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sábado, 25 de agosto de 2012

Domingo 21 tiempo ordinario:ciclo B

Nosotros serviremos al Señor en la Iglesia, esposa de Jesús, porque sabemos que sólo Él tiene palabras de vida eterna.

«Entonces, oyéndole muchos de sus discípulos, dijeron: Dura es esta enseñanza, ¿quién puede escucharla? Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? Pues, ¿si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da la vida, la carne e de nada sirve: las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entregar. Y decía: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mi si no le fuera dado por el Padre. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él.
Entonces Jesús dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tu eres el Santo de Dios.» (Juan 6, 60-69)

1. Cuenta San Juan que muchos no entendieron cuando Jesús hablaba de la Misa y de la comunión, y se fueron: “La carne de nada sirve: las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen…” Te pido, Señor, dejarme llevar por tu Espíritu, escogerte a ti, dejar lo malo, seguirte…

Pero muchos te abandonan: “Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él”. Por eso le preguntas a los apóstoles: «¿También vosotros queréis marcharos?»

Hoy me preguntas a mí: tú, ¿quieres seguirme?, ¿quieres, de verdad, ser cristiano?

Jesús, ayúdame a responder siempre como Pedro y los demás apóstoles: «¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.» Sin ti nada explica esta sed de verdad y amor y belleza que hay en mi corazón. Tú, Señor, das un sentido pleno a mi vida… Esta es la gran razón la única razón de mi obediencia a la Iglesia y a tus preceptos: Tú eres el Hijo de Dios, Dios mismo; tu palabra es la Palabra de Dios. ¿A quién voy a hacer más caso: a mi pobre entendimiento lleno de dudas, o a Ti, que me llenas de esperanza y eres mi Dios? (Pablo Cardona).

«Para que no lo imites, copio de una carta este ejemplo de cobardía: «desde luego, le agradezco mucho que se acuerde de mí, porque necesito muchas oraciones. Pero también le agradecería que, al suplicarle al Señor que me haga "apóstol", no se esfuerce en pedirle que me exija la entrega de mi libertad» (J. Escrivá, Surco 11).

A ti te gusta la entrega plena, Señor, no a medias tintas, y por eso te das del todo, y también me pides aquello que es lo más íntimo y personal: la libertad. Que no haga, Señor, como el que hemos leído ahora: «Al suplicarle al Señor que me haga «apóstol», no se esfuerce en pedirle que me exija la entrega de mi libertad.»

La libertad es una potencia, que se ha de activar para poder tener sentido. Si no escojo, estoy con un cartucho que no uso, y entonces me quedo como sin poder escoger por guardármela para mí. En cambio, cuando te escojo a ti, el Amor, alcanza su máxima plenitud mi libertad, pues en la esclavitud del amor es cuando me hago libre de verdad.

«Ya en esta vida servir a Dios es reinar. Cuando Dios libra al hombre del pecado que lo hace esclavo, lo desembaraza de toda servidumbre y lo establece en la verdadera libertad. De otro modo el hombre va siempre de deseo en deseo sin calmarse jamás. Cuanto más tiene más querrá; tratando de buscar satisfacción nunca está contento. En efecto, el que tiene un deseo está poseído por él; se vende a lo que ama; buscando la libertad, siguiendo sus apetitos con ofensa de Dios, se hace esclavo del demonio para siempre» (Santa Catalina de Génova).

“-Señor; ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”. Nosotros también queremos decirle que estamos muy bien con Él, que sin Él la vida nos trae soledad… que no lo dejaremos solo en la Misa. No vamos a "divertirnos", sino a "convertirnos" de corazón... son necesidades íntimas que notamos en nuestro interior: ser agradecidos, hacer penitencia por lo que hacemos mal... Recuerdo al Venerable Álvaro del Portillo que rezaba una jaculatoria: “Señor, gracias, perdón y ayúdame más”. Con el tiempo, he visto que ahí unía los cuatro fines de la Misa: adoración (en la invocación “¡Señor!”), acción de gracias, petición de perdón y de ayuda. Es la gran síntesis de toda oración. La Misa del domingo es un acontecimiento de fraternidad que nos lleva a experimentar nuestra unión con Jesús y también con nuestros hermanos. No podemos salir de la iglesia al acabar la Misa ignorándonos unos a otros, los que hace unos momentos hemos recibido a Jesús en nuestros corazones. Sin esa unión de todos los hermanos, en Jesús, la Misa sería un ritual mágico, estaríamos viviendo una mentira. El pan y el vino, que son Cuerpo y Sangre de Jesús, tienen que estar amasados no sólo en el hogar sino "con" el amor del hogar. Vivir la Eucaristía es recordar el mandamiento del amor, lavarse unos a otros los pies (servir a los demás, descubrir las necesidades de los que nos rodean).

