás de Aquino con estos argumentos: “para ser ejemplo de virtud… además, porque este género de muerte era el más adecuado para satisfacer por el pecado del primer hombre…, convenía que Jesús, para satisfacer aquella falta, tolerase ser clavado en el madero, como si restituyese lo que Adán había arrebatado… también porque al morir en la cruz Jesús nos prepara a la subida al Cielo… y porque así convenía para la universal salvación del mundo entero”. Proclama luego la fe en la resurrección, y sus apariciones (cf. 1 Cor 15,3-6). Y por último, recita el salmo de la realeza de Cristo, que en los versículos siguientes (que no se leen hoy) adquiere un contexto de resurrección según las promesas. Jesús es la culminación de la Biblia, la terminación del proyecto de Dios que leían esos judíos fieles, cada sábado en sus sinagogas. A propósito de esta verdad, hagamos un inciso: en un periódico israelí se lee hoy, jueves 7 de mayo, una amarga crítica al ministerio de turismo israelí por haber difundido un video como promoción turística y bienvenida a Benedicto XVI –que llega mañana a Jordania- en el que se afirma que Jesús es la culminación de la Biblia. Los críticos no dan crédito a esta afirmación y se sienten traicionados por su propio estado que, en lugar de afirmar que Jesús viene a culminar su proyecto cristiano, o al menos sólo del Nuevo Testamento, se refiere a una proyección efectiva en la vida de Jesús, que se puede rastrear en el Antiguo Testamento, justamente lo que Pedro y los demás defienden en el fragmento de Hechos que comentamos hoy.
Jesús es el hombre perfecto según Dios: «el hombre-que-resucita»... «el hombre-que-no-ve-la corrupción» ...«el Hombre-Dios»... «el hombre-que-vive-en-la-gloria-de-la-vida-eterna»... «el resucitado»...
El cristianismo no es una ideología, sino un movimiento histórico y geográfico: eso sucedió en tal época y en tal ciudad... y además tiene otro aspecto: no es pasado, sino siempre presente: eso continúa hoy y aquí (Noel Quesson). Juan Pablo II hablaba de abrir las puertas del corazón a Cristo, en quien lo tenemos todo, nos ha mostrado que únicamente en Él hallamos la plenitud de estas ansias de felicidad. Ha sido un Papa grande en muchas cosas. Desde que Karol escuchó la voz del Señor: “¡Sígueme!” comenzó aquella respuesta a la vocación que fue dando con su vida, en una respuesta total a la llamada divina como el buen pastor que “da su vida por las ovejas” (Jn 10,11) y les lleva a permanecer en el amor. El recuerdo de la entrega de este gigante de la Historia puede aprovecharnos, para sacar propósitos de santidad: «¡Levantaos, vamos!», nos decía hace poco con las palabras que Jesús dirigió a sus apóstoles somnolientos; palabras que hoy resuenan en nuestros oídos con un tono especial de más exigencia, para “levantarnos” en una entrega al ritmo de la suya, pues lo hemos visto luchar sin cansancio hasta el final, superando todo tipo de dificultades, fiel hasta la muerte, en una vida llena. No se reservó nada para él, quiso darse del todo. Desde el 2000 –como dice en su testamento- entendió que podía cantar el "Nunc Dimitis", las palabras que Simeón pronunció cuando su objetivo de ver a Jesús estaba cumplido: "ahora puedes dejar marchar a tu siervo". Sus últimos años fueron de alegría por la misión cumplida (llevar la Iglesia más allá del umbral del tercer milenio con la aplicación del Concilio y de un diálogo entre fe y razón, religiones y culturas; la caída de los muros de Berlín; la proclamación de la civilización del amor que destruyera los muros del odio...). Parece que le fuera dada una señal cuando salió con vida del atentado de 1981, y un plazo: el tiempo que le permitiera su enfermedad. Y al final de su vida vio que debía seguir llevando la cruz como estandarte, para proclamarla ante una sociedad que rechaza el sufrimiento a toda costa. Cuando podemos hay que quitar el dolor, pero sabemos que el amor lleva a sufrir por los demás, y a encontrar un sentido a los dolores que permite Dios para sacar de ahí un bien más grande, la identificación con Cristo en el amor. Cuando nos toca de cerca el mal, podemos unirnos a Cristo y entrar “en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor... Es el sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor y obtiene también del pecado un multiforme florecimiento de bien”, decía Juan Pablo II. En este largo camino, Juan Pablo II fue desde el principio de la mano de María, confiándole todo a ella: “Totus tuus”. Privado de su madre terrenal, ella le hizo de madre. “Y de la madre aprendió a conformarse con Cristo” y proclamar aquel «¡No tengáis miedo!». Con esta frase comenzó su pontificado, esa fue su enseñanza a lo largo de estos 26 años y especialmente con su muerte, llena de paz: es precisamente este grito hecho vida por el amor, lo que ha hecho Magno a Juan Pablo II. Si estamos con María, si queremos a Jesús, tampoco nosotros tendremos miedo.
2. –El Salmo 2 se refiere a la entronización de un rey de la dinastía davídica (siglos X-VI a.C.). Cuando ya no tienen rey, se proclama un Rey enviado… Es un Salmo mesiánico. El “decreto del Señor” es el acta que legitima el trono: “tú eres mi hijo”, y el día de la coronación es “hoy”, día de las promesas, el día del bautismo del Señor, de la transfiguración, de la resurrección, citada en la carta a los Hebreos para hablar de la dignidad de Cristo, y un día abierto, podemos oírlo cuando por la piedad somos hijos de Dios: “Yo he sido por Él constituido Rey sobre Sión, su monte santo, para predicar su Ley. A mí me ha dicho el Señor: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. La misericordia de Dios Padre nos ha dado como Rey a su Hijo. Cuando amenaza, se enternece; anuncia su ira y nos entrega su amor. Tú eres mi hijo: se dirige a Cristo y se dirige a ti y a mí, si nos decidimos a ser alter Christus, ipse Christus.
Las palabras no pueden seguir al corazón, que se emociona ante la bondad de Dios. Nos dice: tú eres mi hijo. No un extraño, no un siervo benévolamente tratado, no un amigo, que ya sería mucho. ¡Hijo! Nos concede vía libre para que vivamos con Él la piedad del hijo y, me atrevería a afirmar, también la desvergüenza del hijo de un Padre, que es incapaz de negarle nada” (san Josemaría Escrivá). La Iglesia lo ha referido a Cristo. En Él se cumplen las promesas de Dios y las profecías, sobre todo con su resurrección. Con este sentido lo cantamos nosotros. El Señor nos ha unido a Él y nos ha hecho partícipes de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito de Dios. Pero Él nos ha consagrado no para que vivamos sentados y seguros de nosotros mismos. Tenemos que salir y caminar por el mundo en busca de las ovejas descarriadas. Somos signos de Cristo, de Jesús que entrega su vida por nosotros. No tenemos otro camino que podamos seguir. Participar de la dignidad regia de Cristo no nos coloca en un trono para recibir la gloria de los hombros, sino que nos coloca debajo de una cruz que pesa sobre nuestros hombros mientras caminamos tras las huellas del amor de Cristo.
3. Jesús habla de irse y de volver, de la Parusía (1 Cor 4,5;11,26; 1 Tes 4,16-17; 1 Jn 2,28) y el encuentro con cada alma tras la muerte: Cristo nos prepara la morada celestial con su obra redentora, cuando hayamos concluido nuestro tiempo aquí en la tierra. La pascua quiere decir esto, pasar de la muerte a la vida, este ciclo vital se repite: nacer, morir, resucitar... como las plantas: nacer y arraigar, trasplantarse y desarraigo, y volver a arraigar, nacer de nuevo... el cirio pascual nos lo recuerda: el padecimiento, la muerte, es la puerta de la vida, y esta es nuestra esperanza que nos une en el momento de dolor ante alguien querido que está muriendo, esperando el final. Al contemplar la vida llena de quien ha estado tantos años a nuestro lado, el corazón se nos va a Jesús, que con su pasión y resurrección vino a traernos la buena nueva de que Dios es Padre y nos manda su Espíritu para ir hacia Él: “los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios”. Sí, somos hijos de Dios, y si somos hijos, también somos herederos... puesto que sufrimos con Él para llegar a ser glorificados con Él (Carta a los Romanos, 8). Los sufrimientos del mundo presente no son nada comparados con la felicidad de la gloria... todos estamos esperando esta manifestación de los hijos de Dios, tenemos ya los frutos de esta cosecha en la esperanza: cuando sembramos bondad ya la recogemos, en nuestro corazón, pero es sólo una prenda de lo mucho que será el cielo.
Para acompañar a Cristo en su gloria, en el triunfo final, hace falta que participemos antes en su holocausto, así nos identificamos con Él. La devoción cristiana al Santo Cristo nos habla de que hace falta morir para poder vivir, y cuando una persona a la que apreciamos ha alcanzado la cumbre, después de haber disfrutado de la vida, cuando ha conseguido llegar a la otra orilla, en este río que es la vida, queremos recordarla con acción de gracias por el tiempo que la hemos tenido cerca, por la vida que ha podido disfrutar, plena de frutos de bondad. Dar gracias a Dios por todos los años que hemos podido gozar de su compañía, con la pena de no tenerla ya, pero con la certeza que da la esperanza de que la muerte es un cerrar los ojos de aquí y abrirlos a la Vida, a la felicidad, donde se disfruta ya del fruto de las obras buenas. Es sentir a Dios, que dice: “ven conmigo, ya has trabajado lo suficiente, ahora a gozar”.
El enigma más grande de la condición humana es la muerte. Es una cosa muy dolorosa que muera una persona a la que amamos, y sentimos la necesidad de rezar, con la fe de que “las almas de los justos están en manos de Dios”: la vida no se acaba con la muerte, tan sólo se transforma, y cuando termina la estancia aquí en la tierra empieza otra eterna en el cielo. Encomendamos en estos momentos a quien al mismo tiempo esperamos que se encuentre ya con Dios cara a cara, porque así como desde el bautismo ha compartido la muerte de Jesucristo, así estará con Él en el cielo compartiendo plenamente su resurrección, ahora con su alma y después también con el cuerpo glorioso, aquel día cuando Cristo, resucitando a los muertos, transformará nuestro pobre cuerpo para hacerlo semejante a Él (de la Plegaria Eucarística III).
En esta vida no hemos de aspirar a una perfección de ser correctos -como si la cosa consistiera en tener las manos limpias-, sino amar –tener las manos llenas-: S. Juan de la Cruz nos lo recordaba diciendo que “al atardecer (de la vida) seremos juzgados en el amor”. Ya aquí tenemos el premio de las obras de amor, con una vida llena, y la tiene quien ama, así se descubre de donde viene todo amor: Dios es amor, y el amor de la tierra nos hace saber que el amor es eterno, que no se acaba con la muerte... y por lo tanto ya se puede ser feliz aquí (aun cuando dicen que es un valle de lágrimas, que sólo seremos felices en el cielo), pues aquí podemos ya tener, en la esperanza y como prenda segura, todo aquello que esperamos, así la felicidad del cielo es para aquellos que saben ser felices a la tierra; no consiste en tener una vida cómoda, sino un corazón enamorado, que sepa amar, aprender así a vivir la vida sin temor a la muerte: “La santidad consiste precisamente en esto: en luchar, por ser fieles, durante la vida; y en aceptar gozosamente la Voluntad de Dios, a la hora de la muerte” (J. Escrivà). Cuando comulgamos, en ese momento íntimo, podemos sentir más la proximidad de todos aquellos que ya están con el Señor, porque tenemos al Señor dentro, y podemos hablar con Jesús y con los que están con Él... La Virgen María es la gran intercesora para el momento de la muerte, a ella nos encomendamos siempre que decimos: “ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”, momento que Ella nos abrazará y acompañará a Jesús, para disfrutar de aquello que siempre hemos deseado aun sin saberlo.
-Antes de pasar de este mundo al Padre, Jesús decía. "No se turbe vuestro corazón..." Los apóstoles están inquietos. ¿Dónde va? No olvidemos la atmósfera trágica de esta última tarde, jueves santo, víspera de su muerte. Toda la humanidad, toda la amistad de Jesús en estas palabras de consuelo. Nuestro Dios no es indiferente ni frío, sino un Dios sensible a nuestros sufrimientos. -“Creéis en Dios, creed también en mí”. La paz profunda que supera toda turbación viene de la Fe. Jesús pide un acto de Fe en su persona, idéntico al que puede hacerse respecto a Dios: llamada a una Fe sin reserva, total... ¡que aporta la paz! ¡Señor, dame esta fe, esta paz!
-“En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar”. Jesús "vuelve a casa" el primero... va a ver de nuevo al Padre. Así ve Jesús su muerte. La alegría de la vuelta a casa para encontrar a alguien a quien se ama y del quien se sabe amado. "Voy al Padre". Jesús debe ser el primero en ir al cielo. Pero hace una gran promesa: ¡nos prepara un lugar! ¡Gracias, Señor! ¡Prepáralo bien! ¡Guárdalo bien! El mío y el de todos los que amo, y el de todos los hombres...
-“Cuando Yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo”. Son palabras de ternura. "Os tomaré conmigo..." "Volveré..." Promesa de que no estaremos separados de Jesús. Es un lenguaje muy sencillo, casi ingenuo: "la casa del Padre", "preparar un lugar", "tomar junto a sí '...
-“Allí donde Yo estoy, estaréis también vosotros”. Jesús nos hace participar de su vida divina. Tal es el objetivo de mi vida. Es hacia donde va la humanidad. Estar con Dios, estar donde está Jesús. Se comprende que haya dicho: "No se turbe vuestro corazón".
