jueves, 22 de agosto de 2024

22 de agosto, Santa María Reina del Universo y nuestra protectora

22 de agosto, Santa María Reina del Universo y nuestra protectora

A. Lecturas:

   1. Isaías 9, 1-6: El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz.

   Tú has multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo; ellos se regocijan en tu presencia como se goza en la cosecha, como cuando reina la alegría por el reparto del botín.

    Porque el yugo que pesaba sobre él, la barra sobre su espalda y el palo de su carcelero, todo eso lo has destrozado como en el día de Madián. Porque las botas usadas en la refriega y las túnicas manchadas de sangre, serán presa de las llamas, pasto del fuego.

    Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz». Su soberanía será grande, y habrá una paz sin fin para el trono de David y para su reino; él lo establecerá y lo sostendrá por el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. El celo del Señor de los ejércitos hará todo esto.

   2. Salmo 112,1-8: Alaben, servidores del Señor, alaben el Nombre del Señor Bendito sea el Nombre del Señor, desde ahora y para siempre.

   Desde la salida del sol hasta su ocaso sea alabado el Nombre del Señor. El Señor está sobre todas las naciones, su gloria se eleva sobre el cielo.

   ¿Quién es como el Señor, nuestro Dios, que tiene su morada en las alturas, y se inclina para contemplar el cielo y la tierra?

   Él levanta del polvo al desvalido, alza al pobre de su miseria, para hacerlo sentar entre los nobles, entre los nobles de su pueblo.

   3. Lucas 1,26-38: El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

    El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»

    Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

    Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»

    María dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»

    El ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.»

    María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.» Y el ángel se alejó.

B. Comentario: La celebración de Santa María Reina nos invita a contemplar a María en su papel especial dentro del plan de Dios. María es Reina porque es la Madre del Rey de reyes, Jesucristo. En este contexto, las lecturas de hoy nos guían a entender mejor la realeza de Cristo y, en consecuencia, la de María.

1. La profecía de Isaías nos habla de una gran esperanza para un pueblo que vivía en tinieblas: "El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz". Este anuncio es profundamente mesiánico, hablando de la venida de un niño que traerá paz y justicia. Este niño, al que se le da títulos tan exaltados como "Consejero maravilloso", "Dios fuerte", y "Príncipe de la paz", es una clara referencia a Jesús.

María, como madre de este niño, participa de manera única en esta promesa. Ella es la "Nueva Eva" que, al decir "sí" al plan de Dios, permite que la Luz del mundo, Jesús, entre en la oscuridad de la humanidad. La soberanía de Cristo se extiende sobre todo, y María, por su íntima relación con Él, es también elevada a la dignidad de Reina.

2. El Salmo 112 es un himno de alabanza al Señor por su grandeza y misericordia. Nos recuerda que Dios eleva a los humildes y los pobres: "Él levanta del polvo al desvalido, alza al pobre de su miseria, para hacerlo sentar entre los nobles, entre los nobles de su pueblo."

Este salmo resuena profundamente con la vida de María, quien en su humildad fue exaltada por Dios. Su "Magnificat" (Lc 1,46-55) expresa una verdad similar: "El Señor ha hecho en mí maravillas". María, la humilde doncella de Nazaret, es elevada a la realeza porque Dios miró la pequeñez de su sierva y la colmó de gracia. En María, el Señor cumple su promesa de levantar a los humildes, haciéndola Reina del cielo y de la tierra.

3. El Evangelio narra la Anunciación, un momento clave no solo en la vida de María, sino en la historia de la salvación. El ángel Gabriel anuncia a María que será la madre del Hijo de Dios, quien "reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin". Esta promesa del Reino eterno de Jesús es fundamental para entender la realeza de María.

María responde con un acto de fe total: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Esta aceptación plena y sin reservas del plan divino es lo que la convierte en la primera y más perfecta discípula de Cristo, y también en la Reina que siempre intercede por sus hijos.

Las palabras de Jesús en la cruz nos conceden la maternidad de María. El término "Mujer" que Jesús utiliza para referirse a su madre en la cruz, es una referencia importante que nos conecta con la profecía del Génesis y con la figura de María como la nueva Eva. En este contexto, la "Mujer" es la que aplasta la cabeza de la serpiente, y en la cruz, Jesús reafirma esta identidad de María, vinculándola a la promesa de redención que se cumplirá en Él. Esta "Mujer", que es tanto la madre de Cristo como la madre de todos los cristianos, es también la Reina que intercede por nosotros y que nos guía en nuestro camino de fe.

Las palabras de Cristo no son simples declaraciones, sino que tienen el poder de realizar lo que significan. Esto es crucial para comprender la profundidad de la declaración "He ahí a tu hijo" y "He ahí a tu madre". Estas palabras crean una nueva realidad: María se convierte en madre no solo de Juan, sino de toda la humanidad, y Juan representa a todos nosotros. Esta maternidad es, por lo tanto, una gracia que nos es dada por Cristo mismo, y que nos invita a identificarnos más profundamente con Él.

María, al ser proclamada Reina, lo es porque es madre de Cristo y, en Él, madre de todos los que forman parte de su cuerpo místico, la Iglesia. La reflexión señala que nuestra filiación con María depende de nuestra identificación con Cristo. Solo en la medida en que nos parezcamos a Cristo, en que vivamos como verdaderos discípulos amados, podemos ser considerados verdaderamente hijos de María. Esta relación filial implica una semejanza espiritual con nuestra Madre, que debe reflejarse en nuestra vida.

La presencia de María en la Eucaristía es también clave para nuestra vida. En cada Misa, el sacrificio de Cristo en el Calvario se hace presente, y con él, también se renueva el don de María como madre. Es una invitación a acoger a María en nuestras vidas, no solo de manera simbólica, sino de forma real y profunda, permitiendo que su intercesión y su ejemplo nos guíen en nuestro camino hacia la santidad.

La fiesta de Santa María Reina nos invita a meditar en la maternidad de María y en nuestra relación con ella como hijos en Cristo. Las lecturas nos muestran cómo María es parte integral del plan de salvación, y cómo su realeza no es un título vacío, sino una realidad profundamente vinculada a su papel como madre del Redentor y madre de la Iglesia. Las palabras de Jesús en la cruz son un acto de amor que nos invita a recibir a María en nuestras vidas y a vivir bajo su protección y guía, siendo cada vez más semejantes a Cristo, el verdadero Rey.

Celebrar a María como Reina es reconocer su papel singular en el Reino de Dios. Ella es Reina no por sus propios méritos, sino porque es la Madre de Cristo Rey. Su realeza es una realeza de servicio, de amor, y de intercesión constante por nosotros ante su Hijo.

Hoy, al meditar en estas lecturas, somos llamados a imitar la humildad y el servicio de María. Así como ella aceptó el plan de Dios con fe y entrega total, nosotros también somos invitados a decir "sí" a la voluntad de Dios en nuestras vidas. Que al celebrar esta fiesta, recordemos que María, nuestra Reina, siempre nos guía hacia su Hijo y nos invita a vivir en su luz y su paz, como verdaderos hijos del Rey.

 

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