domingo, 18 de abril de 2010

Domingo 2 de Pascua, de la Divina Misericordia, dedicado a los recién bautizados. Somos hijos de Dios en Cristo y sentirnos siempre dentro de ese amor divino.


Al comenzar la Misa con "El Señor esté con vosotros", queremos decir
que "Cristo, por su Palabra, se hace presente en medio de sus fieles"
(IGMR). Hoy agradecemos a Dios que nos llene siempre de
misericordia, es una alegría poder celebrarlo cada año en la Pascua, y
queremos vivir más intensamente el bautismo que nos hace hijos de
Dios. Las lecturas pueden ampliar alguno de los puntos (J. Lligadas).
Es hoy también un día dedicado a los recién bautizados, como dice la
antífona de entrada: «Como el niño recién nacido, ansiad la lecha
auténtica, no adulterada, para crecer con ella sanos. Aleluya» (1 Pe
2,2). O bien: «Alegraos en vuestra gloria, dando gracias a Dios. que
os ha llamado al reino celestial. Aleluya» (Esd 2,36-37). La oración
Colecta entra plenamente en la misericordia: «Dios de misericordia
infinita, que reanimas la fe de tu pueblo con la celebración anual de
las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia,
para que comprendamos mejor que el bautismo nos ha purificado, que el
Espíritu nos ha hecho renacer y que la sangre nos ha redimido», que
sigue con el Ofertorio: «Recibe, Señor, las ofrendas que (junto con
los recién bautizados) te presentamos y haz que, renovados por la fe y
el bautismo, consigamos la eterna bienaventuranza».

Hechos (5,12-16). "Crecía el número de los creyentes, hombres y
mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la
calle, y los ponía en catres y camillas, para que al pasar Pedro, su
sombra por lo menos cayera sobre alguno. Mucha gente de los
alrededores acudía a Jerusalén llevando enfermos y poseídos de
espíritu inmundo, y todos se curaban".
En torno a los Apóstoles comienza a formarse la primera comunidad
eclesial, avalada por la fe en la resurrección del Señor Jesús. No
tiene fronteras, como explica San Cirilo de Jerusalén: «La Iglesia se
llama católica o universal porque está esparcida por todo el orbe de
la tierra, de uno a otro confín, y porque de un modo universal y sin
defecto enseña todas las verdades de la fe que los hombres deben
conocer, ya se trate de las cosas visibles o invisibles, terrenas o
celestiales; también porque induce al verdadero culto a toda clase de
hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los
instruidos y a los ignorantes; y, finalmente, porque cura y sana toda
clase de pecados sin excepción, tanto los internos cuantos los
externos; ella posee todo género de virtudes, cualquiera que sea su
nombre, en hechos y palabras y en cualquier clase de dones
espirituales».
En la antigüedad la sombra es como una proyección de la persona misma:
la fuerza de Jesús es la fuerza de los discípulos; lo mismo que hace
Jesús harán sus discípulos; si él hizo curaciones, los discípulos
también las harán en su nombre. O, dicho en otras palabras, la fuerza
de Jesús resucitado sigue viva en los que creemos en él. Con esta
afluencia de las gentes a la ciudad de Jerusalén, comienza a cumplirse
la segunda parte del programa de los apóstoles que predicaron el
evangelio hasta los confines de la tierra. Va a llegar un momento en
la primitiva Iglesia en que se lancen a predicar fuera de Jerusalén.
Las curaciones de enfermos provocarán la persecución de los misioneros
por parte de los judíos. Y la comunidad cristiana crecerá fuera de
Jerusalén. En definitiva, la fuerza del resucitado llega a todo hombre
que cree ("Eucaristía 1977"), y así pueden proclamar los apóstoles:
«hay que obedecer a Dios antes que a los hombres»! Se sienten libres,
milagrosamente escapados de prisión… ¡Qué Dios éste, que parece que
juega con los hombres, frágiles juguetes en sus manos! ¿Es natural y
no excesiva toda esa seriedad con la que nos acercamos a leer o a
escuchar textos como el de hoy, o como «acogemos» el lenguaje que
habla de Dios? (M. Gallart).

Sal (117,2-4.22-24.25-27a). "Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia… Diga la casa de Israel: eterna es su
misericordia. Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia. Digan
los fieles del Señor: eterna es su misericordia.
La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el
día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación, Señor, danos prosperidad. Bendito el que
viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor; el
Señor es Dios: él nos ilumina".
Fue un Himno que el Señor cantó al finalizar la Ultima Cena: con los
sentimientos que se contienen en él, nuestro Salvador se encaminó
hacia la vía dolorosa que le introduciría en la gloria del día eterno.
Pero ya con anterioridad, Jesús había revelado el significado
mesiánico de este salmo refiriéndose a él en una acalorada discusión
sostenida con los sacerdotes y fariseos que rehusaban admitir en su
Persona al Mesías enviado por Dios. Fue precisamente la Resurrección
la expresión más elocuente de cómo el Padre manifiesta la ternura que
profesa por su Unigénito. ¿Quién podrá asomarse a ese abismo de amor
al Padre que es el Corazón de Cristo? En la angustia tremenda de
Getsemaní, Jesús grita a Dios 'con poderoso clamor y lágrimas'; su
Padre le escucha, está con Él y le auxilia, enviándole un Angel para
que le consuele en su agonía. A la hora de afrontar su Pasión, el
Señor no teme, sabe que los hombres no podrán hacer nada definitivo
contra Él, porque su Padre le resucitará. Este es el modo como Él
mismo verá la derrota de sus enemigos. Pero antes, el designio de su
Padre era permanecer en la Cruz hasta el final. "Si no hubiera
existido esa agonía en la Cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría
por demostrar" (Juan Pablo II).
Es un salmo pascual por excelencia, texto expresivo de la acción de
gracias por la victoria pascual del Señor. "Nada más grande -comenta
S. Agustín- que esta pequeña alabanza: porque es bueno. Ciertamente,
el ser bueno es tan propio de Dios que, cuando su mismo Hijo oye decir
'Maestro bueno' a cierto joven que, contemplando su Carne y no viendo
su Divinidad, pensaba que El era tan sólo un hombre, le respondió:
'¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios'. Con esta
contestación quería decir: Si quieres llamarme bueno, comprende,
entonces, que Yo soy Dios."
Ésta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella. Por
ella ha entrado Pedro, ha entrado Pablo, los Apóstoles, los Mártires,
los Santos de cada día, pero el primero en entrar con el Señor fue el
Buen Ladrón. "En cada salmo profetiza y canta nuestro Señor
Jesucristo, porque 'sólo El tiene la llave de David: Él abre y nadie
cierra, cierra y nadie abre' (Ap 3,7). Pero en el salmo 117 el
misterio de la Resurrección se proclama de un modo palmario. El texto
comienza con la confesión: el Señor es bueno, eterna es su
misericordia. ¡Quién de nosotros, al meditar en lo que la Iglesia
celebra exultante en este salmo -la Pasión, Resurrección y Ascensión
del Señor- no prorrumpirá en aclamaciones, como hicieron los niños que
agitaban los ramos de palmas delante del Señor: Bendito el que viene
en nombre del Señor! (v. 26)" (S. Jerónimo).
"En Palestina los primeros cristianos araban los campos y trabajaban,
y gritaban de tanto en tanto: ¡Alleluia! Y aquellos que conducían las
barcas, cuando se aproximaban, decían: ¡Alleluia! Es decir, que este
grito, que surgía en medio de las acciones profanas, era una especie
de jaculatoria. Pero ¡qué bella jaculatoria ésta, tan breve como
expresiva, tan querida de la espiritualidad cristiana y que tanto
resuena en la Liturgia de la Iglesia! ¡Cómo deberíamos hacerla
nuestra, a modo de recuerdo pascual!" (G. B. Montini).
Se cantaba este salmo cuando se iba a buscar el "agua viva" a la
piscina de Siloé... durante las fiestas en que durante siete días
consecutivos, se vivía en chozas de ramaje en recuerdo de los años de
la larga peregrinación liberadora en el desierto... En el Templo la
alegría se expresaba mediante una "danza" alrededor del altar: en una
mano se agitaba un ramo verde; la otra se apoyaba en el hombro del
vecino, en una especie de ronda... se giraba alrededor del altar
balanceándose rítmicamente y cantando "¡Hosanna! ¡Bendito sea el que
viene en nombre del Señor!"
Sí, Pascua es el "día que el Señor ha hecho". He ahí la ¡obra de Dios!
Vanamente buscaríamos en el pasado la victoria o el acontecimiento
histórico de Israel, en honor de los cuales se compuso esta exultante
"Eucaristía", acción de gracias. Es evidente que el salmista no
conoció a Jesús de Nazaret, su muerte o su Resurrección; pero esperaba
¡al Mesías, al Rey, al ungido, al Christos. Recitando este salmo con
Jesús, el día de Pascua, cantamos la victoria de Dios sobre el mal.
¡Alegrémonos por este día de fiesta! ¡Jesús cantó su propia
Resurrección, esa tarde! (Noel Quesson).