-“Para ir donde Yo voy, vosotros conocéis el camino”. Dice S. Juan Crisóstomo que “era necesario decirles ‘yo soy el camino’ para demostrarles que en realidad sabían lo que les parecía ignorar, porque le conocían a Él”. ¡Cristo, el que abre los caminos! ¡El que va delante! El que ha roto el círculo infernal de la finitud humana, de la mortalidad y del pecado, el que ha abierto "la salida". Sin Cristo la humanidad está encerrada en sus límites; pero he aquí que se abre una esperanza. No seremos siempre egoístas, injustos, duros, impuros, débiles... la humanidad no será siempre opresora, racista, violenta, agresiva, no estará dividida... Hay un camino que conduce a alguna parte, allá donde el amor existe.
-“Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida. Nadie viene al Padre sino por mí”. “Ego sum via, veritas et vita, Yo soy el camino, la verdad y la vida. Con estas inequívocas palabras, nos ha mostrado el Señor cuál es la vereda auténtica que lleva a la felicidad eterna. Ego sum via: Él es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Lo declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes.
Jesús es el camino. Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos, señales indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo han logrado borrar. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in sæcula. ¡Cuánto me gusta recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios... pídele, como aquel ciego del Evangelio: Domine, ut videam!, ¡Señor, que vea!, que se llene mi inteligencia de luz y penetre la palabra de Cristo en mi mente; que arraigue en mi alma su Vida, para que me transforme cara a la Gloria eterna” (San Josemaría Escrivá). “Esta es la vida eterna, luego dirá al Padre ante sus discípulos: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Tú has enviado” (Jn 17,3). Esta es la "buena nueva": la historia tiene un sentido, el hombre tiene un sentido, todo hombre está destinado a vivir cerca del Padre... "¡en tu Reino, donde esté nuestro lugar, con toda la creación entera por fin liberada del pecado y de la muerte. Glorificarte por Cristo Jesús!" (Noel Quesson). Jesús se nos presenta como el único camino que lleva a la vida. Ante un mundo desconcertado y perdido, en busca de ideologías y mesías y felicidad, Jesús es la respuesta de Dios.
Esta vez la autorrevelación de Jesús, que tan polifacética aparece en el evangelio -estas semanas le hemos oído decir que es el pan, la puerta, el pastor, la luz-, se hace con el símil tan dinámico y expresivo del camino. Ante la interpelación de Tomás, «no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?», Jesús llega, como siempre, a la manifestación del «yo soy»: «yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie va al Padre, sino por mí». Al igual que había dicho que Él es la puerta, por la que hay que entrar, ahora dice que es el camino, por el que hay que saber seguir para llegar al Padre y a la vida. Además, las categorías de la verdad y de la vida completan la presentación de la persona de Jesús. En la Pascua es cuando más claro vemos que Cristo es nuestro camino. Una metáfora hermosa y llena de fuerza, que ahora se repite mucho en los cantos con los que cantamos la marcha de la comunidad cristiana («camina, pueblo de Dios», «somos un pueblo que camina»...). Cristo como camino es a la vez compromiso -porque tenemos que seguir tras Él- y tranquilidad -«no perdáis la calma»- porque no vamos sin rumbo: Él nos señala el camino, Él es el camino. Nosotros somos personas que hace tiempo hemos optado por seguirle a Él en nuestra vida. No sólo por haber sido bautizados, sino porque conscientemente una y otra vez hemos reafirmado nuestra fe y nuestro seguimiento de Él. Pero el símil del camino nos puede ayudar a preguntarnos: ¿de veras seguimos con fidelidad rectilínea el camino central, que es Jesús? ¿o a veces nos gusta probar otros caminos y atajos que nos pueden parecer más atractivos a corto plazo, más fáciles y agradables? La meditación de hoy debe ser claramente cristocéntrica. Al «yo soy» de Jesús le debe responder nuestra fe y nuestra opción siempre renovada y sin equívocos. Conscientes de que fuera de Él no hay verdad ni vida, porque Él es el único camino. Eso, que podría quedarse en palabras muy solemnes, debería notarse en los mil pequeños detalles de cada día, porque intentamos continuamente seguir su estilo de vida en nuestro trato con los demás, en nuestra vivencia de la historia, en nuestra manera de juzgar los acontecimientos. Cristo es el que va delante de nosotros. Seguir sus huellas es seguir su camino. La Eucaristía es nuestro «alimento para el camino»: eso es lo que significa la palabra «viático», que solemos aplicar a los moribundos, pero los que de veras necesitamos fuerzas para seguir caminando somos nosotros. Celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Cristo y recibiendo su Cuerpo y su Sangre, supone que durante la jornada caminamos gozosamente tras Él, dejando que nos «enseñe sus caminos» (J. Aldazábal).
Señor Jesús, queremos seguirte como los primeros apóstoles a quienes llamaste 'para que estuvieran contigo'. Tú eres el camino hacia el Padre, por eso no podremos extraviarnos si te seguimos. Tú eres luz, guía segura, señal de pista hacia la meta; sólo Tú das sentido a nuestro vivir. Tú eres la verdad de Dios, eres nuestra raíz y nuestro cimiento, la roca firme, la piedra angular, el monte que no tiembla, el 'Amén', el Sí total, continuo y gozoso a la voluntad del Padre. Tú eres la vida de Dios, por eso nos animas y nos salvas de todas las muertes que amenazan con destruirnos. Tú nos acompañarás cuando atravesemos la frontera. También entonces -entonces sobre todo- serás nuestro alimento, nuestro viático para el camino, continuarás llamándonos y nosotros te seguiremos: emprenderemos contigo nuestro último viaje. Tú, Señor, nos conduces, nos iluminas y nos salvas. Nosotros creemos en ti y no somos menos privilegiados que tus primeros discípulos: aunque te has ocultado a nuestra vista has puesto ojos en nuestro corazón y has reservado para nosotros una bienaventuranza: 'Dichosos aquellos que sin ver creerán en mí' (de un claretiano). Podemos decirlo también con otro poeta: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Hemos tenido la dicha de que un Amigo nos abrió el sendero, lo regó con su sangre, lo valló con amor, palabra y sacramentos, lo sombreó con su providencia protectora, como decimos en la Entrada: «Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Ap 5,9-10), y pedimos en la Colecta: «Señor Dios, origen de nuestra libertad y de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos; y puesto que nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos siempre de Ti y en Ti encontremos la felicidad eterna». Un camino en el que con Él no nos perderemos: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre» (Ofertorio).
Este camino está en las Escrituras, que San Juan Crisóstomo llama «cartas enviadas por Dios a los hombres». Y San Jerónimo exhortaba a un amigo suyo con esta recomendación: «Lea con mucha frecuencia las divinas Escrituras; es más, nunca abandones la lectura sagrada». Y junto a la mesa de la Palabra, sobre todo está la Mesa de la Eucaristía; en la Comunión recordamos: «Cristo Nuestro Señor Jesús fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra santificación. Aleluya» (Rom 4,25), y pedimos en la postcomunión: «Dios Todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado, para que así, quienes hemos sido redimidos por la Pasión de tu Hijo, podamos alegrarnos en su resurrección». Comenta San Agustín: «Si lo amas, vete detrás de Él. Lo amo, contestas, ¿por qué camino seguirlo? Si el Señor Dios tuyo te hubiera dicho: “Yo soy la Verdad y la Vida”, tu deseo de la Verdad y tu amor a la Vida te llevarían ciertamente a la búsqueda del camino que te pudiera conducir a ellas y te dirías a ti mismo: “Magnífica cosa es la Verdad y magnífica cosa es la Vida, si existiera el camino de llegar a ellas mi alma”. ¿Buscas el camino? Oye lo primero que te dice: “Yo soy el Camino”... Dice primero por dónde has de ir y luego adónde has de ir. En el Señor del Padre está la Verdad y la Vida; vestido de nuestra carne es el Camino».
“Hoy, en este Viernes IV de Pascua, Jesús nos invita a la calma. La serenidad y la alegría fluyen como un río de paz de su Corazón resucitado hasta el nuestro, agitado e inquieto, zarandeado tantas veces por un activismo tan enfebrecido como estéril. Son los nuestros los tiempos de la agitación, el nerviosismo y el estrés. Tiempos en que el padre de la mentira ha inficionado las inteligencias de los hombres haciéndoles llamar al bien mal y al mal bien, dando luz por oscuridad y oscuridad por luz, sembrando en sus almas la duda y el escepticismo que agostan en ellas todo brote de esperanza en un horizonte de plenitud que el mundo con sus halagos no sabe ni puede dar. Los frutos de tan diabólica empresa o actividad son evidentes: enseñoreado el “sinsentido” y la pérdida de la trascendencia de tantos hombres y mujeres, no sólo han olvidado, sino que han extraviado el camino, porque antes olvidaron el Camino. Guerras, violencias de todo género, cerrazón y egoísmo ante la vida (anticoncepción, aborto, eutanasia...), familias rotas, juventud “desnortada”, y un largo etcétera, constituyen la gran mentira sobre la que se asienta buena parte del triste andamiaje de la sociedad del tan cacareado “progreso”. En medio de todo, Jesús, el Príncipe de la Paz, repite a los hombres de buena voluntad con su infinita mansedumbre: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí» (Jn 14,1). A la derecha del Padre, Él acaricia como un sueño ilusionado de su misericordia el momento de tenernos junto a Él, «para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,3). No podemos excusarnos como Tomás. Nosotros sí sabemos el camino. Nosotros, por pura gracia, sí conocemos el sendero que conduce al Padre, en cuya casa hay muchas estancias. En el cielo nos espera un lugar, que quedará para siempre vacío si nosotros no lo ocupamos. Acerquémonos, pues, sin temor, con ilimitada confianza a Aquél que es el único Camino, la irrenunciable Verdad y la Vida en plenitud” (Josep Maria Manresa).
Santa Teresa de Ávila decía que esta vida es como una mala noche en una mala posada, pero el Señor nos acompaña siempre ahí donde estamos. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Mediante el Misterio Pascual de Cristo, el Señor nos ha abierto el acceso a la eternidad junto a Dios. Sólo quien acepta por medio de la fe al Enviado del Padre, para escuchar su Palabra y vivir conforme a ella, vivirá con Dios eternamente. Jesús, Camino, Verdad y Vida, nos une a Él para que, como Él, caminemos en el amor fiel a la voluntad del Padre, y teniéndolo a Él, Verdad eterna, tengamos vida y vida en abundancia. Muchas veces quisiéramos ver directamente a Dios. Que Él nos conceda vivir con Él eternamente algún día. Pero mientras llega ese momento debemos aprender a descubrirlo en las huellas que de Él nos ha dejado en esta vida. Dichosos quienes contemplaron a Dios, lo conocieron y experimentaron su amor por medio de Cristo Jesús. Ahora la humanidad entera debe seguir conociendo y experimentado la presencia amorosa de Dios en el mundo por medio de su Iglesia. Ojalá seamos ese signo claro y creíble del Señor en la historia, pues a nosotros corresponde continuar siendo camino, verdad y vida para la humanidad, no por nuestro poder, sino por la presencia de Jesús en nosotros, que desde su Iglesia continúa su obra de salvación en el mundo y su historia. En la Eucaristía el Señor nos comunica su misma vida. Su entrega, celebrada en el Memorial de su Misterio Pascual, nos pone en camino de salvación. Quien une su vida a Cristo y va tras sus huellas bien sabe a dónde va. Y no pensemos en Jesús clavado y muerto en una cruz, como si eso fuese el destino final de quienes creemos en Él. Contemplémoslo sentado a la diestra de Dios Padre. Hacia allá tiende la vida del creyente, aun cuando tenga que padecer, por amor, la muerte, como un paso obligado hacia la resurrección y la vida eterna donde seremos glorificados, junto con Cristo, eternamente. Por eso la participación en la Eucaristía nos lleva a ponernos al servicio de la humanidad entera como pan de vida, que se parte y comparte para que los demás tengan vida. Ese es el servicio que el Señor espera de su Iglesia, que se reúne no sólo para alabarlo, sino para comprometerse con Él en la salvación del mundo entero tras las huellas del amor de Cristo Jesús, nuestro Camino hacia el Dios de la Verdad y de la Vida, nos quiere como testigos de esa Verdad y de esa Vida. No podemos decir que creemos en Cristo y que hemos hecho nuestra su Vida, y que vamos tras sus huellas en el camino que él nos ha señalado, ni que somos testigos de la Verdad, que es Dios, mientras, tal vez arrodillándonos un poco ante Él, después vivimos destruyéndonos unos y otros. ¿Sabemos hacia dónde vamos? ¿Sabemos hacia dónde nos conduce el camino que vamos siguiendo? ¿Jesús es ese Camino que nos conduce al Padre? La respuesta a estas preguntas es vital, y no con los labios. Son nuestras obras, nuestras actitudes y nuestra vida misma respecto al trato que demos a los demás, respecto a lo que hagamos o dejemos de hacer por ellos, lo que indicará cuál es el camino que seguimos y cuál es el destino final de nuestra existencia. El Señor nos ha preparado un lugar junto a Él en la eternidad. Ojalá y no lo perdamos a causa de obras y actitudes contrarias a su Evangelio. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber vivir nuestra fe totalmente comprometidos en el camino de amor que el Señor nos ha señalado, para que así podamos ayudar a todas las gentes a ir tras las huellas del Señor, tras las que debemos ir nosotros en primer lugar. Amén. (www.homiliacatolica.com).
Llucia Pou Sabaté

