miércoles, 20 de abril de 2011

Semana Santa, lunes: la unción de María, el amor que acompaña a Jesús en su pasión de amor por nosotros

Libro de Isaías 42,1-7 (se lee también en el Bautismo del Señor): Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones. Él no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas lejanas esperarán su Ley. Así habla Dios, el Señor, el que creó el cielo y lo desplegó, el que extendió la tierra y lo que ella produce, el que da el aliento al pueblo que la habita y el espíritu a los que caminan por ella. Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas.

Salmo 27,1-3.13-14: De David. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? / Cuando se alzaron contra mí los malvados para devorar mi carne, fueron ellos, mis adversarios y enemigos, los que tropezaron y cayeron. / Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no temerá; aunque estalle una guerra contra mí, no perderé la confianza. / Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. / Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor.

Evangelio según San Juan 12,1-11: Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: "¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?". Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre". Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.

Comentario: 1. La primera lectura procede de la segunda parte del libro de Isaías. Hay en ella cuatro poemas que, según los entendidos, son las más bellas profecías sobre Jesús. Se presenta a un misterioso personaje: de ningún modo a un mesías rey, sino a un mesías pobre. Humilde, manso, perseguido, salva a su pueblo con su muerte. Es un perfecto siervo de Dios.
Jesús lo conocía y dirá: "No he venido para ser servido sino para servir". Y, en verdad, tomaste la condición de siervo, cuando lavaste los pies de tus discípulos y, sobre todo, en la cruz con tu muerte por nosotros... Quiero contemplar detenidamente esa actitud: Jesús, siervo... ¿Qué sentimientos implica? ¿Cuáles eran tus pensamientos? Ayúdanos a ser «servidores»... de Dios... de nuestros hermanos… ¿Qué servicio será HOY el mío? Es preciso meditar una a una esas palabras. Y aplicarlas a Jesús. Intimidad entre Dios y Jesús. Son palabras de amor, imágenes de amor. Aquí también hay que entretener la contemplación... Y aplicar cada una de esas palabras a los cristianos, a mí. Por mi bautismo, que renovaré el próximo sábado en la santa noche de Pascua, he recibido el don del Espíritu... he recibido un nombre por el cual Dios me llama hijo suyo... Te tomé de la mano... te envié al mundo para que fueras alianza y luz. De todo ello será símbolo la vela encendida, que tendré en la mano, el sábado por la noche, al renovar mi profesión de Fe. Contigo, Jesús, quiero asumir la responsabilidad de mi bautismo. Pero para que sea así, te necesito.
-“No gritará, ni alzará el tono, no aplastará la caña quebrada, ni apagará la mecha mortecina”. Son unas dulces imágenes de ti, Jesús. Imágenes de tu bondad. Tú eras así. Delicadeza total respecto a los demás. «¡Felices los que construyen la paz, nos decías. Serán llamados hijos de Dios!» «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y en mí hallaréis descanso.» En este tiempo de alboroto y de violencia, hazme, Señor, un instrumento de tu paz, de tu silencio, de tu bondad (de “Palabra de Dios para cada día”, ed. Claret).
2. El salmo tiene como telón de fondo el templo de Sión, sede del culto de Israel. Nos decía Juan Pablo II en su comentario que “la primera parte… está marcada por una gran serenidad, basada en la confianza en Dios en el día tenebroso del asalto de los malvados. Las imágenes utilizadas para describir a estos adversarios, que son el signo del mal que contamina la historia, son de dos clases. Por un lado, parece presentarse una imagen de caza feroz: los malvados son como fieras que avanzan para agarrar a su presa y desgarrar su carne, pero tropiezan y caen (v. 2). Por otro lado, se presenta el símbolo militar de un asalto de toda una armada: es una batalla que estalla con ímpetu sembrando terror y muerte (3). La vida del creyente es sometida con frecuencia a tensiones y contestaciones, en ocasiones también al rechazo e incluso a la persecución. El comportamiento del hombre justo fastidia, pues resuena como una admonición para los prepotentes y perversos. Lo reconocen sin ambigüedades los impíos descritos por el Libro de la Sabiduría: el justo «es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos es insufrible, lleva una vida distinta de todas y sus caminos son extraños» (2,14-15). El fiel es consciente de que la coherencia crea aislamiento y provoca incluso desprecio y hostilidad en una sociedad que escoge con frecuencia como estandarte la ventaja personal, el éxito exterior, la riqueza, el goce desenfrenado. Sin embargo, él no está solo y su corazón mantiene una paz interior sorprendente, pues --como dice la espléndida «antífona» de apertura del Salmo --«El Señor es mi luz y mi salvación» (Salmo 26, 1). Repite continuamente: «¿a quién temeré?... ¿quién me hará temblar?... mi corazón no tiembla... me siento tranquilo» (versículos 1 y 3). Parece ser un eco de las palabras de san Pablo que proclaman: «Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? » (Romanos 8, 31). Pero la tranquilidad interior, la fortaleza de espíritu y la paz son un don que se obtiene refugiándose en el templo, es decir, recurriendo a la oración personal y comunitaria”. El monje Isaías (+491) lo refería a la tentación: «Si vemos que los enemigos nos rodean con su astucia, es decir, con la acidia, debilitando nuestra alma en el placer, ya sea porque no contenemos nuestra cólera contra el prójimo cuando actúa contra su deber, o si tientan nuestros ojos con la concupiscencia, o si quieren llevarnos a experimentar los placeres de gula, si hacen que para nosotros la palabra del prójimo sean como el veneno, si nos hacen devaluar la palabra de los demás, si nos inducen a diferenciar a los hermanos diciendo: "Este es bueno, este es malo", si nos rodean de este modo, no nos desalentemos, más bien, gritemos como David con corazón firme diciendo: "El Señor es la defensa de mi vida" (Salmo 26, 1)».
El rostro de Dios es la meta de la búsqueda espiritual del orante. Al final emerge una certeza indiscutible, la de poder «gozar de la dicha del Señor» (13). “En el lenguaje de los salmos, «buscar el rostro del Señor» es con frecuencia sinónimo de la entrada en el templo para celebrar y experimentar la comunión con el Dios de Sión. Pero la expresión comprende también la exigencia mística de la intimidad divina a través de la oración. En la liturgia, por tanto, y en la oración personal, se nos concede la gracia de intuir ese rostro que nunca podremos ver directamente durante nuestra existencia terrena (Cf. Éxodo 33,20). Pero Cristo nos ha revelado, de manea accesible, el rostro divino y ha prometido que en el encuentro definitivo de la eternidad -como nos recuerda san Juan- «le veremos tal cual es» (1 Jn 3,2). Y san Pablo añade: «Entonces veremos cara a cara» (1 Cor 13,12)”. Orígenes escribe: «Si un hombre busca el rostro del Señor, verá la gloria del Señor de manera desvelada y, al hacerse igual que los ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en los cielos». Y san Agustín, en su comentario a los Salmos, continúa de este modo la oración del salmista: «No he buscado en ti algún premio que esté fuera de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; no buscaré otra cosa insignificante, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, ya que no encuentro nada más valioso... "No te alejes airado de tu siervo" para que buscándote no me encuentre con otra cosa. ¿Qué pena puede ser más dura que ésta para quien ama y busca la verdad de tu rostro?”.
3. a) También los nardos que María de Betania derrama hoy sobre Jesús son imagen y símbolo de aquel óleo celestial e invisible, de la fuerza vital divina de la que se nos dice proféticamente en el salmo: "Dios, tu Dios, te ha ungido con el óleo de la alegría por encima de tus compañeros" (Sal 44,8). Ese óleo de la alegría celestial es el que Dios Padre ha derramado sobre la cabeza sangrienta y coronada de espinas del Hijo crucificado; de aquí que lleve el nombre de: Cristo, el Ungido. Y como el camino que conduce a esta unción pasa a través de su muerte y sepultura, puede Jesús decir también con doble sentido: "Dejadla que lo conserve para el día de mi sepultura". La unción de María indica ya de antemano la muerte y sepultura de Jesús, así como la gloria subsiguiente de su sacerdocio y reino. La "despilfarradora", por tanto, se muestra como verdadera creyente cristiana.
Los gladiadores de la arena ungían su cuerpo antes de la lucha. También Cristo se enfrenta con su pasión como un luchador. Es el gran combate, la lucha hasta la muerte con el enemigo de Dios, Satanás. La unción que había de reforzar y dar agilidad a su naturaleza humana, fortaleciéndola como a un luchador en la arena, esta unción de la fuerza de Dios la recibió el Señor en el monte de los Olivos de manos del Padre: otro motivo para poder atribuir a la unción de Betania el carácter de imagen y símbolo prefigurativo. Los nardos de María exhalan el gozoso aroma de la vida, de la próxima gloria real y de la dignidad del sacerdocio de Cristo, pero al mismo tiempo sirven de aviso para la lucha y la muerte, la sepultura y el amortajamiento.
El milagro que obró Eliseo con el aceite nos recuerda que Cristo mismo es este perfume, Él es el bálsamo que baja del cielo y que, según el plan amoroso del Padre, habrá de salvar a toda la Humanidad, siempre que ésta crea en Él, elevándola a la dignidad de sacerdotes y reyes. El recipiente del bálsamo -el cuerpo humano de Jesús- había de destruirse en la muerte para que se esparciese el nardo y desde la cabeza- desde Cristo resucitado- empapase a todo el cuerpo de la Iglesia, haciéndola así apta para ser ungida y consagrada como cuerpo real y sacerdotal de Cristo. Había de romperse este vaso de alabastro para que el ungüento celestial pudiese llenar los recipientes vacíos de la Iglesia; su aroma debía llenar toda la casa y enriquecer a los "pobres". Este es, en realidad, el misterio oculto de la unción de Betania. No lo puede sufrir el traidor, pero nosotros hemos de saber reconocer con gozo que el ungüento que, por voluntad de Jesús, fue allí derramado, es la verdadera riqueza de los pobres, es la vida divina que se prodiga a sí misma. Se comunica, claro está, primero al Hijo, pero por Él se da, brotando de sus heridas, a "los pobres", esto es, a los hombres que estaban desposeídos de la gracia y destinados a morir. Este misterio de la corriente de aceite que fluye del cielo de manera maravillosa y torna en riqueza la pobreza del mundo pecador, fue ya anunciado en tiempo de Noé como don de reconciliación de Dios, por medio de la paloma que volvió con el ramito de olivo en el pico. Fue también prefigurado simbólicamente por el milagro que hizo el profeta con el aceite, y más aún, por la unción de María. Pronto va a tener realidad litúrgica en la consagración de los santos óleos que se verifica el Jueves Santo, y en la unción de los neófitos del Sábado Santo. Cuando en el Jueves Santo las solemnes palabras de la consagración piden que la fuerza de Dios descienda sobre su santo óleo: cuando el obispo y todos los sacerdotes se arrodillan por tres veces ante el óleo consagrado, diciéndole: "Ave, sanctum chrisma! Ave, sanctum oleum! "¡Te saludo, oh santo crisma. Te saludo, oh santo óleo!"; cuando, por último, dos días más tarde el obispo o sacerdote unge la coronilla de los neófitos con este crisma consagrado, diciendo al mismo tiempo: "El Dios Todopoderoso, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo... te unja con el crisma de la salud en este mismo Cristo Jesús, Nuestro Señor, para la vida eterna", entonces es el momento en que la acción simbólica de la amante María alcanza toda su realidad. Entonces todas las imágenes simbólicas de los tiempos antiguos quedan plasmadas en hechos reales y se pone al descubierto el misterio oculto. La divina paloma vuela entonces hacia el arpa de la Iglesia llevando en el pico el ramito de olivo, es decir, la vida nacida de la muerte. Entonces es cuando se llenan los recipientes vacíos de la Iglesia sin jamás llegarse a agotar el aceite, ya que a diario nacen a la vida terrena innumerables personas que han de alimentarse de esa vida divina. María de Betania contribuye, en verdad, a la sepultura de Cristo cuando los que son bautizados -enterrados con Cristo- reciben de manos de la Iglesia la santa unción bautismal. El "buen olor de Cristo" (2 Co 2, 15) se expande entonces por toda la casa de la Iglesia y la voz del odio tiene que enmudecer porque la pobreza, rica ya ahora, se regocija del despilfarro del amor (Emiliana Löhr).
b) No sé si a ustedes les ha sucedido lo mismo que a mí, que en varias ocasiones me he sentido un poco de acuerdo: en el fondo, ¿no se podía tomar un aceite de menor precio y dar una buena limosna a los pobres? ¿Cuántos de nosotros hemos pensado secretamente en esto? Por tanto, tampoco nosotros logramos comprender lo que está sucediendo. En el fondo, decimos: los pobres son importantes y Jesús mismo dijo en los versículos anteriores: "Cada vez que hayáis hecho estas cosas a uno solo de estos hermanos míos más pequeños, lo habéis hecho a mí", y "cada vez que no habéis hecho estas cosas a uno solo de estos hermano míos más pequeños, no lo habéis hecho a mí".
Por tanto, Judas podría decir: Señor, me baso en lo que dijiste, estos 5.000 pesos se podían dar a los pobres y no se dieron, por tanto, es inútil que te los den a ti. ¿Cuántas veces también nosotros hemos pensado así? Todo es desperdicio; vendamos, pues, todo; vendamos también el tiempo de la oración, porque mientras rezo dejo de asistir a un enfermo, mientras rezo hay alguien que necesita de mí. He aquí la lógica definitiva: si solamente vale el servicio directo al prójimo, entonces tiene razón Judas.
En este episodio vemos que está en juego algo sumamente importante: la actitud del hombre hacia la Redención de Jesús. En efecto, la respuesta de Jesús es amplia: "¿Por qué molestáis a esta mujer?". Como fórmula es bastante fuerte y, por analogía, me ha impactado sobre todo Pablo (Ga 6, 17) cuando, después de haber discutido en toda la carta contra los que querían las observaciones judaicas, dice: "En adelante nadie me proporcione sufrimientos, porque yo llevo en mi cuerpo las señales del Señor Jesús", es decir, estoy seguro de estar con Cristo, en la plenitud de la verdad.
Me parece que Jesús dice algo semejante: esta mujer tiene razón, sólo ella ha comprendido y no debe ser molestada. ¿Por qué ha comprendido? Jesús continúa: "Ella ha hecho una obra buena conmigo". Los judíos hablaban a menudo de acciones buenas, que eran precisamente las obras de misericordia y Jesús parece decir: Yo también soy alguien, yo también soy objeto de su amor, de su misericordia, por tanto lógicamente no me pueden negar algo con el pretexto de dárselo a otro; también yo soy una persona delante de ustedes, que puede tener necesidad de ustedes. Podemos intuir este significado: esta mujer ha obrado bien, me ha honrado y esto es justo; nadie puede decir que se pierda tiempo o se malgaste dinero.
Esta mujer, pues, es el símbolo de la humanidad que se dejó amar por Jesús en su Pasión. Es el símbolo de la realidad de la Virgen María: esta mujer hace de modo "intuitivo" este gesto, pero quien lo hace "plenamente", lo sabemos por Juan, es la Virgen María quien, como madre, acepta el absurdo de que su Hijo sufra por ella. Una madre querría aceptar cualquier sufrimiento por su hijo y no viceversa; en cambio, como esta madre no posee a Jesús, sino que está poseída por Él como humanidad y como Iglesia, entonces a través de un camino doloroso de fe, un largo camino, que Juan y Lucas nos describen, llega al Calvario dispuesta a dejarse salvar por los sufrimientos del Hijo.
Es ella quien dice su "sí", no un "sí" para hacer algo, sino un "sí" para dejar hacer, que es la cosa más terrible que ella, como madre, puede aceptar. Ella querría hacer cualquier cosa, en cambio el sí del dejar hacer es precisamente la espada que atraviesa su corazón, y contemporáneamente es el sí de la humanidad que, pisoteando el orgullo de la propia salvación, dice: Señor, te doy gracias porque eres más bueno que nosotros, porque viniste en ayuda de nosotros que somos pobres.
Al meditar esto, cada uno podría decir: ¿en dónde estoy? ¿Estoy con Simón, preocupado por retener a Jesús? ¿Con Judas, preocupado por cualquier iniciativa que debe seguir adelante a toda costa? ¿O digo con María de Betania y con María de Nazaret: "Haz Tú, Señor, gracias? Digo: "Señor, déjame obrar a mi" o "Señor, te doy gracias porque obras Tú"? (Carlo M. Martini).
c) “La historia de la unción en Betania parece, a primera vista, que corresponde al campo de lo anecdótico. Pero el mismo Jesús añade en el evangelio: «En verdad os digo: dondequiera que se predique el evangelio, en todo el mundo se hablará de lo que ésta ha hecho, para memoria de ella» (Mc 14,9). ¿Pero en qué radica esta afirmación que dura a través de los tiempos? El mismo Jesús nos ofrece una interpretación, cuando dice: «Lo ha hecho... anticipándose a ungir mi cuerpo para la sepultura» (Mc 14,8; cf. Jn 12,7). Así, pues, él compara lo que ocurre aquí con el embalsamamiento de los muertos, que era corriente entre los reyes y los potentados. Tal unción era una tentativa de salir al paso a la muerte: solamente en la putrefacción, en la destrucción del cuerpo, así se creía, completa la muerte su obra. Mientras queda el cuerpo, el hombre no se ha deshecho, no ha muerto totalmente. Según eso, Jesús ve en el rasgo o gesto de María la tentativa de asestar un golpe a la muerte. Él reconoce ahí un esfuerzo malogrado, pero no inútil, que es esencial de todo amor: el comunicar la vida a los demás, la inmortalidad. Pero lo ocurrido en los días siguientes muestra la impotencia de tal esfuerzo humano; no existe ninguna posibilidad de proporcionarse a sí mismo la inmortalidad. Ni el poder de los ricos ni la abnegación de los que aman pueden conseguir esto. A fin de cuentas, tal tentativa de «unción» es más una conservación que una superación de la muerte. Sólo una unción es suficientemente fuerte para oponerse a la muerte, a saber, el Espíritu santo, el amor de Dios. La pascua es su victoria, en la que Jesús se muestra como el Cristo, como el «ungido» de Dios.
Sin embargo, la acción de María sigue siendo algo permanente, algo simbólico y modélico, puesto que siempre debe existir el esfuerzo para mantener vivo a Cristo en este mundo y para oponerse a los poderes que le hacen enmudecer, que pretenden matarlo.
¿Pero cómo puede ocurrir esto? Por cada acción de la fe y del amor. Una frase del evangelio puede dar, tal vez, más color a esta afirmación. Juan nos cuenta que, por la unción, toda la casa se llenó del aroma del aceite o perfume (12,3). Eso nos recuerda una frase de san Pablo: «Porque somos para Dios permanente olor de Cristo en los que se salvan» (2 Cor 2,15). La vieja idea pagana de que los sacrificios alimentan a los dioses con su buen olor, se halla aquí transformada en la idea de que la vida cristiana hace que el buen aroma de Cristo y la atmósfera de la verdadera vida se difunda en el mundo. Pero también hay otro punto de vista. Junto a María, la servidora de la vida, se halla en el evangelio Judas, el cual se convierte en el cómplice de la muerte: respecto a Jesús, primeramente, y también, luego, respecto a sí mismo. Él se opone a la unción, al gesto del amor que suministra la vida. A esa unción contrapone él el cálculo de la pura utilidad. Pero, detrás de eso, aparece algo más profundo: Judas no era capaz de escuchar efectivamente a Jesús, y de aprender de él una nueva concepción de la salvación del mundo y de Israel.
Él había acudido a Jesús con una esperanza bien determinada; según ella, le midió a él y por ella le negó. Así representa él no sólo el cálculo frente al desinterés del amor, sino también a la incapacidad de escuchar, de oír y obedecer frente a la humildad del aro que se deja conducir incluso a donde no quiere. «La casa se llenó del aroma del perfume»_¿ocurre así con nosotros?_¿Exhalamos el olor del egoísmo, que es el instrumento de la muerte, o el aroma de la vida, que procede de la fe y lleva al amor?” (Joseph Ratzinger).
d) Traición y amor se cierran como un broche / en torno a Ti, Jesús. María y Judas / en la cena, son mutuo reproche: / rompe ella un frasco entre palabras mudas. / “Son trescientos denarios, ¡qué derroche!”, / él le reprocha con palabras rudas. / Junto a la luz, le traga ya la noche. / Junto al amor, ya cuelga de sus dudas. / El amor que te tuvo está marchito, / y su beso, Jesús, de muerte es sello. / María y Judas, siento en mí. Repito, / solo, el drama de dos, trágico y bello. / Y pues que soy los dos, yo necesito, / morir de amor, colgado de tu cuello (Rafael M. Serra)