Recuerdo la tarde de domingo de resurrección en el cortile de S.
Damaso en el Vaticano, con Juan Pablo II, que nos recibía al
UNIV'1989. Improvisó un discurso precioso, sobre el día de Pascua y la
palabra Obra de Dios: "Hay una palabra que se repite en estos días y
en toda la octava de Pascua: haec dies quam fecit Dominus. Se podría
meditar mucho sobre el posible alcance de esta breve frase, esta
palabra pascual de la Iglesia: Este es el día que Dios ha hecho. Este
día, este tiempo, es más, esta plenitud de los tiempos que ha venido
de Dios se ha manifestado en la resurrección de Cristo. Es claro que
este evento -la resurrección- no podría venir del hombre, no puede
provenir de lo creado. Vemos que la creación tiende a la muerte, y
también el hombre está destinado a morir en esta tierra, sujeto a las
leyes de lo creado. Derogar las leyes, y causar una vida después de la
muerte no puede hacerlo sino solo Dios. Así se explica simplemente el
contenido pascual de esta palabra: dies quam fecit Dominus.
Pero esta palabra recoge tantos otros conteniodos que se podrían
encontrar reflexionando, meditando, contemplando el día de hoy en el
que vemos la iniciativa de Dios. Vivimos nuestros días, podemos pensar
que todo está determinado por las leyes de la naturaleza, y que
depende de los esfuerzos humanos, a la creatividad del hombre
-opushumanum- todo el mundo, toda la civilización, la cultura, la
ciencia, técnica, todo esto es el hombre. En su lugar, ante este
evento Pascual que es la Resurrección, el hombre debe detenerse y
confesar con franqueza lo que no puede hacer. Este evento supera la
capacidad del hombre. ¿Qué es por tanto este evento? Si el hombre no
sabe pronunciar la palabra Dios, sin duda para él es difícil, buscará
varias explicaciones para no aceptar el acontecimiento. Pero si tiene
el fondo de buena voluntad, si tiene fe, al final dirá: esto es obra
de Dios, Opus Dei…
Este día es la plenitud de los tiempos, es la plenitud de todos los
días, todo momento y todas las edades, este es el día de la
Resurrección, día en que la persona está casi obligada a pensar en
todo, en su conjunto, sobre toda la creación y en sí mismo como sobre
la obra de Dios.
Esta es la fuerza y la profundidad del día de hoy. Este día altera
nuestra manera de pensar, nuestra manera de vivir y actuar y nos pide
que ver todo lo que es aún opus naturae o opus humanum, a la luz del
opus divinum.
Este cambio, con él día de la Resurrección, explica la conversión
tremenda de Saulo de Tarso, y no sólo su conversión, sino también la
de muchos otros. Si el hombre, la persona humana, con su reflexión y
su sensibilidad, se enfrenta a este evento, este hecho que es la
Resurrección de Cristo, entonces queda tocado. Se empieza a entrar en
una conversión, debe empezar a pensar en todo, lo que es creado y todo
lo humano. Debe pensar con las categorías de la actividad de Dios, de
la obra de Dios, del Opus Dei. (Recuerdo que muchos, al oír al Papa
hablar del Opus Dei, pero no entender el italiano, aplaudían, quizá
por eso añadió).
No hago propaganda para el Opus Dei. Busco sólo comprender y explicar
lo que podría ser la primera intuición de este nombre, esa
denominación...
Gracias por su presencia anual. Deseo continuar con la intuición
profunda que nos lleva una vez más hoy en día: ver siempre más
profundamente lo que es creado y sigue las leyes de la naturaleza; lo
que es humano, que es mío, persona, como obra de Dios, como iniciativa
de Dios, presencia de Dios, gracia de Dios. Esperemos para todos esta
conversión, esta participación, esta conversión profunda que no
disminuye algo en la creación, la humanidad, de hecho la aumenta, se
profundiza, se pone en toda su dimensión total, porque todas las cosas
creadas, las dimensiones humanas tienen su plenitud en Dios y desde
Dios.
Que siga así... Todo lo que habéis testimoniado es verdadero, lo que
habéis reunido en este patio de San Dámaso pone de relieve todo lo que
es el trabajo del hombre y debe convertirse en obra de Dios. Todo lo
que es la belleza, el pensamiento, la ciencia, la invención, la
creatividad, el mundo académico, todo esto es al fin Opus Dei, la Obra
de Dios, y cuando se ven así las cosas, se refieren así, obtienen su
plenitud, su auténtico tamaño.
... vuestra Prelatura que conoce y ama este tipo de educación
vocacional y ama a los jóvenes, ama los universitarios y busca
contribuir a su cultura y especialmente a su fe, su conversión, su
encuentro con Cristo: encuentro que es siempre fecundo y creativo de
un nuevo día por crear y convertir en un sentido metafísico,
ontológico."
La vida es como el tiro con arco. "El blanco era difícil. Un águila
oscura con solo una pluma blanca en la punta del ala volaba alto, muy
alto en curvas caprichosas, y desde el suelo con una sola flecha había
que arrancarle la plumita blanca sin herir al ave. Llegó el primer
arquero al centro reglamentario, y el Maestro le preguntó: "-¿qué
ves?" Contestó: "-Veo el público, y mi familia y amigos...; veo el
prado y las plantas y los árboles que me rodean; veo las nubes en el
cielo, y el águila que entre ellas vuela". "-Ves demasiado", dijo el
Maestro, y lo despidió.
Llegó el segundo. "-¿Qué ves?" "-Veo sólo el punto blanco de la pluma
que he de alcanzar con mi flecha". "-Ves demasiado poco", dijo el
Maestro, y lo despidió.
Llegó el tercero. "-¿Qué ves?" "-Más que ver, siento. Siento a mi
alrededor el público que con sus voces y sus gestos señalan el vuelo
del águila; siento en mi piel la fuerza y la dirección del viento que
me indica sin yo distraerme, hacia dónde va a empujar mi flecha;
siento el arco y la flecha como prolongación de mi brazo y mano, y la
pluma blanca en el cielo que se deja acariciar desde aquí por mi
mirada". "-Tú estás preparado", dijo el Maestro, "puedes tirar". Hubo
un momento de susurros y miradas, de brisas y caricias, del sonido
vibrante del arco seguro y la trayectoria certera de la flecha veloz.
Un momento en que el todo se unió con el todo, y árboles y nubes y
rostros y miradas se unieron en la punta de la flecha y en el copo
blanco de la pluma que descendió satisfecha de satisfacer a todos.
Cuando todo es uno, todo vive".
Me gustó la historia, firmada por la hermana Teresita Santamaría, pues
pensé que más que hacer cosas hay que vivirlas, sentir ese momento
mágico que está escondido en cada cosa. A veces estamos replegados
sobre nosotros mismos, no somos capaces de ese sentir la vida. El
egoísmo nos impide darnos cuenta de lo que hay a nuestro alrededor,
nos anula, priva de ser uno mismo quien actúa. Tendemos a dejarnos
llevar por la rutina, el aburrimiento, y en esta situación caben las
dos posibilidades: caer en la rutina que esclaviza –ver poco- o como
el primer arquero ver demasiado, divagar, pues –decía san Josemaría
Escrivá- "es fácil que la imaginación se desate y busque un refugio en
la fantasía que, alejando de la realidad, acaba adormeciendo la
voluntad. Es lo que repetidas veces he llamado la 'mística ojalatera',
hecha de ensueños vanos y de falsos idealismos: ¡ojalá no me hubiera
casado, ojalá no tuviera esa profesión, ojalá tuviera más salud, o
menos años, o más tiempo!" En esos casos, uno tiende a escapar de
aquella situación a la que no quiere enfrentarse, como la protagonista
de la novela "Donde el corazón te lleve" de S. Tamaro, que dice a la
abuela que se va a América, pues "así al menos no pierdo el tiempo y
aprendo idiomas". Pero le contesta la abuela que la vida no es una
carrera sino un tiro con arco, lo importante en la vida no es hacer
muchas cosas y no perder nunca el tiempo sino estar centrado, y el que
no está centrado está descentrado, inquieto hasta que encuentra su
centro.
Hay que evitar esos dos peligros: ver tan poco que uno acaba esclavo
del deber, trabajo, afán de dinero... y está aburrido; y como
consecuencia la cabeza va hacia otra parte, escapa entre ensueños que
alejan de la realidad. Hemos de vivir la vida, estar centrados en lo
que toca en cada instante, y "sentir" el momento presente como la
única cosa existente, sin pensar en lo que pasó ni en lo que vendrá.
Dios está como escondido en cada quehacer, y ese "algo divino" que
está en todas las cosas está siempre ahí, esperando que sepamos
encontrarlo, vivir cada instante con "vibración de eternidad", como
recordaba estos días Mons. Javier Echevarría con unos versos del poeta
Joan Maragall, que comprendía muy bien ese "algo divino" encerrado en
cada instante: "Esfuérzate en tu quehacer / como si de cada detalle
que pienses, / de cada palabra que digas, / de cada pieza que pongas,
/ de cada golpe de martillo que des, / dependiese la salvación de la
humanidad / porque en efecto depende, créelo". Coincide con lo que
escribirá en Forja 85: "Inculcad en las almas el heroísmo de hacer con
perfección las pequeñas cosas de cada día: como si de cada una de esas
acciones dependiera la salvación del mundo".
Convertir la prosa en endecasílabo heroico. Jesús, Dios Encarnado,
vive la vida de familia en Nazaret, como todas las familias: crecer,
trabajar, aprender, rezar, jugar... ¡"Santa cotidianeidad", bendita
rutina donde crecen y se fortalecen casi sin darse cuenta la almas de
los hombres de Dios! ¡Cuán importantes son las cosas pequeñas de cada
día!
Santidad no es el circo. El santo no es el que más talentos recibe
sino el que mejor corresponde, el que más ama. Y el amor se manifiesta
en las cosas pequeñas; en el detalle. Ese detalle es santificante. Dar
a lo que hacemos vibración de eternidad.
No buscar grandes ocasiones. Negativamente: las raposas que se comen
la viña; el niño que entraba por el ventanuco y abría la puerta de la
ciudad y se colaba la banda de los ladrones. Finura de espíritu es
distinto de la manía: la manía es un fin en sí misma. Esmerarnos en
los detalles. En primer lugar en las prácticas de piedad. Es lo
primero: Señor que nos convenzamos de esto. Lo urgente puede esperar,
lo importante no. Estar con el Señor la primera ocupación. Buscar
agradar a Dios.
"Cosas pequeñas, sí. Pequeñeces, no". Recoged los trozos que han
sobrado, dice Jesús después de la multiplicación de los panes...
Parece que es un detalle de poca importancia en comparación con el
milagro realizado, pero el Señor pide que se viva. Toda nuestra vida
está compuesta prácticamente de cosas que casi no tienen relieve. Las
virtudes están formadas por una tupida red de actos que quizá no
sobresalen de lo corriente y ordinario, pero en ellas, con heroísmo,
se va forjando día a día la propia santidad.
Cada jornada la encontramos llena de ocasiones para ser fieles, para
decirle al Señor que le amamos: «"Obras son amores y no buenas
razones". ¡Obras, obras! -Propósito: seguiré diciéndote muchas veces
que te amo -¡cuántas te lo he repetido hoy!-; pero, con tu gracia,
será sobre todo mi conducta, serán las pequeñeces de cada día -con
elocuencia muda- las que clamen delante de Ti, mostrándote mi Amor»
(Forja 498).
Ante el Señor tienen gran trascendencia el orden, la puntualidad, el
cuidado de los libros con los que estudiamos o de los instrumentos de
trabajo, la afabilidad con nuestros colegas, que sepa escuchar,
comprender, con los del centro, con los del grupo o adscritos o de sr,
el huir de la rutina que mata el amor humano -también el amor a la
propia profesión-, el querer darle sentido a cada día, a cada hora,
aunque sea el mismo trabajo que hemos realizado durante años.

"Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro
gozo". Un día Jesús le dijo a santa Faustina Kowalska: "La humanidad
no encontrará paz hasta que se dirija con confianza a la misericordia
divina" (Diario, 132). La misericordia divina es el don pascual que la
Iglesia recibe de Cristo resucitado y que ofrece a la humanidad.
El Apocalipsis (1,9-11a.12-13.17-19). "Yo, Juan, vuestro hermano y
compañero en la tribulación, en el reino y en la esperanza en Jesús,
estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra
de Dios y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y
oí a mis espaldas una voz potente como una trompeta, que decía: Lo que
veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete iglesias de Asia.
Me volví a ver quién me hablaba y, al volverme, vi siete lámparas de
oro, y en medio de ellas una figura humana, vestida de larga túnica
con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verla, caí a sus pies
como muerto. El puso la mano derecha sobre mí y dijo:
-No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba
muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las
llaves de la Muerte y del Infierno. Escribe, pues, lo que veas: lo que
está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde".

