viernes, 13 de noviembre de 2009

Viernes de la semana 22ª del tiempo ordinario: Todo fue creado por medio de Cristo Jesús, imagen de Dios, por él y para él. Llegó el día en que vino al mundo el Mesías, y hay que hacer fiesta y acogerlo, abrir el corazón sin miedo, quitar las cosas v

 

 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1,15-20. Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

 

Salmo 99,2.3.4.5. R. Entrad en la presencia del Señor con vítores.

Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores.

Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre.

«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.»

 

Santo evangelio según san Lucas 5, 33-39. En aquel tiempo, dijeron a Jesús los fariseos y los escribas: -«Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber.» Jesús les contestó: -«¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán.»Y añadió esta parábola: -«Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque se estropea el nuevo, y la pieza no le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino nuevo revienta los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: "Está bueno el añejo."»

 

Comentario: 1.- Col 1,15-20 (ver domingo 15 C). La página que meditaremos hoy es un Himno, que sin duda cantaban los primeros cristianos, pues tiene ritmo como un poema: celebra la grandeza universal de Cristo, en el orden de la creación y en el orden de la resurrección, alrededor del pivote histórico universal que es la cruz. Pablo eleva un himno a Cristo, que nosotros repetimos -junto con parte del pasaje de ayer- en Vísperas de cada miércoles. Quiere completar el conocimiento que ya tienen los Colosenses con una mirada más profunda sobre quién es Cristo en el plan de Dios:

- Cristo es imagen de Dios invisible,

- primogénito de toda la creación, porque todo fue creado "por medio de él", "por él y para él",

- es anterior a todo y todo se mantiene en él: existe antes que nada y todo consiste por él,

- es cabeza de la Iglesia,

- el primogénito de los resucitados, el primero en todo,

- en él reside toda plenitud, según la voluntad de Dios

- y en él ha quedado todo reconciliado con Dios, por la sangre de su cruz.

Cristo como centro del cosmos y de la Iglesia, el primero en la creación y en la salvación.

Parece la respuesta de Pablo a las corrientes gnósticas de Colosas, que ponían a los ángeles o a los espíritus astrales por encima de Cristo.

Es un himno cristológico profundo, misterioso y consolador para nosotros. A los 2000 años de la venida del Señor, es bueno que asumamos esta comprensión de Pablo: Cristo es el que da sentido a todo, a lo cósmico y a lo humano y a lo eclesial. Sólo en él está la clave para entender el plan creador y salvador de Dios, o sea, nuestra identidad como personas y como cristianos, nuestro presente y nuestro destino final. Ojalá supiéramos también nosotros transmitir con el mismo entusiasmo que Pablo nuestra fe en Cristo Jesús, en medio de este mundo que también parece dar prioridad a otros valores en su comprensión del mundo y de la historia.

Muestra la primacía de Cristo. "Frente a las propuestas equivocadas de salvación que ofrecían algunas doctrinas se exalta el misterio de Cristo y su misión redentora. Estos versículos constituyen un bellísimo himno al señorío de Jesucristo sobre toda la creación. En la primera estrofa (vv 15-17) se afirma que el dominio de Cristo abarca al cosmos en todo su conjunto, como consecuencia de su acción creadora. El texto evoca el prólogo de Jn y el comienzo del Gn. En la segunda estrofa (vv 18-20) se presenta la nueva creación mediante la gracia, obtenida por Cristo con su muerte en la cruz. Él es Mediador y Cabeza de la Iglesia. Cristo ha restablecido la paz y ha reconciliado todas las cosas con Dios. Al decir que el Hijo es «imagen del Dios invisible» (v 15) se expresa la misma noción que la doctrina cristiana posterior explicará como identidad de naturaleza divina entre el Padre y el Hijo, y se alude también a que el Hijo procede del Padre. En efecto, solamente la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, es imagen perfectísima del Padre" (Biblia de Navarra). «Se le llama "imagen" porque es consustancial y porque, en cuanto tal, procede del Padre, sin que el Padre proceda de Él» (S. Gregorio Nacianceno, De theologia 30,20). Y Santo Tomás explica que la Imagen del Padre es perfecta en el Hijo, e imperfecta en nosotros.

Al  llamarle   «primogénito»   (v 16) muestra que tiene la supremacía y la capitalidad sobre todos los seres creados: «Fue llamado "primogénito" no por su proveniencia del Padre, sino porque en Él fue hecha la creación... Si el Verbo fuera una de las criaturas, habría dicho la Escritura que Él es primogénito de todas las criaturas. Ahora bien, diciendo los santos que Él es "primogénito de toda la creación" directamente se muestra que es otro distinto a toda la creación y que el Hijo de Dios no es una criatura» (S. Atanasio, Contra Arrianos 2,63). Es primogénito, porque no sólo es anterior a todas las criaturas, sino que todas fueron creadas «en él», «por él» y «para él»: «en él», en Cristo, como en su principio y su centro, como su modelo o causa ejemplar; «por él», porque Dios Padre, por medio de Dios Hijo, crea todos los seres (cfr Jn 1,3), y «para él», porque Cristo es el fin último de todo (cfr Ef 1,10). Además, se añade que «todas subsisten en él», esto es, porque Cristo las conserva en el ser.

El v. 18 emplea la imagen de Cristo, cabeza, y la Iglesia, cuerpo, de la que se habla en 2,19 y Ef 1,23 y 4,15). «Ya sabemos los cristianos que se llevó a cabo la resurrección en nuestra Cabeza y que se llevará en los miembros. La cabeza de la Iglesia es Cristo, y los miembros de Cristo, la Iglesia. Lo que aconteció en la cabeza se cumplirá más tarde en el cuerpo. Ésa es nuestra esperanza»  (S. Agustín).

Como Cristo tiene la primacía sobre todas las realidades creadas, el Padre quiso, por medio de Él, reconciliarlas todas consigo (v. 20). El pecado había separado a los hombres de Dios, y esto trajo como consecuencia la ruptura del orden perfecto que había entre las criaturas desde el comienzo. Derramando su sangre en la cruz, Cristo restauró la paz. Nada en el universo queda excluido de este influjo pacificador. «La historia de la salvación —tanto la de la humanidad entera como la de cada hombre de cualquier época— es la historia admirable de la reconciliación: aquélla por la que Dios, que es Padre, reconcilia al mundo consigo en la Sangre y en la Cruz de su Hijo hecho hombre, engendrando de este modo una nueva familia de reconciliados. La reconciliación se hace necesaria porque ha habido una ruptura —la del pecado— de la cual se han derivado todas las otras formas de rupturas en lo más íntimo del hombre y en su entorno. Por tanto la reconciliación, para que sea plena, exige necesariamente la liberación del pecado, que ha de ser rechazado en sus raíces más profundas. Por lo cual una estrecha conexión interna viene a unir conversión y reconciliación; es imposible disociar las dos realidades o hablar de una silenciando la otra» (Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, n. 13; cf Biblia de Navarra).

-Cristo es la imagen del Dios invisible... La humanidad fue ya creada según ese modelo (Gen 1,26) Y, en el Antiguo Testamento, algo del misterio de Cristo estaba anunciado en la Sabiduría, «reflejo de la luz eterna, espejo de la actividad de Dios, imagen de su excelencia» (Sab 7,26). Sabemos muy bien que Dios es invisible ¡Es nuestra cuestión lacerante y dolorosa! Gracias te damos, Señor, de haberlo comprendido y de habernos otorgado esa «semejanza perfecta contigo» que nos permite ver tu amor.

-El primogénito en relación a toda criatura... «Nacido antes que toda criatura». El Verbo de Dios, su Sabiduría, preexiste desde siempre (Prov 8,22-26) La persona de Cristo hunde sus raíces antes del comienzo del tiempo: es un abismo ante el cual nos perdemos.

-Porque en El fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles todo fue creado por El y para El. Las fórmulas se acumulan y se completan: ¡todo es en El, por y para El! El es la fuente, el río, el océano de todas las cosas. Es la energía cósmica que trabaja en el interior de toda criatura: Cristo omnipresente, Cristo omni-activo, Cristo fermento del mundo, «punto omega hacia el cual todo converge».

-El existe con anterioridad a todos los seres y todo subsiste en El. Absoluta primacía de Cristo en el orden de la duración -«antes que todas las cosas»-, como en el de la dignidad -«por encima de todas las cosas»-. Todo ha sido creado... Todo subsiste... en El. Una vez más nos hace bien pensar que la Creación continúa: no fue el impulso inicial lo que lanzó, desde muchísimo tiempo, a los seres... ¡es la relación continua y siempre presente, HOY, de cada ser con su Autor! Cristo me está haciendo en este momento, yo subsisto en El. Y puesto que, eso es verdad de todos los seres, Cristo es el principio de cohesión y de armonía del conjunto del cosmos. El universo es un inmenso organismo, unificado, el Cuerpo de Cristo que no cesa de ir construyéndose.

-Es también la cabeza del cuerpo, es decir, de la Iglesia. Esta imagen de la cabeza quiere expresar la «distinción» entre Cristo y la creación: no hay confusión entre ambos. ¡Jesús, aun estando íntimamente unido vitalmente a la humanidad entera, es distinto de ella, como la cabeza es distinta del cuerpo, para dirigirlo, animarlo... salvarlo! La mención de la Iglesia aquí, indica el comienzo de la segunda estrofa del Himno. Después de la creación natural en la que Cristo es omni-activo, tenemos la intervención sobrenatural de Dios, en la que Cristo es también el primero.

-Cristo en el Principio, el Primogénito de entre los muertos para que sea El el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en El toda la Plenitud. ¡El mundo va hacia un término, una plenitud! ¡Todo asciende! Hacia la vida en plenitud, hacia la resurrección total, de la que Jesús es el primogénito.

-Y quiso Dios reconciliar por Cristo y para Cristo todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz lo que hay en la tierra y en los cielos. ¡Todo! ¡La salvación de todos! ¡La reconciliación universal! Por su cruz, por su amor hasta el final, por su sangre ofrecida (Noel Quesson).