jueves, 19 de mayo de 2011

JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, buen pastor, nos hace ver qué es ser persona, y cómo en la Iglesia se realiza la misericordia del Señor e

JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, buen pastor, nos hace ver qué es ser persona, y cómo en la Iglesia se realiza la misericordia del Señor en la historia.

Primera Lectura, de los Hechos de los Apóstoles (13, 13-25): En aquellos días, Pablo y sus compañeros se hicieron a la mar en Pafos; llegaron a Perge de Panfilia, y allí Juan Marcos los dejó y volvió a Jerusalén. Desde Perge siguieron hasta Antioquia de Pisidia, y el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Acabada la lectura de la ley y los profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron decir: “Hermanos, si tienen alguna exhortación que hacer al pueblo, hablen”. Entonces se levantó Pablo, y haciendo señal de silencio con la mano, les dijo: “Israelitas y cuantos temen a Dios, escúchenme: El Dios del pueblo de Israel eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo cuando éste vivía como forastero en Egipto, lo sacó de allí con todo su poder, lo alimentó en el desierto durante cuarenta años, aniquiló siete tribus del país de Canaán y dio el territorio de ellas en posesión a Israel por cuatrocientos cincuenta años. Posteriormente les dio jueces, hasta el tiempo del profeta Samuel. Pidieron luego un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años. Después destituyó a Saúl y les dio por rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, hombre según mi corazón, quien realizará todos mis designios. Del linaje de David, conforme a la promesa, Dios hizo nacer para Israel un salvador, Jesús. Juan preparó su venida, predicando a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia, y hacia el final de su vida, Juan decía: ‘Yo no soy el que ustedes piensan. Después de mí viene uno a quien no merezco desatarle las sandalias’ ”.

Salmo Responsorial 88, 2-3.21-22.25.27: Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna, pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos. He encontrado a David, mi servidor, y con mi aceite santo lo he ungido. Lo sostendrá mi mano y le dará mi brazo fortaleza. Contará con mi amor y mi lealtad y su poder aumentará en mi nombre. El me podrá decir: ‘Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva’”.

† Lectura del santo Evangelio según san Juan (13, 16-20): Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado».