El Evangelio (Juan 20,19-31) nos cuenta cómo Jesús se aparece con los
apóstoles el domingo de resurrección y el siguiente: "Al anochecer de
aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró
Jesús, se puso en medio y les dijo: -Paz a vosotros. Y diciendo esto,
les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz a vosotros. Como el Padre
me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su
aliento sobre ellos y les dijo: -Recibid el Espíritu Santo; a quienes
les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando
vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: -Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó: -Si no veo en sus manos la señal de los clavos,
si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su
costado, no lo creo. A los ocho días, estaban otra vez dentro los
discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las
puertas, se puso en medio y dijo: -Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: -¡Señor
mío y Dios mío! Jesús le dijo: -¿Porque me has visto has creído?
Dichosos los que crean sin haber visto. Muchos otros signos, que no
están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos.
Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo
de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre".
¡Dichosos los que tienen fe sin haber visto!
a) Las apariciones. Juan comienza por resumir los datos que han
llegado a su conocimiento seguramente a través de las mismas fuentes
que a San Lucas: Cristo no es ya un hombre como los demás, puesto que
pasa a través de los muros; pero no es un espíritu, puesto que se le
puede ver y tocar sus manos y su costado. Su resurrección ha supuesto
para El un nuevo modo de existencia corporal, como hemos visto. Juan
no insiste tanto como Lucas en torno a la demostración: reemplaza la
alusión a los pies por la alusión al costado y no señala que Cristo
tuvo que comer con los apóstoles para que le reconocieran. Pero,
mientras que en San Lucas el Señor está completamente vuelto hacia el
pasado con el fin de probar que su resurrección estaba prevista, Juan
le presenta más bien orientado hacia el futuro y preocupado por
"enviar" a sus apóstoles al mundo. Este envío de los apóstoles al
mundo es prolongación del envío que el Padre ha hecho de su Hijo. Los
apóstoles están ya habilitados para terminar la obra que Cristo ha
iniciado durante su vida terrestre. La reunión de los discípulos en
torno al Señor se hará en adelante en torno a los mismos apóstoles.
b) El don del Espíritu. ¿Cómo puede Juan descubrir la venida del
Espíritu sobre los apóstoles el domingo de Pascua, mientras que Lucas
la anuncia para Pentecontés? Juan hace eco del cumplimiento de una
antigua idea de los medios judíos, en especial de los que se movían en
torno a Juan Bautista. En esos medios se esperaba a un "Hombre" que
"purgaría a los hombres de su espíritu de impiedad" y les purificaría
por medio de su "Espíritu Santo" de toda acción impura, procediendo
así a una nueva creación. Al "insuflar" su Espíritu, Cristo reproduce
el gesto creador de Génesis.
Mediante su resurrección, Cristo se ha convertido, pues, en el hombre
nuevo, animado por el soplo que presidirá los últimos tiempos y
purificará la humanidad. Al conferir a sus apóstoles el poder de
remitir los pecados, el Señor no instituye tan solo un sacramento de
penitencia; comparte su triunfo sobre el mal y el pecado.
Se comprende por qué San Juan ha querido asociar la transmisión del
poder de perdonar con el relato de la primera aparición del
Resucitado. La espiritualización que se ha producido en el Señor a
través de la resurrección se prolonga en la humanidad por medio de los
sacramentos purificadores de la Iglesia.
c) De la visión a la fe. La forma de vida del Resucitado es de tal
especie que no se le reconoce: María Magdalena le toma primero por el
jardinero. Luego, la instruye sobre su nueva forma corporal. Esta
pedagogía del Señor resucitado nos permite comprender la lección dada
a Tomás. La nueva forma de vida del Señor no permite ya que se le
conozca según la carne, es decir, a base tan solo de los medios
humanos. Ya no se le reconocerá como hombre terrestre, sino en los
sacramentos y la vida de la Iglesia, que son la emanación de su vida
de resucitado. La "fe" que se le pide a Tomás permite "ver" la
presencia del resucitado en esos elementos de la Iglesia, por
oposición a toda experiencia física o histórica. La fe está ligada al
"misterio", en el sentido antiguo de la palabra.
d) No hay que perder de vista que esta aparición asocia el don del
Espíritu y la fe a la revelación del costado de Jesús. Ahora bien:
Juan ya había dicho, en el momento en que fue herido el costado de
Cristo en la cruz, que la fe captaría a quienes vieran su costado
herido. He aquí lo que sucede: la contemplación de la muerte de Cristo
provoca la fe en la acción del Espíritu. Si Cristo muestra su costado
no lo hace por simples razones apologéticas: revela a los
contemplativos la fuente de la nueva economía.
En este sentido, el género de visión que los apóstoles han tenido de
Cristo resucitado no ha sido ese tipo de visión material exigida por
Tomás. Si no hay diferencia entre estas dos experiencias, no se ve por
qué Cristo habría de reprocharle lo que no reprocha a los demás y por
qué habría que exigir al primero una fe que no les ha exigido a los
segundos. En realidad, los diez apóstoles han tenido una experiencia
real del Señor resucitado, pero probablemente fue más mística que la
experiencia a que aspiraba Tomás. Para evitar a los hombres a "creer
sin ver", ¿no deben, los apóstoles, los primeros, aprender a pasar las
pruebas materiales? La resurrección no es, desde luego, una cuestión
de apologética ni un acontecimiento maravilloso: ella no es signo más
que en la medida en que la fe la ilumina, y es, al mismo tiempo,
interior a la fe (Maertens-Frisque).
En el resucitado reconocen los apóstoles al Jesús que anduvo con ellos
por los caminos de Palestina. Distinto, pero él mismo. El Jesús de la
historia es el Cristo de la fe, Jesús es el Cristo.
La más breve confesión cristiana quedará en esta palabra: Jesucristo
("Eucaristía 1990"). Tomás exige ver sus llagas y tocarlas. Nuestras
dudas nebulosas de fe en la resurrección de Cristo y en la nuestra,
reciben con las suyas, confirmación y luz. Allí tenían presentes
Tomás, y todos sus hermanos, las santas llagas de Cristo, y ante
ellas, resplandecientes, se sintieron arder. "Dentro de tus llagas
escóndeme!". El Corazón de Jesús ha dado todo a los hombres: la
redención, la salvación y la santificación. De ese Corazón rebosante
de ternura, santa Faustina Kowalska vio salir dos haces de luz que
iluminaban el mundo. "Los dos rayos -le dijo el mismo Jesús-
representan la sangre y el agua" (Diario, p. 132). La sangre evoca el
sacrificio del Gólgota y el misterio de la Eucaristía; el agua, según
la rica simbología del evangelista san Juan, alude al bautismo y al
don del Espíritu Santo (Jn 3,5). A través del misterio de este Corazón
herido, no cesa de difundirse también entre los hombres y las mujeres
de nuestra época el flujo restaurador del amor misericordioso de Dios.
Quien aspira a la felicidad auténtica y duradera, sólo en él puede
encontrar su secreto (Jesús Martí Ballester).

sábado, 17 de abril de 2010

Sábado de la Octava de Pascua: Jesús ha vencido la muerte, es nuestra fortaleza


Hechos (4,13-21): "Los miembros del Sanedrín estaban asombrados de la
seguridad con que Pedro y Juan hablaban, a pesar de ser personas poco
instruidas y sin cultura. Reconocieron que eran los que habían
acompañado a Jesús, pero no podían replicarles nada, porque el hombre
que había sido curado estaba de pie, al lado de ellos. Entonces les
ordenaron salir del Sanedrín y comenzaron a deliberar, diciendo: "¿Qué
haremos con estos hombres? Porque no podemos negar que han realizado
un signo bien patente, que es notorio para todos los habitantes de
Jerusalén. A fin de evitar que la cosa se divulgue más entre el
pueblo, debemos amenazarlos, para que de ahora en adelante no hablen
de ese Nombre". Los llamaron y les prohibieron terminantemente que
dijeran una sola palabra o enseñaran en el nombre de Jesús. Pedro y
Juan les respondieron: "Juzguen si está bien a los ojos del Señor que
les obedezcamos a ustedes antes que a Dios. Nosotros no podemos callar
lo que hemos visto y oído". Después de amenazarlos nuevamente, los
dejaron en libertad, ya que no sabían cómo castigarlos, por temor al
pueblo que alababa a Dios al ver lo que había sucedido". ¡Qué fuertes,
los que habían estado con Jesús! Debería ser también la definición de
todo cristiano: «los que están con Jesús» ¡Esto es lo que les ha
transformado! Señor, quédate hoy conmigo. Señor, quédate hoy con todos
los hombres. "El Señor esté con nosotros -Y con vuestro espíritu".
Anhelo esencial, nunca suficientemente repetido. Que yo lo diga de
veras en cada misa. ¿Se me tiene también como alguien que está
contigo, Señor? ¿En qué se nota? En el anuncio de la resurrección. En
la vida que emana de un ser. En el amor que emana de un ser.
-"¿Qué haremos con estos hombres? ¿Para que esto no se divulgue más?"
El clima de la Iglesia primitiva nunca fue la «facilidad». La
expansión de la fe no se hizo sin dolor y sin dificultades. Los hechos
de los apóstoles son un largo relato de esfuerzos y de martirios (Noel
Quesson). La "buena nueva", no la podemos callar, queremos llevar a
Cristo con nosotros… queremos rezar por el Papa, por todos, para que
sean fuertes los pastores…
Salmo (118,1.14-21): "¡Aleluya! ¡Den gracias al Señor, porque es
bueno, porque es eterno su amor! / El Señor es mi fuerza y mi
protección; él fue mi salvación. / Un grito de alegría y de victoria
resuena en las carpas de los justos: "La mano del Señor hace proezas,
/ la mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas". / No,
no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor… Yo te doy
gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación".
Nosotros somos pecadores; pero el Señor se ha mostrado misericordioso
para con nosotros perdonándonos y convirtiéndose en nuestra fuerza y
alegría. Amemos constantemente al Señor, pues Él salvará a quienes
aceptando su amor y su Vida, le permanezcan fieles y se dejen conducir
por su Espíritu, que habita en el corazón de los creyentes. Es lo que
pide hoy la Colecta: «Oh Dios, que con la abundancia de tu gracia no
cesas de aumentar el número de tus hijos, mira con amor a los que has
elegido como miembros de tu Iglesia, para que, quienes han renacido
por el Bautismo, obtengan también la resurrección gloriosa», seguimos
rezando en el Ofertorio: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por
medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la
obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante»;
recordamos en la comunión: «Los que os habéis incorporado a Cristo por
el Bautismo, os habéis revestido de Cristo. Aleluya (Gál 3,27)» y en
la oración final: «Mira Señor con bondad a tu pueblo, y ya que has
querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele
también la resurrección gloriosa».
En el v. 14 se reproducen las palabras del paso del mar Rojo (Ex
15,12): "el Señor es mi fuerza y mi vigor, Él es mi salvación", y ahí
está el fundamento de toda fortaleza cristiana (cf. Jn 16,33), pues
Jesús ha vencido al mundo. Nace un nuevo orden establecido con la
victoria del rey que se canta en los versículos siguientes.
Evangelio (Marcos 16,9-15): "Jesús resucitó en la madrugada, el primer
día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que
había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que
habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír
que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de
esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de
camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero
tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once
discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su
dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto
resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena
Nueva a toda la creación»".
Tenemos un resumen de los Evangelios de la semana, y aparecen las
flaquezas (incredulidad) de los apóstoles (frente a las mujeres
anunciadoras de la resurrección). Pero luego son fuertes, como vemos
en la primera lectura: Al poco tiempo se les encuentra formando una
comunidad ferviente, que proclama con valentía en Jerusalén e incluso
delante del sanedrín que le condenó, que Jesús vive. Evidentemente no
han exagerado. Necesariamente algo ha de haber pasado.
-"Después de esto se mostró en otra forma a dos de ellos que iban de
camino y se dirigían al campo. Estos, vueltos, dieron la noticia a los
demás; ni aun a estos creyeron". Decididamente eran duros de mollera.
Al fin se manifestó a los once, estando recostados a la mesa, y les
reprendió su incredulidad y su terquedad por cuanto no habían creído a
los que le habían visto resucitado. Feliz duda que nos proporciona una
mayor certeza.
Después les dijo: "Id por todo el mundo y predicad la buena nueva a
toda criatura". El envío a la misión. Hay que dar crédito a las
maravillas de Dios... mientras esperamos verlas con toda claridad, al
final" (Noel Quesson).
Nos interrogamos con un optimismo lleno de confianza, sin olvidar los
problemas. No nos dejamos seducir por una perspectiva ingenua, como si
existiera una fórmula mágica para enfrentarnos a los grandes desafíos
de nuestro tiempo. No, no es una fórmula mágica que nos salvará, sino
una persona y la certeza que nos inspira: "Yo estoy con vosotros..."
No se trata, pues, de inventar un "nuevo programa". El programa ya
existe: es el de siempre, sacado del evangelio y de la Tradición viva.
Está centrado, en último término, en Cristo mismo, al que hay que
conocer, amar, imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y para
transformar con Él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén
celestial... Con todo, es necesario que este programa se traduzca en
orientaciones pastorales adaptadas a las condiciones de cada
comunidad... En las iglesias locales hay que fijar los elementos
concretos de un programa... que permita llegar a las personas con el
mensaje de Cristo y modelar las comunidades, actuar en profundidad,
por el testimonio de los valores evangélicos, en las sociedades y la
cultura... Se trata, pues, de un relanzamiento pastoral lleno de
entusiasmo que nos concierne a todos".
"Hoy, el Evangelio nos ofrece la oportunidad de meditar algunos
aspectos de los que cada uno de nosotros tiene experiencia: estamos
seguros de amar a Jesús, lo consideramos el mejor de nuestros amigos;
no obstante, ¿quién de nosotros podría afirmar no haberlo traicionado
nunca? Pensemos si no lo hemos mal vendido, por lo menos, alguna vez
por un bien ilusorio, del peor oropel. Aunque frecuentemente estamos
tentados a sobrevalorarnos en cuanto cristianos, sin embargo el
testimonio de nuestra propia conciencia nos impone callar y
humillarnos, a imitación del publicano que no osaba ni tan sólo
levantar la cabeza, golpeándose el pecho, mientras repetía: «Oh Dios,
ven junto a mí a ayudarme, que soy un pecador» (Lc 18,13)".

