jueves, 6 de agosto de 2009

6 de octubre: La Transfiguración del Señor es explicación de que la Cruz es camino de la Gloria, también para nosotros

Voy a comenzar a publicar aquí, desde hoy, una copia de las cosas que voy mandando a la red, para que puedan consultarse. Si alguien me enseña a poner orden, iré clasificando el material... Aquí comienzo hoy a poner los comentarios de las lecturas de hoy, día de la Transfiguración. Saludos,
 Llucià
 
Lectura de la profecía de Daniel 7,9-10.13-14. Durante la visión, vi
que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era
blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas
de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba
delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus
órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba,
en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de
hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron
poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo
respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Salmo 96,1-2.5-6.9. R. El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.
El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean, justicia y derecho sostienen su trono.
Los montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra; los
cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria.
Porque tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre
todos los dioses.

Segunda carta del Apóstol San Pedro 1,16-19. Queridos hermanos: Cuando
os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor
Jesucristo no nos fundábamos en invenciones fantásticas, sino que
habíamos sido testigos oculares de su grandeza. El recibió de Dios
Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz:
«Este es mi Hijo amado, en él yo me he complacido.» Esta voz traída
del cielo la oímos nosotros estando con él en la montaña sagrada. Esto
nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en
prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro,
hasta que despunte el día y el lucero nazca en vuestros corazones.

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 9,1-9. En aquel tiempo,
Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a
una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se
volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún
batanero del mundo. Se le aparecieron Elías y Moisés conversando con
Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: -Maestro.
¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados y no sabía lo que
decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
-Esté es mi Hijo amado; escuchadlo. De pronto, al mirar alrededor, no
vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la
montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta
que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. Esto se les
quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de
entre los muertos.