Comentario: 1. Desde ahora, los Hechos de los Apóstoles relatarán la misión de Pablo y de Bernabé. Los relatos estarán llenos de nombres de provincias y de ciudades que podremos seguir en un mapa: Seleucia, Chipre, Pafos, Perge de Panfilia, Antioquía de Pisidia, donde Pablo fue requerido a que tomase la palabra. En Antioquía de Pisidia -en las altiplanicies de la Turquía actual- existen todavía las ruinas de esa Sinagoga del tiempo de san Pablo. El discurso recoge lo que eran temas principales de la predicación apostólica: iniciativa divina salvadora de Dios en Israel (vv. 17-22), referencia al precursor (24-25), y hasta aquí el trozo de hoy, pero los temas se completan con el anuncio del Evangelio y mención de Jerusalén (26-31), argumentos de la Sagrada Escritura (33-37), completado con la Tradición apostólica (38-39) y exhortación escatológica (40-41; cf. Biblia de Navarra). Como en toda la catequesis petrina, hay una proyección de todo hacia Jesús, como Mesías salvador. Les dio la posesión de ese país... Les suscitó un rey, David. Pablo repite toda la historia de Israel. Dios intervino en esa Historia nacional, tan humana: ser liberado de la servidumbre...luchar por la supervivencia... defenderse contra los invasores vecinos... y elegir el propio gobierno... Se trata de hechos extremadamente «políticos» como decimos hoy. San Pablo, al igual que toda la gran tradición de los profetas, sabe que Dios está presente en todo esto. Dios se interesa por lo humano... Incluso Dios se ha «encarnado» en lo humano, en una historia y una geografía, en una cultura y una tradición. La gloria de Dios es el hombre totalmente abierto, realizado. Y esta apertura o plenitud querida por Dios, es a la vez corporal y espiritual, temporal y eterna. Ayudar al crecimiento. Promocionar a alguien o a todo un grupo humano. Contribuir al «desarrollo». ¡Es Voluntad de Dios! HOY, como ayer. La Iglesia no cesa de recordárnoslo con insistencia. ¿Cuál será, HOY, mi participación en esa gran obra divina? ¿en mi familia, mi ambiente, mis relaciones?
-“De la descendencia de David, Dios, según su promesa ha suscitado para Israel un Salvador, Jesús”. San Pablo pasa así, espontáneamente, del Antiguo al Nuevo Testamento. No basta con referirse al pasado. No basta con repetir o comentar los Libros de la Escritura. Hay que descubrir el misterio «actual» de Cristo que nos salva hoy. La Iglesia no tiene que poner al gusto del día una antigua doctrina; sino que, en la fidelidad a lo antiguo, debe proclamar la actualidad de la acción salvadora de Jesús. En este momento, ¡Jesús salva! La Iglesia quiere contemplar esa acción de Cristo en todos los acontecimientos de hoy (Noel Quesson).
Cuando Pablo predicaba, siempre anunciaba a Jesús como la respuesta plena de Dios a las esperanzas humanas. Si sus oyentes eran judíos, como en el caso de hoy, les hablaba partiendo del AT. Si eran paganos, como cuando llegó a Atenas, les citaba sus autores predilectos y sabía apelar a su búsqueda espiritual del sentido de la vida. ¿Sabemos nosotros sintonizar con las esperanzas y los deseos de nuestros contemporáneos, jóvenes o mayores, creyentes o alejados, para poder presentar a Jesús como el que da pleno sentido a nuestra vida y a nuestros mejores deseos? ¿Somos valientes a la hora de presentar a Jesús como la Palabra decisiva, como el Salvador único, como aquél en quien vale la pena creer y a quien vale la pena seguir? Pedimos en la Colecta: «Oh Dios, que has restaurado la naturaleza humana elevándola sobre su condición original, no olvides tus inefables designios de amor y conserva, en quienes han renacido por el Bautismo, los dones que tan generosamente han recibido».
2. – El Señor ha sido fiel y del linaje de David nos ha dado un Salvador. Jesús, hijo de David, tiene un trono eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo por medio de su Iglesia. Él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua: los hijos de la Iglesia que se perpetuará en la Jerusalén celeste. Con el Salmo 88 cantamos la fidelidad y la misericordia del Señor, que se vierte en un Mesías que va mucho más allá de la gloria humana, Él será el liberador auténtico, el Redentor. Dios es fiel a sus promesas. Nosotros muchas veces hemos fallado, pero Dios permanece siempre fiel. Y a pesar de nuestros pecados Él jamás ha dejado de amarnos y de procurar nuestro bien. Y el amor de Dios hacia nosotros consiste en esto: Que siendo nosotros pecadores, Él nos envió a su propio Hijo para perdonarnos y hacernos hijos suyos. Dios, que mediante la Unción de su Espíritu nos ha hecho de su misma familia, quiere que vivamos, sostenidos por Él, libres de todas nuestras esclavitudes manifestando, con una vida llena de buenas obras, que en verdad es nuestra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Por eso podemos afirmar con toda certeza que quien tenga a Dios con Él lo tendrá todo, pues Dios será su Padre y su protector y su salvador, y proclamamos este agradecimiento, desde la Entrada: «Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo y acampabas con ellos y llevabas sus cargas, la tierra tembló, el cielo destiló. Aleluya» (cf. Sal 67,8-9.20).
3. A partir de hoy, y hasta el final de la Pascua, leemos los capítulos que Juan dedica a la última Cena de Jesús con sus discípulos. Esta cena empezó con un gesto simbólico muy elocuente: el lavatorio de los pies, una gran lección de fraternidad y de actitud de servicio para con los demás. Es una página entrañable que leemos el Jueves Santo. La afirmación de la identidad de Jesús se repite también aquí: «para que creáis que Yo soy». Es como el estribillo de la máxima realización divina, con la Encarnación Dios se nos da, se muestra, se manifiesta máximamente. En la humildad, en el servicio, en la Eucaristía, dándosenos como Pan y Vino de vida, Jesús nos hace participar de su entrega de la cruz por la vida de los demás. Él mismo nos encargó que celebráramos la Eucaristía: «haced esto» en memoria mía. Pero también nos encargó que le imitáramos en el lavatorio de los pies: «haced vosotros» otro tanto, lavaos los pies los unos a los otros. Ya que comemos su «Cuerpo entregado por» y bebemos su «Sangre derramada por», todos somos invitados a ser durante la jornada personas «entregadas por», al servicio de los demás. «Dichosos nosotros si lo ponemos en práctica» (J. Aldazábal). Por eso los Apóstoles exaltan tanto la pertenencia a la Iglesia. Orígenes decía: «Si alguno quiere salvarse, venga a esta Casa, para que pueda conseguirlo. Ninguno se engañe a sí mismo: fuera de esta Casa, esto es, fuera de la Iglesia, nadie se salva». Es verdaderamente Dios con nosotros, el que necesitamos, el que nos salva, como anuncia el salmo -«Cantaré eternamente la misericordia del Señor» (salmo)-, la primera lectura, y la liturgia de hoy: «Sabed que estoy con vosotros todos los días» (comunión); «que el alimento de salvación que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas» (poscomunión). «Conserva en nosotros los dones que tan generosamente hemos recibido» (oración), acoger con la fe la salvación: «Dichosos los que no vieron y creyeron» (aleluya). "Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy". "YO SOY". La fórmula de la revelación de Dios a Moisés: yo estoy aquí con vosotros. Jesús se ha apropiado este título varias veces en su vida. Pero ahora dice a sus discípulos cuál es el momento en que ellos descubrirán que ese título pertenece realmente a Jesús: cuando Judas lo traicione y lo entreguen a la muerte. Jesús es Dios, pero la única prueba que aporta para decir que Él es, es la de morir. Él es eterno y la única manera de demostrarlo es dejar que se ponga término a su vida humana. Él es poderoso y el único procedimiento al cual recurre para afirmar este poder es ponerse dócilmente en las manos de aquel discípulo a quien Él podría juzgar y derribar. El Dios de Jesús no es el Dios lógico de las filosofías y de la razón humana. Jesús anuncia que la muerte es el momento característico de la revelación de Dios. "Os aseguro: el criado no es más que su amo..." La cruz, el servicio a los demás hasta la muerte de mi tiempo, comodidad,... es donde puedo descubrir el poder de Cristo resucitado, donde puedo tener experiencia del "Yo soy" de Jesús.
Y San Agustín llega a decir algo increíble: «Fuera de la Iglesia Católica se puede encontrar todo menos la salvación. Se puede tener honor, se pueden tener los sacramentos, se puede cantar aleluya, se puede responder amén, se puede sostener el Evangelio, se puede tener fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, y predicarla, pero nunca, si no es en la Iglesia Católica, se puede encontrar la salvación».
Este texto de hoy, continuación del relato del lavatorio de los pies, en esos 20 primeros versículos del cap. 13 expone la constitución de la comunidad: es la ley fundamental de la iglesia, por la que deberá regirse. No se trata, por tanto, de entender en sentido moral el ejemplo decisivo de Jesús, sino de deducir de ese ejemplo de Jesús y de sus palabras, la ley, el modelo, la estructura fundamental de la comunidad de Jesús: la Iglesia. “Como en aquellos films que comienzan recordando un hecho pasado, la liturgia hace memoria de un gesto que pertenece al Jueves Santo: Jesús lava los pies a sus discípulos (cf. Jn 13,12). Así, este gesto —leído desde la perspectiva de la Pascua— recobra una vigencia perenne. Fijémonos, tan sólo, en tres ideas. En primer lugar, la centralidad de la persona. En nuestra sociedad parece que hacer es el termómetro del valor de una persona. Dentro de esta dinámica es fácil que las personas sean tratadas como instrumentos; fácilmente nos utilizamos los unos a los otros. Hoy, el Evangelio nos urge a transformar esta dinámica en una dinámica de servicio: el otro nunca es un puro instrumento. Se trataría de vivir una espiritualidad de comunión, donde el otro —en expresión de Juan Pablo II— llega a ser “alguien que me pertenece” y un “don para mí”, a quien hay que “dar espacio”. Nuestra lengua lo ha captado felizmente con la expresión: “estar por los demás”. ¿Estamos por los demás? ¿Les escuchamos cuando nos hablan? En la sociedad de la imagen y de la comunicación, esto no es un mensaje a transmitir, sino una tarea a cumplir, a vivir cada día: «Dichosos seréis si lo cumplís» (Jn 13,17). Quizá por eso, el Maestro no se limita a una explicación: imprime el gesto de servicio en la memoria de aquellos discípulos, pasando inmediatamente a la memoria de la Iglesia; una memoria llamada constantemente a ser otra vez gesto: en la vida de tantas familias, de tantas personas. Finalmente, un toque de alerta: «El que come mi pan ha alzado contra mí su talón» (Jn 13,18). En la Eucaristía, Jesús resucitado se hace servidor nuestro, nos lava los pies. Pero no es suficiente con la presencia física. Hay que aprender en la Eucaristía y sacar fuerzas para hacer realidad que «habiendo recibido el don del amor, muramos al pecado y vivamos para Dios» (San Fulgencio de Ruspe)” (David Compte).
¿Mujeres sacerdote? ¿Quién ha de mandar? El problema que hoy tenemos es que vivimos una crisis de servicio, se valora el poder, y entonces se ve como injusto no dar poder por igualdad a todos. Jesús nos habla de otro orden de cosas: el que más quiera, que más sirva. Se valora la santidad (el amor), el servicio, no el poder temporal. Cada uno con su carisma, su ministerio. Quizá este fundamento cambiaría no sólo el orden social, lleno de egoísmo y envidias, sino también la misma concepción de ministerios eclesiales. Él está siempre dispuesto, basta con que le franqueemos el corazón—, nos veremos urgidos a corresponder en lo que es más importante: amar. Y sabremos difundir esa caridad entre los demás hombres, con una vida de servicio. “Os he dado ejemplo, insiste Jesús, hablando a sus discípulos después de lavarles los pies, en la noche de la Cena. Alejemos del corazón el orgullo, la ambición, los deseos de predominio; y, junto a nosotros y en nosotros, reinarán la paz y la alegría, enraizadas en el sacrificio personal” (san Josemaría Escrivá). Esto va muy unido a la felicidad. Pero hay quien la pone en el yoga, tener salud, etc... ¿Qué factores determinan la felicidad del ser humano?
El cerebro humano incluye por defecto la capacidad de sentir felicidad, que eso es imprescindible para la adaptación y la supervivencia: “En cada momento los mecanismos que regulan el estado de ánimo van recogiendo si disponemos o no de lo necesario para vivir” (Xaro Sánchez), y en esta inter-actuación psico-emotivo-somática en “la corteza cerebral es lo que imprime nuestro grado de bienestar subjetivo”, con algunos “picos” de infelicidad o gozo y en general un “grado moderado”, de rutina diaria. Junto a esto, se dispone “de una gran capacidad de adaptación a las contrariedades vitales” (resiliencia). La felicidad no está en las cosas, sino en nuestra actitud ante ellas (aceptarlas, para reconducirlas), “procesos íntimos o endógenos”, el hombre sólo puede experimentar la auténtica felicidad en la propia interioridad (Boecio). Como el burro detrás de la zanahoria, nos lanzamos a metas que siempre plantean un más allá, como el mito de Aquiles siguiendo la tortuga (que cuando llega donde estaba, ésta se ha ido más adelante y es el cuento de nunca acabar). No hay vida peor que una vida sin esperanza, o una esperanza sin fundamento. Hoy día se ve que las cosas externas como bienes materiales, dinero, cierto estatus no son determinantes, la ambición concreta que nos hemos propuesto alcanzar no causa la felicidad, pero también se confunde la consecuencia con la causa, cuando se dice que lo crucial es tener ganas de luchar por alguna cosa, cuando en realidad, es cuando uno está feliz, cuando emprende proyectos con ganas, y no al revés.
La verdad no cabe en un esquema, pero es necesario integrar los diversos aspectos, pues si no parece que cada uno tiene su verdad: uno ve la felicidad en la salud, o la técnica, yoga... ¿verdades? no: verdad, pero la comprendemos de modo dinámico. Pienso que hay como tres “mónadas” que determinan el equilibrio-armonía que llamamos felicidad, que va mucho más allá de la estabilidad emocional, y otros aspectos de la misma: 1) salud corporal-física; 2) mi entorno, la historia y 3) salud interior-psíquica-espiritual. Cada uno de ellos tiene a su vez 3 puntos, y nos detendremos en el último apartado, porque al componer lo más esencialmente humano, constituye el secreto de cómo ser feliz siempre:
1) salud “física”, determinada, además de cosas más específicas extraordinarias, por ciertas rutinas cotidianas: a) dormir, b) armonía con las funciones instintivas físicas (supervivencia personal y de la especie): comer, integrar la sexualidad dentro del proyecto personal, c) ejercicio físico aeróbico-vascular.
2) salud “ambiental”, como decía Ortega y Gasset, yo soy yo y mis circunstancias: ésas son también mi historia: a) familia donde nacemos, que nos viene dada, b) ambiente en el que vivimos y escogemos-amigos, clase social, etc.; c) ambiente social, la historia de nuestro tiempo (estamos condicionados por factores higiénicos y otros de tipo médicos, cultura, deporte, ideas dominantes, tecnologías, globalización…). En todos estos aspectos, mirando subidos al gigante de la tradición, vemos más y más lejos…
3) salud “interior”: esta armonía interior comprende: a) la personalidad genética: introvertida o extrovertida, primaria o secundaria, racional o sanguínea, flemática o apasionada…; b) una psicología sana en el modo de afrontar la vida: visión positiva, adaptabilidad a los cambios, prever algún remanente para llegar a final de mes… que llamamos también carácter, educado a través de las virtudes, al hacer cosas buenas nos hacemos buenos, nos vamos configurando en primer lugar con lo que hacemos, luego con lo que decimos, y en tercer lugar con lo que pensamos; y c) una espiritualidad llena de trascendencia, las potencias espirituales (inteligencia, amor y libertad) que es lo más importante y puede suplir la ausencia de los otros aspectos. No hablamos aquí de quien se aburre porque tiene falta de serotonina, por una cuestión química, sino que hay una retro-alimentación entre el sentido de sublimidad que estamos analizando bajo la óptica de la filiación divina, y la vida en el espíritu y virtudes, que de alguna manera vemos en toda educación, que básicamente consta de dos elementos: motivación y esfuerzo. Quien está motivado, se esfuerza, y quien se esfuerza crece interiormente y se va motivando. Según este esquema, la vida cristiana tendría como motor de arranque (más o menos consciente) este querer ser dios, hijos de Dios, que se aviva con su consideración: el sentirse hijos de Dios, que da alegría y libertad, de ello hablaremos en otro momento.
Todos queremos ser felices, pero no tenemos un “dispositivo” para conseguir directamente la felicidad: la publicidad muchas veces engaña, al ofrecer algo muy por encima de lo que da aquel producto. Tenemos el placer y riqueza y todo esto como sucedáneos que duran poco; la felicidad hay que buscarla principalmente en las cosas espirituales (conocer y amar), a través de la potencia volitiva, que está en querer lo bueno: he de orientar mi vida –como decía Manzoni- no a estar bien, sino a hacer el bien, y así estaremos todos mucho mejor; es decir: no he de querer ser feliz, sino bueno, y haciendo cosas buenas soy feliz, porque me convierto en bueno. Un «hombre bueno» es la manera que tenemos de honrar una persona cabal. Al estudiar la ética filosófica se entiende que el hombre tiende a la felicidad pero ésta consiste en satisfacer todas sus funciones lo cual implica que a través de sus facultades superiores puede conocer cómo sentirse realizado (inteligencia) y cómo realizar esa plenitud (voluntad). Pero la voluntad consiste en el querer y esta facultad no busca estar bien sino que tiende a través de la libertad a escoger lo que es bueno. Es decir que la voluntad como objeto de sus operaciones no tiene el ser feliz, sino lo que aparece como bueno a sus “apetencias”. Podría decirme a mí mismo que “esencial y radicalmente no he de querer ser feliz, sino bueno. Y es así como “de rebote” seré feliz. En cambio, la búsqueda del placer me lleva a la insatisfacción. Puede parecer complicado, que la felicidad se adquiere no directamente sino “de rebote” cuando hago el bien, pero la más cruel de las desventuras es el engaño de mostrar la felicidad en señuelos pasajeros que dejan rastro de vaciedad.
Pero aún hay que dar otro paso, pues la voluntad tiende al bien pero el bien supremo es el amor. Es más, el hombre –imagen de Dios, que es amor- se realiza cuando –como el modelo de su ejemplar- vive de amor, reconoce el amor y se dedica a amar, la felicidad es propia de un corazón enamorado, del que sabe querer. En definitiva, para ser buenos no hay que hacer cosas bien en un sentido de moral de obligación, sino que se han de unir las dos cosas: el bien y el amor. Porque ella es siempre la consecuencia -¡no buscada!- de la propia perfección, de la propia bondad. Y para ser buenos, hay que olvidarse por completo de uno mismo y querer procurar el bien de los demás, recuerda Tomás Melendo: “hay que aprender a amar. Únicamente entonces, cuando la desestimemos plenamente, nos sobrevendrá, como un regalo, como un don inesperado, la felicidad. El amor, sólo el amor, engendra la dicha”.
El gozo se alcanza siempre al tener lo bueno que se buscaba, y así desde el placer, que es el gozo más sensible, hasta el éxtasis –salir de uno mismo- que es el más sublime. En todos los casos, es siempre consecuencia de tender a lo que se ve como bueno y cuando se busca el gozo en sí mismo se aborta.
El goce de la felicidad es consecuencia del amor, señal de plenitud en la realización personal, como decía Aristóteles, «querer al otro en cuanto otro», es decir, amar. O como dice la moderna fenomenología de Gehlen y Plessner: la superioridad del hombre sobre los animales es la aptitud para olvidarse del propio bien y querer y procurar el bien de los otros (no pensar en que me quieran, sino en querer). Entonces volvemos a confirmarnos en que somos imagen de Dios, quien obra por amor, pone el amor, y quiere sólo amor, correspondencia, reciprocidad, amistad: y puesto que el hombre es imagen del Dios Amor, se realiza también cuando ama, cuando vive de amor, y si no, no es hombre, es hombre frustrado, autorreducido a cosa. Como dice “Gaudium et spes” del Vaticano II, «el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por si misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás», es decir en el éxtasis, la donación amorosa. El hombre bueno es quien hace el bien a los demás, y el hombre malo el que es egoísta y perjudica a los demás, pero entonces se autodestruye pues renuncia a ser hombre. Pero el mal no tiene la última palabra, existe el perdón: pues el amor es fecundo y tiene frutos, hijos: la fecundidad del amor es su hijo, que es el perdón. Como fruto del amor viene la misericordia, que mueve a perdonar todo, y entonces es verdad que “amar es no tener que decir nunca lo siento”, pues está el perdón “englobado” en el amor, metido dentro de él como al “baño maría”.
Entramos en las últimas reuniones de Jesús con sus discípulos, conversaciones habidas en el marco mismo de su Pasión... las últimas confidencias, podría decirse, de alguien que sabe que se va. -Sí, en verdad os digo: Quien recibe al que Yo enviare, a mí me recibe; y el que me recibe, recibe a Quien me ha enviado. Hay aquí una cascada de meditaciones. Recibir a un "enviado" de Jesús, es recibir a "Jesús", y es recibir a "Dios" Es todo el misterio de la Iglesia. Jesús ha escogido no ser ya alcanzado "en directo" sino sólo por la mediación de "hermanos", de "ministros". Cuando Pedro bautiza, es Jesús quien bautiza (Noel Quesson). Pedimos en el Ofertorio: «Que nuestra oración, Señor, y nuestras ofrendas sean gratas en tu presencia, para que así, purificados por tu gracia, podamos participar más dignamente en los sacramentos de tu amor». Y en la Postcomunión: «Dios Todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros fruto abundante, y que el alimento de salvación que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas».
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 18 de mayo de 2011

MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: el apostolado, en la primitiva Iglesia, guiada por Jesús, luz que nos guía en el Espíritu Santo, y la interce

MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: el apostolado, en la primitiva Iglesia, guiada por Jesús, luz que nos guía en el Espíritu Santo, y la intercesión de la Virgen

1ª Lectura, He 12,24-26-13,1-5: 24 Mientras tanto la palabra del Señor crecía y se multiplicaba. 25 Bernabé y Saulo, después de haber cumplido su misión, volvieron de Jerusalén, llevando consigo a Juan Marcos.
1 En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé y Simón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manahén, hermano de leche de Herodes el virrey, y Saulo. 2 Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: «Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado». 3 Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. 4 Con esta misión del Espíritu Santo fueron a Seleucia, desde donde se embarcaron hacia Chipre. 5 Al llegar a Salamina, se pusieron a anunciar la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan como auxiliar.

Salmo Responsorial 67,2-3,5-6.8: 2 Que Dios tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro entre nosotros 3 para que en la tierra se conozca su camino y su salvación en todas las naciones. 5 Que canten de alegría las naciones, pues tú juzgas al mundo con justicia y gobiernas los pueblos de la tierra. 6 Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. 8 Que Dios nos bendiga y que le rinda honor el mundo entero.

Evangelio Jn 12,44-50: 44 Jesús proclamó: «El que cree en mí no cree en mí, sino en el que me ha enviado; 45 y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. 46 Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que crea en mí no quede en tinieblas. 47 Yo no condeno al que oye mis palabras y no las guarda, pues no he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo. 48 El que me rechaza y no acepta mi doctrina ya tiene quien lo juzgue; la doctrina que yo he enseñado lo condenará en el último día, 49 porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me ha enviado me ha ordenado lo que tengo que decir y enseñar, 50 y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso lo que yo os digo, lo digo tal y como me lo ha dicho el Padre».