Viernes de la Octava de Pascua: Jesús es la piedra angular por la que somos salvados


Hechos (4,1-12): "Mientras los Apóstoles hablaban al pueblo, se
presentaron ante ellos los sacerdotes, el jefe de los guardias del
Templo y los saduceos, irritados de que predicaran y anunciaran al
pueblo la resurrección de los muertos cumplida en la persona de Jesús.
Estos detuvieron a los Apóstoles y los encarcelaron hasta el día
siguiente, porque ya era tarde. Muchos de los que habían escuchado la
Palabra abrazaron la fe, y así el número de creyentes, contando sólo
los hombres, se elevó a unos cinco mil. Al día siguiente, se reunieron
en Jerusalén los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas, con
Anás, el Sumo Sacerdote, Caifás, Juan, Alejandro y todos los miembros
de las familias de los sumos sacerdotes. Hicieron comparecer a los
Apóstoles y los interrogaron: "¿Con qué poder o en nombre de quién
hacéis eso?" Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo
y ancianos, ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un
enfermo y de cómo fue curado, sepan ustedes y todo el pueblo de
Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de
nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y
Dios resucitó de entre los muertos. Él es la piedra que ustedes, los
constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular.
Porque no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el
cual podamos alcanzar la salvación".
¡Encarcelados «por haber anunciado la resurrección»! La defensa de los
apóstoles, con gallardía y libertad de espíritu, recuerda lo que Jesús
profetizó de que el Espíritu Santo les recordaría lo que debían decir.
Han ido a parar a la cárcel. El mismo sanedrín que dispuso la muerte
de Jesús ahora los intimida. Pedro -portavoz de los demás apóstoles
también ahora, como lo había sido en vida de Jesús- no se calla:
aprovecha la ocasión para dar testimonio del Mesías delante de las
autoridades, como lo había hecho delante del pueblo. Ya no tiene
miedo. Es su tercer discurso, y siempre dice lo mismo: que los judíos
mataron a Jesús, pero Dios le resucitó y así le glorificó y
reivindicó, y hay que creer en Él, porque es el único que salva. El
amor que Pedro había mostrado hacia Cristo en vida, pero con debilidad
y malentendidos, ahora se ha convertido en una convicción madura y en
un entusiasmo valiente que le llevará a soportar todas las
contradicciones y al final la muerte en Roma, para dar testimonio de
Aquél a quien había negado delante de la criada. Ya Jesús les había
dicho que les llevarían a los tribunales, pero que no se preocuparan,
porque su Espíritu les ayudaría. Aquí Lucas se encarga de decirnos,
como hará en otras ocasiones en el libro de los Hechos, que Pedro
respondió «lleno de Espíritu Santo» (J. Aldazábal). Hoy, que se sigue
juzgando a Jesús y a los suyos, queremos llenarnos de fe, y verle con
gloria, para juzgar a vivos y muertos. Y su reino no tendrá fin…
Salmo (118,1-2.4.22-27): "¡Aleluya! ¡Dad gracias al Señor, porque es
bueno, porque es eterno su amor! / Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor! / Que lo digan los que temen al Señor: ¡es eterno
su amor! / La piedra que desecharon los constructores es ahora la
piedra angular. / Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a
nuestros ojos. / Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y
regocijémonos en él. / Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad. /
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!" –"Este es el día en que
actuó el Señor". Cristo rechazado por los suyos, ha resucitado y es el
centro de todas las cosas, piedra angular porque de él depende todo.
Son cantos que vamos repitiendo a lo largo de estos días, para que
vayan calando en nuestra alma…
Evangelio (Juan 21,1-14): "Jesús se apareció otra vez a los discípulos
a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón
Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los
hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a
pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y
subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer,
Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era Él.
Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?" Ellos
respondieron: "No". Él les dijo: "Tiren la red a la derecha de la
barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que
no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro:
"¡Es el Señor!" Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la
túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los
otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces,
porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra
vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces
grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red
no se rompió. Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que
era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo
mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se
apareció a sus discípulos".
El lago de Genesaret es un lugar privilegiado de la naturaleza. Sus
aguas dulces son fruto de las altas cumbres del monte Hermón y las
vierte a su vez en el Jordán. Le rodea una vegetación arborada y su
entorno son prados, en las épocas primaverales se llenan de pequeñas
flores que le dan un colorido agradable a la vista. La temperatura es
deliciosa, ya que es un clima levantino. Los puertos de pescadores se
suceden a poca distancia unos de otros, ya que la pesca es abundante.
Es también un lugar privilegiado por Dios, por la presencia de Jesús:
allí realizó muchos milagros y expuso el núcleo de su predicación: el
Sermón del monte. Nazaret está cercana, pero alejada de sus orillas;
entre las poblaciones que se encuentra allí se puede contar a Betsaida
-lugar de nacimiento de Pedro, Juan, Felipe, Andrés y Santiago-
Cafarnaúm -donde vivían Pedro y Andrés cuando Jesús les llamó
definitivamente-, Magdala -lugar de la conversión de la mujer
pecadora, Tesbhita -donde realizaron la segunda pesca milagrosa, la de
los peces contados, la de los 153 peces grandes-, Tiberíades
-localidad romana de mala fama entre los judíos-, y otras junto a
pequeños puertos de pescadores. Este es el marco, pero lo decisivo es
lo que ocurre a los que viven en ese lugar tan grato y amable.
Han sentido la llamada, y la han seguido. San Josemaría Escrivá
conectaba con las pescas milagrosas, la primera que sonaba como un
grito de guerra: "duc in altum!" -¡mar adentro!, y esta segunda, que
tiene muchas facetas: por ejemplo, la actividad sacerdotal, que a la
orilla espera las almas que llevan los miembros de la Iglesia, en su
acercar amigos a Jesús. Pero nos referiremos ahora a lo que este santo
aplicaba al "Apostolado en la vida ordinaria": "Veamos ahora aquella
otra pesca, después de la Pasión y Muerte de Jesucristo. Pedro ha
negado tres veces al Maestro, y ha llorado con humilde dolor; el gallo
con su canto le recordó las advertencias del Señor, y pidió perdón
desde el fondo de su alma. Mientras espera, contrito, en la promesa de
la Resurrección, ejercita su oficio, y va a pescar. A propósito de
esta pesca, se nos pregunta con frecuencia por qué Pedro y los hijos
de Zebedeo volvieron a la ocupación que tenían antes de que el Señor
los llamase. Eran, en efecto, pescadores cuando Jesús les dijo:
seguidme, y os haré pescadores de hombres. A los que se sorprenden de
esta conducta, se debe responder que no estaba prohibido a los
Apóstoles ejercer su profesión, tratándose de cosa legítima y honesta.
El apostolado, esa ansia que come las entrañas del cristiano
corriente, no es algo diverso de la tarea de todos los días: se
confunde con ese mismo trabajo, convertido en ocasión de un encuentro
personal con Cristo. En esa labor, al esforzarnos codo con codo en los
mismos afanes con nuestros compañeros, con nuestros amigos, con
nuestros parientes, podremos ayudarles a llegar a Cristo, que nos
espera en la orilla del lago. Antes de ser apóstol, pescador. Después
de apóstol, pescador. La misma profesión que antes, después.
¿Qué cambia entonces? Cambia que en el alma -porque en ella ha
entrado Cristo, como subió a la barca de Pedro- se presentan
horizontes más amplios, más ambición de servicio, y un deseo
irreprimible de anunciar a todas las criaturas las magnalia Dei , las
cosas maravillosas que hace el Señor, si le dejamos hacer. No puedo
silenciar que el trabajo -por decirlo así- profesional de los
sacerdotes es un ministerio divino y público, que abraza exigentemente
toda la actividad hasta tal punto que, en general, si a un sacerdote
le sobra tiempo para otra labor que no sea propiamente sacerdotal,
puede estar seguro de que no cumple el deber de su ministerio.
–Simón Pedro dijo a Tomás, a Natanael, a los hijos de Zebedeo y a
otros dos: "Voy a pescar." Le replicaron: "Vamos también nosotros
contigo."" Estamos en Galilea, en la orilla del hermoso lago de
Tiberíades. Pedro vuelve a su oficio, y ahí va a buscarle el Señor,
ahora como antes.
-"Salieron y entraron en la barca, y en aquella noche no cogieron
nada". Nada. Nada. El fracaso. El trabajo inútil aparentemente. A
cualquier hombre le suele pasar esto alguna vez: se ha estado
intentando y probando alguna cosa... y después, nada. "Pienso en mis
propias experiencias, en mis decepciones. No para entretenerme en
ellas morbosamente, sino para ofrecértelas, Señor. Creo que Tú conoces
todas mis decepciones... como Tú les habías visto afanarse penosamente
en el lago, durante la noche, y como les habías visto volver sin
"nada"...
Pasa al lado de sus Apóstoles, junto a esas almas que se han
entregado a Él: y ellos no se dan cuenta. ¡Cuántas veces está Cristo,
no cerca de nosotros, sino en nosotros; y vivimos una vida tan humana!
Cristo está vecino, y no se lleva una mirada de cariño, una palabra de
amor de sus hijos.
-"Llegada la mañana, se hallaba Jesús en la playa; pero los discípulos
no se dieron cuenta de que era Él". Pronto descubrirán su "presencia"
en medio de sus ocupaciones profesionales ordinarias. Por de pronto,
Tú ya estás allí... pero ellos no lo saben.
Los discípulos -escribe San Juan- no conocieron que fuese Él. Y Jesús
les preguntó: muchachos, ¿tenéis algo que comer? -"Díjoles Jesús:
"Muchachos, ¿no tenéis nada que comer?"" Conmovedora familiaridad. Una
vez más, Jesús toma la iniciativa... se interesa por el problema
concreto de estos pescadores.
Esta escena familiar de Cristo, a mí, me hace gozar. ¡Que diga esto
Jesucristo, Dios! ¡Él, que ya tiene cuerpo glorioso! Echad la red a la
derecha y encontraréis. -"¡Echad la red a la derecha de la barca y
hallaréis!" Escucho este grito dirigido, desde la orilla; a los que
están en la barca. Trato de contemplarte, de pie, al borde del agua.
Tú les ves venir. En tu corazón, compartes con ellos la pena de no
haber cogido nada. Tú eres salvador: No puedes aceptar el mal.
Echaron la red, y ya no podían sacarla por la multitud de peces que
había. Ahora entienden. Vuelve a la cabeza de aquellos discípulos lo
que, en tantas ocasiones, han escuchado de los labios del Maestro:
pescadores de hombres, apóstoles. Y comprenden que todo es posible,
porque Él es quien dirige la pesca.
-"Echaron pues la red y no podían arrastrarla tan grande era la
cantidad de peces". Como tantas otras veces, has pedido un gesto
humano, una participación. Habitualmente no nos reemplazas; quieres
nuestro esfuerzo libre; pero terminas el gesto que hemos comenzado
para hacerlo más eficaz.
-"Dijo entonces a Pedro, aquel discípulo a quien amaba Jesús: "¡Es el
Señor!"" Ciertamente es una constante: ¡Tú estás ahí, y no se te
reconoce! te han reconocido gracias a un "signo': la pesca milagrosa,
un signo que ya les habías dado en otra ocasión, un signo que había
que interpretar para darle todo su significado, un signo que ¡"aquel
que amaba" ha sido el primero en comprender! Si se ama, las medias
palabras bastan.
El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas
delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente
hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la
ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es
el Señor!
Simón Pedro apenas oyó es el Señor, vistióse la túnica y se echó al
mar. Pedro es la fe. Y se lanza al mar, lleno de una audacia de
maravilla. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde
llegaremos nosotros?
Los demás discípulos vinieron en la barca, tirando de la red llena de
peces, pues no estaban lejos de tierra, sino como a unos doscientos
codos. Enseguida ponen la pesca a los pies del Señor, porque es suya.
Para que aprendamos que las almas son de Dios, que nadie en esta
tierra puede atribuirse esa propiedad, que el apostolado de la Iglesia
-su anuncio y su realidad de salvación- no se basa en el prestigio de
unas personas, sino en la gracia divina. No hacemos nuestro
apostolado. En ese caso, ¿qué podríamos decir? Hacemos -porque Dios lo
quiere, porque así nos lo ha mandado: id por todo el mundo y predicad