domingo, 17 de abril de 2011

Semana Santa, Domingo de Ramos: en la pasión Jesús es proclamado nuestro Rey y se realiza nuestra liberación, por su sufrimiento


Semana Santa, Domingo de Ramos: en la pasión Jesús es proclamado nuestro Rey y se realiza nuestra liberación, por su sufrimiento

Lectura del Profeta Isaías 50,4-7: Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, / para saber decir al abatido / una palabra de aliento. // Cada mañana me espabila el oído, / para que escuche como los iniciados. // El Señor Dios me ha abierto el oído; / y yo no me he rebelado / ni me he echado atrás. // Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, / la mejilla a los que mesaban mi barba. // No oculté el rostro a insultos y salivazos. // Mi Señor me ayudaba, / por eso no quedaba confundido; / por eso ofrecí el rostro como pedernal,/ y sé que no quedaré avergonzado.

Sal 21,8-9. 17-18a. 19-20. 23-24: Al verme se burlan de mí, / hacen visajes, menean la cabeza: / «Acudió al Señor, que le ponga a salvo; / que lo libre si tanto lo quiere.» // Me acorrala una jauría de mastines, / me cerca una banda de malhechores: / me taladran las manos y los pies, / puedo contar mis huesos. // Se reparten mi ropa, / echan a suerte mi túnica. / Pero tú, Señor, no te quedes lejos; / fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. // Contaré tu fama a mis hermanos, / en medio de la asamblea te alabaré. // Fieles del Señor, alabadlo, / linaje de Jacob, glorificadlo, / temedlo, linaje de Israel.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 2,6-11: Hermanos: Cristo, a pesar de su condición divina, / no hizo alarde de su categoría de Dios; / al contrario, se despojó de su rango, / y tomó la condición de esclavo, / pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, / se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, / y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo, / y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; / de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble / -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, / y toda lengua proclame: « ¡Jesucristo es Señor!», / para gloria de Dios Padre.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo 26,14-27,66. C. En aquel tiempo [uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
S. -¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?
C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. -¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?
C. El contestó:
+ -Id a casa de Fulano y decidle: «El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu ''casa con mis discípulos.»
C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían dijo:
+ -Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.
C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
S. -¿Soy yo acaso, Señor?
C. El respondió:
+ -El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del Hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido.
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. -¿Soy yo acaso, Maestro?
C. El respondió:
+ -Así es.
C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo:
+ -Tomad, comed: esto es mi cuerpo.
C. Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo:
+ -Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.
C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo:
+ -Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño.» Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.
C. Pedro replicó:
S. -Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.
C. Jesús le dijo:
+ -Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante tres veces, me negarás.
C. Pedro le replicó:
S. -Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
C. Y lo mismo decían los demás discípulos.
Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Get'semaní, y les dijo:
+ -Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.
C. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo:
+ -Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.
C. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+ -Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
+-¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.
C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ -Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.
C. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
+ -Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
S. -Al que yo bese, ése es: detenedlo.
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. -¡Salve, Maestro!
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
+ -Amigo, ¿a qué vienes?
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo:
+ -Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? El me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.
C. Entonces dijo Jesús a la gente:
+ -¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.
C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los letrados y los senadores. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon:
S. -Este ha dicho: «Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días.»
C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. -¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?
C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. -Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
C. Jesús le respondió:
+ -Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo:
S. -Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?
C. Y ellos contestaron:
S. -Es reo de muerte.
C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros; lo golpearon diciendo:
S. -Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado.
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo:
S. -También tú andabas con Jesús el Galileo.
C. El lo negó delante de todos diciendo:
S. -No sé qué quieres decir.
C. Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
S. -Este andaba con Jesús el Nazareno.
C. Otra vez negó él con juramento:
S. -No conozco a ese hombre.
C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron:
S. -Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el acento.
C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo:
S. -No conozco a ese hombre.
C. Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces.» Y saliendo afuera, lloró amargamente. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador. Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y senadores diciendo:
S. -He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.
C. Pero ellos dijeron:
S. -¿A nosotros qué? ¡Allá tú!
C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas dijeron:
S. -No es licitó echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre.
C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.»]Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. -¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Jesús respondió:
+ -Tú lo dices.
C. Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. -¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?
C: Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:
S. -¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. -No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.
C. Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó:
S.-¿A cuál de los dos queréis que os suelte?
C.-Ellos dijeron:
S.-A Barrabás.
C.Pilato les preguntó:
S. -¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?
C. Contestaron todos:
S. -Que lo crucifiquen.
C. Pilato insistió:
S. -Pues, ¿qué mal ha hecho?
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. -¡Que lo crucifiquen!
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo:
S. -Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!
C. Y el pueblo entero contestó:
S. -¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una. corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:
S.-¡Salve, rey de los judíosl
C.-Luego lo escupían, le quitaban la caña y, le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: ÉSTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban; lo injuriaban y decían meneando la cabeza:
S. -Tú que, destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.
C. -Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:
S. -A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?
C. -Hasta los que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+ -Elí, Elí, lamá sabaktaní.
C. (Es decir:
+ -Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?).
C. Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. -A Elías llama éste.
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:
S. -Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados:
S. -Realmente éste era Hijo de Dios.
[C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia; lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
S. -Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: «A los tres días resucitaré.» Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos.» La última impostura sería peor que la primera.
C. Pilato contestó:
S. -Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.
C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.]