Aquel que ha sido ungido desde la eternidad por participar de la plenitud de la vida que posee el Padre Dios, de tal forma que, quien contempla al Hijo contempla al Padre, se ha hecho uno de nosotros. El Hijo, en la eternidad misma, se convierte en la imagen del Dios invisible. En Él fueron creadas todas las cosas; su presencia en cada una de sus criaturas, que lo reflejan a su modo y grado de perfección, es lo que les da unidad y consistencia a las mismas criaturas, no tanto porque, juntas formen a Dios, sino porque también ellas, no como esencia, sino como creaturas, son una imagen, un reflejo de Dios; por medio de las criaturas contemplamos a Dios como en un espejo. Cristo, que existe antes de todo lo creado, es cabeza de la creación entera; pero lo es de un modo especial de la Iglesia; ésta manifiesta el Rostro resplandeciente de Cristo, su Señor. Por eso el Evangelio, que se le ha confiado para llevarlo a todos los hombres, es la misión principal que tiene, pues por medio del fiel cumplimiento de la encomienda recibida, hará que todo sea reconciliado con Dios y se una Él para que, participando de la Pascua de Cristo, todo sea en Él renovado y alcance la plenitud en la misma Vida que el Hijo posee recibida del Padre.

2. Juan Pablo II explicaba sobre el Salmo 99: "La tradición de Israel ha dado al himno de alabanza que acabamos de proclamar el título de «Salmo para la todáh», es decir, para la acción de gracias en el canto litúrgico, por lo que se presta muy bien a ser entonado en las Laudes matutinas. En los pocos versículos de este gozoso himno se pueden identificar tres elementos significativos, capaces de hacer fructuosa su recitación por parte de la comunidad cristiana orante.

Ante todo aparece el intenso llamamiento a la oración, claramente descrita en dimensión litúrgica. Basta hacer la lista de los verbos en imperativo que salpican el Salmo y que aparecen acompañados por indicaciones de carácter ritual: «Aclamad..., servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios... Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre (vv 2-4). Una serie de invitaciones no sólo a penetrar en el área sagrada del templo a través de las puertas y los patios (cf Sal 14,1; 23,3.7-10), sino también a ensalzar a Dios de manera festiva. Es una especie de hilo conductor de alabanza que no se rompe nunca, expresándose en una continua profesión de fe y de amor. Una alabanza que desde la tierra se eleva hacia Dios, pero que al mismo tiempo alimenta el espíritu del creyente.

Quisiera hacer una segunda y breve observación sobre el inicio mismo del canto, en el que el Salmista hace un llamamiento a toda la tierra a aclamar al Señor (cf v 1). Ciertamente el Salmo centrará después su atención en el pueblo elegido, pero el horizonte abarcado por la alabanza es universal, como con frecuencia sucede en el Salterio, en particular en los así llamados «himnos al Señor rey» (cf Sal 95-98). El mundo y la historia no están en manos del azar, del caos, o de una necesidad ciega. Son gobernados por un Dios misterioso, sí, pero al mismo tiempo es un Dios que desea que la humanidad viva establemente según relaciones justas y auténticas. «Él afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente... regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad» (Sal 95,10.13).

Por este motivo, todos estamos en las manos de Dios, Señor y Rey, y todos le alabamos, con la confianza de que no nos dejará caer de sus manos de Creador y Padre. Desde esta perspectiva, se puede apreciar mejor el tercer elemento significativo del Salmo. En el centro de la alabanza que el Salmista pone en nuestros labios se encuentra de hecho una especie de profesión de fe, expresada a través de una serie de atributos que definen la realidad íntima de Dios. Este credo esencial contiene las siguientes afirmaciones: el Señor es Dios: el Señor es nuestro creador, nosotros somos su pueblo, el Señor es bueno, su amor es eterno, su fidelidad no tiene límites (cf vv 3-5).

Ante todo nos encontramos frente a una renovada confesión de fe en el único Dios, como pide el primer mandamiento del Decálogo: «Yo soy el Señor, tu Dios... No habrá para ti otros dioses delante de mí» (Éx 20,2.3). Y, como se repite con frecuencia en la Biblia: «Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro». Se proclama después la fe en el Dios creador, manantial del ser y de la vida. Sigue después la afirmación expresada a través de la así llamada «fórmula de la alianza», de la certeza que tiene Israel de la elección divina: «somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (v 3). Es una certeza que hacen propia los fieles del nuevo Pueblo de Dios, con la conciencia de constituir el rebaño que el Pastor supremo de las almas las lleva a los prados eternos del cielo (cf 1 P 2,25).

Después de la proclamación del Dios único, creador y fuente de la alianza, el retrato del Señor ensalzado por nuestro Salmo continúa con la meditación en tres cualidades divinas con frecuencia exaltadas en el Salterio: la bondad, el amor misericordioso («hésed»), la fidelidad. Son las tres virtudes que caracterizan la alianza de Dios con su pueblo; expresan un lazo que no se romperá nunca, a través de las generaciones y a pesar del río fangoso de pecado, de rebelión y de infidelidad humanas. Con serena confianza en el amor divino que no desfallecerá nunca, el pueblo de Dios se encamina en la historia con sus tentaciones y debilidades diarias. Y esta confianza se convierte en un canto que no siempre puede expresarse con palabras, como observa san Agustín: «Cuanto más aumente la caridad, más te darás cuenta de lo que decías y no decías. De hecho, antes de saborear ciertas cosas, creías que podías utilizar palabras para hablar de Dios; sin embargo, cuando has comenzado a sentir su gusto, te das cuenta de que no eres capaz de explicar adecuadamente lo que experimentas. Pero si te das cuenta de que no sabes expresar con palabras lo que sientes, ¿tendrás por eso que callarte y no cantar sus alabanzas?... Por ningún motivo. No seas tan ingrato. A Él se le debe el honor, el respeto, y la alabanza más grande... Escucha el Salmo: "¡Aclama al Señor, tierra entera!". Comprenderás la exultación de toda la tierra si tú mismo exultas con el Señor".

Alabemos al Señor porque no sólo ha creado todas las cosas, sino porque creó para sí un Pueblo para manifestarle todo su amor. En Cristo, Dios se ha formado un Pueblo Nuevo, pueblo que ha sido elevado a la misma dignidad del Hijo de Dios, pues, unido a Él, en Él participa de su misma vida como los miembros de un cuerpo participan de la misma vida y de la misma dignidad que reside en la cabeza. Quienes en Cristo pertenecemos a su Pueblo Santo y somos hijos de Dios, elevemos nuestras manos puras en su presencia para bendecir y alabar su Nombre, porque su Misericordia y su Fidelidad son eternas para con nosotros.

Como si siguiera la invitación de este salmo, la Virgen elevó al Señorun canto de alabanza manifestando su alegría; a ella en la Anunciación se le ha revelado la bondad del Señor y todas las generaciones lo proclamarán (v. 5) llamándola bienaventurada, reconociendo a Dios como santo.

3.- Lc 5, 33-39 (ver paralelo domingo 8, B). Empiezan las discusiones con los fariseos: ¿por qué no ayunan los seguidores de Jesús, como hacen todos los buenos judíos, los fariseos y los discípulos del Bautista? Acusan a los discípulos de que "comen y beben", lo mismo que achacarán a Jesús (Lc 7,33s). El tema no es tanto si ayunar o no, o si el ayuno entra en el programa ascético de Jesús. Él mismo había ayunado cuarenta días en el desierto y la comunidad cristiana, desde muy pronto, dedicó dos días a la semana (miércoles y viernes) al ayuno. Jesús no elimina el ayuno, muy arraigado en la espiritualidad de su pueblo. El interrogante es si ha llegado o no el Mesías. El ayuno previo a Jesús tenía un sentido de preparación mesiánica, con un cierto tono de tristeza y duelo. Seguir haciendo ayuno es no reconocer que ha llegado el Mesías. Ha llegado el Novio. Sus amigos están de fiesta. La alegría mesiánica supera al ayuno. Luego, cuando de nuevo les "sea quitado" el Novio, porque no les será visible desde el día de la Ascensión, volverán a hacer ayuno, aunque no con tono de espera ni de tristeza. Sobre todo, Jesús subraya el carácter de radical novedad que supone el acogerle como enviado de Dios. Lo hace con la doble comparación de la "pieza de un manto nuevo en un manto viejo" y del "vino nuevo en odres viejos".

Aceptar a Jesús en nuestras vidas comporta cambios importantes. No se trata sólo de "saber" unas cuantas verdades respecto a él, sino de cambiar nuestro estilo de vida. Significa vivir con alegría interior. Jesús se compara a sí mismo con el Novio y a nosotros con los "amigos del Novio". Estamos de fiesta. ¿Se nos nota? ¿o vivimos tristes, como si no hubiera venido todavía el Salvador? Significa también novedad radical. La fe en Cristo no nos pide que hagamos algunos pequeños cambios de fachada, que remendemos un poco el traje viejo, o que aprovechemos los odres viejos en que guardábamos el vino anterior. La fe en Cristo pide traje nuevo y odres nuevos. Jesús rompe moldes. Lo que Pablo llama "revestirse de Cristo Jesús" no consiste en unos parches y unos cambios superficiales. Los apóstoles, por ejemplo, tenían una formación religiosa propia del AT: les costó ir madurando en la nueva mentalidad de Jesús. Nosotros estamos rodeados de una ideología y una sensibilidad neopagana. También tenemos que ir madurando: el vino nuevo de Jesús nos obliga a cambiar los odres. El vino nuevo implica actitudes nuevas, maneras de pensar propias de Cristo, que no coinciden con las de este mundo. Son cambios de mentalidad, profundos. No de meros retoques externos. En muchos aspectos son incompatibles el traje de este mundo y el de Cristo. Por eso cada día venimos a escuchar, en la misa, la doctrina nueva de Jesús y a recibir su vino nuevo (J. Aldazábal).

La disciplina que Jesús, joven rabí, impone a sus discípulos, escandaliza a la muchedumbre porque no tiene nada de parecido con las que los demás rabinos imponían a los suyos. Mientras que los discípulos del Bautista y de los fariseos observaban ciertos días de ayuno, los de Cristo parecían dispensarse de ello (v 33). Lo que aquí se plantea es el problema de la independencia manifestada por Jesús y sus discípulos en materia de observancias tradicionales. Jesús justifica esta actitud por medio de una declaración sobre la presencia del Esposo (v 34-35) y de dos breves parábolas (vv 36-37).

