Lunes de la 9ª semana. Ser íntegro es jugarse la vida, muchas veces. Pero es «dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos». «En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo». En cambio, los infieles tienen ahí su castigo: «¿Qué hará el dueño de la vid? Arrendará la viña a otros»
Tobías 1,3;2,1-8 3 Yo, Tobit, he andado por caminos de verdad y en justicia todos los días de mi vida y he repartido muchas limosmas entre mis hermanos y compatriotas, deportados conmigo a Nínive, al país de los asirios. 2: 1 En el reinado de Asarjaddón pude regresar a mi casa y me fue devuelta mi mujer Ana y mi hijo Tobías. En nuestra solemnidad de Pentecostés, que es la santa solemnidad de las Semanas, me habían preparado una excelente comida y me dispuse a comer. 2 Cuando me presentaron la mesa, con numerosos manjares, dije a mi hijo Tobías: «Hijo, ve a buscar entre nuestros hermanos deportados en Nínive a algún indigente que se acuerde del Señor y tráelo para que coma con nosotros. Te esperaré hasta que vuelvas, hijo mío.» 3 Fuese, pues, Tobías a buscar a alguno de nuestros hermanos pobres, y cuando regresó me dijo: «Padre.» Le respondí: «¿Qué hay, hijo?» Contestó: «Padre, han asesinado a uno de los nuestros; le han estrangulado y le han arrojado en la plaza del mercado y aún está allí.» 4 Me levanté al punto y sin probar la comida, alcé el cadáver de la plaza y lo dejé en una habitación, en espera de que se pusiera el sol, para enterrarlo. 5 Volví a entrar, me lavé y comí con aflicción 6 acordándome de las palabras que el profeta Amós dijo contra Betel: = Vuestras solemnidades se convertirán en duelo y todas vuestras canciones en lamento. = 7 Y lloré. Cuando el sol se puso, cavé una fosa y sepulté el cadáver. 8 Mis vecinos se burlaban y decían: «Todavía no ha aprendido. (Pues, en efecto, ya habían querido matarme por un hecho semejante.) Apenas si pudo escapar y ya vuelve a sepultar a los muertos.»
Salmo 112,1-6 1 ¡Aleluya! ¡Dichoso el hombre que teme a Yahveh, que en sus mandamientos mucho se complace! 2 Fuerte será en la tierra su estirpe, bendita la raza de los hombres rectos. 3 Hacienda y riquezas en su casa, su justicia por siempre permanece. 4 En las tinieblas brilla, como luz de los rectos, tierno, clemente y justo. 5 Feliz el hombre que se apiada y presta, y arregla rectamente sus asuntos. 6 No, no será conmovido jamás, en memoria eterna permanece el justo;
Marcos 12,112 1 Y se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó. 2 Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de la viña. 3 Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las manos vacías. 4 De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le descalabraron y le insultaron. 5 Y envió a otro y a éste le mataron; y también a otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros. 6 Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: "A mi hijo le respetarán". 7 Pero aquellos labradores dijeron entre sí: "Este es el heredero. Vamos, matémosle, y será nuestra la herencia." 8 Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la viña. 9 ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros. 10 ¿No habéis leído esta Escritura: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; 11 fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos?» 12 Trataban de detenerle - pero tuvieron miedo a la gente - porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron.
Comentario: 1.- Tb 1,1ª.2; 2,1-9. Esta semana leemos el libro de Tobías o Tobit. Un libro de los más tardíos del AT, escrito dos siglos antes de Cristo. Su género es el sapiencial o didáctico: es un relato edificante, contado con viveza y colorido. Sobre el trasfondo histórico del destierro de los israelitas, se dibuja la historia de dos familias, la de Tobías y la de Sara. Una en Nínive, otra en Ecbatana de Media. Ambas sufren dificultades, ambas son piadosas y reciben a su tiempo la ayuda de Dios. El escrito tiene una clara intención pedagógica: exhorta a mantenerse fieles a la Alianza con Dios en medio de una sociedad pagana. Sobre todo quiere que aprecien los valores de la oración, la limosna y el ayuno, que nos atraen las bendiciones de Dios. Hoy el protagonista de la lectura es Tobías padre. Un judío que antes del destierro era una buena persona, un creyente de corazón, y lo sigue siendo también en el destierro, rodeado de una sociedad pagana. Por ejemplo, muestra su buen corazón y su valentía enterrando a los muertos que quedan abandonados por la calle, a pesar de la prohibición de la ley y del poco apoyo de sus vecinos.
En medio de un mundo como el actual, que no respira precisamente en cristiano, tenemos nosotros ocasión de mostrar si nuestra fe es meramente rutinaria o tiene raíces convencidas. No se tratará de enterrar a muertos abandonados. Pero sí de otras actitudes equivalentes en las que se muestra el buen corazón y el deseo de ayudar a los demás, porque siempre hay ocasiones en que podemos echar una mano y ayudar a quien lo necesita. Los cristianos de hoy también somos invitados a defender nuestra identidad en medio de un ambiente nada fácil. Apreciamos en el mundo de hoy valores como los de la paz, la justicia, la igualdad, la ecología. Pero nos tenemos que defender de otras direcciones que, aunque estén de moda o reflejen mayorías estadísticas, ni son humanas ni cristianas, porque no respetan la vida ni la fidelidad y llevan a la superficialidad, al mero deseo de satisfacer las apetencias de los sentidos o la idolatría. Un cristiano, como Tobías en su ambiente, debe ser signo de Dios y de su proyecto de vida, aunque esto le exija valentía y comporte riesgos y tenga que luchar, entre otras cosas, contra la indiferencia o la mala interpretación de los más allegados. Ojalá su pudiera decir de nosotros, con las palabras del Salmo de hoy, «dichoso quien teme al Señor», «en las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo».
El libro de Tobías, escrito en el III o II siglo antes de Jesucristo es una especie de «novela edificante». El narrador, un artista en el arte del relato concreto, lleno de vivacidad y de encanto, quiere presentarnos a un creyente que se mantiene firme en medio de las peores dificultades y al que finalmente Dios colma de felicidad. -Tobías, de la tribu de Neftalí fue deportado durante el reinado de Salmanazar, rey de Asiria. El primer problema del exiliado es sentirse desarraigado y mezclado, en ínfima minoridad, con pueblos extraños, con el riesgo grave de perder entre ellos su propia identidad y su propia fe. ¿No se encuentran hoy los cristianos en una situación equivalente? Minoritarios en medio de un mundo cuyas costumbres están muy apartadas del evangelio, será preciso cada vez más vivir la fe sin el sostén de un ambiente de "cristiandad". Ayúdanos, Señor, a vivir tu evangelio, aunque todo a nuestro alrededor nos diga lo contrario. Ayuda, en particular a los cristianos aislados en ambientes globalmente paganos o ateos.
-Cautivo, no abandonó nunca el camino de la verdad. El exilio, el aislamiento es ciertamente una prueba para la fe. Hay que resistir. Se trata de continuar por el camino comenzado, aun cuando se presenten muchas encrucijadas. Ven, Señor, a guiarnos en las opciones que se presenten en nuestro camino.
-Un día de fiesta del Señor, estando preparada una buena comida en casa de Tobías, dijo éste a su hijo: «Ve a buscar, entre nuestros hermanos deportados, a algún indigente que se acuerde del Señor y tráelo para que coma con nosotros.» Para cualquiera que no puede «practicar» normalmente el culto, porque no tiene ni sinagoga ni Templo, su fidelidad a Dios se expresa por unos gestos humanos muy sencillos: se celebra la festividad de Pentecostés con una comida en familia... y se procura invitar a unos pobres que no tienen los medios de festejarla. Cuando algunas costumbres religiosas no son posibles procuro encarnar más aún mi fe en las humildes realidades cotidianas: por ejemplo, en la alegría participada... el servicio a los demás... la atención a los más pobres...
-El hijo se fue, pero volvió para anunciar a su padre que un hijo de Israel estrangulado, yacía en la calle. Tobías se levantó al punto y sin probar la comida se fue donde el cadáver. Lo abrazó y lo llevó a escondidas a su casa para enterrarlo, una vez puesto el sol... He ahí el drama que interrumpe la fiesta preparada. Tobías sabe aceptar lo imprevisto de la Fe, la aventura arriesgada por Dios. Sabe que los deportados no tienen el derecho de enterrar a sus muertos. Pero ¡Dios lo manda! ¿Me hallo a veces en la necesidad de seguir convicciones profundas de mi conciencia particularmente difíciles en un contexto donde todo me llevaría a unas actitudes contrarias?
-Todos sus vecinos lo criticaban: "Ya has sido condenado a muerte por ese motivo y ¿vuelves de nuevo a enterrar a los muertos?" ¡Ser capaz de resistir, incluso a contracorriente de todo un entorno, donde en ciertos casos lo que está en juego es grave! No siendo testarudo, sino sólidamente responsable de nuestras propias opciones.
-Pero Tobías era más temeroso de Dios que del rey... También los apóstoles, ante el Poder, dirán: "Es mejor obedecer a Dios que a los hombres" (Hechos 4, 19). La alegria de actuar según la propia conciencia, bajo la mirada de Dios (Noel Quesson).
Tras exponer las eminentes virtudes de Tobit, el autor nos introduce en el gran misterio de su prueba. Como ocurre en el libro de Job, también aquí nos encontramos ante uno de los problemas más inescrutables de todo el AT: el sufrimiento del justo. Tobit había perdido todos sus bienes, y su mujer y su hijo, lo único que le quedaba, estaban en la cárcel (2,1). A pesar de todo, Tobit se comporta durante el destierro con la fidelidad de siempre. Da prueba de su gran misericordia compartiendo sus suculentos platos con los pobres. Más aún, enterado por su hijo de que hay un muerto en la plaza, se levanta rápidamente y se apresura a enterrarlo. Tras realizar esta obra, se lava, pues la ley manda purificarse cuando se ha tocado un muerto (Nm 19,11-20). Para colmo de males, después de esta buena acción vendrá la gran prueba: la ceguera. Su mujer, uniéndose a los vecinos que se burlaban de él, lo insulta como en el libro de Job: ¿dónde están tus buenas obras? (2,14). Lo mismo aquí que en el libro de Job, las frases más blasfemas aparecen en labios de las mujeres. ¿Debemos buscar la razón de tal hecho en las primeras páginas del Génesis, donde se nos narra que el mal entró en el mundo por culpa de ellas? En algunos libros de la Biblia se descubre cierta actitud de misoginia, por otra parte bastante explicable si se tienen en cuenta las discriminaciones de que la mujer era objeto en la sociedad de la época. «¿Dónde están tus limosnas y tus buenas obras? Ya ves lo que te pasa» (2,14). A los ojos del autor, estas palabras son tan blasfemas que se ve forzado a ponerlas en los labios más excusables, ya que son, según lo que le enseña la cultura del entorno, los más débiles y volubles. En realidad, se trata de «blasfemias» que oímos a diario... ¿de qué sirve hacer el bien? Las hemos oído tantas veces, que nos alcanzan sus salpicaduras. Todos somos muy débiles y vulnerables al mal y a cualquiera de sus salpicaduras. No es necesario que, para defendernos, lo carguemos sobre espaldas más sufridas. Nos basta defendernos con las palabras que el Señor nos ha enseñado en la revelación definitiva del NT: «... no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. Amén» (J. O`Callaghan).
2. Confirma Jesús lo anterior con la cita del Sal 118,22s, que utiliza la metáfora de la construcción: los dirigentes pretenden construir su edificio / institución prescindiendo de la piedra angular (el Mesías) que Dios había designado. La piedra que desecharon corresponde al «lo arrojaron fuera» de la parábola (8); los constructores, a «los labradores». Pero, al rechazar ellos al Mesías, Dios se formará un nuevo pueblo; la muerte del Hijo no significará el fin de su misión. Del rechazo saldrá una nueva muestra del amor de Dios. Esta es la gran maravilla.
3.- Mc 12, 1-12 (ver domingo 27A, lect 3). Estamos leyendo los últimos días de la vida de Jesús en Jerusalén, con una ruptura creciente con los representantes oficiales de Israel. En verdad aparece Jesús como una persona valiente, al dedicar a sus enemigos la parábola de los viñadores, con la que les viene a decir que ya sabe de sus planes para eliminarlo. Ellos, desde luego, se dan por aludidos, porque «veían que la parábola iba por ellos». La alegoría de la viña, aplicada al pueblo de Israel, es conocida ya desde Isaías, con su canto sobre la viña que no daba los frutos que Dios esperaba de ella (Is 5). Aquí se dramatiza todavía más, con el rechazo y los asesinatos sucesivos, hasta llegar a matar al hijo y heredero del dueño de la viña.
Es un drama lo que sucedió con el rechazo de Jesús. Se deshacen del hijo. Desprecian la piedra que luego resulta que era la piedra angular. No conocen el tiempo oportuno, después de tantos siglos de espera. Pero la pregunta va hoy para nosotros, que no matamos al Hijo ni le despreciamos, pero tampoco le seguimos tal vez con toda la coherencia que merece. ¿Somos una viña que da los frutos que Dios espera?; ¿sabemos darnos cuenta del tiempo oportuno de la gracia, de la ocasión de encuentro salvador que son los sacramentos?; ¿nos aprovechamos de la fuerza salvadora de la Palabra de Dios y de la Eucaristía? Cada uno, personalmente, deberíamos hoy preguntarnos si somos viñas fructíferas o estériles. ¿Tendrá que pensar Dios en quitarnos el encargo de la viña y pasárselo a otros?; ¿no estará pasando que, como Israel rechazó el tiempo de gracia, la vieja Europa esté olvidando los valores cristianos, que sí aprecian otras culturas y comunidades más jóvenes y dinámicas? ¿nos extraña el que en algunos ambientes no nazcan vocaciones a la vida religiosa o ministerial, mientras que en otros sí abundan? La Palabra que escuchamos y la Eucaristía que celebramos deberían ayudarnos a producir en nuestra vida muchos más frutos que los que producimos para Dios y para el bien de todos.
La parábola que leeremos hoy no olvidemos que fue pronunciada por Jesús, públicamente, en Jerusalén, durante la "última semana", ante una muchedumbre en la que se mezclaban algunos discípulos... y gentes del Gran Sanedrín que buscaban una ocasión para prenderle. -Jesús comenzó a hablar en parábolas a los escribas y a los ancianos: "Un hombre plantó una viña, la cercó de un muro, cavó un lagar y edificó una torre..." Para un judío, conocedor de la Biblia, este texto es clarísimo. Esta "viña", es el pueblo de Israel: todos los detalles -la cerca, el lagar, la torre- manifiestan el cuidado que Dios tiene de su viña... es un buen viñador, que ama su viña y de ella espera buenos racimos y buen vino. Los detalles mismos están sacados de Isaías, 5, 1-7; de Jeremías, 2, 21; de Ezequiel, 17, 6; 10, 10.
En silencio procuro evocar los beneficios de Dios: tantos cuidados, amor vigilante, precauciones. ¡Tú me amas Señor! Tú amas a todos los hombres, Tú esperas que den fruto... Te doy gracias por... por...
-Arrendó "su" viña y partió lejos de allí... Yo soy "tu" viña, Señor. Qué gran misterio... que te intereses por mí hasta tal punto, que me consideres como tuyo... Qué gran misterio... que Tú estés, aparentemente, "lejos", ausente, escondido, y sin embargo tan próximo, tan amable.
-Al primer servidor: le azotaron y le despidieron con las manos vacías... Al segundo: lo hirieron en la cabeza y lo injuriaron... Al tercero: lo mataron... A otros aún: los azotaron o los mataron. Hay ya mucha sangre en todo esto. La Pasión está cerca. Jesús la ve acercarse... será dentro de unos días. Pero ¡ese "Viñador" es un loco! A nadie se le ocurre seguir enviando a "otros servidores" cuando los primeros han vuelto mal parados o no han vuelto... ¡No! El relato de Jesús no es verosímil en sentido propio. Pero Dios, sí, Dios, tiene esta paciencia, esta perseverancia, esta locura. Dios es desconcertante. ¿Hasta dónde es capaz de llegar con su amor?
-Le quedaba todavía uno, su Hijo "muy amado" y se lo envió también a ellos... ¡Cada vez es más inverosímil! ¡Pero es así! El adjetivo "muy amado" no está aquí por azar, es el epíteto usado siempre que una voz celeste anuncia la identidad de Jesús, en el bautismo, en la transfiguración (Marcos, 1, 10; 9, 7). La salvación es una obra de amor. Dios ama "su" viña, "su" humanidad, "su" Hijo muy amado. Y es Jesús mismo quien, por primera vez, usa esta palabra. La había oído del Padre el día de su bautismo. Los tres discípulos a su vez la habían oído en lo alto de la montaña. Y he aquí que Jesús la repite por su cuenta. Levanta por fin el velo sobre su identidad profunda, después de haber pedido tantas veces que lo guardasen en secreto: y es porque ya no es posible el equívoco; todo restablecimiento humano del reino de David es ahora ilusorio; la muerte está próxima, al fin de la semana.
-El dueño de la viña vendrá. Hará perecer a los viñadores, y dará la viña a otros: "La piedra que desecharon los constructores vino a ser la principal piedra angular. ¡EI Señor es el que hizo esto y estamos viendo con nuestros ojos tal maravilla!" Jesús cita el salmo, 118, 22, el mismo que habían usado las multitudes para aclamarle, el día de su entrada mesiánica. La gloria está también allí. ¡Jesús no habla jamás de su muerte sin evocar también su resurrección! (Noel Quesson). Llucià Pou Sabaté
miércoles, 9 de marzo de 2011
martes, 8 de marzo de 2011
lunes, 7 de marzo de 2011
Vuela alto, canción de Julio Iglesias, una música para volar alto...
Hay una canción de Julio Iglesias sobre Vuela alto, que puede dar música al título de este blog... Saludos! Llucià Pou Sabaté
Sábado de la 8ª semana: «Siendo joven, deseé la sabiduría con toda mi alma», está en seguir a Dios: «Los mandatos del Señor son rectos y alegran el co
Sábado de la 8ª semana: «Siendo joven, deseé la sabiduría con toda mi alma», está en seguir a Dios: «Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón»
Eclesiástico 51,12-20: 12 Por eso te daré gracias y te alabaré, bendeciré el nombre del Señor. 13 Siendo joven aún, antes de ir por el mundo, me di a buscar abiertamente la sabiduría en mi oración, 14 a la puerta delante del templo la pedí, y hasta mi último día la andaré buscando. 15 En su flor, como en racimo que madura, se recreó mi corazón. Mi pie avanzó en derechura, desde mi juventud he seguido sus huellas. 16 Incliné un poco mi oído y la recibí, y me encontré una gran enseñanza. 17 Gracias a ella he hecho progesos, a quien me dio sabiduría daré gloria. 18 Pues decidí ponerla en práctica, tuve celo por el bien y no quedaré confundido. 19 Mi alma ha luchado por ella, a la práctica de la ley he estado atento, he tendido mis manos a la altura y he llorado mi ignorancia de ella. 20 Hacia ella endurecé mi alma, y en la pureza la he encontrado. Logré con ella un corazón desde el principio, por eso no quedaré abandonado.
Salmo 19,8-11 8 La ley de Yahveh es perfecta, consolación del alma, el dictamen de Yahveh, veraz, sabiduría del sencillo. 9 Los preceptos de Yahveh son rectos, gozo del corazón; claro el mandamiento de Yahveh, luz de los ojos. 10 El temor de Yahveh es puro, por siempre estable; verdad, los juicios de Yahveh, justos todos ellos, 11 apetecibles más que el oro, más que el oro más fino; sus palabras más dulces que la miel, más que el jugo de panales.
Marcos 11,27-33: 27 Vuelven a Jerusalén y, mientras paseaba por el Templo, se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, 28 y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?» 29 Jesús les dijo: «Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto. 30 El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme.» 31 Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: "Del cielo", dirá: "Entonces, ¿por qué no le creísteis?" 32 Pero ¿vamos a decir: "De los hombres?"» Tenían miedo a la gente; pues todos tenían a Juan por un verdadero profeta. 33 Responden, pues, a Jesús: «No sabemos.» Jesús entonces les dice: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»
Comentario: 1.- Si 51, 17-27. Termina nuestra lectura del Sirácida con un cántico de alabanza a la sabiduría. El autor muestra una legítima satisfacción porque desde joven la ha seguido y gozado de sus frutos. Da envidia pensar que este buen hombre, Jesús hijo de Sira, desde joven sólo consideró como riqueza apetecible poseer la sabiduría de Dios, ver las cosas y los acontecimientos desde los ojos de Dios: «Deseé la sabiduría con toda mi alma, la busqué desde mi juventud... mi corazón gozaba con ella... presté oído para recibirla... mi alma saboreó sus frutos».
-Quiero darte gracias, Señor, te alabaré, bendeciré tu nombre. Siendo joven aún, antes de ir por el mundo, me di a buscar abiertamente la sabiduría en la oración. La pedí delante del Templo y hasta el último día la andaré buscando. Es pues un hombre colmado, feliz, no le pesa haberse entregado ardientemente a la búsqueda de Dios. El clima de su alma es «la acción de gracias». Notemos que la «sabiduría» se busca «en la oración»... y desde la juventud. Y que esta búsqueda no acaba nunca...
-En su flor, como racimo en ciernes se recreó mi corazón. Compara la sabiduría a la fina y delicada flor de la viña, promesa del racimo de uva y del vino, promesa de alegría. Me detengo un instante ante esta hermosa imagen: «una flor que alegra el corazón». Dios es así. María cantaba: «¡Mi alma magnifica al Señor, exalta mi espíritu en Dios, mi salvador!». Dios como alegría. Dios como belleza. Dios como apertura y expansión. Dios como fecundidad.
-Mi pie avanzó por el camino recto; desde mi juventud he seguido sus huellas. Incliné un poco mi oído y la recibí, y encontré una gran enseñanza. La sabiduría es pues, a la vez: -una actitud concreta, una conducta vital y moral... «Avanzar por el camino recto... seguir sus huellas...» -una fineza intelectual, un estar a la escucha de la verdad... «inclinar el oído... adquirir enseñanza»...
Así pues, la Fe es siempre indisolublemente «adhesión de la mente y del corazón»... y un «estilo de vida» que atañe a todo el ser.
-Gracias a ella he progresado; a quien me dio sabiduría daré gloria, porque decidí ponerla en práctica, tuve celo ardiente por el bien... Idea de «progreso». La sabiduría no es algo adquirido de una vez para siempre. Es una realidad viva que se desarrolla o vegeta. «Caminando se hace camino». Practicando la sabiduría, ejerciéndola, se la hace crecer. Mi alma ha luchado por ella... No parece pues cosa fácil. Requiere mucho esfuerzo.