Comentario: Hoy es la Palabra de Dios la que habla, pocas glosas hacen falta sino meditarla. 1. La 1ª lectura es del tercer canto del Siervo de Yahvé (los otros tres los escuchamos estos días: sobre todo el cuarto el Viernes Santo). Es Jesús este Siervo que tiene palabras para consolar al cansado, que da su cuerpo a los que le hieren, que no retira su rostro ante nuestro dolor, hasta el final: "Ofrecí la espalda a los que me golpeaban... para saber decir al abatido una palabra de aliento". Vemos la actitud que toma Jesús ante dificultades, persecución, golpes e insultos, y su confianza en Dios, que le permite ser fiel hasta el final, el cumplimiento pleno de la misión de Cristo Jesús. Los diversos momentos de la Historia de la Salvación que hemos ido contemplando en las primeras lecturas de estos domingos culminan en el Siervo, para quien la misión (anunciar) siempre nace de una vocación (Dios concede las fuerzas para ello). Es un canto de esperanza, y si su tarea es amarga, suscita esperanza en el pueblo pero recibe escepticismo (como Ezequiel 2,8 abre su boca para comer el mensaje divino, pero éste no es dulce sino que le acarrea un gran sufrimiento: le apalean, le mesan la barba; signos de ultraje y desprecio: II Sam. 10, 4ss). Acepta estos ultrajes sin intentar vengarse; sabe que este es su camino; cree con total firmeza que el Señor está a su lado y contra toda esperanza sabiendo que al final el triunfo es suyo; todo ello es imagen de Jesús y ejemplo para nuestro comportamiento (A. Gil Modrego). No hay páginas más sugestivas del Antiguo Testamento, para meditar la Pasión de Jesús, que los poemas del Siervo de Yahveh y el salmo que hoy se lee un trozo.
2. El precioso salmo de la redención, que pronuncia Jesús en la Cruz, es un resumen cristológico perfecto: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", expresión dramática de la soledad y del dolor de un moribundo que se siente olvidado incluso por Dios. Entonces es cuando él se abandona en Dios. Cristo se ha solidarizado con nuestra condición humana hasta la profundidad de la misma muerte. Los versos de hoy muestran el sentido de la cruz como cumplimiento de las Escrituras (horadan mis manos y pies, sobre mi túnica echan suertes) y la proclamación de la salvación (anunciaré tu nombre a mis hermanos...).
En la versión reducida de hoy, se intuyen de todos modos tres pasos que abarcan (v. 2-11, v. 12-22, v. 23-32). Los dos primeros sirven para describir realista y crudamente la propia situación desesperada. Se abren con un lamento («¿Por qué me has abandonado?... te grito y no me respondes» v. 2, 3) y con una oración («no te quedes lejos»: v. 12). La tercera parte se abre con un grito de triunfo. Ha llegado la liberación esperada: «Contaré tu fama a mis hermanos» (v. 23). Al llegar aquí el salmista siente necesidad de contar en medio de la asamblea la salvación que le ha sido regalada por el Señor. El «público» que poco antes le despreciaba, ahora le escucha alabar al Señor. Son «hermanos» invitados a celebrar esta «acción de gracias». Y nos encontramos con la visión de un banquete en el que participan pobres y ricos. Se han roto todos los confines y son convocados todos los pueblos de la tierra a este banquete en el que «los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan» (v. 27). Esta última parte del salmo 22 contiene los elementos esenciales de nuestra liturgia, especialmente de la eucaristía. Un banquete en el que participan todos sin distinciones y donde existe una única mesa para todos los hermanos. Es memorial, es decir, conmemoración de los acontecimientos que tienen como protagonista al Señor, que toma partido por la gente humillada, indefensa, pisoteada. Que interviene para salvar y liberar. Es también acción de gracias, que es mucho más que un simple agradecer. Es el tomar conciencia de la gracia en acción aquí y ahora. Los acontecimientos que son rememorados, contados, no hacen referencia sólo al pasado. También afectan al hombre de hoy. Su conmemoración les hace actuales, no sólo en la memoria, sino sobre todo en su acción real, en sus efectos. Es un recuerdo «eficaz». Por eso podemos decir que la liturgia actualiza la historia de la salvación. La liturgia, por tanto, traspasa el tiempo. Gracias a ella las acciones que pertenecen al pasado me afectan hoy —de este modo me convierto en testigo, actor y beneficiario de las «maravillas» de Dios— y prefiguran lo que llegará mañana, en la plenitud de los tiempos. Por tanto es una conmemoración, actualmente eficaz y signo del futuro. El protagonista es siempre él, el Dios que «actúa», no es un Dios lejano ni ausente (Alessandro Pronzato).
Lo que hallamos aquí es algo insustituible: jamás un salmista describió tan de cerca la lucha contra la muerte ni se acercó tanto a la victoria. Se relaciona con la profecía del siervo doliente (Is 52,13-53,12), texto introducido posteriormente en el libro del «segundo Isaías» (Is 40-55), que data del exilio. Vuelva el lector sobre ese texto tan conocido, sopese sus palabras y compare después su mensaje con el del salmo 22. Podrá verificar el cambio que se produce cuando se llega efectivamente al «límite». Nos son muy mal conocidas las diferencias, en cuanto a realidad histórica, que separan el salmo 22 de este texto, pero advertimos la novedad aportada por el texto más reciente, el texto profético. Desde un punto de vista externo y a la vez esencial, la novedad principal consiste en que, en esta profecía, ya no escuchamos a un hombre que habla de sí mismo. El inculpado, el condenado ha desaparecido por haber atravesado ya el «límite»: Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron... / Lo arrancaron de la tierra de los vivos (Is 53,8). En este salmo vemos prefigurados los sentimientos de Jesús, que lo recita en la Cruz haciéndolo propio. Es impresionante sobre todo –a mi parecer- ver cómo Jesús en su conciencia humana ve que en Él se están cumpliendo las Escrituras, está “trabajando” en el sufrimiento la redención, con la esperanza de su eficacia. Así imprime en todo dolor la eficacia. Es quizá la cristología más completa, este salmo puesto en relación con los demás aspectos de la redención, de la misma forma que vimos en el salmo siguiente, del buen pastor, la síntesis más completa de la esperanza visto desde la fe cristiana, por eso suelo recitarlo cuando acompaño a un moribundo que me pide que recemos juntos. Pasión y gloria se unen en estos dos salmos centrales (22-23), igual como vimos la semana pasada que en el capítulo 8 de Juan se unía el Dios revelado en Moisés (“Yo soy el que estoy entre vosotros”) con el Emanuel (“Dios en Jesús está ya con nosotros”).
Juan Pablo II comentó el salmo, sobre todo en sus aspectos de pasión, el “silencio de Dios”. Se puede aplicar a Jesús que cuando más abandonado se siente, sufre la experiencia de la muerte como cualquier otro, sintiéndose solo: entonces se abandona en Dios. Se puede aplicar a cada uno de nosotros, y en esta perspectiva actual, es admirable la experiencia de Teresa de Calcuta. Ella sintió una ausencia de Dios, una «noche oscura», según sus cartas que recoge el libro «Madre Teresa: Ven y sé mi luz». A los diez años de su muerte podemos conocer su larga aridez espiritual y sus dudas de fe: “Señor, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Yo era la hija de tu Amor, convertida ahora en la más odiada, la que Tú has rechazado, que has echado fuera como no querida y no amada. ¿Dónde está mi fe?... Hay tanta contradicción en mi alma: un profundo anhelo de Dios, tan profundo que hace daño; un sufrimiento continuo, y con ello el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo... El cielo no significa nada para mí: ¡me parece un lugar vacío!”. Raniero Cantalamessa opina que “el que la Madre Teresa pudiera pasar horas ante el Santísimo, como dicen los testigos que la vieron, casi extasiada… y el que lo hiciera en estas condiciones demuestra que es un martirio… Creo que la Madre Teresa es la santa de la era mediática, pues esta ‘noche del espíritu’ la protegió de la posibilidad de convertirse en víctima de los medios, es decir, de que se exaltara a sí misma. De hecho, ella misma decía que ante los más grandes honores y ante el interés de la prensa, no sentía nada porque vivía este vacío interior”. La santa vivía feliz en medio de ese “silencio de Dios”, que la protegía de una idolatría del yo o de cualquier éxito. Le decía al Señor: “Tu felicidad es lo único que quiero”, y el ejemplo de vida que confirmaba este deseo “puede indicar también a los otros miembros de la orden cómo sobrellevar los momentos de oscuridad o de crisis espiritual, a lo largo de una vida no fácil, al servicio de los más pobres”, dice el P. Kolodiejchuk, autor del libro, quien añade que esas cartas de la Madre Teresa muestran su madurez espiritual, sus locuciones divinas, su amor a Cristo crucificado como base de “la revolución del amor” que empieza en la propia casa, con el “apostolado de la sonrisa”.
“En este silencio, ¿dónde está Dios?”, preguntaba una chica a Benedicto XVI, quien le respondía: «todos nosotros, aunque seamos creyentes, experimentamos el silencio de Dios… podemos gritar siempre de nuevo a Dios: "¡Habla, muéstrate!". Y sin duda en nuestra vida, si el corazón está abierto, podemos encontrar los grandes momentos en los que realmente la presencia de Dios se hace sensible incluso para nosotros». Es posible entreverle también en la belleza de la Creación, escuchando la Palabra de Dios (así las celebraciones litúrgicas son la gran música de la fe), y en la amistad, el encuentro de comunión.
Decía la santa: “mi mayor alegría ha sido haber conocido a Jesucristo». En China quiso recibirla Deng Xiao Ping. Fue al hogar para minusválidos donde estaba el hijo de Deng: –“Señor –le dijo–, está usted haciendo aquí algo maravilloso, una obra de Dios”. Le contestó: –“Pero si yo no creo en Dios...” Y ella, con esa ciencia de la experiencia: “–No importa; Él sí cree en usted...” Eso es lo que cuenta, saber que Dios sí cree en mí, me ama, y eso se vive así: «Sólo se tiene lo que se da»; es más, sólo quien está vacío tiene para dar, pues se quita el yo, y cuando nos damos es cuando nos dejamos amar por Dios y llenar de su amor, como Teresa, experta en humanidad: se manifiesta muy bien en aquellas últimas palabras de un moribundo en sus brazos: «¡Gracias. Ya ni me acordaba de lo que era un beso...». Esa mujer que adoptó el nombre de Santa Teresita de Lisieux, quien como ella tuvo esa crisis antes de morir, nos recuerda cómo vivir de manera auténtica la religión del amor que triunfa desde la aparente debilidad: la vida sin amor no vale nada... la justicia sin amor te hace duro... la inteligencia sin amor te hace cruel... la amabilidad sin amor te hace hipócrita... la fe sin amor te hace fanático... “Veo a Dios en cada ser humano. Cuando lavo las heridas de los leprosos, siento que estoy curando al mismo Señor. ¿No es una experiencia hermosa?”
3. En la 2ª lectura, parece que san Pablo toma un "himno" litúrgico que se canta en dos partes, la primera en el que el Hijo de Dios se encarna y obedece y por eso sufre la humillación hasta la muerte (movimiento descendente), pero ha sido elevado por el Padre hasta la gloria (movimiento ascendente). Pascua significa eso: el "paso" por la muerte a la vida. Pablo nos lo dice para animarnos a que nuestro programa de vida sea el mismo que el de Jesús. Este himno ha de animarnos a que nuestros sentimientos sean los mismos que los de Cristo Jesús.
Comienza con la preexistencia de Cristo: es el Hijo de Dios desde siempre, igual al Padre. El segundo punto es el vaciamiento, por solidaridad con el hombre, compartiendo el destino de ésta aun en sus lados más oscuros y negativos. Indica una actitud contrastante con la de Adán, que quiso ser lo que no podía. El Hijo, en cambio, no vive como podía, sino como nosotros, haciendo una suerte de milagro por puro amor gratuito. Jesús es hombre, pero, además, tal hombre. Muere, pero muere tal muerte, la de cruz. Lleva a cabo su misión de predicar el Reino asumiendo las consecuencias de su vida, de su acción concreta de predicar la justicia y el amor en un mundo donde ello a menudo no se admite. Con ello corre el riesgo, al ser pobre, desamparado y pacífico, de morir injustamente. El proceso no termina en lo negativo, sino en la exaltación, como indica la segunda parte del himno. Se trata de Jesús en su destino final y definitivo gloriosos, de su proclamación como Señor de todo, o sea, de reconocimiento de cuanto era de hecho, pero disimulado a lo largo de su vida mortal. Comenzado todo ello en su Resurrección (Federico Pastor).