Sabiendo que es un acto festivo, una invitación, no se puede asistir a Misa con la actitud propia de ir a un restaurante, donde se llega a la hora que se quiere, y vamos solos o en grupo, y cada uno va a su aire... podemos imaginarnos esta historia. Jordi llega a su casa: "hola cariño -saluda a su mujer-... voy a jugar a tenis, Manuel y yo hemos quedado, lo siento porque no podré quedarme a cenar..."

-"Pero Jordi -contesta la mujer-: es ya tarde, y quería estar contigo el día de tu cumpleaños... y te tenía preparada la comida que te gusta…"

-"Lo siento cariño, ya tomaremos algo por ahí..." y mientras sale por la puerta dice unas últimas palabras: -"tómatelo tú".

Ella cae sentada allí mismo donde estaba, y llora con fuerza mientras no sabe repetir otra cosa que "-¡no me quiere!".

Pues esta falta de consideración es la que tenemos con Jesús no valorando -despreciando- este amor que ha tenido con nosotros, cuando no vamos a Misa, o no queremos comulgar bien preparados, o no hacemos la acción de gracias... abandonando la celebración antes de que haya acabado…

Jesús, tú preparaste cuidadosamente la Eucaristía durante toda tu vida y en la última Pascua anticipaste tu entrega total, y nos invitas, junto con los Apóstoles, a participar en tu fiesta de salvación, a esa cena que va más allá del momento que la celebraste, abarca todo el espacio y traspasa el tiempo... este signo que empezaste se renovará día a día a lo largo de la historia, durará hasta que Tú vuelvas.

No es lo mismo comulgar o no hacerlo, como decía una monitora que trabajaba en Navidad en un campamento de chicos y pidió al director ir a la Misa del gallo. Le contestó "¿por qué no la miráis por la tele?" y ella contestó: "escuche, cuando le inviten a un buen banquete, yo también le diré que por qué no lo mira por la tele" (el director les dejó ir). Una persona decía que a veces se asustaba al pensar en aquellos que, por las razones que sean, han decidido dejar de comulgar y han empezado así una especie de “huelga de hambre” espiritual que les llevará a no poder resucitar. Anorexia del alma… Después de que se nos ha ofrecido la eternidad en forma de banquete, procuramos dar gracias a Dios, sabiendo que somos un auténtico sagrario. Un niño que tenía que ir al mar a hacer submarinismo, le decía a Jesús en esos momentos: "ahora irás conmigo al mar, como si fueras en un submarino".

A veces con la ayuda de un misal o un devocionario encontraremos textos apropiados para facilitarnos estos momentos tan preciosos, para pedir por nuestras necesidades y nuestra conversión a Dios, cuando lo tenemos dentro: Gracias, Jesús, porque te puedo recibir. ¡Qué ganas tenía de que llegara este momento! Te quiero mucho, enséñame a quererte más. Tengo muchas cosas que pedirte: por mis parientes (cónyuge, padres, hermanos y familiares), por el papa, por los obispos y todos los sacerdotes. Y para mí también, enséñame a trabajar bien, y… (…seguimos con lo que tengamos en el corazón).

2. Josué era un juez de Israel y “dijo a todo el pueblo” que no sirvieran a otros dioses: “Yo y mi casa serviremos al Señor”. El pueblo respondió: “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; Él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud; Él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre los pueblos por donde cruzamos. Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios”. Esto fue en Siquén, donde se renueva la Alianza del Sinaí con Yahvé Dios, pues era un pueblo que se despistaba y se iba tras dioses de otros pueblos, como ahora se inventan también otras religiones.