-He prestado atención a practicar la "Ley". Para un judío la Ley era la estructura misma de la vida: la voluntad de Dios, expresada en los detalles concretos de cada día, es fuente de sabiduría.
-He tendido mis manos hacia el cielo y he llorado por no haberla conocido. Sí, las cosas no han ido siempre bien. Larga plegaria con "las manos tendidas hacia el cielo".
-Logré con ella dominar mi corazón, por eso no quedaré abandonado. Admirable fórmula: “he logrado dominar mi corazón”. ¡Si fuera esto verdad, Señor! (Noel Quesson).
2. Ojalá pudiéramos también nosotros afirmar, al final de una jornada, o de un año, o de la vida, que nos hemos dejado guiar por la verdadera sabiduría, la de Dios, sin hacer mucho caso a otras palabras y otras propagandas que nos bombardean continuamente. Escuchamos muchas veces la Palabra de Dios, la que nos dirige el Maestro que Dios nos ha enviado, Cristo Jesús: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle». Pero ¿podemos decir que se nos pega su sabiduría, su visión de las cosas? ¿que se nos va comunicando poco a poco la mentalidad de Dios, la que aparece en las lecturas del AT, en las del NT y sobre todo en el evangelio de Jesús? La Palabra de Dios no es una doctrina que hay que saber como recuerdo histórico: es palabra viva dicha para nosotros hoy y aquí. Una palabra y una sabiduría que tiene fuerza para iluminar y transformar todos los posibles vericuetos de nuestra vida. Seguimos a Cristo, Camino, Verdad y Vida. Tenemos, por tanto, más motivos que el Sirácida para alegrarnos de tener la sabiduría de Dios muy cerca. En nuestro estilo de conducta y en las decisiones que vamos tomando, se tendría que notar que Jesús, el Maestro, nos va enseñando sus caminos. El Eclesiástico termina con un poema en el que la primera letra de cada verso sigue el orden del alfabeto en acróstico: Alef, Bet, Guimel, Dalet, He, etc... Es una especie de juego literario... Algo así como el enamorado repite de mil maneras el nombre de su amada. Ben Sirac repite, en todos los tonos, su amor a la «sabiduría» que se identifica a menudo con Dios mismo (J. Aldazábal).
3.- Mc 11,27-33. a) La escena de hoy es continuación de la de ayer: ante el gesto profético de Jesús expulsando a los mercaderes y cambistas del Templo, las autoridades, alborotadas por un gesto tan provocativo, envían una delegación a pedirle cuentas de con qué autoridad lo ha hecho. Jesús no les contesta, sino que a su vez les propone una pregunta. Cuando él ve que no hay fe, o que hay doblez en la pregunta, considera inútil dar argumentos. A veces se calla dignamente, como ante Caifás, Pilatos o Herodes. A veces contesta con un argumento ad hominem o planteando a su vez preguntas, como en el caso de la moneda del César. Jesús también sabe ser astuto y poner trampas a sus interlocutores, desenmascarando sus intenciones capciosas.
La pregunta de los jefes no era sincera. Sólo el Mesías, o quien viene con autoridad de Dios, podía tomar una actitud así, acompañada como está, además, de signos milagrosos que no pueden ser sino mesiánicos. Pero eso no lo admiten. Es inútil razonar con estas personas. Jesús no les va a dar el gusto de afirmar una cosa que no van a aceptar y que les daría motivos de acelerar su decisión de eliminarlo. Desde ahora se van a precipitar las cosas, con fuertes controversias que desembocarán en el proceso y la ejecución de Jesús.
b) Ante los gestos proféticos que también ahora se dan en el mundo y en la Iglesia, deberíamos afinar un poco más nuestra reacción. Hay que saber discernir personal y comunitariamente, bajo la guía de los responsables de la comunidad, si los movimientos o las voces nuevas vienen o no del Espíritu. Pero no deberían ser los intereses personales o el orgullo o la pereza ante los cambios lo que motive nuestra decisión. Los jefes que interpelan a Jesús, llenos de autoridad ellos, llenos de sabiduría, rechazan ya de entrada toda explicación que les vaya a dar: ¿quién es éste para poner en tela de juicio nuestra manera de organizar las cosas del Templo? Cuando no nos interesa un mensaje, intentamos desautorizar al mensajero. Cuando un profeta nos interpela en una dirección que sacude nuestros hábitos mentales o nuestra comodidad o nuestros intereses, en lugar de preguntarnos si vendrá de Dios, nos dedicamos rápidamente a desprestigiar al profeta, para no tener que hacerle caso. A los judíos les pasó con el Bautista y luego con Jesús. A nosotros nos pasa siempre que en nuestro camino vemos u oímos voces proféticas que ponen en evidencia nuestra pereza y nuestros fallos, o nos estimulan hacia caminos más exigentes. Lo hacemos con mayor disimulo que los jefes de Jerusalén. Pero lo hacemos. Ignoramos al profeta. No nos damos por enterados de lo que Dios nos estaba queriendo decir. Luego no nos quejemos de la obstinación de los judíos (J. Aldazábal).
-Jesús con sus discípulos había regresado a Jerusalén. Y paseándose por el templo se le acercaron los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos. La tercera jornada de Jesús en Jerusalén está ocupada por discusiones con las autoridades y la intelectualidad de la capital. Los responsables de la religión, los educadores y los intelectuales de entonces... acosan a preguntas a Jesús.
-¿Con qué poder haces estas cosas? ¿Quién te ha dado poder para hacerlas? Jesús ha manifestado que tiene autoridad sobre el Templo. En el contexto histórico éste fue un gesto significativo. Hoy estamos tentados de retener sólo el aspecto espectacular, pero para un judío de aquel tiempo el gesto de Jesús era la afirmación de una pretensión inverosímil. ¡Jesús reivindica su soberanía sobre la Casa de Dios! Y lo hace pretendiendo así cumplir las profecías mesiánicas que expresan la espera de todo un pueblo. Jesús, verdadero hombre, tan cercano a nosotros por muchos detalles de su vida... Jesús verdadero Dios, investido de una autoridad suprahumana. ¿Cómo me sitúo yo en relación a Jesús? ¿Qué replanteamiento, ésta "su autoridad" divina, debiera provocar en mí?
-Jesús les contestó: "También voy a haceros yo una pregunta: El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme. Esta misma pregunta a propósito de la autoridad de Jesús. Pero Jesús, hábilmente, hace una pregunta indirecta a propósito de Juan Bautista. Sabe, en efecto que ante El tiene a unos interlocutores que no buscan precisamente la verdad... sino prolongar quisquillosamente la discusión. No están dispuestos a cambiar de opinión ni de conducta: están seguros de sí mismos, poseen la verdad. La personalidad misteriosa de Jesús, sus palabras, sus acciones sorprendentes no les interpelan: están bloqueados en sus certidumbres. Yo mismo, ¿estoy dispuesto a avanzar, a cambiar algo, a dejarme "interrogar" por Jesús? Respondedme. Os hago sólo una pregunta. Discutían entre ellos: "Si decimos: del cielo, dirá: Pues ¿por qué no habéis creído en él?" Y nosotros, hoy, ¿qué hacemos? Tenemos miedo de sentirnos obligados a comprometernos, a hacer ciertos cambios... y a la vez nos las arreglamos para no contestar las preguntas hechas. Señor, ven en ayuda de nuestras pobres fuerzas.
-Pero si decimos que de los hombres, es de temer la muchedumbre, porque todos tenían a Juan por verdadero profeta. Respondieron pues a Jesús: No lo sabemos. ¡Qué hipocresía! Lo sabían muy bien. Y henos también a nosotros entre la espada y la pared. A los pocos días de la Pasión surgen las posturas, los campos se delimitan... no es posible quedarse neutral. Nosotros también tendremos que escoger en pro o en contra de Jesús... y comprometernos por entero a seguirle.
-Jesús les dijo: "Tampoco Yo os digo con qué poder hago estas cosas. ¡No! que no se espere tampoco que Jesús les vaya a forzar la mano con una manifestación de potencia divina. Cuando, dentro de unos días le provocarán: "Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz"... ¡No bajará! Dios sólo quiere reinar sobre los corazones libres, los corazones que se entregan (Noel Quesson).
La controversia de Jesús frente al templo no terminó tan rápido. Jesús vuelve a Jerusalén y se pasea por el templo. Su presencia provoca a las autoridades religiosas. Después de haber criticado las estructuras religiosas de su tiempo se le acercan los que representan la jerarquía del templo y la estructura social israelita: son los sacerdotes escribas-ancianos, son los responsables del orden sagrado, los representantes de la ciudad y el templo; vienen para interrogar a Jesús sobre su autoridad y sobre su forma de hablar y de criticar las estructuras que durante años y siglos habían sustentado la vida de los judíos y que hacían de ellos un grupo muy importante y los únicos incluidos en el amor de Dios. El texto de hoy nos presenta la controversia sobre la autoridad, suscitada entre Jesús y los notables del pueblo y en relación al pasaje anterior sobre la expulsión de los mercaderes del templo. Pareciera que Jesús se resistiera a responder y a dar razón de parte de quién hablaba; no quiere situarse en el plano que ellos quieren situarlo, por eso toma distancia. Para Jesús no es importante dar razón en nombre de quién está hablando. Como sí lo era para sus adversarios. A Jesús lo acompaña el testimonio de su propia vida, la coherencia entre su palabra y las actitudes que asume frente a los demás. En cambio, para ellos era necesario el respaldo de la institución religiosa (que ya se encontraba en decadencia), y por eso su testimonio y la supuesta autoridad con la que se presentaban al pueblo. Jesús la pone en ridículo cuando se niega a responder de parte de quién hablaba. Con su actitud, Jesús dejó ver que no es necesario hablar en nombre de una institución, ya que la misma vida ratifica lo que predica o condena.
Sin embargo, Jesús no quiere dejarlos sin una respuesta y por eso los lleva al lugar donde pueden entenderse perfectamente, los lleva al tema de Juan Bautista y por eso les propone una nueva pregunta de contenido evangélico: "El bautismo de Juan ¿provenía de Dios o de los hombres? Respóndanme!. El bautismo de Juan es de perdón de los pecados y sólo el que busca el perdón de Dios puede entender el Evangelio. De esta manera Jesús quiere llevar a las autoridades religiosas y civiles al auténtico camino que conduce a la salvación. En cambio ellos no responden, los jefes supremos, los que dictan las sentencias enmudecen por miedo a la opinión del pueblo. Por eso, para no generar controversia, responden: "no sabemos". No quieren asumir el tema y sus implicaciones porque ello significaría acoger el mensaje de Jesús. De esta manera es evidente la respuesta de Jesús: "pues yo tampoco puedo decirles con qué autoridad hago esto".
Asumamos la misma actitud de Jesús, quien fue capaz de sustentar su palabra con la vida, y fue capaz de enfrentarse a los poderes de su tiempo y de buscar nuevas alternativas capaces de generar una sociedad nueva. Esta nueva sociedad pone sus bases en la defensa de la vida y de la justicia, en torno al Dios y Señor de la historia (servicio bíblico latinoamericano). Llucià Pou Sabaté, con textos de mercaba.org.
Eclesiástico 51,12-20: 12 Por eso te daré gracias y te alabaré, bendeciré el nombre del Señor. 13 Siendo joven aún, antes de ir por el mundo, me di a buscar abiertamente la sabiduría en mi oración, 14 a la puerta delante del templo la pedí, y hasta mi último día la andaré buscando. 15 En su flor, como en racimo que madura, se recreó mi corazón. Mi pie avanzó en derechura, desde mi juventud he seguido sus huellas. 16 Incliné un poco mi oído y la recibí, y me encontré una gran enseñanza. 17 Gracias a ella he hecho progesos, a quien me dio sabiduría daré gloria. 18 Pues decidí ponerla en práctica, tuve celo por el bien y no quedaré confundido. 19 Mi alma ha luchado por ella, a la práctica de la ley he estado atento, he tendido mis manos a la altura y he llorado mi ignorancia de ella. 20 Hacia ella endurecé mi alma, y en la pureza la he encontrado. Logré con ella un corazón desde el principio, por eso no quedaré abandonado.
Salmo 19,8-11 8 La ley de Yahveh es perfecta, consolación del alma, el dictamen de Yahveh, veraz, sabiduría del sencillo. 9 Los preceptos de Yahveh son rectos, gozo del corazón; claro el mandamiento de Yahveh, luz de los ojos. 10 El temor de Yahveh es puro, por siempre estable; verdad, los juicios de Yahveh, justos todos ellos, 11 apetecibles más que el oro, más que el oro más fino; sus palabras más dulces que la miel, más que el jugo de panales.
Marcos 11,27-33: 27 Vuelven a Jerusalén y, mientras paseaba por el Templo, se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, 28 y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?» 29 Jesús les dijo: «Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto. 30 El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme.» 31 Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: "Del cielo", dirá: "Entonces, ¿por qué no le creísteis?" 32 Pero ¿vamos a decir: "De los hombres?"» Tenían miedo a la gente; pues todos tenían a Juan por un verdadero profeta. 33 Responden, pues, a Jesús: «No sabemos.» Jesús entonces les dice: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»
Comentario: 1.- Si 51, 17-27. Termina nuestra lectura del Sirácida con un cántico de alabanza a la sabiduría. El autor muestra una legítima satisfacción porque desde joven la ha seguido y gozado de sus frutos. Da envidia pensar que este buen hombre, Jesús hijo de Sira, desde joven sólo consideró como riqueza apetecible poseer la sabiduría de Dios, ver las cosas y los acontecimientos desde los ojos de Dios: «Deseé la sabiduría con toda mi alma, la busqué desde mi juventud... mi corazón gozaba con ella... presté oído para recibirla... mi alma saboreó sus frutos».
-Quiero darte gracias, Señor, te alabaré, bendeciré tu nombre. Siendo joven aún, antes de ir por el mundo, me di a buscar abiertamente la sabiduría en la oración. La pedí delante del Templo y hasta el último día la andaré buscando. Es pues un hombre colmado, feliz, no le pesa haberse entregado ardientemente a la búsqueda de Dios. El clima de su alma es «la acción de gracias». Notemos que la «sabiduría» se busca «en la oración»... y desde la juventud. Y que esta búsqueda no acaba nunca...
-En su flor, como racimo en ciernes se recreó mi corazón. Compara la sabiduría a la fina y delicada flor de la viña, promesa del racimo de uva y del vino, promesa de alegría. Me detengo un instante ante esta hermosa imagen: «una flor que alegra el corazón». Dios es así. María cantaba: «¡Mi alma magnifica al Señor, exalta mi espíritu en Dios, mi salvador!». Dios como alegría. Dios como belleza. Dios como apertura y expansión. Dios como fecundidad.
-Mi pie avanzó por el camino recto; desde mi juventud he seguido sus huellas. Incliné un poco mi oído y la recibí, y encontré una gran enseñanza. La sabiduría es pues, a la vez: -una actitud concreta, una conducta vital y moral... «Avanzar por el camino recto... seguir sus huellas...» -una fineza intelectual, un estar a la escucha de la verdad... «inclinar el oído... adquirir enseñanza»...
Así pues, la Fe es siempre indisolublemente «adhesión de la mente y del corazón»... y un «estilo de vida» que atañe a todo el ser.
-Gracias a ella he progresado; a quien me dio sabiduría daré gloria, porque decidí ponerla en práctica, tuve celo ardiente por el bien... Idea de «progreso». La sabiduría no es algo adquirido de una vez para siempre. Es una realidad viva que se desarrolla o vegeta. «Caminando se hace camino». Practicando la sabiduría, ejerciéndola, se la hace crecer. Mi alma ha luchado por ella... No parece pues cosa fácil. Requiere mucho esfuerzo.
-He prestado atención a practicar la "Ley". Para un judío la Ley era la estructura misma de la vida: la voluntad de Dios, expresada en los detalles concretos de cada día, es fuente de sabiduría.
-He tendido mis manos hacia el cielo y he llorado por no haberla conocido. Sí, las cosas no han ido siempre bien. Larga plegaria con "las manos tendidas hacia el cielo".
-Logré con ella dominar mi corazón, por eso no quedaré abandonado. Admirable fórmula: “he logrado dominar mi corazón”. ¡Si fuera esto verdad, Señor! (Noel Quesson).
2. Ojalá pudiéramos también nosotros afirmar, al final de una jornada, o de un año, o de la vida, que nos hemos dejado guiar por la verdadera sabiduría, la de Dios, sin hacer mucho caso a otras palabras y otras propagandas que nos bombardean continuamente. Escuchamos muchas veces la Palabra de Dios, la que nos dirige el Maestro que Dios nos ha enviado, Cristo Jesús: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle». Pero ¿podemos decir que se nos pega su sabiduría, su visión de las cosas? ¿que se nos va comunicando poco a poco la mentalidad de Dios, la que aparece en las lecturas del AT, en las del NT y sobre todo en el evangelio de Jesús? La Palabra de Dios no es una doctrina que hay que saber como recuerdo histórico: es palabra viva dicha para nosotros hoy y aquí. Una palabra y una sabiduría que tiene fuerza para iluminar y transformar todos los posibles vericuetos de nuestra vida. Seguimos a Cristo, Camino, Verdad y Vida. Tenemos, por tanto, más motivos que el Sirácida para alegrarnos de tener la sabiduría de Dios muy cerca. En nuestro estilo de conducta y en las decisiones que vamos tomando, se tendría que notar que Jesús, el Maestro, nos va enseñando sus caminos. El Eclesiástico termina con un poema en el que la primera letra de cada verso sigue el orden del alfabeto en acróstico: Alef, Bet, Guimel, Dalet, He, etc... Es una especie de juego literario... Algo así como el enamorado repite de mil maneras el nombre de su amada. Ben Sirac repite, en todos los tonos, su amor a la «sabiduría» que se identifica a menudo con Dios mismo (J. Aldazábal).
3.- Mc 11,27-33. a) La escena de hoy es continuación de la de ayer: ante el gesto profético de Jesús expulsando a los mercaderes y cambistas del Templo, las autoridades, alborotadas por un gesto tan provocativo, envían una delegación a pedirle cuentas de con qué autoridad lo ha hecho. Jesús no les contesta, sino que a su vez les propone una pregunta. Cuando él ve que no hay fe, o que hay doblez en la pregunta, considera inútil dar argumentos. A veces se calla dignamente, como ante Caifás, Pilatos o Herodes. A veces contesta con un argumento ad hominem o planteando a su vez preguntas, como en el caso de la moneda del César. Jesús también sabe ser astuto y poner trampas a sus interlocutores, desenmascarando sus intenciones capciosas.
La pregunta de los jefes no era sincera. Sólo el Mesías, o quien viene con autoridad de Dios, podía tomar una actitud así, acompañada como está, además, de signos milagrosos que no pueden ser sino mesiánicos. Pero eso no lo admiten. Es inútil razonar con estas personas. Jesús no les va a dar el gusto de afirmar una cosa que no van a aceptar y que les daría motivos de acelerar su decisión de eliminarlo. Desde ahora se van a precipitar las cosas, con fuertes controversias que desembocarán en el proceso y la ejecución de Jesús.
b) Ante los gestos proféticos que también ahora se dan en el mundo y en la Iglesia, deberíamos afinar un poco más nuestra reacción. Hay que saber discernir personal y comunitariamente, bajo la guía de los responsables de la comunidad, si los movimientos o las voces nuevas vienen o no del Espíritu. Pero no deberían ser los intereses personales o el orgullo o la pereza ante los cambios lo que motive nuestra decisión. Los jefes que interpelan a Jesús, llenos de autoridad ellos, llenos de sabiduría, rechazan ya de entrada toda explicación que les vaya a dar: ¿quién es éste para poner en tela de juicio nuestra manera de organizar las cosas del Templo? Cuando no nos interesa un mensaje, intentamos desautorizar al mensajero. Cuando un profeta nos interpela en una dirección que sacude nuestros hábitos mentales o nuestra comodidad o nuestros intereses, en lugar de preguntarnos si vendrá de Dios, nos dedicamos rápidamente a desprestigiar al profeta, para no tener que hacerle caso. A los judíos les pasó con el Bautista y luego con Jesús. A nosotros nos pasa siempre que en nuestro camino vemos u oímos voces proféticas que ponen en evidencia nuestra pereza y nuestros fallos, o nos estimulan hacia caminos más exigentes. Lo hacemos con mayor disimulo que los jefes de Jerusalén. Pero lo hacemos. Ignoramos al profeta. No nos damos por enterados de lo que Dios nos estaba queriendo decir. Luego no nos quejemos de la obstinación de los judíos (J. Aldazábal).
-Jesús con sus discípulos había regresado a Jerusalén. Y paseándose por el templo se le acercaron los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos. La tercera jornada de Jesús en Jerusalén está ocupada por discusiones con las autoridades y la intelectualidad de la capital. Los responsables de la religión, los educadores y los intelectuales de entonces... acosan a preguntas a Jesús.
-¿Con qué poder haces estas cosas? ¿Quién te ha dado poder para hacerlas? Jesús ha manifestado que tiene autoridad sobre el Templo. En el contexto histórico éste fue un gesto significativo. Hoy estamos tentados de retener sólo el aspecto espectacular, pero para un judío de aquel tiempo el gesto de Jesús era la afirmación de una pretensión inverosímil. ¡Jesús reivindica su soberanía sobre la Casa de Dios! Y lo hace pretendiendo así cumplir las profecías mesiánicas que expresan la espera de todo un pueblo. Jesús, verdadero hombre, tan cercano a nosotros por muchos detalles de su vida... Jesús verdadero Dios, investido de una autoridad suprahumana. ¿Cómo me sitúo yo en relación a Jesús? ¿Qué replanteamiento, ésta "su autoridad" divina, debiera provocar en mí?
-Jesús les contestó: "También voy a haceros yo una pregunta: El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme. Esta misma pregunta a propósito de la autoridad de Jesús. Pero Jesús, hábilmente, hace una pregunta indirecta a propósito de Juan Bautista. Sabe, en efecto que ante El tiene a unos interlocutores que no buscan precisamente la verdad... sino prolongar quisquillosamente la discusión. No están dispuestos a cambiar de opinión ni de conducta: están seguros de sí mismos, poseen la verdad. La personalidad misteriosa de Jesús, sus palabras, sus acciones sorprendentes no les interpelan: están bloqueados en sus certidumbres. Yo mismo, ¿estoy dispuesto a avanzar, a cambiar algo, a dejarme "interrogar" por Jesús? Respondedme. Os hago sólo una pregunta. Discutían entre ellos: "Si decimos: del cielo, dirá: Pues ¿por qué no habéis creído en él?" Y nosotros, hoy, ¿qué hacemos? Tenemos miedo de sentirnos obligados a comprometernos, a hacer ciertos cambios... y a la vez nos las arreglamos para no contestar las preguntas hechas. Señor, ven en ayuda de nuestras pobres fuerzas.