Comentario: Los teólogos medievales hablaban "de mysteriis vitae
Christi", la manifestación del Misterio en la carne humana de Jesús.
Este plan secreto de Dios, como dice san Pablo (cf., p.ex., Col 1,26;
Ef 3,5.9), era tan escondido que, cuando Jesús lo entreabre, Pedro lo
rechaza y debe ser reprendido, como leemos en el día de hoy en este
año 2009 en lo que tocaría leer en la lectura continuada, y Jesús
contesta: "Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres,
no como Dios!" Justamente en estas lecturas salen las dos piedras, la
de Moisés que brota agua (aunque dudó la primera vez) y la de Pedro
que Jesús (verdadero Moisés y guía) proclama, y que es una piedra que
duda… su fortaleza vendrá no de su poder, sino de la gracia de Dios, a
pesar de su debilidad. El relato de la Transfiguración forma un bloque
con la confesión de Pedro, el anuncio de la pasión, la reacción de
Pedro, la increpación de Jesús y la llamada al seguimiento: "el que
pierda su vida por mi causa, la salvará" (Lc 9,24). La Transfiguración
es el broche de este conjunto. Y la garantía en la que todo se
sustenta se encuentra en las palabras que se oyen desde la nube: "Este
es mi Hijo, el escogido; escuchadle". Sí: la gloria de Dios
resplandece en la faz del Hijo del hombre, del crucificado. Moisés y
Elías, gloriosos, conversaban con Jesús, "hablaban de su muerte, que
iba a consumar en Jerusalén". Y fue precisamente entonces cuando
"Pedro y sus compañeros vieron su gloria". La escenografía, las
palabras de la nube, la increpación de Jesús a Pedro (que concuerda
con la respuesta de Jesús a la tercera tentación, según Mt 4,10)
relacionan este texto con el del bautismo (que enlaza con la escena de
la tentación). Si entonces la voz del cielo proclamaba a Jesús Hijo
amado ("Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto": Lc 3,22), ahora la
voz de la nube dice imperativamente a los discípulos que lo escuchen
("Este es mi Hijo, el escogido; escuchadle"). "Para que sobrellevasen
el escándalo de la cruz", comenta el prefacio de hoy (Josep M.
Totosaus).
1. Dn 7,9-10.13-14. La visión de las cuatro bestias y el "hijo del
hombre" es la escena del juicio divino. -Siguiendo la línea del cap.
2, este cap. 7 nos habla de la sucesión de diversos imperios en el
devenir histórico bajo el símbolo de cuatro bestias que salen del mar,
fuerza caótica y morada de seres hostiles a la divinidad. -La liturgia
nos tiene acostumbrados a recortar los textos bíblicos del A.T. Pero
como nosotros nos preocupamos más de la intelección del texto que de
la mera duración temporal, propongo leer todo el cap.: vs. 1-14,
visión, y vs. 15-28, explicación. - Según la concepción mítica, el
océano del que surgen las bestias es morada de potencias hostiles a la
divinidad. Y de esta concepción mítica se hace eco la Biblia para
presentarnos el mar como algo hostil, caótico... del que surgen las
cuatro bestias que representan cuatro imperios. El león alado es
Nabucodonosor, monarca de Babilonia (cfr. cap. 2): cortadas las alas
de su soberbia puede razonar, comportarse como hombre. El oso, medio
erguido, representa a Media, animal feroz siempre dispuesto a atacar y
nunca satisfecho. El leopardo o pantera, con cuatro cabezas y cuatro
alas, simboliza al imperio persa con su gran agilidad para apoderarse
de todo el mundo. La cuarta fiera no es identificable, pero es más
feroz que las demás. Los dientes de hierro pueden hacer alusión a
Alejando Magno y al imperio griego; los diez cuernos aludirían a los
sucesores de Alejandro y el cuerno más pequeño sería el perverso
Antíoco, quien vence a los otros tres cuernos para hacerse con el
poder. -Las cuatro fieras se suceden en la historia, pero no han sido
capaces de mejorar a la humanidad. Por eso es necesario un juicio
universal. El anciano es el mismo Dios, con un vestido blanco como
símbolo de victoria y de poder; el fuego que de él brota ejecuta la
sentencia, sentándose sobre un trono (=tribunal) para juzgar a la vez
a todas las potencias de nuestra historia. Por su gran perversidad la
última bestia es consumida por el fuego, a las otras tres se les
arrebata el poder, pero pueden continuar existiendo. -En los vs. 13-14
aparece "como un hombre", es decir, una figura humana, un ser no
divino que contrasta con las bestias ya descritas y a quien se le
concede todo el poder y autoridad que antes poseía Nabucodonosor; su
reino no tendrá fin. (A. Gil Modrego).
La simbología remite a Dios en su trono celeste, rodeado de gloria y
de ángeles, como Señor. Los libros simbolizan que Dios tiene presentes
todas las acciones de los hombres (cf Jr 17,1; Ml 3,16; Sal 56, 9; Ap
20,12). El que viene en las nubes del cielo "como un hijo del hombre"
y al que, tras el juicio, se le da el reino universal y eterno, es la
antítesis de las bestias. No ha surgido del mar tenebroso como
aquéllas, ni tiene aspecto terrible y feroz, sino que ha sido
suscitado por Dios –viene en las nubes-, y lleva en sí la debilidad
humana. En ese juicio el hombre parece recuperar su dignidad frene a
las bestias a las que está llamado a dominar (cf Sal 8). Tal figura
representa al "pueblo de los santos del Altísimo" (7,27), el Israel
fiel. Hijo del hombre que fue entendido como Mesías persona en el
judaísmo en tiempo de Jesús (Libro de las parábolas de Henoc); pero
tal título sólo se une a los sufrimientos del Mesías y a su
resurrección de entre los muertos cuando Jesús se lo aplica a Sí mismo
(Biblia de Navarra): "Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le
reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del
Hombre (cf. Mt 16,23). Reveló el auténtico contenido de su realeza
mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del Hombre "que ha
bajado del cielo" (Jn 3,13; cf Jn 6,62; Dn 7,13) a la vez que en su
misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha
venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por
muchos" (Mt 20,28; cf Is 53,10-12). Por esta razón el verdadero
sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la
Cruz (cf Jn 19,19-22; Lc 23,39-43). Solamente después de su
resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante
el pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que
Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros
habéis crucificado" (Hch 2,36)" (Catecismo 440). Y la Iglesia cuando
proclama que Cristo se sentó a la derecha del Padre confiesa que fue a
Cristo a quien se dio el imperio: "Sentarse a la derecha del Padre
significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión
del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: "A él se le dio
imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le
sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su
reino no será destruido jamás" (Dn 7,14). A partir de este momento,
los apóstoles se convirtieron en los testigos del "Reino que no tendrá
fin" (Símbolo de Nicea-Constantinopla)" (Catecismo 664).
Es el comienzo de la segunda parte del libro de Daniel. Después de los
relatos relativos a Daniel y sus compañeros, encontramos ahora las
visiones de Daniel, clasificadas según un orden cronológico análogo al
de los relatos. Esta es la primera visión, un sueño simbólico con las
cuatro fieras y el Hijo del Hombre (vv. 2-14), lo que será explicado
por un ángel posteriormente (vv. 15-28). Se quiere presentar a Dios
como señor del tiempo y de la historia. Para evocar su presencia el
lenguaje de la fe recurre a representaciones simbólicas donde
subsisten los vestigios de antiguas mitologías despojadas de su lado
negativo: Dios es presentado como un anciano sin edad rodeado de una
corte de servidores. Dios queda velado pero se reconoce su presencia y
su acción en la historia del hombre. Apocalipsis de consuelo y coraje.
No hay asesor para Dios. El solamente juzga. En el NT, será el Hijo
del Hombre el que se constituirá en juez, asistido por los ángeles (Mt
25,31) y descrito con los rasgos del anciano de Dn 7 (Ap 1,13-14).
Cristo prometerá a sus discípulos participar en esta función judicial
(Mt 19,28; Lc 22,30). Hay aquí subyacente toda una concepción de la
historia de pecado. Todo conduce hacia un juicio final, hacia un gran
discernimiento histórico. Aquí se inscriben todas las pruebas que el
pueblo de Dios pasará en cualquier tiempo a causa de su fe. El rechazo
o aceptación del reino se convertirá en un motivo de discernimiento en
el momento último.
v. 13: "una especie de hombre".- Lit.: "un hijo de la humanidad". El
simbolismo del hombre se opone aquí al de los monstruos que le han
precedido: su venida entre las nubes lo sitúa en un contexto de
divinidad. Tenemos aquí una influencia clara de las teofanías del AT
en las que Dios aparece en la nube (cf Ex 34, 6; Lev 16, 2; Num 11,
25). La tradición judía posterior lo identificará con el mesías
(Parábolas de Enoc, 46), lo que se justifica en un contexto cultural
en el que todo grupo se incorpora, de alguna manera, a su jefe. La
liturgia, en la misma línea, ve en este Hombre a aquel, que constituye
la esperanza del creyente. De ahí que este pasaje, aplicado al triunfo
de Jesús, sea también un mensaje de esperanza. El triunfo de este Hijo
de Hombre lleva al creyente a ver reflejada en él su aspiración
personal. Así, incluso en el mismo libro de Daniel, se comienza a
esbozar el triunfo en categorías de resurrección. El desarrollo
ulterior de la revelación no se contentará con mantener esta doctrina.
Encontrará un marco muy apropiado para hacer inteligibles la muerte y
la resurrección de Jesús. Una prefiguración y una base para comprender
la significación de la transfiguración (Eucaristía 1978).
2. Salmo del Reino de Dios. Una vez más, Israel invita a la "tierra
entera", comprendidas también, las "islas lejanas" (para un judío
terreno por excelencia, las islas son símbolo de lo que está lejos,
perdido en el mar, ¡allá!). Y esta invitación, es una convocación para
venir a celebrar una fiesta de la "realeza" de Dios. Es una invitación
a la alegría porque el Señor reina y se manifiesta como Rey. La
grandeza de Dios es proclamada mediante títulos como estos: "¡Yahveh
es rey!"... "¡Señor de la tierra!" "Altísimo sobre toda la tierra!"...
"¡Santísimo!". Esta grandeza divina se manifiesta en una teofanía,
igual que en el Sinaí: ¡la tempestad, las tinieblas y las nubes los
relámpagos, el fuego, las montañas que tiemblan y se funden como la
cera! Esta "manifestación" sensible de Dios, que "aparece" en medio de
fuerzas cósmlcas no controlables por el hombre, provoca dos resultados
antitéticos:
-Los falsos dioses, los ídolos, las "vanidades", las nadas...
Desaparecen ante el rostro del único verdadero Dios: monoteísmo feroz:
"¡de rodillas todos los dioses!"
-Los fieles a este Dios, los justos, los "Hassidim", están alegres y
de fiesta, pero a una condición, la de renunciar al mal. Moralidad
feroz también "¡odiad el mal!" La religión de Israel no es una
religión de medias tintas, o de actitudes color de rosa: hay que
escoger el propio bando. "¡Ay de los servidores de los ídolos!"
•Chouraqui, judío de origen, más sensible que nosotros al juego de
palabras del hebreo traduce así: "¡petrificados, los esclavos de la
estatua!"
"El Señor es rey". "Venga tu Reino, así en la tierra como en el
cielo". Sabemos la pasión de Jesús por su Padre. Entregó su vida al
Reino. Sin embargo, Jesús, siendo el Hijo de Dios, evitó
deliberadamente todo destello divino durante el tiempo de su
Encarnación. Las "teofanías", de las cuales estaban ávidos los judíos
en los tiempos de Jesús (formados en ello por los salmos de ese
género), Jesús las rechazó sistemáticamente: "ellos pedían a Jesús un
signo bajado del cielo... De hecho, no será dado a esta generación
otro signo que el signo de Jonás. Los dejó allí y se marchó". (Mt
16,1-4). En comparación con el Antiguo Testamento, el Evangelio es
discreto. Sin embargo en la Transfiguración, citan los evangelios un
signo teofánico: "vino una nube luminosa y los cubrió con su sombra"
(Mt, Mc y Lc). Igualmente, al anunciar su gloria durante el juicio
ante el Sanedrín, Jesús recurre a este lenguaje bíblico: "Veréis venir
al Hijo del Hombre sobre las nubes del cielo" (Mt 26,64; Ap 1,7).
San Pablo cita este salmo, hablando de la Encarnación como una
entronización real: "Cuando Dios presentó su primogénito al mundo
dijo: "de rodillas ante El todos los ángeles (los dioses)" (Heb 1,6).
Pero es sobre todo la Parusía de Jesús, su última venida gloriosa, la
que se asemeja más a este salmo: "Cuando venga glorioso, sobre su
trono de gloria, todas las naciones estarán reunidas ante El... Como
el relámpago que se ve brillar de Oriente a Occidente, así será la
venida del Hijo del Hombre... (Mt 24,27-31). Entonces, los "justos" se
asociarán a este triunfo como lo dice el salmo. Estas son las palabras
de San Pablo: "fortificados por su glorioso poder, con alegría dad
gracias al Padre que os concede tener parte en la herencia de los
santos en la luz: El nos libró del poder de las tinieblas y nos
condujo al Reino de su amado Hijo"... (Col 1,11-12) Observemos
finalmente que Pentecostés asoció a la venida del Espíritu Santo, "la
tempestad", y "el fuego" (Hch 2,2-3).
Delante de Dios. El Dios ante quien estoy es viviente. Cinco veces, en
este salmo, somos invitados a estar "delante" de Dios. Lenguaje muy
elocuente. El hombre, en el fondo, no tiene existencia autónoma: su
ser no lo tiene por sí mismo... El está solamente "delante" de Dios.
¡El es! Yo soy, solamente "delante" de El.
El fuego símbolo de Dios. "Delante de él va el fuego y quema a los
enemigos que lo rodean... Sus relámpagos iluminan la tierra... Las
montañas se derriten como cera"... Estaríamos fuera de lugar, en el
siglo XXI, al considerar infantiles estas imágenes. Hacen referencia
ciertamente, a un viejo fondo mítico (confrontar el mito de Prometeo,
vencido cuando trató de dominar el fuego de los dioses). Sin embargo
la ciencia moderna, si bien nos ha enseñado a dominar un poco el
fuego, nos ha revelado que vivimos sobre ciclones de fuego: el corazón
de la tierra es un fuego temible que aflora a veces en los volcanes.
El universo es un ensamblaje fantástico de "bolas de fuego", los
astros. Nuestro sol es una enorme y permanente explosión atómica, a la
que nadie, jamás se acercará... sin desaparecer, sin "ser consumido"
dice el salmo. En este grandioso y aterrador universo de fuego, una
mano creadora ha preparado un espacio tibio, en que la vida pueda
existir, el planeta tierra. Sí, Dios nos ha permitido "ser delante" de
El. Nos ha dado un espacio, un tiempo... para existir. Haríamos el
ridículo pretendiendo pasar por astutos ante Dios.
¡Odiad el mal! El hombre moderno utiliza frecuentemente el lenguaje
del combate. La Biblia también. Este salmo no es ni mucho menos de
tranquilidad. En mí, alrededor de mí, debo luchar contra el mal. La
palabra es fuerte: debo "arrancarme" del poder del mal, con la ayuda
de Dios. La alegría brilla para el justo. Esta imagen de siembra
atempera la violencia de las otras imágenes: Jesús la utiliza
preferentemente. Más que el resplandor de un relámpago, el Reino de
Dios es una "semilla", destinada a crecer lentamente. La luz y la
alegría de Dios sembradas en la humanidad, crecen poco a poco... ¡Hay
que creerlo! Israel, a la merced de las naciones paganas que lo
rodeaban seguía creyendo que una "luz fue sembrada" (Noel Quesson).
«El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. El
gran mandamiento: ¡Alegraos! Esencia y resumen de todos los demás
mandamientos. Ama y adora, sé justo y amable, ayuda a los demás y haz
el bien. En una palabra, alégrate, y haz que los demás se alegren.
Logra en tu vida y muestra en tu rostro la felicidad que viene de
servir al Señor. Alégrate con toda tu alma en su servicio. Sé sincero
en tu sonrisa y genuino en tu reír. Trae la alegría a tu vida, y que
ello sea señal y prueba de que estás a gusto con Dios y con su
creación, con los hombres y la sociedad: en eso consisten la ley y los
profetas. Alégrate de corazón. El Señor está contigo.
«Lo oye Sión y se alegra. Se regocijan las ciudades de Judá por tus
sentencias, Señor». Esa es la ley de Sión y la regla de Judá.
Regocijaos y alegraos. Con eso demostraréis que el Señor es vuestro
Dios y vosotros sois su pueblo. Alegría en las personas y alegría en
el grupo. Ese es el camino de la virtud, el secreto de la fortaleza,
la llamada a todos los hombres para que vengan y vean y reflexionen
sobre la elección de Israel y el poder de su Dios. El poder de hacer
que su pueblo se alegre. La virtud de la alegría es virtud difícil. Y
es difícil, porque ha de ser genuina y profunda para merecer el
nombre, y no es fácil obtener alegría auténtica en un mundo de penas.
Necesito fe, Señor; necesito una visión larga y una paciencia
duradera; necesito sentido del humor y ligereza de ánimo y, sobre
todo, necesito me asegures que a través de todas las pruebas de mi
vida privada y de la historia de la humanidad, dentro de mí mismo,
allí en el fondo de mi alma, estás tú con toda la fuerza de tu poder y
la ternura de tu amor. Con esa fe puedo vivir, y con esa fe puedo
sonreír. El don de la alegría es la flor de tu gracia en la aridez de
mi alma. Gracias por la alegría que me das, Señor; gracias por el
valor de sonreír, el derecho a la esperanza, el privilegio de mirar al
mundo y sentirme contento. Gracias por tu amor, por tu poder y por tu
providencia, que son el fundamento inamovible de mi alegría diaria.
Alegraos conmigo todos los que conocéis y amáis al Señor. «Alegraos,
justos, con el Señor, celebrad su santo nombre» (Carlos G. Vallés)
A Ruperto de Deutz -como antes a otros escritores- la meditación de la
primera estrofa le sugiere el éxodo de los judíos por el desierto y la
teofanía del Sinaí. "¿Quién, pues, podría ser este guía del viaje,
sino Aquél que es para nosotros camino, Jesucristo, el Hijo de Dios?
Columna de fuego porque es verdadero Dios y columna de nube, porque es
verdadero Hombre. Durante el tiempo que duró la noche, sólo permanecía
la columna de fuego; pero cuando despierta el día de la gracia y el
tiempo de la misericordia, el fuego se convierte en nube. El que es
Dios se hace Hombre. De este modo, resulta ser incluso un sol de fuego
más intenso todavía: es sol de justicia, brillante en pleno día,
porque es fuego revelador.
Sin embargo, a fin de que nuestra mirada fuera capaz de contemplarlo,
ha venido en la nube: Dios ha venido en la carne para convivir con los
hombres... El verdadero Sol, la fuente de la Luz, viene todo El a
nosotros en la nube de su Carne. Y este sol, aún cubierto incluso por
la nube, difunde más claridad, que, antaño, la columna de fuego en la
noche."
La Carta a los Hebreos, partiendo de la traducción griega de los
Setenta, refiere este versículo a Cristo, afirmando que, en el momento
de la Encarnación, el Padre dice: "Que le adoren todos los Ángeles de
Dios." Los Ángeles, a los que podemos contemplar adorando al Señor al
instante siguiente del 'fiat' de la Virgen, cuando el Verbo se hizo
carne, se aprestaron también a su servicio en las circunstancias más
significativas de su vida terrena. De hecho, la alegría de Jerusalén
se manifiesta en la segunda parte del salmo con el verbo "alegrarse"
que da unidad al conjunto de la composición. La invitación a la
alegría que recorre el salmo culmina en la que el ángel desea a la
Virgen María al anunciarle la concepción y el nacimiento de Jesús (Lc
1,28). La Virgen escucha palabras semejantes a las que el profeta
Sofonías dirigía a Jerusalén la hija de Sión (So 3,14-15) porque ella
es la que representa al pueblo fiel y justo que siente la alegría de
la llegada del Reino de Dios.
En la agonía de Gethsemaní, Jesús se deja confortar por un Ángel, por
una criatura. Es el abismo de humildad que hay en Cristo. Él,
-prosigue la Epístola- "tras realizar la purificación de los pecados,
está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; hecho tanto
más superior a los Ángeles, cuanto más se eleva sobre ellos el nombre
que heredó." La realeza de Cristo, de la que está hablando todo el
salmo, se extiende, por tanto, no sólo a los pueblos de la tierra,
sino también a los Ángeles.
Es fácil descubrir en esta estrofa, con la ayuda de la tradición, una
profecía de la segunda venida de Cristo. Venida precedida de grandes
cataclismos cósmicos: Los montes se derretirán como cera ante el dueño
de toda la tierra y todos los pueblos contemplarán su gloria (v. 6).
Pero el Señor ha prometido a los suyos: "os volveré a ver y se
alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría." Para los
justos y rectos de corazón amanecerá entonces el gran día de la luz y
del gozo se alegrarán con el Señor y celebrarán su santo Nombre (Félix
Arocena / Biblia de Navarra).
Juan Pablo II comentaba así el salmo de esa alegría pascual: "El Salmo
comienza con una solemne proclamación:  "El Señor reina, la tierra
goza, se alegran las islas innumerables" y se puede definir una
celebración del Rey divino, Señor del cosmos y de la historia. Así
pues, podríamos decir que nos encontramos en presencia de un salmo
"pascual". Sabemos la importancia que tenía en la predicación de Jesús
el anuncio del reino de Dios. No sólo es el reconocimiento de la
dependencia del ser creado con respecto al Creador; también es la
convicción de que dentro de la historia se insertan un proyecto, un
designio, una trama de armonías y de bienes queridos por Dios. Todo
ello se realizó plenamente en la Pascua de la muerte y la resurrección
de Jesús.
(…) Inmediatamente después de la aclamación al Señor rey, que resuena
como un toque de trompeta, se presenta ante el orante una grandiosa
epifanía divina. Recurriendo al uso de citas o alusiones a otros
pasajes de los salmos o de los profetas, sobre todo de Isaías, el
salmista describe cómo irrumpe en la escena del mundo el gran Rey, que
aparece rodeado de una serie de ministros o asistentes cósmicos:  las
nubes, las tinieblas, el fuego, los relámpagos. Además de estos, otra
serie de ministros personifica su acción histórica: la justicia, el
derecho, la gloria. Su entrada en escena hace que se estremezca toda
la creación. La tierra exulta en todos los lugares, incluidas las
islas, consideradas como el área más remota (cf Sal 96,1). El mundo
entero es iluminado por fulgores de luz y es sacudido por un terremoto
(cf v 4). Los montes, que encarnan las realidades más antiguas y
sólidas según la cosmología bíblica, se derriten como cera (cf v 5),
como ya cantaba el profeta Miqueas:  "He aquí que el Señor sale de su
morada (...). Debajo de él los montes se derriten, y los valles se
hienden, como la cera al fuego" (Mi 1,3-4). En los cielos resuenan
himnos angélicos que exaltan la justicia, es decir, la obra de
salvación realizada por el Señor en favor de los justos. Por último,
la humanidad entera contempla la manifestación de la gloria divina, o
sea, de la realidad misteriosa de Dios (v 6), mientras los "enemigos",
es decir, los malvados y los injustos, ceden ante la fuerza
irresistible del juicio del Señor (cf v 3).
Después de la teofanía del Señor del universo, este salmo describe dos
tipos de reacción ante el gran Rey y su entrada en la historia. Por un
lado, los idólatras y los ídolos caen por tierra, confundidos y
derrotados; y, por otro, los fieles, reunidos en Sión para la
celebración litúrgica en honor del Señor, cantan alegres un himno de
alabanza. La escena de "los que adoran estatuas" (cf. vv. 7-9) es
esencial:  los ídolos se postran ante el único Dios y sus seguidores
se cubren de vergüenza. Los justos asisten jubilosos al juicio divino
que elimina la mentira y la falsa religiosidad, fuentes de miseria
moral y de esclavitud. Entonan una profesión de fe luminosa: "tú eres,
Señor, altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los
dioses" (v. 9). (…) El profeta Malaquías declaraba:  "Para vosotros,
los que teméis mi nombre, brillará el sol de justicia" (Ml 3, 20). (…)
El reino de Dios es fuente de paz y de serenidad, y destruye el