Pablo está en la cárcel, probablemente en Éfeso. Cuando escribe a los filipenses ya ha comparecido ante el tribunal, pero la sentencia está todavía pendiente (Fil 1,13). No podemos leer este texto sin sentir una gran emoción, una fuerte sacudida, una iluminación sobre el misterio de Cristo. Este himno cristológico es una joya por lo antiguo, por lo bello, por lo conciso, por lo inspirado. No pretende solamente dar una lección moral -«tener los mismos sentimientos de Cristo»-, sino una exposición profunda y poética del misterio de Cristo en su encarnación, su pasión y su exaltación. Hay toda una dramática realidad de anonadamiento que da vértigo, que parece no terminar nunca. El Hijo de Dios, despojándose de su gloria, se lanza a tumba abierta a las simas más obscuras de la existencia humana. Es la antítesis liberadora de lo que pretendía el primer hombre, quien, siendo una pequeñez, quería subir hasta lo más alto del cielo de una manera directa. Pero enseguida viene la verdad de la exaltación gloriosa. Porque se humilló tanto, hasta la muerte de cruz, «Dios lo levantó sobre todo». El que se hizo siervo, será «Señor» y Salvador de todos. A ver si aprende Adán. La gloria no es conquista, sino regalo y fruto del amor que se entrega; el camino hacia la gloria no es tan directo, sino que pasa por la cruz. Himno cristológico primitivo, muy hermoso y enteramente inspirado, una buena síntesis de toda la cristología. El Cristo no es como Adán, como el hombre que quiere ser Dios, que quiere exaltarse por encima de todo. Cristo, al revés, siendo Dios, se despoja de su divinidad con todas las consecuencias, y quiere ser un hombre más, desciende por debajo de todos, y llega a ser un don nadie. Comparte nuestro dolor y nuestra condición miserable. Llega al dolor y la humillación más grande: la muerte de cruz. El Señor no nos salva desde el cielo, sino desde dentro, llevando la medicina donde estaba la enfermedad, hasta las raíces más profundas del mal. Pero por la nada al todo, la cruz será el principio de su exaltación, el Siervo será el Señor, el don nadie recibirá el «Nombre-sobre-todo-nombre», será el bendito y el que dará la salvación a todo el que invoque su nombre (de “Caritas”).
4. El evangelio de Mateo es la cumbre del mensaje de hoy: la comunidad escucha una vez más, desde la fe y la admiración, el camino que ha seguido Jesús a la cruz y a la resurrección. Un camino serio, solidario, prototipo de todo el dolor de la humanidad y también del estilo con que Dios ha asumido nuestro mal y nos ha querido salvar por el perdón y el amor. Volveremos a escuchar la Pasión -esta vez según Juan-, el Viernes, el primer día del Triduo Pascual (J. Aldazábal).
a) Traición de Judas. La peor traición, la de dentro. Jesús ante Pilatos. Barrabás ("hijo del padre") es amnistiado en vez del verdadero Hijo. Y el que es "inocente" en el sueño de la mujer de Pilatos, es condenado (J. Naspleda). Cumplimiento de las Escrituras, perspectiva muy viva en Mateo (como prueba a los judeo-cristianos, que esperaban el Mesías).
Así, la agonía de Jesús en Getsemaní estaba prevista por el Sal 41/62, 6 (26, 38). Apenas detenido Jesús, Mateo precisa que era necesario que así sucediera para cumplir las Escrituras (26, 54, 56), rechazando con ello la opinión de quienes pudieran ser partidarios de una respuesta armada a la detención de Jesús. Y cuando se produce este suceso, Jesús hace alusión al procedimiento que le identifica con los maleantes (26, 55), actuación que él relaciona con la del Siervo paciente en Is. 53, 9, 12, según los Setenta: "Catalogado entre los criminales".
En el diálogo entre Cristo y el sumo sacerdote, Mateo subraya también el tema del Templo (26, 21), "cumplido" en la persona de Cristo, y cita (mejor que Lucas) el pasaje de Dan. 7, 13 sobre el Hijo del hombre (26, 64). El evangelista es también el único que descubre la muerte de Judas (27, 3-10), en la que ve de nuevo el cumplimiento de las Escrituras (cita de Zac. 11, 12-13).
Al contrario que Lucas y Juan, Mateo y Marcos insisten en el hecho de que Jesús no contesta nada a Pilatos. Reflejan así el silencio del Siervo paciente ante las injurias (Is. 53, 7). Mateo alude igualmente al gesto de Pilatos lavándose las manos (26, 24-25), duda porque en él ve un rito ejecutado en cumplimiento de la ley (Dt. 21, 6-9; Sal. 72/73, 13). La multitud responde también a Pilatos por medio de una expresión tradicional: "Que su sangre caiga..." (27, 25; cf. 2 Sam. 1, 16); quizá Mateo haya visto en ello una profecía de la decadencia del pueblo judío.
Mientras que los demás evangelistas no prestan gran atención al detalle, Mateo especifica que la bebida que se le ofrece a Cristo en la cruz era de hiel, con lo que verifica el texto del Sal. 68/69, 22 (Mt. 27, 34). Utiliza el mismo procedimiento a propósito del reparto de sus vestiduras, y del grito lanzado en la cruz, y otras aplicaciones, según él, del Sal. 21/22 (Mt. 27, 35). Mateo es igualmente el único que relaciona las burlas de los judíos contra Cristo en la cruz: "Ha salvado a otros...", con las burlas de los impíos respecto al Justo (cf. 27, 43; Sab. 2, 18-20).
Y también es el único autor que describe los episodios que se desarrollaron después de la muerte de Jesús: el velo del Templo que se rasga, las resurrecciones, los temblores de tierra son fenómenos anunciados por los profetas para el día de Yahvé (Am. 8, 9). Mateo es, finalmente, el único que menciona la riqueza de José de Arimatea (Marcos habla de su notoriedad y Lucas de su piedad), con el fin de verificar la profecía de Is. 53, 9: tendrá su sepulcro entre los ricos. No estará de más señalar que, en el pensamiento de Isaías, esta profecía quería significar que el Siervo sería confundido con los impíos.
Es evidente que Mateo siente la preocupación por explicar los hechos por la Palabra: palabra de las Escrituras cumplidas, palabra del mismo Jesús (mucho más pródigo en Mateo que en las demás versiones). No se trata, pues, de una simple visión de conjunto: en Mateo se elabora ya una teología que se centra preferentemente en torno a la idea de cumplimiento: los acontecimientos de la Pasión no tienen nada de accidental y forman parte del designio de Dios sobre el mundo.
Todo se desarrolla tan bien de la mano de Dios en los acontecimientos de la Pasión que Mateo puede hacer de ella el final de la era antigua y el comienzo de la era de la Iglesia. Más aún que los otros, el primer Evangelio subraya el alcance escatológico y eclesiológico de los acontecimientos. El velo desgarrado es señal de la caducidad de la economía antigua y el temblor de tierra señala la introducción de la nueva. La fe del centurión constituye las primicias de la conversión de las naciones. Al devolver a los "discípulos" el cuerpo de Cristo, los sumos sacerdotes abdican definitivamente sus prerrogativas y dejan a la Iglesia la tarea de ser signo de Cristo en el mundo.
Una de las características propias del relato de Mateo, bastante compleja por otro lado, es la mención de los guardias en la cruz (Mt. 27, 36 y 54) y sobre todo en el sepulcro (Mt. 27, 62-66), una mención que no hacen los demás evangelistas. La clave de esa mención nos la da el mismo Mateo en 28, 11-15.
Parece que Mateo, o la tradición que representa, compuso esta narración de la custodia con una finalidad apologética: contrarrestar la fábula judía de la sustracción del cuerpo. La fe de Mateo en Cristo es tan fuerte que llega incluso a componer un relato con el fin de anular radicalmente la mentira de los judíos. De hecho, si Mateo parece engañarnos, a nosotros y a nuestra mentalidad moderna, es fiel a una historia más verdadera, la de su fe, de la que sabe perfectamente que no descansa sobre la experiencia verificable de Jesús saliendo del sepulcro (Maertens-Frisque).
b) Getsemaní. No hace falta decir que el episodio de Jesús en Getsemaní posee gran importancia para comprender la pasión que sigue. Es una escena de revelación. Mientras que la transfiguración (17,1-9) revelaba por anticipado la gloria del Hijo del hombre, aunque encaminándose hacia la cruz, aquí se revela la profunda humanidad de Cristo, su "debilidad". Es una revelación que podemos resumir así: este hombre que siente "tristeza y angustia", cuya alma está triste hasta morir y que experimenta el peso de la "carne débil", es el portador de la revelación definitiva de Dios, ¡es el Hijo de Dios! Así pues, una profunda revelación del misterio de Cristo que el discípulo, como siempre, no comprende; en lugar de velar y acompañar, el discípulo se abandona al sueño. Es la pasión interior del Maestro. Los relatos que siguen (proceso, condena, insultos, crucifixión) son la superficie de la pasión, los hechos, la crónica; aquí se nos revela la reacción íntima de Jesús; allí lo que los hombres hicieron con Jesús; aquí cómo reaccionó en su ánimo. Por tanto, la escena de Getsemaní es, también desde este punto de vista, una clave indispensable para comprender en profundidad el resto de la narración. "Vigilad y orad" es la invitación reiterada a la Iglesia. El episodio se convierte en un modelo para la existencia cristiana, en una ilustración de la advertencia que Mateo ha colocado como conclusión del discurso escatológico (24,42): "Velad, pues, porque no sabéis el día en que vendrá el Señor" (Bruno Maggioni).
c) La Realeza de Jesús. Mateo lo ha introducido desde el principio de su evangelio (2,2), y ya entonces tuvo cuidado de situarlo en un contexto de oposición y rechazo: Jesús es un rey que marcha al destierro. Luego, el título de rey desaparece por completo del relato evangélico y no reaparece hasta el relato de la pasión, precisamente en la escena de la crucifixión. La realeza del mundo se manifiesta en el poder, en la imposición, en la salvación de sí mismo; la realeza de Cristo se manifiesta en el servicio, en el amor, en el rechazo del poder como medio de sustraerse a las contradicciones. Por eso el mundo rechaza la realeza de Cristo, no la comprende y hasta la considera una realeza de burla. Por eso los mismos discípulos se sienten con frecuencia tentados -¡incluso por amor al Maestro!- a modificar la realeza de Jesús, a hacerla semejante a la del mundo, en un intento, se diría, de hacerla más convincente y eficaz (Bruno Maggioni).
d) El Mesías, abandonado. La misma voz de satanás que ya escuchamos en el relato de la tentación (Mt 4,3) vuelva a resonar en esa soledad: "Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz”. (Una digresión. Scorsese llevó al cine una novela con la trama de esta tentación última, desde la perspectiva del demonio, pero con una visión de la época hippie, fuera de la fe, y levantó un escándalo, pero la parte de “verisímil” que tenía era plantear la tentación del demonio de este modo: “no eres más que una persona normal, no vale la pena de sufrir tanto, baja de la cruz y renuncia al sufrimiento que no te mereces”). Si realmente eres el Hijo de Dios, debes usar el poder de que dispones para obtener credibilidad, para hacer triunfar la verdad. Sal 34,8 y en Sal 1,9-12: "Teniendo a Yahvé por refugio, el Altísimo por tu asilo, no te llegará la calamidad ni se acercará la plaga a tu tienda, pues te encomendará a sus ángeles para que te guarden en todos sus caminos". Por tanto, los jueces tienen ahora la prueba de la verdad de su veredicto (una prueba, diríamos, ¡tomada de las Escrituras!): si no puede salvarse, si Dios no le salva, significa que hemos tenido razón al tomarlo por un falso mesías, por un impostor y un blasfemo. Así comprendemos la soledad de Jesús. Es la soledad del que se siente al final desmentido, abandonado de aquel mismo Dios en el que únicamente había confiado y por cuya obediencia ha emprendido su camino: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46; cf. Bruno Maggioni).