-Pero si decimos que de los hombres, es de temer la muchedumbre, porque todos tenían a Juan por verdadero profeta. Respondieron pues a Jesús: No lo sabemos. ¡Qué hipocresía! Lo sabían muy bien. Y henos también a nosotros entre la espada y la pared. A los pocos días de la Pasión surgen las posturas, los campos se delimitan... no es posible quedarse neutral. Nosotros también tendremos que escoger en pro o en contra de Jesús... y comprometernos por entero a seguirle.
-Jesús les dijo: "Tampoco Yo os digo con qué poder hago estas cosas. ¡No! que no se espere tampoco que Jesús les vaya a forzar la mano con una manifestación de potencia divina. Cuando, dentro de unos días le provocarán: "Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz"... ¡No bajará! Dios sólo quiere reinar sobre los corazones libres, los corazones que se entregan (Noel Quesson).
La controversia de Jesús frente al templo no terminó tan rápido. Jesús vuelve a Jerusalén y se pasea por el templo. Su presencia provoca a las autoridades religiosas. Después de haber criticado las estructuras religiosas de su tiempo se le acercan los que representan la jerarquía del templo y la estructura social israelita: son los sacerdotes escribas-ancianos, son los responsables del orden sagrado, los representantes de la ciudad y el templo; vienen para interrogar a Jesús sobre su autoridad y sobre su forma de hablar y de criticar las estructuras que durante años y siglos habían sustentado la vida de los judíos y que hacían de ellos un grupo muy importante y los únicos incluidos en el amor de Dios. El texto de hoy nos presenta la controversia sobre la autoridad, suscitada entre Jesús y los notables del pueblo y en relación al pasaje anterior sobre la expulsión de los mercaderes del templo. Pareciera que Jesús se resistiera a responder y a dar razón de parte de quién hablaba; no quiere situarse en el plano que ellos quieren situarlo, por eso toma distancia. Para Jesús no es importante dar razón en nombre de quién está hablando. Como sí lo era para sus adversarios. A Jesús lo acompaña el testimonio de su propia vida, la coherencia entre su palabra y las actitudes que asume frente a los demás. En cambio, para ellos era necesario el respaldo de la institución religiosa (que ya se encontraba en decadencia), y por eso su testimonio y la supuesta autoridad con la que se presentaban al pueblo. Jesús la pone en ridículo cuando se niega a responder de parte de quién hablaba. Con su actitud, Jesús dejó ver que no es necesario hablar en nombre de una institución, ya que la misma vida ratifica lo que predica o condena.
Sin embargo, Jesús no quiere dejarlos sin una respuesta y por eso los lleva al lugar donde pueden entenderse perfectamente, los lleva al tema de Juan Bautista y por eso les propone una nueva pregunta de contenido evangélico: "El bautismo de Juan ¿provenía de Dios o de los hombres? Respóndanme!. El bautismo de Juan es de perdón de los pecados y sólo el que busca el perdón de Dios puede entender el Evangelio. De esta manera Jesús quiere llevar a las autoridades religiosas y civiles al auténtico camino que conduce a la salvación. En cambio ellos no responden, los jefes supremos, los que dictan las sentencias enmudecen por miedo a la opinión del pueblo. Por eso, para no generar controversia, responden: "no sabemos". No quieren asumir el tema y sus implicaciones porque ello significaría acoger el mensaje de Jesús. De esta manera es evidente la respuesta de Jesús: "pues yo tampoco puedo decirles con qué autoridad hago esto".
Asumamos la misma actitud de Jesús, quien fue capaz de sustentar su palabra con la vida, y fue capaz de enfrentarse a los poderes de su tiempo y de buscar nuevas alternativas capaces de generar una sociedad nueva. Esta nueva sociedad pone sus bases en la defensa de la vida y de la justicia, en torno al Dios y Señor de la historia (servicio bíblico latinoamericano). Llucià Pou Sabaté, con textos de mercaba.org.
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Losmandatos del Señor son rectos
Jueves de la semana 8ª del tiempo ordinario «A Dios no se le oculta ningún pensamiento ni se le escapa palabra alguna». Su providencia nos cuida, y po
Jueves de la semana 8ª del tiempo ordinario «A Dios no se le oculta ningún pensamiento ni se le escapa palabra alguna». Su providencia nos cuida, y podemos decir: «Qué amables son todas sus obras, Señor», y también acudir a Jesús como el ciego necesitado en busca de curación: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí», y escuchar con fe: «ánimo, levántate, que te llama»
Eclesiástico 42: 15 – 25. 15 Voy a evocar las obras del Señor, lo que tengo visto contaré. Por las palabras del Señor fueron hechas sus obras, y la creación está sometida a su voluntad. 16 El sol mira a todo iluminándolo, de la gloria del Señor está llena su obra. 17 No son capaces los Santos del Señor de contar todas sus maravillas, que firmemente estableció el Señor omnipotente, para que en su gloria el universo subsistiera. 18 El sondea el abismo y el corazón humano, y sus secretos cálculos penetra. Pues el Altísimo todo saber conoce, y fija sus ojos en las señales de los tiempos. 19 Anuncia lo pasado y lo futuro, y descubre las huellas de las cosas secretas. 20 No se le escapa ningún pensamiento, ni una palabra se le oculta. 21 Las grandezas de su sabiduría las puso en orden, porque él es antes de la eternidad y por la eternidad; nada le ha sido añadido ni quitado, y de ningún consejero necesita. 22 ¡Qué amables son todas sus obras!: como una centella hay que contemplarlas. 23 Todo esto vive y permanece eternamente, para cualquier menester todo obedece. 24 Todas las cosas de dos en dos, una frente a otra, y nada ha hecho deficiente. 25 Cada cosa afirma la excelencia de la otra, ¿quién se hartará de contemplar su gloria?
Salmo 33,2-9 2 ¡dad gracias a Yahveh con la cítara, salmodiad para él al arpa de diez cuerdas; 3 cantadle un cantar nuevo, tocad la mejor música en la aclamación! 4 Pues recta es la palabra de Yahveh, toda su obra fundada en la verdad; 5 él ama la justicia y el derecho, del amor de Yahveh está llena la tierra. 6 Por la palabra de Yahveh fueron hechos los cielos por el soplo de su boca toda su mesnada. 7 El recoge, como un dique, las aguas del mar, en depósitos pone los abismos. 8 ¡Tema a Yahveh la tierra entera, ante él tiemblen todos los que habitan el orbe! 9 Pues él habló y fue así, mandó él y se hizo.
Marcos 10: 46 – 52. 46 Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» 48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» 49 Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego, diciéndole: «¡Animo, levántate! Te llama.» 50 Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» 52 Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.
Comentario: 1.- Si 42, 15-26. -Voy a evocar las obras del Señor, contaré lo que he visto. Por la palabra del Señor fueron hechas sus obras. Antes de tratar, en las últimas páginas de su libro, las intervenciones de Dios en la Historia, Ben Sirac contempla a Dios obrando en la Naturaleza. ¡Abrir los ojos! ¡Contemplar la creación que nos rodea! La ciencia moderna, haciéndonos ahora comprender mejor aún la complejidad de los seres y sus disposiciones recíprocas debería suscitar en nosotros una admiración aún mayor por el Autor de tanta maravilla. -El sol mira todo iluminándolo y la obra del Señor está llena de su gloria. El sol, por sí solo, es todo un símbolo y como un resumen... una maravilla compleja, de él depende la vida de todo lo demás. Imaginemos, por un instante que el sol deja de existir. Seguidamente todo moriría. Se comprende que san Francisco de Asís compusiera su Himno al Sol: "Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, / especialmente por mi señor, el hermano sol, / por el cual haces el día y nos das la luz; / el es bello y radiante, con gran esplendor: / de Ti, Altísimo, lleva significación". ¿Suelo orar partiendo de la belleza de la creación?
-El Señor sondea el abismo y el corazón humano y penetra sus secretos. Pues el Altísimo todo saber conoce y considera los signos de los tiempos. Anuncia lo pasado y lo futuro y descubre las huellas de las cosas secretas. Ben Sirac, que, en su época es un hombre sabio, es muy consciente de sus ignorancias: confiesa que no conoce la solución de cantidad de problemas. Sólo Dios es sabio. Sólo Dios posee el conocimiento definitivo de todas las cosas. El hombre moderno ha progresado mucho, ciertamente, en el conocimiento científico de la materia y del cosmos. Y, en época reciente, llegó a imaginar que su poder era casi infinito para transformar la naturaleza. Desengaños importantes han llevado a los sabios a adoptar una postura más modesta como fue la de los antiguos sabios. Son muchas las cosas que el hombre ignora... toda presunción orgullosa, en el fondo es peligrosa y ridícula. La naturaleza se encarga de vengarse cuando no se la respeta. Eso no afecta a la orden divina: «dominad la tierra y sometedla». Sencillamente, nos hace ser más humildes frente a nuestras pretensiones. Ruego por los sabios, pensando en sus propias responsabilidades en los años venideros.
-Al Señor, no se le escapa ningún pensamiento, ni una palabra se le oculta. Ordenó las obras maestras de su sabiduría... Todas las cosas le obedecen en todo. La admiración por las bellezas de la naturaleza puede conducir al creyente a la contemplación de Dios, propiamente dicha: todo ha sido ideado por Dios... en este momento todo es pensado por Dios... incluso todo lo bueno de los pensamientos y proyectos de los hombres. Prolongando la meditación que este texto me propone, ¿por qué no situarme ante algo hermoso: una flor, un paisaje, el rostro de un niño... para alabar a Dios «autor de esas obras»?
-Todas las cosas de dos en dos, una frente a otra; Dios no ha hecho nada incompleto. Cada cosa afirma la excelencia de la otra. ¿Quién se hartará de contemplar su gloria? La complementariedad de los seres. Su asombrosa interdependencia (Noel Quesson).
El Eclesiástico se extasía ante la grandeza del mundo que contempla. Al mismo tiempo, esta grandeza le hace sentir su propia ignorancia y su falta de dominio sobre las cosas y las leyes que regulan sus movimientos. Se encuentra inmerso en un mundo que ni ha hecho ni sabe cómo está hecho y cómo se mueve. Así, su admiración crece a medida que su mirada escruta todo lo que le rodea. Por otra parte, el vacío de su ignorancia e impotencia se llena con la presencia -intuida, si no vista- del Señor, a quien ve en el origen de todo. «Por la palabra de Dios son creadas todas las cosas, y de su voluntad reciben su tarea...». Todo lo que ve es «obra del Señor» (42, 15). Para el sabio, el Señor es el conocimiento y el poder: "El Señor es más grande que todas sus obras" (43,28). Nada se oculta a la mirada penetrante del Altísimo que "conoce el pasado y el futuro" (v 19) y sondea lo oculto e inaccesible para los ojos de los hombres, incluidos los santos, a quienes tampoco se ha concedido "contar las maravillas del Señor" (42,17). «No se le oculta ningún pensamiento ni se le escapa palabra alguna» (42,20). La creación, con su grandeza e independencia, muestra al hombre su pequeñez y su ignorancia y ha constituido a lo largo de los siglos una fuente de contemplación y de elevación del espíritu. «¡Qué amables son todas tus obras!» (v 22); «¿quién se saciará de contemplar su hermosura?» (v 26). Pero la magnificencia del mundo creado, por más que se presente como una especie de revelación, no es más que un ropaje que cubre y oculta. De hecho, «quedan cosas más grandes escondidas; sólo un poco hemos visto de sus obras» (43,32). El sentido de las propias limitaciones y de la estrechez de los horizontes personales ha sido siempre principio de sabiduría humana. La inteligencia del hombre está constantemente expuesta al peligro de caer en la trampa que se tiende ella misma, cuando se erige en medida de la realidad y cree que ya ha visto qué hay más allá por el hecho de comprender que tiene que haber algo más allá de lo que conoce. Es bueno que el sabio nos lo recuerde hoy: nadie puede explicar cómo es el Señor porque nadie lo ha visto jamás. Por tanto, una alabanza a Dios que se creyera adecuada sería engañosa (M. Gallart).
2. El Sirácida entona un himno a la creación cósmica, obra de Dios y reflejo de su sabiduría infinita. Aquí lo leemos resumido. Esta página es como un eco a los primeros capítulos del Génesis. Todo lo ha hecho Dios y lo ha hecho bien, el sol y los astros y todas las cosas: «Qué amables son todas tus obras... todas difieren unas de otras y no ha hecho ninguna inútil. Una excede a otra en belleza: ¿quién se saciará de contemplar su hermosura?». Pero hay otro aspecto que despierta la admiración del sabio, el que se refiere al hombre: «Dios sondea el corazón, penetra todas sus tramas... no se le oculta ningún pensamiento». Dios es el verdadero Sabio.
No deberíamos perder la capacidad de admiración ante las obras de Dios en nuestro cosmos: desde las grandes dimensiones estelares hasta los caprichos entrañables de una planta o de un pájaro, desde la fuerza de los elementos que no dominamos hasta el mecanismo admirable de nuestro cuerpo humano. «Hiciste todas las cosas con sabiduría y amor», como decimos en la plegaria eucarística de la Misa. El cántico de las criaturas que nos enseñó san Francisco de Asís podría ayudarnos a ordenar nuestros sentimientos ante Dios y su obra creadora: «Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas...». También puede darnos serenidad y lucidez en nuestra vida el recordar, como dice el sabio, que Dios nos conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón, que nos está presente, que sabe nuestros pensamientos y nuestras palabras, y por tanto comprende nuestras debilidades. A la vez que estamos como envueltos en la sabiduría creadora de Dios en la naturaleza, también por dentro lo sentimos presente. Sobre todo a los que creemos en Cristo Jesús, por medio del cual hemos llegado a una comunión mucho más profunda con la vida y el amor de Dios. Todo esto nos debería convertir en personas amantes de la naturaleza y de la ecología, y también en personas con más esperanza, porque nos sentimos conocidos y guiados por Dios y envueltos en su amor (J. Aldazábal).
3.- Mc 10, 46-52. Jesús cura al ciego Bartimeo. Es un relato muy sencillo, pero lleno de detalles, y un símbolo claro de la ceguera humana espiritual, que también puede ser curada. Esta vez Marcos dice el nombre del ciego: se ve que tenía testimonios de primera mano, o que el buen hombre, que «recobró la vista y le seguía por el camino», se convirtió luego tal vez en un discípulo conocido. La gente primero reacciona perdiendo la paciencia con el pobre que grita. Jesús sí le atiende y manda que se lo traigan. El ciego, soltando el manto, de un salto se acerca a Jesús, que después de un breve diálogo en que constata su fe, le devuelve la vista.
La ceguera de este hombre es en el evangelio de Marcos el símbolo de otra ceguera espiritual e intelectual más grave. Sobre todo porque sitúa el episodio en medio de escenas en que aparece subrayada la incredulidad de los judíos y la torpeza de entendederas de los apóstoles. Como cuando vamos al oculista a hacernos un chequeo de nuestra vista, hoy podemos reflexionar sobre cómo va nuestra vista espiritual. ¿No se podría decir de nosotros que estamos ciegos, porque no acabamos de ver lo que Dios quiere que veamos, o que nos conformamos con caminar por la vida entre penumbras, cuando tenemos cerca al médico, Jesús, la Luz del mundo? Hagamos nuestra la oración de Bartimeo: «Maestro, que pueda ver». Soltemos el manto y demos un salto hacia él: será buen símbolo de la ruptura con el pasado y de la acogida de la luz nueva que es él. También podemos dejarnos interpelar por la escena del evangelio en el sentido de cómo tratamos a los ciegos que están a la vera del camino, buscando, gritando su deseo de ver. Jóvenes y mayores, muchas personas que no ven, que no encuentran sentido a la vida, pueden dirigirse a nosotros, los cristianos, por si les podemos dar una respuesta a sus preguntas. ¿,Perdemos la paciencia como los discípulos, porque siempre resulta incómodo el que pide o formula preguntas? ¿o nos acercamos al ciego y le conducimos a Jesús, diciéndole amablemente: «ánimo, levántate, que te llama»? Cristo es la Luz del mundo. Pero también nos encargó a nosotros que seamos luz y que la lámpara está para alumbrar a otros, para que no tropiecen y vean el camino. ¿A cuántos hemos ayudado a ver, a cuántos hemos podido decir en nuestra vida: «ánimo, levántate, que te llama»? (J. Aldazábal).
Soltando el manto, de un salto se acerca a Jesús. Este gesto expresa de manera muy significativa, la ruptura del hombre con su pasado, un pasado de poder pues el manto significa el poder humano (E. Haulotte). Por otra parte, el ciego es imagen del verdadero discípulo que se despoja del manto que hasta entonces le cegaba; deja hacer a Jesús y, desde ese momento, puede seguirle ya por el camino que conduce a Jerusalén.
Aquel hombre estaba sentado al borde del camino, ciego y sin más porvenir que seguir prisionero para siempre de sus tinieblas. Nosotros estamos rendidos y ya no tenemos fuerzas para levantarnos y reaccionar: ya no sabemos adónde nos lleva la vida, y menos aún dónde podrá quedar asegurado nuestro porvenir. Transcurre todo delante de nuestros ojos, y no sabemos ya adónde ir ni qué camino tomar. Presenciamos la guerra económica entre las potencias de este mundo y nos vemos implicados en ella por una crisis y unos conflictos, sin que podamos influir en ellos. Vemos desde hace años cómo oprime a los pueblos la pobreza y cómo nuestra buena voluntad se queda corta. Contemplamos un mundo marcado por el mal y sentimos toda la complicidad que se oculta en nosotros. Somos ciegos y nos encontramos sin fuerzas al borde del camino. Pero podemos oir, como Bartimeo. Y éste es el principio de nuestra curación. Pues nos llega la Palabra de Dios y provoca en nosotros la llamada de salvación. "¡Maestro, que pueda ver!". Este grito de la fe que brota de nosotros encuentra el impulso de amor del corazón de Jesús, y su palabra se convierte en palabra de salvación. Palabra de poder que hace brotar la luz. Porque, por gracia de esta palabra que nos levanta, se nos concede ver la conclusión de nuestra prueba y poder seguir a Jesús por el camino. La Iglesia entera, todos los que recorrieron el camino antes que nosotros, nos dicen: "¡Animo, levántate, que te llama!". Cuantos van en busca de un mundo nuevo son portadores de esta invitación para la humanidad: "¡Animo, levántate!". Todas las páginas del Evangelio nos hacen saber que este camino de los ciegos y los cojos es el camino que lleva a Jerusalén: es la subida con el Hijo de Dios, es el paso por la cruz y la vida consagrada, por ser entrega total en manos del Padre. Y para cada uno de nosotros este camino toma una dirección más precisa: valor para enfrentarnos con oposiciones, tomar decisiones y reconciliarnos; amor más poderoso que el odio y que la mentira, para hacer que surja la claridad de la verdad y de la justicia; renuncia a lo que nos entorpece. "¡Animo, levántate!"... Si este camino pasa por la conversión de la cruz, también da acceso a la Pascua, y podemos decir con Simeón: "¡Ahora puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has preparado ante todos los pueblos!"
Estaba sentado al borde del camino, inmóvil, dependiente de los que le rodeaban. Había oído hablar de Jesús y, en medio de su ceguera, oía el gentío pasar, correr, bailar, pero nada de aquello era para él. Aquello era sólo un sueño; su realidad era la de un hombre mutilado, abandonado a sus tinieblas y a su soledad. El griterío le dice que allí está Jesús. Desde su noche, se pone a pregonar su vida de infortunio y la esperanza loca que se despierta en él. "¡Ten compasión de mí!". No le importan las recriminaciones que le hacen, pues nada tiene que perder. El confía, al igual que el niño, y Jesús se detiene. "No necesitan médico los sanos, sino los que están mal". Jesús había puesto en pie al niño. La multitud "levanta" al enfermo y lo conduce a presencia de aquel en quien se cumple el oráculo de Isaías. El ciego suelta su manto -aquel manto mugriento era, sin duda, todo lo que poseía-, rompe con su pasado y da un salto hacia la luz. "Deja todo lo que tienes y ven, sígueme". Los hombres se arrastran en medio de las tinieblas, pregonando su miseria con su cuerpo mutilado. Mirad a vuestro alrededor, mirad dentro de vosotros mismos; abrid el periódico; prestad oído a la larga letanía de las miserias que os rodean. Llamada desgarradora: "¡Ten compasión de mí!". Llamada mal acogida: nosotros preferimos hacer callar esas voces de infortunio. "Llamadle": vosotros, los que fuisteis llamados por Dios a salir de las tinieblas y a entrar en su admirable luz, sois los encargados de levantar al ciego. Estamos en el corazón del mundo, encargados de presentar a Dios el grito de los hombres. Sí, nosotros hemos "gustado qué bueno es el Señor", y en este mundo Dios no tiene más signo con que manifestar su benevolencia que muestras vidas de hombres transformadas por el amor. Mañana se habrá terminado el tiempo de la vida del Hijo. Los hombres van a sepultar la piedra angular; la verdadera morada de Dios, el cuerpo del Predilecto será sepultado. Pero sobre este basamento que la muerte no podrá destruir se levantará, en adelante, el Templo vivo, la Iglesia de Dios, en el que cada piedra pulida por el Espíritu y cada vida de hombres y de mujer que viven el Evangelio es ensamblada, para que la luz penetre en las tinieblas. "Llamadle". Un templo que no abriera sus puertas a la multitud de los desdichados no sería más que un edificio muerto. La Iglesia no tiene otra razón de ser que convocar ante Dios a un mundo mutilado. Llegará un tiempo en que los que vivían en tinieblas "den gloria a Dios el día que venga a visitar a su pueblo" (“Dios cada día. Sal terrae”).
Al salir ya de Jericó con sus discípulos y una crecida muchedumbre... En la página de ayer estábamos "en el camino" de Jerusalén. Hoy estamos cerca, en Jericó, a algunos kilómetros. La página de mañana nos mostrará a Jesús de regreso a Jerusalén en el Templo. ¡No perdamos el recuerdo de la significación de este viaje! Jesús avanza hacia el lugar de su muerte y de su resurrección, y se acerca "su hora". ¡Deliberadamente, voluntariamente, lúcidamente, valientemente, camina hacia Jerusalén! Jericó es la última ciudad atravesada. Desde allí hay todavía 20 Kms. de marcha cuesta arriba. El camino de Jericó a Jerusalén es una interminable "subida"... se sube desde Jericó, situada a 200 metros bajo el nivel del mar, a Jerusalén, situada a 800 metros sobre el nivel del mar, por un camino muy brusco.