imperio de las tinieblas. Una comunidad judía contemporánea de Jesús
cantaba: "La impiedad retrocede ante la justicia, como las tinieblas
retroceden ante la luz; la impiedad se disipará para siempre, y la
justicia, como el sol, se manifestará principio de orden del mundo"
(Libro de los misterios de Qumrân)".
3. 2 P 1,16-19. La segunda lectura afirma que "habíamos sido testigos
oculares de su grandeza (...). Esta voz del cielo la oímos nosotros,
estando con él en la montaña sagrada". Ver, oír, contemplar... La
autoridad apostólica sobre la condición divina de Jesús no se basa en
"fábulas ingeniosas" (v 16), sino en los testigos oculares de la
revelación de Jesús en el Tabor, y esta divinidad velada se
manifestará en la segunda venida en plenitud. "Hemos contemplado su
gloria" (Jn 1,14); "lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la
Palabra de la Vida" (1Jn 1,1). Aunque hay cosas en la experiencia
cristiana no es algo que se pueda ver o tocar: "Dichosos los que crean
sin haber visto" (Jn 20,29). Esta segunda lectura termina
recomendándonos "prestarle atención" a la palabra de los profetas.
Afirmémonos, pues, en la Palabra ("la Palabra de la Vida"). El Hijo
del hombre que viene entre las nubes del cielo y a quien se le da
poder, honor y reino es el Hijo del hombre que han visto caminar y
vivir y morir y resucitar y proclamar: "Mi reino no es de este mundo;
mi reino no es de aquí" (Jn 18,36-37). Por esto también hay que
procurar vivir de fer y no nos perdamos por los caminos arenosos de
"invenciones fantásticas", de cuentos de hadas, o de "evidencias"
materiales. La Transfiguración del Señor, san Salvador. Que el Padre
nos conceda el don de descubrir y contemplar la claridad de su rostro
glorioso y vivificante en el rostro humilde y tan humano del Hijo del
hombre, del hombre de dolores. Que nos conceda el don de escuchar su
palabra de vida y seguir su camino, incluso cubiertos por la oscuridad
de la nube. "Contempladlo y quedaréis radiantes" (Sal 33, 6). Juan
Pablo II consideraba la Trinidad en esta escena: "«recibió de Dios
Padre honor y gloria, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz:
"Este es mi Hijo predilecto, en quien me complazco». Nosotros mismos
escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte
santo. Y así se nos hace más firme la palabra de los profetas, a la
cual hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar
oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones
el lucero de la mañana" (2 P 1, 17-19). Visión y escucha,
contemplación y obediencia son, por consiguiente, los caminos que nos
llevan al monte santo en el que la Trinidad se revela en la gloria del
Hijo. «La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la
gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo
nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3,21). Pero nos
recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas
tribulaciones para entrar en el reino de Dios" (Hch 14,22)»
(Catecismo, 556).
La liturgia de la Transfiguración, como sugiere la espiritualidad de
la Iglesia de Oriente, presenta en los apóstoles Pedro, Santiago y
Juan una «tríada» humana que contempla la Trinidad divina. Como los
tres jóvenes del horno de fuego ardiente del libro de Daniel (cf Dn
3,51-90), la liturgia «bendice a Dios Padre creador, canta al Verbo
que bajó en su ayuda y cambia el fuego en rocío, y exalta al Espíritu
que da a todos la vida por los siglos» («Matutino de la fiesta de la
Transfiguración»).
También nosotros oremos ahora al Cristo transfigurado con las palabras
del «Canon de san Juan Damasceno»: «Me has seducido con el deseo de
ti, oh Cristo, y me has transformado con tu divino amor. Quema mis
pecados con el fuego inmaterial y dígnate colmarme de tu dulzura, para
que, lleno de alegría, exalte tus manifestaciones»".
En cuanto a su contenido, omite algunos detalles que aparecen en esa
narración, va al fondo, o mejor, a uno de los puntos básicos de ella:
manifestación de la gloria de Cristo, confirmación de la fe que ha de
prestarse a El, sólo a El y no a ninguna de las doctrinas "nuevas" que
amenazan al Evangelio.
Pasados los primeros entusiasmos, el desencanto hizo su aparición en
las primitivas comunidades cristianas. Una de las fuentes de este
desencanto fue el retraso de la parusía. En ambientes no cristianos,
parusía era el término empleado para designar la visita de los dioses
o del emperador. Pablo cristianizó el término refiriéndolo a la visita
o venida gloriosa de Cristo.
Al retrasarse esta venida, empezó a correrse la voz de que tal venida
era un cuento, una invención fraudulenta. A estas voces sale al paso
la segunda carta de Pedro, exhortando a los creyentes a mantenerse
firmes en la esperanza escatológica. Para garantizar la seguridad de
la esperanza cristiana, el autor de la carta aduce dos tipos de
pruebas: la transfiguración de Jesús (vs. 16-18) y el Antiguo
Testamento (v. 19).
La venida gloriosa de Cristo no es un cuento o un mito. Lo sería si
Cristo no poseyera una grandeza y una gloria. Nadie da lo que no
tiene. Pero Cristo posee esas prerrogativas. Testigos de ello son los
que estuvieron presentes en la "transfiguración" de Jesús ("Eucaristía
1978").
La 2P tiene como intención el salir al paso de una serie de teorías
religiosas que los "impíos" (2,1) van infiltrando en la comunidad.
Quiere mantener la pureza de la fe en un tiempo de prueba. Para ello
emplea numerosas construcciones y situaciones de apocalipsis. Con un
lenguaje plástico el autor se identifica con Pedro el apóstol
(probablemente la carta es posterior) y recuerda lo esencial de la fe.
De ahí que, concretamente, quiere dejar en claro que la gloria de
Jesús, su ser salvador, no se basa absolutamente en no sé qué
genealogías interminables, tal como parece postular la gnosis
cristiano-judía, sino en el poder y amor mismo de Dios. La historia de
Jesús no es una historia mitológica sino salvífica.
Este momento culmen y especial de revelación del que habla el autor
parece referirse al hecho de la transfiguración. Allí Jesús recibió el
testimonio más fuerte de su filiación divina. Para la 2 Pe la
filiación no es solamente una gracia, sino algo propio y lo más puro
de la fe, lo más hondo de la revelación. Celebrando la gloria de
Jesús, el creyente celebra su propia gloria.
La redacción revela una elaboración teológica posterior. La montaña es
allí una montaña alta (Mt 17,1), aquí es la montaña, un lugar de
revelación (cf Ex 19). El autor apela al hecho de la transfiguración
para mostrar la filiación divina de Jesús. Fe primitiva y sencilla
pero llena de fundamento. Celebrar la transfiguración es consolidar
nuestra fe en Jesús. La confirmación que Jesús da a toda la Escritura
anima al creyente para continuar creyendo en él como Hijo a pesar de
la contradicción externa o interna. Así la predicación apostólica se
convierte en verdadera antorcha que alumbra el camino del creyente. El
cristiano se apoya en la debilidad del signo de la Palabra y desde ahí
saca arrestos para vivir su fe. En esa debilidad encuentra fuerza. Un
argumento más para apoyarse en la gloria de Jesús ("Eucaristía 1978").
4. Mc 9,2-10 (paralelos: Mt 17,1-9; Lc 9,28b-36; cf comentarios en el
Domingo II de Cuaresma de cada uno de los tres ciclos). Algunos
elementos, como la nube y la voz celestial, la presencia de Moisés y
de Elías, evocan la presencia en el Sinaí. Con esto se quiere afirmar
que Jesús es el "nuevo Moisés", que en él llegan a su cumplimiento las
esperanzas, la alianza y la ley. Otros elementos, como la
transfiguración de su rostro, las vestiduras blancas, evocan al Hijo
del Hombre del profeta Daniel, glorioso y vencedor, y parecen ser un
anticipo de la resurrección: intentan revelarnos el significado
escondido de la vida de Jesús, su destino personal. Jesús, el que
camina hacia la cruz, es realmente el Señor. Jesús marcha hacia la
cruz: es donde encontramos el cumplimiento de todas las esperanzas. Y
es precisamente este camino mesiánico el que encierra un significado
pascual. La transfiguración se convierte en la revelación no sólo de
lo que será Jesús después de la cruz, sino lo que él es a lo largo del
viaje hacia Jerusalén. Es ésta una clave que nos permite captar la
verdadera naturaleza de Jesús detrás de lo que podríamos llamar su
realidad fenoménica. Pero la transfiguración no tiene sólo un
significado cristológico. En la intención de Marcos asume un papel
importante también en la experiencia de fe del discípulo. Los
discípulos han comprendido que Jesús es el Mesías y están ya
convencidos de que su camino conduce a la cruz; pero no llegan a
comprender que la cruz esconde la gloria. A este propósito tienen
necesidad de una experiencia, aunque sea fugaz y provisional: tienen
necesidad de que se descorra un poco el velo. Y éste es el significado
de la transfiguración en la vida de fe del discípulo: es una
verificación. Dios les concede a los discípulos, por un instante,
contemplar la gloria del Hijo, anticipar la pascua. El velo que se
descorre no revela únicamente la realidad de Jesús, sino también la
realidad del discípulo que camina con él hacia la cruz y también hacia
la resurrección, y está con él en posesión -por encima de la realidad
fenoménica engañosa- de la presencia victoriosa de Dios. En otras
palabras, podemos comparar a la transfiguración con lo que solemos
llamar las "comprobaciones", esos momentos luminosos que encontramos a
veces en el viaje de la fe, momentos gozosos dentro de la fatiga
cristiana. No son momentos que se encuentran automáticamente y de
cualquier manera; hay que saber descubrirlos. Y sobre todo no hay que
olvidar que su presencia es fugaz y provisional. EL discípulo tiene
que saber contentarse con ellos; esas experiencias tendrán que ser
escasas y breves. A Pedro le habría gustado eternizar aquella visión
clara e imprevista, aquella experiencia gloriosa. Se trata de un deseo
que manifiesta una incomprensión de aquel suceso, que no es el
comienzo de lo definitivo, que no es la meta, sino sólo una
anticipación profética de la misma. El camino del discípulo sigue
siendo todavía el camino de la cruz. Dios le ofrece una comprobación,
una prenda, y es preciso aceptar esa prenda, sin exigencias de ningún
género.
Finalmente, hay un aspecto sobre el que hay que reflexionar y que en
cierto sentido parece constituir el punto central del texto: la orden
de "escucharlo". Escuchar es lo que caracteriza al discípulo. Su
ambición no es la de ser original, sino la de ser servidor de la
verdad, en posición de escucha… Exige no solamente inteligencia para
comprender, sino también coraje para decidirse. En efecto, la palabra
que escuchamos es una palabra que nos compromete y que nos arranca de
nosotros mismos (Bruno Maggioni).
Ya leímos este evangelio en el segundo domingo de Cuaresma. Los
capítulos 8 y 9 de Mc constituyen una bisagra: Jesús pasa de Galilea a
Jerusalén, de la aceptación al rechazo de su persona, de la
proclamación del Reino al anuncio de su pasión. Entre la primera y la
segunda predicación de la pasión, Marcos coloca la escena de la
Transfiguración. Sus diferentes elementos como son el vocabulario, las
imágenes empleadas y las referencias al Antiguo Testamento nos indican
que el texto participa de las características de una epifanía
apocalíptica. El rostro resplandeciente y la túnica blanca nos
recuerdan la visión del Hijo del hombre que hemos leído en la primera
lectura. En Cristo se nos revela el rostro divino de Dios, del mismo
Dios que salva a Israel de Egipto por medio de Moisés (Ex 19), Elías
de la muerte (1R 19) y el pueblo de los Santos de la persecución
helenística (cf. Dn 7). Pero el relato se abre también a la actitud de
los discípulos en su camino tras Jesús. "Éste es mi Hijo amado;
escuchadlo" propone al discípulo la actitud receptiva de la escucha.
Escucha que no sólo incluye la palabra, sino también la aceptación de
la persona del nuevo Siervo de Yahvé (cf. Is 42,1, citado por Mc).
Cristo, el auténtico Hijo del hombre, invita al creyente a descubrir
la presencia divina en su predicación y en su obra. Jesús puede
también transfigurar nuestra vida, puede ayudarnos a descubrir la
presencia de Dios en nuestra historia, y a ser sus testigos ante un
mundo secularizado (Jordi Latorre).
Como cada año, el evangelio de este domingo nos describe la
transfiguración del Señor, y, como cada año, esta descripción está
orientada a preparar nuestros espíritus para una comprensión más
profunda del misterio pascual. El relato de Mc es más breve que el de
los otros dos sinópticos, pero contiene como elemento propio (aparte
del detalle del blanco de los vestidos que ningún batanero -¿por qué
no traducir "ningún detergente puede imitar"?- la insistencia en el
hecho de que los apóstoles no entendieron del todo qué querría decir
aquello de resucitar de entre los muertos.
Fue un instante de éxtasis, que les hizo entrever la realidad gloriosa
de Jesús, pero que aún no les mostró toda la profundidad de su
misterio. Para llegar a entenderlo, de algún modo, fue necesario el
contacto real con la vida, fue necesario que, a través de los
sufrimientos y muerte de Jesús -y a través de sus propios sufrimientos
y, más adelante, de su propia muerte-, comprendieran que hay que pasar
por la muerte para llegar a la vida, médula de la realidad del
misterio pascual. Tampoco nosotros entenderemos qué significa
"resucitar" si nos quedamos sólo en el terreno de la fe contemplativa
-y es muy posible que, en el nivel teórico, se nos presenten grandes
dificultades para aceptar este misterio-. En cambio, si descendemos de
la montaña de las ideas a la tierra firme de las realidades diarias,
experimentaremos en carne viva lo que significa morir a nosotros
mismos y vivir hacia Dios y hacia los hermanos; entenderemos qué es la
resurrección (J. Llopis).
En la Transfiguración, Jesús muestra anticipadamente a los discípulos
la gloria que merecerá por su pasión, en Él se cumplen las Escrituras
de Moisés y Elías. Como hemos recordado, se completa aquí lo referente
a la pasión que había anunciado poco antes a los discípulos, que aquí
vemos reaccionando desconcertados con alegría y temor. Los
representantes de la Ley y los Profetas se aparecen: "toda la
Escritura divina forma un solo libro, y ese único libro es Cristo, ya
que toda la Escritura divina habla de Cristo y toda ella se realiza en
Cristo" (Hugo de San Víctor). Además, "si, como dice el apóstol Pablo,
Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce
las Escrituras no conoce el poder de dios ni su sabiduría, de ahí se
sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo" (S. Jerónimo).
El episodio es también una descripción de la personalidad de Jesús: es
Señor (v 4). Hijo de Dios, en quien Dios se complace (v 5; cf Is
42,1), a quien debemos escuchar (porque es el revelador de Dios): como
decía san Juan de la Cruz, en la Biblia nos habla el Señor de una sola
palabra, Cristo. Atanasio el Sinaíta escribe que «Él se había
revestido con nuestra miserable túnica de piel, hoy se ha puesto el
vestido divino, y la luz le ha envuelto como un manto». El mensaje que
Jesús transfigurado nos trae son las palabras del Padre: «Éste es mi
Hijo amado; escuchadle» (Mc 9,7). Escuchar significa hacer su
voluntad, contemplar su persona, imitarlo, poner en práctica sus
consejos, tomar nuestra cruz y seguirlo. Con el fin de evitar
equívocos y malas interpretaciones, Jesús «les ordenó que no contaran
a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera
resucitado de entre los muertos» (Mc 9,9). Los tres apóstoles
contemplan a Jesús transfigurado, signo de su divinidad, pero el
Salvador no quiere que lo difundan hasta después de su resurrección,
entonces se podrá comprender el alcance de este episodio. Cristo nos
habla en el Evangelio y en nuestra oración; podemos repetir entonces
las palabras de Pedro: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí!» (Mc 9,5),
sobre todo después de ir a comulgar. El prefacio de la misa de hoy nos
ofrece un bello resumen de la Transfiguración de Jesús. Dice así:
«Porque Cristo, Señor, habiendo anunciado su muerte a los discípulos,
reveló su gloria en la montaña sagrada y, teniendo también la Ley y
los profetas como testigos, les hizo comprender que la pasión es
necesaria para llegar a la gloria de la resurrección». Una lección que
los cristianos no debemos olvidar nunca (Joan Serra Fontanet).
Este pasaje, del cual se pueden sacar muchas conclusiones teológicas,
nos muestra que, si bien es cierto que toda nuestra vida esta fundada
en el encuentro profundo y personal con Jesús, producto de nuestra
oración, no debemos olvidar que nos espera un mundo en el que hay que
establecer el Reino. Los apóstoles, ante la visión gloriosa de Jesús,
desearían pasar toda la vida con él. Ya se les había olvidado incluso
sus amigos y compañeros a los cuales habían dejado al pie del monte.
La vida debe balancearse entre la oración y la actividad. De la
oración sacaremos la fuerza y la sabiduría para poder enfrentar al
mundo y construirlo; del trabajo en el mundo regresaremos a la oración
con los ojos pesados de sueño, pero con el corazón ardiendo en espera
del encuentro con el Señor. Cuando estemos gozando de la intimidad de
Dios, sea en nuestra oración cotidiana, después de la comunión, en un
retiro, etc., tengamos siempre presente este regalo nos lo ha
concedido Jesús, como lo hizo con sus apóstoles, para fortalecer
nuestra fe y para enviarnos a compartir lo que en la oración hemos
vivido y experimentado (Ernesto María Caro).
Comenta S. Agustín: "Ve esto Pedro y, juzgando de lo humano a lo
humano, dice: Señor, bueno es estarnos aquí (Mt 17,4). Sufría el tedio
de la turba, había encontrado la soledad de la montaña. Allí tenía a
Cristo, pan del alma. ¿Para qué salir de aquel lugar hacia las fatigas
y los dolores, teniendo los santos amores de Dios y, por tanto, las
buenas costumbres? Quería que le fuera bien, por lo que añadió: Si
quieres, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías (ib.). Nada respondió a esto el Señor, pero Pedro recibió,
no obstante, una respuesta, pues mientras decía esto, vino una nube
refulgente y los cubrió. Él buscaba tres tiendas. La respuesta del
cielo manifestó que para nosotros es una sola cosa lo que el sentido
humano quería dividir. Cristo es la Palabra de Dios, Palabra de Dios
en la ley, Palabra de Dios en los profetas. ¿Por qué quieres dividir,
Pedro? Más te conviene unir. Busca tres, pero comprende también la
unidad.
Al cubrirlos a todos la nube y hacer en cierto modo una sola tienda,
sonó desde ella una voz que decía: Éste es mi Hijo amado (ib., 5).
Allí estaba Moisés, allí estaba Elías. No se dijo: «Éstos son mis
amados». Una cosa es, en efecto, el único, y otra los adoptados. Se
recomienda a aquél de donde procedía la gloria a la ley y a los
profetas. Éste es, dice, mi Hijo amado, en quien me he complacido;
escuchadle (ib.), puesto que en los profetas fue a él a quien
escuchasteis y lo mismo en la ley. Y ¿dónde no le oísteis a él? Oído
esto, cayeron a tierra. Ya se nos manifiesta en la Iglesia el reino de
Dios. En ella está el Señor, la ley y los profetas; pero el Señor como
Señor; la ley en Moisés, la profecía en Elías, en condición de
servidores, de ministros. Ellos, como vasos; él, como fuente. Moisés y
los profetas hablaban y escribían, pero cuanto fluía de ellos, de él
lo tomaban.
El Señor extendió su mano y levantó a los caídos. A continuación no
vieron a nadie más que a Jesús solo (ib., 8). ¿Qué significa esto?
Cuando se leía el Apóstol, oísteis que ahora vemos en un espejo, en
misterio, pero entonces veremos cara a cara. Hasta las lenguas
desaparecerán cuando llegue lo que ahora esperamos y creemos. En el
caer a tierra simbolizaron la mortalidad, puesto que se dijo a la
carne: Tierra eres y a la tierra volverás (Gn 3,19). Y cuando el Señor
los levantó, indicaba la resurrección. Después de ésta, ¿para qué la
ley, para qué la profecía? Por esto no aparecen ya ni Elías ni Moisés.
Te queda sólo: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba
junto a Dios y la Palabra era Dios (Jn 1,1). Te queda el que Dios es
todo en todo. Allí estará Moisés, pero no ya la ley. Veremos allí a
Elías, pero no ya al profeta. La ley y los profetas dieron testimonio
de Cristo, de que convenía que padeciese, resucitase al tercer día de
entre los muertos y entrase en su gloria. Así se cumple lo que Dios
prometió a los que lo aman: El que me ama será amado por mi Padre y yo
también lo amaré. Y como si le preguntase: «Dado que le amas, ¿qué le
vas a dar?». Y me mostraré a él (Jn 14,21). ¡Gran don y gran promesa!
El premio que Dios te reserva no es algo suyo, sino él mismo. ¿Por qué
no te basta, ¡oh avaro!, lo que Cristo prometió? Te crees rico, pero
si no tienes a Dios ¿qué tienes? Otro puede ser pobre, pero si tiene a
Dios, ¿qué no tiene?
Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende,
predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta,
increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos
tormentos para poseer en la caridad, por el candor y la belleza de las
buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor.
Cuando se lee al Apóstol, oímos que dice en elogio de la caridad: No
busca lo propio (1 Cor 13,5). No busca lo propio, porque entrega lo
que tiene. Y en otro lugar dijo algo, que si no lo entiendes bien,
puede ser peligroso; siempre con referencia a la caridad, el Apóstol
ordena a los miembros fieles de Cristo: Nadie busque lo suyo, sino lo
ajeno (1 Cor 10,24). Oído esto, la avaricia, como buscando lo ajeno a
modo de negocio, maquina fraudes para embaucar a alguien y conseguir,
no lo propio, sino lo ajeno. Reprímase la avaricia y salga adelante la
justicia.
Escuchemos y comprendamos. Se dijo a la caridad: Nadie busque lo
propio, sino lo ajeno. Pero a ti, avaro, que ofreces resistencia y te
amparas en este precepto para desear lo ajeno, hay que decirte:
«Pierde lo tuyo». En la medida en que te conozco, quieres poseer lo
tuyo y lo ajeno. Cometes fraudes para poseer lo ajeno; sufre un robo
que te haga perder lo tuyo, tú que no quieres buscar lo tuyo, sino que
quitas lo ajeno. Si haces esto, no obras bien. Oye, avaro; escucha. En
otro lugar te expone el Apóstol con más claridad estas palabras: Nadie
busque lo suyo, sino lo ajeno. Dice de sí mismo: Pues no busco mi
utilidad, sino la de muchos, para que se salven (ib., 33). Pedro aún
no entendía esto cuando deseaba vivir con Cristo en el monte. Esto,
¡oh Pedro!, te lo reservaba para después de su muerte. Ahora, no
obstante, dice: «Desciende a trabajar a la tierra, a servir en la
tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la tierra. Descendió
la Vida para encontrar la muerte; bajó el Pan para sentir hambre; bajó
el Camino para cansarse en el camino; descendió el Manantial para
sentir sed, y ¿rehúsas trabajar tú? No busques tus cosas.-Ten caridad,
predica la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás
seguridad»".
Muéstrate, por fin, Señor. / No permanezcas por más tiempo / oculto a
nuestros ojos. / No guardes silencio más días.
¿Hasta cuándo vamos a caminar entre tinieblas, / cansados,
desorientados y abatidos? / Desata tu brazo, Señor, desata tu poder /
y sal en defensa del pobre y oprimido. / Tiende tus brazos a los que
vacilan, / hazte encontradizo a los que te buscan,  / sorprende a los
que te huyen.
No permitas que se blasfeme tu nombre, / diciendo: es el azar, / es el
inconsciente, / es la materia. / ¿Acaso el que ha hecho el oído... no
oye? / ¿No ve el que se ha inventado los ojos?
Los pensamientos de todos los hombres / están en tu ordenador, / todas
sus palabras están registradas.
Bienaventurado / el que se deja enseñar por tu palabra. / Dichosos los
que no ven y creen. / Sin estar en la seguridad social, están seguros.
/ Sin necesidad de tranquilizantes, / dormirán tranquilos y vivirán en
paz.
Porque tú, Señor, / eres nuestro Padre / y nos quieres.