Semana Santa, Domingo de Ramos, Procesión: queremos ser como el borrico que lleva a Jesús, fieles a sus requerimientos

Semana Santa, Domingo de Ramos, Procesión: queremos ser como el borrico que lleva a Jesús, fieles a sus requerimientos

Introducción: estos días, también llamados «semana mayor» o «semana grande», se compone de dos partes: el final de la Cuaresma (del Domingo de Ramos al Miércoles Santo) y el Triduo Pascual (Jueves, Viernes y Sábado-Domingo). En cuanto a la liturgia, la esencia es la celebración de la Noche Pascual, precedida por su Triduo-Pascual, en el que se añadió ayuno y la incorporación bautismal. En estos días hay unos signos importantes, que ayudan al aspecto psicológico en el seguimiento de los acontecimientos de Jesús, el recuerdo de los hechos históricos, como la «procesión de ramos» del Domingo de Pasión, el lavatorio de pies del Jueves y la adoración de la cruz del Viernes Santo. Dramatizaciones que entran por los ojos. También la bendición de los ramos, el monumento del jueves o la consagración de los óleos, son otros signos que representan el misterio. A nivel popular, se unen otras devociones como visitas a los «monumentos», hora santa, sermón de las siete palabras, viacrucis, procesiones, representaciones teatrales y actos de hermandades. El misterio celebrado en lengua muerta (latín) comprensible a pocos, se completó con ese salir de los templos a las plazas, calles y campos enarbolando símbolos más accesibles, como han sido y siguen siendo los «pasos» de las procesiones (Casiano Floristán).

El Domingo de Ramos. En este día se presenta todo el misterio pascual: la vida o el triunfo, mediante la procesión de ramos en honor de Cristo Rey, y la muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos (la de Juan se lee el viernes). Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén con una procesión la entrada de Jesús en la ciudad santa, poco antes de ser crucificado. Debido a las dos caras que tiene este día, se denomina «Domingo de Ramos» (cara victoriosa) o «Domingo de Pasión» (cara dolorosa). Por esta razón, el Domingo de Ramos -pregón del misterio pascual- comprende dos celebraciones: la procesión de ramos y la eucaristía. Podemos destacar la reunión (en el exterior de la iglesia, convocatoria de los fieles que debe resaltar por su carácter festivo y popular), bendición de los ramos (proclamación de la entrada solemne en Jerusalén, procesión a la iglesia).
Sea cual sea la forma que se escoja (procesión, entrada solemne, entrada sencilla), hay que hacer vivir la actitud de homenaje a Cristo Rey, que se dispone a entrar de una manera decidida y voluntaria en el camino que le llevará, primero, al sufrimiento y a la muerte, y, después, al triunfo y a la vida. Para conseguir esta finalidad, no hace falta necesariamente atacar con dureza ciertas prácticas populares quizá no demasiado litúrgicas, sino más bien se trata de reconducir todas estas prácticas a fin de que puedan convertirse en signos alegres de la aclamación popular a Cristo (Joan Llopis) en el misterio que hoy celebramos: “Cristo, siendo inocente, / se entregó a la muerte por los pecadores, / y aceptó la injusticia / de ser contado entre los criminales. / De esta forma, al morir, / destruyó nuestra culpa, / y, al resucitar, / fuimos justificados” (Prefacio Domingo de Ramos).

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 21,1-11: Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles: -“Id a la aldea de enfrente encontraréis en seguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto”.
Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: «Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila.»
Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: -“¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!¡Viva el Altísimo!”
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: “¿Quién es éste?”
La gente que venía con él decía: “Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”.

Comentario: Al proclamar a su manera el evangelio, Lucas ha querido, más aún que los otros evangelistas, presentar a Jesús entrando en Jerusalén como para una entronización regia. La prueba está ya en el hecho de que el texto se inspira en dos entronizaciones célebres, contadas por el libro de los Reyes: la del rey Salomón. "Los allegados de David hicieron montar a Salomón sobre la mula del rey... todo el pueblo gritó: 'Viva el rey...'. Subió después todo el pueblo detrás de él; la gente tocaba las flautas y manifestaba tan gran alegría que la tierra se hendía con sus voces" (1 Re 1, 38-40). Y también la entronización de Jehú: "Los oficiales se apresuraron a tomar cada uno su manto que colocaron bajo él encima de las gradas; tocaron el cuerno y gritaron: 'Jehú es rey '" (2 Re 9,13). Así Jesús, siguiendo el patrón de sus antepasados cuyo comportamiento diseña el suyo, se presenta como rey en Jerusalén. La semejanza con la coronación de Salomón la vemos en ese nombre, que significa "el pacífico", nombre que recuerdan los ángeles en el himno de la noche de Navidad. Jesús, rey de paz, que trae a Jerusalén, la ciudad cuyo nombre significa "ciudad de paz" (Sal 122, 6), la paz que su nombre reclama. Esta paz se establece entre Dios y los hombres: "paz en el cielo" (el himno de Navidad decía: "Paz a los hombres", pero con el mismo significado); y va ligada a la manifestación de la "gloria" de Dios (Louis Monloubou).
a) El Salmo 23, 7-10 nos introduce en el misterio: "¡Portones! Alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas; va a entrar el Rey de la Gloria". Palabras escritas para una procesión en que el Arca símbolo de la presencia de Dios, es introducida en el templo, acompañada de un pueblo que aclama a su Señor, se aplican perfectamente al nuevo pueblo de Dios que quiere asociarse a Cristo que entra en su misterio pascual, para introducir la verdadera Arca -su Cuerpo humano, en el que habita la plenitud de la divinidad- en el templo definitivo de la Gloria. Al contemplar y asociarse a Cristo que se dirige a la muerte, a "pasar" con su cuerpo al templo definitivo de Dios, que está ya tocando sus dinteles que son la muerte, que abrirá estas puertas, el pueblo pide con insistencia: "¡Portones! Alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas; va a entrar el Rey de la Gloria" (J. Llopis).
b) Hay también una “teología del borrico” en estos signos. Como dice S. Agustín, aquel asno somos nosotros: “No te avergüences de ser jumento para el Señor. Llevarás a Cristo, no errarás la marcha por el camino: sobre ti va sentado el Camino. ¿Os acordáis de aquel asno presentado al Señor? Nadie sienta vergüenza: aquel asno somos nosotros. Vaya sentado sobre nosotros el Señor y llámenos para llevarle a donde él quiera. Somos su jumento y vamos a Jerusalén. Siendo él quien va sentado, no nos sentimos oprimidos, sino elevados. Teniéndole a él por guía, no erramos: vamos a él por él; no perecemos”.
Jesús tiene necesidad de un borrico. Los guerreros montan a caballo. En el antiguo Oriente, la mula- no el asno- servía de montura a reyes y nobles (I Re 1,33.38.44). El asno era la cabalgadura de los pobres y de las gentes de paz. Eligiendo este tipo de cabalgadura, pretende resaltar el significado pacífico, prioritariamente espiritual e interior de su acción. No es el rey guerrero que viene a conquistar por la fuerza ni un libertador político rodeado de carros de guerra, sino el Mesías de la paz, que trae la salvación, la vida en plenitud para los hombres; una vida que surge de su mismo interior como una fuente (Jn 4,14). Tal es el rey de Israel querido por Dios (Francisco Bartolomé).
c) Jesús hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un humilde borrico, como había sido profetizado muchos siglos antes (Zacarías 4, 4). Y los cantos del pueblo son claramente mesiánicos; esta gente conocía bien las profecías y se llena de júbilo. Jesús admite el homenaje. Su triunfo es sencillo, sobre un pobre animal por trono. Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás. Hoy nos puede servir de jaculatoria repitiendo: Como un borrico soy ante Ti, Señor..., como un borrico de carga, y siempre estaré contigo (san Josemaría Escrivá). El Señor ha entrado triunfante en Jerusalén. Pocos días más tarde, en esta ciudad, será clavado en la Cruz.
Desde la cima del monte de los Olivos, Jesús contempla la ciudad de Jerusalén, y llora por ella. Mira cómo la ciudad se hunde en el pecado, en su ignorancia y en su ceguera. Lleno de misericordia se compadece de esta ciudad que le rechaza. Nada quedó por intentar: ni en milagros, ni en palabras... En nuestra vida tampoco ha quedado nada por intentar. ¡Tantas veces Jesús se ha hecho el encontradizo con nosotros! ¡Tantas gracias ordinarias y extraordinarias ha derramado sobre nuestra vida! La historia de cada hombre es la historia de la continua solicitud de Dios sobre él. Cada hombre es objeto de la predilección del Señor. Sin embargo, podemos rechazarlo como Jerusalén. Es el misterio de la libertad humana, que tiene la triste posibilidad de rechazar la gracia divina. Hoy nos preguntamos: ¿Cómo estamos respondiendo a los innumerables requerimientos del Espíritu Santo para que seamos santos en medio de nuestras tareas, en nuestro ambiente?
Nosotros sabemos que aquella entrada triunfal fue muy efímera. Los ramos verdes se marchitaron pronto y cinco días más tarde el hosanna se transformó en un grito enfurecido: ¡Crucifícale! La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén pide de nosotros coherencia y perseverancia, ahondar en nuestra fidelidad, para que nuestros propósitos no sean luces que brillan momentáneamente y pronto se apagan. Somos capaces de lo mejor y de lo peor. Si queremos tener la vida divina, triunfar con Cristo, hemos de ser constantes y hacer morir por la penitencia lo que nos aparta de Dios y nos impide acompañar al Señor hasta la Cruz. No nos separemos de la Virgen. Ella nos enseñará a ser constantes (Francisco Fernández Carvajal).

sábado, 16 de abril de 2011

Sábado de la 5ª semana de Cuaresma: Jesús nos trae la nueva Alianza en su Sangre redentora, la liberación que nos hace hijos de Dios

Sábado de la 5ª semana de Cuaresma: Jesús nos trae la nueva Alianza en su Sangre redentora, la liberación que nos hace hijos de Dios

Libro de Ezequiel 37,21-28: Entonces les dirás: Así habla el Señor: Yo voy a tomar a los israelitas de entre las naciones adonde habían ido; los reuniré de todas partes y los llevaré a su propio suelo. Haré de ellos una sola nación en la tierra, en las montañas de Israel, y todos tendrán un solo rey: ya no formarán dos naciones ni estarán más divididos en dos reinos. Ya no volverán a contaminarse con sus ídolos, con sus abominaciones y con todas sus rebeldías. Los salvaré de sus pecados de apostasía y los purificaré: ellos serán mi Pueblo y yo seré su Dios. Mi servidor David reinará sobre ellos y todos ellos tendrán un solo pastor. Observarán mis leyes, cumplirán mis preceptos y los pondrán en práctica. Habitarán en la tierra que di a mi servidor Jacob, donde habitaron sus padres. Allí habitarán para siempre, ellos, sus hijos y sus nietos; y mi servidor David será su príncipe eternamente. Estableceré para ellos una alianza de paz, que será para ellos una alianza eterna. Los instalaré, los multiplicaré y pondré mi Santuario en medio de ellos para siempre. Mi morada estará junto a ellos: yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y cuando mi Santuario esté en medio de ellos para siempre, las naciones sabrán que yo soy el Señor, el que santifico a Israel.