el Evangelio - el apostolado de Cristo. Los errores son nuestros; los
frutos, del Señor".
-"Jesús les dijo: "¡Venid y comed!" Se acercó Jesús, tomó el pan y se
lo dio, e igualmente el pescado". Siempre este otro "signo" misterioso
de "dar el pan"..., de la comida en común, de la que Jesús toma la
iniciativa, la que Jesús sirve... La vida cotidiana, en lo sucesivo,
va tomando para ellos una nueva dimensión. Tareas profesionales.
Comidas. Encuentros con los demás. En todas ellas está Jesús
"escondido". ¿Sabré yo reconocer tu presencia?" (Noel Quesson).
«El Señor condujo a su pueblo seguro, sin alarmas, mientras el mar
cubría a sus enemigos. Aleluya» (Sal 77,53), comenzamos diciendo en la
Misa de hoy, y rezamos en la Colecta: «Dios Todopoderoso y eterno, que
por el misterio pascual has restaurado tu alianza con los hombres;
concédenos realizar en la vida cuanto celebramos en la fe». E
insistimos en el Ofertorio: «Realiza, Señor, en nosotros el
intercambio que significa esta ofrenda pascual, para que el amor a las
cosas de la tierra se transfigure en amor a los bienes del cielo». El
medio para la santificación es sobre todo la Comunión: «Jesús dijo a
sus discípulos: "Vamos, comed". Y tomó el pan y se lo dio. Aleluya»
(cf. Jn 21,12-13), hoy representada en esta comida que Jesús ofrece a
los discípulos, ahí se aplican los méritos de su resurrección, como
pedimos en la Postcomunión: «Dios Todopoderoso, no ceses de proteger
con amor a los que has salvado, para que así, quienes hemos sido
redimidos por la Pasión de tu Hijo, podamos alegrarnos en su
Resurrección». Oigamos a San Hipólito: «Antes que los astros, inmortal
e inmenso, Cristo brilla más que el sol sobre todos los seres. Por
ello, para nosotros que nacemos en Él, se instaura un día de Luz
largo, eterno, que no se acaba: la Pascua maravillosa, prodigio de la
virtud divina y obra del poder divino, fiesta verdadera y memorial
eterno, impasibilidad que dimana de la Pasión e inmortalidad que fluye
de la muerte. Vida que nace de la tumba y curación que brota de la
llaga, resurrección que se origina de la caída y ascensión que surge
del descanso... Este árbol es para mí una planta de salvación eterna,
de él me alimento, de él me sacio. Por sus raíces me enraízo y por sus
ramas me extiendo, su rocío me regocija y su espíritu como viento
delicioso me fertiliza. A su sombra he alzado mi tienda y huyendo de
los grandes calores allí encuentro un abrigo lleno de rocío... Él es
en el hambre mi alimento, en la sed mi fuente... Cuando temo a Dios,
Él es mi protección; cuando vacilo, mi apoyo; cuando combato, mi
premio; y cuando triunfo, mi trofeo...».
Benedicto XVI hizo referencia a este pasaje en el comienzo de su
pontificado: "El signo con el cual la liturgia de hoy representa el
comienzo del Ministerio Petrino es la entrega del anillo del pescador.
La llamada de Pedro a ser pastor, que hemos oído en el Evangelio,
viene después de la narración de una pesca abundante; después de una
noche en la que echaron las redes sin éxito, los discípulos vieron en
la orilla al Señor resucitado. Él les manda volver a pescar otra vez,
y he aquí que la red se llena tanto que no tenían fuerzas para
sacarla; había 153 peces grandes y, "aunque eran tantos, no se rompió
la red" (Jn 21,11).
Este relato al final del camino terrenal de Jesús con sus discípulos,
se corresponde con uno del principio: tampoco entonces los discípulos
habían pescado nada durante toda la noche; también entonces Jesús
invitó a Simón a remar mar adentro. Y Simón, que todavía no se llamaba
Pedro, dio aquella admirable respuesta: "Maestro, por tu palabra
echaré las redes". Se le confió entonces la misión: "No temas, desde
ahora serás pescador de hombres" (Lc 5,1.11). También hoy se dice a la
Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar
de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para
el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera.
Los Padres han dedicado también un comentario muy particular a esta
tarea singular. Dicen así: para el pez, creado para vivir en el agua,
resulta mortal sacarlo del mar. Se le priva de su elemento vital para
convertirlo en alimento del hombre. Pero en la misión del pescador de
hombres ocurre lo contrario. Los hombres vivimos alienados, en las
aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad,
sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y
nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así
es, efectivamente: en la misión de pescador de hombres, siguiendo a
Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las
alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios.
Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar a Dios a los
hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida.
Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la
vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada
uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de
nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada
hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el
Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los
otros la amistad con Él. La tarea del pastor, del pescador de hombres,
puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en
definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que
quiere hacer su entrada en el mundo.
Quisiera ahora destacar todavía una cosa: tanto en la imagen del
pastor como en la del pescador, emerge de manera muy explícita la
llamad a la unidad. "Tengo , además, otras ovejas que no son de este
redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá
un solo rebaño, un solo Pastor" (Jn 10, 16), dice Jesús al final del
discurso del buen pastor. Y el relato de los 153 peces grandes termina
con la gozosa constatación: "Y aunque eran tantos, no se rompió la
red" (Jn 21, 11). ¡Ay de mí, Señor amado! ahora la red se ha roto,
quisiéramos decir doloridos. Pero no, ¡no debemos estar tristes!
Alegrémonos por tu promesa que no defrauda y hagamos todo lo posible
para recorrer el camino hacia la unidad que tú has prometido. Hagamos
memoria de ella en la oración al Señor, como mendigos; sí, Señor,
acuérdate de lo que prometiste. ¡Haz que seamos un solo pastor y una
sola grey! ¡No permitas que se rompa tu red y ayúdanos a ser
servidores de la unidad!
En este momento mi recuerdo vuelve al 22 de octubre de 1978, cuando el
Papa Juan Pablo II inició su ministerio aquí en la Plaza de San Pedro.
Todavía, y continuamente, resuenan en mis oídos sus palabras de
entonces: "¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las
puertas a Cristo!" El Papa hablaba a los fuertes, a los poderosos del
mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de
su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la
libertad a la fe. Sí, Él ciertamente les habría quitado algo: el
dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la
arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a
la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una
sociedad justa.
Además, el Papa hablaba a todos los hombres, sobre todo a los jóvenes.
¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo - si dejamos entrar a
Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a Él
-, miedo de que Él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no
tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más
bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y
vernos privados de la libertad? Y todavía el Papa quería decir: ¡no!
quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada - absolutamente nada -
de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta
amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se
abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana.
Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos
libera.
Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de
la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros,
queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo
da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid
de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida.
Amén".
Es deliciosa la escena del desayuno con pescado y pan preparado por
Jesús al amanecer de aquel día. Después de que casi todos le
abandonaran en su momento crítico de la cruz, y Pedro además le negara
tan cobardemente, Jesús tiene con ellos detalles de amistad y perdón
que llenaron de alegría a los discípulos.
Noches de trabajo infructuoso: "Te empeñas en andar solo, haciendo tu
propia voluntad, guiado exclusivamente por tu propio juicio... y, ¡ya
lo ves!, el fruto se llama "infecundidad". Hijo, si no rindes tu
juicio, si eres soberbio, si te dedicas a "tu" apostolado, trabajarás
toda la noche —¡toda tu vida será una noche!—, y al final amanecerás
con las redes vacías… Algunos hacen sólo lo que está en las manos de
unas pobres criaturas, y pierden el tiempo. Se repite al pie de la
letra la experiencia de Pedro: Maestro, hemos trabajado toda la noche,
y no hemos pescado nada. Si trabajan por su cuenta, sin unidad con la
Iglesia, sin la Iglesia, ¿qué eficacia tendrá ese apostolado?:
¡ninguna! —Han de persuadirse de que, ¡por su cuenta!, nada podrán. Tú
has de ayudarles a continuar escuchando el relato evangélico: fiado en
tu palabra, lanzaré la red. Entonces la pesca será abundante y eficaz.
¡Qué bonito es rectificar, cuando se ha hecho, por cualquier motivo,
un apostolado por cuenta propia!" (S. Josemaría, referencia a la
primera pesca). "Escribes, y copio: ¡Señor, Tú sabes que te amo!
cuántas veces, Jesús, repito y vuelvo a repetir, como una letanía
agridulce, esas palabras de tu Cefas: porque sé que te amo, pero
¡estoy tan poco seguro de mí!, que no me atrevo a decírtelo claro.
¡Hay tantas negaciones en mi vida perversa! ¡Tú sabes que te amo! Que
mis obras, Jesús, nunca desdigan estos impulsos de mi corazón".
Insiste en esta oración tuya, que ciertamente Él oirá" (idem, después
de la segunda pesca). Con Jesús, frutos. "Nosotros también podemos
tener noches malas y fracasos en nuestro trabajo, decepciones en
nuestro camino. Podemos aprender la lección: cuando no estaba Jesús,
los pescadores no lograron nada. Siguiendo su palabra, llenaron la
barca. Ese es el Cristo en quien creemos y a quien seguimos: el
Resucitado que se nos aparece misteriosamente -en la Eucaristía, no
nos prepara pan y pescado, sino que nos da su Cuerpo y su Sangre- hace
eficaz nuestra jornada de pesca y nos invita a comer con Él y a
descansar junto a Él. Podemos sentirnos contentos: «dichosos los
invitados a la Cena del Señor». Por una parte, esto nos invita a no
perder nunca la esperanza ni dejarnos llevar del desaliento. Nuestras
fuerzas serán escasas, pero en su nombre, con la fuerza del Señor,
podemos mucho. Pero, por otra parte, nos hace pensar que si fuéramos
los unos para con los otros como Jesús: si ante el que trabaja sin
gran fruto y tiene la tentación de echarlo todo a rodar, fuéramos tan
humanos y amables como Él, si supiéramos improvisar un desayuno
fraterno en ambiente de serenidad y amistad para el que viene cansado,
si le dirigiéramos una palabra de interés y de ayuda, sería mucho más
fácil seguir trabajando como cristianos o como apóstoles, a pesar de
los fracasos o de las dificultades" (J. Aldazábal).
Con lo que le damos, el Señor nos da mucho más. Comenta San Agustín:
«Con esto hizo el Señor una comida para aquellos siete discípulos
suyos, a saber, con el pez que habían visto sobre las brasas y con
algunos de los que habían cogido y con el pan que ellos habían visto,
según la narración. El pez asado es Cristo sacrificado. Él mismo es el
pan bajado del cielo. A este pan se incorpora la Iglesia para
participar de la eterna bienaventuranza. Y por eso dice: "Traed los
peces que ahora habéis cogido", para que cuantos abrigamos esta
esperanza podamos por medio de estos siete discípulos, en los cuales
se puede ver figurada la totalidad de todos nosotros, tomar parte en
tan excelente sacramento y quedar asociados a la misma
bienaventuranza. Esta es la comida del Señor con sus discípulos, con
lo cual el Evangelista San Juan, aun teniendo muchas cosas que decir
de Cristo, y absorto según mi parecer en alta contemplación de cosas
excelsas, concluye su Evangelio».
El Concilio Vaticano II enseña: "El Verbo de Dios, por quien todo fue
hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvará a todos y
recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia
humana, "punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la
historia y de la civilización", centro de la humanidad, gozo del
corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones. Él es aquel a
quien el Padre resucitó, exaltó y colocó a su derecha, constituyéndolo
juez de vivos y de muertos". "Es precisamente esta singularidad única
de Cristo la que le confiere un significado absoluto y universal, por
lo cual, mientras está en la historia, es el centro y el fin de la
misma : "Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el
Principio y el Fin" (Ap 22,13)".