En el Antiguo Testamento y en el judaísmo, la práctica del ayuno estaba ligada a la espera de la venida del Mesías. El ayuno y la abstinencia de vino, actitudes específicas del nazireato (Lc 22,14-20), expresaban la insatisfacción de la época presente y la espera de la consolación de Israel. Juan Bautista hizo de esta actitud una ley fundamental de su comportamiento (Lc 1,15). Desde entonces, cuando los discípulos de Jesús se dispensan de los ayunos prescritos o espontáneos, dan la impresión de desinteresarse de la llegada del Mesías y de negarse a participar de la esperanza mesiánica. La respuesta de Jesús es clara: los discípulos no ayunan porque ya no tienen nada que esperar, puesto que ya han llegado los tiempos mesiánicos: ya no tienen que apresurar, mediante prácticas ascéticas, la llegada de un Mesías en cuya intimidad ya viven. Esta intimidad será interrumpida por la pasión y la muerte de su Maestro: en este momento, ayunarán (v 30, en relación con Lc 22,18) hasta el tiempo en que el Esposo les sea devuelto en la resurrección y en el Reino definitivo.

Las parábolas del vestido y de los odres proporcionan otra respuesta a la extrañeza de los discípulos de Juan y de los fariseos. Inaugurador de los tiempos mesiánicos, Jesús es consciente de aportar al mundo una realidad sin común medida con todo lo que los hombres han poseído hasta entonces (cf Lc 16,16 o el milagro de Caná: Jn 2,10). Las dos parábolas no ofrecen ningún juicio de valor al afirmar que el vino viejo es mejor que el nuevo o que el vestido nuevo es preferible al viejo. No establecen una comparación, sino que subrayan solamente una incompatibilidad: no hay que querer asociar lo nuevo a lo viejo, so pena de perjudicar a uno y otro, porque el vestido remendado combinará mal y el odre viejo se perderá irremediablemente... y el vino con él. La lección que se desprende de la respuesta de Cristo está, por tanto, clara; hay que elegir, renunciando a los compromisos, que echan todo a perder. Lucas es particularmente sensible a esta incompatibilidad entre los dos regímenes de la alianza. Modifica en este punto la parábola del vestido (v 36) y añade un versículo bastante curioso, el v 39. Marcos y Mateo subrayaban que el hecho de remendar un vestido viejo no impedía la pérdida de éste; Lucas, por el contrario, hace observar que quitar una pieza de un vestido nuevo (¡cosa que nadie hace!) para arreglar uno viejo estropea a uno y a otro. Los dos primeros evangelistas no hacen observar más que la pérdida del vestido viejo; Lucas subraya la del viejo y el nuevo. No emite ningún juicio de valor; constata solamente una incompatibilidad. El mismo juicio explica el v. 39a (mientras que el v. 39b no parece ser sino una explicación bastante torpe, incluso mal expuesta desde el punto de vista literario). El bebedor de vino viejo no dice que el nuevo sea malo; afirma solamente que no puede beberse después de haber probado el viejo, puesto que sus aromas son incompatibles. El que no ha conocido al Esposo y desea participar de su amor no puede al mismo tiempo vivir como si no existiera. El Evangelio excluye el compromiso (Maertens-Frisque).

-Los fariseos y sus escribas dijeron a Jesús: "Los discípulos de Juan tienen sus ayunos frecuentes y sus rezos, y los de los fariseos también, en cambio los tuyos comen y beben." En el Antiguo Testamento, el ayuno y la abstinencia de vino eran signos de austeridad, ligados a la espera del mesías. Simbólicamente significaban: "los tiempos son malos, estamos insatisfechos, hemos perdido el gusto de vivir... que venga de una vez el tiempo de la consolación y de la alegría, cuando el mesías estará aquí."

-Jesús les contestó: ¿Queréis que ayunen los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?" La respuesta es clara. Los tiempos mesiánicos han llegado. El tiempo de la alegría ha comenzado. ¡Los tiempos mesiánicos no están parados! ¡El tiempo de la alegría, de la intimidad con Jesús, no se ha cerrado! ¿Por qué sucede que los cristianos parezcan personas tristes, tan a menudo? Siendo así que poseen la más extraordinaria fuente de alegría: "el Esposo está con ellos."

-Llegará el día en que se lleven al novio, y entonces, aquel día, ayunarán. Con esto el ayuno toma una nueva significación, toda ella orientada al recuerdo del esposo, que se ha marchado lejos. Así, pues, nuestra "alegría", la más profunda, debiera estar fundada enteramente sobre la presencia o la ausencia de Jesús. Toda nuestra vida se juega sobre ese doble signo. ¡Cuántas alegrías... y tristezas... que no valen la pena!

-Y les decía esta parábola: "Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para echársela a un manto viejo; porque el nuevo se queda roto, y al viejo no le irá el remiendo del nuevo." Marcos y Mateo subrayan solamente que no sirve de nada remendar un manto viejo, porque el tejido nuevo tira del viejo. Lucas es más radical: entre lo nuevo y lo viejo hay una incompatibilidad total... ¡cortar un manto nuevo para remendar otro viejo es estropear los dos! Jesús es consciente de que aporta una novedad radical: el mundo antiguo ha desaparecido, se acabó. ¿Por qué sucede, tan a menudo, que los cristianos aparezcan como gente vuelta hacia el pasado? ¿Y yo? ¿Miro hacia el pasado o hacia el porvenir? Tengo aún "ante" mí una maravillosa aventura. Falta mucho todavía para que mi corazón sea "nuevo", para que descubra más y mejor el amor de mis amigos, de mi cónyuge, de mis hijos. No, nada queda estereotipado, nada está acabado. La evangelización se encuentra solamente en sus comienzos, lo mismo que la Iglesia. Alegría humilde y discreta: descubrir todo lo que en este momento Dios está en trance de renovar, de hacer "nuevo". Incluso la vejez puede ser "vida ascendente". Mi verdadero nacimiento es "mañana", cuando entraré por fin en la vida ¿Vivo yo en tensión hacia ese día de renovación?

-Nadie echa tampoco vino nuevo en odres viejos, porque si no, el vino nuevo revienta los odres; el vino se derrama y los odres se echan a perder. No, el vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos. En esta otra corta parábola la insistencia está todavía en la incomparabilidad. El evangelio excluye el compromiso: un poco de la vieja religión y un poco de la nueva... La nueva Alianza, a pesar de la continuidad con la Antigua, es verdaderamente una novedad: ¡Dios hecho hombre!

-Nadie, después de beber el vino añejo, quiere el nuevo, porque dice: "¡El añejo es el bueno!" Bajo una apariencia contradictoria, es exactamente la misma lección: después de haber saboreado el "buen vino" no se saborea gustosamente el menos bueno... ¡su "bouquet" es incompatible! Quedémonos con el "bueno". ¡Danos, Señor, tu vino! (Noel Quesson).

La respuesta de Jesús compara la antigua con la nueva alianza. De la misma manera como el vino nuevo no se puede meter en cueros viejos y la pieza de tela nueva no puede unirse al vestido viejo, así ocurre con la llegada de Jesús que trae una novedad que no cabe en estructuras viejas y anquilosadas. El mensaje de Jesús es una novedad y exige una nueva estructura mental para recibirlo y aceptarlo; incluso las obligaciones cambian o desaparecen ante la novedad de la salvación que se ha hecho presente en Jesús de Nazaret. "El mérito de nuestros ayunos no consiste solamente en la abstinencia de los alimentos; de nada sirve quitar al cuerpo su nutrición si el alma no se aparta de la iniquidad y si la lengua no deja de hablar mal" (S. León Magno).

Nosotros estamos con el Señor, como amigos invitados al banquete de bodas. Él nos dice: vosotros seréis mis amigos si cumplís mis mandamientos. No basta, por tanto, estar en intimidad con Él a través de la oración, incluso prolongada. Mientras no estemos dispuestos a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica, el Señor no podrá decir que somos sus amigos, y mucho menos de su familia como nos lo dice en otra ocasión: El que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. Cuando en verdad permitamos al Espíritu Santo renovar nuestra vida, entonces seremos criaturas nuevas en Cristo; entonces la vida de fe en el Señor no será sólo un parche en nosotros, ni algo nuevo que llega a un corazón que continúa cargando con el hombre viejo, que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias. De nosotros se espera una vida que manifieste la alegría de sabernos amados y unidos a Cristo; sin embargo, al contemplar que hay muchos que viven separados de Él, o que ni siquiera han oído hablar de Él, nos ha de llevar a sacrificarnos a favor de ellos, poniendo todo nuestro empeño en hacer que el Señor llegue a habitar en todos para que nuestra humanidad se renueve en el amor, en la verdad, en la justicia, en la solidaridad, y en la comunión fraterna.

En esta Eucaristía estamos reunidos en torno a Cristo como amigos suyos; más aún: como de su misma familia. Él parte su pan para nosotros para que, entrando en comunión de Vida con Él, seamos revestidos de su Ser de Hijo de Dios; Él nos comunica su Palabra que llega a nosotros como a odres nuevos para santificarnos y ponernos al servicio de toda la humanidad. La Iglesia de Cristo, que celebra su Misterio Pascual, al mismo tiempo está llamada a ser como el vino bueno y generoso que alegre el corazón de todos, porque se esfuerce en sembrar el auténtico amor en todos los pueblos. Sólo cuando en verdad se ama es posible establecer relaciones auténticas, maduras, que nos ayuden mutuamente a recobrar la paz, la alegría, la capacidad de ser misericordiosos con todos y de no causar mal a alguien, sino, más bien ser para todos un signo del amor que Dios nos ha manifestado en Jesús su Hijo, Señor de la Iglesia.

La presencia del Señor en nosotros nos ha de fortalecer para que, con actitudes nuevas, manifestemos, por medio de nuestras obras, que en verdad el Señor habita en nosotros. No podemos ser anunciadores de tristezas y de catástrofes. No nos ha de preocupar mucho el llamar a la conversión para evitar el castigo, sino el invitar a convertirse para unirse al Señor y gozar de su vida. Hemos de proclamar el mundo nuevo del Reino de Dios que irrumpe constantemente en todos los corazones y les llena de paz, de alegría, de seguridad para vivir y no como enemigos, no como destructores de la vida, sino como hermanos en torno a un mismo Dios y Padre. Pero, puesto que nadie da lo que no tiene, nosotros proclamamos el mundo nuevo del Reino de Dios desde nuestra propia experiencia del mismo. No somos sólo transmisores, sino testigos del Evangelio de Cristo. Así, nos presentamos ante el mundo como criaturas nuevas en Cristo que trabajan por la paz, por la justicia social, por un auténtico amor fraterno que nos haga abrir los ojos ante las necesidades de los más desprotegidos para tratar de remediarlas, y que, ante el pecado que ha dominado a muchos corazones, ponemos nuestro mejor empeño para ayudarles, por todos los medios posibles, a retornar a la comunión con Cristo y su Iglesia.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber poner nuestra vida en manos de Dios, con gran confianza y amor, para que, haciendo en todo su voluntad, podamos vivir con lealtad nuestra fe, permitiendo al Espíritu de Dios que habite, realmente en nosotros para que sea Él quien nos convierta en un signo claro del Señor para todas las personas. Amén (www.homiliacatolica.com).