Jeremías 31,10-13: ¡Escuchen, naciones, la palabra del Señor, anúncienla en las costas más lejanas! Digan: "El que dispersó a Israel lo reunirá, y lo cuidará como un pastor a su rebaño".
Porque el Señor ha rescatado a Jacob, lo redimió de una mano más fuerte que él.
Llegarán gritando de alegría a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor, hacia el trigo, el vino nuevo y el aceite, hacia las crías de ovejas y de vacas. Sus almas serán como un jardín bien regado y no volverán a desfallecer.
Entonces la joven danzará alegremente, los jóvenes y los viejos se regocijarán; yo cambiaré su duelo en alegría, los alegraré y los consolaré de su aflicción.

Evangelio según San Juan 11,45-57: Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: "¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación". Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: "Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?". No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos. A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús. Por eso Él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos. Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: "¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?". Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde Él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo.

Comentario: 1. Ez 37, 21-28: En la primera lectura el profeta anuncia la restauración mesiánica de Israel después de los sufrimientos del Exilio. Es la continuidad de la promesa hecha a los patriarcas, a Moisés, a David. Dios establecerá una Alianza nueva y definitiva de paz y de bienestar con su pueblo (Misa dominical 1990). En el evangelio de hoy, Jesús es presentado como el que da su vida «para reunir en la unidad a los hijos de Dios dispersos». El profeta había ya desarrollado ese tema de la «reunión de los dispersados», cuando el exilio en Babilonia. Palabra del Señor: recogeré los hijos de Israel de entre las naciones a las que marcharon... Los congregaré de todas partes. Los hombres aspiran a la unidad. Estar juntos. Estar de acuerdo. Amar y ser amados. Sin embargo, la humanidad siempre ha sido desgarrada, y los conflictos de hoy son, sin duda, más profundos que nunca. Pero la aspiración subsiste como un anhelo de felicidad. ¿Cuál es el hombre que no prefiere la "caricia" al «puñetazo»? ¿Cuál es el niño que no prefiere la paz familiar a la discordia entre sus padres? ¿Cuál es la empresa en la que los trabajadores no preferirían la concordia y solidaridad a la atmósfera de suspicacia y de dominio? Cooperación y diálogo, en vez de rivalidad y blocaje. Dios se presenta como «el que procura la unión». «Voy a congregarlos...» Él mismo es, en sí mismo, un misterio de unidad: Tres constituidos en uno. Dios hizo la humanidad, cada hombre, a su imagen. Evoco en mi memoria los esfuerzos de los hombres para vivir más solidarios unos de los otros, para ayudarse mutuamente, para dialogar. Dios está obrando en ello... Evoco también las situaciones contrarias: racismos, separatismos, conflictos, silencios, no querer dar el primer paso, espíritu partidista, orgullo... Perdón, Señor.
-“No volverán a formar dos naciones, ni volverán a estar divididos en dos reinos”. Piensa el profeta en una situación histórica muy precisa: el cisma entre el Reino de Judá al sur y el Reino de Israel, al norte. Pero tal situación es símbolo de todas las rupturas entre hermanos, entre esposos, entre naciones, entre grupos sociales, entre Iglesias. Hijos del mismo Padre, amados del mismo Dios. Toda ruptura entre hermanos comienza por desgarrar el corazón de Dios. Toda división entre hombres, hechos para entenderse, comienza por ser contraria al proyecto de Dios. Y, para la Iglesia, es un escándalo: "¡que todos sean uno para que el mundo crea!", «os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros.» «Felices los constructores de paz, serán llamados hijos de Dios.»
¿Qué llamada es oída más intensamente por mí a través de esas Palabras de Dios? ¿En qué punto de la humanidad he de ser «constructor de unidad», lazo de unión, elemento de diálogo?
-“Yo seré su Dios... y ellos serán mi pueblo... Y las naciones sabrán que yo soy el Señor, el que santifica a Israel”. La reputación de Dios está comprometida con el testimonio de unidad que da, o que no da, una «comunidad cristiana». La desunión de los cristianos, el rechazo del diálogo y de la búsqueda en común... impiden reconocer a Dios. Las «naciones no sabrán que Él es el Señor» si no se hace ese esfuerzo de unidad (Noel Quesson).
La lectura del profeta parece más un pregón de fiesta que una página propia de la Cuaresma. Y es que la Pascua, aunque es seria, porque pasa por la muerte, es un anuncio de vida: para Jesús hace dos mil años y para la Iglesia y para cada uno de nosotros ahora. Dios nos tiene destinados a la vida y a la fiesta. Los que no sólo oímos a Ezequiel o Jeremías, sino que conocemos ya a Cristo Jesús, tenemos todavía más razones para mirar con optimismo esta primavera de la Pascua que Dios nos concede. Porque es más importante lo que Él quiere hacer que lo que nosotros hayamos podido realizar a lo largo de la Cuaresma. La Pascua de Jesús tiene una finalidad: Dios quiere, también este año, restañar nuestras heridas, desterrar nuestras tristezas y depresiones, perdonar nuestras faltas, corregir nuestras divisiones. ¿Estamos dispuestos a una Pascua así? En nuestra vida personal y en la comunitaria, ¿nos damos cuenta de que es Dios quien quiere «celebrar» una Pascua plena en nosotros, poniendo en marcha de nuevo su energía salvadora, por la que resucitó a Jesús del sepulcro y nos quiere resucitar a nosotros? ¿Se notará que le hemos dejado restañar heridas y unificar a los separados y perdonar a los arrepentidos y llenar de vida lo que estaba árido y raquítico? «Tú concedes a tu pueblo, en los días de Cuaresma, gracias más abundantes» (oración; J. Aldazábal). Y en la Postcomunión añadiremos: «Humildemente te pedimos, Señor, que así como nos alimentas con el cuerpo y la sangre de tu Hijo, nos des también parte en su naturaleza divina»…
Purificación, pactar una alianza eterna... Todo ello se realiza en Cristo, verdadera presencia de Dios en su pueblo. Todo es nuevo y eterno en Cristo, lo que muestra su trascendencia mesiánica. Los judíos no lo ven. No quieren verlo. De momento tampoco lo ven los Apóstoles. Lo verán más tarde. San Teófilo de Antioquía dice: «Dios se deja ver de los que son capaces de verle, porque tienen abiertos los ojos de la mente. Porque todos tienen ojos, pero algunos los tienen bañados de tinieblas y no pueden ver la luz del sol». Y San Agustín: «Que tus obras tengan por fundamento la fe, porque creyendo en Dios, te harás fiel». Mientras tanto, cuidemos el sentido cuaresmal que los profetas nos recuerdan de conversión de nuestros corazones, ayuno, estar dispuestos a poner todos los medios para vivir como Él espera que vivamos, ser sinceros con nosotros mismos, no intentar “servir a dos señores” y alejar de nuestra vida cualquier pecado deliberado, como señalaba Juan Pablo II: “El cristiano, llamado por la Iglesia a la oración, a la penitencia y al ayuno, al despojarse interior y exteriormente de sí mismo, se sitúa ante Dios, reconociéndose tal como realmente es, se redescubre”. Se trata, por tanto, de un tiempo de verdad profunda, verdad que convierte, infunde de nuevo esperanza, y, poniendo todo en su debido sitio, reconcilia y mueve al optimismo, no queremos perder la ocasión (Bar 3,2 dice: “enmendémonos y mejoremos en aquello en que por ignorancia hemos faltado; no sea que, sorprendidos por el día de la muerte, busquemos tiempo para la penitencia, y no podamos encontrarlo”), y aunque Dios es bueno y tiene siempre para nosotros lo que llamaríamos “un plan B”, es bueno que reaccionemos cuando valoramos que no fuimos fieles, como David al proclamar aquel “contra Ti solo he pecado; y he cometido la maldad delante de tus ojos. Mira, pues, que fui concebido en iniquidad, y que mi madre me concibió en pecado” (Salmo 50) que le llevó a una gran correspondencia. Al notar la fuerza de Dios: “Ecce nunc dies salutis! –¡He aquí el día de la salvación!” vamos a responder al Señor, como nos animaba san Josemaría: “Estoy decidido a que no pase este tiempo de Cuaresma como pasa el agua sobre las piedras, sin dejar rastro. Me dejaré empapar, transformar; me convertiré, me dirigiré de nuevo al Señor, queriéndole como Él desea ser querido”. Cuaresma que ahora nos pone delante de estas preguntas fundamentales: ¿avanzo en mi fidelidad a Cristo?, ¿en deseos de santidad?, ¿en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión? “El cristianismo no es camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los años”. Procuremos aguzar el ingenio –el amor es agudo- para descubrir que nuestro Padre del Cielo –que tiene como propio perdonar y tener misericordia- está siempre esperándonos pues desea perdonar cualquier ofensa para ofrecernos su casa, está feliz cuando el hijo vuelve de nuevo a Él, se siente realizado cuando el hijo se arrepiente y pide perdón. Nuestro Señor es tan Padre, que previene nuestros deseos de ser perdonados, y se adelanta, abriéndonos los brazos con su gracia. San León Magno nos anima a descubrir nuestro mejor yo en ese amor que Dios nos ha puesto, esas semillas divinas, así decía: “Que cada uno de los fieles se examine, pues, a sí mismo, esforzándose en discernir sus más íntimos afectos”.
Y de ahí saldrán propósitos de más sacrificio pues el amor se muestra ahí, en cosas pequeñas, y ahí también se estropea, con la rutina y dejadez… “Hemos de convencernos de que el mayor enemigo de la roca no es el pico o el hacha, ni el golpe de cualquier otro instrumento, por contundente que sea: es esa agua menuda, que se mete gota a gota, entre las grietas de la peña, hasta arruinar su estructura. El peligro más fuerte para el cristiano es desperdiciar la pelea en esas escaramuzas sobrenaturales, que calan poco a poco en el alma, hasta volverla blanda, quebradiza e indiferente, insensible a las voces de Dios” (san Josemaría); esto significa hacer la voluntad de Dios y no la nuestra, como indica San Juan de la Cruz: “quien a Dios busca queriendo continuar con sus gustos, lo busca de noche y, de noche, no lo encontrará”; hemos de tener el alma y la inteligencia despiertas, una conciencia despierta, sensibilidad que no esté atrofiada por la rutina o el atolondramiento frívolo (que pueden permitir que se contemple el mundo sin ver el mal, la ofensa a Dios, el daño en ocasiones irreparable para las almas, señalaba san Josemaría). La llamada que recibimos se inserta en Cristo, a la salvación no sólo de un grupo, un pueblo, sino de la humanidad entera, de todos los tiempos y lugares. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, ha venido para reunir a todos los hijos de Dios que había dispersado el pecado. Dios ha levantado su templo en nuestros corazones. Él es nuestro único Pastor y Rey, que nos une no sólo como a su Pueblo Santo, sino que nos reconoce como a hijos suyos por nuestra unión a su Hijo único. En la historia, que arranca de Cristo y jalona hasta la Parusía, la Iglesia es el Sacramento de Salvación y de unidad para toda la humanidad, pues por medio de ella el Señor continúa su obra salvadora en el mundo y su historia. Dios nos quiere a todos fraternalmente unidos en torno a Él, reconocido como Padre nuestro. Nosotros no debemos romper más esa unidad, sino que hemos de trabajar para que el Reino de amor, de santidad, de justicia y de paz se vaya haciendo realidad ya desde ahora entre nosotros.