Jueves de la octava de Pascua: Jesús nos ofrece la paz, participar en su familia de hijos de Dios, por su Resurrección


Hechos (3,11-26): Después del milagro, "todo el pueblo, lleno de
asombro, corrió hacia ellos, que estaban en el pórtico de Salomón. Al
ver esto, Pedro dijo al pueblo: "Israelitas, ¿de qué os asombráis?
¿Por qué nos miráis así, como si fuera por nuestro poder o por nuestra
santidad, que hemos hecho caminar a este hombre? El Dios de Abraham,
de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su
servidor Jesús, a quien vosotros entregasteis, renegando de Él delante
de Pilato, cuando este había resuelto ponerlo en libertad. Vosotros
renegasteis del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la
liberación de un homicida, matasteis al autor de la vida. Pero Dios lo
resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Por
haber creído en su Nombre, ese mismo Nombre ha devuelto la fuerza al
que vosotros veis y conocéis. Esta fe que proviene de Él, es la que lo
ha curado completamente, como vosotros podéis comprobar. Ahora bien,
hermanos, yo sé que vosotros obrasteis por ignorancia, lo mismo que
vuestros jefes. Pero así, Dios cumplió lo que había anunciado por
medio de todos los profetas: que su Mesías debía padecer. Por lo
tanto, haced penitencia y convertíos, para que vuestros pecados queden
perdonados. Así el Señor os concederá el tiempo del consuelo y enviará
a Jesús, el Mesías destinado para vosotros. Él debe permanecer en el
cielo hasta el momento de la restauración universal, que Dios anunció
antiguamente por medio de sus santos profetas". Y sigue Pedro
hablándoles de cómo Moisés habló de Jesús… Es su segunda predicación
que leemos en el libro de los Hechos. Jesús, aunque ha muerto, es
todavía el dueño de la vida, esto es, el que conduce, como un nuevo
Moisés, a la salvación y a la libertad al nuevo pueblo de Dios (3,15).
Las tres primeras predicaciones de Pedro (2,14-39; 3,12-26 y 4 8-12)
son realmente muy semejantes y pueden ser ejemplo de lo que fue la
predicación de la Iglesia de Jerusalén en su período inicial, un
resumen de la cual se encontraría también en Mc 1,14.
"Jesús, tu resurrección es una potencia de vida, de alegría, de
exaltación. El brinco del hombre que no había andado jamás en toda su
vida y que se echa a andar súbitamente es el símbolo de la humanidad
salvada. ¡Que cada vez que salga de un pecado, sea con esa alegría!
-En efecto, el pecado, más que la enfermedad física, es lo que daña a
la humanidad. La verdadera parálisis es la de la voluntad encogida,
incapaz de reaccionar-. Danos, Señor, plena salud de alma y cuerpo...
de alma sobre todo.
-"Sin embargo, hermanos, sé que obrasteis por ignorancia, lo mismo que
vuestros jefes". Es siempre el mismo evangelio que continúa.
"Perdónalos, decía Jesús, no saben lo que se hacen..." "Estáis
perdonados, decía san Pedro, porque habéis obrado por ignorancia".
Está ejerciendo el poder de atar y de desatar, un poder que le dio
Jesús: «todo lo que ates en la tierra, será atado en el cielo».
-"Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean
borrados; así vendrá la consolación por parte del Señor". El perdón es
el "tiempo de la consolación". ¡Admirable fórmula! ¿Concibo mis
confesiones, como una participación en la resurrección? No cuento con
apoyarme en la fuerza de mi voluntad, sino en la fuerza de «Aquél que
resucitó a Jesús de entre los muertos» (Noel Quesson); el Dios de los
patriarcas ha glorificado a Jesús, en quien culmina el profetismo más
espiritual de Israel, el del Siervo de Dios. La pasión de Jesús, de
donde puede arrancar la conversión de los oyentes; conversión que
comporta: arrepentimiento, que quiere decir apartarse del mal, y
conversión, que significa volver a Dios.
b) "Yo estaré con vosotros", fue la promesa de Jesús que continúa con
su Espíritu en este Evangelio de la primitiva Iglesia. Como decía
Álvaro del Portillo: "El encargo que recibió un puñado de hombres en
el Monte de los Olivos, cercano a Jerusalén, durante una mañana
primaveral allá por el año 30 de nuestra era, tenía todas las
características de una misión imposible". "Recibiréis el poder del
Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la
tierra" (Hechos 1, 8).
Las últimas palabras pronunciadas por Cristo antes de la Ascensión
parecían una locura. Desde un rincón perdido del Imperio romano, unos
hombres sencillos —ni ricos, ni sabios, ni influyentes— tendrían que
llevar a todo el mundo el mensaje de un ajusticiado.
Menos de trescientos años después, una gran parte del mundo romano se
había convertido al cristianismo. La doctrina del Crucificado había
vencido las persecuciones del poder, el desprecio de los sabios, la
resistencia a unas exigencias morales que contrariaban las pasiones.
Y, a pesar de los vaivenes de la historia, todavía hoy el cristianismo
sigue siendo la mayor fuerza espiritual de la humanidad. Sólo la
gracia de Dios puede explicar esto. Pero la gracia ha actuado a través
de hombres que se sabían investidos de una misión y la cumplieron.
El Salmo (8,2.5-9): "¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre
en toda la tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo: / ¿qué es
el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides? /
Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y
esplendor; / le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo
pusiste bajo sus pies: / todos los rebaños y ganados, y hasta los
animales salvajes; / las aves del cielo, los peces del mar y cuanto
surca los senderos de las aguas". Nos ayuda a cantar las maravillas
que Dios hace con la luz de la poesía. Aquí vemos la grandiosidad de
la creación, «obra de tus dedos» divinos, «obras de tus manos». Dios
se inclina sobre el hombre y le corona como si fuera su virrey: «lo
coronaste de gloria y dignidad». Todo esto nos va bien recordarlo ante
las tentaciones, dice S. Ambrosio: "por ello, cuando seas tentado,
recuerda que te está preparando la corona. Si descartas el combate de
los mártires, descartarás también sus coronas; si descartas sus
suplicios, descartarás también su dicha».
El Evangelio (Lucas 24,35-48): "los discípulos contaron lo que había
pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del
pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio
de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados,
creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por
qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies;
soy Yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos
como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los
pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y
estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos
le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.
Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé
cuando todavía estaba con vosotros: 'Es necesario que se cumpla todo
lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los
Salmos acerca de mí'». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que
comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el
Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se
predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a
todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos
de estas cosas»".
Después de María Magdalena, Jesús se aparece a los discípulos, con el
deseo de la paz: «La paz con vosotros» (Lc 24,36). Así disipa los
temores y presentimientos que los Apóstoles han acumulado durante los
días de pasión y de soledad. Pienso que las preguntas que angustian a
las personas de hoy son: "¿de verdad hay Dios, o estaré solo cuando
sufra, sobre todo cuando llegue la muerte?" "¿me salvaré, si hay un
más allá?" En "La doble vida de Verónica", una chica vive en Polonia y
tiene una brillante carrera como cantante, pero padece una grave
dolencia cardiaca. En Francia, a miles de kilómetros, vive Verónica,
otra joven idéntica que guarda muchas similitudes vitales con ella,
como sus dolencias y su gran pasión por la música. Ambas, a pesar de
la distancia y de no tener aparentemente ninguna relación, son capaces
de sentir que no están solas... Es una de las últimas películas del
director polaco Kryzstof Kieslowski, protagonizada en un doble papel
por una magnífica Irène Jacob: es un fascinante y hermoso film de
imborrables imágenes que plantea, como en otras películas del
inquietante director, la presencia de Alguien que nos cuida más allá
de lo que vemos. Es más, que nos sugiere corazonadas, qué es lo que
hay que hacer, sin saberlo, antes de que pase algo malo, por la
experiencia "del otro"… para mí es un símbolo, de Quien ha pasado por
lo que nosotros pasamos…
a) "Él no es un fantasma, es totalmente real, pero, a veces, el miedo
en nuestra vida va tomando cuerpo como si fuese la única realidad. En
ocasiones es la falta de fe y de vida interior lo que va cambiando las
cosas: el miedo pasa a ser la realidad y Cristo se desdibuja de
nuestra vida. En cambio, la presencia de Cristo en la vida del
cristiano aleja las dudas, ilumina nuestra existencia, especialmente
los rincones que ninguna explicación humana puede esclarecer". San
Gregorio Nacianceno nos exhorta: «Debiéramos avergonzarnos al
prescindir del saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a
salir del mundo. La paz es un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos
proviene de Dios, según dice el Apóstol a los filipenses: 'La paz de
Dios'; y que es de Dios lo muestra también cuando dice a los efesios:
'Él es nuestra paz'». Cuando leo este Evangelio en Misa, en el
colegio, los niños asistentes ante el anuncio de Jesús: "la paz sea
con vosotros" responden "y con tu espíritu", y es cierto: la
resurrección de Cristo es lo que da sentido a todas las vicisitudes y
sentimientos, lo que nos ayuda a recobrar la calma y a serenarnos en
las tinieblas de nuestra vida. Las otras pequeñas luces que
encontramos en la vida sólo tienen sentido en esta Luz. «Es necesario
que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los
Profetas y en los Salmos acerca de mí...»: nuevamente les «abrió sus
inteligencias para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,44-45),
como ya lo había hecho con los discípulos de Emaús. "También quiere el
Señor abrirnos a nosotros el sentido de las Escrituras para nuestra
vida; desea transformar nuestro pobre corazón en un corazón que sea
también ardiente, como el suyo: con la explicación de la Escritura y
la fracción del Pan, la Eucaristía. En otras palabras: la tarea del
cristiano es ir viendo cómo su historia Él la quiere convertir en
historia de salvación" (Joan Carles Montserrat).
b) "¡No temáis!" Nos dice también hoy el Señor: En mi vida personal,
en la vida del mundo, de la Iglesia, evoco, hoy, una situación en la
que falta la esperanza. Pero Tú estás aquí, Señor, "en medio de
nosotros".
-Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Jesús les dijo.
"¿Por qué os turbáis y por qué suben a vuestro corazón estos
pensamientos? Ved mis manos y mis pies, ¡que soy Yo! Palpadme y ved
que el espíritu no tiene carne ni huesos..." En su alegría no se
atrevían a creerlo. Jesús les dijo: "¿Tenéis aquí algo que comer? Le
dieron un trozo de pescado asado, y tomándolo lo comió delante de
ellos. Para esos semitas que ni siquiera tienen idea de una distinción
del "cuerpo y del alma", si Jesús vive, ha de ser con toda su persona:
quieren asegurarse de que no es un fantasma, y para ello es necesario
que tenga un cuerpo... La resurrección no puede reducirse a una idea
"de inmortalidad del alma", como decían algunos niños al comentar el
texto: "será un fantasma", o bien "es su alma en cuerpo virtual"... Es
una presencia real. Pero no es el cuerpo que murió, que ahora está con
sus heridas sin que los nervios y músculos y huesos sufran los
dolores; como no resucitará uno de nosotros con el cuerpo demacrado y
arrugado de un anciano al morir, o con las deformidades sufridas por
la enfermedad o una mutilación. Ya hemos hablado de que será un cuerpo
sin materia corpórea, fuera del espacio y del tiempo podrá aparecerse
a quien quiere y como quiere, como un disco duro del ordenador alberga
todos los momentos de la vida, o una película puede presentarse en
cualquiera de sus secuencias, así la resurrección transforma y
quedaremos transfigurados, para poder salir del universo material, y
penetrados por el Espíritu de Dios, como Cristo, aparecer en
cualquiera forma. "Nosotros esperamos como salvador al Señor
Jesucristo, que transfigurará el cuerpo de nuestra vileza conforme a
su Cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene para someter a sí
todas las cosas", dirá san Pablo (Flp 3, 21).
La Eucaristía, una parcela del universo, un poco de pan y de vino, es
así asumida por Cristo, "sumisa a Cristo" como dice san Pablo, para
venir a ser el signo de la presencia del Resucitado, y transformarnos
poco a poco a nosotros mismos, en Cuerpos de Cristo. ¡He aquí el
núcleo del evangelio! ¡He aquí la "buena nueva"! ¡He aquí la feliz
realización del plan de Dios! ¡He aquí el fin de la Creación! ¡He aquí
el sentido del universo! Si nos tomamos en serio la Resurrección, esto
nos compromete a trabajar en este sentido: salvar al hombre, salvar el
universo, sometiéndolo totalmente a Dios"; ese "Dios con nosotros" se
queda, podemos espiritualizarnos con Él...
-"Les dijo: Esto es lo que Yo os decía estando aún con vosotros...
Entonces les abrió la inteligencia para que entendiesen las
Escrituras", los sufrimientos del Mesías, la resurrección de los
muertos, la conversión proclamada en su nombre para el perdón de los
pecados... A todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros
daréis testimonio de esto. "Jesucristo es ahora realmente el Señor,
que tiene poder sobre todo el universo, sobre todos los hombres, y que
da a los hombres la misión de ir a todo el mundo. En cierto sentido,
todo está hecho en Cristo. Pero todo está por hacer. ¿Trabajo yo en
esto? ¿Doy testimonio de esto?" (Noel Quesson).
c) Así lo pedimos a la Virgen, la mujer que inaugura esta familia de
Jesús, que se formó en la Sagrada Familia, que se amplió con los
Apóstoles y que hoy se amplía con el bautismo a todos los hombres,
para que sean hijos de Dios: «Este es el día en que actuó el Señor,
sea nuestra alegría y nuestro gozo» (aleluya), quien nos « llamó a
salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa» (comunión), y
queremos ser esos del coro que cantamos en la Entrada: «Ensalzaron a
coro tu brazo victorioso, porque la sabiduría abrió la boca de los
mudos y soltó la lengua de los niños. Aleluya» (Sab 10,20-21).
Queremos entrar en este tesoro escondido en el campo de este mundo y
en el frondoso bosque de las sagradas Escrituras, del que habla San
Ireneo: «Si uno lee con atención las Escrituras, encontrará que hablan
de Cristo y que prefiguran la nueva vocación. Porque Él es el tesoro
escondido en el campo (Mt 13,44), es decir, en el mundo, ya que el
campo es el mundo (Mt 13,48); tesoro escondido en las Escrituras, ya
que era indicado por medio de figuras y parábolas, que no podían
entender según la capacidad humana antes de que llegara el
cumplimiento de lo que estaba profetizado, que es el advenimiento de
Cristo. Por esto se dijo al profeta Daniel: "Cierra estas palabras y
sella el libro hasta el tiempo del cumplimiento, hasta que muchos
lleguen a comprender y abunde el conocimiento" (Dan 12,4)», esta paz
que Jesús nos anuncia. "Fijémonos en el saludo inesperado, tres veces
repetido por Jesús resucitado cuando se apareció a sus discípulos
reunidos en la sala alta, por miedo a los judíos. En aquella época,
este saludo era habitual, pero en las circunstancias en que fue
pronunciado, adquiere una plenitud sorprendente. Os acordáis de las
palabras: "Paz a vosotros". Un saludo que resonaba en Navidad: "Paz en
la tierra" (Lc 2,14) Un saludo bíblico, ya anunciado como promesa
efectiva del reino mesiánico. Pero ahora es comunicado como una
realidad que toma cuerpo en este primer núcleo de la Iglesia naciente:
la paz de Cristo victorioso sobre la muerte y de las causas próximas y
remotas de los efectos terribles y desconocidos de la muerte. Jesús
resucitado anuncia pues, y funda la paz en el alma descarriada de sus
discípulos. Es la paz del Señor, entendida en su significación
primera, personal, interior…aquella que Pablo enumera entre los frutos
del Espíritu, después de la caridad y el gozo, fundiéndose con ellos
(Gal 5,22) ¿Qué hay mejor para un hombre consciente y honrado? La paz
de la conciencia ¿no es el mejor consuelo que podamos encontrar?... La
paz del corazón es la felicidad auténtica. Ayuda a ser fuerte en la
adversidad, mantiene la nobleza y la libertad de la persona, incluso
en las situaciones más graves, es la tabla de salvación, la
esperanza...en los momentos en que la desesperación parece
vencernos.... Es el primer don del resucitado, el sacramento de un
perdón que resucita" (Pablo VI).