 

vJueves de la 22ª semana del Tiempo Ordinario: Nos saca Dios del dominio de las tinieblas para llevarnos al reino de su Hijo querido. Vemos cómo llama a los Apóstoles que, dejándolo todo, lo siguieron

 

 

 

Carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1,9-14. Hermanos: Desde que nos enteramos de vuestra conducta, no dejamos de rezar a Dios por vosotros y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esta manera, vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaréis en toda clase de obras buenas y aumentará vuestro conocimiento de Dios. El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría, dando gracias al Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

 

Salmo 97,2-3ab.3cd-4.5-6. R. El Señor da a conocer su victoria.

El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.

Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor.

 

Santo Evangelio según san Lucas 5,1-11. En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: -«Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.» Simón contestó: -«Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.» Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a lo socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: -«Apártate de mi, Señor, que soy un pecador.» Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: -«No temas; desde ahora serás pescador de hombres.» Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

 

Comentario: 1. Col 1,9-14. La alabanza de ayer se convierte ahora en una oración de Pablo, para que la comunidad de Colosas siga adelante, profundice en su conocimiento de la voluntad de Dios y le agrade en todas sus obras. Habla de "conocimiento", pero en seguida añade lo de las "obras buenas" y, si es el caso, "la fuerza para soportar todo con paciencia y alegría". "Aquí habla de la vida y de las obras, y es que también lo hace en todas partes: siempre junta la fe a la conducta (…) Efectivamente, quien conoce a Dios y es considerado digno de ser siervo de Dios, más aún, incluso hijo, mira tú cuánta virtud no necesitará" (San Juan Crisóstomo). Dios les ha trasladado de las tinieblas a la luz, lo cual, por una parte, llena de alegría y, por otra, compromete a un estilo de vida conforme a Cristo Jesús.

Podemos examinarnos, ante todo, si existe una buena mezcla de "conocimiento" y de "buenas obras" en nuestra vida. Si nos conformamos con "saber" o si también "hacemos" lo que sabemos que es la voluntad de Dios, buscando agradarle en todo. La sabiduría que Pablo quiere para los suyos es "un conocimiento perfecto" (en griego, "epignosin", super-conocimiento), una "sabiduría e inteligencia espiritual", o sea, apoyada en el Espíritu. Una sabiduría que no se queda en palabras, sino que conduce a una vida "digna del Señor". Podemos preguntarnos también si nos hemos liberado totalmente del "dominio de las tinieblas" y hemos pasado al "reino de la luz". Si caminamos en la verdad, en la sinceridad, o si andamos a medias, entre penumbras, con regateos y vías tortuosas, con trampas y manipulaciones de la verdad. Si caminamos en la luz, nosotros mismos estaremos mucho más llenos de alegría -en la línea optimista del salmo- y también seremos mucho más creíbles en nuestro testimonio para con los demás.

-Desde el día que oímos hablar de vuestra «vida en Cristo» no dejamos de orar por vosotros. Se trata pues de unos cristianos a quienes Pablo no conoce personalmente. No ha estado nunca en Colosas, solamente ha oído hablar de ellos. Sin embargo ruega sin cesar por esos fieles que no conoce. En lo invisible, por encima de las distancias y del anonimato ¿soy capaz de rezar con un corazón tan amplio?

-Pedimos a Dios que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual. Pablo insiste a menudo en la necesidad de «progresar en el conocimiento» (Fil 1,9; File 6; Ef 1,17; Col 2,2-3). Para este progreso pide dos dones del Espíritu: la sabiduría y la inteligencia. Pablo, ya lo hemos visto, temía que los colosenses se dejasen engañar por falsas doctrinas imbuidas de esoterismo-gnóstico. Para prevenirles contra esas especulaciones místico-intelectuales, ruega por ellos a fin de que tengan la verdadera inteligencia de su fe. En nuestro tiempo estamos también tentados por unas desviaciones doctrinales que provienen de la influencia que tienen sobre nosotros las corrientes de pensamiento que nos envuelven. Razón de más para profundizar en nuestros conocimientos.

-Así vuestra conducta será digna del Señor y capaz de agradarle en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios. Lo que Pablo propone no es pues una pura teoría reservada a los intelectuales: el conocimiento de Dios es a menudo el privilegio de los humildes y es ante todo una actitud, un comportamiento concreto, "una conducta digna de Dios". La fe se manifiesta en la vida real. Haz, señor, que mi conducta te agrade siempre... que mi vida sea fructífera... que no deje de progresar.

-Seréis confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, que os dará constancia y paciencia. Daréis gracias al Padre con alegría... He ahí cuatro frutos del verdadero conocimiento de Dios: la perseverancia, la paciencia, la alegría, la acción de gracias. Todo ello signos de que ¡Dios está allí!

-Al Padre que os ha hecho aptos para participar en la luz en la herencia del pueblo santo. De muchas maneras, la Escritura nos repite que Dios decidió comunicarse desde acá abajo a sus fieles, en prenda de esa plenitud de unión que será un día la visión intuitiva de Dios. «Participar en la herencia de los santos». Es la imagen de la Tierra Prometida, abierta para siempre a los paganos, a todos los hombres (Ef 1,11-14; 2,19).

-El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo muy amado, en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados. La más profunda definición del hombre: «un ser capaz de Dios»… «un ser programado para llegar a ser Dios»... «una criatura que Dios decidió hacer a su imagen»... «un ser que Dios introdujo en su propia esfera divina». San León MAGNO, ese gran Papa del siglo V, pensando sin duda en ese pasaje de san Pablo decía, en su famoso sermón de Navidad: «Reconoce, oh cristiano, tu dignidad. Has llegado a ser participante de la naturaleza divina, no vuelvas a tu bajeza primera viviendo de un modo indigno de tu condición. Recuerda que has sido arrancado de las tinieblas y transplantado a la luz y al reino de Dios» (Noel Quesson).

Orar por aquellos a quienes, por medio nuestro, Dios abrió al Evangelio y los hizo partícipes de su Vida, de su Luz y de su Sabiduría, nos hace conscientes de que la obra de salvación es de Dios y no nuestra. Por ese motivo nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo; su Evangelio es para nosotros la Sabiduría que Dios nos ha manifestado, para que, conociéndola y aceptándola en nuestra vida, podamos dar fruto abundante con toda clase de buenas obras, siendo, así, gratos a Dios. Hechos partícipes del Reino de la luz, no seremos vencidos por las tinieblas, pues el Poder del Señor en nosotros nos ayudará a resistir y a perseverar en el bien, de tal forma que, cuando nos reunamos para celebrar la Acción de Gracias, vayamos con la alegría de saber que Dios ha hecho su obra en nosotros y nos ha conservado en su amor participándonos de su Vida y de su Reino. Efectivamente, por medio del Bautismo, Él nos ha liberado del poder de las tinieblas, haciendo que, junto con su Hijo, nos levantemos de aquello que nos retenía en la muerte y lejos de su presencia; y para que, hechos hijos en el Hijo, ahora vivamos para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Así formamos el Reino del Hijo amado de Dios. Unidos al Señor, el Padre Dios nos contempla con el mismo amor con que contempla a su Hijo, y nos hace coherederos con Él de la misma herencia que le corresponde como a Hijo suyo.

2. Sal 97,2-6: El Señor ha sido fiel a su promesa al sacarnos de las tinieblas y trasladarnos a la luz admirable del reino de su Hijo. Ha sido la culminación de las obras victoriosas de Yahvé. Su salvación se nos ha hecho posible mediante la redención. Por eso, nuestra aclamación y canto jubiloso. Juan Pablo II decía que era el salmo del triunfo del Señor en su venida final: "Se trata de un himno al Señor rey del universo y de la historia (cf v 6). Se define como "cántico nuevo" (v 1), que en el lenguaje bíblico significa un canto perfecto, pleno, solemne, acompañado con música de fiesta. En efecto, además del canto coral, se evocan "el son melodioso" de la cítara (cf v 5), los clarines y las trompetas (cf v 6), pero también una especie de aplauso cósmico (cf v 8).

Luego, resuena repetidamente el nombre del "Señor" (seis veces), invocado como "nuestro Dios" (v 3). Por tanto, Dios está en el centro de la escena con toda su majestad, mientras realiza la salvación en la historia y se le espera para "juzgar" al mundo y a los pueblos (cf. v 9). El verbo hebreo que indica el "juicio" significa también "regir": por eso, se espera la acción eficaz del Soberano de toda la tierra, que traerá paz y justicia.

El salmo comienza con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (cf vv 1-3…) la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante dos grandes perfecciones divinas: "misericordia" y "fidelidad" (cf v 3). Estos signos de salvación se revelan "a las naciones", hasta "los confines de la tierra" (vv 2 y 3), para que la humanidad entera sea atraída hacia Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvífica.

La acogida dispensada al Señor que interviene en la historia está marcada por una alabanza coral: además de la orquesta y de los cantos del templo de Sión (cf vv 5-6), participa también el universo, que constituye una especie de templo cósmico (…) se trata de un coro colosal (…). Esta es la gran esperanza y nuestra invocación: "¡Venga tu reino!", un reino de paz, de justicia y de serenidad, que restablezca la armonía originaria de la creación.

En este salmo, el apóstol san Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra de Dios en el misterio de Cristo. San Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio "se ha revelado la justicia de Dios" (cf. Rm 1,17), "se ha manifestado" (cf. Rm 3,21). La interpretación que hace san Pablo confiere al salmo una mayor plenitud de sentido. Leído desde la perspectiva del Antiguo Testamento, el salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al contemplarlo, se admiran. En cambio, desde la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo contemplan y son invitadas a beneficiarse de esa salvación, ya que el Evangelio "es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego", es decir del pagano (Rm 1,16). Ahora "todos los confines de la tierra" no sólo "han contemplado la salvación de nuestro Dios" (Sal 97,3), sino que la han recibido.