sábado, 25 de julio de 2009

¿Por qué el sacerdote no puede optar por el matrimonio en su vocación?

    Me propongo decir 3 cosas debido a la polémica que surgió en
estos días en algunos ambientes: 1) que el sacerdote ya está casado,
2) conveniencia de este "matrimonio", y 3) actitud ante otros
enamoramientos.
    1) Cuando se conoce que un obispo o sacerdote tiene relaciones
conyugales, dimite de sus encargos. Esto viene de antiguo, pero cuando
hay crisis de fe cuesta perseverar: donde muere la fe, muere también
la continencia. Opiniones de moda mantienen que una persona no puede
ser madura ni realizarse si no es sexualmente activa: eso resulta poco
tolerante, y basta ver la proliferación de desamor que hay entre
parejas e hijos. La realización personal es un tema complejo, unido a
la felicidad, que no depende de la búsqueda del placer sino de tener
un corazón enamorado, saber lo que se quiere (tener un ideal) y
fortaleza para perseverar a pesar de las dificultades.

    2) Toda persona  puede decidir ser célibe; de entre éstos, la
Iglesia latina escoge sus sacerdotes. Como Jesús esposo de la Iglesia,
el sacerdote se debe a todos, no a la atención diaria de una única
mujer, de unos hijos en exclusividad. Cristo instituye en su persona
un sacerdocio nuevo y algunos le siguen para estar con Él y asimilar
su vida, pero esto no todos lo pueden entender, y así como la unión
conyugal obliga a cada uno de los cónyuges a amar al otro en forma
exclusiva y excluyente, como Cristo a la Iglesia, así se compromete
también el sacerdote. El sacerdocio no es una profesión sino un estado
de vida. Un sacerdote ya está casado y no puede entregarse a una
mujer, pues tiene un solo corazón y un solo cuerpo, necesita el
corazón libre para amar a todos como Jesús ama a la Iglesia, con
disponibilidad, generosidad en el amor, amplitud y trascendencia; me
decía uno que Jesús no hubiera podido sacrificarse en la cruz por amor
a nosotros si dejaba esposa y un par de hijos. ¿Nos imaginamos a Jesús
casado? El sacerdote ha de estar para todos al igual que Él, también
podrá decir: mi familia son ellos.

    3) Esto tiene muchos gozos pero efectivamente conlleva una cierta
soledad, ser pájaro solitario puede resultar difícil, ahí está la
libertad, alguno puede volver y hacer su nido y rehacer su vida, no
hemos de juzgar a nadie, es volar de otro modo. En resumen, todos en
la Iglesia, sacerdotes y laicos, han de buscar la santidad en su
estado, pero sin ser sentimentales, hay que reposar los afectos para
encontrar el fondo del corazón: el hombre cauto medita sus pasos en la
oración. Casado o sacerdote, tendrá que cuidar su corazón.

