San José, Esposo de la Virgen María
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo IIHomilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de AlvaHomilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
(2 Sm 7,4-5.12-14.16) "Yo estableceré para siempre el trono de su reino"
(Rm 4,13.16-18.22) "Yo te he constituido padre de muchas gentes"
(Mt 1,16.18-21.24) "Él salvará a su pueblo de sus pecados"
(Rm 4,13.16-18.22) "Yo te he constituido padre de muchas gentes"
(Mt 1,16.18-21.24) "Él salvará a su pueblo de sus pecados"
Homilía en la plaza de Juan Pablo II en Térmoli (19-III-1983)
---S. José, Padre de Jesús
---Relación padres e hijos
---Intercesión de S. José
---Relación padres e hijos
---Intercesión de S. José
--- S. José, Padre de Jesús
“Cantaré eternamente las misericordias del Señor” (Sal 88,1).
Hoy la Iglesia celebra a San José, el “hombre justo” que, en la humildad del taller de Nazaret, proveyó con el trabajo de las propias manos al sustentamiento de la Sagrada Familia.
San José está ante vosotros como hombre de fe y de oración. La liturgia le aplica la Palabra de Dios en el Salmo 88: “Él me invocará: Tú eres mi padre,/ mi Dios, mi roca salvadora” (v.27). Ciertamente, ¡cuántas veces, durante las largas jornadas de trabajo, José habrá elevado su pensamiento a Dios para invocarlo, para ofrecerle su fatiga, para implorar luz, ayuda, consuelo! ¡Cuántas veces! Pues bien, este hombre, que con toda su vida parecía gritar a Dios: “Tú eres mi padre”, obtuvo esta gracia particularísima: el Hijo de Dios en la tierra lo trató como padre. José invoca a Dios con todo el ardor de su espíritu de creyente: “Padre mío”, y Jesús, que trabajaba a su lado con las herramientas del carpintero, se dirigía a él, llamándole “padre”.
Misterio profundo: Cristo que, en cuanto Dios, tenía directamente la experiencia de la Paternidad divina en el seno de la Santísima Trinidad, vivió esta experiencia, en cuanto hombre, a través de la persona de José, su padre putativo. Y José, a su vez, en la casa de Nazaret, ofreció al niño que crecía a su lado el apoyo de su equilibrio viril, de su clarividencia, de su valentía, de las dotes propias de todo buen padre, sacándolas de esa fuente suprema “de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra” (Ef 3,15).
--- Relación padres e hijos
Alguien ha dicho que hoy estamos viviendo la crisis de una “sociedad sin padres”.
Queridos padres: en Dios, fuente de toda paternidad, en su modo de actuar con los hombres, como nos revela la Sagrada Escritura, podéis encontrar el modelo de una paternidad capaz de incidir positivamente en el proceso educativo de vuestros hijos, no sofocando, por una parte, su espontaneidad, ni abandonando, por otra, su personalidad aún inmadura, a las experiencias traumatizantes de la inseguridad y de la sociedad.
José y su Esposa castísima, la Virgen María, no abdicaron de la autoridad que les competía como padres. El Evangelio dice significativamente de Jesús: “...estaba bajo su autoridad” (Lc 2,51). Era una sumisión “constructiva” aquella de la que fueron testigos las paredes de la casa de Nazaret, ya que dice el Evangelio que, gracias a ella, el Niño “iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (ib.,52).
En este crecimiento humano José guiaba y sostenía al Niño Jesús, introduciéndolo en el conocimiento de las costumbres religiosas y sociales del pueblo judío, y encaminándolo en la práctica del oficio de carpintero, del que durante tantos años de ejercicio, él había asimilado todos los secretos. San José enseñó a Jesús el trabajo humano, en el que era experto. El divino Niño trabajaba junto a él, y escuchándolo y observándolo aprendía a manejar los instrumentos propios del carpintero con la diligencia y la dedicación que el ejemplo del padre putativo le transmitía.
En el trabajo hay un específico valor moral con un significado preciso para el hombre y para su realización. En la Encíclica Laborem exercens, he hecho notar precisamente que “mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en cierto sentido se hace más hombre" (n.9).
--- Intercesión de S. José
“Te hago padre de muchos pueblos” (Rm 4,17), se proclama en la primera lectura. Las palabras que Dios dirige a Abraham, ya anciano y todavía sin descendencia, la liturgia se las aplica hoy a San José, el cual no tuvo en absoluto descendencia carnal; Después de haber sido un instrumento particular de la Providencia divina para con Jesús y María, sobre todo durante la persecución de Herodes, San José continúa desempeñando su providencial y “paterna” misión en la vida de la Iglesia y de todos los hombres.
“Padre de muchos pueblos”: la devoción con que los cristianos de todas las partes del mundo, animados en esto por la liturgia, se dirige a San José para confiarle las propias penas y para implorar su protección, confirma el hecho singular de esta paternidad sin límites.
“El me invocará: Tú eres mi padre”. Como San José, invocad también vosotros con una oración asidua y fervorosa al Padre celestial y también vosotros experimentaréis, como él, la verdad de las siguientes palabras del Señor: “Le mantendré eternamente mi favor/ y mi alianza con él será estable” (Sal 88,29).
DP-85
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La figura de S. José, que hoy contemplamos, se agiganta cuando vemos que Jesús, siendo el hijo de Dios a quien el cielo y la tierra están sujetos, quiso estar bajo la autoridad de José. La sublimidad de esta obediencia honra a S. José más que todos los elogios que la piedad cristiana pueda dedicarle.