Desde esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto recogido después por san Jerónimo, interpreta el "cántico nuevo" del salmo como una celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado. Por eso, sigamos su comentario, que entrelaza el cántico del salmista con el anuncio evangélico: "Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado, algo hasta entonces inaudito. Una realidad nueva debe tener un cántico nuevo. "Cantad al Señor un cántico nuevo". En realidad, el que sufrió la pasión es un hombre; pero vosotros cantad al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero salvó como Dios". Prosigue Orígenes: Cristo "hizo milagros en medio de los judíos: curó paralíticos, limpió leprosos, resucitó muertos. Pero también otros profetas lo hicieron. Multiplicó unos pocos panes en un número enorme, y dio de comer a un pueblo innumerable. Pero también Eliseo lo hizo. Entonces, ¿qué hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre, para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado, para elevarnos hasta el cielo"".

En Cristo Jesús, Dios se ha levantado victorioso sobre el pecado y la muerte. Todas las naciones son testigos del amor que Dios le ha tenido a su Pueblo Santo. A pesar de nuestras infidelidades, Él permanece fiel, y su lealtad jamás da marcha atrás. Quienes se adhieran al Señor, aún sin pertenecer al antiguo Pueblo de Dios, podrán no sólo aclamarlo, sino participar de su victoria y, formando un único pueblo basado en la fe en Jesucristo, podrán tenerlo como su Señor y Rey. Entonces, todas las naciones podrán aclamar jubilosas al Señor eternamente. Efectivamente Jesucristo ha derrumbado el muro que nos separaba: el odio; y nos ha unido en el amor que procede de Dios, de tal forma que ahora todos vivamos y caminemos en el amor fraterno teniendo un sólo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre. Que esta dignación con que Dios nos ha distinguido nos ayude a no seguirnos dividiendo, sino a vivir la unidad en el amor fraterno querida por Jesucristo, y que servirá como testimonio para que el mundo crea.

3.- Lc 5,1-11 (ver domingo 5, C). Lucas nos narra la llamada vocacional de Pedro y de los otros primeros discípulos, de una forma ligeramente distinta a los otros Evangelios (Mt 4,18-25; Mc 1,16-20; Jn 1,35-51) que cuentan la llamada en los inicios de l avida pública, pero Mateo y Marcos lo hacen como el primer acto del ministerio de Jesús y subrayan la identificación de los discípulos con el maestro; Lucas lo hace preceder de un breve ministerio de Jesús en Cafarnaún y un cierto trato de Jesús con los apóstoles, especialmente con Pedro (Biblia de Navarra): "desde ahora serás pescador de hombres". Hasta ahora aparecía trabajando solo. Ahora busca colaboradores. Ya ayer hablaba de Pedro el evangelio: Jesús curó a su suegra de la fiebre. Hoy nos cuenta cómo, para poder apartarse un poco de la gente que se agolpaba en torno, le pide a Pedro que le preste su barca. Qué satisfacción sentiría Pedro: ese predicador que se está haciendo famoso, por su palabra y por sus milagros, le ha pedido a él su barca. Luego, aunque a regañadientes, porque tiene la experiencia del fracaso de la noche, echa las redes "por la palabra de Jesús". Y sucede lo inesperado: la pesca milagrosa, que provoca en Pedro una reacción de espanto y admiración: "apártate de mí, Señor, que soy un pecador". No debieron entender mucho lo de ser "pescador de hombres". Pero aquel hombre les ha convencido: "dejándolo todo, lo siguieron".

Ser "pescadores de hombres" no significa nada peyorativo. Pescar a las personas, en este sentido, no es un proselitismo a ultranza, ni hacer que mueran para nuestro provecho -en eso consiste la pesca de los peces- sino lo contrario: evangelizar, convencer, ofrecer de parte de Dios a cuantas más personas mejor la buena noticia del amor y la salvación. En el origen de nuestra vocación cristiana y apostólica tal vez no haya una "pesca milagrosa" o algún hecho extraordinario. Pero sí, de algún modo, ha habido y sigue habiendo un sentimiento de admiración y asombro por Cristo, y la convicción de que vale la pena dejarlo todo y seguirle, para colaborar con él en la salvación del mundo. Probablemente lo que sí hemos experimentado ya son noches estériles en que "no hemos pescado nada" y días en que hemos sentido la presencia de Jesús que ha vuelto eficaz nuestro trabajo. Sin él, esterilidad. Con él, fecundidad sorprendente. Y así vamos madurando, como aquellos primeros discípulos, en nuestro camino de fe, a través de los días buenos y de los malos. Para que, por una parte, no caigamos en la tentación del miedo o la pereza. Y, por otra, no confiemos excesivamente en nuestros métodos, sino en la fuerza de la palabra de Cristo. Si no hemos conseguido más, en nuestro apostolado, "mar adentro", ¿no habrá sido porque hemos confiado más en nosotros que en él? ¿porque hemos "echado las redes" en nombre propio y no en el de él? (J. Aldazábal). "Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: 'Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre'" (Juan Pablo II).

-Jesús se encontraba a la orilla del lago de Genezaret. La gente se agolpaba a su alrededor para oír la palabra de Dios. Escena viva, concreta. Trato de imaginarla. ¿Tengo yo esa misma avidez?

-Vio dos barcas junto a la orilla: Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Jesús subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la retirara un poco de tierra. Cuando Jesús mete el pie dentro, la barca bambolea un poco; pero Simón sabe restablecer el equilibrio como marino experto.

-Luego se sentó y desde la barca enseñaba a la gente. ¡Cuánto me hubiera gustado encontrarme en esa playa entre los oyentes!

-Cuando acabó de hablar dijo a Simón: "Sácala mar adentro"... En aguas profundas.

-Simón contestó: "Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos pescado nada; pero ya que Tú lo dices, echaré las redes. Y Simón sube la vela, o toma sus remos... y se boga, lago adentro con Jesús a bordo. A menudo, así, Jesús nos pide de hacer cosas sorprendentes, irracionales. Salir de nuevo a pescar ¡cuando nada se ha logrado en toda una noche de esfuerzo! La fe es algo semejante. Confiar en Jesús. No fiarse de los propios razonamientos. Partir mar adentro. Partir hacia los misterios: la Eucaristía... la Trinidad... la Encarnación... la Resurrección... la Iglesia... Ya que lo dices, Señor, te creo; echo las redes.

-Obtuvieron tal redada de peces que reventaba la red. Hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a echarles una mano... Llenaron las dos barcas que casi se hundían. Contemplo esas barcas demasiado llenas que amenazan zozobrar. ¿Me ha sucedido alguna vez en mi vida hacer la experiencia de la sobreabundancia que Dios aporta? ¿sentirse colmado? Orar partiendo de mis éxitos, de mis alegrías. En los días de aridez espiritual es bueno acordarse de los buenos momentos... como Pedro debió recordarlos más tarde... en medio de los fracasos de su vida apostólica.

-Al ver esto Simón Pedro se echó a los pies de Jesús, diciendo: "Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador." El espanto le embargó. En el lenguaje bíblico ese miedo o espanto es señal de que Dios se ha acercado a nosotros. Nuestras mentes modernas encuentran esto casi excesivo. ¡Y sin embargo es así! No nos hagamos los más listos ante Dios. No se trata de caer en un miedo enfermizo y malsano -Dios es infinitamente bueno- pero ¿no nos sería muy conveniente volver a descubrir la santidad y el poder de Dios? -Dios es infinitamente grande-. Y ¿cómo no nos descubriríamos entonces, como Pedro, indignos de permanecer en su presencia? Señor, soy un pecador, una pecadora, no soy digno de recibirte...

-Jesús dijo a Simón: "No temas, desde ahora serás pescador de hombres." ¡No temas! Es uno de los refranes de Dios. Es natural que el hombre tiemble ante Dios; y he aquí que Dios mismo se empeña en tranquilizarnos. ¡Gracias, Señor! "Serás pescador de hombres"... Vocación divina. Dios cambia un destino.

-Dejándolo todo lo siguieron. "Todo". Dejándolo todo. ¿Cuál es mi disponibilidad? (Noel Quesson).

El Evangelio de hoy viene decirnos que para encontrar, para "pescar" tenemos que aceptar definitivamente que hay Alguien que sabe más que nosotros y que es a su Sombra donde nuestras búsquedas alcanzan su objetivo, donde nuestras preguntas encuentran respuesta.

Lucas nos presenta a pescadores expertísimos intentando explicar a Jesús que El sabrá mucho del Reino de su Padre... pero que de peces son ellos los que entienden. Sin embargo, Pedro deja que Jesús se "meta" en su vida cotidiana, en sus asuntos más triviales en apariencia y tiene la lucidez suficiente para responder a Jesús: "fiado en tu palabra echaré la red". No hizo falta más. Su gesto fue bastante para poner en evidencia el poder de Dios y, sobre todo, para descubrir que Dios es más grande que todos nuestras teorías, más poderoso que nuestra ciencia.

Pero necesitamos Fe. Sin ella no tendremos el valor de echar las redes, no nos determinaremos a abandonar la seguridad de lo que conocemos para buscar allí donde la Palabra nos asegura que hemos de encontrar.

Simón Pedro creyó y alcanzó la sabiduría -"¡Señor!"- y, con la Sabiduría la serenidad para acogerla en la propia vida y dejar que le marcara un rumbo diferente: "No tengas miedo; desde ahora serás pescador de hombres."

¡Dios está con nosotros! Basta tener la Fe y la transparencia de corazón suficientes para saber mirar... y para arriesgarnos. ¿No os parece que es motivo más que suficiente para una verdadera y profunda alegría? (Olga Elisa Molina). No hay que tener miedo (cf San Josemaría, Forja 287).

El agua tiene en el A.T. un sentido negativo y caótico; sacar de las aguas es salvar (Gn 1.7; Ex 14; 15). Toda salvación se realiza a través del agua: el Bautismo.

Pescar=salvar sin Jesús es imposible. Todos los saberes y técnicas humanas, las horas oportunas: la noche, no son capaces de salvar.

Jesús, el aprisionado, el que tiene peligro de ser apropiado y destruido entra en el mar y la salvación comienza. Él corrió nuestros caminos hasta el fondo.

Ser "pescadores de hombres" no puede ser cambiar a los hombres de prisión, es dar libertad de ídolos, de ideologías, de opresiones.

Es la salvación total la que anuncia Cristo. Es abrir el corazón humano a la esperanza y al amor de Dios.