-Un mendigo ciego, hijo de Timeo que estaba sentado junto al camino, oyendo que era Jesús de Nazaret, comenzó a "gritar": "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!" Es un pobre, no puede trabajar. Espera, sentado sobre el terraplén, tiende la mano a los que pasan. "Oye" pasar una muchedumbre y se "entera" que Jesús de Nazaret está entre la multitud, entonces una esperanza loca levanta su miseria: se pone a gritar. Muy sencillamente, sin pretensión, sin grandes referencias teológicas, usa el título más popular para hablar del Mesías: "Hijo de David". Es la primera vez que Marcos cita ese título real. El Mesías era esperado como "aquel que debía restablecer la realeza en Israel". Y como Jesús "sube a Jerusalén", los que están a su alrededor piensan que va allí para ejercer el poder. Es lo que la muchedumbre dirá mañana, día de Ramos, en la página de Marcos que sigue exactamente a ésta: "¡Hosana! bendito sea el reino que llega, el reino de nuestro padre, David". (Mc 11, 10). Sabemos que la "ciudad de David", Jerusalén, rehusará, crucificará a ese "hijo de David" después del breve triunfo de un día. ¿No tengo yo también deseos de poder y de éxito humanos? ¿Qué pido a Dios, habitualmente? Muchos le increpaban para que callase; pero él gritaba mucho más. Se detuvo Jesús y dijo: "Llamadle". Llamaron pues al ciego: "Animo, levántate, que El te llama". El ciego arroja su manto, "da un salto" y "corre" hacia Jesús. Hay que detenerse unos momentos e imaginar esta escena, como en el cine. Ver a la muchedumbre, a Jesús, al ciego... adivinar sus sentimientos... hacer oración a partir de esto. -"¿Qué quieres que haga por ti?" "Señor, que vea". "Anda, tu fe te ha salvado". ¿Y mi fe, la mía? ¿Me hace "saltar" y "correr" hacia Jesús? ¿Tengo conciencia, ante Dios, de ser un ciego? Newman escribió esto: "Una vez al año, en primavera, el mundo que vemos hace que estallen sus potencias ocultas. Entonces las flores aparecen, en los árboles frutales se abren sus flores, la hierba y el trigo crecen. Hay un súbito aliento, un estallido de la vida oculta puesta por Dios en el mundo material.
¿Quién pensaría, sin la experiencia de primaveras precedentes, que fuese concebible con dos o tres meses de antelación que la faz de la naturaleza aparentemente muerta, pudiese llegar a ser tan espléndida y tan variada? Lo mismo sucede con la primavera eterna... vendrá, aunque tarde. Esperémosla. Sabemos que existen muchas más cosas de las que vemos: Estas no son más que la corteza exterior de un reino eterno..." Abre mis ojos, Señor, cúrame, quiero verte.
-El hombre recobró la vista, y seguía a Jesús por el camino. Aquello, de lo que no había sido capaz "el hombre rico". Sigue a Jesús por el camino que sube hacia Jerusalén. Iluminado por Jesús, soy ya capaz de seguirle (Noel Quesson).
restaurarnos y bendecirnos. (Llucià Pou Sabaté, uso textos tomados de mercaba.org).
Eclesiástico 42: 15 – 25. 15 Voy a evocar las obras del Señor, lo que tengo visto contaré. Por las palabras del Señor fueron hechas sus obras, y la creación está sometida a su voluntad. 16 El sol mira a todo iluminándolo, de la gloria del Señor está llena su obra. 17 No son capaces los Santos del Señor de contar todas sus maravillas, que firmemente estableció el Señor omnipotente, para que en su gloria el universo subsistiera. 18 El sondea el abismo y el corazón humano, y sus secretos cálculos penetra. Pues el Altísimo todo saber conoce, y fija sus ojos en las señales de los tiempos. 19 Anuncia lo pasado y lo futuro, y descubre las huellas de las cosas secretas. 20 No se le escapa ningún pensamiento, ni una palabra se le oculta. 21 Las grandezas de su sabiduría las puso en orden, porque él es antes de la eternidad y por la eternidad; nada le ha sido añadido ni quitado, y de ningún consejero necesita. 22 ¡Qué amables son todas sus obras!: como una centella hay que contemplarlas. 23 Todo esto vive y permanece eternamente, para cualquier menester todo obedece. 24 Todas las cosas de dos en dos, una frente a otra, y nada ha hecho deficiente. 25 Cada cosa afirma la excelencia de la otra, ¿quién se hartará de contemplar su gloria?
Salmo 33,2-9 2 ¡dad gracias a Yahveh con la cítara, salmodiad para él al arpa de diez cuerdas; 3 cantadle un cantar nuevo, tocad la mejor música en la aclamación! 4 Pues recta es la palabra de Yahveh, toda su obra fundada en la verdad; 5 él ama la justicia y el derecho, del amor de Yahveh está llena la tierra. 6 Por la palabra de Yahveh fueron hechos los cielos por el soplo de su boca toda su mesnada. 7 El recoge, como un dique, las aguas del mar, en depósitos pone los abismos. 8 ¡Tema a Yahveh la tierra entera, ante él tiemblen todos los que habitan el orbe! 9 Pues él habló y fue así, mandó él y se hizo.
Marcos 10: 46 – 52. 46 Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» 48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» 49 Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego, diciéndole: «¡Animo, levántate! Te llama.» 50 Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» 52 Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.
Comentario: 1.- Si 42, 15-26. -Voy a evocar las obras del Señor, contaré lo que he visto. Por la palabra del Señor fueron hechas sus obras. Antes de tratar, en las últimas páginas de su libro, las intervenciones de Dios en la Historia, Ben Sirac contempla a Dios obrando en la Naturaleza. ¡Abrir los ojos! ¡Contemplar la creación que nos rodea! La ciencia moderna, haciéndonos ahora comprender mejor aún la complejidad de los seres y sus disposiciones recíprocas debería suscitar en nosotros una admiración aún mayor por el Autor de tanta maravilla. -El sol mira todo iluminándolo y la obra del Señor está llena de su gloria. El sol, por sí solo, es todo un símbolo y como un resumen... una maravilla compleja, de él depende la vida de todo lo demás. Imaginemos, por un instante que el sol deja de existir. Seguidamente todo moriría. Se comprende que san Francisco de Asís compusiera su Himno al Sol: "Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, / especialmente por mi señor, el hermano sol, / por el cual haces el día y nos das la luz; / el es bello y radiante, con gran esplendor: / de Ti, Altísimo, lleva significación". ¿Suelo orar partiendo de la belleza de la creación?
-El Señor sondea el abismo y el corazón humano y penetra sus secretos. Pues el Altísimo todo saber conoce y considera los signos de los tiempos. Anuncia lo pasado y lo futuro y descubre las huellas de las cosas secretas. Ben Sirac, que, en su época es un hombre sabio, es muy consciente de sus ignorancias: confiesa que no conoce la solución de cantidad de problemas. Sólo Dios es sabio. Sólo Dios posee el conocimiento definitivo de todas las cosas. El hombre moderno ha progresado mucho, ciertamente, en el conocimiento científico de la materia y del cosmos. Y, en época reciente, llegó a imaginar que su poder era casi infinito para transformar la naturaleza. Desengaños importantes han llevado a los sabios a adoptar una postura más modesta como fue la de los antiguos sabios. Son muchas las cosas que el hombre ignora... toda presunción orgullosa, en el fondo es peligrosa y ridícula. La naturaleza se encarga de vengarse cuando no se la respeta. Eso no afecta a la orden divina: «dominad la tierra y sometedla». Sencillamente, nos hace ser más humildes frente a nuestras pretensiones. Ruego por los sabios, pensando en sus propias responsabilidades en los años venideros.
-Al Señor, no se le escapa ningún pensamiento, ni una palabra se le oculta. Ordenó las obras maestras de su sabiduría... Todas las cosas le obedecen en todo. La admiración por las bellezas de la naturaleza puede conducir al creyente a la contemplación de Dios, propiamente dicha: todo ha sido ideado por Dios... en este momento todo es pensado por Dios... incluso todo lo bueno de los pensamientos y proyectos de los hombres. Prolongando la meditación que este texto me propone, ¿por qué no situarme ante algo hermoso: una flor, un paisaje, el rostro de un niño... para alabar a Dios «autor de esas obras»?
-Todas las cosas de dos en dos, una frente a otra; Dios no ha hecho nada incompleto. Cada cosa afirma la excelencia de la otra. ¿Quién se hartará de contemplar su gloria? La complementariedad de los seres. Su asombrosa interdependencia (Noel Quesson).
El Eclesiástico se extasía ante la grandeza del mundo que contempla. Al mismo tiempo, esta grandeza le hace sentir su propia ignorancia y su falta de dominio sobre las cosas y las leyes que regulan sus movimientos. Se encuentra inmerso en un mundo que ni ha hecho ni sabe cómo está hecho y cómo se mueve. Así, su admiración crece a medida que su mirada escruta todo lo que le rodea. Por otra parte, el vacío de su ignorancia e impotencia se llena con la presencia -intuida, si no vista- del Señor, a quien ve en el origen de todo. «Por la palabra de Dios son creadas todas las cosas, y de su voluntad reciben su tarea...». Todo lo que ve es «obra del Señor» (42, 15). Para el sabio, el Señor es el conocimiento y el poder: "El Señor es más grande que todas sus obras" (43,28). Nada se oculta a la mirada penetrante del Altísimo que "conoce el pasado y el futuro" (v 19) y sondea lo oculto e inaccesible para los ojos de los hombres, incluidos los santos, a quienes tampoco se ha concedido "contar las maravillas del Señor" (42,17). «No se le oculta ningún pensamiento ni se le escapa palabra alguna» (42,20). La creación, con su grandeza e independencia, muestra al hombre su pequeñez y su ignorancia y ha constituido a lo largo de los siglos una fuente de contemplación y de elevación del espíritu. «¡Qué amables son todas tus obras!» (v 22); «¿quién se saciará de contemplar su hermosura?» (v 26). Pero la magnificencia del mundo creado, por más que se presente como una especie de revelación, no es más que un ropaje que cubre y oculta. De hecho, «quedan cosas más grandes escondidas; sólo un poco hemos visto de sus obras» (43,32). El sentido de las propias limitaciones y de la estrechez de los horizontes personales ha sido siempre principio de sabiduría humana. La inteligencia del hombre está constantemente expuesta al peligro de caer en la trampa que se tiende ella misma, cuando se erige en medida de la realidad y cree que ya ha visto qué hay más allá por el hecho de comprender que tiene que haber algo más allá de lo que conoce. Es bueno que el sabio nos lo recuerde hoy: nadie puede explicar cómo es el Señor porque nadie lo ha visto jamás. Por tanto, una alabanza a Dios que se creyera adecuada sería engañosa (M. Gallart).
2. El Sirácida entona un himno a la creación cósmica, obra de Dios y reflejo de su sabiduría infinita. Aquí lo leemos resumido. Esta página es como un eco a los primeros capítulos del Génesis. Todo lo ha hecho Dios y lo ha hecho bien, el sol y los astros y todas las cosas: «Qué amables son todas tus obras... todas difieren unas de otras y no ha hecho ninguna inútil. Una excede a otra en belleza: ¿quién se saciará de contemplar su hermosura?». Pero hay otro aspecto que despierta la admiración del sabio, el que se refiere al hombre: «Dios sondea el corazón, penetra todas sus tramas... no se le oculta ningún pensamiento». Dios es el verdadero Sabio.
No deberíamos perder la capacidad de admiración ante las obras de Dios en nuestro cosmos: desde las grandes dimensiones estelares hasta los caprichos entrañables de una planta o de un pájaro, desde la fuerza de los elementos que no dominamos hasta el mecanismo admirable de nuestro cuerpo humano. «Hiciste todas las cosas con sabiduría y amor», como decimos en la plegaria eucarística de la Misa. El cántico de las criaturas que nos enseñó san Francisco de Asís podría ayudarnos a ordenar nuestros sentimientos ante Dios y su obra creadora: «Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas...». También puede darnos serenidad y lucidez en nuestra vida el recordar, como dice el sabio, que Dios nos conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón, que nos está presente, que sabe nuestros pensamientos y nuestras palabras, y por tanto comprende nuestras debilidades. A la vez que estamos como envueltos en la sabiduría creadora de Dios en la naturaleza, también por dentro lo sentimos presente. Sobre todo a los que creemos en Cristo Jesús, por medio del cual hemos llegado a una comunión mucho más profunda con la vida y el amor de Dios. Todo esto nos debería convertir en personas amantes de la naturaleza y de la ecología, y también en personas con más esperanza, porque nos sentimos conocidos y guiados por Dios y envueltos en su amor (J. Aldazábal).
3.- Mc 10, 46-52. Jesús cura al ciego Bartimeo. Es un relato muy sencillo, pero lleno de detalles, y un símbolo claro de la ceguera humana espiritual, que también puede ser curada. Esta vez Marcos dice el nombre del ciego: se ve que tenía testimonios de primera mano, o que el buen hombre, que «recobró la vista y le seguía por el camino», se convirtió luego tal vez en un discípulo conocido. La gente primero reacciona perdiendo la paciencia con el pobre que grita. Jesús sí le atiende y manda que se lo traigan. El ciego, soltando el manto, de un salto se acerca a Jesús, que después de un breve diálogo en que constata su fe, le devuelve la vista.
La ceguera de este hombre es en el evangelio de Marcos el símbolo de otra ceguera espiritual e intelectual más grave. Sobre todo porque sitúa el episodio en medio de escenas en que aparece subrayada la incredulidad de los judíos y la torpeza de entendederas de los apóstoles. Como cuando vamos al oculista a hacernos un chequeo de nuestra vista, hoy podemos reflexionar sobre cómo va nuestra vista espiritual. ¿No se podría decir de nosotros que estamos ciegos, porque no acabamos de ver lo que Dios quiere que veamos, o que nos conformamos con caminar por la vida entre penumbras, cuando tenemos cerca al médico, Jesús, la Luz del mundo? Hagamos nuestra la oración de Bartimeo: «Maestro, que pueda ver». Soltemos el manto y demos un salto hacia él: será buen símbolo de la ruptura con el pasado y de la acogida de la luz nueva que es él. También podemos dejarnos interpelar por la escena del evangelio en el sentido de cómo tratamos a los ciegos que están a la vera del camino, buscando, gritando su deseo de ver. Jóvenes y mayores, muchas personas que no ven, que no encuentran sentido a la vida, pueden dirigirse a nosotros, los cristianos, por si les podemos dar una respuesta a sus preguntas. ¿,Perdemos la paciencia como los discípulos, porque siempre resulta incómodo el que pide o formula preguntas? ¿o nos acercamos al ciego y le conducimos a Jesús, diciéndole amablemente: «ánimo, levántate, que te llama»? Cristo es la Luz del mundo. Pero también nos encargó a nosotros que seamos luz y que la lámpara está para alumbrar a otros, para que no tropiecen y vean el camino. ¿A cuántos hemos ayudado a ver, a cuántos hemos podido decir en nuestra vida: «ánimo, levántate, que te llama»? (J. Aldazábal).
Soltando el manto, de un salto se acerca a Jesús. Este gesto expresa de manera muy significativa, la ruptura del hombre con su pasado, un pasado de poder pues el manto significa el poder humano (E. Haulotte). Por otra parte, el ciego es imagen del verdadero discípulo que se despoja del manto que hasta entonces le cegaba; deja hacer a Jesús y, desde ese momento, puede seguirle ya por el camino que conduce a Jerusalén.
Aquel hombre estaba sentado al borde del camino, ciego y sin más porvenir que seguir prisionero para siempre de sus tinieblas. Nosotros estamos rendidos y ya no tenemos fuerzas para levantarnos y reaccionar: ya no sabemos adónde nos lleva la vida, y menos aún dónde podrá quedar asegurado nuestro porvenir. Transcurre todo delante de nuestros ojos, y no sabemos ya adónde ir ni qué camino tomar. Presenciamos la guerra económica entre las potencias de este mundo y nos vemos implicados en ella por una crisis y unos conflictos, sin que podamos influir en ellos. Vemos desde hace años cómo oprime a los pueblos la pobreza y cómo nuestra buena voluntad se queda corta. Contemplamos un mundo marcado por el mal y sentimos toda la complicidad que se oculta en nosotros. Somos ciegos y nos encontramos sin fuerzas al borde del camino. Pero podemos oir, como Bartimeo. Y éste es el principio de nuestra curación. Pues nos llega la Palabra de Dios y provoca en nosotros la llamada de salvación. "¡Maestro, que pueda ver!". Este grito de la fe que brota de nosotros encuentra el impulso de amor del corazón de Jesús, y su palabra se convierte en palabra de salvación. Palabra de poder que hace brotar la luz. Porque, por gracia de esta palabra que nos levanta, se nos concede ver la conclusión de nuestra prueba y poder seguir a Jesús por el camino. La Iglesia entera, todos los que recorrieron el camino antes que nosotros, nos dicen: "¡Animo, levántate, que te llama!". Cuantos van en busca de un mundo nuevo son portadores de esta invitación para la humanidad: "¡Animo, levántate!". Todas las páginas del Evangelio nos hacen saber que este camino de los ciegos y los cojos es el camino que lleva a Jerusalén: es la subida con el Hijo de Dios, es el paso por la cruz y la vida consagrada, por ser entrega total en manos del Padre. Y para cada uno de nosotros este camino toma una dirección más precisa: valor para enfrentarnos con oposiciones, tomar decisiones y reconciliarnos; amor más poderoso que el odio y que la mentira, para hacer que surja la claridad de la verdad y de la justicia; renuncia a lo que nos entorpece. "¡Animo, levántate!"... Si este camino pasa por la conversión de la cruz, también da acceso a la Pascua, y podemos decir con Simeón: "¡Ahora puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has preparado ante todos los pueblos!"
Estaba sentado al borde del camino, inmóvil, dependiente de los que le rodeaban. Había oído hablar de Jesús y, en medio de su ceguera, oía el gentío pasar, correr, bailar, pero nada de aquello era para él. Aquello era sólo un sueño; su realidad era la de un hombre mutilado, abandonado a sus tinieblas y a su soledad. El griterío le dice que allí está Jesús. Desde su noche, se pone a pregonar su vida de infortunio y la esperanza loca que se despierta en él. "¡Ten compasión de mí!". No le importan las recriminaciones que le hacen, pues nada tiene que perder. El confía, al igual que el niño, y Jesús se detiene. "No necesitan médico los sanos, sino los que están mal". Jesús había puesto en pie al niño. La multitud "levanta" al enfermo y lo conduce a presencia de aquel en quien se cumple el oráculo de Isaías. El ciego suelta su manto -aquel manto mugriento era, sin duda, todo lo que poseía-, rompe con su pasado y da un salto hacia la luz. "Deja todo lo que tienes y ven, sígueme". Los hombres se arrastran en medio de las tinieblas, pregonando su miseria con su cuerpo mutilado. Mirad a vuestro alrededor, mirad dentro de vosotros mismos; abrid el periódico; prestad oído a la larga letanía de las miserias que os rodean. Llamada desgarradora: "¡Ten compasión de mí!". Llamada mal acogida: nosotros preferimos hacer callar esas voces de infortunio. "Llamadle": vosotros, los que fuisteis llamados por Dios a salir de las tinieblas y a entrar en su admirable luz, sois los encargados de levantar al ciego. Estamos en el corazón del mundo, encargados de presentar a Dios el grito de los hombres. Sí, nosotros hemos "gustado qué bueno es el Señor", y en este mundo Dios no tiene más signo con que manifestar su benevolencia que muestras vidas de hombres transformadas por el amor. Mañana se habrá terminado el tiempo de la vida del Hijo. Los hombres van a sepultar la piedra angular; la verdadera morada de Dios, el cuerpo del Predilecto será sepultado. Pero sobre este basamento que la muerte no podrá destruir se levantará, en adelante, el Templo vivo, la Iglesia de Dios, en el que cada piedra pulida por el Espíritu y cada vida de hombres y de mujer que viven el Evangelio es ensamblada, para que la luz penetre en las tinieblas. "Llamadle". Un templo que no abriera sus puertas a la multitud de los desdichados no sería más que un edificio muerto. La Iglesia no tiene otra razón de ser que convocar ante Dios a un mundo mutilado. Llegará un tiempo en que los que vivían en tinieblas "den gloria a Dios el día que venga a visitar a su pueblo" (“Dios cada día. Sal terrae”).
Al salir ya de Jericó con sus discípulos y una crecida muchedumbre... En la página de ayer estábamos "en el camino" de Jerusalén. Hoy estamos cerca, en Jericó, a algunos kilómetros. La página de mañana nos mostrará a Jesús de regreso a Jerusalén en el Templo. ¡No perdamos el recuerdo de la significación de este viaje! Jesús avanza hacia el lugar de su muerte y de su resurrección, y se acerca "su hora". ¡Deliberadamente, voluntariamente, lúcidamente, valientemente, camina hacia Jerusalén! Jericó es la última ciudad atravesada. Desde allí hay todavía 20 Kms. de marcha cuesta arriba. El camino de Jericó a Jerusalén es una interminable "subida"... se sube desde Jericó, situada a 200 metros bajo el nivel del mar, a Jerusalén, situada a 800 metros sobre el nivel del mar, por un camino muy brusco.
-Un mendigo ciego, hijo de Timeo que estaba sentado junto al camino, oyendo que era Jesús de Nazaret, comenzó a "gritar": "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!" Es un pobre, no puede trabajar. Espera, sentado sobre el terraplén, tiende la mano a los que pasan. "Oye" pasar una muchedumbre y se "entera" que Jesús de Nazaret está entre la multitud, entonces una esperanza loca levanta su miseria: se pone a gritar. Muy sencillamente, sin pretensión, sin grandes referencias teológicas, usa el título más popular para hablar del Mesías: "Hijo de David". Es la primera vez que Marcos cita ese título real. El Mesías era esperado como "aquel que debía restablecer la realeza en Israel". Y como Jesús "sube a Jerusalén", los que están a su alrededor piensan que va allí para ejercer el poder. Es lo que la muchedumbre dirá mañana, día de Ramos, en la página de Marcos que sigue exactamente a ésta: "¡Hosana! bendito sea el reino que llega, el reino de nuestro padre, David". (Mc 11, 10). Sabemos que la "ciudad de David", Jerusalén, rehusará, crucificará a ese "hijo de David" después del breve triunfo de un día. ¿No tengo yo también deseos de poder y de éxito humanos? ¿Qué pido a Dios, habitualmente? Muchos le increpaban para que callase; pero él gritaba mucho más. Se detuvo Jesús y dijo: "Llamadle". Llamaron pues al ciego: "Animo, levántate, que El te llama". El ciego arroja su manto, "da un salto" y "corre" hacia Jesús. Hay que detenerse unos momentos e imaginar esta escena, como en el cine. Ver a la muchedumbre, a Jesús, al ciego... adivinar sus sentimientos... hacer oración a partir de esto. -"¿Qué quieres que haga por ti?" "Señor, que vea". "Anda, tu fe te ha salvado". ¿Y mi fe, la mía? ¿Me hace "saltar" y "correr" hacia Jesús? ¿Tengo conciencia, ante Dios, de ser un ciego? Newman escribió esto: "Una vez al año, en primavera, el mundo que vemos hace que estallen sus potencias ocultas. Entonces las flores aparecen, en los árboles frutales se abren sus flores, la hierba y el trigo crecen. Hay un súbito aliento, un estallido de la vida oculta puesta por Dios en el mundo material.