El Salmo nos dice: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. No es sólo escuchar, sino comerle, ver la maravilla de llevar el cielo en el corazón: “Bendigo al Señor en todo momento, / su alabanza está siempre en mi boca; / mi alma se gloría en el Señor: / que los humildes lo escuchen y se alegren” (Es que los soberbios sólo piensan en amarse a sí mismos, y no se enteran de estas cosas importantes…). “Los ojos del Señor miran a los justos, / sus oídos escuchan sus gritos…” Y cuando lo pasamos mal: “Cuando uno grita, el Señor lo escucha / y lo libra de sus angustias; / el Señor está cerca de los atribulados, / salva a los abatidos”.

3. Luego San Pablo cuenta a los Efesios que así como el hombre se casa con una mujer y la cuida, “así Cristo es cabeza de la Iglesia; Él, que es el salvador del cuerpo… Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son”. O sea que Jesús se ha casado con la Iglesia que es como su mujer, y todos somos su familia, la familia de Jesús. Cedamos todos, los unos ante los otros, con verdadero espíritu de servicio, como Él nos ha enseñado con su vida entre nosotros.

Llucià Pou Sabaté




Sábado de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. El Señor nos pide sencillez para acoger su salvación

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: -«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Mateo 23,1-12).

1. Ayer los fariseos le preguntaban a Jesús, seguramente con no muy buena intención, cuál era el mandamiento principal. Hoy escuchan un ataque muy serio de Jesús sobre su conducta: «haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen».

Los fariseos, personas deseosas de cumplir la ley, muestran en su conducta actitudes que Jesús desenmascara. Su lista empieza hoy y sigue durante tres días de la semana próxima:

- se presentan delante de Dios como los justos y cumplidores;

- se creen superiores a los demás;

- dan importancia a la apariencia, a la opinión que otros puedan tener de ellos, y no a lo interior;

- les gustan los primeros lugares en todo;

- y que les llamen «maestro», «padre» y «jefe»;

- quedan bloqueados por detalles insignificantes y descuidan valores fundamentales en la vida;

- son hipócritas: aparentan una cosa y son otra;

- no cumplen lo que enseñan: -“Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas”.

-“Haced pues y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque "ellos dicen" y "no hacen"”. Así comienzas hoy, Jesús, para enseñarnos algo totalmente diferente. Quiere que seamos árboles que no sólo presenten una apariencia hermosa, sino que demos frutos. Que no sólo «digamos», sino que «cumplamos la voluntad de Dios». Exactamente como él, que predicaba lo que ya cumplía. Así empieza el Libro de los Hechos: «El primer libro (el del evangelio) lo escribí sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio» (Hch 1,l). Hizo y enseñó. ¿Se podría decir lo mismo de nosotros, sobre todo si somos personas que enseñan a los demás y tratan de educarles o animarles en la fe cristiana? ¿Mereceríamos alguna de las acusaciones que Jesús dirige a los fariseos? Jesús, te refieres especialmente a los que tienen encargos de gobierno, los que tienen alguna autoridad… les pides que no se hagan llamar «maestros, padres, jefes»: que entiendan esa autoridad como servicio («el primero entre vosotros será vuestro servidor»), que no se dejen llevar del orgullo («el que se enaltece será humillado»). El mejor ejemplo nos lo diste tú mismo, Jesús, cuando, en la cena de despedida, te despojaste de tu manto, te ceñiste la toalla y empezaste a lavar los pies a tus discípulos: «si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13,14). Tendremos que corregir lo que tengamos de fariseos en nuestras actitudes para con Dios y para con el prójimo (J. Aldazábal).

La sencillez es la perfección, y hay que evitar toda manipulación mitificando a los gobernantes: “-Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "Rabbi"... -Maestro- Ni llaméis a nadie "Padre"... Ni tampoco os dejéis llamar "Doctores"”.... No es más el que se levanta engreído, que la persona sencilla que ama. Al contrario. La abuela ancianita que ha vivido toda su vida desvelándose por los demás y rezando sencillamente sus oraciones, sabe y tiene mejor conocimiento de Dios, que todos los doctores en teología, si ellos no hacen lo mismo.