    Llucià  Pou Sabaté

martes, 24 de marzo de 2009

El error de precipitarse

Genghis Khan, rey mongol, cuando descansaba de sus guerras, salió a cabalgar por los bosques con halcones para cazar, y al ser un día caluroso, tenía sed cuando vio agua goteando de una roca. Tomó un tazón de barro para llenarlo y ya se disponía  a beber cuando oyó un silbido y sintió que le arrebataban el tazón de las manos. El agua se derramó. Era su halcón preferido, que ahora estaba arriba, en la roca de donde bajaba agua. Intentó volver a llenar el tazón y se repitió la escena. El rey desenvainó la espada mientras ponía el tazón en el hilillo de agua: "Amigo halcón, esta es la última vez". Cuando el halcón bajó y le arrebató el tazón de la mano, con una rápida estocada hirió al ave, que cayó sangrando a sus pies. "¡Ahora tienes lo que te mereces!", dijo. Y al ver que su tazón al caer se había roto, decidió trepar por la roca de donde goteaba el agua, para beber directamente allí. Había un charco con mucho agua, pero ¿qué había en el charco? Una enorme serpiente muerta, de la especie más venenosa. El rey se detuvo. Olvidó la sed. Pensó sólo en el pobre halcón: "¡me salvó la vida! ¿Y cómo le pagué? ¡Era mi mejor amigo y lo he herido!". Bajó la cuesta, tomó suavemente al pájaro y lo llevó a palacio para cuidarlo, diciéndose: "Hoy he aprendido una lección, y es que nunca se debe actuar impulsado por la furia".

Al final de la escapada (1959) es un film de Jean-Luc Godard, una de las obras más emblemáticas de la Nouvelle Vague y del propio Godard; J. M. Caparrós señala: "cuenta la historia de un marginado de la sociedad moderna, amante del cine negro ame­ricano, que encarna la constante principal de este autor: la liberación como meta, en una existencia sin orden, reglas ni sentido aparente. El protagonista es un joven parisino a la deriva, Michel (Jean-Paul Belmondo), que sería trai­cionado por su amante, Patricia (Jean Seberg), para demostrarse a sí misma que no le amaba", llama a la policía quizá también por cumplir las leyes, por hacer lo que creía justo, o por dejarse influir por las palabras del policía... Soberbia la escena cuando ella, ya tarde, ve que en realidad sí que lo amaba.  

En medio de un "egocéntrico conformismo" que lleva a los protagonistas a la deriva, como muchos desmotivados de hoy, y de ahí su actualidad, se bebe –es la provoca­ción del film- un atroz pesimismo, náusea ante la vida y las relaciones humanas, la traición, la insensatez de cualquier alternativa, la inutilidad de todo esfuerzo, un repudio del mundo en forma de náusea y de­sesperación, comenta Román Gubern. Como le dice Michel a Patricia en el film, entre la pena y la nada, elige la nada. Entonces como ahora, se ve la "soledad de unos seres temerosos de comuni­carse sus verda­deros sen­timientos, logrando reproducir cierto ritmo jadeante y an­gustioso, propio de nuestro tiempo, con una fidelidad que la elevó a la categoría de testimo­nio" (José Luis Guarner).

Pienso que en la era moderna la percepción de la realidad ha sido elevada a la categoría de verdad, y es falso: la verdad no puede ser abarcada por una percepción única, tiene muchos matices y nunca se "pillan" por entero, está abierta a sucesivas aproximaciones y nuestro conocimiento se tiñe de emociones, influido por lo último que nos pasa y vemos según el color de cada momento. Pero esto no significa que no haya verdad, sino que no la alcanzamos nunca por entero. De ahí el pecado de impaciencia, de dejarse llevar por una percepción momentánea y romper una amistad, discutir hasta la violencia, empecinamientos diversos que se deben a una percepción parcial que queda fosilizada como una foto y que se quiere hacer pasar por la realidad del otro. Los fundamentalismos van por ahí, y también se aplica a las enemistades con las personas. Como ocurre en el caso contrario: como la conciencia tiene "fallos", uno se somete a otra persona o a reglas religiosas o sociales –formas de puritanismo, sustitución de la conciencia personal por una colectiva. Cuando hay armonía en  el acto de abrirse al amor incondicionado de Dios y buscar también un "norte" en el amor a los demás, es cuando se puede vivir en paz, fruto de la lucha en ese amor que busca la verdad y esa verdad que es fruto del amor.

Llucià Pou Sabaté

 

sábado, 7 de marzo de 2009

Perdonar y no olvidar

Perdonar y no olvidar
¿Hay que olvidar las ofensas que nos hacen, o no? Sí, en el sentido de
no  guardar rencor, primero porque es perjudicial para uno mismo, y
segundo porque el perdón es transformar la ofensa en compasión. Sin
embargo,  no podemos olvidar haciendo desaparecer de la memoria
aquello. Además, no olvidar es creativo... y la memoria constituye
nuestra identidad… y cada recuerdo es un escalón más hacia la madurez.
Perdonar es superar la ofensa y poder recordar sin rencor. El perdón
no requiere olvido. Además, no se puede controlar la memoria con la
inteligencia, es una facultad espiritual distinta que obra
independientemente de nuestra voluntad y de la inteligencia. La prueba
es que, de hecho, a veces uno quisiera recordar algo y no puede; y
otras veces desearía olvidar ciertas cosas y no lo logra. Se trata,
como hemos dicho, de recordar un suceso sin faltar al amor: al
recordar lo que nos dolió, recordemos al mismo tiempo cómo Jesús
reacciona ante las ofensas, y oremos con él como en la cruz.
Además, hay que procurar establecer puentes mientras hay vida –que no
la tendremos siempre: lo trágico es que, en el trance final antes de
la muerte, haya enemistades pendientes. Es mejor que aquí y ahora
hagamos las paces, pues no sabemos si luego habrá una ocasión de
perdonar… En cualquier caso, hay que amar ahora que hay tiempo, la
muerte nos podría quitar esa oportunidad. Recordar la ofensa puede
convertirse en crecimiento interior para el ofendido: es humildad que
cura la soberbia, caridad que elimina toda envidia... y se deja de
sentir dolor. Si perdono vivo feliz y, si recuerdo, el recuerdo no me
duele, no me afecta porque pude perdonar y los recuerdos vienen a mi
memoria sin dolor, sin perturbación, sin sufrir el desgaste interior
propio de quien guarda un doloroso rencor. "Perdonar no sólo tiene
como beneficio el crecimiento interior, sino que también trae consigo
una gran paz en quien lo practica. Perdonar es un ejercicio de las
virtudes, porque para perdonar se necesita de caridad, humildad,
paciencia, prudencia, fortaleza, amor… Perdonar es la manifestación de
un corazón puro como consecuencia de una vida virtuosa. El perdón es
una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos
más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás
en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió" (Madre Teresa de
Calcuta). Cuando perdonamos, reconocemos el valor intrínseco de la
otra persona (elperdoncatolico.com). Al perdonar te liberas a ti mismo
y, si después de perdonar a una persona quieres seguir tratándola,
pues adelante! Si,  por el contrario, prefieres que sea un trato más
alejado, ¡pues también! La gracia está en no estar amargado, ni desear
el mal a esa persona. Se trata de amarla… (Dr. Bernie  Siegel).
Olvidar es un método erróneo de conseguir paz de espíritu. Cuando se
hace bien, es como la amnesia. Lo que ocurre es que, lo que olvidamos,
no necesariamente desaparece. Si entierras algo en el patio trasero,
lo único que consigues es que no se vea. Las cosas que olvidamos
quedan enterradas bajo el consciente, pero viven bajo la superficie y
se manifiestan en nuestros sentimientos y actividades. Aparecen en los
sueños y en los dibujos que hacemos y siguen formando parte de
nuestras vidas.
El perdón conlleva dar amor. Es una manera de decir: «Voy a prescindir
de tus malas acciones, no voy a amargarme y voy a seguir queriéndote
de todos modos». Me dijo un amigo, cuando le pedí perdón por una cosa
de hacía mucho tiempo, por una injusticia en la que veía que yo
también fallé: "¿te das cuenta de que acabas de cambiar la historia?"
Me hizo pensar, es como un volver a escribir aquello de una forma
mejor. Recuerda que el perdón no sólo tiene que darse en la relación
con los demás sino también en la relación con uno mismo. Además, "a
perdonar sólo se aprende en la vida cuando a nuestra vez hemos
necesitado que nos perdonen mucho" (Jacinto Benavente). Menos mal que
"Dios me perdonará, es su oficio" (Heinrich Heine).
Llucià Pou Sabaté

viernes, 27 de febrero de 2009

La navidad de los otros

 

La Navidad de los otros

"Navidad, ilusión, pon tus sueños a volar", dice la canción. Estos días remueven dentro de nosotros tantas cosas que resucitan la alegría si se había perdido, fomentan la generosidad y el amor, la alegría de reencontrarnos niños, el quitarnos máscaras que la vida pegó en nuestros rostros, olvidar la lucha y las zancadillas y el arte de avanzar a codazos y las risas hipócritas, restañar heridas, borrar con la sonrisa los surcos que dejaron las amarguras. Navidad es la fiesta religiosa más popular del año, descubre un sentimiento de nostalgia que nos hace anhelar paraísos perdidos, fomenta sueños llenos de esperanza de que se hagan realidad, nos habla de que lo mejor siempre está por llegar... Estas emociones, ¿de dónde salen, cuándo afloran?: no sólo de la publicidad y películas que estos días pone la televisión… surgen de nuestro interior, donde se remueven ciertas fibras en lo más profundo..., estas noches estrelladas nos hablan de paz en el alma, de vivir más intensamente el cariño con la familia y amigos, vecinos... con todo el mundo. Pero cuando el dolor aprieta, ¿se puede obligar a ser feliz a quien se le ha muerto el ser querido que era el motivo de su vida, al que está sumido en la enfermedad o graves problemas familiares, económicos y de trabajo, o están sintiendo un vacío interior profundo? Es el dolor de "los otros", los que no tienen una vida fácil. ¿Qué les trae la Navidad, aparte de los recuerdos de otros momentos en que eran felices, en otras circunstancias, con las personas que ya no están?

No es fácil mostrarles cómo son las lágrimas de Jesús Niño las que corren también por las mejillas de las víctimas de la opresión y la miseria, es la mirada de Jesús la que ilumina tantas soledades, pues Él es uno de nosotros y con su solidaridad da sentido a todos nuestros sentimientos. Muchas veces no podemos hacer otra cosa que acompañar a esas personas, darles la mano para que sientan el calor humano, rezar con ellas o estar a su lado en silencio… Cuando el tiempo no está lleno de sentido la espera es insoportable, y cuando hay un amor la espera es algo mágico, llena de alegría. Recuerdo una joven que iba con la cabeza cubierta por las consecuencias de la quimioterapia, y aunque tenía el cuerpo demacrado reflejaba una belleza y señorío interior, una paz que se transmitía a los de su alrededor. Jesús es sobre todo el Amor encarnado, la prueba de que no estamos solos y que hay un motivo para esperar, para tener paciencia cuando nada se ve claro: es momento de quedarse quieto y esperar, dejarse llevar por esos planes misteriosos que Dios tiene con la confianza de que el tiempo pondrá las cosas en su sitio, que de todo surgirá un bien por caminos inescrutables. Y hay que llevar un diario interior de cosas buenas, dedicarse a las personas que tenemos sin dejar de recordar los que nos dejaron, pero saber que la vida continúa; confiar en el Emanuel que es Dios presente que permite expurgar las plantas a las que prepara un cielo muy grande, y para dejarse hacer hay que aprender de las abejas que saben estar en cada flor el tiempo necesario para sacar el néctar que dará miel a su tiempo. Navidad es luz más fuerte que la oscuridad que reina en el mundo, es liberación de las tinieblas del egoísmo, y nos ayuda a ver las cosas con un sentido de misión: llevar este amor encarnado a los demás, ser los brazos de Dios para la liberación de tanta esclavitud, guerras, deportaciones forzadas, prostitución infantil y otras esclavitudes, violencia de género… aberraciones, millones de muertes y torturas, violaciones y mil vejaciones. En el cobertizo de Belén, en un clima de pobreza -decía Benedicto XVI- "la contemplación del Niño Dios en el pesebre nos hace pensar en los niños pobres, en los que, concebidos, son rechazados o, apenas nacidos, no tienen medios para sobrevivir. Descubramos los auténticos valores de la Navidad, dejando de lado todo lo que ensombrece su genuino significado. En estos días santos, los cristianos no conmemoramos el surgir de un gran personaje, y menos aún el comienzo de una nueva estación. La Navidad recuerda un hecho fundamental: en la oscuridad de la noche de Belén se hizo una gran luz".

Llucià Pou Sabaté

Tierra sagrada

Tierra sagrada

En la tierra todo está marcado con su fecha de caducidad, tiene un fin, nuestro deseo instintivo de vivir para siempre reclama algo más allá de lo visible. "El hombre no puede vivir sin arrodillarse, dice Dostojevski... si rechaza a Dios, se arrodilla ante un ídolo de madera, de oro o simplemente imaginario... todos esos son idólatras, no ateos; idólatras es el nombre que les cuadra".  Por eso, a veces, nos encontramos con el infierno de Dante: "En medio del camino de mi vida, me encuentro en un bosque de oscuridad". Es la experiencia a la vez terrible y gozosa de encontrarse solo, solo ante el mundo, solo ante Dios. H. Nowen, en Tres etapas en la vida espiritual, un proceso de búsqueda habla de ese camino interior: "En medio de la vida turbulenta, a menudo caótica, se nos exige, en una primera etapa, calar, con honradez y  labor, en ese nuestro ser íntimo. Al mismo tiempo, con enorme cuidado, en nuestro prójimo y, con una oración cada vez más profunda, en Dios". La sociedad contemporánea en la que nos encontramos siente agudamente en sus carnes la soledad amarga. La gente habla, pero no de sus cosas íntimas, está incomunicada. Se cae en las formas de evasión de la realidad, en la intimidad expuesta y a la venta en los puestos de los charlatanes.