Pascua 1, miércoles: la experiencia de Jesús resucitado con los discípulos de Emaús, modelo de cómo Jesús nos busca y podemos encontrarle


Los Hechos (3,1-10): "Pedro y Juan subían al Templo para la oración de
la tarde. Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían
diariamente junto a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", para
pedir limosna a los que entraban. Cuando él vio a Pedro y a Juan
entrar en el Templo, les pidió una limosna. Entonces Pedro, fijando la
mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: "Míranos". El hombre los
miró fijamente esperando que le dieran algo. Pedro le dijo: "No tengo
plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de
Nazaret, levántate y camina". Y tomándolo de la mano derecha, lo
levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos.
Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos
en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios. Toda la gente
lo vio camina y alabar a Dios. Reconocieron que era el mendigo que
pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", y
quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había
sucedido".
"Hoy «es el día que hizo el Señor: regocijémonos y alegrémonos en Él»
(Sal 117,24). Así nos invita a rezar la liturgia de estos días de la
octava de Pascua. Alegrémonos de ser conocedores de que Jesús
resucitado, hoy y siempre, está con nosotros. Él permanece a nuestro
lado en todo momento. Pero es necesario que nosotros le dejemos que
nos abra los ojos de la fe para reconocer que está presente en
nuestras vidas. Él quiere que gocemos de su compañía, cumpliendo lo
que nos dijo: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo» (Mt 28,20)" (Xavier Pagès).
De momento los discípulos seguían con las liturgias del Templo. -Un
tullido de nacimiento pedía limosna... Pedro le dijo: «oro no tengo,
pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo el Nazareno,
levántate y anda». Los Apóstoles son los continuadores de Jesús. Son
los depositarios del poder taumatúrgico -hacer milagros- del Mesías.
La acción de Jesús no terminó con su muerte: Dios continúa actuando a
través de su presencia misteriosa en su Iglesia. Y para subrayar esa
continuidad: Pedro dice las mismas palabras que Jesús: «Levántate y
anda...» (Lc 5, 23). Pedro hace el mismo gesto que Jesús: «Tomándole
de la mano...» (Lc 8, 54). Y sana la misma enfermedad, un paralítico y
en el mismo lugar... (Mt 21, 14). ¿Creo yo en la Iglesia, depositaria
de los beneficios de Dios? ¿Creo, de veras, que Jesús está viviendo en
ella? ¿Es su Palabra la que oigo, cuando se lee la Escritura en la
Misa? ¿Es a Él a quien encuentro, cuando me confieso? Ocasión de
descubrir de nuevo la misteriosa profundidad de la "acción
Apostólica": el Papa y los obispos continúan la función de Pedro y de
los Doce.
-En nombre de Jesucristo, ¡Levántate y anda! Eso es los que repite la
Iglesia a la humanidad, con tanta frecuencia paralizada. «Levántate».
La Iglesia, siguiendo a Jesús, quiere la grandeza del hombre: un
hombre de pie, un hombre activo, un hombre capaz de tomar su destino
en su mano... En mi vida familiar o profesional, ¿contribuyo a
«levantar» a la humanidad? ¿Contribuyo a curar? Yo mismo, ¿sé apoyarme
en la fuerza de la resurrección para ponerme de nuevo en pie cada vez
que una prueba me ha paralizado o anonadado? «En nombre de Jesucristo,
¡que me levante y ande!»
-Entró con ellos en el Templo... La ley de Moisés había establecido un
cierto número de barreras: así ciertas categorías de personas,
consideradas como «impuras» legalmente no tenían derecho a entrar en
el Templo. Los tullidos estaban en este caso. Pero he aquí que la
nueva religión rompe todas esas barreras legales: nadie es excluido...
Todos están invitados a entrar. ¡Gracias, Señor! Ayúdanos a no
reinstalar barreras ni exclusiones. Que seamos acogedores y abiertos a
todos. En particular a los más pobres... -Andando... saltando... y
alabando a Dios... Es algo muy comprensible. Imagino la escena en el
templo. El poder maravilloso de la resurrección comienza a difundirse
en el cuerpo de la humanidad, como presagio y anuncio de la exultación
final de los «resucitados» (Noel Quesson).
Salmo (105,1-4.6-9): "¡Dad gracias al Señor, invocad su Nombre, haced
conocer entre los pueblos sus proezas; / cantad al Señor con
instrumentos musicales, pregonad todas sus maravillas! / ¡Gloríense en
su santo Nombre, alégrense los que buscan al Señor! / ¡Recurran al
Señor y a su poder, busquen constantemente su rostro; / descendientes
de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido: / el Señor es
nuestro Dios, en toda la tierra rigen sus decretos. / Él se acuerda
eternamente de su alianza, de la palabra que dio por mil generaciones,
/ del pacto que selló con Abraham, del juramento que hizo a Isaac".
Dios es siempre fiel a su Alianza y a su amor hacia nosotros. Él jamás
abandonará a su Pueblo a pesar de nuestras infidelidades. ¿Habrá
alguien que nos ame como Dios lo ha hecho? Su misericordia es eterna y
se prolonga de generación en generación. En su amor por nosotros se
hizo uno de nosotros para ofrecernos su perdón, y para hacernos
partícipes de su Vida y de su Espíritu. Aun cuando muchas veces
nosotros nos alejemos del Señor y traicionamos su amor, Él no se
olvidará de nosotros y siempre estará dispuesto a perdonarnos, pues Él
es nuestro Dios y Padre misericordioso, y no enemigo a la puerta.
Mientras aún es tiempo, volvamos al Señor, dejémonos amar por Él y
convirtámonos en fieles testigos suyos, proclamando sus prodigios a
todos los pueblos.