-“Vosotros sois todos hermanos y tenéis un solo Padre, el del cielo, y un solo Doctor, Cristo”... Sí, los mismos apóstoles no hacen más que transmitir "lo que han recibido".

-“El mayor entre vosotros sea vuestro servidor. El que se humille, será ensalzado. El que se ensalza, será humillado”. ¿Cuándo haremos por fin caso de esas consignas repetidas de humildad y de servicio? Examinar detenidamente en mí todos mis instintos de superioridad... todos mis fariseísmos (Noel Quesson).

2. Ezequiel acaba su libro con una visión sobre el Israel del mañana: traza las líneas de un Templo imaginario y perfecto, da los nuevos ritos del culto venidero, entrevé el papel futuro de los sacerdotes del retorno del exilio.

“-El enviado del Señor me condujo hacia el pórtico del nuevo templo, el pórtico que mira a oriente...” Por una de sus puertas entra el «sol naciente». Como las iglesias, con la ventana del ábside a oriente, por donde entra la luz del sol de la mañana para indicar en la misa que Jesús ha resucitado, y celebramos su Pascua.

-“Y he ahí que la gloria de Dios llegaba de la parte de oriente, con un ruido como el de muchas aguas, y la tierra resplandecía de su gloria”. Todo muestra la gloria de Dios, y estamos llamados a proclamarla con nuestras vidas.

-“Entonces caí rostro en tierra”. Concédenos, Señor, saber adoptar ante Ti las actitudes más convenientes para captar la Presencia. Ayúdanos a entrar en comunicación con lo invisible con todo nuestro ser, alma y cuerpo.

-“La Gloria del Señor llegó al Templo por el pórtico que mira a oriente. El Espíritu me levantó y me introdujo en el atrio interior: he ahí que la Gloria del Señor llenaba el Templo!

Y oí una voz que venía del Templo: «Hijo de hombre, este es el lugar de mi trono, el lugar donde se posan mis pies. Aquí habitaré, en medio de los hijos de Israel para siempre».” Hay altos lugares, privilegiados para la presencia divina. Señor, te pido entrar en tu lugar santo, tenerte ya en mi corazón (Noel Quesson).

3. Cantamos con el Salmo 84: “la salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra”. Habla de ti, Jesús, este salmo, de tu Encarnación.

Contigo, Señor, con tu venida, “la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo

Quiero estar contigo, Jesús, te pido con confianza lo que nos prometes: “El Señor nos dará su lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos”.

Llucià Pou Sabaté

miércoles, 18 de julio de 2012

Miercoles semana 15 tiempo ordinario

El encuentro con el Señor se realiza en la sencillez, vuelca su misericordia y ternura en el alma que abre su miseria a la grandeza de Dios; en cambio caen los orgullosos

“En aquel tiempo, exclamó Jesús: -«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mateo 11,25-27).

1. Te veo rezar, Jesús, y quiero aprender de ti: “-Padre, Señor del cielo y de la tierra...” Es el único pasaje del evangelio donde usas estas palabras solemnes, pues sueles hablar del Padre con términos de intimidad y familiaridad. Lo dices en continuidad con toda la Escritura: No hay otro Dios más que El. Y es quien dirige todo ese gran universo con sus millones de seres desde los átomos hasta las estrellas. Todo cuanto existe le está sometido. Es el "Señor del cielo y tierra". Te adoro, Padre, cada fiesta en la Misa: "Gloria a Dios en las alturas..."

–“Bendito seas”... Rezas, Señor, dirigiéndote al Padre en acción de gracias, alabanza, un "te lo agradezco". Veo tu corazón lleno de agradecimiento hacia el Padre. "¡Bendito seas, Padre!". Contigo, Jesús, yo repito esa sencilla y breve oración.