¿Quién pensaría, sin la experiencia de primaveras precedentes, que fuese concebible con dos o tres meses de antelación que la faz de la naturaleza aparentemente muerta, pudiese llegar a ser tan espléndida y tan variada? Lo mismo sucede con la primavera eterna... vendrá, aunque tarde. Esperémosla. Sabemos que existen muchas más cosas de las que vemos: Estas no son más que la corteza exterior de un reino eterno..." Abre mis ojos, Señor, cúrame, quiero verte.
-El hombre recobró la vista, y seguía a Jesús por el camino. Aquello, de lo que no había sido capaz "el hombre rico". Sigue a Jesús por el camino que sube hacia Jerusalén. Iluminado por Jesús, soy ya capaz de seguirle (Noel Quesson).
restaurarnos y bendecirnos. (Llucià Pou Sabaté, uso textos tomados de mercaba.org).
jueves, 24 de febrero de 2011
Jueves de la 7ª semana. Las lecturas nos marcan los propósitos de hoy: «No confíes en tus fuerzas para seguir tus caprichos». «Dichoso aquél cuyo gozo

Jueves de la 7ª semana. Las lecturas nos marcan los propósitos de hoy: «No confíes en tus fuerzas para seguir tus caprichos». «Dichoso aquél cuyo gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche». «Vivid en paz unos con otros»
Eclesiástico 5,1-8 1 En tus riquezas no te apoyes ni digas: «Tengo bastante con ellas.» 2 No te dejes arrastrar por tu deseo y tu fuerza para seguir la pasión de tu corazón. 3 No digas: «¿Quién me domina a mí?», porque el Señor cierto que te castigará. 4 No digas: «Pequé, y ¿qué me ha pasado?», porque el Señor es paciente. 5 Del perdón no te sientas tan seguro que acumules pecado tras pecado. 6 No digas: «Su compasión es grande, él me perdonará la multitud de mis pecados.» Porque en él hay misericordia, pero también hay cólera, y en los pecadores se desahoga su furor. 7 No te tardes en volver al Señor, no lo difieras de un día para otro, pues de pronto salta la ira del Señor, y perecerás al tiempo del castigo. 8 No te apoyes en riquezas injustas, que de nada te servirán el día de la adversidad.
Salmo 1,1-4,6 1 ¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, 2 mas se complace en la ley de Yahveh, su ley susurra día y noche! 3 Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien. 4 ¡No así los impíos, no así! Que ellos son como paja que se lleva el viento. 6 Porque Yahveh conoce el camino de los justos, pero el camino de los impíos se pierde.
Marcos 9,41-50 41 «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.» 42 «Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. 43 Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. 45 Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. 47 Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, 48 donde su gusano no muere y el fuego no se apaga; 49 pues todos han de ser salados con fuego. 50 Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros.»
Comentario: 1.- Si 5,1-10. El sabio nos da hoy a todos, a los ricos y a los no ricos, un serio aviso: «No confíes en tus riquezas... no confíes en tus fuerzas, porque el Señor te exigirá cuentas». Unos se sienten demasiado seguros porque se fían de sus riquezas. Otros se sienten «poderosos» porque se escudan falsamente en la bondad y la paciencia de Dios: «He pecado y nada malo me ha sucedido, porque él es un Dios paciente». Esta no debe ser excusa para hacer nuestro capricho. Porque Dios tiene mucha paciencia, pero también es justo y sabe enfadarse «y su ira recae sobre los malvados». Los cristianos podemos tener la tentación de la excesiva confianza. que nos lleva a la indolencia. Fiados en la misericordia de Dios, podemos dejar para mañana nuestra decisión firme de seguir sus caminos. Seguramente no será nuestro caso como el de los ricos, que tienen que oír lo de que «no confíes en tus riquezas injustas, que no te servirán el día de la ira». Pero sí podríamos caer en la trampa de poner nuestras seguridades en otros valores que nos hacen «poderosos» y autosuficientes. Aquí se nos dice que no nos fiemos de nuestras fuerzas, ni estemos demasiado satisfechos de cómo vaya nuestra vida. Más bien tendríamos que pensar si estamos dando los frutos que Dios esperaba de nosotros y preocuparnos de no defraudarle. Oigamos como dirigida a nosotros la consigna del sabio: «No tardes en volverte a él y no des largas de un día para otro». Porque seria muy triste que, regateando a Cristo nuestra fidelidad, abusando de la misericordia de Dios y dejando siempre para mañana nuestra conversión, «para lo mismo responder mañana», nos quedáramos enanos espiritualmente y no hiciéramos el bien que él había pensado que haríamos colaborando en la salvación del mundo. El salmo nos hace decir, por una parte, «dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor». Pero, por otra, nos recuerda que «dichoso el que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la senda de los pecadores, sino que su gozo es la ley del Señor». ¿Queremos ser «paja que arrebata el viento», sin fruto, sin consistencia, o bien «un árbol plantado al borde de la acequia, que da fruto en sazón»? (J. Aldazábal).
-No te apoyes en tus riquezas... No te dejes arrastrar por tu deseo y tu fuerza para seguir las pasiones de tu corazón... No digas: «¿Quién podrá dominarme?» porque el Señor te castigará debidamente. El sabio estigmatiza aquí la arrogancia y la suficiencia del hombre que, seguro de sí mismo, se cree invulnerable. La riqueza acentúa a menudo esa pretensión. El optimismo de Ben Sirac no le ciega: sabe que el hombre es frágil. Tampoco Jesús tardará en llamar «¡insensato!» a ese hombre que se creía seguro porque sus cosechas habían sido excepcionales y estaba pensando en engrandecer sus graneros.
-No digas: «Pequé, y ¿qué me ha sucedido?» porque el Señor es paciente. No te sientas tan seguro del perdón que acumules pecado tras pecado. La peor arrogancia es, ciertamente, la del pecador desvergonzado que se endurece en su ridícula pretensión. Si Dios no interviene constantemente para castigar el pecado es porque concede un plazo y espera pacientemente la conversión. Sería peligroso interpretar esta demora como una flaqueza de Dios, y aprovecharse de esa discreción divina para pecar más.
-No digas: «Su compasión es grande, el Señor perdonará la multitud de mis pecados.» Porque en El hay misericordia pero también cólera y ésta se desahoga en los pecadores. ¿Tengo ese mismo punto de vista tan equilibrado?:
-El sentido de la compasión y de la misericordia de Dios, que son una llamada a la conversión. -El sentido de su justicia y de su condena de todo mal, que son una llamada a la conversión. -No tardes en volver al Señor, no lo difieras de día en día. El fracaso forma parte de toda vida humana. El pecado forma parte de toda vida humana. Más condenable que el pecado es endurecerse en él, rehusar reconocerlo y remitir día a día la confesión de ese mal. En efecto, el presuntuoso que no quiere reconocer su fracaso lo transforma en mal definitivo, haciendo casi imposible la conversión. En cambio, el pecador que reconoce su pobreza y confiesa su falta abre con ello la posibilidad de una nueva partida por el recto camino. ¡Envía, Señor, tu Espíritu para que seamos lúcidos! A menudo no sabemos discernir claramente el mal que cometemos.
-No lo difieras de un día para otro, pues de pronto salta la ira del Señor y perecerás el día del castigo. No nos gusta este lenguaje. Evidentemente hay que contar con el "antropomorfismo", que presta a Dios sentimientos humanos -como es el caso aquí de la «ira»-. Y si bien es verdad que no disponemos de otro lenguaje, es verdad también que las reacciones de Dios no son las del hombre. Sin embargo, más cercano a nosotros, san Pablo habla también de la «ira» de Dios que, «desde el cielo reprueba toda impiedad e injusticia humana». (/Rm/01/18). Y el mismo Jesús utiliza ese lenguaje lleno de vehemencia para despertar, en lo posible, a los Saduceos y Fariseos de su tiempo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a vosotros escapar de la ira inminente? Convertíos. El hacha está ya puesta a la raíz de los árboles» (/Mt/03/07-10). Notemos de nuevo que esa ira sólo va dirigida al endurecimiento que abusa de la paciencia y de la misericordia de Dios. Sabemos en cambio, a través de todo el Evangelio a qué extremo llega la benevolencia de Dios para todo pecador que sabe reconocer su debilidad y acusarse de ella, como el publicano (Lc 18,10) y tantos otros hombres y mujeres que Jesús ha salvado (Noel Quesson).
Las exhortaciones del Eclesiástico, de sabio a discípulo, resuenan siempre sobre el horizonte de una convicción continua y permanente, aunque a veces implícita: ¡Eres libre! Está en tu mano apoyarte en las riquezas, dejarte llevar por la fuerza que te arrastra a vivir según las pasiones de tu corazón; puedes incluso seguir pecando sin miedo, pues hasta ahora no te ha pasado nada. Y, por otra parte, puedes confiar en que la misericordia inmensa del Señor «perdonará mis muchos pecados» (5,6) Si quieres puedes vivir así, y quizá al final te salga bien. No le ha sido dado a la sabiduría del sabio prever con certeza el futuro de las personas, siempre incierto. La sabiduría tampoco niega que el Señor sea misericordioso y clemente; pero no puede menos de recordar su ira y su furor. Lo que la sabiduría ignora, y por eso se muestra prudente, es quién prevalecerá al final: el Señor misericordioso o el Señor airado. De hecho, la sabiduría no disimula su ignorancia: «El día de la venganza -dice a quien no le hace caso- perecerás» (9), dando a entender que no sabe nada de lo que pasará al día siguiente del castigo. Parece como si la ignorancia hiciera posible la libertad del hombre. Y por eso porque nadie sabe si hay un final ni cómo será, caso de que lo haya, el hombre queda totalmente libre frente a los dos caminos contrarios que puede emprender: el del sabio o el del pecador. Estos dos caminos se abren constantemente ante el hombre el cual puede optar libremente por uno o por otro. De ninguno de los dos sabe cómo acaba. Pero uno de ellos se le presenta como recto. Es el comportamiento que le indica la sabiduría. Hay que evitar unas cosas y hacer otras. Es lo que enseña la experiencia. Pero, a su vez, la sabiduría se apoya en un convencimiento íntimo: la certeza que nace del corazón del hombre y que le dice que, si sigue el camino de la sabiduría, al final sólo puede esperar cosas buenas y ninguna mala. Puede ir también por el otro camino, el del pecado y la injusticia. Pero entonces debe saber a qué se expone, dado que nadie sabe adónde va a parar. Seguirlo es, cuando menos, una imprudencia, jugárselo todo neciamente (M. Gallart).
2. Por el contrario, el salmo 1, canta al hombre que ha puesto su confianza en el Señor. Es el Salmo del hombre honrado. Al “hombre dichoso”, al que procede en su vida con rectitud y acaba dando frutos que benefician a los hermanos, al mismo tiempo que proclaman la gloria de Dios. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón, y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin. ¡Cómo me gusta esta imagen! He vuelto sobre ella muchas veces. Del árbol sólo vemos el tronco, las ramas y, en el momento oportuno, las hojas y los frutos. Pero no vemos que sus raíces absorben el agua de la acequia. Hermosa imagen para explicar en qué consiste la genuina experiencia de Dios… Si el árbol “exhibiera” sus raíces, se secaría en seguida. Dejemos que unos frutos sencillos, a su tiempo, den cuenta del agua que los ha hecho nacer. Pero no nos empeñemos en exhibir las raíces. Dejarían de transmitir vida (gonzalo@claret.org).
3.- Mc 9,40-49. El evangelio de hoy nos recuerda una serie de rasgos que deberían presentar los que quieren seguir a Jesús: - el que dé un vaso de agua a los seguidores de Jesús, tendrá su premio, - al que escandalizare a «uno de estos pequeñuelos que creen», o sea, a los débiles, más le valdría que le echasen al fondo del mar. - si la mano o el pie o el ojo nos escandalizan, sería mejor que supiéramos prescindir de ellos, porque es más importante salvarnos y llegar a la vida, aunque sea sin una mano o un pie o un ojo, - varias frases sobre la sal: la sal que salará al fuego (¿purificando a los fieles y haciéndolos agradables para Dios?), la sal que se vuelve insípida y ya no sirve para nada, y la sal que debemos tener en nuestras relaciones con los demás (sal como símbolo de gracia y humor).
Ojalá en nuestra convivencia -familiar o comunitaria- tengamos en cuenta estas cualidades que Cristo quiere para los suyos: - que sepamos dar un vaso de agua fresca al que la necesita, y no sólo por motivaciones humanas, sino viendo en el prójimo al mismo Cristo («me disteis de beber»); quien dice un vaso de agua dice una cara amable y una mano tendida y una palabra animadora; - que tengamos sumo cuidado en no escandalizar -o sea, poner tropiezos en el camino, turbar, quitar la fe, hacer caer- a los más débiles e inocentes; Pablo recomendaba en su primera carta a los Corintios una extrema delicadeza de los «fuertes» en relación a los «débiles» de la comunidad, para no herir su sensibilidad; nuestras palabras inoportunas y nuestros malos ejemplos pueden debilitar la voluntad de los demás y ser ocasión de que caigan; es muy dura esta palabra de Jesús para los que escandalizan a los débiles; - que sepamos renunciar a algo que nos gusta mucho -Ia mano, el pie, el ojo- si nos damos cuenta de que nos hace mal, que nos lleva a la perdición, o sea, nos «escandaliza»; aquí somos nosotros los que nos escandalizamos a nosotros mismos, porque estamos cogiendo costumbres que se convertirán en vicios y porque nos estamos dejando esclavizar por malas tendencias; el sabio es el que corta por lo sano, sin andar a medias tintas, antes que sea tarde; como el buen jardinero es el que sabe podar a tiempo para purificar y dar más fuerza a la planta. El seguimiento de Cristo exige radicalidad: como cuando Jesús le dijo al joven rico que vendiera todo, o cuando dijo que el tesoro escondido merecía venderlo todo para llegarlo a poseer, o cuando afirmó que el que quiere ganar la vida la perderá: - que seamos sal en la comunidad para crear una convivencia agradable, armoniosa, con humor. El que crea un clima de humor, de serenidad, de gracia, quitando hierro en los momentos de tensión, fijándose en las cosas buenas: ése es para los demás como la sal que da gusto a la carne o la preserva de la corrupción (J. Aldazábal).
-El que os diere un vaso de agua... "Un vaso de agua"... Casi nada. Es el símbolo del más pequeño servicio que pueda hacerse a alguien: ¡tan solo un vaso de agua. -En razón de pertenecer a Cristo... Jesús subraya la dignidad extraordinaria del "discípulo": pertenece a Cristo. El más pequeño de los creyentes, el más humilde discípulo de Jesús, ¡representa a Jesucristo! Jesús se identifica con el menor de los cristianos. -En verdad os digo que no será defraudado de su recompensa. Es una verdad sorprendente que Jesús repetirá y desarrollará a lo largo de su discurso sobre el Juicio final (Mateo, 25, 31-45). Lo que hicisteis con alguno de mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis". Importancia de los menores gestos. Nada es pequeño. ¡Cuántas ocasiones dejo que se pierdan!
-Y al que escandalizare a uno de esos pequeñuelos que creen en mí, mucho mejor le fuera que le ataran al cuello una de esas muelas de molino que mueve un asno y ¡le echaran al mar! Después del consejo "positivo" -dar un vaso de agua-, la puesta en guardia "negativa" -no escandalizar-. Pero de hecho es la misma conducta: ¡la atención a los demás! Descubrimos aquí un nuevo aspecto de Jesús: su violencia interior, su capacidad de vehemencia. Me imagino que no pronunció estas palabras ¡de un modo dulzón y azucarado! Y la imagen que utiliza hace temblar: "¡más le valiera que le echaran al mar atado a una muela de molino!" ¿De quién se trata? ¿Quién es el hombre que merece tal suerte? El que ha arrastrado a otro al pecado." ¡Señor! ¡Señor! Ten piedad de nosotros.
-Si tu mano te "escandaliza", te arrastra al "pecado", córtatela... Si tu pie te "escandaliza', córtatelo... Si tu ojo te "escandaliza, arráncatelo... Sólo Jesús tiene derecho a decir palabras semejantes: Sólo El sabe, verdaderamente, qué es el "pecado". ¡Es algo muy serio! ¡Es dramático! -Mejor te será entrar tuerto al reino de Dios, que con ambos ojos ir a la gehena. La vida eterna merece todos los sacrificios. Ayúdanos, Señor.¿Somos capaces de esa elección radical, absoluta? ¡Nuestra libertad no es un juego... para hacer como si...!
-Buena es la sal; pero si la sal se hace sosa, ¿con qué se la salará? Tened sal en vosotros y vivid en paz unos con otros. Marcos ha agrupado aquí una serie de consejos de Jesús sobre la vida fraterna: nada de querellas sobre prelaciones entre vosotros, sed servidores los unos de los otros, dejad a todo el mundo hacer el bien, ayudaros unos a otros, no seáis escándalo para nadie, vivid en paz... Y todo esto, después que les anunciara su propia Pasión: la moral cristiana está, por entero, ligada a Jesús. ¡Si por lo menos en nuestras familias, en nuestras comunidades cristianas se tuvieran esas exigencias profundas! (Noel Quesson). Llucià Pou Sabaté
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Leydel Señor,
No confies en tus fuerzas
7ª semana miércoles, impar. «Mucha paz tienen, Señor, los que aman tus leyes»; y todo lo bueno viene de Jesús, que dice: «el que no está contra nosotr
Eclesiástico 4,11-19: 11 La sabiduría a sus hijos exalta, y cuida de los que la buscan. 12 El que la ama, ama la vida, los que en su busca madrugan serán colmados de contento. 13 El que la posee tendrá gloria en herencia, dondequiera que él entre, le bendecirá el Señor. 14 Los que la sirven, rinden culto al Santo, a los que la aman, los ama el Señor. 15 El que la escucha, juzgará a las naciones, el que la sigue, su tienda montará en seguro. 16 Si se confía a ella, la poseerá en herencia, y su posteridad seguirá poseyéndola. 17 Pues, al principio, le llevará por recovecos, miedo y pavor hará caer sobre él, con su disciplina le atormentará hasta que tenga confianza en su alma y le pondrá a prueba con sus preceptos, 18 mas luego le volverá al camino recto, le regocijará y le revelará sus secretos. 19 Que si él se descarría, le abandonará, y le dejará a merced de su propia caída.
Salmo (119,165,168,171-172,174-175). 165 Mucha es la paz de los que aman tu ley, no hay tropiezo para ellos. 168 Guardo tus ordenanzas y dictámenes que ante ti están todos mis caminos. 171 Mis labios proclaman tu alabanza, pues tú me enseñas tus preceptos. 172 Mi lengua repita tu promesa, pues todos tus mandamientos son justicia. 174 Anhelo tu salvación, Yahveh, tu ley hace mis delicias. 175 Viva mi alma para alabarte, y ayúdenme tus juicios.
Marcos 9,38-40: 38 Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.» 39 Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. 40 Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.»
Comentario: 1.- Si 4,12-22. La sabiduría aparece personificada: es como una madre que instruye a sus hijos, una maestra que busca el bien de sus discípulos, que les sale al encuentro, que les guía disimuladamente y les revela sus secretos. Actúa como mediadora entre Dios y los creyentes. El autor del libro enumera la serie de ventajas que les vienen a los que aman la sabiduría y la consiguen: tendrán vida, gozarán del favor y de la gloria y la bendición de Dios, aprenderán a juzgar rectamente, se verán acompañados por ella todos los días, les irá instruyendo y educando. Al revés: el que desprecia la sabiduría está caminando a su propia ruina.
Al oir esta descripción de la sabiduría no podemos dejar de pensar que para nosotros, cristianos, la sabiduría de Dios nos está bien cercana y continuamente presente en Cristo Jesús, el Maestro, la Palabra viviente de Dios, que nos invita a seguirle, que nos acompaña en nuestro camino, que nos ayuda a discernir y a ver las cosas y los acontecimientos desde los ojos mismos de Dios. La Palabra de Dios que escuchamos día tras día, sobre todo en la celebración litúrgica, nos está invitando a llenar de Luz nuestra vida, a dejarnos impregnar de su esperanza y de su alegría. Si el Sirácida intentaba despertar entusiasmo por la sabiduría en el AT (quería que la amaran, la buscaran, la siguieran, la poseyeran), cuánto más nosotros, que reconocemos en Jesús a la Palabra definitiva y viviente de Dios para todos los tiempos. El que dijo: «Yo soy el camino y la verdad y la vida». Si hacemos caso a este Maestro, atesoramos su Palabra y la llevamos a nuestra vida, estamos en el camino de la verdadera felicidad. A la larga, el que edifica sobre la sabiduría de Dios, y no sobre la del mundo o el propio capricho o los gustos de moda, tendrá ocasión de decir con el salmo: «mucha paz tienen, Señor, los que aman tus leyes», porque edifica sobre roca (J. Aldazábal).
-La sabiduría exalta a sus hijos y cuida de los que la buscan. El que la ama, ama la vida. Los que la buscan desde la aurora, serán colmados de gozo. El que la posee tendrá la gloria en herencia, dondequiera que él entre, le bendecirá el Señor. Encontramos de nuevo las afirmaciones de un optimismo profundo: La sabiduría es fuente de «vida», de «gozo» y de «felicidad» ... ¿«Amo yo la vida», según la invitación de ese pasaje de la Escritura? ¿Deseo ávidamente la sabiduría, hasta el punto de «andar buscándola desde la aurora»? ¡Inestimable valor de la mañana! Un nuevo día empieza para mí, para el mundo. ¿Cómo empleo esos primeros minutos de mi jornada? ¿Son para mí un instante de plenitud y de orientación?