Evangelio (Lucas 24,13-35): "Aquel mismo día iban dos de ellos a un
pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y
conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que,
mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y
siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le
conocieran.
Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?».
Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás
le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe
las cosas que estos días han pasado en ella?». Él les dijo: «¿Qué
cosas?». Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un
profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el
pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a
muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba
a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días
desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras
nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no
hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una
aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos
de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían
dicho, pero a Él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos
de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era
necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y,
empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó
lo que había sobre Él en todas las Escrituras.
Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir
adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros,
porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con
ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.
Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él
desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo
nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y
nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se
volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que
estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y
se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había
pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan".
a) Sólo María Santísima tendrá fe en todo momento, los discípulos
están en desbandada, y ahí van los de hoy, desanimados,
descorazonados. "Aquella tarde van de Jerusalén a Emaús, a pocas horas
de camino de la Ciudad Santa, tristes, bajo el peso de la mayor de las
decepciones: el Maestro acaba de ser crucificado como un malhechor, no
había tenido ningún poder contra la muerte, y ahora todos los suyos se
dispersaban sin saber donde ir. Si el único que tenía palabras de vida
eterna había muerto, ¿qué iba a ser de ellos? Andaban -eran dos, un
tal Cleofás y otro- contándose entre sí una y otra vez todo aquel
desastre, el fin de la gran esperanza. Sin duda se han equivocado,
Jesús debió ser profeta, pero no el Mesías, habían entendido mal el
mensaje, su muerte, un hecho tan seguro, sólo podía interpretarse así"
(Carlos Pujol). Quizá no perdieron la luz íntima de la fe en Jesús,
sino la esperanza mesiánica en un líder terrenal. Lo que no consiguió
Jesús en vida, lo obtuvo agonizante y muerto, curándoles
definitivamente de su fe ingenua y pueril en un camino de Dios según
la fantasía humana, alejado del camino de la cruz. En su alma se formó
un vacío, quedando así espacio libre para la sabiduría divina que es
locura para el mundo. -Dos discípulos iban a Emaús... y hablaban entre
sí... El viernes último murió su amigo. Todo ha terminado. Vuelven a
su casa. Sorprende que no sean capaces de tener en consideración el
testimonio de las mujeres; quizá estaban tan deprimidos por el
"fracaso" que para ellos era la muerte de Jesús, que están
temporalmente cerrados a todo misterio.
Hasta que llegan a la raíz de su decepción: Sin embargo nosotros
esperábamos que Él sería quien redimiera a Israel. Este es el tema.
¿Cuál era su esperanza?: parece una salvación humana; muchos problemas
vienen de la tergiversación de la esperanza... ya el tercer día desde
que han pasado estas cosas. Ya no esperan nada. "Nosotros
esperábamos..." Estas palabras están llenas de una esperanza perdida.
Me imagino su decepción. Camino con ellos. Les escucho. En toda vida
humana esto sucede algún día: una gran esperanza perdida, una muerte
cruel, un fracaso humillante, una preocupación, una cuestión
insoluble, un pecado que hace sufrir. Humanamente, no hay salida.
-Jesús se les acercó e iba con ellos... pero sus ojos estaban ciegos,
no podían reconocerle... "¿De qué estáis hablando? Parecéis tristes."
Por su camino has venido a encontrarles; e inmediatamente te interesas
por sus preocupaciones. Tú conoces nuestras penas y nuestras
decepciones. Me alivia pensar que no ignoras nada de lo que soporto en
el fondo de mí mismo. Me dejo mirar e interrogar por ti.
-Lo de Jesús Nazareno... Cómo le entregaron nuestros magistrados para
que fuese condenado a muerte y crucificado... Jesús deja que se
expresen detenidamente, sobre sus preocupaciones. No se da a conocer
enseguida: deja que hablen, que se desahoguen.
-¡Hombres tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los
profetas! Y comenzando por Moisés y por todos los profetas les fue
declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras. He aquí el
primer método para "reconocer" a Jesús: tomar contacto, profundamente,
cordialmente, con las Escrituras con la Palabra de Dios. Hacer
"oración". Procurar por encima de todo tener unos momentos de corazón
a corazón. Leer y releer la Escritura.
Llegan al pueblo, le piden que se quede: "Una de las súplicas más
conmovedoras del Evangelio, oscurece (¿quién tiene miedo a la
oscuridad, los de Emaús o su compañero misterioso?), y después de
aquel coloquio ambulante ahora que todo son sombras lo necesitan."
(Carlos Pujol).
"Jesús en el camino. ¡Señor, qué grande eres siempre! Pero me
conmueves cuando te allanas a seguirnos, a buscarnos, en nuestro
ajetreo diario. Señor, concédenos la ingenuidad de espíritu, la mirada
limpia, la cabeza clara, que permiten entenderte cuando vienes sin
ningún signo exterior de tu gloria.
Se termina el trayecto al encontrar la aldea, y aquellos dos que -sin
darse cuenta- han sido heridos en lo hondo de su corazón por la
palabra y el amor de Dios hecho hombre, sienten que se vaya. Porque
Jesús les saluda con un ademán de continuar adelante. No se impone
nunca, este Señor Nuestro. Quiere que le llamen libremente, desde que
hemos entrevisto la pureza del Amor, que nos ha metido en el alma.
Hemos de detenerlo por fuerza y rogarle: continua con nosotros porque
ya es tarde, y ya va el día de caída, se hace de noche.
Así somos: siempre poco atrevidos, quizá por insinceridad, o quizá por
pudor. En el fondo, pensamos: quédate con nosotros porque nos rodean
las tinieblas, y sólo Tú eres luz, sólo Tú puedes calmar esta ansia
que nos consume. Porque 'entre las cosas hermosas, honestas, no
ignoramos cuál es la primera: poseer siempre a Dios' (San Gregorio
Nacianzeno).
Y Jesús se queda. Se abren nuestros ojos como los de Cleofás y su
compañero, cuando Cristo parte el pan; y aunque Él vuelva a
desaparecer de nuestra vista, seremos también capaces de emprender de
nuevo la marcha -anochece-, para hablar a los demás de Él, porque
tanta alegría no cabe en un pecho solo.
Camino de Emaús. Nuestro Dios ha llenado de dulzura este nombre. Y
Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos
divinos de la tierra" (San Josemaría Escrivá). Vale la pena recordar a
los discípulos de Emaús si alguna vez nos ataca el fantasma del
desaliento o la desesperanza; Jesús nunca nos dejará solos, de una
manera o de otra nos acompañará en el camino y nos hablará, pero
conviene pedirle que se quede con nosotros para que su presencia se
haga continua en nuestra vida. Muchas veces Jesús utilizará nuestras
vidas para que otros encuentren el consuelo y la luz en sus vidas en
tinieblas. No se trata sólo de ser Apóstoles, sino el mismo Cristo que
pasa por sus vidas como ha pasado por la nuestra para orientar al
perdido, consolar al triste y animar al desesperanzado.
b) En el fondo, ahí está el sentido de la Misa. La misa es el
ofrecimiento de Cristo y nuestro al Padre, y básicamente tiene dos
partes, que son la liturgia de la palabra y la Eucaristía.
Ofrecimiento al Padre de Jesús y nuestro, pues somos también nosotros
hijos de Dios (como le dijo a María el primer domingo: "di a mis
hermanos: subo a mi Padre, que es también vuestro Padre"). Decía una
persona: "La Palabra de Dios proclamada en la celebración de la
Eucaristía me ha llevado en diversos momentos de mi vida a tomar
decisiones concretas para ir adelante en hacer la voluntad de Dios en
mi vida; no es cuestión de voluntad (muchas veces no encuentro esta
intensidad) sino un don de Dios". A nosotros nos toca, como en el
milagro de Caná, llenar las tinajas de agua (estar ahí, dispuestos a
la escucha de la Palabra): es Jesús quien puede hacer el milagro de
convertir el agua en vino (cambiar nuestro corazón), y hacer realidad
lo que oímos al comienzo del Evangelio: "El Señor esté con vosotros".
Una historia poco piadosa nos puede ilustrar esa necesidad de
contacto vital. Habla de un joven inquieto se presentó a un sacerdote
y le dijo: -'Busco a Dios'. El reverendo le echó un sermón, que el
joven escuchó con paciencia. Acabado el sermón, el joven marchó triste
en busca del obispo. -'Busco a Dios', le dijo llorando al obispo.
Monseñor le leyó una pastoral que acababa de publicar en el boletín de
la diócesis y el joven oyó la pastoral con gran cortesía, pero al
acabar la lectura se fue angustiado al Papa a pedirle: -'Busco a
Dios'. Su Santidad se dispuso a resumirle su última encíclica, pero el
joven rompió en sollozos sin poder contener la angustia. -'¿Por qué
lloras?', le preguntó el Papa totalmente desconcertado. -'Busco a Dios
y me dan palabras' dijo el joven apenas pudo recuperarse. Aquella
noche, el sacerdote, el obispo y el Papa tuvieron un mismo sueño.
Soñaron que morían de sed y que alguien trataba de aliviarles con un
largo discurso sobre el agua.
-Jesús, "puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo
partió y se lo dio. Se les abrieron los ojos y le reconocieron". "Esta
es la segunda experiencia para "reconocer a Jesús": la eucaristía, la
fracción del pan. La primera había sido la Escritura, explicada por
Él. Fijémonos en que los dos momentos del encuentro de Emaús son como
las dos partes de la Misa: la liturgia de la Palabra y la "fracción
del pan", que Jesús hizo el jueves santo (y que estos discípulos
recordarían cuando reconocieron a Jesús). La Eucaristía nunca es
aislada, sino que -inscrita en el año litúrgico, con unos sentimientos
distintos según sea la esperanza del Adviento, o el dolor de la
Cuaresma o la alegría de Navidad o Pascua...- siempre nos hace viva la
muerte y resurrección de Jesús, por esto es buena disposición ver que
la vida es como un camino de Emaús, un encuentro con Jesús en el que
cada día hay una palabra suya que va germinando en nuestro corazón,
algo que nos va explicando por el camino.
La eucaristía es el sacramento, el signo eficaz de la presencia de
Cristo resucitado. Es el gran misterio de la Fe: un signo muy pobre,
un signo muy modesto. Comulgar con el "Cuerpo de Cristo". Valorar la
eucaristía por encima de todo. Arrodillarse alguna vez ante un
sagrario. En el mismo instante se levantaron, y volvieron a Jerusalén.
Siempre la "misión". Nadie puede quedarse quieto en su sitio
contemplando a Cristo resucitado: Hay que ponerse en camino y marchar
hacia los hermanos" (Noel Quesson).
Caminemos con la esperanza que nos da el hecho de saber que el Señor
nos ayuda a encontrar sentido a todos los acontecimientos. Sobre todo,
en aquellos momentos en que, como los discípulos de Emaús, pasemos por
dificultades, contrariedades, desánimos... Ante los diversos
acontecimientos, nos conviene saber escuchar su Palabra, que nos
llevará a interpretarlos a la luz del proyecto salvador de Dios.
Aunque, quizá, a veces, equivocadamente, nos pueda parecer que no nos
escucha, Él nunca se olvida de nosotros; Él siempre nos habla. Sólo a
nosotros nos puede faltar la buena disposición para escuchar, meditar
y contemplar lo que Él nos quiere decir.
En los variados ámbitos en los que nos movemos, frecuentemente podemos
encontrar personas que viven como si Dios no existiera, vidas carentes
de sentido. Conviene que nos demos cuenta de la responsabilidad que
tenemos de llegar a ser instrumentos aptos para que el Señor pueda, a
través de nosotros, acercarse y "hacer camino" con los que nos rodean.
Busquemos cómo hacerlos conocedores de la condición de hijos de Dios y
de que Jesús nos ha amado tanto, que no sólo ha muerto y resucitado
para nosotros, sino que ha querido quedarse para siempre en la
Eucaristía. Fue en el momento de partir el pan cuando aquellos
discípulos de Emaús reconocieron que era Jesús quien estaba a su lado.
c) Muchos cristianos, jóvenes y mayores, experimentamos en la vida,
como los dos de Emaús, momentos de desencanto y depresión. A veces por
circunstancias personales. Otras, por la visión deficiente que la
misma comunidad puede ofrecer. El camino de Emaús puede ser muchas
veces nuestro camino. Viaje de ida desde la fe hasta la oscuridad, y
ojalá de vuelta desde la oscuridad hacia la fe. Cuántas veces nuestra
oración podría ser: «quédate con nosotros, que se está haciendo de
noche y se oscurece nuestra vida». La Pascua no es para los perfectos:
fue Pascua también para el paralítico del templo y para los discípulos
desanimados de Emaús.
En medio, sobre todo si alguien nos ayuda, deberíamos tener la
experiencia del encuentro con el Resucitado. En la Eucaristía
compartida. En la Palabra escuchada. En la comunidad que nos apoya y
da testimonio. Y la presencia del Señor curará nuestros males. ¿Nos
ayuda alguien en este encuentro? ¿Ayudamos nosotros a los demás cuando
notamos que su camino es de alejamiento y frialdad?
El relato de Lucas, narrado con evidente lenguaje eucarístico, quiere
ayudar a sus lectores -hoy, a nosotros- a que conectemos la misa con
la presencia viva del Señor Jesús. Pero a la vez, de nuestro encuentro
con el Resucitado, si le hemos sabido reconocer en la Palabra, en la
Eucaristía y en la Comunidad, ¿salimos alegres, presurosos a dar
testimonio de él en nuestra vida, dispuestos a anunciar la Buena
Noticia de Jesús con nuestras palabras y nuestros hechos? ¿Imitamos a
los dos de Emaús, que vuelven a la comunidad, y a las mujeres que se
apresuran a anunciar la buena nueva? Si es así, eso cambiará toda
nuestra jornada" (J. Aldazábal).
Hoy le rezamos a Dios Padre, que «todos los años nos alegras con la
solemnidad de la resurrección del Señor» (oración), «que la
participación en los sacramentos nos transforme en hombres nuevos»
(poscomunión). Dice San Bernardo: «El nombre de Jesús no es solamente
Luz, es también manjar. ¿Acaso no te sientes confortado cuantas veces
lo recuerdas? ¿Qué otro alimento como él sacia así la mente del que
medita? ¿Qué otro manjar repara así los sentidos fatigados, esfuerza
las virtudes, vigoriza la buenas y honestas costumbres y fomenta las
castas afecciones? Todo alimento del alma es árido si con este óleo no
está sazonado; es insípido si no está condimentado con esta sal. Si
escribes, no me deleitas, a no ser que lea el nombre de Jesús. Si
disputas o conversas, no me place, si no oigo el nombre de Jesús.
Jesús es miel en la boca, melodía en los oídos, alegría en el corazón.
¿Está triste alguno de vosotros? Venga a su corazón Jesús, y de allí
salga a la boca. Y he aquí que apenas aparece el resplandor de este
nombre desaparecen todas las nubes y todo queda sereno».
d) Newman decía: "Reflexionemos sobre lo que significaban las
apariciones de Jesús a sus discípulos después de su resurrección.
Tienen tanto más importancia cuanto que nos muestran que una comunión
de este género con Cristo sigue siendo posible. Este contacto con
Cristo nos es posible también hoy. En el período de los cuarenta días
que siguieron a la resurrección, Jesús inauguró su nueva relación con
la Iglesia, su relación actual con nosotros, la forma de presencia que
ha querido manifestar y asegurar. Después de su resurrección ¿cómo se
hizo Cristo presente a la Iglesia? Iba y venía libremente, nada se
oponía a su venida, ni siquiera las puertas cerradas. Pero una vez
presente, los discípulos no eran capaces de reconocer su presencia.
Los discípulos de Emaús no tenían conciencia de su presencia hasta
después, recordando la influencia que él había ejercido sobre ellos:
"¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?"
Observemos bien en qué momento se les abrieron los ojos: en la
fracción del pan. Esto es lo que el evangelio nos dice. Aunque uno
reciba la gracia de darse cuenta de la presencia de Cristo, se le
reconoce sólo más tarde. Es sólo por la fe que uno puede reconocer su
presencia. En lugar de su presencia sensible, nos deja el memorial de
su redención. Se hace presente en el sacramento. ¿Cuándo se ha
manifestado? Cuando, para decirlo de alguna manera, hace pasar a los
suyos de una visión sin verdadero conocimiento a un auténtico
conocimiento en lo invisible de la fe".