Comentario: 1. –El relato se centra ahora en la iglesia en Antioquia, donde había profetas y doctores, estructurada con responsabilidades diferentes, determinados sin duda por carismas diversificados. Los profetas eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos concretos de la vida humana y de la historia. ¡Ayúdanos, Señor, a saber leer los signos de tu Palabra, en los signos de los tiempos! Tú nos hablas a través de lo que va sucediendo. Pensando en un acontecimiento que acaba de producirse o que está a punto de ocurrir, trato humildemente de descubrir lo que Tú, Señor, quieres decir al mundo... Los doctores discernían las Escrituras, comentando el antiguo Testamento y el Nuevo, que se estaba elaborando entonces. Enseñaban a los catecúmenos y a los demás cristianos, eran maestros, sin ser sacerdotes tenían lugar importante por lo delicado de su misión educadora, doctrinal y moral (cf 1 Tim 4,7;6,20; Tit 2,1, cf. Biblia de Navarra). La Carta a Diogneto enuncia el ideal de esas personas: “no hablo de cosas peregrinas ni voy a la búsqueda de lo novedoso, sino, como discípulo que he sido de los Apóstoles, me puedo convertir en maestro de pueblos. Yo no hago otra cosa que transmitir lo que me ha sido entregado a quienes se han hecho discípulos dignos de la verdad”. Ayúdanos, Señor, a comprender inteligentemente lo que quieres decirnos a través de las palabras de tu evangelio y de los demás textos sagrados.
-“Un día, mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo”... Culto, ayuno, Espíritu... "Celebran el culto del Señor". La Eucaristía, centro del culto cristiano, se pone en paralelo con el culto sacrificial de la ley mosaica, y es lógico, pues era el referente de la época, diríamos que el contexto cultural obligaba a ello y además hay un motivo más profundo: la Eucaristía, que “edifica y hace crecer la Iglesia de Dios” (Unitatis redintegratio 15, cf Ecclesia de Eucaristía), está enraizada en el culto al Dios de Israel, y vemos aquí como marca el crecimiento de la Iglesia. Pero la cita añade ¡«y ayunando»! El «ayuno» es decir «la libre privación de alimento» es un gesto de todas las religiones -Judaísmo, Islamismo, Hinduísmo, Fetichismo, etc...- Los primeros cristianos también hacían regularmente ese gesto, signo de sacrificio y penitencia por sus pecados (en Cuaresma hemos hablado de su necesidad, descuidada en la Iglesia actual). Un día, durante esa «celebración» -de culto y ayuno- el Espíritu Santo les dijo... sorprende ver el papel importante del Espíritu Santo como "actor" que anima a los cristianos. Esa comunidad cristiana no es una agrupación ordinaria. Es un grupo consciente de poseer en su seno al Señor Jesucristo, vivo, resucitado, glorificado, actuando y animando a su comunidad, la Iglesia, por el poder de su Espíritu. Son hombres, ciertamente semejantes a todos los demás, con los que se codean por las calles de Antioquía. Pero, esos hombres son portadores de Dios, están a la escucha de Dios y movidos por El. Son hombres conscientes de que ¡«el Espíritu Santo les habla»! y les pide que hagan ciertas cosas.
-«Separadme ya a Bernabé y a Pablo para la obra a la que los he llamado». Es el inicio de la gran «misión» de san Pablo, de la que saldrá la evangelización de toda la cuenca del Mediterráneo: Chipre, Salamina, Grecia, el Imperio Romano... El Espíritu Santo está en el origen de todo esfuerzo misionero (cf. Ad gentes 5, Gal 1,15-16). –“Después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos...” Con el ayuno y oración, hay una buena preparación apostólica, y el Señor no dejará “caer en tierra ninguna de sus palabras” (1 Sam 3,19). Es también la Iglesia la que envía a misión. La «comunidad» acepta la responsabilidad de aquellos a los que envía, «se sacrifica y ora» por ellos... les da un «signo» -sacramento- que se halla en el origen de la ordenación de los obispos y de los sacerdotes: la imposición de las manos. ¿Es misionera la comunidad a la cual pertenezco? ¿Sostiene, por la oración y el esfuerzo, a los que ha enviado a ponerse «en contacto con los paganos»?
-“Enviados por el Espíritu Santo... anunciaban la Palabra de Dios”. Todo cristiano, -sacerdote, laico, o religioso- debe ser «misionero». Ayúdame, Señor, a ver de qué modo «soy enviado» yo también. Y de cómo, yo también, he de «anunciar la Palabra de Dios» (Noel Quesson / Biblia de Navarra).
Y así comienza el primero de los tres grandes viajes misioneros de Pablo, que llevará al Apóstol a evangelizar primero la isla de Chipre y después algunas regiones del sur de Asia Menor: Panfilia, Pisidia y Licaonia (años 44-49). El Espíritu Santo deja oir su voz en la Iglesia de Cristo. Oigamos a Nicetas de Remecían: «¿Quién puede, pues, silenciar aquella dignidad del Espíritu Santo? Pues los antiguos profetas clamaban: “Esto dice el Señor” (Ez 22,28). En su venida Cristo aplicó esta expresión a su persona diciendo: “Y yo os digo” (Mt 5,22,43). Y los nuevos profetas ¿qué clamaban? Como Agabo que profetiza y dice en los Hechos de los Apóstoles: “Esto dice el Espíritu Santo” (21,11). Y el mismo Pablo en la Carta a Timoteo: “El Espíritu Santo dice claramente” (1 Ti 4,1). Y Pablo dice que él ha sido llamado por Dios Padre y por Cristo: “Pablo, dice, apóstol no por los hombres, ni por medio de un hombre, sino por medio de Jesucristo y Dios Padre” (Gál 1,1). Y en los Hechos de los Apóstoles se lee que fue segregado y enviado por el Espíritu Santo. En efecto, así está escrito (13,2)». Le pedimos en la Postcomunión: «Ven, Señor, en ayuda de tu pueblo y, ya que nos has iniciado en los misterios de tu Reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna».
2. Sal. 66. El Señor ha tenido piedad de nosotros y nos ha bendecido al enviarnos a su propio Hijo como Salvador nuestro. Quienes hemos sido beneficiados con el Don de Dios debemos convertir toda nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre. Agradecidos, alabamos al Señor: «El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros…” deseo bendición a Dios por los designios salvíficos (eco de la bendicion señalada en Nm 6,24-26 sobre la fecundidad de la tierra: Gn 1,28 y la protección ante los enemigos: Sal 4,7; 13,2), deseo de salvación que se cumple en Jesús, la predicación de los Apóstoles (cf. Lc 12,47; Hch 2,9-12.47). Si queremos que el mundo entero vuelva al Señor y bendiga su Nombre y le rinda honor, debemos anunciarlo desde una vida que se convierta en testimonio creíble de la eficacia de la salvación que Dios ofrece a todos, pues si vivimos sujetos a la maldad ¿cómo creerá el mundo que el Dios que les ofrecemos en verdad los librará del pecado y los llevará sanos y salvos a su Reino celestial? “¡Oh bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste, en otro viste. Oíste en tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste en el tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu mirada por todo el mundo; contempla la heredad del Señor difundida ya hasta los confines del orbe” (S. Agustín). La Iglesia emplea este salmo el día de la Maternidad de la Virgen María, pues por su intercesión maternal hemos recibido la mayor bendición, Jesús.
Veamos el comentario de Juan Pablo II: “Acaba de resonar la voz del antiguo salmista que elevó al Señor un gozoso canto de acción de gracias. Es un texto breve y esencial, pero que abarca un inmenso horizonte hasta alcanzar a todos los pueblos de la tierra. Esta apertura universal refleja probablemente el espíritu profético de la época sucesiva al exilio en Babilonia, cuando se auspiciaba el que incluso los extranjeros fueran guiados por Dios a su monte santo para ser colmados de alegría. Sus sacrificios y holocaustos habrían sido gratos, pues el templo del Señor se convertiría en «casa de oración para todos los pueblos» (Isaías 56,7). También en nuestro Salmo, el 67, el coro universal de las naciones es invitado a asociarse a la alabanza que Israel eleva en el templo de Sión. En dos ocasiones, de hecho, se pronuncia la antífona: «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben» (versículos 4.6).
Incluso los que no pertenecen a la comunidad escogida por Dios reciben de Él una vocación: están llamados a conocer el «camino» revelado a Israel. El «camino» es el plan divino de salvación, el reino de luz y de paz, en cuya actuación quedan asociados también los paganos, a quienes se les invita a escuchar la voz de Yahvé (cf v. 3). El resultado de esta escucha obediente es el temor del Señor «hasta los confines del orbe» (v. 8), expresión que no evoca el miedo sino más bien el respeto adorante del misterio trascendente y glorioso de Dios.
Al inicio y en la conclusión del Salmo, se expresa un insistente deseo de bendición divina: «El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros... Nos bendice el Señor, nuestro Dios. Que Dios nos bendiga» (versículos 2.7-8). Es fácil escuchar en estas palabras el eco de la famosa bendición sacerdotal enseñada, en nombre de Dios, por Moisés y Aarón a los descendientes de la tribu sacerdotal: «Que el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Num 6, 24-26). Pues bien, según el Salmista, esta bendición sobre Israel será como una semilla de gracia y de salvación que será enterrada en el mundo entero y en la historia, dispuesta a germinar y a convertirse en un árbol frondoso. El pensamiento recuerda también la promesa hecha por el Señor a Abraham en el día de su elección: «De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición... Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gen 12, 2-3)”. “Gracias a la bendición implorada por Israel, toda la humanidad podrá experimentar «la vida» y «la salvación» del Señor (cf v. 3), es decir, su proyecto salvífico. A todas las culturas y a todas las sociedades se les revela que Dios juzga y gobierna a los pueblos y a las naciones de todas las partes de la tierra, guiando a cada uno hacia horizontes de justicia y paz (cf. v. 5). Es el gran ideal hacia el que estamos orientados, es el anuncio más apremiante que surge del Salmo 67 y de muchas páginas proféticas (cf Is 2,1-5;60,1-22;Jonás 4,1-11; Sofonías 3,9-10; Mal 1, 11). Esta será también la proclamación cristiana que delineará san Pablo al recordar que la salvación de todos los pueblos es el centro del «misterio», es decir, del designio salvífico divino: «los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio» (Efesios 3, 6).
Ahora Israel puede pedir a Dios que todas las naciones participen en su alabanza; será un coro universal: «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben», se repite en el Salmo (Cf. Salmo 66, 4.6). El auspicio del Salmo precede al acontecimiento descrito por la Carta a los Efesios, cuando parece hacer alusión al muro que en el templo de Jerusalén separaba a los judíos de los paganos: «En Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad... Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef 2, 13-14.19). Hay aquí un mensaje para nosotros: tenemos que abatir los muros de las divisiones, de la hostilidad y del odio, para que la familia de los hijos de Dios se vuelva a encontrar en armonía en la única mesa, para bendecir y alabar al Creador para los dones que él imparte a todos, sin distinción (cf Mt 5,43-48).
La tradición cristiana ha interpretado el Salmo 67 en clave cristológica y mariológica. Para los Padres de la Iglesia, «la tierra que ha dado su fruto» es la virgen María que da a luz a Jesucristo. De este modo, por ejemplo, san Gregorio Magno, en el «Comentario al primer Libro de los Reyes», glosa este versículo, comparándolo a otros muchos pasajes de la Escritura: «María es llamada y con razón "monte rico de frutos", pues de ella ha nacido un óptimo fruto, es decir, un hombre nuevo. Y al ver su belleza, adornada en la gloria de su fecundidad, el profeta exclama: "Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará" (Is 11,1). David, al exultar por el fruto de este monte, dice a Dios: "Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. La tierra ha dado su fruto". Sí, la tierra ha dado su fruto, porque aquel a quien engendró la Virgen no fue concebido por obra de hombre, sino porque el Espíritu Santo extendió sobre ella su sombra. Por este motivo, el Señor dice al rey y profeta David: "El fruto de tu seno asentaré en tu trono" (Sal 131,11). De este modo, Isaías afirma: "el germen del Señor será magnífico" (Is 4,2). De hecho, aquel a quien la Virgen engendró no sólo ha sido un "hombre santo", sino también "Dios poderoso" (Is 9,5)».
3. Este pasaje, en el evangelio de san Juan, sigue a la resurrección de Lázaro y a la unción en Betania. Es una colección de palabras muy características de Jesús que parecen haber sido agrupadas aquí para concluir la primera parte del evangelio, antes de abordar la segunda, que es la Pasión y la Resurrección. –“El que cree en mí, no es en mí en quien cree”, Jesús no atrae a sí, remite a otro: “-Sino en el que me ha enviado”. Jesús se define a menudo como "el enviado" = missus, en latín... apóstoles, en griego... Jesús, misionero del Padre. Jesús, "apóstol" del Padre, "enviado" por el Padre. Humildad profunda del misionero: no es nada por sí mismo... esta allí en nombre de otro... quiere conducir a los demás a descubrir a este otro. Conducir a Dios. Llevar a nuestros amigos a experimentar su relación con Dios. Pero en primer lugar tener nosotros esta experiencia: ¿cómo pretender ser misionero si uno mismo no vive su profunda relación con Dios? La "misión" no es ante todo una empresa, ni una cuestión de métodos... es un "envío"
-“El que me ve, ve al que me ha enviado”. Sin palabras, sin "empresas", el verdadero misionero "hace que vean" a Dios... así sencillamente, a través de su propia persona. ¡Quien ve a Jesús, ve al Padre! ¡Qué exigencia extraordinaria y maravillosa! ¡Qué Gracia! Oh, Señor, hazme transparente, como Tú lo eras.
"Vosotros sois el Cuerpo de Cristo" traducirá san Pablo. Debo ser el rostro de Cristo, como Jesús era el rostro del Padre. A través de mi vida, hacer ver a Dios.
-“Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas”. Transparencia... luz... belleza... seguridad... Opacidad... tinieblas... miedo... Evocar imagen de sol... de día... e imágenes de noche...
-“Si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no le condeno, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo... El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene ya quien le juzgue: La palabra que Yo he hablado, esa le juzgará en el último día”. Jesús sabe que llega el fin de su vida: es una especie de balance negativo. Los hombres no han querido la luz, no han escuchado sus palabras. Es el fracaso, globalmente... aparte el pequeño núcleo de discípulos, unos pocos en número. Pues bien, ¡Jesús reafirma que no condena! Que ha venido para salvar. Son solamente los hombres los que se condenan, cuando rehúsan escuchar. La condenación no es obra de Dios. La "salvación" ofrecida se transforma en "juicio", no por voluntad de Dios, sino por las opciones negativas de los hombres. Todo está ahora a punto para la Pasión.
-“Las palabras que Yo hablo, las hablo según el Padre me ha dicho”. Siempre la profunda dependencia y humildad del misionero. Jesús no ha inventado lo que nos ha dicho. ¿Y yo? ¿Digo las palabras del Padre, o las mías? (Noel Quesson).
Son las últimas palabras de la predicación pública de Jesús, y recopila temas fundamentales: la fe en Él (v. 44), unidad y distinción entre Padre e Hijo (v. 45), Jesús como Luz y Vida del mundo (vv. 46.50), juicio de los hombres según la aceptación de Cristo (vv. 47-49); es el relato previo a la oración sacerdotal y relatos Pascuales. Es el signo de la luz. Es la misma imagen que aparecía en el prólogo del evangelio: «la Palabra era la luz verdadera» (Jn 1,9) y en otras ocasiones solemnes: «yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, l 2; 9, 5). Pero siempre sucede lo mismo: algunos no quieren ver esa luz, porque «los hombres amaron más las tinieblas que la luz» (Jn 3,19). Cristo como luz sigue dividiendo a la humanidad. También ahora hay quien prefiere la oscuridad o la penumbra: y es que la luz siempre compromete, porque pone en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como defectuoso. Nosotros, seguidores de Jesús, ¿aceptamos plenamente en nuestra vida su luz, que nos viene por ejemplo a través de su Palabra que escuchamos tantas veces? ¿somos «hijos de la luz», o también en nuestra vida hay zonas que permanecen en la penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Ser hijos de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Significa caminar en el amor, sin odios o rencores («quien ama a su hermano permanece en la luz» (I Jn 2,10). La «tiniebla» es tanto dejarnos manipular por el error, como encerrarnos en nuestro egoísmo y no amar. Durante la Cincuentena Pascual, después de haber entonado solemnemente en la Vigilia la aclamación «Luz de Cristo», encendemos en nuestras celebraciones el Cirio Pascual, cerca del libro de la Palabra. Quiere ser un símbolo de que a Cristo Resucitado lo seguimos porque es la auténtica luz del mundo, y que queremos vivir según esa luz, sin tinieblas en nuestra vida. Y además, siendo luz para los demás, porque ya nos dijo Jesús: «vosotros sois la luz del mundo... brille así vuestra luz delante de los hombres» (Mt 5, 1416)” (J. Aldazábal). Comenta San Agustín: «No les dijo: “Vosotros sois la luz, habéis venido al mundo para que quien crea en vosotros no permanezca en las tinieblas”. Yo os aseguro que no leeréis esto en ningún lugar. Candelas son todos los Santos. Pero la Luz aquella que les da la luz no puede separarse de sí misma, porque es inconmutable. Creemos, pues, a las candelas encendidas, como son los profetas y los apóstoles, pero de tal modo les damos fe, que no creemos en la misma candela iluminada, sino que por medio de ella creemos en aquella Luz que las ilumina, para que nosotros seamos también iluminados, no por ellas, sino con ellas, por aquella Luz de quien ellas reciben la suya. Y al decir que vino “para que todo aquel que crea en Mí no permanezca en tinieblas”, claramente manifiesta que a todos encontró envueltos en las tinieblas; pero para que no permanezcan en las tinieblas en que fueron hallados deben creer en la Luz que vino al mundo, porque por Ella fue hecho el mundo». San Juan de la Cruz señala que en Jesús el Padre lo ha dicho todo: «[El Padre] todo nos lo habló junto y de una vez por esta sola Palabra (...). Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo sería una necedad, sino que haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, evitando querer otra alguna cosa o novedad».
«Dice el Señor: “Yo os he escogido sacándoos del mundo y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure”. Aleluya» (cf. Jn 15,16.19; comunión). Y le respondemos: «Te daré gracias entre las naciones Señor; contaré tu fama a mis hermanos. Aleluya» (Sal 17,50;12,23: Entrada). «Señor, Tú que eres la vida de los fieles, la gloria de los humildes y la felicidad de los santos, escucha nuestras súplicas, y sacia con la abundancia de tus dones a los que tienen sed de tus promesas» (Colecta). Es la petición que los frutos pascuales nos aprovechen y conviertan: «¡Oh Dios!, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos» (Ofertorio).
Por si esto fuera poco, contamos con otro auxilio luminoso, María (que significa “estrella”). San Bernardo intuyó muy bien al invocar a María como “Estrella de los mares”. San Bernardo exhortaba así a los cristianos: “Si alguna vez te alejas del camino de la luz y las tinieblas te impiden ver el Faro, mira la Estrella, invoca a María. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María. (...) Que nunca se cierre tu boca al nombre de María, que no se ausente de tu corazón”. No dudemos ni un sólo instante de pedir su maternal cariño y protección. Si la sigues, no te desviarás; si recurres a ella, no desesperarás. Si Ella te sostiene, no vendrás abajo. Nada temerás si te protege; con su favor llegarás a puerto. Jesús vino como Salvador de la humanidad entera. En Él conocemos el Rostro amoroso y misericordioso de Dios. Por eso podemos decir que quien ve a Jesús está viendo al Padre Dios que se ha hecho cercanía a nosotros para perdonarnos, para darnos su vida y para concedernos todo aquello que le pidamos en Nombre de Jesús, su Hijo, para salvación nuestra. Y Jesús se ha desposado con su Iglesia y le ha confiado la misión, no de condenar, sino de salvar. En el cumplimiento de esa vocación estamos involucrados todos. Por eso podemos decir que quien contemple a la Iglesia estará contemplando y experimentando desde ella el amor que el Padre Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús. No podemos, por tanto, vivir condenando a los demás, sino que hemos de buscar al pecador tratando, en nombre de Cristo, de salvar todo lo que se había perdido. Dios nos quiere apóstoles suyos, sin importar lo que haya sido nuestra vida pasada, pues Él sólo tiene en cuenta nuestro retorno a Él para dejarnos revestir de su propio Hijo, y para calzarnos con sandalias nuevas para enviarnos a dar testimonio de lo misericordioso que es Dios para con todos. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser discípulos fieles del Señor para que su Palabra sea sembrada en nuestros corazones, y, como en un buen terreno, produzca abundantes frutos de salvación, que hagan que nosotros mismos seamos como un alimento que fortalezca a quienes hemos de conducir por el camino del bien, hasta lograr juntos la salvación eterna. Amén (www.homiliacatolica.com).Llucià Pou Sabaté

MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, Buen Pastor, nos lleva la Iglesia madre, santuario de Cristo y salvación, y María es quien nos acompaña y

MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, Buen Pastor, nos lleva la Iglesia madre, santuario de Cristo y salvación, y María es quien nos acompaña y la fortaleza que nos protege


Antioquia es, después de Roma y Alejandría, la tercera ciudad del Imperio romano (con medio millón de habitantes, y una numerosa colonia judía), centro de gran importancia cultural, económica y religiosa; fue la primera gran urbe del mundo antiguo donde se predica el Evangelio. La fundación de la Iglesia en Antioquía, capital de Siria y entonces en pleno país pagano es una etapa principal en la expansión de la Iglesia. Cuando parecía que los acontecimientos iban a señalar el final de la comunidad de Jesús, por la persecución de Esteban y la dispersión que le siguió resultó que la Iglesia empezó a sentirse misionera y abierta. Los discípulos huidos de Jerusalén fueron evangelizando -anunciando que Jesús es el Señor- a regiones como Chipre, Cirene y Antioquía de Siria. Primero a los judíos, y luego también a los paganos: “Los que se habían dispersado a causa de la persecución ocurrida con ocasión de Esteban, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, predicando sólo a los judíos. Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses, quienes, llegados a Antioquía, se dirigieron también a los griegos, anunciando a Jesús, el Señor. El Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al Señor”. Problema típico de todos los tiempos: el respeto a la diversidad: los «griegos», paganos, tienen una mentalidad totalmente distinta a la de los judíos… “anunciándoles el Evangelio del Señor Jesús...”: es decir, que Jesús es Dios (no Mesías de un solo pueblo, sino que su dominio es sobre todos los hombres).
Dios dirige la Iglesia, se sirve de todo para que la cosa vaya hacia el bien. “Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía”. No se contentan con "crear" nuevas Iglesias locales, la comunidad de Jerusalén cuida de incorporarlas a la unidad de la Iglesia única. «Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica». Se crean lazos entre una y otra comunidad, así se «envía a Bernabé», que pertenecía a la comunidad de Jerusalén, a la comunidad de Antioquía... Aparece aquí un personaje muy significativo del nuevo talante de la comunidad: Bernabé. Era de Chipre. Había vendido un campo y puesto el dinero a disposición de los apóstoles. Había ayudado a Pablo en su primera visita de convertido a Jerusalén, para que se sintiera un poco mejor acogido por los hermanos. Era generoso, conciliador: y éste vio en seguida la mano del Espíritu en lo que sucedía en aquella comunidad, se alegró y les exhortó a seguir por ese camino. Más aún: fue a buscar a Pablo, que se había retirado a Tarso, su patria, y lo trajo a Antioquía como colaborador en la evangelización. Bernabé influyó así decisivamente en el desarrollo de la fe en gran parte de la Iglesia. También la comunidad cristiana de ahora debería imitar a la de Antioquía y ser más misionera, más abierta a las varias culturas y estilos, más respetuosa de lo esencial, y no tan preocupada de los detalles más ligados a una determinada cultura o tradición. La apertura que el Vaticano II supuso -por ejemplo, en la celebración litúrgica, con las lenguas vivas y una clara descentralización de normas y aplicaciones concretas- debería seguir produciendo nuevos frutos de inculturación y espíritu misionero. Nuestra comunidad sigue necesitando personas como Bernabé, que saben ver el bien allí donde está y se alegran por ello, que creen en las posibilidades de las personas y las valoran dándoles confianza, que se fijan, no sólo en los defectos, sino en las fuerzas positivas que existen en el mundo y en la comunidad. Personas conciliadoras, dialogantes, que saben mantener en torno suyo la ilusión por el trabajo de evangelización en medio de un mundo difícil. Esto tendría que notarse hoy mismo, en nuestra vida personal, al tratar a las personas y valorar sus capacidades y virtudes, en vez de constituirnos en jueces rápidos e inclementes de sus defectos. Deberíamos ser, como Bernabé, conciliadores, y no divisores en la comunidad.
“Al llegar y ver la gracia de Dios, se llenó de alegría y exhortaba a todos a perseverar con un corazón firme, fieles al Señor, porque era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud se unió al Señor. Se fue a Tarso en busca de Saulo; lo encontró y se lo llevó a Antioquía. Y estuvieron un año entero en aquella Iglesia instruyendo en la fe a muchas personas. Fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de cristianos (Hch 11,19-26). El Espíritu hace que de las patadas que les pegan las persecuciones, como un saco lleno de semilla, más se extienden los granos y el viento los lleva lejos (decía san Josemaría). Te ruego, Señor, por la unidad de tu Iglesia. Que cada comunidad esté abierta a las demás. Que ninguna llegue a ser un gheto, un círculo cerrado, un club reservado a sólo algunos. Te ruego, Señor, por la unidad del mundo. Que la Iglesia, en el mundo, sea signo y fermento de unidad entre todos los hombres.
“En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos”. «Cristianos» = «hombres de Cristo». Se ha inventado una palabra nueva. ¿Soy yo otro Cristo? ¿Soy de veras un cristiano? Reflexiono sobre esta palabra, que expresa mi identidad. o bien, ¿se trata sólo de una etiqueta externa? ¡Oh Cristo, hazme semejante a Ti! (Noel Quesson/J. Aldazábal).