Sólo pueden salvar los pobres, los libres: "dejándolo todo le siguieron"(v.11). Los aprisionados por el poder, el dinero, la sociedad de consumo no podremos salvar, hay que dejarlo todo ante el pasmo de un Dios que se hace carne para hacernos hijos de Dios. El pecado no aparta a Dios, cuando es reconocido como tal.

Él no vino a salvar a los justos, sino a los pecadores.

Si no se ha capturado nada durante la noche, que es el tiempo de la pesca, ahora -por la mañana- se pescará mucho menos. La elección y la vocación exigen fe, aunque no se comprenda, exigen "esperanza contra toda esperanza" (Rm 4. 18). Así creyó y esperó María, así también Abraham.

Simón reconoce que la palabra de Jesús ordena con autoridad y que es capaz de realizar lo que no se puede lograr con fuerzas humanas: "Maestro... por tu palabra, echaré las redes" (...) La fe en la palabra imperiosa del Maestro no se ve frustrada. Las redes estaban a punto de romperse debido al peso de los peces.

Como Pedro no exige ningún signo, recibe el signo que se amolda a su vida, a su inteligencia y a su vocación. Dios procede con él como con María. Así procede Dios con su pueblo. La salvación exige fe, pero Dios apoya la fe con sus signos. (...) Simón ve en Jesús una manifestación (epifanía) de Dios. Ha visto y vivido el milagro, el poder divino que actúa en Jesús. La manifestación de Dios suscita en él la conciencia de su condición de pecador, de su indignidad, el temor del Dios completamente Otro, del Dios santo. La manifestación del Dios santo a Isaías remata en esta confesión del profeta: "¡Ay de mí, perdido soy!, pues siendo hombre de impuros labios..., he visto con mis ojos al Rey, Yahvéh Sebaot" (Is 6,5). La admiración por Jesús atrae a Simón hacia él, la conciencia de su pecado le aleja de él. En la palabra "Señor" expresa la grandeza de aquel al que ha reconocido en su milagro (Comentarios Herder).

Se comprende mejor la importancia del episodio de la pesca milagrosa si se tiene en cuenta que el judío considera el agua, sobre todo el mar, como morada de Satanás y de las fuerzas contrarias a Dios. Hasta la venida del Salvador, nada podía hacerse -salvo un milagro del tipo del del mar Rojo- para salvar a quienes la mar enemiga engullía; pero desde que Él está aquí, se pueden pescar hombres en abundancia y sustraerlos a las garras del imperio del mal. Ese es, por otro lado, el sentido profundo de la bajada a los infiernos (inferi=aguas inferiores) en 1P 3,19, en donde Cristo desciende precisamente para salvar a quienes habían sucumbido bajo las aguas del diluvio. Ser pescadores de hombres es, pues, participar en esa empresa de salvamento de todos cuantos se han visto absorbidos por el mal; ya Jr 16. 15-16a preveía esa función.

S. Lucas considera, pues, a la Iglesia como la institución encargada de salvar a la humanidad de la sumersión que la amenaza. Para garantizar la realización de esa misión hay hombres encargados de una misión apostólica particular dentro de la Iglesia. Pero sólo a Cristo le deben las fuerzas con que cuentan para llevar a buen término su "pesca" y el ardor que ponen en conseguirlo.

El misionero será un pescador de hombres en la medida en que salve seres humanos mediante la administración del bautismo. El cristiano será pescador de hombres en la medida en que multiplique a su alrededor las conversiones e introduzca en la Iglesia a muchas almas. Este concepto individualista no corresponde quizá del todo con la manera de pensar de Lucas y ni siquiera con la mentalidad moderna. Bajo apariencias místicas, el relato de la pesca milagrosa parece tener otro alcance: la humanidad es presa de potencias que la absorben y la anegan; Cristo se reserva a Sí y a sus discípulos una misión liberadora que frene y contrarreste ese deslizamiento hacia la catástrofe.

El caso es que la humanidad actual se mueve en la cuerda floja y bastaría muy poca cosa para que se hundiese a sí misma sin necesidad de otras fuerzas demoníacas que su propio egoísmo y su afán de poder. Ser pescador de hombres consiste, por tanto, hoy, en participar en todas las empresas que quieren evitarle al hombre esa perdición y colaborar, mediante una mayor igualdad, una paz más estable y una mayor posibilidad para los humildes de promoverse a sí mismos, sacar a la humanidad del océano que la sumerge. Dejarla fuera de estos movimientos es condenar a la Iglesia a no revelar su identidad y su misión entre los hombres (Maertens-Frisque).

Los amigos de Jesús habían estado pescando toda la noche y habían vuelto con las redes vacías. Pero Jesús les invita a remar mar adentro y a echar de nuevo las redes. La pesca supera a todas las expectativas: su peso hace que se rompan las redes. A lo largo de los siglos se hablará de aquella "pesca milagrosa". La cosa podría haber quedado ahí, y lo que ocurrió aquella mañana no habría pasado de ser una anécdota. Pero Jesús prosigue: "En adelante serás pescador de hombres". La imagen resulta sorprendente, y la anécdota se hace parábola. Aquella mañana desveló Jesús la misión de la Iglesia.

¡Pescar hombres...! Hay una enorme competencia en todos los bancos de pesca... Sectas, gurús e ideologías tratan de seducir a los hombres que nadan entre dos aguas, abandonados a las corrientes que les llevan de acá para allá sin que ellos puedan dar con el sentido de su vida. ¿Será la Iglesia una "empresa de pesca" más, en competencia con otras muchas? "En adelante serán hombres lo que captures". Ahora bien, uno puede ser capturado en el sentido en que se afirma de un prisionero, y puede también ser capturado en el sentido que se emplea para referirse a un enamorado que ha quedado atrapado en las redes del amor. "En adelante serán hombres lo que captures".

La Iglesia sólo podrá lanzar sus redes a la manera de su Señor: aquellos a los que éste ha "capturado" han sido llamados por él sin ser engañados. Lo que ha hecho ha sido iluminarlos con su verdad, pero sin manipularlos; reconfortarlos con su Espíritu, pero sin violentarlos. Y es que Jesús "captura" a los hombres para gozo y alegría de éstos: los hace libres. Jesús "captura" al hombre para que éste quede prendado de él.

En adelante, la misión de la Iglesia consiste en lanzar a todos los vientos la Palabra para que los hombres queden seducidos por ese rostro que les despierta a la vida y a la libertad. "En adelante... : esta expresión no significa sólo "a partir de este momento en que te lo digo", sino también: "a causa de la experiencia que acabas de realizar". Aun habiendo sido seducida, la Iglesia no ha de ser seductora: las presiones, los eslóganes y los chantajes no tienen nada que ver con la misión. La vocación de la Iglesia no consiste en atrapar a nadie en sus redes; no se trata de "tener" a los hombres, de poseerlos. Tan sólo resultan "tocados" los que han visto cómo su libertad era despertada, suscitada, re-sucitada. El "¡Tú sabes que te amo!" brota únicamente en la libertad de un corazón convertido y que se abandona. Sólo los enamorados son atrapados en las redes que les sumergen en la libertad de la vida.

Tú nos has seducido, Dios de ternura, / con la solicitud por nosotros. / Tu amor se ha hecho pasión / para revelarnos tu proyecto: / prendernos en las redes de tu benevolencia. / Haz que sepamos abandonarnos a semejante pasión: / danos a conocer el gozo de ser amados para siempre (Dios cada día, Sal Terrae).

Hoy, el Evangelio nos ofrece el diálogo, sencillo y profundo a la vez, entre Jesús y Simón Pedro, diálogo que podríamos hacer nuestro: en medio de las aguas tempestuosas de este mundo, nos esforzamos por nadar contra corriente, buscando la buena pesca de un anuncio del Evangelio que obtenga una respuesta fructuosa...

Y es entonces cuando nos cae encima, indefectiblemente, la dura realidad; nuestras fuerzas no son suficientes. Necesitamos alguna cosa más: la confianza en la Palabra de aquel que nos ha prometido que nunca nos dejará solos. «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes» (Lc 5,5). Esta respuesta de Pedro la podemos entender en relación con las palabras de María en las bodas de Caná: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Y es en el cumplimiento confiado de la voluntad del Señor cuando nuestro trabajo resulta provechoso.

Y todo, a pesar de nuestra limitación de pecadores: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Lc 5,8). San Ireneo de Lyón descubre un aspecto pedagógico en el pecado: quien es consciente de su naturaleza pecadora es capaz de reconocer su condición de criatura, y este reconocimiento nos pone ante la evidencia de un Creador que nos supera.

Solamente quien, como Pedro, ha sabido aceptar su limitación, está en condiciones de aceptar que los frutos de su trabajo apostólico no son suyos, sino de Aquel de quien se ha servido como de un instrumento. El Señor llama a los Apóstoles a ser pescadores de hombres, pero el verdadero pescador es Él: el buen discípulo no es más que la red que recoge la pesca, y esta red solamente es efectiva si actúa como lo hicieron los Apóstoles: dejándolo todo y siguiendo al Señor (cf. Lc 5,11; Blas Ruiz i López).

La Iglesia, simbolizada en la barca de Pedro, teniendo consigo a Cristo, proclama la Buena Nueva a todos los hombres, invitándolos a unirse a ella para que la salvación se haga realidad para todos. No podemos anunciar el Nombre de Dios sin preocuparnos de atraer a todos hacia Cristo. Cuando el Señor pide a Pedro arrojar las redes al mar, lo está invitando a cumplir fielmente con la misión de hacer que la salvación, por medio del anuncio del Evangelio, que conduce a la fe en Cristo, llegue a todos los hombres sin distinción. Esa labor no podrá hacerse al margen de Cristo. Antes que nada, la Iglesia debe saber escuchar al Señor y serle fiel. No son nuestros métodos, ni nuestras imaginaciones o investigaciones técnicas lo que le da su eficacia a la Palabra de Dios. Es el Señor quien nos salva y nos conduce para que, abandonando nuestro antiguo modo de vivir, nos convirtamos en testigos suyos por caminar tras sus huellas. Entonces el anuncio eficaz del Evangelio no será fruto de la ciencia humana, sino de nuestra experiencia personal del Señor y del Espíritu que nos conduce a la Verdad plena.