2. –Jer. 31, 10-13 Dios se conmueve ante el grito de sus hijos, que claman ante Él después de haber sido despojados de su tierra y llevados al destierro. Dios jamás da marcha atrás en su amor por los suyos. A pesar de los grandes pecados de su pueblo, el Señor lo sigue amando y mimando como a un niño sumamente querido. Por eso levanta el castigo de su pueblo y, entre gritos de júbilo y ante la admiración de todos los pueblos, lo hace volver a la posesión de la tierra que prometió, con juramento, dar a sus antiguos padres y a su descendencia. Dios, por medio de su Hijo nos ha manifestado su amor hasta el extremo. Él quiere perdonarnos porque nos ama; y por ese amor que nos tiene, nos ha elevado a la dignidad de hijos suyos haciéndonos partícipes de su vida y de su Espíritu, para que seamos capaces de escuchar su Palabra y de ponerla en práctica, de tal forma que, reconocidos como sus hijos, podamos, finalmente estar con Él para siempre. Alabemos y glorifiquemos al Señor por su misericordia y por el amor que nos tiene. El canto de Jeremías 31,10-13 es un anuncio de libertad y de unidad para el pueblo de Dios disgregado en Babilonia: Dios dará la libertad a Israel. Si antes del cautiverio el pueblo de Dios conoció la división en dos reinos, ahora, el que dispersó a Israel lo reunirá. Fue el pecado y la infidelidad lo que dividió al pueblo de Israel, lo que disgregó ya en los días de Babel a la humanidad entera. Pero Dios reunirá definitivamente a su pueblo. Así lo ha prometido por los profetas y con ese fin envió a su Hijo Unigénito: «Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en las islas remotas; El que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como pastor a su rebaño. Porque el Señor redimió a Jacob, lo rescató de una mano más fuerte. Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor». “El mundo tiene corazón de lobo / y es el rencor su garra y su cadena. / Doble fulgor de aullidos y clamores / llena su historia: páginas inmensas / de destrucción, de muerte, de congoja: / negra nube que azota las alas de la tierra / y no la deja levantar el vuelo / hacia tu amor, hacia tu luz serena. / Esta es la dura suerte del hombre, sus afanes. / Lo sabes bien, Jesús, por experiencia. / Y mandas sin cesar, heroicamente, / entre lobos, las tímidas ovejas. / Si es éste siempre, mi Señor, tu modo / de proceder, hazme paloma, sella / en dulce paz mi corazón. No existe / otra razón de gloria en esta tierra / más que el amor sencillamente puro / que opone al mal pasiva resistencia. / Dame, Señor, un alma de cordero / como la tuya. Frena / en lo más hondo de mi ser el lobo, / impaciente y feroz, / y extingue su violencia” (Jesús Bermejo).
3. Jn. 11, 45-56. «Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos». Hoy, de camino hacia Jerusalén, Jesús se sabe perseguido, vigilado, sentenciado, porque cuanto más grande y novedosa ha sido su revelación - “el anuncio del Reino”- más amplia y más clara ha sido la división y la oposición que ha encontrado en los oyentes (cf. Jn 11,45-46). Las palabras negativas de Caifás, «os conviene que muera uno sólo por el pueblo y no perezca toda la nación» (Jn 11,50), Jesús las asumirá positivamente en la redención obrada por nosotros. Jesús, el Hijo Unigénito de Dios, ¡en la Cruz muere por amor a todos! Muere para hacer realidad el plan del Padre, es decir, «reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,52). ¡Y ésta es la maravilla y la creatividad de nuestro Dios! Caifás, con su sentencia («Os conviene que muera uno solo...») no hace más que, por odio, eliminar a un idealista; en cambio, Dios Padre, enviando a su Hijo por amor hacia nosotros, hace algo maravilloso: convertir aquella sentencia malévola en una obra de amor redentora, porque para Dios Padre, ¡cada hombre vale toda la sangre derramada por Jesucristo! De aquí a una semana cantaremos “en solemne vigilia” el Pregón pascual. A través de esta maravillosa oración, la Iglesia hace alabanza del pecado original. Y no lo hace porque desconozca su gravedad, sino porque Dios “en su bondad infinita” ha obrado proezas como respuesta al pecado del hombre. Es decir, ante el “disgusto original”, Él ha respondido con la Encarnación, con la inmolación personal y con la institución de la Eucaristía. Por esto, la liturgia cantará el próximo sábado: «¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Oh feliz culpa que mereció tal Redentor!». Ojalá que nuestras sentencias, palabras y acciones no sean impedimentos para la evangelización, ya que de Cristo recibimos el encargo, también nosotros, de reunir los hijos de Dios dispersos: «Id y enseñad a todas las gentes» (Mt 28,19; Xavier Romero Galdeano).
Conviene que muera uno sólo por el pueblo y no perezca toda la nación. He aquí la frase que envuelve el misterio de la cruz de Cristo, el misterio de nuestra salvación. Caifás presentaba con esta profecía al nuevo Cordero de la Pascua, Aquel que quitaría el pecado del mundo. Jesucristo ya había dicho que daría su vida en rescate por muchos, y por ello probó el sufrimiento para alcanzarnos la salvación. Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación (Hebr). Jesús nos ha dejado su cruz, para que ante la pena podamos alzar la vista ante ella y arrostrar las dificultades, elevar una mirada de fe y balbucear “hágase tu voluntad, Padre”. La cruz no sólo se presenta en la sangre fecunda que derraman los mártires, sino cuando viene un dolor físico, moral, espiritual... Y así como hay ejemplos de grandes mártires que abrazaron la cruz de Cristo, hay tantos cristianos que se clavan en su dolor viendo el rostro de Cristo, viendo su mano amorosa que viene a modelarlos y fraguar su amor con el dolor. Ven a Aquél que dio su vida por muchos. Pero también puede suceder que en algunos corazones se siembre la actitud de los fariseos que era la tortura de no reconocer a Cristo como su Redentor ¿Por qué tenía que morir el Mesías? ¡Si eres el Mesías, baja de esa cruz!, aún hay signo de rebeldía, es paradoja, hay quien la acepta y quien la rechaza... El Card. Nguyen van Thuan decía: “Mira la cruz y encontrarás la solución a todos los problemas que te preocupan” Los mártires le han mirado a Él... (Marco Antonio Lome).
Nos encontramos a las puertas de la Semana Santa. Como se suele decir, el tiempo ha pasado “volando”. Durante estas semanas nos hemos ido situando frente a ese misterio central de nuestra fe, que dará comienzo con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Resultan, por otra parte, alentadoras y firmes las palabras del profeta Ezequiel que nos brinda la lectura de hoy: “Caminarán según mis mandatos y cumplirán mis preceptos, poniéndolos por obra”. Sin embargo, si hemos de ser sinceros, y a la vista de las antífonas de las misas de todos estos días de Cuaresma, en donde se nos ha invitado a la conversión, a la penitencia, a la penitencia… y a más penitencia, nos hemos de preguntar: ¿en qué ha consistido esa reparación, sacrificio o desagravio diario? Y no vale aquí decir que “¡bastante penitencia tenemos con lo que nos ‘cae’ cada día por culpa de los demás”. La penitencia a la que me invita la Iglesia no es otra sino aquélla a la que positivamente contribuyo con mi mortificación personal. ¿Cosas del medioevo?… Ríete de las penitencias que realizaban nuestros antepasados, comparadas con las que nos “presta” esta modernidad contemporánea nuestra (regímenes alimenticios, horas extraordinarias, entrenamientos deportivos, “puestas a punto” de actrices, cirugías estéticas…). Sería bueno recordar, por otra parte, que la penitencia para el cristiano es la manera más eficaz de ejercitar el deporte que necesita nuestra alma. ¡Mirad esos rostros cansinos y tristes!, no son otra cosa sino el fruto de haber olvidado la gimnasia que hemos de realizar en nuestro interior. Y lo realmente gratificante, es que esas pequeñas negaciones a nosotros mismos, se transforman en afirmaciones al amor y a la libertad. El “señorío” humano, de esta manera, es capaz de romper las cadenas de la esclavitud y de la muerte, volviendo el rostro, sereno y paciente, ante la contradicción, la contrariedad y el sufrimiento.
“Y aquel día decidieron darle muerte”. ¡“Pobrecitos” aquellos que piensan que tienen en sus manos el destino de Dios! Cristo entregará su vida cuando vea llegada la hora y, desde luego, que no se ahorrará ninguna penitencia… quizás veamos en su Pasión las huellas de aquellos momentos que, tú y yo, renunciamos a padecer. En cambio, para el cristiano que vive con fidelidad su penitencia, ese “destino” del que tanto habla el mundo, se transforma en abundante Providencia divina. Se escandalizaba el Sanedrín por la cantidad de milagros que hacía Jesús y, sin embargo, eso no les valió para su conversión, sino para incrementar su odio… ¿Aún eres capaz de decirle a Dios que si realizara un signo en tu vida (ese “milagrito” que tanto ansías), sólo entonces cambiarías? El único milagro que da frutos es el de la generosidad de nuestra penitencia, porque entonces se manifiestan las obras de Dios, y no los caprichos de los hombres.
“Se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos”. El Señor se reúne con sus íntimos en vísperas de lo que ha de acontecer. La oración, es la antesala de la penitencia, y ésta la mesa del sacrificio. Pero Jesús, además de acompañarse de sus discípulos, cuenta contigo y conmigo, y en ese altar de la Eucaristía se encuentra toda la humanidad, esperando, una vez más, la pequeña penitencia que hoy hayamos podido realizar. Sólo así, ganaremos almas para Dios (Archidiócesis Madrid).
La cercanía a la Semana Santa va haciendo que la Iglesia nos vaya presentando a Jesucristo en contraposición con sus enemigos. En el Evangelio de hoy se nos presenta la auténtica razón, la razón profunda que lleva a los enemigos de Cristo a buscar su muerte. Esta razón es que Cristo se presenta ante los judíos como el Enviado, el Hijo de Dios. Este conflicto permanente entre los dirigentes judíos y nuestro Señor, se convierte también para nosotros en una interrogación, para ver si somos o no capaces de corresponder a la llamada que Cristo hace a nuestra vida. Cristo llega a nosotros, y llega exigiendo su verdad; queriendo mostrarnos la verdad y exigiéndonos que nos comportemos con Él como corresponde a la verdad. La verdad de Cristo es su dignidad, y nosotros tenemos que reflexionar si estamos aceptando o no esta dignidad de nuestro Señor. Tenemos que llegar a reflexionar si en nuestra vida estamos realizando, acogiendo, teniendo o no, esta verdad de nuestro Señor. Cristo es el que nos muestra, por encima de todo, el camino de la verdad. Cristo es el que, por encima de todo, exige de los cristianos, de los que queremos seguirle, de los que hemos sido redimidos por su sangre, el camino de la verdad. Nuestro comportamiento hacia Cristo tiene que respetar esa exigencia del Señor; no podemos tergiversar a Cristo. No podemos modificar a Cristo según nuestros criterios, según nuestros juicios. Tenemos necesariamente que aceptar a Cristo. Pero, a la alternativa de aceptar a Cristo, se presenta otra alternativa —la que tomaron los judíos—: recoger piedras para arrojárselas. O aceptamos a Cristo, o ejecutamos a Cristo. O aceptamos a Cristo en nuestra vida tal y como Él es en la verdad, o estamos ejecutando a Cristo. Esto podría ser para nosotros una especie de reticencia, de miedo de no abrirnos totalmente a nuestro Señor Jesucristo, porque sabemos que Él nos va a reclamar la verdad completa. Jesucristo no va a reclamar verdades a medias, ni entregas a medias, ni donaciones a medias, porque Jesucristo no nos va a reclamar amores a medias. Jesucristo nos va a reclamar el amor completo, que no es otra