El Salmo 87/86 habla del nuevo Pueblo de Dios, el Reino de Dios entre nosotros. El Señor nos ha elegido como pueblo suyo: «alabad al Señor todas las naciones», porque Dios llama a todos por igual. “Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí…” con alusiones al Templo, que es Jesús, la Presencia de Dios vivo, y todos seremos puestos en el registro de este pueblo santo, familia de Dios, Iglesia: “Este ha nacido allí”; y cantarán mientras danzan: “Todas mis fuentes están en ti”». Es la hermandad de todos los pueblos. Es la «ciudad de Dios»; está por tanto en la base del proyecto de Dios. Todos los puntos cardinales de la tierra se encuentran en relación con esta Madre: Ráhab, es decir, Egipto, el gran estado Occidental; Babilonia, la conocida potencia oriental; Tiro, que personifica al pueblo comercial del norte; mientras que Etiopía representa al profundo sur; y Palestina, el área central, también es hija de Sión. Es sugerente observar cómo incluso las naciones consideradas hostiles a Israel suben a Jerusalén y son acogidas no como extranjeras sino como «familiares», miembros de la misma familia, llamados a abrazarse como hermanos, de regreso a casa. Página de auténtico diálogo interreligioso, anticipa la tradición cristiana que aplica este Salmo a la «Jerusalén de arriba» de la que san Pablo proclama que «es libre y es nuestra madre» y tiene más hijos que la Jerusalén terrena. Del mismo modo habla el Apocalipsis cuando ensalza «la Jerusalén que bajaba del Cielo, de junto a Dios». Siguiendo la línea del Salmo 87, también el Concilio Vaticano II ve en la Iglesia universal el lugar en el que se reúnen «todos los justos descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el último elegido». Tendrá su «cumplimiento glorioso al fin de los tiempos».
El buen pastor -el verdadero pastor- es Jesús: pastor "bueno, bravo, honrado, hermoso, perfecto en todos los aspectos"... ¿qué significa “pastor” en la Biblia? El guía ("El Señor es mi pastor, nada me falta, sobre verdes praderas reposo, hacia fuentes tranquilas me conduce..."), el que cuida ("como un Pastor que apacienta su rebaño, recoge con su brazo los corderos, los lleva junto a su pecho y cuida las ovejas madres"), y gobierna ("he aquí que yo mismo cuidaré de mi rebaño..."), el "mesías", el "jefe del pueblo", pero Jesús añade: -“El verdadero pastor da su vida por sus ovejas...”, "pone su alma" = "deja su vida" = "da su vida". ¡Esta es una imagen sorprendente! Cuando un pastor muere, no puede ya defender sus ovejas... Pero Jesús, por su muerte misma, salva a sus ovejas. Por otra parte, enseguida añadirá que El tiene el poder de "recobrar su vida" -resurrección. Conscientemente Jesús dice que es capaz de "morir" por nosotros.
“Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la dedicación del templo. Era invierno. Jesús se paseaba en el templo, por el pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos has de tener en vilo? Si tú eres el mesías, dínoslo claramente». Jesús les respondió: «Os lo he dicho y no me habéis creído. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre lo demuestran claramente. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías…” y sigue con los versículos que leímos este domingo (Jn 10,22-30).
-“El pastor mercenario, si ve venir el lobo, huye... No tiene interés alguno por las ovejas”. He aquí la imagen contrastante. El falso pastor, sólo piensa en él. Es incapaz de arriesgar su vida ante el lobo. Las ovejas no cuentan para él. Jesús ha arriesgado su vida para defender a la humanidad. Ha arriesgado su vida por mí. Y Pablo, para expresar el inmenso valor de todo ser humano dirá: "¡es un hermano por quien Cristo ha muerto! (Rm 14, 15; Co 8, 11) Yo soy alguien para Jesús. Soy importante para El. Todo hombre es importante para Jesús. Está dispuesto a batirse por él.
-“Conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre”. Esto va muy lejos. La intimidad entre Jesús y sus amigos es como la que existe entre las personas divinas en el seno de la Trinidad de Amor. Fue al llamarla por su nombre "María", cuando Magdalena reconoció la "voz de Jesús". La llamó por su nombre. Y fue entonces que ella le reconoció. De ese modo soy yo también conocido. Gracias por este amor, gracias.
-“Tengo otras ovejas que no son de este aprisco: y es preciso que Yo las traiga con las demás. Escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor”. Es el corazón universal de Jesús, la dimensión misionera de la Iglesia. Jesús no se contenta jamás con el "pequeño rebaño" ya salvado, ya reunido... se preocupa de la "oveja perdida" que ha abandonado el rebaño. ¿Cuál es mi oración y mi acción para las misiones, para la evangelización? ¿Cuál es mi participación en el apostolado? -“Tengo poder para dar mi vida y poder para volver a tomarla de nuevo” (Noel Quesson). La revelación de Jesús llega a mayor profundidad en la fiesta de la Dedicación del Templo. No sólo es la puerta y el pastor, no sólo está mostrando ser el enviado de Dios por las obras que hace. Su relación con el Padre, con Dios, es de una misteriosa identificación: «yo y el Padre somos uno». Jesús va manifestando progresivamente el misterio de su propia persona: el «yo soy».
El pasaje del evangelio nos invita a renovar también nosotros nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús. ¿Podemos decir que le escuchamos, que le conocemos, que le seguimos?, ¿que somos buenas ovejas de su rebaño? Tendríamos que hacer nuestra la actitud que expresó tan hermosamente Pedro (leímos el sábado): «Señor, ¿a quién iremos? tú tienes palabras de vida eterna». En la Eucaristía escuchamos siempre su voz. Hacemos caso de su Palabra. Nos alimentamos con su Cuerpo y Sangre. En verdad, éste es un momento privilegiado en que Cristo es Pastor y nosotros comunidad suya. Eso debería prolongarse a lo largo de la jornada: siguiendo sus pasos, viviendo en unión con él, imitando su estilo de vida (J. Aldazábal). Le pedimos a la Virgen, Divina Pastora, que nos haga escuchadores del Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús.

lunes, 16 de mayo de 2011

LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, el Buen Pastor, continúa guiándonos, abriendo nuestro corazón a la verdad, como hizo con Pedro y los prime

LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, el Buen Pastor, continúa guiándonos, abriendo nuestro corazón a la verdad, como hizo con Pedro y los primeros.

Hechos de los apóstoles 11, 1-18: “1 Los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea supieron que también los paganos habían recibido la palabra de Dios. 2 Cuando Pedro llegó a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le echaron en cara: 3 «¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos?». 4 Entonces Pedro comenzó a explicarles por orden, diciendo: 5 «Estaba yo en la ciudad de Jafa orando, cuando tuve en éxtasis una visión: un objeto descendía a modo de un gran lienzo, colgado por las cuatro puntas desde el cielo, y llegó hasta mí. 6 Yo lo miré fijamente, lo examiné y ví cuadrúpedos, bestias, reptiles y aves. 7 Oí también una voz que me decía: Levántate, Pedro, mata y come. 8 Pero yo dije: De ninguna manera, Señor; porque nada profano o impuro ha entrado jamás en mi boca. 9 Pero la voz del cielo dijo por segunda vez: Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro. 10 Esto se repitió por tres veces, y todo fue arrebatado de nuevo al cielo. 11 Entonces mismo se presentaron en la casa donde yo estaba tres hombres que me habían enviado desde Cesarea. 12 Y el Espíritu me dijo que fuera con ellos sin dudar. Estos seis hermanos vinieron también conmigo y entramos en la casa del hombre en cuestión, 13 el cual nos contó que se le había aparecido un ángel y que le había dicho: Manda a Jafa a llamar a Simón Pedro, 14 el cual, con sus palabras, te traerá la salvación a ti y a tu familia. 15 Y al comenzar yo a hablar, descendió el Espíritu Santo sobre ellos, como al principio sobre nosotros. 16 Recordé estas palabras del Señor: Juan bautizó en agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo. 17 Pues si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿cómo podía yo oponerme a Dios?». 18 Al oír esto callaron y glorificaron a Dios, diciendo: «Así que también a los paganos Dios ha concedido el arrepentimiento para alcanzar la vida».

Salmo Responsorial 42,2-4: 2 Como la cierva busca corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; 3 mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿cuándo podré ir a ver el rostro del Señor? Envía tu luz y tu verdad; ellas me guiarán, me conducirán a tu montaña santa, a tus moradas. 4 Yo llegaré hasta el altar de Dios, del Dios que es mi gozo y mi alegría; te alabaré al son de la cítara, Señor, Dios mío.

Evangelio Jn 10,1-10 (ciclos B y C): 1 «Un día Jesús dijo a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino saltando por otra parte, es un ladrón y un salteador. 2 Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. 3 El guarda le abre la puerta y las ovejas reconocen su voz; él llama a sus ovejas por sus nombres y las saca fuera. 4 Y cuando ha sacado todas sus ovejas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. 5 Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». 6 Jesús les puso esta semejanza, pero ellos no entendieron qué quería decir. 7 Por eso Jesús se lo explicó así: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. 8 Todos los que vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso. 9 Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos. 10 El ladrón sólo entra para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.

Texto del Evangelio para el ciclo A (Jn 10,11-18): En aquel tiempo, Jesús habló así: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre».