-“Porque lo que has escondido a los sabios y entendidos, lo has revelado a la gente sencilla”. ¡Este es el objeto de su agradecimiento! Porque Dios se "esconde" a los orgullosos... y se "revela" a los humildes. El gran Dios del Universo es desconocido de los que se creen ser más inteligentes y más sabios que los demás. Es a los pobres a quienes se da a conocer. Es entre los sencillos que naciste, Jesús; y los que escogiste como apóstoles eran también sencillos. ¿Tienes preferencia por los que no son nada en el mundo, los que son insignificantes a los ojos de los hombres?... los sencillos ¡éstos son valiosos a los ojos de Dios! Señor, ayúdame a ser "uno de esos pequeños a quien Tú te revelas.

Las personas sencillas, las de corazón humilde, son las que saben entender los signos de la cercanía de Dios. Lo afirma Jesús, por una parte, dolorido, y por otra, lleno de alegría. Cuántas veces aparece en la Biblia esta convicción. A Dios no lo descubren los sabios y los poderosos, porque están demasiado llenos de sí mismos. Sino los débiles, los que tienen un corazón sin demasiadas complicaciones. Entre «estas cosas» que no entienden los sabios está, sobre todo, quién es Jesús y quién es el Padre. Pero la presencia de Jesús en nuestra historia sólo la alcanzan a conocer los sencillos, aquellos a los que Dios se lo revela.

Los «sabios y entendidos», las autoridades civiles y religiosas, no te recibieron, Señor, en su “ignorancia”. Los letrados y los fariseos buscan mil excusas para no creer. La pregunta vale para nosotros: ¿somos humildes, sencillos, conscientes de que necesitamos la salvación de Dios?, ¿o, más bien, retorcidos y pagados de nosotros mismos, «sabios y entendidos», que no necesitamos preguntar porque lo sabemos todo, que no necesitamos pedir, porque lo tenemos todo? Cuántas veces la gente sencilla ha llegado a comprender con serenidad gozosa los planes de Dios y los aceptan en su vida, mientras que nosotros podemos perdernos en teologías y razonamientos. La oración de los sencillos es más entrañable y, seguramente, llega más al corazón de Dios que nuestros discursos eruditos de especialistas. Nos convendría a todos tener unos ojos de niño, un corazón más humilde, unos caminos menos retorcidos, en nuestro trato con las personas y, sobre todo, con Dios. Y saberles agradecer, a Dios y los demás, tantos dones como nos hacen. Siguiendo el estilo de Jesús y el de María, su Madre, que alabó a Dios porque había puesto los ojos en la humildad de su sierva (J. Aldazábal).

-“Sí, Padre, bendito seas por haberte parecido eso bien”. Me gustaría oírte decir "¡Padre!", Jesús, para aprender de ti que Dios es ante todo "la bondad". Dios es bueno, ¿Dudo, quizá alguna vez, de la bondad de Dios? Ayúdame, Señor, a rezar, como tú, esta oración de alabanza: "Gracias, oh Padre, por esto... por aquello..."

-“Mi Padre me lo ha confiado todo. Al Hijo lo conoce sólo el Padre, y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiere revelar”. Sí, lo sabemos: Dios es difícil de alcanzar. Nadie lo ha visto nunca, excepto tú, Jesús: "conoces a Dios"... ¡y lo das a conocer a los que aceptan seguirte y ser de tu escuela! Jesús, ayúdame, todos y cada día de mi vida, a conocer mejor al Padre. ¡Que tu evangelio sea mi meditación cotidiana! Que trate de penetrar mejor en tu misterio... hasta el día que, por fin, te veré cara a cara (Noel Quesson).

Los pobres en el espíritu y humildes de corazón son los queridos por Dios: «De la misma manera que los padres y las madres ven con gran gusto a sus hijos, también el Padre del universo recibe gustosamente a los que se acogen a él. Cuando los ha regenerado por su Espíritu y adoptado como hijos, aprecia su dulzura, los ama, la ayuda, combate por ellos y por eso, los llama sus «hijos pequeños» (San Clemente de Alejandría).

2. Isaías (10,5-7.13-16) proclama la “Palabra de Dios” que se muestra como Señor de la historia: “¡Ay del asirio! instrumento de mi ira, vara que mi furor maneja”.