-Los que sirven a la Sabiduría, rinden culto al Dios santo. A los que la aman, los ama el Señor. «Servir» a la Sabiduría... «Amar» a la Sabiduría... Es todo un estilo de vida. Este arte de vivir, este humanismo no es solamente privilegio de los creyentes -porque muchos de nuestros hermanos agnósticos viven también de Sabiduría-. Ben Sirac nos repite que es un «culto al Dios Santo». ¡El Señor «les» ama! El autor de esas frases vivía en pleno mundo helenístico pagano, y sabía admirar la sabiduría de las culturas de su tiempo; pero sabía también vincularlas a su propia visión religiosa. ¿Tengo yo esa misma tendencia profunda y equilibrada, que me facilitaría a la vez: -reconocer los valores humanos vividos por tantos hombres de HOY... -y hacer patente su relación a Dios de quien esos valores emanan y a quien rinden un verdadero culto: «la gloria de Dios es el hombre vivo»? La finalidad de la «revisión de vida» es la de habituarnos a tener esa doble mirada, a la vez humana y divina.
-El que escucha la sabiduría... El que la sigue... El que a ella se confía... Al principio le llevará por recovecos, le hará sentir timidez, miedo y pavor; con su disciplina le atormentará hasta obtener su confianza... mas luego le conducirá al camino recto, le regocijará y le revelará sus secretos. Hay en todo ello una idea muy interesante: la experiencia de la «búsqueda». Ser sabio no es una posesión orgullosa y de una vez para siempre. No hay peor error que creerse definitivamente seguro de poseer la verdad. Ser sabio, es, ante todo, «aceptar el aprendizaje», es «revisar» lo que uno sabe, «permanecer abierto a los progresos» es «aceptar los límites de la propia sabiduría» ¡para continuar buscando! Ben Sirac llega hasta a hablar del «tormento» de la búsqueda. Querer comprender mejor el mundo, querer comprender mejor a Dios, no es un reposar... es una aventura. Requiere esfuerzo, una ruda «disciplina»... al final de los cuales se encuentra el gozo y el conocimiento de los «secretos del mundo».
-La sabiduría le revelará sus secretos. ¡Un secreto! Algo precioso, pero escondido, no aparente ni evidente. Hay que ir más allá de la superficialidad de las cosas hasta llegar a su núcleo más profundo. Condúcenos. Señor, hasta lo esencial. Revélanos tus secretos. Líbranos de las falsas soluciones y de las seguridades a corto término. Danos esa Sabiduría que proviene de Ti. Que nuestra luz sea tu Evangelio (Noel Quesson).
2. Salmo (119,165,168,171-172,174-175). La paz está relacionada con el amor, como cantan otros lugares: “la justicia y la paz se besan”. La ley de Dios va unida a esta paz interior, y el corazón proclama: “Anhelo tu salvación, Yahveh, tu ley hace mis delicias. Viva mi alma para alabarte, y ayúdenme tus juicios”. Es un anhelo de cielo, pero ya aquí en el día a día…
3.- Mc 9,37-39. Jesús sigue educando a los suyos. Esta vez les enseña que no tienen que ser personas celosas ni caer en la tentación del monopolio de nada. Ante la acusación de Juan de que hay un exorcista que no es del grupo, o sea, que echa demonios en nombre de Jesús, pero «no es de los nuestros», Jesús reacciona con una magnifica amplitud de miras: «No se lo impidáis... el que no está contra nosotros está a favor nuestro». Y más si, en nombre de Jesús, hace milagros. Los apóstoles pecaban muchas veces de impaciencia y de celos. Querían arrancar la cizaña del campo. Deseaban que lloviera fuego del cielo porque en un pueblo no les habían querido acoger. Jesús tenía siempre mucha más paciencia y un corazón mucho más generoso.
Es otra de las tentaciones de «los buenos»: acaparar a Dios, monopolizar sus dones y sus bienes, sentir celos de que otros hagan cosas buenas que no se les habían encomendado oficialmente. Que puedan surgir en la comunidad movimientos e ideas que no teníamos controlados. Es un caso muy parecido a lo que cuenta el libro de los Números. En aquella ocasión fue Josué, discípulo fiel de Moisés, el que se quejó a éste de que dos ancianos, Eldad y Medad, no habían acudido a la reunión constituyente del grupo de los setenta, en la que los demás recibieron el espíritu y la misión de colaboradores de Moisés, y sin embargo estaban actuando como profetas. También entonces Moisés reaccionó magnánimamente: «¿Es que estás celoso? Quién me diera que todo el pueblo profetizara porque Yahvé les daba su espíritu!» (Nm 11,29). ¿Se nos puede achacar también a nosotros que somos demasiado celosos de nuestros derechos, derechos de monopolio que tal vez nadie nos ha dado? Eso puede pasar entre sacerdotes y laicos, entre mayores y jóvenes, entre hombres y mujeres, entre miembros de una comunidad, entre la comunidad grande y los movimientos o grupos más pequeños. Aparte la misión encomendada en la Iglesia, por ejemplo, a los ministros ordenados o a los pastores responsables, ¿no exageramos a veces nuestra tendencia a acaparar la verdad o el poder o la razón?, ¿no tendríamos que dejar más espacio a la corresponsabilidad de otros y no monopolizar territorios como posesión nuestra? No somos los únicos buenos. No somos dueños del Espíritu. Deberíamos saber aceptar la parte de razón de los demás, reconocer sus valores, admitir que también otros actúan al menos tan inteligentemente como nosotros y con la misma buena voluntad, y alegrarnos de sus éxitos. Si otros han logrado expulsar demonios, ¿no debería eso llenarnos de alegría? Porque no se trata de que el bien lo hagamos nosotros, para que nos aplaudan, sino que el bien se haga, sea quien sea quien lo haga, y que este mundo se vea liberado de sus demonios y opresiones. Y aplaudir nosotros, si han sido otros los que lo han conseguido. Pablo, escribiendo desde la cárcel a los Filipenses (1,18) reconoce que hay personas que están predicando a Cristo, unas por rivalidad y otras con buena voluntad. Y él se alegra de que el mundo vaya conociendo a Cristo: «¿y qué? al fin y al cabo, por hipocresía o sinceramente, Cristo es anunciado y esto me alegra y seguirá alegrándome». Es la actitud que Cristo nos enseña hoy.
-Juan, uno de los doce, decía a Jesús. Juan, "el discípulo que Jesús amaba", como dirá de sí mismo. Entre los doce, es efectivamente uno de los que parece mejor comprender a Jesús, estar más próximo a El. ¿Qué dirá a Jesús? "Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba a los espíritus impuros, pero que no es de los nuestros y se lo hemos prohibido Decididamente, ¡cuán enzarzados se hallan todos en cuestiones de prelaciones, de envidias, de mezquindades! Jesús acaba de anunciar su Pasión en la que se hará el "último de los servidores"..., ha aconsejado a sus discípulos hacerse servidores y no buscar los primeros sitios. Y he aquí que la reacción de Juan, uno de los mejores, es una reacción de dominio, una voluntad de poder, una preocupación de conservar un monopolio; ¡quisiera guardar para él solo, acaparar para el grupo de los Doce el poder de Cristo! No juzguemos a los apóstoles, no juzguemos a nadie. Sería demasiado fácil, ya lo hemos dicho, aplicar el evangelio... a los demás. ¿Quién de nosotros no ha tenido alguna vez esos sectarismos de grupo? La capa de la solidaridad y de la defensa del bien común de nuestro medio ambiente, ¿no resulta a veces que de hecho estamos defendiendo nuestros propios intereses? ¿Quién de nosotros no ha buscado, algún que otro día, conservar ventajas adquiridas, impidiendo así que otros probaran su suerte?
-Este hombre no está con nosotros, no es de los nuestros... No forma parte de nuestro grupo. Y sin embargo.. hace el bien, ¡expulsa los demonios en tu Nombre! Esta situación es muy frecuente y muy actual en la Iglesia de hoy. Sí, la gracia de Cristo actúa más allá de las estructuras visibles de Iglesia. Hombres y mujeres, como en tiempo de Jesús, no forman parte del grupo de discípulos y no obstante actúan en nombre de Jesús.
-No se lo prohibáis. He aquí la respuesta de Jesús. -Pues ninguno que haga un milagro en mi nombre, hablará luego mal de mí. Trabajar para Cristo, actuar en el mismo sentido que actuaba Cristo, es ya una cosa buena... que permite caminar hacia un conocimiento y una palabra conformes a Cristo. No es este el único pasaje del evangelio en el que Jesús da valor a la acción. Para muchos hombres de nuestro tiempo, es también por la acción recta, por el compromiso serio según la propia conciencia... que podrá instaurarse una pedagogía de la fe que llevará al descubrimiento más explícito de Cristo.
-El que no está contra nosotros, está con nosotros. Esto va en el mismo sentido. ¡Fórmula alocadamente optimista! En lugar del espíritu estrecho y sectario de Juan, tenemos aquí una apertura total. Jesús invita a sus discípulos a confiar en el Espíritu Santo. La Iglesia actual, siguiendo a Jesús, quiere ser ampliamente abierta. El último Concilio voluntariamente renunció a hacer ninguna condena: "¡el que no está contra nosotros, está con nosotros!" ¿Creo efectivamente que Dios actúa en todas partes? ¿Y que el Espíritu no es propiedad de ningún grupo? ¿Ni de ninguna estructura? El Espíritu sopla donde quiere. ¡No se lo impidamos! (Noel Quesson). Llucià Pou Sabaté
Salmo (119,165,168,171-172,174-175). 165 Mucha es la paz de los que aman tu ley, no hay tropiezo para ellos. 168 Guardo tus ordenanzas y dictámenes que ante ti están todos mis caminos. 171 Mis labios proclaman tu alabanza, pues tú me enseñas tus preceptos. 172 Mi lengua repita tu promesa, pues todos tus mandamientos son justicia. 174 Anhelo tu salvación, Yahveh, tu ley hace mis delicias. 175 Viva mi alma para alabarte, y ayúdenme tus juicios.
Marcos 9,38-40: 38 Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.» 39 Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. 40 Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.»
Comentario: 1.- Si 4,12-22. La sabiduría aparece personificada: es como una madre que instruye a sus hijos, una maestra que busca el bien de sus discípulos, que les sale al encuentro, que les guía disimuladamente y les revela sus secretos. Actúa como mediadora entre Dios y los creyentes. El autor del libro enumera la serie de ventajas que les vienen a los que aman la sabiduría y la consiguen: tendrán vida, gozarán del favor y de la gloria y la bendición de Dios, aprenderán a juzgar rectamente, se verán acompañados por ella todos los días, les irá instruyendo y educando. Al revés: el que desprecia la sabiduría está caminando a su propia ruina.
Al oir esta descripción de la sabiduría no podemos dejar de pensar que para nosotros, cristianos, la sabiduría de Dios nos está bien cercana y continuamente presente en Cristo Jesús, el Maestro, la Palabra viviente de Dios, que nos invita a seguirle, que nos acompaña en nuestro camino, que nos ayuda a discernir y a ver las cosas y los acontecimientos desde los ojos mismos de Dios. La Palabra de Dios que escuchamos día tras día, sobre todo en la celebración litúrgica, nos está invitando a llenar de Luz nuestra vida, a dejarnos impregnar de su esperanza y de su alegría. Si el Sirácida intentaba despertar entusiasmo por la sabiduría en el AT (quería que la amaran, la buscaran, la siguieran, la poseyeran), cuánto más nosotros, que reconocemos en Jesús a la Palabra definitiva y viviente de Dios para todos los tiempos. El que dijo: «Yo soy el camino y la verdad y la vida». Si hacemos caso a este Maestro, atesoramos su Palabra y la llevamos a nuestra vida, estamos en el camino de la verdadera felicidad. A la larga, el que edifica sobre la sabiduría de Dios, y no sobre la del mundo o el propio capricho o los gustos de moda, tendrá ocasión de decir con el salmo: «mucha paz tienen, Señor, los que aman tus leyes», porque edifica sobre roca (J. Aldazábal).
-La sabiduría exalta a sus hijos y cuida de los que la buscan. El que la ama, ama la vida. Los que la buscan desde la aurora, serán colmados de gozo. El que la posee tendrá la gloria en herencia, dondequiera que él entre, le bendecirá el Señor. Encontramos de nuevo las afirmaciones de un optimismo profundo: La sabiduría es fuente de «vida», de «gozo» y de «felicidad» ... ¿«Amo yo la vida», según la invitación de ese pasaje de la Escritura? ¿Deseo ávidamente la sabiduría, hasta el punto de «andar buscándola desde la aurora»? ¡Inestimable valor de la mañana! Un nuevo día empieza para mí, para el mundo. ¿Cómo empleo esos primeros minutos de mi jornada? ¿Son para mí un instante de plenitud y de orientación?
-Los que sirven a la Sabiduría, rinden culto al Dios santo. A los que la aman, los ama el Señor. «Servir» a la Sabiduría... «Amar» a la Sabiduría... Es todo un estilo de vida. Este arte de vivir, este humanismo no es solamente privilegio de los creyentes -porque muchos de nuestros hermanos agnósticos viven también de Sabiduría-. Ben Sirac nos repite que es un «culto al Dios Santo». ¡El Señor «les» ama! El autor de esas frases vivía en pleno mundo helenístico pagano, y sabía admirar la sabiduría de las culturas de su tiempo; pero sabía también vincularlas a su propia visión religiosa. ¿Tengo yo esa misma tendencia profunda y equilibrada, que me facilitaría a la vez: -reconocer los valores humanos vividos por tantos hombres de HOY... -y hacer patente su relación a Dios de quien esos valores emanan y a quien rinden un verdadero culto: «la gloria de Dios es el hombre vivo»? La finalidad de la «revisión de vida» es la de habituarnos a tener esa doble mirada, a la vez humana y divina.
-El que escucha la sabiduría... El que la sigue... El que a ella se confía... Al principio le llevará por recovecos, le hará sentir timidez, miedo y pavor; con su disciplina le atormentará hasta obtener su confianza... mas luego le conducirá al camino recto, le regocijará y le revelará sus secretos. Hay en todo ello una idea muy interesante: la experiencia de la «búsqueda». Ser sabio no es una posesión orgullosa y de una vez para siempre. No hay peor error que creerse definitivamente seguro de poseer la verdad. Ser sabio, es, ante todo, «aceptar el aprendizaje», es «revisar» lo que uno sabe, «permanecer abierto a los progresos» es «aceptar los límites de la propia sabiduría» ¡para continuar buscando! Ben Sirac llega hasta a hablar del «tormento» de la búsqueda. Querer comprender mejor el mundo, querer comprender mejor a Dios, no es un reposar... es una aventura. Requiere esfuerzo, una ruda «disciplina»... al final de los cuales se encuentra el gozo y el conocimiento de los «secretos del mundo».
-La sabiduría le revelará sus secretos. ¡Un secreto! Algo precioso, pero escondido, no aparente ni evidente. Hay que ir más allá de la superficialidad de las cosas hasta llegar a su núcleo más profundo. Condúcenos. Señor, hasta lo esencial. Revélanos tus secretos. Líbranos de las falsas soluciones y de las seguridades a corto término. Danos esa Sabiduría que proviene de Ti. Que nuestra luz sea tu Evangelio (Noel Quesson).
2. Salmo (119,165,168,171-172,174-175). La paz está relacionada con el amor, como cantan otros lugares: “la justicia y la paz se besan”. La ley de Dios va unida a esta paz interior, y el corazón proclama: “Anhelo tu salvación, Yahveh, tu ley hace mis delicias. Viva mi alma para alabarte, y ayúdenme tus juicios”. Es un anhelo de cielo, pero ya aquí en el día a día…
3.- Mc 9,37-39. Jesús sigue educando a los suyos. Esta vez les enseña que no tienen que ser personas celosas ni caer en la tentación del monopolio de nada. Ante la acusación de Juan de que hay un exorcista que no es del grupo, o sea, que echa demonios en nombre de Jesús, pero «no es de los nuestros», Jesús reacciona con una magnifica amplitud de miras: «No se lo impidáis... el que no está contra nosotros está a favor nuestro». Y más si, en nombre de Jesús, hace milagros. Los apóstoles pecaban muchas veces de impaciencia y de celos. Querían arrancar la cizaña del campo. Deseaban que lloviera fuego del cielo porque en un pueblo no les habían querido acoger. Jesús tenía siempre mucha más paciencia y un corazón mucho más generoso.
Es otra de las tentaciones de «los buenos»: acaparar a Dios, monopolizar sus dones y sus bienes, sentir celos de que otros hagan cosas buenas que no se les habían encomendado oficialmente. Que puedan surgir en la comunidad movimientos e ideas que no teníamos controlados. Es un caso muy parecido a lo que cuenta el libro de los Números. En aquella ocasión fue Josué, discípulo fiel de Moisés, el que se quejó a éste de que dos ancianos, Eldad y Medad, no habían acudido a la reunión constituyente del grupo de los setenta, en la que los demás recibieron el espíritu y la misión de colaboradores de Moisés, y sin embargo estaban actuando como profetas. También entonces Moisés reaccionó magnánimamente: «¿Es que estás celoso? Quién me diera que todo el pueblo profetizara porque Yahvé les daba su espíritu!» (Nm 11,29). ¿Se nos puede achacar también a nosotros que somos demasiado celosos de nuestros derechos, derechos de monopolio que tal vez nadie nos ha dado? Eso puede pasar entre sacerdotes y laicos, entre mayores y jóvenes, entre hombres y mujeres, entre miembros de una comunidad, entre la comunidad grande y los movimientos o grupos más pequeños. Aparte la misión encomendada en la Iglesia, por ejemplo, a los ministros ordenados o a los pastores responsables, ¿no exageramos a veces nuestra tendencia a acaparar la verdad o el poder o la razón?, ¿no tendríamos que dejar más espacio a la corresponsabilidad de otros y no monopolizar territorios como posesión nuestra? No somos los únicos buenos. No somos dueños del Espíritu. Deberíamos saber aceptar la parte de razón de los demás, reconocer sus valores, admitir que también otros actúan al menos tan inteligentemente como nosotros y con la misma buena voluntad, y alegrarnos de sus éxitos. Si otros han logrado expulsar demonios, ¿no debería eso llenarnos de alegría? Porque no se trata de que el bien lo hagamos nosotros, para que nos aplaudan, sino que el bien se haga, sea quien sea quien lo haga, y que este mundo se vea liberado de sus demonios y opresiones. Y aplaudir nosotros, si han sido otros los que lo han conseguido. Pablo, escribiendo desde la cárcel a los Filipenses (1,18) reconoce que hay personas que están predicando a Cristo, unas por rivalidad y otras con buena voluntad. Y él se alegra de que el mundo vaya conociendo a Cristo: «¿y qué? al fin y al cabo, por hipocresía o sinceramente, Cristo es anunciado y esto me alegra y seguirá alegrándome». Es la actitud que Cristo nos enseña hoy.
-Juan, uno de los doce, decía a Jesús. Juan, "el discípulo que Jesús amaba", como dirá de sí mismo. Entre los doce, es efectivamente uno de los que parece mejor comprender a Jesús, estar más próximo a El. ¿Qué dirá a Jesús? "Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba a los espíritus impuros, pero que no es de los nuestros y se lo hemos prohibido Decididamente, ¡cuán enzarzados se hallan todos en cuestiones de prelaciones, de envidias, de mezquindades! Jesús acaba de anunciar su Pasión en la que se hará el "último de los servidores"..., ha aconsejado a sus discípulos hacerse servidores y no buscar los primeros sitios. Y he aquí que la reacción de Juan, uno de los mejores, es una reacción de dominio, una voluntad de poder, una preocupación de conservar un monopolio; ¡quisiera guardar para él solo, acaparar para el grupo de los Doce el poder de Cristo! No juzguemos a los apóstoles, no juzguemos a nadie. Sería demasiado fácil, ya lo hemos dicho, aplicar el evangelio... a los demás. ¿Quién de nosotros no ha tenido alguna vez esos sectarismos de grupo? La capa de la solidaridad y de la defensa del bien común de nuestro medio ambiente, ¿no resulta a veces que de hecho estamos defendiendo nuestros propios intereses? ¿Quién de nosotros no ha buscado, algún que otro día, conservar ventajas adquiridas, impidiendo así que otros probaran su suerte?
-Este hombre no está con nosotros, no es de los nuestros... No forma parte de nuestro grupo. Y sin embargo.. hace el bien, ¡expulsa los demonios en tu Nombre! Esta situación es muy frecuente y muy actual en la Iglesia de hoy. Sí, la gracia de Cristo actúa más allá de las estructuras visibles de Iglesia. Hombres y mujeres, como en tiempo de Jesús, no forman parte del grupo de discípulos y no obstante actúan en nombre de Jesús.
-No se lo prohibáis. He aquí la respuesta de Jesús. -Pues ninguno que haga un milagro en mi nombre, hablará luego mal de mí. Trabajar para Cristo, actuar en el mismo sentido que actuaba Cristo, es ya una cosa buena... que permite caminar hacia un conocimiento y una palabra conformes a Cristo. No es este el único pasaje del evangelio en el que Jesús da valor a la acción. Para muchos hombres de nuestro tiempo, es también por la acción recta, por el compromiso serio según la propia conciencia... que podrá instaurarse una pedagogía de la fe que llevará al descubrimiento más explícito de Cristo.
-El que no está contra nosotros, está con nosotros. Esto va en el mismo sentido. ¡Fórmula alocadamente optimista! En lugar del espíritu estrecho y sectario de Juan, tenemos aquí una apertura total. Jesús invita a sus discípulos a confiar en el Espíritu Santo. La Iglesia actual, siguiendo a Jesús, quiere ser ampliamente abierta. El último Concilio voluntariamente renunció a hacer ninguna condena: "¡el que no está contra nosotros, está con nosotros!" ¿Creo efectivamente que Dios actúa en todas partes? ¿Y que el Espíritu no es propiedad de ningún grupo? ¿Ni de ninguna estructura? El Espíritu sopla donde quiere. ¡No se lo impidamos! (Noel Quesson). Llucià Pou Sabaté
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Todo lo bueno viene de jesús
miércoles, 23 de febrero de 2011
La Cátedra de San Pedro, apóstol
1 Pedro 5,1-4.
1 A los ancianos que están entre vosotros les exhorto yo, anciano como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse. 2 Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; 3 no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey. 4 Y cuando aparezca el Mayoral, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.