Hoy necesitamos apertura, poder decir a otra persona: "Me gustaría verte", usar el lenguaje sencillo de pedir ayuda, de hablar, desvelar el deseo de estar cerca de un amigo y de ser receptivos, y curar las heridas de soledad. Necesitamos soledad, pero soledad creativa y fecunda, diálogo interior, la paz con nosotros mismos. A veces encontramos y oímos que una persona excepcional nos dice: "No corras. Quédate tranquilo y en silencio. Escucha atentamente tu propia lucha. La respuesta a tu pregunta está oculta en tu propio corazón". Recuerdo cuando vivía yo en Roma que un mendigo al verme correr por las calles me dijo: "¿por qué vas tan deprisa? No hace falta correr... Tómate la vida con más calma." A veces cuesta entrar en nuestra verdad interior, y nos duele enfrentarnos a nosotros mismos. Llamamos por teléfono, hablamos de aquella experiencia o de aquella corrección que nos han hecho, y que no aceptamos; de un consejo que nos han dado, que nos exige, y nos sale el banalizar aquello, al hablarlo con otra persona, ponerle un tono a la voz que le quite hierro al asunto, aligerarlo con la excusa de otra opinión fácil. Thomas Merton escribía en su diario: "en la profunda soledad es donde he encontrado el sentido profundo del amor que les debo a mis hermanos. Cuando más solitario estoy, más los amo. Se trata del afecto puro y del respeto por la soledad de los demás". Podemos decir: gracias, Señor, porque soy un hombre más entre los hombres, participo en el glorioso destino de la raza humana, de sus grandezas y sus grandes burradas.

La soledad del corazón y la intimidad de la amistad dan solidez al carácter, madurez. Sin dependencias ni sentimentalismo, se vive mejor el misterio del amor que crea un espacio libre donde convertir la soledad angustiosa en vidas compartidas. Se vive el respeto mutuo. Contaba Nowen de un amigo que lo visitó diciendo: "en este momento no tengo problemas, ninguna pregunta que hacer. No necesito consejo ni orientación alguna. Sencillamente quiero pasar un rato de charla distendida contigo". Su amigo lo atendió con franqueza: "nos sentamos, nos quedamos callados, oímos ruidos exteriores de la calle en medio de un silencio cálido y lleno de vibraciones, con miradas y sonrisas que alejaban restos de miedos y sospechas, luego él dijo: 'da gusto estar aquí'. Y yo le comenté: 'sí, es maravilloso encontrarnos juntos de nuevo'. Y luego, seguimos en silencio durante un buen rato. Y a medida que los vínculos de la paz se iban haciendo más fuertes entre los dos, él dijo con un tono inseguro: 'Cuando te miro, es como si estuviera en presencia de Cristo'.

No me sentía extrañado, sorprendido, obligado a protestar. Me limité a responderle: 'Y es el Cristo que hay en ti el que reconoce al Cristo que hay en mí'.

Sí -continuó-. Él está en medio de nosotros -y luego dijo unas palabras, que penetraron en mi alma, y que han sido las más importantes que a mí se me han dicho jamás y que han contribuido a sanar mis heridas durante años-. 'De ahora en adelante, vayas donde vayas, y vaya donde vaya, toda la tierra que nos separe será tierra sagrada'. Cuando me dejó, sentí que me había revelado lo que realmente significa la palabra comunidad".

En muchas ocasiones sentimos que la presencia de los demás nos lleva a algo más alto. Ya no importa tener la presencia de las personas, porque la llevamos con nosotros, en una imagen que nos lleva más allá de las mismas personas a las que queremos: "cuando te alejes de tu amigo, no lo lamentes. Porque lo que amas más en él puede hacerse mucho más evidente, brillante en su ausencia, lo mismo que la montaña para el escalador es más visible desde la llanura" (The Prophet). Hay una unión misteriosa entre las personas que crea un espacio para la  presencia del Señor: "donde estéis dos o tres de vosotros reunidos en mi nombre, ahí estoy Yo", en un espacio espiritual de comunión, tierra sagrada.

Llucià Pou Sabaté

Perdonar y olvidar

Perdonar y olvidar

Con frecuencia oímos decir: "Perdono, pero no olvido". Quien esto dice, en realidad no perdona, porque guarda rencor. De ahí que se diga que no se perdona de verdad cuando, en el fondo, no se está dispuesto a olvidar. Perdonar, ¿es olvidar? ¿Producen ambos el mismo efecto? Se trata de una cuestión de gran importancia, pues el perdón es esencial para una vida feliz y equilibrada: "El que es incapaz de perdonar es incapaz de amar" (Martin Luther King). Me parece que hay que distinguir "olvidar", cuando quiere decir "resentimiento", y "olvidar" como "desaparecer de la memoria". Me referiré al primer sentido: hay que olvidar; "no escatimes el perdón: es imposible caminar con tantas heriditas abiertas… perdona todas las viejas heridas y cicatriza con resinas de amor" (Zenaida Bacardí de Argamasilla). Es no querer mal, no hay otro camino. "Perdón es una palabra que no es nada, pero que lleva dentro semillas de milagros" (Alejandro Casona), semillas sembradas en nuestros corazones por el mismo Jesús, que se alimentan incluso de las ofensas, sí: cada ofensa recibida es una oportunidad de mejorar nuestra capacidad de perdonar, porque, en lugar de generar resentimientos, es abono para esa cosa divina llamada perdón. El paraíso está detrás de la puerta, se dice, pero muchos han perdido la llave, una llave que se llama misericordia… Todos estamos necesitados de amor, de atención, así como de poder dar nuestro amor a los demás. Por eso siempre hay que pedir perdón: por las ocasiones perdidas, por la plenitud no vivida de cada relación, por las palabras no pronunciadas.

Cuenta una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto. En un determinado punto del viaje discutieron, y uno le dio una bofetada al otro. Éste, profundamente ofendido, sin decir nada, escribió en la arena: –Hoy, mi mejor amigo me ha pegado una bofetada en la cara. Siguieron adelante y divisaron un oasis. Torturados por la sed, ambos echaron a correr y el primero que llegó se tiró al agua de bruces sin pensarlo y, de pronto, comenzó a ahogarse. El otro amigo se tiró al agua enseguida para salvarlo. Al recuperarse, tomó un cuchillo y escribió en una piedra: –Hoy, mi mejor amigo me ha salvado la vida. Intrigado, el amigo le preguntó: – ¿Por qué después de haberte hecho daño, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra? Sonriendo, el otro le respondió: – Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la arena, porque el viento del olvido se lo lleva; en cambio, cuando nos pase algo grandioso, debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento en todo el mundo podrá borrarlo.

El error de muchos es pensar que el perdón debe surgir de sus corazones, que es algo que debemos sentir, que debe "nacernos", en cierto modo. Pero "el perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió" (Madre Teresa de Calcuta). El perdón es lo mejor, no sólo individualmente sino también para cada una de nuestras sociedades y para el mundo en general: "La espiral de la violencia sólo la frena el milagro del perdón" (Juan Pablo II). En cierto modo, todos somos co-responsables de las acciones y omisiones de cada uno, y es la gotita de cada día la que crea la revolución del amor: "Lo mejor que puedes dar a tu enemigo es el perdón; a un oponente, tolerancia; a un hijo, un buen ejemplo; a tu padre, deferencia; a tu madre, una conducta de la cual se enorgullezca; a ti mismo, respeto; a todos los hombres, caridad" (John Balfour). Cuando alguien es perdonado se convierte en una persona distinta, aunque tarde en reaccionar: "Nada envalentona tanto al pecador como el perdón" (William Shakespeare). El motivo es que se siente querido, y valorado en mucho, porque las personas siempre están por encima de sus errores (Jutta Burggraf). Y al crecer la conciencia de su valía se porta en consecuencia, se porta mejor. Por otra parte, crece también el que perdona, pues "nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar" (San Juan Crisóstomo).

Llucià Pou Sabaté

Paz y oración

Paz y oración…

"Nada te turbe; / nada te espante; / todo se pasa; / Dios no se muda, / la paciencia / todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene, / nada le falta. / Solo Dios basta" (Santa Teresa de Avila). Es famosa versión en canción de Taizé de estas palabras, que me llegó por Internet con los siguientes comentarios, muy suculentos: Hay demasiados "ruidos" en ti... "escucha" en lo profundo de tu ser... Hay demasiadas "preocupaciones" en tu mente... y demasiado "peso" en tu corazón... quédate  a solas... entra en tu "aposento"... "El Señor está aquí y te llama..." te ama y te espera... "Quédate en silencio delante del Señor..." Olvida tus palabras, olvida tus recuerdos, tus peticiones, tus proyectos; mírale, escúchale sin que tus voces interiores te distraigan. Quédate en paz ante Él, abandona en Él toda turbación, todo cuidado, toda preocupación, olvídalo todo. Quédate sin ataduras, libre de tus deseos, pobre como la madera muerta en invierno, vacío de todo cuanto no sea Él. Quédate solo, sin nadie más en tu corazón, que ninguna criatura se interponga entre vuestras miradas. Quédate sin quejas, sin estorbos, sin "huéspedes" extraños, sin nada que no sea Él. Quédate entero, sin más recuerdo que Dios, sin buscar consuelos humanos, "sepultado" con Él y en Él, desapareciendo tú para hacerte don en su corazón. Quédate sin tristezas, sin resentimientos, sin orgullo, sin falsas imágenes de ti mismo. Quédate a la escucha de su Palabra, hazte Palabra y Voluntad suya. Quédate sin poderes, sin privilegios, sin honores, sin ídolos, y deja a Dios ser Dios. Quédate en adoración tan profunda que nada altere esa atención, que ni penas ni goces quebranten ese abandono... Quédate en silencio delante del Señor, desaparece tú y que sólo Él sea en ti. Quédate en silencio ... Quédate... "Quédate en silencio delante del Señor..." (Salmo 37, 7).

Así lo dice también El peregrino ruso cuando le aconsejan: "—Siéntate solo y en silencio. Inclina la cabeza, cierra los ojos, respira dulcemente e imagínate que estás mirando a tu corazón. Dirige al corazón todos los pensamientos de tu alma. Respira y di: Jesús mío, ten misericordia de mí. Dilo moviendo dulcemente los labios y dilo en el fondo de tu alma. Procura alejar todo otro pensamiento. Permanece tranquilo, ten paciencia y repítelo con la mayor frecuencia que te sea posible…"; él lo hace, pero señala: "comencé a aburrirme… una densa nube de extraños pensamientos me envolvió", y se le dice que insista pues en esta "guerra del mundo de las tieneblas contra ti, nada aborrece tanto como el recogimiento interior, por eso procura distraerte e impedir que aprendas a orar interiormente. Pero el enemigo sólo puede hacer lo que Dios le permite y Dios sólo le permite lo que es necesario... —repite sólo…: Jesús mío, ten misericordia de mí... después de cierto tiempo también tu corazón se abrirá a la oración…" Y el peregrino es paciente y encuentra esa paz inalterable de quien no vive de fatuidades: "desde entonces camino sin cesar y rezo ininterrumpidamente la oración a Jesús, que es para mí más preciosa y más dulce que todas las cosas del mundo. A veces ando hasta 70 km. en un día y no me siento cansado… si alguno me hiere, me basta pensar: '¡qué dulce es la oración a Jesús!', para que la ofensa y el resentimiento se alejen y sean olvidados. He llegado casi a la insensibilidad; no tengo preocupaciones, no tengo deseos…" quien vive de amor desea sólo sembrar de paz y alegría los corazones.

Llucià Pou Sabaté

 

Dios y los autobuses

Probablemente Dios

"Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida", dice la frase publicitaria ante la que algunos dudan de si subir o no a un autobús que la lleva. La falta de evidencia sobre la existencia de Dios se presta a esas "probabilidades", pues mientras que para algunos las maravillas de la naturaleza cantan la grandeza del Creador, otros se limitan a decir "quizás no"… Pascal dijo que, al apostar por el "sí", salimos ganando una vida "llena" aquí y en el más allá; en cambio, si se apuesta contra Dios y Él existe, la ruina podría ser total. Además, sin la idea religiosa es difícil la convivencia y el respeto a los demás: "si Dios no existe, todo está permitido", decía Dostovjeski). Además, el "disfruta de la vida..." es muy pobre cuando llega el sufrimiento o se piensa en el ¿y después, qué?

Estos días he leído cosas curiosas como "que la ciencia ya ha dado el golpe de gracia al Dios personal… y a la creación divina de los seres vivos". No sé si, en realidad, la ciencia de estos señores es la astrología pues, que yo sepa, la verdad científica y la religiosa van por canales diferentes, y expresan realidades de planos que no se tocan… Las ciencias naturales hablan de cosas como el origen de la vida, y las ciencias religiosas de otras, como su diseño inteligente y que Dios acompaña el acontecer de la creación con su providencia. Son como dos raíles de un tren, que no interfieren, y para una persona de fe, si algo se contradice, es que nos han hablado mal de Dios o de la ciencia. Quien busca la verdad no siente miedo ni de la ciencia ni de la religión.