Venimos ante el Señor trayendo todas nuestras fatigas apostólica y humanas. Él nos precede con su cruz, con su entrega. Él nos hace saber que, a pesar de que, por serle fieles dando testimonio de Él en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida, encontremos dificultades, persecuciones, e incluso la muerte, jamás debemos dar marcha atrás en la escucha fiel de su Palabra y en la puesta en práctica de la misma. Efectivamente, nuestra fe en Cristo no puede quedarse arrinconada en actos litúrgicos. Cuando acudimos a la Celebración de la Eucaristía nos presentamos ante el Señor trayendo como ofrenda nuestra propia vida con todas nuestras ilusiones; aun cuando traemos también nuestras angustias y todo aquello que, por algún motivo, nos ha querido impulsar a dar marcha atrás en el camino recto, o en nuestra entrega a favor del bien hecho a quienes nos rodean. El Señor nos contempla con gran amor y nos invita a seguir sus huellas, sin claudicar de aquello que dará un nuevo rumbo a nuestra historia. No importa que la noche totalmente oscura se haya cernido sobre nosotros; el Señor nos invita a que le demos espacio en la barca de nuestra propia vida para que conozcamos la Buena Nueva de su amor y recuperemos la paz y el ánimo de seguirnos esforzando por darle sentido a nuestra vida.

Por eso el Señor nos dice: Conduce la barca mar adentro. Yo voy contigo; aprende a escuchar mi Palabra y a ponerla en práctica. La salvación no puede estar al margen de tu esfuerzo continuo por vivir conforme al Camino que yo te he indicado. Si queremos convertirnos en pescadores de hombres; si queremos ser colaboradores para que todos encuentren el camino del amor fraterno, para que, unidos a Cristo, le demos un nuevo rumbo a nuestra existencia comprometiéndonos constante por erradicar de nosotros la pobreza, los encarcelados injustamente por oponerse a las propias ideas, las injusticias sociales, el pecado y el enviciarse en él, antes que nada nosotros mismos hemos de tomar las actitudes de Cristo que el mundo requiere para encontrar en nosotros un poco más de luz, de amor y de esperanza en su vida. No podemos sólo predicarles la Buena Nueva; es necesario ponernos a trabajar echando las redes y afanándonos para que ese Reino de Dios, ese mundo nuevo se abra paso entre nosotros. A pesar de que nuestros intentos anteriores por colaborar en el bien hayan sido fallidos, ahora, con Cristo presente en nosotros, fieles a su Palabra, vayamos mar adentro, no huyamos del mundo y sus problemas, acerquémonos a todos para proclamarles el Nombre del Señor, tanto con nuestras palabras, como, sobre, todo, con nuestro propio testimonio. Así, siendo instrumentos eficaces en las manos de Dios, nosotros seremos realmente colaboradores para que Él continúe realizando su obra salvadora entre nosotros.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de esforzarnos continuamente, guiados por el Espíritu Santo, para que el Reino de Dios esté en nosotros y nos ayude a vivir como hijos de un mismo Dios y Padre; y para que, sin quedarnos en una salvación adquirida de un modo personalista, nos preocupan de que esa salvación llegue a todos hasta que todos seamos uno en Cristo, en una sola Barca en la que, encontrándose el Señor con nosotros al final todos convertirnos en una continua alabanza del Padre Dios, por quien fuimos llamados a la Vida y hacia el que se encaminan nuestros pasos para gozarle y alabarle eternamente. Amén (www.homiliacatolica.com).

Jueves de la 21ª semana de Tiempo Ordinario: el tiempo es fugaz, y Dios paciente, pero nos apremia a ser felices, a corresponder con las virtudes a la fidelidad a su llamada, en cada instante.

 

 

Primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3,7-13. Hermanos, en medio de todos nuestros aprietos y luchas, vosotros, con vuestra fe, nos animáis; ahora nos sentimos vivir, sabiendo que os mantenéis fieles al Señor. ¿Cómo podremos agradecérselo bastante a Dios? ¡Tanta alegría como gozamos delante de Dios por causa vuestra, cuando pedimos día y noche veros cara a cara y remediar las deficiencias de vuestra fe! Que Dios, nuestro Padre, y nuestro Señor Jesús nos allanen el camino para ir a veros. Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre.

 

Salmo 89,3-4.12-13.14 y 17. R. Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres.

Tú reduces al hombre a polvo, diciendo: «Retornad, hijos de Adán.» Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; una vela nocturna.

Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos.

Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos.

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo 24,42-51. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. ¿Dónde hay un criado fiel y cuidadoso, a quien el amo encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas? Pues, dichoso ese criado, si el amo, al llegar, lo encuentra portándose así. Os aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si el criado es un canalla y, pensando que su amo tardará, empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo hará pedazos, mandándolo a donde se manda a los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.»

 

Comentario: 1.- 1Ts 3,7-13. Cuando una comunidad a la que un apóstol ha dedicado tanto tiempo, responde bien, se convierte en un motivo de alegría para el apóstol. Pablo dice a los de Tesalónica: «vosotros, con vuestra fe, nos animáis... ahora respiramos... ¿cómo podremos agradecérselo bastante a Dios?... tanta alegría como gozamos...». Y manifiesta el deseo de que las cosas se arreglen de manera que pueda ir a hacerles una visita. A la vez, les asegura que les recuerda cada día en su oración. Lo que pide para ellos es «que Dios os haga rebosar de amor», «que os fortalezca internamente», que remedie «las deficiencias de vuestra fe», y así, en la venida última del Señor, «os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre». De nuevo presenta las tres virtudes teologales de la comunidad: el amor, la fe y la esperanza. Un apóstol -un catequista, un educador, un sacerdote- tiene con los destinatarios de su trabajo una relación compleja:

- se entrega a ellos, como ha dicho Pablo en las páginas anteriores, con total desinterés, con amor de madre y de padre, dispuesto a dar por ellos su propia vida;

- pero no sólo da a los demás, sino que también recibe de ellos, y tal vez es más lo que recibe que lo que da; no sólo enseña, sino aprende; no tiene el monopolio de la verdad ni de la generosidad: muchas veces encuentra en las demás personas, por alejadas que parezcan, valores y actitudes que no se esperaba, y que le estimulan y le llenan de alegría, como cuando Jesús «se admiraba» de la fe que encontró en personas no judías, como la mujer cananea o el centurión romano; la Iglesia no sólo es maestra, sino también discípula: en el diálogo con el mundo de hoy, podemos aprender mucho de los jóvenes, o de los no creyentes, de los alejados, y, mucho más, de tantos cristianos sencillos que, tal vez con poca formación, siguen con generosidad el camino de Dios y hacen todo el bien que pueden a su alrededor; evangelizar, a veces, es también descubrir en el corazón de las personas la acción escondida del Espíritu que prepara en ellas el camino para un encuentro pleno con Cristo en la Iglesia;

- y todo eso le lleva a un apóstol a rezar por esas personas, porque la fuerza transformadora está en Dios; pide por ellas, da gracias a Dios por ellas, y le reza para que progresen todavía más, que «rebosen de amor» y que se «fortalezcan internamente», y si es el caso, vayan subsanando «las deficiencias en su fe». En la oración es donde se recompone siempre la dirección de nuestro trabajo. Como dice el salmo: «baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos».

Pablo es modelo en las tres direcciones: en la entrega, en los ánimos que sabe recibir de los demás y en la oración que dirige a Dios por ellos.

Pablo concluye la primera parte de su carta a los tesalonicenses con una oración. Antes ha recordado su evangelización y su conversión (1,2-10), y subrayando la diferencia entre el comportamiento de los apóstoles y el de los falsos misioneros (2,1-16).

Estamos en el año 51 y Pablo está lejos de Tesalónica. Teme las consecuencias de las falsas predicaciones y de las persecuciones que sufren los cristianos. Ni siquiera las noticias traídas por Timoteo le han tranquilizado totalmente (2,17-3,10). Pide entonces a Dios la alegría de volver a ver a los suyos para hacerles progresar en la fe. La oración de Pablo se desarrolla según una estructura precisa: los vv. 10-11 hacen alusión a la fe de los tesalonicenses, el v. 12 recuerda su caridad y el v. 13 su esperanza. La principal preocupación del fundador de la comunidad parece ser las virtudes teologales, fundamento de la vida del cristiano.

La fe de la comunidad es frágil y el informe de Timoteo ha revelado, probablemente, sus lagunas. Pablo se vio obligado a abandonar Tesalónica sin haber podido acabar la catequesis necesaria (Act 17,1-10). Pide a Dios que allane los obstáculos que han impedido hasta el momento su retorno.

Segundo objeto de la oración de San Pablo: el crecimiento de la caridad entre hermanos, pero también hacia todos los hombres, aunque fuesen perseguidores de la comunidad (Gal 6,10; Rom 12,10-21). El apóstol estima en efecto que él es responsable del amor que los tesalonicenses se testimonian mutuamente, ya que este amor es reflejo del que él les ha testimoniado (la misma actitud en 2 Ts 3,7-9; Flp 3,17; 4,9; 1 Co 4,16; 11,1).

La fe y el amor sólidos asegurarán a los cristianos de Tesalónica una santidad irreprochable. Pero esta debe crecer sin cesar en la esperanza de la Parusía del Señor (1 Tes 5,23; 1 Cor 1,8). Pablo participa también de las concepciones de su tiempo, según las cuales la Parusía se manifestará al término de las persecuciones. Las vejaciones sufridas por sus corresponsales no son más que el preludio.

Puede existir un cierto peligro en distinguir las tres virtudes teologales como si fueran tres poderes autónomos en el organismo del hijo de Dios. De hecho, al distinguir estas tres virtudes, Pablo sigue el procedimiento literario de la tríada. El organismo cristiano es único y no se puede tener la fe sin amor, ni el amor sin esperanza. Esto es, además, lo que el apóstol afirma cada vez que es conducido a describir estas virtudes. Este organismo cristiano único que es, en el fondo, la capacidad de dar a todas las cosas un sentido nuevo en Jesucristo, se expresa de varias maneras, pero entre ellas algunas son como actitudes privilegiadas y decisivas: el sentido que damos a la vida, a la muerte y a la resurrección del hombre-Dios, el sentido que damos a la vida de los hombres, entre ellos, el sentido, finalmente, que damos a la marcha de la humanidad y son, respectivamente, la fe, la caridad y la esperanza actitudes que no pueden adquirirse sino en el nombre del Señor (Martens-Frisque).