Dios puso en manos de S. José lo que más quería: su Hijo y su Madre. “Si es verdad que la Iglesia entera es deudora a la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es S. José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular. José viene a ser el broche del AT, broche en el que fructifica la promesa hecha a los patriarcas y los profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo que para ellos había sido mera promesa” (S. Bernardino de Siena).
De ahí que la Iglesia rece así: “¡Oh, feliz varón, bienaventurado José, a quien le fue concedido no sólo ver y oír al Dios a quien muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron, sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo! Ruega por nosotros, bienaventurado José”.
Uno de los rasgos más llamativos de S. José es, sin duda, el silencioso discurrir de su existencia terrena Es realmente impresionante y ejemplar, la vida sencilla, modesta y laboriosa de un hombre que ha recibido de Dios luces tan extraordinarias, testigo de excepción junto con María de la Encarnación del Hijo de Dios -y en cierto modo protagonista-, y no siente la necesidad de encaminar sus pasos por un sendero llamativo que atraiga la atención de sus contemporáneos. “Para él los trabajos, las responsabilidades, los riesgos, los afanes de la singular y pequeña familia sagrada. Para él el servicio, el trabajo, el sacrificio en la penumbra del cuadro evangélico en el cual nos complace contemplarlo y, ahora que nosotros lo sabemos todo, llamarlo dichoso, bienaventurado” (Pablo VI).
“Maestro de vida interior, trabajador empeñado en su tarea, servidor fiel de Dios en relación continua con Jesús: éste es José. Con San José, el cristiano aprende lo que es ser de Dios y estar plenamente entre los hombres, santificando el mundo. Tratad a José y encontraréis a Jesús. Tratad a José y encontraréis a María, que llenó siempre de paz el amable taller de Nazaret” (S. Josemaría Escrivá).
El recurso a S. José debería ser tan confiado y frecuente como lo ha sido y lo es en las almas que le profesan una gran devoción. ¡Id a José! Los Sumos Pontífices han aconsejado a los padres de familia, a los trabajadores, a los emigrantes, a los exiliados, a los adoradores de Dios en el silencio de los templos y de los monasterios y conventos, a los afligidos, a los agonizantes, a los que confiesan su fe y luchan por los derechos de Dios, a todo el pueblo católico, que acudan confiados a S. José. “No me acuerdo de haberle pedido cosa que la haya dejado de hacer, decía Sta. Teresa. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este santo; los peligros de que me ha librado, así de cuerpo como de alma. Que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer una necesidad, mas este glorioso santo tengo experimentado que socorre en todas y que quiere darnos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra, así en el cielo hará cuanto le pida”.
Es seguro, que quien recibió de Dios la misión de custodiar la frágil y amenazada infancia de Jesús, continuará protegiendo el también frágil y amenazado Cuerpo Místico de Cristo y cada uno de los miembros del mismo que somos cada uno de nosotros.
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"La promesa está asegurada para toda la descendencia"
2 S 7,4-5a.12-14a.16: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre"
Sal 88,2-3.4-5.17-19: "Su linaje será perpetuo"
Rm 4,13.16-18.22: "Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza"
Mt 1,16.18-21.24a: "José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor"
Sal 88,2-3.4-5.17-19: "Su linaje será perpetuo"
Rm 4,13.16-18.22: "Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza"
Mt 1,16.18-21.24a: "José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor"
El profeta Natán, que inicialmente había anunciado que David construiría el templo, cambia ahora el sentido de sus palabras, para decir que, por medio del rey, Dios "construirá" una dinastía ("casa") perdurable. Es una promesa personal, porque, mientras al pueblo de Israel se le aseguran paz y seguridad, a David se le anuncia un larguísimo linaje.
En José se dan dos momentos claves: saber esperar sin precipitaciones ("no quería denunciarla"), y aceptar desde la fe el anuncio del origen de la gravidez de su esposa. Con toda verdad se le puede llamar "justo", "bueno" y "honrado". Desde el primer momento de su narración, san Mateo trata de presentar la novedad de Cristo. José, perfecto conocedor de las maravillas obradas por Dios a lo largo del Antiguo Testamento, recibe ahora el anuncio de la última "maravilla". Y oye, atiende y entiende. Porque actuaba desde la plena confianza en Dios.
El hombre que dice no escuchar a Dios le tacha de mudo, pero nunca se le ocurre pensar si es que él mismo está sordo. La miseria del que no atiende ni escucha a otro está en que se cierra a sí mismo el camino, mientras no cambie. ¡Y es que no hay peor cosa que creer que uno ya lo ha escuchado todo y lo sabe todo! Y atender quiere decir que quien habla es importante, y si el mensaje es de Dios, nadie puede distraerse.
— La concepción virginal, obra divina:
"Los relatos evangélicos presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas: «Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo», dice el ángel a José a propósito de María, su desposada (Mt 1,20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un Hijo»" (497; cf. 498).
— San José, patrono de la buena muerte:
"La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ( «De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor»), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros «en la hora de nuestra muerte» (Ave María), y a confiarnos a san José, Patrono de la buena muerte" (1014).
— "La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el «sí» del Hijo hecho siervo y en el «fiat» de su humilde esclava" (2716).
— "El discípulo de Cristo acepta «vivir en la verdad», es decir, en la simplicidad de una vida conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad. «Si decimos que estamos en comunión con Él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad» (1 Jn 1,6)" (2470; cf. 2570).
— "Sólo pido por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial personas de oración, siempre que le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a san José por lo bien que les ayudó a ellos" (Santa Teresa de Jesús, lib. vida, 6).
Tener el oído y el espíritu abiertos para oír a Dios es tener la voluntad decidida a llevar a cabo su encargo.
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