También hay quien dice que la religión fomenta la violencia, que ha sido y es motivo de sufrimiento y muerte, y que estos aspectos negativos superan los positivos. Que yo sepa, las grandes catástrofes del siglo XX con cerca de 100 millones de exterminados se han dado en sistemas ateos; sin quitar importancia a los muertos en nombre de Dios, igualmente crímenes, pero estadísticamente hay diferencias de números; de todas formas son todos criminales, unos y otros, los que prescinden de la religión para matar y los que usan el nombre de Dios para tales fines (que es un pecado contra el segundo mandamiento).

Con motivo de estas polémicas se habla de un "Estado laico", que reclama el laicismo de relegar lo religioso a lo privado. Es una pena que se excluya de la democracia la libre participación de las ideas, porque sin ellas –con respeto a la libertad de los demás- la democracia es sosa… además, se convierte en una secta. Como decía E. González, "si no crees en Dios, qué le vamos a hacer, tú te lo pierdes". Si Dios no existe, ¿puedes disfrutar de la vida? Los países cristianos tienen –además del vino- una alegría especial en el carácter. Aunque algunos entendieron que la vida es un valle de lágrimas y que en este mundo sólo hay momentos aislados de felicidad, lo cierto es que la vemos con frecuencia en las cosas sencillas, en el canto de un pájaro o la sonrisa de un niño, pero, sobre todo, cuando llega el amor se palpa ese algo divino, y cuando el dolor y la muerte llaman a la puerta se busca un asidero de esperanza, "un no querer morir del todo. En esos momentos, en esos difíciles momentos, se escarba en las interioridades en busca de ese Algo… si no crees en Dios, tú te lo pierdes. Dios no está para fastidiar la vida. Dios quiere que en el variado paisaje de la vida disfrutes de sus maravillosas cimas y además te regala un magnífico bastón para que puedas atravesar sus difíciles barrancos, que de todo hay en la vida".

Llucià Pou Sabaté

 

Aprender a conversar

Aprender a conversar

Conversar es un arte. Voy a parafrasear a San Alberto Hurtado que decía: lo más difícil está, no en hablar, sino en callar. El que se interesa en sí, quiere oír su voz. En la conversación, se busca frecuentemente un desahogo, aún bajo el pretexto de una consulta. Un político, en un momento dificilísimo de su gobierno, rogó a un amigo se tomara la molestia de hacer un viaje, pues deseaba consultarlo. En la entrevista sólo habló el político durante varias horas: le expuso su problema, los pros y contras de su actitud, las resistencias que encontraba. El amigo escuchaba y al fin, el político sin haberle pedido su opinión ni una sola vez, le agradece su visita que le ha sido tan inmensamente provechosa. ¿Lo consultó? No. Más que consejos lo que necesitaba era un desahogo.

Una señora va a ver al médico, le expone su enfermedad, le dice lo que necesita, el remedio que va a tomar. El médico escucha y por toda respuesta le dice: "Muy bien colega". ¿Para qué lo necesitaba a él? ¡Para que la oyera! Cuántas veces vamos al director espiritual, o al consejero, no tanto para oír como para hablar. El que sabe escuchar tiene un gran camino asegurado y a la larga es el que domina. A veces uno se maravilla de encontrar amistades, en las cuales la influencia real pertenece a aquel que aparentemente tiene menos brillo, pero si más paciencia para escuchar.

Desde pequeños deben aprender los niños a no interrumpir, a escuchar con respeto no sólo exterior, sino interior, procurando comprender y asimilar. Interrumpir equivale a decir: su opinión no me interesa: ya ha hablado usted demasiado, escúcheme a mí que tengo algo más interesante que decir. Interrumpir denota una intoxicación del egoísmo. El que habla sólo de sí, piensa sólo en sí y el que piensa sólo en sí es horriblemente mal educado por más instruido que sea.

No se trata de convencer "al contrario", sino de intercambiar con modestia las opiniones. Naturalmente, con tacto, con delicadeza se puede decir: "Quizás me equivoque, pero: ¿No piensas que podríamos enfocar este problema desde este punto de vista?"... Lo ideal es decirlo de tal forma que le parezca a él que se le ha ocurrido aquello que le íbamos a sugerir, así lo hará mucho más propio que si lo intentamos inculcar desde fuera. Ayudar a pensar (la mayéutica de Sócrates). A quien no lo pide no le gusta ser enseñado, y la amistad se resiente con la agresividad en discusiones.

Pero es importante ser sinceros siempre; jamás aceptar lo que no puede ser aceptado: expresarlo con modestia, con respeto a otros puntos de vista; aún en las verdades de la fe cabe el ser respetuosos y humildes al exponerlas. ¡Cómo aleja a los que no creen, el ver tratado su pensamiento como algo horroroso, lleno de mentiras, de absurdos. Porque la caridad y la humildad forman parte de la verdad, y sin aquellas ésta desaparece. El consejo del Evangelio es iluminador: "hacer la verdad con el amor".

Llucià Pou Sabaté

"Aprender a arrodillarse". El sentido de la alegría y la cruz en la juventud.

 

"Aprender a arrodillarse". El sentido de la alegría y la cruz en la juventud.

El dolor es la piedra de toque de toda la estructura vital, y la respuesta que se le dé supone que la balanza de los sentimientos vitales se incline hacia la esperanza o hacia el desconcierto de lo absurdo; y la juventud es un momento particularmente importante para descubrir el sentido de la vida, y la relación que tiene el sentido de la cruz con la alegría.

 

            1. Incógnitas de juventud

            Escribía una chica: "Tengo veintidos años, juventud y fuerza para vivir, pero en muchas ocasiones me siento indiferente y alejada de los demás. Río, pienso, disfruto y sufro pero no soy uno de ellos, tarde o temprano he de huir; no sé por qué pero encuentro una barrera, como un muro... trato de ser sociable pero vivo añorando mis largos paseos por la playa o por el camino, dejo de tocar con los pies en el suelo y me alejo de las personas. Me siento atada a las personas y ahogada por ellas al mismo tiempo, qué paradoja. Creo que no sé vivir. Necesito espacio, aprender a expresarme, vencer mi timidez día a día, pero una y otra vez meto la pata, pierdo las oportunidades, se pasa el tiempo... y quisiera saber la causa de la tristeza que a veces siento en mi interior, quisiera sbaer por qué esa indiferencia y vacío que me impide pensar, sentir, vivir; quiero saber si sé amar... pero no sé bien qué es lo que busco, y además, ¿por dónde empezar? ¿por dónde?"

            La protagonista de estos pensamientos refleja bien, junto con una inseguridad que arranca de la adolescencia, una lucha por la vida, una apertura a la esperanza. Junto al "miedo a vivir" que se experimenta en el paso de la adolescencia a la juventud, tiene las tentaciones de refugiarse en uno mismo y en las fantasías, quizá imaginando una historia en la que nosotros somos los protagonistas incomprendidos y despreciados por el momento, "pero llegará el día que podremos demostrar el talento oculto, y un acto de servicio a los demás que podrá ser heroico, y entonces los demás reconocerán nuestros méritos..." ¡qué bien se está ahí, en estas fantasías! "¡Quién pudiera prolongar esos sueños!", pero el tiempo castiga...! y si uno se encierra en ese "éxtasis", no vive, en realidad se encierra en su torre de marfil, alejado del mundo y de los demás. Hay que bajar del éxtasis, salir del dulce sueño y tomar partido en la batalla de la vida.

           

            2. ¿Por dónde empezar? Las preguntas de la chica "¿cómo, por dónde empezar? ¿y sé amar?" no pueden quedar sin respuesta: "empieza a amar, deberíamos decirle a esta persona necesitada de convicciones, ábrete a los demás, ayuda a alguien, no huyas, tira ese mundo que en realidad no es más que un engaño. Ese obstáculo que tanto te separa de los demás -convéncete- es imaginario, está sólo en tu cabeza. Mete la pata las veces que sea necesario y caliéntate al fuego de la esperanza, ríete de ti misma y no te congeles por el hielo del aburrimiento, el miedo al sufrimiento y a la acción, y no te pierdas más en ese mito irreal lleno de vanas complacencias..."

            Aburrimiento y soledad en el joven. ¿Como se da en el joven esta soledad existencial y afectiva, ese aburrimiento? Si no tiene alguien con quien comunicarse de verdad, con quien confiar, la soledad que a la persona en lo más íntimo  de su alma; y al parecer hoy día más: se crean unos problemas subjetivamente inmensos de incomprensiones, incomunicabilidad, aislamientos, individualismos, tristezas, ansias, angustias, sentirse abatidos, desánimos y depresiones... como la abulia, este mal que lleva a no conseguir hacer nada, no encontrar gusto a nada, esta insatisfacción que les lleva a exclamar "no encuentro sentido a la vida, tengo nauseas de todo, todo me es indiferente". En este contexto, hay formas de alienación que encuentran ahí campo de cultivo para su desarrollo: la publicidad fácil, el "escape" a través del alcohol, sexo o droga. Y cuando el erotismo prevalece sobre la persona, ésta pierde la alegría, se vuelve enseguida infeliz, con consecuencias desastrosas... a menos que no intervenga una particular fuerza que lo conmueva, le cree el "transfert", el entendrecimiento, el "desbloqueo afectivo". Y es que puede la persona caer por un deslizamiento ya descrito en esa infernal ruina afectiva; y reparar el mundo afectivo es difícil, porque la persona afectada, llevada por esa esterilidad va tras unos proyectos personales, ambiciones y pretensiones que le endurecen el corazón, le obstinan. Todo es motivo de descontento, y la desconfianza toma cuerpo como forma de esconder la incapacidad de resolver los problemas personales, y se quiere jugar a hacer el papel de víctima, y al mismo tiempo se hace de espectador ante su propio caso. 

            En su intimidad solitaria, el adolescente se experimenta a sí mismo, y a la medida que sus aspiraciones se hacen más realistas, menos utópicas, va madurando el carácter y su adaptación al medio, y un contacto social más estable y constante. Pero en muchas ocasiones aparece también el cuadro descrito de aburrimiento, acompañado a veces de un cierto sentimiento de inutilidad.  Es necesario entonces experimentar que la vida es lucha, y que afrontando las cosas se vence, hay que vivir la propia vida y decidir lo que hay que hacer en cada momento, aun con riesgo de equivocarse; el aburrimiento está unido a la falta de un plan, a la carencia de un programa, a la ausencia de un proyecto. Es sinónimo de inseguridad, de desconfianza en sí mismo...

            Este aburrimiento se esconde en muchos jóvenes bajo formas de activismo, situaciones divertidas o entretenidas, como formas de escape. En ellas no se busca la cosa en sí, sino el frenesí o excitación que la búsqueda comporta, y quizá va a la discoteca buscando un "algo" extraordinario, que nunca llega. Dice el prof. Polaino que en las situaciones divertidas el sujeto se vierte y escapa de los sentimientos de inutilidad, pero ya Kierkegaard advirtió que el aburrimiento mismo es una forma existencial de desesperación, de uno mismo, pues uno mismo es lo que aburre, al estar vacío. Es una forma análoga a las situaciones de frustración radical porque hagas lo que hagas no consigues realizarte a tí mismo, no hay autoposesión, no se tiene a sí mismo, no hay capacidad de autodonación por tanto y al no compartir hay experiencias de soledad. La diversión es un elemento importante del bienestar emocional, pero esa idea depende en gran medida de la educación de cada persona, de su cultura y sus ideales, valores y objetivos para la vida.

            3. La soledad y la tristeza se evitan cuando hay un "tú". Entonces se funda un "nosotros". Y esto supone saber elegir compromisos con los demás, es estar dispuesto a asumir las responsabilidades que se desprenden de esta vinculación. Entonces también hay un mayor conocimiento de uno mismo, pues somos un proyecto de compañía, de cierta donacion de uno mismo, de amistad, de amor. Se descubre entonces que la persona se autorealiza en la medida que contribuye a la realización de los demás, que nadie se autorealiza a sí mismo en solitario.

            4. La compañía de Dios. Cuando estamos "sin hacer pie" en el mar de nuestra vida, desencantados e inseguros, no quedamos en la estacada pues en aquella contrariedad intuimos que hay algo, tenemos una experiencia que puede llegar a ser un cierto conocimiento vago por lo menos, algo aunque sea confuso, de que la vida nuestra está siendo sostenida, por Alguien que nos ama. Esto hace que por encima de la soledad esté la compañía, el descubrimiento de Dios en lo interior, "Dios es más interior a mí que lo más íntimo mío" (S. Agustín), y ese encuentro es siempre fecundo y es un tipo de comunicación único que desvanece toda soledad como la niebla con el sol. En el camino de la soledad a la comunión se pasa por un descubrimiento de la interioridad, cierta voz interior, y los que optan por la trascendencia oyen el eco de esa voz que lleva a zambullirse en la interioridad más íntima.

            5. Jesús y la verdadera alegría. La persona humana tiene cuatro pasiones principales: alegría, dolor, esperanza y temor. La alegría no sólo es una virtud sino que podemos tomarla como una terrible pasión; y los desbarajustes que acontecen en la existencia del hombre se cometen por culpa de una alegría mal entendida. En palabras de Manzoni, "lo importante no es estar bien, sino hacer el bien; así acabaríamos por estar mucho mejor". Decía Mauriac que "es necesario restituir a los jóvenes el gusto de la felicidad", y esta tarea es cada día más urgente. Para ir no detrás de los señuelos falaces sino tras una felicidad verdadera, hemos de situarnos delante del Crucificado (me gustaron mucho unas consideraciones del congreso romano Potencia de Dios y salvación del hombre, sobre la Cruz, en 1985).