cosa sino el aceptar el camino concreto que el Señor ha trazado en nuestra vida. Cada uno tiene el suyo, pero cada uno puede ser infiel al suyo. Solamente el que es fiel a Cristo tiene en su posesión, tiene en su alma la garantía de la vida verdadera, porque tiene la garantía de la Verdad. “El que es fiel a mis palabras no morirá para siempre”. Nosotros constantemente deberíamos entrar en nuestro interior para revisar qué aspectos de mentira, o qué aspectos de muerte estamos dejando entrar en nuestro corazón a través de nuestro egoísmo, de nuestras reticencias, de nuestro cálculo; a través de nuestra entrega a medias a la vocación a la cual el Señor nos ha llamado. Porque solamente cuando somos capaces de reconocer esto, estamos en la Verdad. Debemos comenzar a caminar en un camino que nos saque de la mentira y de la falsedad en la que podemos estar viviendo. Una falsedad que puede ser incluso, a veces, el ropaje que nos reviste constantemente y, por lo tanto, nos hemos convencido de que esa falsedad es la verdad. Porque sólo cuando permitimos que Cristo toque el corazón, que Cristo llegue a nuestra alma y nos diga por dónde tenemos que ir, es cuando todas nuestras reticencias de tipo psicológico, todos nuestros miedos de tipo sentimental, todas nuestras debilidades y cálculos desaparecen. Cuando dejamos que la Verdad, que es Cristo, toque el corazón, todas las debilidades exteriores —debilidades en las personas, debilidades en las situaciones, debilidades en las instituciones—, y que nosotros tomamos como excusas para no entregar nuestro corazón a Dios, caen por tierra. Nos podemos acomodar muchas cosas, muchas situaciones, muchas personas; pero a Cristo no nos lo podemos acomodar. Cristo se nos da auténtico, o simplemente no se nos da. “Se ocultó y salió de entre ellos”. En el momento en que los judíos se dieron cuenta de que no podían acomodarse a Cristo, que tenían que ser ellos los que tenían que acomodarse al Señor, toman la decisión de matarlo. A veces en el alma puede suceder algo semejante: tomamos la decisión de eliminar a Cristo, porque no nos convence el modo con el que Él nos está guiando. Y la pregunta que nace en nuestra alma es la misma que le hacen los judíos: “¿Quién pretendes ser?”. Y Cristo siempre responde: “Yo soy el Hijo de Dios”. Sin embargo, Cristo podría devolvernos esa pregunta: ¿Y tú quién pretendes ser? ¿Quién pretendes ser, que no aceptas plenamente mi amor en tu corazón? ¿Quién pretendes ser, que calculas una y otra vez la entrega de tu corazón a tu vocación cristiana en tu familia, en la sociedad? ¿Por qué no terminar de entregarnos? ¿Por qué estar siempre con la piedra en la mano para que cuando el Señor no me convenza pueda tirársela? Cristo, ante nuestro reclamo, siempre nos va a responder igual: con su entrega total, con su promesa total, con su fidelidad total. Las ceremonias que la Iglesia nos va a ofrecer esta Semana Santa no pueden ser simplemente momentos de ir a Misa, momentos de rezar un poco más o momentos de dedicar un tiempo más grande a la oración. La Semana Santa es un encuentro con el misterio de un Cristo que se ofrece por nosotros para decirnos Quién es. El encuentro, la presencia de Cristo que se me da totalmente en la cruz y que se muestra victorioso en la resurrección, tenemos que realizarla en nuestro interior. Tenemos que enfrentarnos cara a cara con Él. Es muy serio y muy exigente el camino del Señor, pero no podemos ser reticentes ante este camino, no podemos ir con mediocridad en este camino. Siempre podremos escondernos, pero en nuestro corazón, si somos sinceros, si somos auténticos, siempre quedará la certeza de que ante Cristo, nos escondimos. Que no fuiste fiel ante la verdad de Cristo, que no fuiste fiel a tu compromiso de oración, que no fuiste fiel en tu compromiso de entrega en el apostolado, que no fuiste fiel, sobre todo, en ese corazón que se abre plenamente al Señor y que no deja nada sin darle a Él. Cristo en la Eucaristía se nos vuelve a dar totalmente. Cada Eucaristía es el signo de la fidelidad de la promesa de Dios: “Yo estaré contigo todos los días hasta el fin del mundo”. Dios no se olvida de sus promesas. Y cuando vemos a un Dios que se entrega de esta manera, no nos queda otro camino sino buscarlo sin descanso. Buscarlo sin descanso a través de la oración y, sobre todo, a través de la voluntad, que una vez que se ha optado por Dios nuestro Señor, así se mueva la tierra, no se altera, no varía; así no entienda qué es lo que está pasando ni sepa por dónde le está llevando el Señor, no cambia. Dios promete, pero Dios también pide. Y pide que por nuestra parte le seamos fieles en todo momento, nos mantengamos fieles a la palabra dada pase lo que pase. Romper esto es romper la verdad y la fidelidad de nuestra entrega a Cristo. Que la Eucaristía abra en nuestro corazón una opción decidida por nuestro Señor. Una opción decidida por vivir el camino que Él nos pone delante, con una gran fidelidad, con un gran amor, con una gran gratitud ante un Dios que por mí se hace hombre; ante un Dios que tolera el que yo muchas veces haya podido tener una piedra en la mano y me haya permitido, incluso, intentar arrojársela. Y sobre todo, una gratitud profunda porque permitió que mi vida, una vez más, lo vuelva a encontrar, lo vuelva a amar, consciente de que el Señor nunca olvida sus promesas.
"He aquí mi Cuerpo entregado. He aquí mi Sangre derramada". Jesús se da para enrolar en su movimiento de amor a toda la humanidad. "Humildemente, te suplicamos que, participando al Cuerpo y a la Sangre de Cristo, seamos reunidos en un solo cuerpo". La fraternidad universal de la familia humana -familia de Dios- es un don del Padre, que la sangre de Jesús nos ha merecido. La humanidad desgarrada de hoy tiene siempre la misma necesidad de sacrificio. Racismos. Oposiciones. Luchas y violencia. La humanidad es un gran cuerpo descuartizado. Cristo ha dado su vida para que, en Él, la humanidad llegue a ser un Cuerpo único. ¿Y yo? ¿Trabajo en esa gran obra de Dios?
Dentro de una semana estaremos ya en el corazón de la Pascua: estaremos meditando junto al sepulcro de Jesús.
Pero el sepulcro no es la última palabra. Hoy el profeta nos pregona el programa de Dios, que es todo salvación y alegría:
- Dios quiere restaurar a su pueblo haciéndole volver del destierro,
- quiere unificar a los dos pueblos (Norte y Sur, Israel y Judá) en uno solo: como cuando reinaban David y Salomón,
- lo purificará y le perdonará sus faltas,
- les enviará un pastor único, un buen pastor, para que los conduzca por los caminos que Dios quiere,
- les hará vivir en la tierra prometida,
- sellará de nuevo con ellos su alianza de paz
- y pondrá su morada en medio de ellos.
¿Cabe un proyecto mejor?
Es también lo que dice Jeremías, haciendo eco a Ezequiel, en el pasaje que nos sirve de canto de meditación: «el Señor nos guardará como pastor a su rebaño... el que dispersó a Israel lo reunirá... convertiré su tristeza en gozo».
El desenlace del drama ya se acerca. Se ha reunido el Sanedrín. Asustados por el eco que ha tenido la resurrección de Lázaro, deliberan sobre lo que han de hacer para deshacerse de Jesús.
Caifás acierta sin saberlo con el sentido que va a tener la muerte de Jesús: «iba a morir, no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios dispersos». Así se cumplía plenamente lo que anunciaban los profetas sobre la reunificación de los pueblos. La Pascua de Cristo va a ser salvadora para toda la humanidad.
Jesús debía morir para reunir a los hijos de Dios dispersos. La resurrección de Lázaro acrecienta el número de los que creen en Jesús, pero provoca la conjura de los sacerdotes y fariseos contra Él. El Sumo Sacerdote, sin caer en la cuenta, profetiza la muerte de Jesús por el pueblo y esto será el signo de la reunión de los hijos de Dios dispersos por el mundo. Comenta San Agustín: «También por boca de hombres malos el espíritu de profecía predice las cosas futuras, lo cual, sin embargo, el evangelista lo atribuye al divino ministerio que como pontífice ejercía... Caifás sólo profetizó acerca del pueblo judío, donde estaban las ovejas de las cuales dijo el Señor: No he venido sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. Pero el evangelista sabía que había otras ovejas que no pertenecían a este redil, a las cuales convenía atraer, para que hubiese un solo redil y un solo pastor. Todas estas cosas han sido dichas según la predestinación, porque entonces los que aún no habían creído no eran ovejas suyas ni hijos de Dios». A pesar de tantos signos, muchos prefirieron las tinieblas a la Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo: Cristo Jesús. Él vino para salvar, no sólo a la nación judía, sino a toda la humanidad; vino para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Así, unidos a Cristo, formamos con Él un sólo Cuerpo y un sólo Espíritu. Nadie puede llegar a ser hijo de Dios, sino sólo en Cristo Jesús. A Jesús se le condena para evitar que continúe haciendo señales milagrosas y que la gente se vaya tras Él. Pero quien no tome su cruz y vaya tras las huellas de Cristo no podrá dirigirse al Padre, para estar con Él eternamente, pues sin Cristo nada podemos hacer; Él es el único Camino, Verdad y Vida, y nadie va al Padre sino por Él. Aquel que es la vida nos ha dado vida a nosotros por medio de su muerte. Él no ha muerto inútilmente. Él, levantado en alto, ha atraído a la humanidad entera hacia Él para llenarla de su Amor, de su Paz, de su Luz, de su Vida. Quien hace suya la Redención de Cristo, lleno de su Ser Divino, debe irradiar ante el mundo toda la Verdad del mismo Cristo. No podemos venir a la Eucaristía para después retirarnos igual que vinimos. Llegamos ante el Señor para convertirnos nosotros mismos en una ofrenda que se consagra a Dios y que recibe de Él, no sólo su vida, sino la Misión de continuar su obra de salvación en el mundo. La Eucaristía nos hace entrar en comunión de vida con el Señor y nos compromete a ser sus testigos, siendo luz y no tinieblas, para nuestros hermanos. Dios quiera que su Iglesia sea realmente un signo de Verdad y de Amor para la humanidad de todos los tiempos y lugares. Sólo entonces también nosotros seremos un signo de la Pascua de Cristo para todos. Nosotros estamos llamados a hacer el bien a todos. No podemos ocultar la Luz que Dios mismo ha encendido en nosotros. A pesar de que seamos criticados, perseguidos o amenazados de muerte, no podemos, cobardemente, dejar de dar testimonio de nuestro ser de hijos de Dios. Es verdad que debemos ser prudentes, pero la prudencia no puede confundirse con la cobardía; y el no ser cobardes no puede confundirse con lo temerario. Dios sabe el día y la hora en que deberemos partir de este mundo hacia Él. Mientras llega esa hora seamos testigos de la verdad. Amemos y hagamos el bien a todos. Trabajemos constantemente para que quienes viven adormilados, o muertos a causa de sus pecados, vuelvan a la luz y, libres de sus ataduras, inicien un camino nuevo en la Vida según el Espíritu de Dios. Nosotros hemos de ser los primeros en ir por este nuevo camino, pues no podemos convertirnos en sólo predicadores del Evangelio; hemos de ser testigos de la vida nueva que Dios ha infundido en nosotros. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de que este tiempo Pascual, que estamos por celebrar, sea realmente para nosotros un tiempo especial de gracia, para que, vueltos de nuestros pecados, podamos participar de la Vida que Dios nos ofrece en Cristo Jesús, y podamos, así, convertirnos en luz que ilumine el camino de la humanidad hacia la unión plena con Dios. Amén (www.homiliacatolica.com)