Puede haber victorias coyunturales en el mar de la historia, pero también hay una providencia que guía los acontecimientos, que pone unos límites al mal: “-Dijo: «Con el poder de mi mano lo hice y con mi habilidad, porque soy inteligente. He borrado las fronteras de los pueblos, he saqueado sus tesoros, he abatido a los poderosos.

Como se toma un pájaro en su nido, mi mano ha robado la riqueza de los pueblos. Como se recogen huevos abandonados, he recogido yo toda la tierra. Y no hubo quien aleteara, ni abriera el pico, ni piara.» No conocemos estos planes pues Dios los combina con una real libertad humana…

-“Soy Yo quien lo ha enviado contra una nación perversa... Pero él no lo entiende así, no es éste el juicio de su corazón: lo único que quiere es destruir. ¿Acaso se jacta el hacha frente al que la tiene asida? ¿Y la sierra frente al que la maneja? Como si la vara quisiera dirigir al que la levanta, la varilla o batuta, mover el brazo que la agita”.

Una «lectura» simplemente humana de la historia es pobre, y una «lectura en la fe» nos da más perspectivas, las sobrenaturales. Desde luego, no quedamos dispensados de hacer primero el análisis humano de las situaciones. Es, incluso, necesario. Es el primer tiempo de una re-visión de vida. Pero hay que tratar de ir más lejos... hay que hacer una re-visión con esta visión de la fe, ¡hasta reconocer la acción de Dios en las acciones de la historia! (Noel Quesson).

Recuerdo dos profesores que fueron a dar clase a un colegio: uno lo pasó muy mal por la poca educación de los alumnos y mal ambiente de los colegas. El otro se lo pasaba muy bien porque empatizaba con todos, y lo escogieron los otros profesores como jefe de estudios. Cuentan de dos vendedores de zapatos que se encuentran en un pueblo de África. Uno es optimista y el otro es pesimista. El pesimista dice: -“Aquí no hay nada que hacer. Todo el mundo va descalzo”. El optimista dice: -“Aquí hay un negocio seguro, nadie tiene zapatos”. Un cristiano tiene que se realista, objetivo. Pero ser objetivo es contar, no sólo con mis posibilidades, sino con las posibilidades de Dios. Y las posibilidades de Dios son infinitas. El realismo para el cristiano es que ante la marcha de nuestro mundo, ante el panorama que vemos a nuestro alrededor, piensa: “-Esto está más o menos mal. Pero con Dios todo es posible. Aquí hay mucho que hacer. No hay nada imposible para Dios”.

3. A lo largo de la historia, vemos cómo van cayendo los poderosos, y los que se creían omnipotentes son aniquilados. Es, una vez más, lo que dijo la Virgen en el Magníficat: «derriba del trono a los poderosos y a los ricos los despide vacíos».

Vivimos en unos tiempos en que se suceden los cambios políticos y se derrumban ideologías e imperios que parecían indestructibles. Siguen teniendo vigencia las exclamaciones del salmista: «trituran a tu pueblo, oprimen a tu heredad, y comentan: Dios no lo ve... Enteraos, los más necios del pueblo, ignorantes, ¿cuándo discurriréis?».

Es evidente también cómo Dios saca bien del mal y, a través de las vicisitudes de la historia, purifica a su pueblo y le ayuda a recapacitar y a madurar. A Atila le llamaron «el azote de Dios», como Asiria lo había sido en la época que estamos leyendo. Pero el emperador Ciro será instrumento de Dios para la vuelta del “resto de Israel”, será llamado Cristo. La fidelidad a Dios es una salvaguarda de los valores que están en la base de todo progreso (J. Aldazábal).

Es la misión de los sencillos llenos de fe, que abren al mundo el Evangelio: "aquí tienen todos a Cristo, sumo y perfecto ejemplar de justicia, caridad y misericordia, y están abiertas para el género humano, herido y tembloroso, las fuentes de aquella divina gracia, postergada la cual y dejada a un lado, ni los pueblos ni sus gobernantes pueden iniciar ni consolidar la tranquilidad social y la concordia" (Pío XII, Divino Afflante Spiritu).

Llucià Pou Sabaté