            "La alegría es el secreto gigantesco del cristiano", decía Max Anselmi, una alegría no hecha de risas huecas y alcohol (evasión). "Es necesario restituir a los jóvenes el gusto de la felicidad" (Mauriac). ¿No será verdad que Cristo es quien hace posible nuestra alegría, la cual es un patrimonio de los cristianos?

            Quizá tenemos clara esta experiencia: ante la alegría verdadera, todas las demás son sustitutivas, vagas, y nos despistan, no llenan (son "secundarias" que se revelan como ilusiones falaces). Este último sorbo del segundo milenio ha de ser una espera renovada, un adviento activo: cuando se ve al verdadero Cristo, estalla la alegría. No hay bastante con los consejos, es necesario el arrodillarse.

            6. Para ayudar: más que consejos, invitarles a arrodillarse.

            Al contemplar en la juventud tantos que buscan sin encontrar, impacientes ante angustias e incertidumbres, a tantos que no afrontan el misterio de la vida y se deja llevar por la dictadura de la mayoría... podemos exclamar con quien siente el peso de jóvenes que dependen de él: "¡pobre juventud! ¡qué pesado es llevar, en algunos momentos, el peso de los demás! Confidencias, palabras de aliento, buenos consejos, invitaciones al heroismo, que hay que encontrar a cualquier coste, todas ellas cosas que se conocen como verdaderas, pero que en aquel preciso momento el corazón no siente. Sería necesario poder no decir nada, invitarles a arrodillarse" (Mauriac, Sofferenze e felicità del cristiano, en Cinque voli dell'angoscia, Reggio Emilia 1979, p. 136). El profeta Isaías (66, 10.12) nos sugiere el modo de tener ese entrar en lo más profundo ante la grandeza de Dios, estar arrodillado es una situación de lucha, un tiempo de combate para conquistar la alegría, para hacer acopio de felicidad y una vez represada poder transmitirla a los demás, a quien tenga de ella necesidad, a todo el que nos la pida como agua de consuelo y de vida. "El cristiano, desde que es penetrado pla gracia, es una persona que comienza... que descubre en primer lugar la alegría de nacer... a la gracia, la alegría de un niño que entiende al mismo tiempo que es puro, que es querido, que ama, y que este amor, para ser saciado, tendrá la vida eterna" (Mauriac, ibid, pp. 132-133). Es verdad que no es completa esta felicidad aquí incoada, ya nos dijo San Pedro que por ahora nos encontraremos un poco aflijidos (Carta 1, 1, 6 ss).

            Pero seremos testimonios de este árbol de la vida por el que la alegría ha venido al mundo, que es la cruz. Hemos de reconducir la afectividad de tantas personas hacia el misterio de la cruz, enseñar a arrodillarse, a aprender a "descargar" ante Jesús crucificado toda esa carga... y con los Sacramentos, tocar a Jesús, quedarse curado. En esa soledad acompañada con Jesús, se reencuentra la alegría. Sí, la cruz es signo +, un signo positivo, de esperanza.

            7. "Tú puedes": tiempo de ideales y de luchas. La cruz nos anima a ser optimistas, hijos de Dios, y nos lleva a habituarnos a hacer elecciones positivas, no desanimarse sabiendo que lo importante no es que todo salga a la primera, sino luchar, repetir los ejercicios. Esto sirve para las elecciones en las artes estéticas, que conviene cultivar (pintura, poesía, cuidado del cuerpo), y también el deporte (superación de metas cada vez más altas), todo esto nos ayuda a completar una personalidad armónicamente alegre (también la ecología, la educación, empeño en los estudios  o en el trabajo, en la labor social donde podamos comprometernos...). Lo importante es tener intereses, valores, y el que no los tiene ha perdido la juventud.

            Pero además, esta lucha ha de llevarse a lo espiritual, y donde hubo elecciones negativas ahora, en este combate que es situarse ante Jesús, surgen ahora elecciones positivas que las contrarresten y lleven al alma hacia un profundo sentido de los valores, un clima que comprende los variados niveles y ámbitos de vida y de actuar, que surgen de esta unión con Cristo, de ese renacer en Cristo, de estar "contentos en la esperanza" (Romanos, 12, 12), de la sabiduría de la Cruz: como decía V. Frankl, a) tener un ideal que resuma las ideas y proyectos, el sitio que ocupamos en la historia (ser Cristo, hijo de Dios y vivir como tal), b) capacidad de amar, estar realizado a nivel de afectos, de amistades y compañías (el Amor), c) capacidad de sacrificio, ese combate que es la cruz, esas opciones positivas que cuestan y que serán pequeñas menudencias que forjan nuestra voluntad en los detalles de servicio en la familia, en el trabajo y el descanso (lecturas y conversaciones, música y diversiones...).

            8. La vida es una aventura emocionante.

Todo esto es edificar en la alegría, en esa vida con sentido, esa aventura de encontrarse existiendo (Jesús Arellano acuña este término), en la que la cruz es la sal de cada plato: volviendo al afán de evasión de muchos, el joven ha de comprender que en realidad no hay que huir de la vida ordinaria para tener esa vida llena, sino vivir el "aquí y ahora: puedo autorealizarme al darme a mí mismo, al estar dispuesto a esa aventura de la vida. previene toda soledad porque es ella misma radical compañía.

            Es Juan Pablo II quien nos recordaba: "tratad de conocer a Jesús de modo auténtico y global. Profundizad en su conocimiento para entrar en su amistad. Sólo el conocimiento de Jesús os puede dar la verdadera alegría, no la egoística y superficial; el conocimiento de Jesús es el que rompe la soledad, supera las tristezas y las incertidumbres, da el significado auténtico a la vida, refrena las pasiones, sublima los ideales, expande las energías hacia la caridad, ilumina las opciones decisivas". Así se lee en La imitación de Cristo: "Cuando está presente Jesús, todo es bueno y nada parece difícil; cuando Jesús está ausente, todo resulta gravoso. Cuando Jesús no habla interiormente, el consuelo no vale nada; en cambio, si Jesús dice una palabra tan sólo, se siente un gran consuelo... ¿qué puede darte el mundo sin Jesús? Estar sin Jesús es un infierno insoportable, y estar con Jesús es un dulce paraiso. Si Jesús está contigo no hay enemigo que pueda hacerte daño" (libro 1, capítulo 2, 1-2).

            

Cómo recomponer la afectividad

Cómo recomponer la afectividad

Me decía una joven que había tenido un desengaño amoroso, y por culpa de esa relación sentimental rota ella también se sentía rota, como "un trozo de carne", un trapo, y llevaba semanas melancólica, sin salir de casa, además no paraba de pensar en el antiguo novio. ¿Que hacer, con ese "mal de amor"?

La recomposición de la afectividad rota tiene componentes espirituales, fisiológicos y psicológicos, etc. Hay unas claves para estimular  la felicidad y la esperanza, como la meditación-reflexión y la confianza en Dios; fomentar las endorfinas que son tan buenas y que se recargan cuando realizamos algunas actividades que nos agradan, con ellas nuestra actitud y estado de ánimo mejoran. Algunas de estas cosas son:

-la risa, pues se ha comprobado la influencia que tiene la risa sobre la química del cerebro y del sistema inmunitario (dicen que el solo hecho de reproducir el gesto de la sonrisa ya hace segregar endorfinas, por un mecanismo similar al que nos hace segregar saliva con sólo oler o pensar en una buena comida).

-disfrutar de la naturaleza, cuyo contacto nos llena de energía y buen humor (ir a la playa, al campo, y empaparse de sensaciones).

            -admirar la belleza de las cosas, mirar siempre el lado bueno, positivo de todas las cosas porque ello influye en el mejoramiento de nuestro estado de ánimo y de salud.

            -darle sentido a la vida: la rutina destruye lentamente nuestras reservas de endorfinas, por tanto, hay que evitar la monotonía con curiosidad, intereses, haciendo lo que más llena.

            -re-cordar situaciones buenas: "re-cordar" es volver a llevar al corazón, volver a vivir momentos del pasado, con lo que al re-vivirlos gozamos en ellos, y además crea un efecto químico similar a los momentos del pasado que revivimos, fomentando esas endorfinas. Sin embargo, no hay que olvidar que lo mejor siempre está por llegar; no hay que ensimismarse en el pasado que sería cerrar la puerta a lo bueno que está por venir.

            -como siempre, la amabilidad es la mejor terapia: al darnos a los demás nos metemos en sus problemas, y olvidamos los nuestros. Así, las palabras afectuosas, las sonrisas, el buen humor, una actitud receptiva y comprensiva hacia los demás originan una emisión constante de estas "hormonas" de la felicidad.

            -la buena respiración, con actividad física si puede ser al aire libre ayuda también a esta química del cerebro y, en consecuencia el estado de ánimo: es bueno aumentar el ritmo y la frecuencia de alguna actividad física, un mínimo de tres veces a la semana (caminar, bicicleta o nadar). Esto en cuanto a la "gimnasia de la alegría", que Santo Tomás de Aquino decía que ayudan mucho el suspirar, reírse, pasear, tomar baños de agua caliente... y por supuesto rezar, pues los medios sobrenaturales son siempre los más importantes, el abandono en Dios nos hace ver en aquellas cosas que Dios permite un camino para la felicidad, que aparecerá, como el caso de la chica que comentamos al comienzo, en un nuevo encuentro, mucho mejor que aquel que le sirvió de experiencia para profundizar, a través del dolor, en el sentido auténtico del amor.

            Llucià Pou Sabaté

 

 


perdonar y olvidar


Perdonar y olvidar
Con frecuencia oímos decir: "Perdono, pero no olvido". Quien esto
dice, en realidad no perdona, porque guarda rencor. De ahí que se diga
que no se perdona de verdad cuando, en el fondo, no se está dispuesto
a olvidar. Perdonar, ¿es olvidar? ¿Producen ambos el mismo efecto? Se
trata de una cuestión de gran importancia, pues el perdón es esencial
para una vida feliz y equilibrada: "El que es incapaz de perdonar es
incapaz de amar" (Martin Luther King). Me parece que hay que
distinguir "olvidar", cuando quiere decir "resentimiento", y "olvidar"
como "desaparecer de la memoria". Me referiré al primer sentido: hay
que olvidar; "no escatimes el perdón: es imposible caminar con tantas
heriditas abiertas… perdona todas las viejas heridas y cicatriza con
resinas de amor" (Zenaida Bacardí de Argamasilla). Es no querer mal,
no hay otro camino. "Perdón es una palabra que no es nada, pero que
lleva dentro semillas de milagros" (Alejandro Casona), semillas
sembradas en nuestros corazones por el mismo Jesús, que se alimentan
incluso de las ofensas, sí: cada ofensa recibida es una oportunidad de
mejorar nuestra capacidad de perdonar, porque, en lugar de generar
resentimientos, es abono para esa cosa divina llamada perdón. El
paraíso está detrás de la puerta, se dice, pero muchos han perdido la
llave, una llave que se llama misericordia… Todos estamos necesitados
de amor, de atención, así como de poder dar nuestro amor a los demás.
Por eso siempre hay que pedir perdón: por las ocasiones perdidas, por
la plenitud no vivida de cada relación, por las palabras no
pronunciadas.
Cuenta una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto. En
un determinado punto del viaje discutieron, y uno le dio una bofetada
al otro. Éste, profundamente ofendido, sin decir nada, escribió en la
arena: –Hoy, mi mejor amigo me ha pegado una bofetada en la cara.
Siguieron adelante y divisaron un oasis. Torturados por la sed, ambos
echaron a correr y el primero que llegó se tiró al agua de bruces sin
pensarlo y, de pronto, comenzó a ahogarse. El otro amigo se tiró al
agua enseguida para salvarlo. Al recuperarse, tomó un cuchillo y
escribió en una piedra: –Hoy, mi mejor amigo me ha salvado la vida.
Intrigado, el amigo le preguntó: – ¿Por qué después de haberte hecho
daño, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra?
Sonriendo, el otro le respondió: – Cuando un gran amigo nos ofende,
debemos escribir en la arena, porque el viento del olvido se lo lleva;
en cambio, cuando nos pase algo grandioso, debemos grabarlo en la
piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento en todo el mundo
podrá borrarlo.
El error de muchos es pensar que el perdón debe surgir de sus
corazones, que es algo que debemos sentir, que debe "nacernos", en
cierto modo. Pero "el perdón es una decisión, no un sentimiento,
porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más
rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el
que te ofendió" (Madre Teresa de Calcuta). El perdón es lo mejor, no
sólo individualmente sino también para cada una de nuestras sociedades
y para el mundo en general: "La espiral de la violencia sólo la frena
el milagro del perdón" (Juan Pablo II). En cierto modo, todos somos
co-responsables de las acciones y omisiones de cada uno, y es la
gotita de cada día la que crea la revolución del amor: "Lo mejor que
puedes dar a tu enemigo es el perdón; a un oponente, tolerancia; a un
hijo, un buen ejemplo; a tu padre, deferencia; a tu madre, una
conducta de la cual se enorgullezca; a ti mismo, respeto; a todos los
hombres, caridad" (John Balfour). Cuando alguien es perdonado se
convierte en una persona distinta, aunque tarde en reaccionar: "Nada
envalentona tanto al pecador como el perdón" (William Shakespeare). El
motivo es que se siente querido, y valorado en mucho, porque las
personas siempre están por encima de sus errores (Jutta Burggraf). Y
al crecer la conciencia de su valía se porta en consecuencia, se porta
mejor. Por otra parte, crece también el que perdona, pues "nada nos
asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar" (San
Juan Crisóstomo).
Llucià Pou Sabaté