Comentario: 1. La vida en comunidad de unos cristianos, de orígenes y costumbres diferentes, planteaba un grave problema a la Iglesia primitiva. Ciertos miembros de la comunidad, de mentalidad limitada, querían imponer a los demás sus propias costumbres. Acusan a Pedro de ser traidor a su patria por el hecho de ir donde los romanos, el asunto es grave. Todo pueblo, todo cultura, toda raza, todo medio ambiente... podrá entrar en la Iglesia y en la Fe, sin renegar de sus propias riquezas, con sólo suprimir de sus mentalidades lo que, en ellas, es pecado. Una sola condición para ello: no querer imponer a los demás su propia cultura... Ayúdame, Señor, a no encerrarme en el particularismo... La intervención milagrosa de Dios hizo que Pedro, a pesar de todo el peso de su pasado y de su ambiente, se resolviera por fin a entrar en casa de los gentiles y comer con ellos. «Una oración...». «Una visión del cielo...». Es el Espíritu de Dios que empuja a la misión. ¡Dios ama a los gentiles! -La visión del mantel lleno de toda clase de alimentos «¡Vamos, Pedro, come!» Hoy, todavía, los judíos tienen prohibidos muy estrictamente ciertos alimentos, que según la tradición de Moisés, eran considerados impuros. Lo que se le pide a Pedro es que supere su propia tradición, y sobre todo que no la imponga a los que no son de su raza. Apertura de espíritu. Universalismo. Unidad que respeta las diversidades. Pluralismo. Comunión profunda en lo esencial, dejando a cada uno su libertad en lo secundario (Noel Quesson).
Hoy vemos una apertura de la Iglesia a los gentiles: su misteriosa visión en Jope, la visión del mismo Cornelio y el llamado «Pentecostés de los gentiles» (4-15). «¿Quién era yo -exclama Pedro- para oponerme a Dios?» (17). El resultado, muy positivo, fue que todos se sosegaron y glorificaron a Dios. Con eso protagonizaba Pedro, el primero de los apóstoles, una opción misionera, trascendental y aleccionadora en la vida de la Iglesia. Daba a la vez acogida a un nuevo signo de los tiempos y mantenía una cohesión dinámica y peregrinante de la comunidad cristiana. Ya llevamos tres días en los que Pedro ocupa un papel especial. Ahora, para dilucidar el camino justo entre los extremos: la visión estrecha de algunos de la circuncisión, enfrentados ahora con Pedro (2-3) y más tarde con Pablo (15,5); la actitud radical de Pablo, alérgico a los compromisos mixtificadores, y la actitud intermedia de Pedro, que Pablo en Gál 2,11-14 llega a censurar como escandalosamente vacilante. Este episodio con Cornelio se revela como una medida pastoral profética, que, mirando hacia el futuro, tiene éxito en conciliar los espíritus en aquella Iglesia tan polarizada. En nuestro mundo, marcado por cambios culturales acelerados, la Iglesia conciliar y posconciliar vive también transformaciones profundas y aun enfrentamientos crispados entre algunos grupos eclesiales. Juan XXIII, que convocó y dio la orientación básica al Concilio del aggiornamento eclesial, fue también una opción profética en la línea de la de Pedro (F. Casal).
Es claro el proceso de cambio que se da en Pedro: por su formación judía, no podía admitir tan fácilmente la apertura universal de la Iglesia, simbolizada en la visión del lienzo y los alimentos que no se podían comer: «ni pensarlo, Señor: jamás ha entrado en mi boca nada profano o impuro». Recordamos la negativa de Pedro a que Jesús le lavara los pies: «no me lavarás los pies jamás». Ahora llega el cambio. El argumento que a él le convence -y luego también a la comunidad- es que Dios ha tomado la iniciativa: «lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano» (referente a las comidas); «si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros, ¿quién era yo para oponerme a Dios?» (esta vez referido a la admisión de los paganos). El Espíritu va guiando a Pedro hacia la universalidad de la fe cristiana: ya que los apóstoles no se decidían, fue el mismo Espíritu el que bautizó a la familia de Cornelio, con el «nuevo Pentecostés», que ahora sucede en casa de un pagano. Otro dato admirable: Pedro, máxima autoridad, acepta la interpelación crítica de algunos de la comunidad, que le tachan de precipitado en su decisión. Da las explicaciones oportunas. Y la comunidad las acepta, reconociendo que «también a los gentiles les ha otorgado la conversión que lleva a la vida». El diálogo sincero resuelve un momento de tensión que podría haber sido más grave. ¿Somos dóciles a los signos con los que el Espíritu nos quiere conducir también a nosotros a fronteras siempre más de acuerdo con el plan misionero y universal de Dios? Ciertamente estos últimos años se están dando evoluciones positivas de apertura más sincera a los laicos, al puesto de la mujer en la Iglesia, a las culturas y lenguas de los varios países, a la inculturación teológica y litúrgica, etc. Pero ¿es suficiente esta voluntad de cambio y de liberación?, ¿o todavía somos víctimas de las ataduras que podamos tener, por formación o pereza mental?, ¿o seguimos teniendo discriminaciones contrarias al amor universal de Dios y a la voluntad ecuménica de su Espíritu? Esto puede pasar en el nivel eclesial, y también en el más cercano y doméstico, en nuestras relaciones con las demás personas. ¿Cómo resolvemos las tensiones inevitables que se crean en una comunidad, ante situaciones nuevas y pareceres diferentes?, ¿sabemos dialogar?, ¿estamos dispuestos a ver con honradez la parte de razón de los demás?, ¿nos buscamos a nosotros mismos o la voluntad de Dios y el bien de la comunidad?
La acción del Espíritu Santo es expuesta por los Santos Padres, por ejemplo San Cirilo de Jerusalén: «Su actuación en el alma es suave y apacible, su experiencia es agradable y placentera y su yugo es levísimo. Su venida va precedida de los rayos brillantes de su luz y de su ciencia. Viene con la bondad de genuino protector; pues viene a salvar, a curar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar, en primer lugar la mente del que lo recibe y después, por las obras de éste, la mente de los demás. Y del mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al sentir el sol, recibe su luz en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad lo que antes no veía, así también al que es hallado digno del don del Espíritu Santo se le ilumina el alma y, levantado por encima de su razón natural, ve lo que antes ignoraba».
Lucas nos presenta la conversión de Cornelio, pero al mismo tiempo la conversión del mismo Pedro en su misión en casa de Cornelio. Pedro ahora está convencido de la misión a los gentiles, pero la Iglesia judeo-cristiana de Jerusalén no lo está. Por eso este texto donde Pedro debe "convertir" a la Iglesia madre de Jerusalén. La misión a los gentiles exige esta conversión.
2. “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”. Jesús, buen pastor, nos lleva a aguas deliciosas (como ya vimos al comentar este salmo el lunes de la 3ª semana de Cuaresma). Jesús, buen pastor, sigue guiándonos desde su gloria: «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Aleluya» (Rom 6,9, ant. de entrada); le pedimos que donde Él está vayamos también nosotros: «Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la Humanidad caída; concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen la felicidad eterna». Y las otras oraciones insisten en la idea: «Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo, y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno»; «mira, Señor, con bondad a tu pueblo, y, ya que has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa».
Convertirse a Dios –decíamos en la primera lectura- es abrirse a la vida. Con el Salmo 41 cantamos y subrayamos nuestro carácter de peregrinos gozosos por caminar hacia el que es Luz, Verdad y Vida: «Como busca la sierva corriente de agua, así mi alma te busca a Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed del Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío». Ponemos en relación estas palabras con los silbidos del buen pastor, en palabras de San Agustín: «Aunque camine en medio de la sombra de la muerte; aun cuando camine en medio de esta vida, la cual es sombra de muerte no temeré los males, porque Tú, oh Señor, habitas en mi corazón por la fe, y ahora estás conmigo a fin de que, después de morir, también yo esté contigo. Tu vara y tu cayado me consolaron; tu doctrina, como vara que guía el rebaño de ovejas y como cayado que conduce a los hijos mayores que pasan de la vida animal a la espiritual, más bien me consoló que me afligió, porque te acordaste de mí».
3. a) Juan 10,1-10 (ciclos B y C): Habla Jesús de puertas y apriscos. Para comprender bien esta imagen de Jesús, conviene conocer las costumbres de los pastores de oriente; por la noche varios pastores se entienden entre sí para agrupar sus rebaños en un solo redil, vigilado por un solo portero. Los ladrones sólo pueden entrar saltando las empalizadas. Contrariamente, de madrugada los pastores retornan al redil y el portero les abre sin vacilación y pueden llamar a sus ovejas y llevarlas a los pastos. Jesús, aquí, responde a una pregunta de los fariseos, durante la discusión que siguió al milagro de la curación del ciego de nacimiento: ¡Pues qué!, ¿nosotros seríamos también ciegos?" (Juan, 9, 40). Notemos también la correspondencia con un pasaje de los sinópticos: "Dejadlos, ellos son ciegos que guían a otros ciegos” (Mt 15,14; Lc 6,39). Jesús opone los "falsos pastores" -ladrones y salteadores- que pretenden guiar a los demás sin tener para ello mandato... al "verdadero pastor" que es introducido, a plena luz, por la puerta...
-"Las hace salir..." hasta los verdes pastos. Jesús nos conduce hacia la felicidad, hacia la verdadera expansión, hacia los verdaderos alimentos (ayer hablamos del tema). -"Llama a cada una por su nombre..." Jesús me conoce, por mi nombre, en el detalle. ¿No debo yo imitar a Jesús y desarrollar a mi alrededor toda una red de lazos de amistad..., luchar contra el "anonimato"? "Anónimo" = "lo que no tiene nombre, que no se le puede llamar por su nombre"
-"Va delante de ellas..." Toda mi vida humana y cristiana no es otra cosa: tratar de seguir a Jesús, hacer todo como Él, imitarle. En este momento preciso de mi vida, ¿qué aspecto de la vida de Jesús debo seguir?
-"Las ovejas conocen su voz..." Esto es también una característica esencial de la vida cristiana: escuchar la voz... meditar con amor la palabra... de Jesús. Hacer oración. Pasar un poco de tiempo sin hacer otra cosa que escuchar a Jesús.
-Jesús tomó la palabra de nuevo: "Sí, en verdad os digo, Yo soy la puerta de las ovejas". Fuera de Él, la humanidad está encerrada en sí misma: ninguna ideología, ninguna teoría, ninguna religión nos libera de la fatalidad de "no ser más que hombre, y por lo tanto, de morir". Pero Jesús nos saca de nuestra impotencia y nos introduce en el dominio divino... un "espacio infinito, eterno se abre a nosotros, por esta Puerta". El que por mí entrare, se salvará y hallará pasto... Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia... (Noel Quesson).
El capítulo 10 de san Juan, el dedicado al Buen Pastor, que leemos hoy y mañana, tiene diversas perspectivas: el pasaje de hoy no habla tanto del pastor, sino de la puerta. Cuando buscamos seguridad y felicidad, o tratamos de legitimar nuestras actuaciones: ¿es Él en quien pensamos y creemos? Él ya dijo que la puerta que conduce a la vida es estrecha: ¿tratamos nosotros de buscar otras puertas más cómodas, otros caminos más llanos y agradables, o aceptamos plenamente a Jesús como la única puerta a la vida? Si tenemos algún encargo «pastoral», ¿nos sentimos unidos a Él, entramos por la puerta que es Él, o somos como ladrones que saquean, más que ayudan, a las ovejas?
b) En el ciclo A, por haberse leído el pasaje anterior en domingo, se lee hoy el siguiente (los vv. 11-18), que enfoca en directo la metáfora del Buen Pastor. El nombre de pastor es muy expresivo. En el Antiguo Testamento se aplica a Dios con relación a su pueblo, y también a los reyes como David, o a los sacerdotes, y ahora en el evangelio a Cristo Jesús, y más tarde al ministerio de Pedro («apacienta mis ovejas»). A veces se trata de pastores malos (Ez 34). Otras, del auténtico pastor: Yahvé en el Antiguo Testamento, Jesús en el Nuevo. Jesús enumera las cualidades del buen pastor: se preocupa por sus ovejas, las defiende, las conoce y es conocido por ellas, da la vida por ellas, quiere que también otras ovejas vengan y formen un solo redil. Mientras que el pastor mercenario se busca a sí mismo y no se preocupa de las ovejas. Nadie como Jesús puede decir: «yo soy el Buen Pastor». Él puede hablar de estas cualidades porque las cumple perfectamente en su vida. Un pastor, normalmente, no tiene por qué dar la vida por sus ovejas, ni conocer a todas, ni querer reunir a otras: pero Jesús lleva su condición de Pastor de la humanidad, que le ha encomendado Dios, hasta las últimas consecuencias. Él conoce a sus ovejas de igual manera que el Padre le conoce a Él y Él conoce al Padre. El mejor modelo de unión.
Jesús, Buen Pastor, es el espejo en que tendríamos que mirarnos todos los que de alguna manera somos «pastores», o sea, tenemos encargos de autoridad o de ministerio con relación a otros: en la Iglesia, en la parroquia, en la comunidad religiosa, en la familia, en cualquier agrupación cristiana o humana. Es bueno que hoy hagamos examen de conciencia, pensando ante todo si en verdad somos nosotros mismos ovejas de Cristo: si le conocemos, obedecemos su voz y le seguimos. Pero también, en cuanto estamos revestidos de mayor o menor autoridad para con los demás, mirando a las cualidades que Jesús describe y cumple: ¿somos buenos pastores?, ¿nos preocupamos de los demás?, ¿buscamos su interés, o el nuestro?, ¿nos sacrificamos por aquellos de los que somos encargados, hasta dar la vida por ellos?, ¿les dedicamos gratuitamente nuestro tiempo? En medio de un mundo en que las personas viven aisladas, encerradas en sí mismas, ¿nos conocemos mutuamente?, ¿conocemos a las personas que encontramos, que viven con nosotros, en la familia o en el grupo?, ¿o vivimos en la incomunicación y el aislamiento, ignorando o permaneciendo indiferentes ante la persona de los demás? Cristo es nuestro Pastor. En la Eucaristía nos da su Palabra -se nos da Él mismo como la Palabra que ilumina y alimenta- y sobre todo nos da su Cuerpo y su Sangre para que tengamos fuerzas a lo largo de la jornada. Mostrémosle nuestro agradecimiento. Pidámosle que nos ayude a ser buenos seguidores suyos, imitando también su entrega al servicio de los demás (J. Aldazábal).
Es importante conocer esta Puerta que es Jesús, conocer la Escritura santa, donde está la Palabra que es Cristo. No se conoce mucho a Jesús porque no se lee la Sagrada Escritura. Por eso decía san Jerónimo, que desconocer la Escritura es desconocer a Jesús. Este conocimiento nos va llevando de la mano hasta llegar a tener la experiencia profunda e interior de Jesús, el conocimiento íntimo, que nos lleva a conocer y a gustar interiormente, como decía san Ignacio de Loyola, el amor de Dios. Si todavía la lectura del Evangelio no es un hábito en tu vida, inicia hoy mismo un programa de estudio sistemático (ordenado) que te lleve a conocer a Jesús. Si no tienes tu Biblia personal, una buena idea sería el comprarla. Conoce a Jesús, y verás, como dice el salmo: qué bueno es el Señor (Ernesto María Caro). Esta lectura va en la línea de lo que en cinco palabras se ha dicho en el texto de hoy, que se manifiesta claramente en el sentido profundo de la relación del alma con Cristo: escuchar la voz del Señor. La intimidad con Cristo, la oración, no consiste en elaborar ingeniosos y elegantes discursos o en hacer elevadas reflexiones espirituales. Ni siquiera se trata de enunciar muchos ruegos o peticiones. Se trata más bien de hacer silencio en lo íntimo del alma. Recoger el alma dentro de sí... Escuchar la voz del Señor. He aquí la mejor parte. Aquel tesoro escondido por el cual bien valdría la pena sacrificar todos los halagos y vanidades del mundo. Pero para alcanzar este tesoro es preciso aprender a huir de todas las voces que no sean las del Buen Pastor. Saber escapar, como un ladrón, de la frivolidad de la imaginación, de la disipación de los sentidos, de la irreflexión y la charlatanería. Amar el silencio y la soledad como el precioso santuario de nuestra unión con Dios, el lugar de la paz y la serenidad del alma y del encuentro profundo con nosotros mismos. Ya en una ocasión, durante la Transfiguración, la voz del Padre desde la luminosa nube nos decía: “Este es mi Hijo Amado, en quien me complazco. Escuchadle”. Ahora es Cristo mismo, nuestro pastor, quien nos invita a sentarnos junto a sus pies, con la docilidad y mansedumbre de un cordero y escuchar su palabra.
El contexto de Jesús Puerta es también eucarístico, pues la mesa de la Eucaristía es donde mejor nos conformamos a Él; Tomás de Aquino escribe: «es evidente que el título de “pastor” conviene a Cristo, ya que de la misma manera que un pastor conduce el rebaño al pasto, así también Cristo restaura a los fieles con un alimento espiritual: su propio cuerpo y su propia sangre». Todo comenzó con la Encarnación, y Jesús lo cumplió a lo largo de su vida, llevándolo a término con su muerte redentora y su resurrección: “Después de resucitado, confió este pastoreo a Pedro, a los Apóstoles y a la Iglesia hasta el fin del tiempo. A través de los pastores, Cristo da su Palabra, reparte su gracia en los sacramentos y conduce al rebaño hacia el Reino: Él mismo se entrega como alimento en el sacramento de la Eucaristía, imparte la Palabra de Dios y su Magisterio, y guía con solicitud a su Pueblo. Jesús ha procurado para su Iglesia pastores según su corazón, es decir, hombres que, impersonándolo por el sacramento del Orden, donen su vida por sus ovejas, con caridad pastoral, con humilde espíritu de servicio, con clemencia, paciencia y fortaleza” (Josep Vall). Agustín siente esta responsabilidad: «Este honor de pastor me tiene preocupado (...), pero allá donde me aterra el hecho de que soy para vosotros, me consuela el hecho de que estoy entre vosotros (...). Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros». Y cada uno de nosotros, cristianos, trabajamos apoyando a los pastores, rezamos por ellos, les amamos y les obedecemos. “También somos pastores para los hermanos, enriqueciéndolos con la gracia y la doctrina que hemos recibido, compartiendo preocupaciones y alegrías, ayudando a todo el mundo con todo el corazón. Nos desvivimos por todos aquellos que nos rodean en el mundo familiar, social y profesional hasta dar la vida por todos” (Josep Vall) con el mismo espíritu de Cristo, que vino al mundo «no a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28)Llucià Pou Sabaté