Salmo 23,1-6 1
De David. Yahveh es mi pastor, nada me falta. 2 Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce, 3 y conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre. 4 Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan. 5 Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios; unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa. 6 Sí, dicha y gracia me acompañarán todos los días de mi vida; mi morada será la casa de Yahveh a lo largo de los días
Evangelio: (Mt 16,13-19):
En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Comentario: 1. Benedicto XVI explicaba así la fiesta: “La liturgia latina celebra hoy la fiesta de la cátedra del San Pedro. Se trata de una tradición muy antigua, testimoniada en Roma desde finales del siglo IV, con la que se da gracias a Dios por la misión confiada al apóstol Pedro y a sus sucesores. La «cátedra», literalmente, quiere decir la sede fija del obispo, colocada en la iglesia madre de una diócesis, que por este motivo es llamada «catedral», y es el símbolo de la autoridad del obispo y, en particular, de su «magisterio», es decir, de la enseñanza evangélica que él, en cuanto sucesor de los apóstoles, está llamado a custodiar y transmitir a la comunidad cristiana. Cuando el obispo toma posesión de la Iglesia particular que le ha sido confiada, con la mitra y el báculo, se sienta en su cátedra. Desde esa sede guiará, como maestro y pastor, el camino de los fieles, en la fe, en la esperanza y en la caridad.
¿Cuál fue, entonces, la «cátedra» de san Pedro? Él, escogido por Cristo como «roca» sobre la cual edificar la Iglesia (Cf. Mateo 16,18), comenzó su ministerio en Jerusalén, después de la Ascensión del Señor y de Pentecostés. La primera «sede» de la Iglesia fue el Cenáculo, y es probable que en aquella sala, donde también María, la Madre de Jesús, rezó junto a los discípulos, se reservara un puesto especial a Simón Pedro. Sucesivamente, la sede de Pedro fue Antioquía, ciudad situada en el río Oronte, en Siria, hoy en Turquía, en aquellos tiempos la tercera ciudad del imperio romano después de Roma y de Alejandría de Egipto. De aquella ciudad, evangelizada por Bernabé y Pablo, en la que «por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de "cristianos"» (Hechos 11, 26), Pedro fue el primer obispo. De hecho, el Martirologio Romano, antes de la reforma del calendario, preveía también una celebración específica de la Cátedra de Pedro en Antioquía. Desde allí la Providencia llevó a Pedro a Roma. Por tanto, nos encontramos con el camino que va de Jerusalén, Iglesia naciente, a Antioquía, primer centro de la Iglesia, que agrupaba a paganos, y todavía unida también a la Iglesia proveniente de los judíos. Después, Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio, símbolo del «Orbis» -la «Urbs» que expresa el «Orbis», la tierra- donde concluyó con el martirio su carrera al servicio del Evangelio. Por este motivo, la sede de Roma, que había recibido el mayor honor, recibió también la tarea confiada por Cristo a Pedro de estar al servicio de todas las Iglesias particulares para la edificación y la unidad de todo el Pueblo de Dios.
La sede de Roma, después de estas migraciones de san Pedro, fue reconocida como la del sucesor de Pedro, y la «cátedra» de su obispo representó la del apóstol encargado por Cristo de apacentar a todo su rebaño. Lo atestiguan los más antiguos Padres de la Iglesia, como por ejemplo, san Ireneo, obispo de Lyón, pero que era originario de Asia Menor, quien en su tratado «Contra las herejías» describe a la Iglesia de Roma como la «más grande y más antigua conocida por todos;… fundada y constituida en Roma por los dos gloriosos apóstoles Pedro y Pablo» y añade: «Con esta Iglesia, por su eximia superioridad, debe estar en acuerdo la Iglesia universal, es decir, los fieles que están por doquier» (III, 3, 2-3). Poco después, Tertuliano, por su parte, afirma: «¡Esta Iglesia de Roma es bienaventurada! Los apóstoles le derramaron, con su sangre, toda la doctrina». La cátedra del obispo de Roma representa, por tanto, no sólo su servicio a la comunidad romana, sino también su misión de guía de todo el Pueblo de Dios.
Celebrar la «cátedra» de Pedro, como hoy lo hacemos, significa, por tanto, atribuir a ésta un fuerte significado espiritual y reconocer en ella un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que quiere reunir a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la salvación. Entre los numerosos testimonios de los Padres, quisiera ofrecer el de san Jerónimo, tomado de una carta suya escrita al obispo de Roma, particularmente interesante porque menciona explícitamente la «cátedra» de Pedro, presentándola como puerto seguro de verdad y de paz. Así escribe Jerónimo: «He decidido consultar a la cátedra de Pedro, donde se encuentra esa fe que la boca de un apóstol ha ensalzado; vengo ahora a pedir alimento para mi alma allí, donde recibí el vestido de Cristo. No sigo otro primado sino el de Cristo; por esto me pongo en comunión con tu beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia» («Las cartas» I, 15,1-2).
Queridos hermanos y hermanas, en el ábside de la basílica de san Pedro, como sabéis, se encuentra el monumento a la cátedra del apóstol, obra de Bernini en su madurez, realizada en forma de gran trono de bronce, sostenida por las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia, dos de occidente, san Agustín y san Ambrosio, y dos de oriente, san Juan Crisóstomo y san Atanasio. Os invito a deteneros ante esta obra sugerente, que hoy es posible admirar, adornada con velas, y a rezar particularmente por el ministerio que Dios me ha confiado. Al elevar la mirada ante el vitral de alabastro que se encuentra precisamente ante la cátedra, invocad al Espíritu Santo para que sostenga siempre con su luz y su fuerza mi servicio cotidiano a toda la Iglesia. Por esto y por vuestra deferente atención, os doy las gracias de corazón”.
2. El salmo está dedicado a Cristo, el buen pastor, que nos guía a lo largo de la vida, hasta el cielo. En cuatro estrofas saboreamos los buenos momentos de la infancia, los malos del dolor y sufrimiento también acompañados del Señor, la prenda de cielo que es la Misa en la tercera estrofa, y por fin el cielo para siempre en la final. Pero hoy lo dedicamos al Papa, y seguimos con sus palabras: “expresa la misión que Cristo le confió a él y a sus sucesores: apacentar su rebaño con la predicación del Evangelio. Después del Cenáculo de Jerusalén y de Antioquía, Pedro se estableció en Roma, donde culminó su vida con el martirio. Por esto, la sede de Roma no está sólo al servicio de la comunidad romana, sino también de las demás Iglesias. Así lo afirma el Padre de la Iglesia San Jerónimo: «Yo no sigo más primado que el de Cristo; por eso estoy en comunión con tu beatitud, esto es, con la cátedra de Pedro. Yo sé que sobre esta piedra ha sido edificada la Iglesia».
Esta celebración de hoy significa reconocer un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno, que quiere reunir a su Iglesia y guiarla a la salvación. Por esto, os invito a rezar de modo particular por el ministerio que Dios me ha confiado, pidiendo al Espíritu Santo que, con su luz y su fuerza, me sostenga en el servicio cotidiano a toda la Iglesia”.
3. Recuerdo que tal día como hoy pude celebrar Misa en el altar de S. Pedro, con su sacra tumba, fue un día de mi época romana, cuando un amigo sacerdote alemán, entonces seminarista, me invitó a acompañarle en su visita a las siete basílicas romanas, comenzando por la celebración de la Misa en la tumba de San Pedro, en el altar de debajo del altar mayor que se le llama también "altar de la confesión" por estar encima del lugar conocido como "Confesión de San Pedro", lugar donde está enterrado el Apóstol y encima del cual está el altar donde tuvimos la Misa. (Se llama al lugar “de confesión” de S. Pedro pues en ese lugar sufrió martirio, "confesando" su fe. En el ábside un enorme trono de bronce representa "la Cátedra de Pedro", relicario que contiene restos de una silla antigua que tiene el símbolo de ser la de San Pedro aunque quizá la tradición arranca de época de Constantino). Nos dice la liturgia que se llama cathedra (de καθεδρα, sedes) la silla eminente reservada al obispo cuando preside la asamblea. Sabemos que las cátedras usadas por los apóstoles y por los primeros obispos eran conservadas celosamente en las iglesias, y por una fácil deducción habían llegado a ser símbolo perenne de una autoridad y de un magisterio superior. “Percurre ecclesias apostólicas — decía ya Tertuliano — apad quas ipsae avhuc cathedrae apostolorum sais locis praesident”. En Roma, en efecto, la cátedra de San Pedro fue en seguida objeto de culto litúrgico dirigido a su suprema paternidad espiritual. Un objeto que desde final del siglo II se presenta frecuentemente en el arte cristiano es el Cristo sentado en la cátedra, como Maestro que enseña a los apóstoles, colocados alrededor de él; más aún, más tarde la sola cátedra, vacía o coronada por una cruz, se convierte en el símbolo de la divinidad.
En ese día, que celebramos la Cátedra de san Pedro, la Misa tenía ahí un sabor particular, recuerda que «es escogido sólo Pedro para ser antepuesto a la vocación de todas las naciones, a todos los Apóstoles y a todos los padres de la Iglesia» (San León Magno).
2. Pero seguiremos el comentario de Benedicto XVI al Evangelio de hoy que muestra la confesión de Pedro y la proclamación de su “cátedra” por parte de Jesús, es decir de su magisterio como primado. “En los tres Evangelios sinópticos, aparece como un hito importante en el camino de Jesús el momento en que pregunta a los discípulos acerca de lo que la gente dice y lo que ellos mismos piensan de Él (cf. Mc 8, 27-30; Mt 16, 13-20; Lc 9, 18-21). En los tres Evangelios Pedro contesta en nombre de los Doce con una declaración que se aleja claramente de la opinión de la «gente». En los tres Evangelios, Jesús anuncia inmediatamente después su pasión y resurrección, y añade a este anuncio de su destino personal una enseñanza sobre el camino de los discípulos, que es un seguirle a Él, al Crucificado. Pero en los tres Evangelios, este seguirle en el signo de la cruz se explica también de un modo esencialmente antropológico, como el camino del «perderse a sí mismo», que es necesario para el hombre y sin el cual le resulta imposible encontrarse a sí mismo (cf. Mc 8, 31-9.1; Mt 16, 21-28; Lc 9, 22-27). Y, finalmente, en los tres Evangelios sigue el relato de la transfiguración de Jesús, que explica de nuevo la confesión de Pedro profundizándola y poniéndola al mismo tiempo en relación con el misterio de la muerte y resurrección de Jesús (cf. Mc 9,2-13; Mt 17, 1-13; Le 9, 28-36).
Sólo en Mateo aparece, inmediatamente después de la confesión de Pedro, la concesión del poder de las llaves del reino —el poder de atar y desatar— unida a la promesa de que Jesús edificará sobre él —Pedro— su Iglesia como sobre una piedra. Relatos de contenido paralelo a este encargo y a esta promesa se encuentran también en Lucas 22,3ls, en el contexto de la Ultima Cena, y en Juan 21, 15-19, después de la resurrección de Jesús.
Por lo demás, en Juan se encuentra también una confesión de Pedro que se coloca igualmente en un hito importante del camino de Jesús, y que sólo entonces le da al círculo de los Doce toda su importancia y su fisonomía (cf. Jn 6, 68s). Al tratar la confesión de Pedro según los sinópticos tendremos que considerar también este texto que, a pesar de todas las diferencias, muestra elementos fundamentales comunes con la tradición sinóptica”.
Estas explicaciones quieren dejar claro que la confesión de Pedro sólo se puede entender correctamente en “el contexto en que aparece, en relación con el anuncio de la pasión y las palabras sobre el seguimiento: estos tres elementos —las palabras de Pedro y la doble respuesta de Jesús— van indisolublemente unidos. Para comprender dicha confesión es igualmente indispensable tener en cuenta la confirmación por parte del Padre mismo, y a través de la Ley y los Profetas, después de la escena de la transfiguración”. Al comentar las escenas de los otros Evangelistas se explicará con más detalle. Este gran entramado de sucesos y palabras, en Mateo y Marcos se sitúan en el escenario de Cesárea de Felipe (hoy Banyás), el santuario de Pan erigido por Herodes el Grande junto a las fuentes del Jordán. “La tradición ha ambientado la escena en un lugar en el que un empinado risco sobre las aguas del Jordán simboliza de forma sugestiva las palabras acerca de la roca.
La doble pregunta de Jesús sobre la opinión de la gente y la convicción de los discípulos “presupone que existe, por un lado, un conocimiento exterior de Jesús que no es necesariamente equivocado aunque resulta ciertamente insuficiente, y por otro lado, frente a él, un conocimiento más profundo vinculado al discipulado, al acompañar en el camino, y que sólo puede crecer en él. Los tres sinópticos coinciden en afirmar que, según la gente, Jesús era Juan el Bautista, o Elías o uno de los profetas que había resucitado; Lucas había contado con anterioridad que Herodes había oído tales interpretaciones sobre la persona y la actividad de Jesús, sintiendo por eso deseos de verlo. Mateo añade como variante la idea manifestada por algunos de que Jesús era Jeremías. Todas estas opiniones tienen algo en común: sitúan a Jesús en la categoría de los profetas, una categoría que estaba disponible como clave interpretativa a partir de la tradición de Israel. En todos los nombres que se mencionan para explicar la figura de Jesús se refleja de algún modo la dimensión escatológica, la expectativa de un cambio que puede ir acompañada tanto de esperanza como de temor. Mientras Elías personifica más bien la esperanza en la restauración de Israel, Jeremías es una figura de pasión, el que anuncia el fracaso de la forma de la Alianza hasta entonces vigente y del santuario, y que era, por así decirlo, la garantía concreta de la Alianza; no obstante, es también portador de la promesa de una Nueva Alianza que surgirá después de la caída. Jeremías, en su padecimiento, en su desaparición en la oscuridad de la contradicción, es portador vivo de ese doble destino de caída y de renovación”.
Estas “aproximaciones” al misterio de Jesús son también camino hacia el núcleo esencial, pero no llegan a la naturaleza de Jesús ni a su novedad. “Se aproximan a él desde el pasado, o desde lo que generalmente ocurre y es posible; no desde sí mismo, no desde su ser único, que impide el que se le pueda incluir en cualquier otra categoría. En este sentido, también hoy existe evidentemente la opinión de la «gente», que ha conocido a Cristo de algún modo, que quizás hasta lo ha estudiado científicamente, pero que no lo ha encontrado personalmente en su especificidad ni en su total alteridad. Karl Jaspers ha considerado a Jesús como una de las cuatro personas determinantes, junto a Sócrates, Buda y Confucio, reconociéndole así una importancia fundamental en la búsqueda del modo recto de ser hombres; pero de esa manera resulta que Jesús es uno entre tantos, dentro de una categoría común a partir de la cual se les puede explicar, pero también delimitar”.
Hoy se considera a Jesús como uno de los grandes fundadores de una religión en el mundo, con una gran experiencia de Dios: «experiencia» hace referencia a un contacto real con lo divino, “pero al mismo tiempo comporta la limitación del sujeto que la recibe”. Esto va bien para nosotros, pero no para la “experiencia” de Jesús. Nosotros captamos sólo fragmentos de la verdad, la realidad es perceptible, y la interpretamos según lo que vemos. Siempre tenemos algo relativo, que deberá ser sucesivamente completado con otros fragmentos percibidos por otros. Pero ¿Jesús es sólo esto?
La confesión de fe de Pedro adquiere aquí una relevancia particular. “¿Cómo se expresa? En cada uno de los tres sinópticos está formulado de manera distinta, y de manera aún más diversa en Juan”. Según Marcos, Pedro le dice simplemente a Jesús: «Tú eres [el Cristo] el Mesías» (8, 29). Según Lucas, Pedro lo llama «el Cristo [el Ungido] de Dios» (9,20) y, según Mateo, dice: «Tú eres Cristo [el Mesías], el Hijo de Dios vivo» (16,16). Finalmente, en Juan la confesión de Pedro reza así: «Tú eres el Santo de Dios» (6, 69). “Puede surgir la tentación de elaborar una historia de la evolución de la confesión de fe cristiana a partir de estas diferentes versiones. Sin duda, la diversidad de los textos refleja también un proceso de desarrollo en el que poco a poco se clarifica plenamente lo que al principio, en los primeros intentos, como a tientas, se indicaba de un modo todavía vago”. Es una confesión ligada a lo que recibirá de Jesús: “Este encargo especial de Pedro aparece no sólo en Mateo, sino —de un modo diferente, aunque análogo en lo sustancial— también en Lucas y Juan, e incluso en Pablo mismo. Precisamente en la apasionada apología de la Carta a los Gálatas se presupone muy claramente el encargo especial de Pedro; este primado está documentado realmente mediante la tradición en toda su amplitud y en todos sus más diversos filones”.
3. Vamos a la confesión que Pedro hace de Cristo. “La investigación habla, en relación con el cristianismo de los orígenes, de dos tipos de fórmulas de confesión: la «sustantiva» y la «verbal»; para entenderlo mejor podríamos hablar de tipos de confesión de orientación «ontológica» y otros orientados a la historia de la salvación. Las tres formas de la confesión de Pedro que nos transmiten los sinópticos son «sustantivas»: Tú eres el Cristo; el Cristo de Dios; el Cristo, el Hijo del Dios vivo. El Señor pone siempre al lado de estas afirmaciones sustantivas la confesión «verbal»: el anuncio anticipado del misterio pascual de cruz y resurrección. Ambos tipos de confesión van unidos, y cada uno queda incompleto y en el fondo incomprensible sin el otro. Sin la historia concreta de la salvación, los títulos resultan ambiguos: no sólo la palabra «Mesías», sino también la expresión «Hijo del Dios vivo». También este título se puede entender como totalmente opuesto al misterio de la cruz. Y viceversa, la mera afirmación de lo que ha ocurrido en la historia de la salvación queda sin su profunda esencia, si no queda claro que Aquel que allí ha sufrido es el Hijo del Dios vivo, es igual a Dios (cf. Flp 2, 6), pero que se despojó a sí mismo y tomó la condición de siervo rebajándose hasta la muerte, y una muerte de cruz (cf. Flp 2, 7s). En este sentido, sólo la estrecha relación de la confesión de Pedro y de las enseñanzas de Jesús a los discípulos nos ofrece la totalidad y lo esencial de la fe cristiana. Por eso, también los grandes símbolos de fe de la Iglesia han unido siempre entre sí estos dos elementos.
Y sabemos que los cristianos —en posesión de la confesión justa— tienen que ser instruidos continuamente, a lo largo de los siglos, y también hoy, por el Señor, para que sean conscientes de que su camino a lo largo de todas las generaciones no es el camino de la gloria y el poder terrenales, sino el camino de la cruz. Sabemos y vemos que, también hoy, los cristianos —nosotros mismos—llevan aparte al Señor para decirle: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte» (Mi 16,22). Y como dudamos de que Dios lo quiera impedir, tratamos de evitarlo nosotros mismos con todas nuestras artes. Y así, el Señor tiene que decirnos siempre de nuevo también a nosotros: «¡Quítate de mi vista, Satanás!» (Mc 8, 33). En este sentido, toda la escena muestra una inquietante actualidad. Ya que, en definitiva, seguimos pensando según «la carne y la sangre» y no según la revelación que podemos recibir en la fe”. El nombre y la misión siempre van unidos, tanto en Jesús “el Hijo-que salva” expresado en las dos cosas unidas: “Jesús-Cristo” y también en nosotros la condición de “hijo de Dios-corredentor” no se pueden separar.
Los títulos de Cristo que se encuentran en las confesiones se comprenden mejor “dentro del conjunto de cada uno de los Evangelios y de su particular forma de tradición”: “los tres textos juntos manifiestan la singular pertenencia del «Ungido» a Dios”. La reacción de Pedro y los demás, y los elementos de estos textos, ha de ponerse en relación con los episodios de la pesca milagrosa (narrado por Lucas) y Pedro que camina encima de las aguas. Ahí aparecen confesiones de Pedro que encuadran la de hoy, y también otro aspecto: “En Jesús, los discípulos sintieron muchas veces y de distintas formas la presencia misma del Dios vivo”. Para ahondar en la confesión de Pedro recordemos la que hizo cuando la desbandada del discurso eucarístico de Cafarnaúm (de Jn 6), y situar su exclamación “a quién iremos… tú eres el santo de Dios”. Esta versión de la confesión de Pedro se ha de poner en relación con el contexto de la Última Cena, pues se perfila el misterio sacerdotal de Jesús: “en el Salmo 106,16 se llama a Aarón «el santo de Dios». El título remite retrospectivamente al discurso eucarístico y, con ello, se proyecta hacia el misterio de la cruz de Jesús”; Pedro, como en la pesca ante la cercanía del Santo siente la miseria de su condición de pecador... “Así pues, nos encontramos absolutamente en el contexto de la experiencia de Jesús que tuvieron los discípulos”, y que se aprecia en muchos momentos de su camino de comunión con Jesús. Las confesiones de los discípulos, teniendo presente todo este mosaico de textos, nos hacen ver algo: “los discípulos reconocen que Jesús no tiene cabida en ninguna de las categorías habituales, que El era mucho más que «uno de los profetas», alguien diferente. Que era más que uno de los profetas lo reconocieron a partir del Sermón de la Montaña y a la vista de sus acciones portentosas, de su potestad para perdonar los pecados, de la autoridad de su mensaje y de su modo de tratar las tradiciones de la Ley. Era ese «profeta» que, al igual que Moisés, hablaba con Dios como con un amigo, cara a cara; era el Mesías, pero no en el sentido de un simple encargado de Dios.
En Él se cumplían las grandes palabras mesiánicas de un modo sorprendente e inesperado: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy» (Sal2, 7). En los momentos significativos, los discípulos percibían atónitos: «Éste es Dios mismo». Pero no conseguían articular todos los aspectos en una respuesta perfecta.
Utilizaron —justamente— las palabras de promesa de la Antigua Alianza: Cristo, Ungido, Hijo de Dios, Señor. Son las palabras clave en las que se concentró su confesión que, sin embargo, estaba todavía en fase de búsqueda, como a tientas. Sólo adquirió su forma completa en el momento en el que Tomás tocó las heridas del Resucitado y exclamó conmovido: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). Pero, en definitiva, siempre estaremos intentando comprender estas palabras. Son tan sublimes que nunca conseguiremos entenderlas del todo, siempre nos sobrepasarán. Durante toda su historia, la Iglesia está siempre en peregrinación intentando penetrar en estas palabras, que sólo se nos pueden hacer comprensibles en el contacto con las heridas de Jesús y en el encuentro con su resurrección, convirtiéndose después para nosotros en una misión”. Llucià Pou Sabaté
1 A los ancianos que están entre vosotros les exhorto yo, anciano como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse. 2 Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; 3 no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey. 4 Y cuando aparezca el Mayoral, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.