-Hermanos, en medio de todas nuestras congojas y tribulaciones, las noticias recibidas de vuestra fe nos han reconfortado. Ahora sí que vivimos porque vosotros permanecéis firmes en el Señor. Ahora «revivimos» porque tenemos buenas noticias de la firmeza de vuestra fe. La respiración del apóstol y toda su vida provienen de sus fieles. «Os mantenéis firmes en el Señor.» La fe se parece a un combate en el que hay que apretar los dientes ¡y aguantar! El mismo Pablo confiesa el contexto de su vida de apóstol: vive «en medio de congojas y tribulaciones». Esta fuerza, esta perseverancia que, a pesar de los obstáculos, experimentan los que tienen Fe, no proviene de sí mismos, es una fuerza «en el Señor». Puede coexistir con un profundo sentimiento de debilidad personal (Rm 7,14-25).

-¿Cómo podremos agradecer a Dios por vosotros por todo el gozo que por causa vuestra experimentamos ante nuestro Dios? Noche y día pedimos insistentemente... Las pruebas de Pablo no le hacen taciturno o melancólico. Nos dice que pasa noche y día dando gracias a Dios en el gozo y en la oración. ¿Y yo? ¿me esfuerzo en transformar mis preocupaciones de esa manera positiva? San Pablo nos dirá ahora sobre qué puntos precisos se desarrolla su oración:

1º La fe . -Que Dios nos haga ver vuestro rostro para completar lo que falta a vuestra fe. Que Dios mismo, nuestro Padre, y nuestro Señor Jesucristo, orienten nuestros pasos hasta vosotros. El primer objetivo de su oración es la consolidación de la Fe de esa comunidad. Después de una evangelización tan corta -unas semanas- no ha de extrañarnos que la fe de los Tesalonicenses sea frágil y llena de lagunas. A causa de la persecución, Pablo se vio obligado a salir de allí antes de lo que hubiese querido. Podría extrañar que nos hable de «fe incompleta» después de los elogios que les ha prodigado precisamente sobre su fe. Pero la Fe tiene dos aspectos:

-es ante todo un acto global de adhesión a Cristo...

-es además una vida según Cristo que requiere un desarrollo, una catequesis.

¿Sé yo «completar lo que le falta a mi fe»? ¿Ruego para que progrese mi fe y la fe de todos los que amo?

2º La caridad. -Que el señor os haga progresar en el amor de unos con otros y para con todos, como es nuestro amor para con vosotros. Amar: primero «entre hermanos», pero también y ampliamente a «todos los hombres». Esta es una de las más puras características del evangelio.

3º La esperanza. -Para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios, nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos. La esperanza y la espera que dan un sentido a la vida (Noel Quesson).

2. El salmo hace referencia a la fugacidad de la vida, centrándose en la creación del hombre, al que formó Dios del polvo de la tierra (Gn 3,19) y le ha dado una vida breve, y dice S. Pedro que Dios tiene paciencia con nosotros: "no tarda el Señor en cumplir con su promesa, como algunos  piensan; más bien tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan" (2 P 3,8-9).

Decía el fundador del Opus Dei: "Os recuerdo de nuevo que nos queda poco tiempo: tempus breve est, porque es breve la vida sobre la tierra, y que, teniendo aquellos medios, no necesitamos más que buena voluntad para aprovechar las ocasiones que Dios nos ha concedido. Desde que Nuestro Señor vino a este mundo, se inició la era favorable, el día de la salvación, para nosotros y para todos. Que Nuestro Padre Dios no deba dirigirnos el reproche que ya manifestó por boca de Jeremías: en el cielo, la cigüeña conoce su estación; la tórtola, la golondrina y la grulla conocen los plazos de sus migraciones: pero mi pueblo ignora voluntariamente los juicios de Yahvé.

            No existen fechas malas o inoportunas: todos los días son buenos, para servir a Dios. Sólo surgen las malas jornadas cuando el hombre las malogra con su ausencia de fe, con su pereza, con su desidia que le inclina a no trabajar con Dios, por Dios. ¡Alabaré al Señor, en cualquier ocasión! El tiempo es un tesoro que se va, que se escapa, que discurre por nuestras manos como el agua por las peñas altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando. Mañana será pronto otro ayer. La duración de una vida es muy corta. Pero, ¡cuánto puede realizarse en este pequeño espacio, por amor de Dios!

            No nos servirá ninguna disculpa. El Señor se ha prodigado con nosotros: nos ha instruido pacientemente; nos ha explicado sus preceptos con parábolas, y nos ha insistido sin descanso. Como a Felipe, puede preguntarnos: hace años que estoy con vosotros, ¿y aún no me habéis conocido? Ha llegado el momento de trabajar de verdad, de ocupar todos los instantes de la jornada, de soportar -gustosamente y con alegría- el peso del día y del calor".

Dios es también el que puede perdonar y hacer felices los días del hombre sobre la tierra. Es lo que se le pide en estos versículos.

3.- Mt 24, 42-51 (ver paralelo, domingo 19, C). Nos quedan tres días de lectura del evangelio de san Mateo. Y los tres tienen un mismo tema: el discurso «escatológico» de Jesús, el quinto y último de los que Mateo nos ofrece en su evangelio, organizando los dichos de Jesús (cf. lo que decíamos el lunes de la décima semana). El discurso escatológico se refiere a los acontecimientos finales y, en concreto, a la actitud de vigilancia que debemos tener respecto a la venida última de Jesús. Hoy nos lo dice con dos comparaciones muy expresivas: el ladrón puede venir en cualquier momento, sin avisar previamente; el amo puede regresar a la hora en que los criados menos se lo esperan. En ambos casos, la vigilancia hará que el ladrón o el amo nos encuentren preparados. Nos va bien que nos recomienden la vigilancia en nuestra vida. No es que sea inminente el fin del mundo, con la aparición gloriosa de Cristo. Ni que necesariamente esté próxima nuestra muerte. Pero es que la venida del Señor a nuestras vidas sucede cada día, y es esta venida, descubierta con fe vigilante, la que nos hace estar preparados para la otra, la definitiva. Toda la vida está llena de momentos de gracia, únicos e irrepetibles. Los judíos no supieron reconocer la llegada del Enviado: ¿desperdiciamos nosotros otras ocasiones de encuentro con el Señor?

El estudiante estudia desde el principio de curso. El deportista se esfuerza desde que empieza la etapa o el campeonato. El campesino piensa en el resultado final ya desde la siembra. Aunque no sean inminentes ni el examen ni la meta definitiva ni la cosecha. No es de insensatos pensar en el futuro. Es de sabios. Día a día se trabaja el éxito final. Día a día se vive el futuro y, si se aprovecha el tiempo, se hace posible la alegría final. «Estad en vela»: buena consigna para la Iglesia, pueblo peregrino, pueblo en marcha, que camina hacia la Venida última de su Señor y Esposo. Buena consigna para unos cristianos despiertos, que saben de dónde vienen y adónde van, que no se dejan arrastrar sin más por la corriente del tiempo o de los acontecimientos, que no se quedan amodorrados por el camino. Estar en vela no significa vivir con temor, ni menos con angustia, pero sí con seriedad. Porque todos queremos escuchar, al final, las palabras de Jesús: «muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor» (J. Aldazábal).

Las tres páginas propuestas hasta el sábado inclusive las incluye san Mateo en un gran discurso de Jesús sobre el "Fin de los Tiempos" -Escatología-Velad... Convendría citar por entero el sermón 22 de Newman sobre la "vigilancia". He aquí algunos extractos: "Jesús preveía el estado del mundo tal como lo vemos hoy, en el que su ausencia prolongada nos ha inducido a creer que ya no volverá jamás... Ahora bien, muy misericordiosamente nos susurra al oído que no nos fiemos de lo que vemos, que no compartamos esa incredulidad general... sino que estemos alerta y vigilantes". "Debemos no sólo "creer", sino "vigilar"; no sólo "amar", sino "vigilar"; no sólo "obedecer", sino "vigilar"; vigilar ¿por que? Por ese gran acontecimiento: la venida de Cristo…

"¿Sabéis qué es estar esperando a un amigo, esperar su llegada y ver que tarda en venir? ¿Sabéis qué es estar con una compañía desagradable, y desear que pase el tiempo y llegue el momento en que podáis recobrar vuestra libertad? ¿Sabéis qué es tener lejos a un amigo, esperar noticias suyas, y preguntarse día tras día qué estará haciendo ahora, en ese momento, si se encontrará bien?... Velar a la espera de Cristo es un sentimiento parecido a estos, en la medida en que los sentimientos de este mundo son capaces de representar los de otro mundo..."

-Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela... También vosotros estad preparados: porque en el momento que menos penséis, vendrá el Hijo del hombre.

También el Padre Duval ha traducido maravillosamente esta espera en su canción. "El Señor volverá, lo prometió, que no te encuentre dormido aquella noche. "En mi ternura clamo hacia Él: Dios mío, ¿será quizá esta noche? "El Señor volverá, espéralo en tu corazón, ¡no sueñes en disfrutar lejos de Él tu pequeña felicidad!" ¡Jesús "viene"! Y nos advierte: ¡velad! porque vengo cuando no lo pensáis.

Podríais malograr esa "venida", esa cita imprevista, esta visita-sorpresa. Y para que nos pongamos en guardia contra nuestras seguridades engañosas, Jesús llega a compararse a un "ladrón nocturno". Inseguridad fundamental de la condición humana.

Jesús "vendrá"... al final de los tiempos en el esplendor del último día. Jesús "vendrá"... a la hora de nuestra muerte en el cara a cara de aquel momento solemne "cuando se rasgará el velo que nos separa del dulce encuentro".

Pero... Jesús "viene"... cada día, si sabemos "estar en vela". No hay que esperar el último día. Está allí, detrás del velo. Viene en mi trabajo, en mis horas de distensión, de solaz. Viene a través de tal persona con quien me encuentro, de tal libro que estoy leyendo, de tal suceso imprevisto... Es el secreto de una verdadera revisión de vida.

-¿Dónde está ese "empleado" fiel y sensato encargado por el amo de dar a su servidumbre la comida a sus horas? Dichoso el tal empleado si el amo, al llegar lo encuentra cumpliendo con su obligación... Sí, "velar", atisbar "las" venidas de Jesús, ¡no es estar soñando! Es hacer cada uno el trabajo de cada día, es considerarse, de alguna manera, responsable de los demás, es darles, cuando se requiera, su porción de pan, es amar. En verdad eso concierne, muy especialmente, a los "jefes de comunidad", en la Iglesia o en otra parte. Y ¿quién no es jefe de una comunidad? Familia, equipo, grupo, clase, despacho, empresa, sindicato, club, colegas, clientes, etc. Darles, cuando es oportuno, lo que esperan de mí (Noel Quesson).