Miércoles de la semana 5 de Cuaresma
Corredimir con Cristo
“En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Así pues, si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre».Ellos le respondieron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dice: «Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre». Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios». Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado»” (Juan 8,31-42).
I. Redimir significa liberar por medio de un rescate. Redimir a un cautivo era pagar un rescate por él, para devolverle la libertad. Nosotros, después del pecado original, éramos esclavos del pecado y del demonio, y no podíamos alcanzar el Cielo. Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, pagó el rescate con su Sangre, derramada en la Cruz. Jesucristo nos liberó del pecado, y así sanó la raíz de todos los males; de esa forma hizo posible la liberación integral del hombre. Sólo existe un mal verdadero, que hemos de temer y rechazar con la gracia de Dios: el pecado. Los demás males que aquejan al hombre sólo es posible vencerlos a partir de la liberación del pecado. Los males físicos –el dolor, la enfermedad, el cansancio- si se llevan por Cristo, se convierten en verdaderos tesoros para el hombre, y hemos de aprender a santificarlos y a ofrecerlos.
II. Tu rostro buscaré, Señor (Salmo 26). La contemplación de Dios saciará nuestras ansias de felicidad. Y esto tendrá lugar al despertar, porque la vida es como un sueño. Cuando el Señor dice: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Juan 10, 10), no se refería a una vida terrena cómoda y sin dificultades, sino a la vida eterna, que se icoa ya en ésta. Es de tal valor la vida que Cristo nos ha ganado que todos los bienes terrenos deben estarle subordinados. El precio que Cristo pagó por nuestro rescate fue su propia vida. San Pablo nos recuerda: Habéis sido comprados a gran precio, y añade: glorificad a Dios y llevadle en vuestro cuerpo (1 Corintios 6, 20). ¿Cómo aprecio la vida de la gracia que me consiguió Cristo en el Calvario? ¿Pongo los medios para aumentarla? ¿Evito las ocasiones de pecar?
III. La Cuaresma es un buen momento para recordar que la Redención se realizó una sola vez mediante la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo y se actualiza ahora en cada hombre, de un modo particularmente intenso, cuando participa íntimamente del Sacrificio de la Misa. Se realiza también en cada una de nuestras conversiones interiores, cuando hacemos una buena Confesión, cuando ofrecemos el dolor en reparación de nuestros pecados, por nuestra salvación y por la de todo el mundo: nos hacemos corredentores con Cristo. Al terminar nuestra oración acudimos a la Virgen para que nos enseñe a vivir nuestra vocación de corredentores con Cristo en medio de nuestra vida ordinaria.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
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