Salmo 23,1-6 1
De David. Yahveh es mi pastor, nada me falta. 2 Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce, 3 y conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre. 4 Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan. 5 Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios; unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa. 6 Sí, dicha y gracia me acompañarán todos los días de mi vida; mi morada será la casa de Yahveh a lo largo de los días
Evangelio: (Mt 16,13-19):
En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Comentario: 1. Benedicto XVI explicaba así la fiesta: “La liturgia latina celebra hoy la fiesta de la cátedra del San Pedro. Se trata de una tradición muy antigua, testimoniada en Roma desde finales del siglo IV, con la que se da gracias a Dios por la misión confiada al apóstol Pedro y a sus sucesores. La «cátedra», literalmente, quiere decir la sede fija del obispo, colocada en la iglesia madre de una diócesis, que por este motivo es llamada «catedral», y es el símbolo de la autoridad del obispo y, en particular, de su «magisterio», es decir, de la enseñanza evangélica que él, en cuanto sucesor de los apóstoles, está llamado a custodiar y transmitir a la comunidad cristiana. Cuando el obispo toma posesión de la Iglesia particular que le ha sido confiada, con la mitra y el báculo, se sienta en su cátedra. Desde esa sede guiará, como maestro y pastor, el camino de los fieles, en la fe, en la esperanza y en la caridad.
¿Cuál fue, entonces, la «cátedra» de san Pedro? Él, escogido por Cristo como «roca» sobre la cual edificar la Iglesia (Cf. Mateo 16,18), comenzó su ministerio en Jerusalén, después de la Ascensión del Señor y de Pentecostés. La primera «sede» de la Iglesia fue el Cenáculo, y es probable que en aquella sala, donde también María, la Madre de Jesús, rezó junto a los discípulos, se reservara un puesto especial a Simón Pedro. Sucesivamente, la sede de Pedro fue Antioquía, ciudad situada en el río Oronte, en Siria, hoy en Turquía, en aquellos tiempos la tercera ciudad del imperio romano después de Roma y de Alejandría de Egipto. De aquella ciudad, evangelizada por Bernabé y Pablo, en la que «por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de "cristianos"» (Hechos 11, 26), Pedro fue el primer obispo. De hecho, el Martirologio Romano, antes de la reforma del calendario, preveía también una celebración específica de la Cátedra de Pedro en Antioquía. Desde allí la Providencia llevó a Pedro a Roma. Por tanto, nos encontramos con el camino que va de Jerusalén, Iglesia naciente, a Antioquía, primer centro de la Iglesia, que agrupaba a paganos, y todavía unida también a la Iglesia proveniente de los judíos. Después, Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio, símbolo del «Orbis» -la «Urbs» que expresa el «Orbis», la tierra- donde concluyó con el martirio su carrera al servicio del Evangelio. Por este motivo, la sede de Roma, que había recibido el mayor honor, recibió también la tarea confiada por Cristo a Pedro de estar al servicio de todas las Iglesias particulares para la edificación y la unidad de todo el Pueblo de Dios.
La sede de Roma, después de estas migraciones de san Pedro, fue reconocida como la del sucesor de Pedro, y la «cátedra» de su obispo representó la del apóstol encargado por Cristo de apacentar a todo su rebaño. Lo atestiguan los más antiguos Padres de la Iglesia, como por ejemplo, san Ireneo, obispo de Lyón, pero que era originario de Asia Menor, quien en su tratado «Contra las herejías» describe a la Iglesia de Roma como la «más grande y más antigua conocida por todos;… fundada y constituida en Roma por los dos gloriosos apóstoles Pedro y Pablo» y añade: «Con esta Iglesia, por su eximia superioridad, debe estar en acuerdo la Iglesia universal, es decir, los fieles que están por doquier» (III, 3, 2-3). Poco después, Tertuliano, por su parte, afirma: «¡Esta Iglesia de Roma es bienaventurada! Los apóstoles le derramaron, con su sangre, toda la doctrina». La cátedra del obispo de Roma representa, por tanto, no sólo su servicio a la comunidad romana, sino también su misión de guía de todo el Pueblo de Dios.
Celebrar la «cátedra» de Pedro, como hoy lo hacemos, significa, por tanto, atribuir a ésta un fuerte significado espiritual y reconocer en ella un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que quiere reunir a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la salvación. Entre los numerosos testimonios de los Padres, quisiera ofrecer el de san Jerónimo, tomado de una carta suya escrita al obispo de Roma, particularmente interesante porque menciona explícitamente la «cátedra» de Pedro, presentándola como puerto seguro de verdad y de paz. Así escribe Jerónimo: «He decidido consultar a la cátedra de Pedro, donde se encuentra esa fe que la boca de un apóstol ha ensalzado; vengo ahora a pedir alimento para mi alma allí, donde recibí el vestido de Cristo. No sigo otro primado sino el de Cristo; por esto me pongo en comunión con tu beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia» («Las cartas» I, 15,1-2).
Queridos hermanos y hermanas, en el ábside de la basílica de san Pedro, como sabéis, se encuentra el monumento a la cátedra del apóstol, obra de Bernini en su madurez, realizada en forma de gran trono de bronce, sostenida por las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia, dos de occidente, san Agustín y san Ambrosio, y dos de oriente, san Juan Crisóstomo y san Atanasio. Os invito a deteneros ante esta obra sugerente, que hoy es posible admirar, adornada con velas, y a rezar particularmente por el ministerio que Dios me ha confiado. Al elevar la mirada ante el vitral de alabastro que se encuentra precisamente ante la cátedra, invocad al Espíritu Santo para que sostenga siempre con su luz y su fuerza mi servicio cotidiano a toda la Iglesia. Por esto y por vuestra deferente atención, os doy las gracias de corazón”.
2. El salmo está dedicado a Cristo, el buen pastor, que nos guía a lo largo de la vida, hasta el cielo. En cuatro estrofas saboreamos los buenos momentos de la infancia, los malos del dolor y sufrimiento también acompañados del Señor, la prenda de cielo que es la Misa en la tercera estrofa, y por fin el cielo para siempre en la final. Pero hoy lo dedicamos al Papa, y seguimos con sus palabras: “expresa la misión que Cristo le confió a él y a sus sucesores: apacentar su rebaño con la predicación del Evangelio. Después del Cenáculo de Jerusalén y de Antioquía, Pedro se estableció en Roma, donde culminó su vida con el martirio. Por esto, la sede de Roma no está sólo al servicio de la comunidad romana, sino también de las demás Iglesias. Así lo afirma el Padre de la Iglesia San Jerónimo: «Yo no sigo más primado que el de Cristo; por eso estoy en comunión con tu beatitud, esto es, con la cátedra de Pedro. Yo sé que sobre esta piedra ha sido edificada la Iglesia».
Esta celebración de hoy significa reconocer un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno, que quiere reunir a su Iglesia y guiarla a la salvación. Por esto, os invito a rezar de modo particular por el ministerio que Dios me ha confiado, pidiendo al Espíritu Santo que, con su luz y su fuerza, me sostenga en el servicio cotidiano a toda la Iglesia”.
3. Recuerdo que tal día como hoy pude celebrar Misa en el altar de S. Pedro, con su sacra tumba, fue un día de mi época romana, cuando un amigo sacerdote alemán, entonces seminarista, me invitó a acompañarle en su visita a las siete basílicas romanas, comenzando por la celebración de la Misa en la tumba de San Pedro, en el altar de debajo del altar mayor que se le llama también "altar de la confesión" por estar encima del lugar conocido como "Confesión de San Pedro", lugar donde está enterrado el Apóstol y encima del cual está el altar donde tuvimos la Misa. (Se llama al lugar “de confesión” de S. Pedro pues en ese lugar sufrió martirio, "confesando" su fe. En el ábside un enorme trono de bronce representa "la Cátedra de Pedro", relicario que contiene restos de una silla antigua que tiene el símbolo de ser la de San Pedro aunque quizá la tradición arranca de época de Constantino). Nos dice la liturgia que se llama cathedra (de καθεδρα, sedes) la silla eminente reservada al obispo cuando preside la asamblea. Sabemos que las cátedras usadas por los apóstoles y por los primeros obispos eran conservadas celosamente en las iglesias, y por una fácil deducción habían llegado a ser símbolo perenne de una autoridad y de un magisterio superior. “Percurre ecclesias apostólicas — decía ya Tertuliano — apad quas ipsae avhuc cathedrae apostolorum sais locis praesident”. En Roma, en efecto, la cátedra de San Pedro fue en seguida objeto de culto litúrgico dirigido a su suprema paternidad espiritual. Un objeto que desde final del siglo II se presenta frecuentemente en el arte cristiano es el Cristo sentado en la cátedra, como Maestro que enseña a los apóstoles, colocados alrededor de él; más aún, más tarde la sola cátedra, vacía o coronada por una cruz, se convierte en el símbolo de la divinidad.
En ese día, que celebramos la Cátedra de san Pedro, la Misa tenía ahí un sabor particular, recuerda que «es escogido sólo Pedro para ser antepuesto a la vocación de todas las naciones, a todos los Apóstoles y a todos los padres de la Iglesia» (San León Magno).
2. Pero seguiremos el comentario de Benedicto XVI al Evangelio de hoy que muestra la confesión de Pedro y la proclamación de su “cátedra” por parte de Jesús, es decir de su magisterio como primado. “En los tres Evangelios sinópticos, aparece como un hito importante en el camino de Jesús el momento en que pregunta a los discípulos acerca de lo que la gente dice y lo que ellos mismos piensan de Él (cf. Mc 8, 27-30; Mt 16, 13-20; Lc 9, 18-21). En los tres Evangelios Pedro contesta en nombre de los Doce con una declaración que se aleja claramente de la opinión de la «gente». En los tres Evangelios, Jesús anuncia inmediatamente después su pasión y resurrección, y añade a este anuncio de su destino personal una enseñanza sobre el camino de los discípulos, que es un seguirle a Él, al Crucificado. Pero en los tres Evangelios, este seguirle en el signo de la cruz se explica también de un modo esencialmente antropológico, como el camino del «perderse a sí mismo», que es necesario para el hombre y sin el cual le resulta imposible encontrarse a sí mismo (cf. Mc 8, 31-9.1; Mt 16, 21-28; Lc 9, 22-27). Y, finalmente, en los tres Evangelios sigue el relato de la transfiguración de Jesús, que explica de nuevo la confesión de Pedro profundizándola y poniéndola al mismo tiempo en relación con el misterio de la muerte y resurrección de Jesús (cf. Mc 9,2-13; Mt 17, 1-13; Le 9, 28-36).
Sólo en Mateo aparece, inmediatamente después de la confesión de Pedro, la concesión del poder de las llaves del reino —el poder de atar y desatar— unida a la promesa de que Jesús edificará sobre él —Pedro— su Iglesia como sobre una piedra. Relatos de contenido paralelo a este encargo y a esta promesa se encuentran también en Lucas 22,3ls, en el contexto de la Ultima Cena, y en Juan 21, 15-19, después de la resurrección de Jesús.
Por lo demás, en Juan se encuentra también una confesión de Pedro que se coloca igualmente en un hito importante del camino de Jesús, y que sólo entonces le da al círculo de los Doce toda su importancia y su fisonomía (cf. Jn 6, 68s). Al tratar la confesión de Pedro según los sinópticos tendremos que considerar también este texto que, a pesar de todas las diferencias, muestra elementos fundamentales comunes con la tradición sinóptica”.
Estas explicaciones quieren dejar claro que la confesión de Pedro sólo se puede entender correctamente en “el contexto en que aparece, en relación con el anuncio de la pasión y las palabras sobre el seguimiento: estos tres elementos —las palabras de Pedro y la doble respuesta de Jesús— van indisolublemente unidos. Para comprender dicha confesión es igualmente indispensable tener en cuenta la confirmación por parte del Padre mismo, y a través de la Ley y los Profetas, después de la escena de la transfiguración”. Al comentar las escenas de los otros Evangelistas se explicará con más detalle. Este gran entramado de sucesos y palabras, en Mateo y Marcos se sitúan en el escenario de Cesárea de Felipe (hoy Banyás), el santuario de Pan erigido por Herodes el Grande junto a las fuentes del Jordán. “La tradición ha ambientado la escena en un lugar en el que un empinado risco sobre las aguas del Jordán simboliza de forma sugestiva las palabras acerca de la roca.
La doble pregunta de Jesús sobre la opinión de la gente y la convicción de los discípulos “presupone que existe, por un lado, un conocimiento exterior de Jesús que no es necesariamente equivocado aunque resulta ciertamente insuficiente, y por otro lado, frente a él, un conocimiento más profundo vinculado al discipulado, al acompañar en el camino, y que sólo puede crecer en él. Los tres sinópticos coinciden en afirmar que, según la gente, Jesús era Juan el Bautista, o Elías o uno de los profetas que había resucitado; Lucas había contado con anterioridad que Herodes había oído tales interpretaciones sobre la persona y la actividad de Jesús, sintiendo por eso deseos de verlo. Mateo añade como variante la idea manifestada por algunos de que Jesús era Jeremías. Todas estas opiniones tienen algo en común: sitúan a Jesús en la categoría de los profetas, una categoría que estaba disponible como clave interpretativa a partir de la tradición de Israel. En todos los nombres que se mencionan para explicar la figura de Jesús se refleja de algún modo la dimensión escatológica, la expectativa de un cambio que puede ir acompañada tanto de esperanza como de temor. Mientras Elías personifica más bien la esperanza en la restauración de Israel, Jeremías es una figura de pasión, el que anuncia el fracaso de la forma de la Alianza hasta entonces vigente y del santuario, y que era, por así decirlo, la garantía concreta de la Alianza; no obstante, es también portador de la promesa de una Nueva Alianza que surgirá después de la caída. Jeremías, en su padecimiento, en su desaparición en la oscuridad de la contradicción, es portador vivo de ese doble destino de caída y de renovación”.
Estas “aproximaciones” al misterio de Jesús son también camino hacia el núcleo esencial, pero no llegan a la naturaleza de Jesús ni a su novedad. “Se aproximan a él desde el pasado, o desde lo que generalmente ocurre y es posible; no desde sí mismo, no desde su ser único, que impide el que se le pueda incluir en cualquier otra categoría. En este sentido, también hoy existe evidentemente la opinión de la «gente», que ha conocido a Cristo de algún modo, que quizás hasta lo ha estudiado científicamente, pero que no lo ha encontrado personalmente en su especificidad ni en su total alteridad. Karl Jaspers ha considerado a Jesús como una de las cuatro personas determinantes, junto a Sócrates, Buda y Confucio, reconociéndole así una importancia fundamental en la búsqueda del modo recto de ser hombres; pero de esa manera resulta que Jesús es uno entre tantos, dentro de una categoría común a partir de la cual se les puede explicar, pero también delimitar”.
Hoy se considera a Jesús como uno de los grandes fundadores de una religión en el mundo, con una gran experiencia de Dios: «experiencia» hace referencia a un contacto real con lo divino, “pero al mismo tiempo comporta la limitación del sujeto que la recibe”. Esto va bien para nosotros, pero no para la “experiencia” de Jesús. Nosotros captamos sólo fragmentos de la verdad, la realidad es perceptible, y la interpretamos según lo que vemos. Siempre tenemos algo relativo, que deberá ser sucesivamente completado con otros fragmentos percibidos por otros. Pero ¿Jesús es sólo esto?
La confesión de fe de Pedro adquiere aquí una relevancia particular. “¿Cómo se expresa? En cada uno de los tres sinópticos está formulado de manera distinta, y de manera aún más diversa en Juan”. Según Marcos, Pedro le dice simplemente a Jesús: «Tú eres [el Cristo] el Mesías» (8, 29). Según Lucas, Pedro lo llama «el Cristo [el Ungido] de Dios» (9,20) y, según Mateo, dice: «Tú eres Cristo [el Mesías], el Hijo de Dios vivo» (16,16). Finalmente, en Juan la confesión de Pedro reza así: «Tú eres el Santo de Dios» (6, 69). “Puede surgir la tentación de elaborar una historia de la evolución de la confesión de fe cristiana a partir de estas diferentes versiones. Sin duda, la diversidad de los textos refleja también un proceso de desarrollo en el que poco a poco se clarifica plenamente lo que al principio, en los primeros intentos, como a tientas, se indicaba de un modo todavía vago”. Es una confesión ligada a lo que recibirá de Jesús: “Este encargo especial de Pedro aparece no sólo en Mateo, sino —de un modo diferente, aunque análogo en lo sustancial— también en Lucas y Juan, e incluso en Pablo mismo. Precisamente en la apasionada apología de la Carta a los Gálatas se presupone muy claramente el encargo especial de Pedro; este primado está documentado realmente mediante la tradición en toda su amplitud y en todos sus más diversos filones”.
3. Vamos a la confesión que Pedro hace de Cristo. “La investigación habla, en relación con el cristianismo de los orígenes, de dos tipos de fórmulas de confesión: la «sustantiva» y la «verbal»; para entenderlo mejor podríamos hablar de tipos de confesión de orientación «ontológica» y otros orientados a la historia de la salvación. Las tres formas de la confesión de Pedro que nos transmiten los sinópticos son «sustantivas»: Tú eres el Cristo; el Cristo de Dios; el Cristo, el Hijo del Dios vivo. El Señor pone siempre al lado de estas afirmaciones sustantivas la confesión «verbal»: el anuncio anticipado del misterio pascual de cruz y resurrección. Ambos tipos de confesión van unidos, y cada uno queda incompleto y en el fondo incomprensible sin el otro. Sin la historia concreta de la salvación, los títulos resultan ambiguos: no sólo la palabra «Mesías», sino también la expresión «Hijo del Dios vivo». También este título se puede entender como totalmente opuesto al misterio de la cruz. Y viceversa, la mera afirmación de lo que ha ocurrido en la historia de la salvación queda sin su profunda esencia, si no queda claro que Aquel que allí ha sufrido es el Hijo del Dios vivo, es igual a Dios (cf. Flp 2, 6), pero que se despojó a sí mismo y tomó la condición de siervo rebajándose hasta la muerte, y una muerte de cruz (cf. Flp 2, 7s). En este sentido, sólo la estrecha relación de la confesión de Pedro y de las enseñanzas de Jesús a los discípulos nos ofrece la totalidad y lo esencial de la fe cristiana. Por eso, también los grandes símbolos de fe de la Iglesia han unido siempre entre sí estos dos elementos.
Y sabemos que los cristianos —en posesión de la confesión justa— tienen que ser instruidos continuamente, a lo largo de los siglos, y también hoy, por el Señor, para que sean conscientes de que su camino a lo largo de todas las generaciones no es el camino de la gloria y el poder terrenales, sino el camino de la cruz. Sabemos y vemos que, también hoy, los cristianos —nosotros mismos—llevan aparte al Señor para decirle: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte» (Mi 16,22). Y como dudamos de que Dios lo quiera impedir, tratamos de evitarlo nosotros mismos con todas nuestras artes. Y así, el Señor tiene que decirnos siempre de nuevo también a nosotros: «¡Quítate de mi vista, Satanás!» (Mc 8, 33). En este sentido, toda la escena muestra una inquietante actualidad. Ya que, en definitiva, seguimos pensando según «la carne y la sangre» y no según la revelación que podemos recibir en la fe”. El nombre y la misión siempre van unidos, tanto en Jesús “el Hijo-que salva” expresado en las dos cosas unidas: “Jesús-Cristo” y también en nosotros la condición de “hijo de Dios-corredentor” no se pueden separar.
Los títulos de Cristo que se encuentran en las confesiones se comprenden mejor “dentro del conjunto de cada uno de los Evangelios y de su particular forma de tradición”: “los tres textos juntos manifiestan la singular pertenencia del «Ungido» a Dios”. La reacción de Pedro y los demás, y los elementos de estos textos, ha de ponerse en relación con los episodios de la pesca milagrosa (narrado por Lucas) y Pedro que camina encima de las aguas. Ahí aparecen confesiones de Pedro que encuadran la de hoy, y también otro aspecto: “En Jesús, los discípulos sintieron muchas veces y de distintas formas la presencia misma del Dios vivo”. Para ahondar en la confesión de Pedro recordemos la que hizo cuando la desbandada del discurso eucarístico de Cafarnaúm (de Jn 6), y situar su exclamación “a quién iremos… tú eres el santo de Dios”. Esta versión de la confesión de Pedro se ha de poner en relación con el contexto de la Última Cena, pues se perfila el misterio sacerdotal de Jesús: “en el Salmo 106,16 se llama a Aarón «el santo de Dios». El título remite retrospectivamente al discurso eucarístico y, con ello, se proyecta hacia el misterio de la cruz de Jesús”; Pedro, como en la pesca ante la cercanía del Santo siente la miseria de su condición de pecador... “Así pues, nos encontramos absolutamente en el contexto de la experiencia de Jesús que tuvieron los discípulos”, y que se aprecia en muchos momentos de su camino de comunión con Jesús. Las confesiones de los discípulos, teniendo presente todo este mosaico de textos, nos hacen ver algo: “los discípulos reconocen que Jesús no tiene cabida en ninguna de las categorías habituales, que El era mucho más que «uno de los profetas», alguien diferente. Que era más que uno de los profetas lo reconocieron a partir del Sermón de la Montaña y a la vista de sus acciones portentosas, de su potestad para perdonar los pecados, de la autoridad de su mensaje y de su modo de tratar las tradiciones de la Ley. Era ese «profeta» que, al igual que Moisés, hablaba con Dios como con un amigo, cara a cara; era el Mesías, pero no en el sentido de un simple encargado de Dios.
En Él se cumplían las grandes palabras mesiánicas de un modo sorprendente e inesperado: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy» (Sal2, 7). En los momentos significativos, los discípulos percibían atónitos: «Éste es Dios mismo». Pero no conseguían articular todos los aspectos en una respuesta perfecta.
Utilizaron —justamente— las palabras de promesa de la Antigua Alianza: Cristo, Ungido, Hijo de Dios, Señor. Son las palabras clave en las que se concentró su confesión que, sin embargo, estaba todavía en fase de búsqueda, como a tientas. Sólo adquirió su forma completa en el momento en el que Tomás tocó las heridas del Resucitado y exclamó conmovido: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). Pero, en definitiva, siempre estaremos intentando comprender estas palabras. Son tan sublimes que nunca conseguiremos entenderlas del todo, siempre nos sobrepasarán. Durante toda su historia, la Iglesia está siempre en peregrinación intentando penetrar en estas palabras, que sólo se nos pueden hacer comprensibles en el contacto con las heridas de Jesús y en el encuentro con su resurrección, convirtiéndose después para nosotros en una misión”. Llucià Pou Sabaté
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