domingo, 25 de noviembre de 2018

Jesucristo Rey del Universo; ciclo B


Jesucristo Rey del Universo; ciclo B

(Dan 7,13-14) "Su reino no tendrá fin"
(Ap 1,5-8) "Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso"
(Jn 18,33b-37) "Todo el que es de la verdad escucha mi voz"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía a laicos (25-XI-1979)
--- Rey del hombre y del mundo
--- Dignidad humana
--- Responsabilidad de los laicos
--- Rey del hombre y del mundo
Las verdades de fe que queremos manifestar, el misterio que queremos vivir, encierran en cierto sentido, todas las dimensiones de la historia, todas las etapas del tiempo humano, y abren, a la vez, la perspectiva de “un nuevo cielo y una nueva tierra” (Ap 21,1) la perspectiva de un reino que “no es de este mundo” (Jn 18,36). Es posible que se entienda erróneamente el significado de las palabras sobre el “Reino” pronunciadas por Cristo ante Pilatos, esto es, sobre el reino que no es de este mundo. Sin embargo, el contexto singular del acontecimiento en cuyo ámbito fueron pronunciadas, no permite comprenderlo así. Debemos admitir que el reino de Cristo, gracias al cual se abren ante el hombre las perspectivas extraterrestres, las perspectivas de la eternidad, se forma en el mundo y en la temporalidad. En efecto, se forma en el propio hombre mediante “el testimonio de la verdad” (Jn 18,37) que Cristo ha rendido en aquel momento dramático de su misión mesiánica: ante Pilatos, ante la muerte de cruz pedida al juez por sus acusadores. Así pues, nuestra atención no sólo debe ser atraída por el momento litúrgico de la solemnidad de hoy, sino también por la sorprendente síntesis de la verdad que expresa y proclama esta solemnidad.
Jesucristo es “el testigo fiel” (cfr. Ap. 1,5), como dice el autor del Apocalipsis. Es “el testigo fiel” del señorío de Dios sobre la creación y, ante todo, sobre la historia del hombre. En efecto, Dios ha formado al hombre desde el principio como Creador y, al mismo tiempo, como Padre. Y como Creador y como Padre está siempre presente en su historia. No sólo es el Principio y el Fin de todo lo creado, sino también el Señor de la historia y el Dios de la Alianza: “Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios. El que es, el que era y el que viene, el Omnipotente” (Ap 1,8).
Jesucristo -”Testigo fiel”- ha venido al mundo precisamente para dar testimonio de ello.
¡Su venida en el tiempo! De qué modo tan concreto y sugestivo la había pronunciado el profeta Daniel en su visión mesiánica, hablando de la venida de “un hijo del hombre” (Dan 7,13) y delineando la visión espiritual de su reino en estos términos: “a él el poder, la gloria y el reino; todos los pueblos, naciones y lenguas le servirán; su poder es un poder eterno que nunca pasará, y su reino jamás será destruido” (Dan 7,14). Así ve el reino de Cristo el profeta Daniel, probablemente en el siglo II antes de que Él viniera al mundo.
Aquel suceso ante Pilatos el viernes anterior a la Pascua nos permite liberar la imagen profética de Daniel de toda asociación impropia. Pues el propio “Hijo del Hombre” responde a la pregunta hecha por el Gobernador romano. Esta respuesta dice así: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis ministros habrían luchado para que no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Jn 18,36).
Pilatos, representa el poder ejercido en nombre de la poderosa Roma sobre el territorio de Palestina, un hombre que piensa según categorías temporales y políticas, no entiende tal respuesta. Entonces, pregunta por segunda vez: “¿Luego tú eres rey?” (Jn 18,37).
Cristo responde también por segunda vez. Así como la primera ha explicado en qué sentido es rey, ahora, para responder plenamente a la pregunta de Pilatos y, al mismo tiempo, a la pregunta de toda la historia de la humanidad, de todos los reyes y de todos los políticos, responde así: “Yo soy rey. Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz” (Jn 18,37).
--- Dignidad humana
Esta respuesta, en relación con la primera, expresa toda la verdad sobre Su reino, toda la verdad sobre Cristo Rey.
En esta verdad se incluye también aquellas últimas palabras del Apocalipsis con las que el discípulo predilecto completa en cierto modo, a la luz del coloquio que tuvo lugar el Viernes Santo en la residencia jerosolimitana de Pilatos, lo que en su tiempo había escrito el profeta Daniel. San Juan señala: “Ved que viene en las nubes del cielo (así se había expresado ya Daniel) y todo ojo le verá, y cuantos le traspasaron... Sí, amén” (Ap 1,7).
Escribe: Amén. Esta única palabra sella, por decirlo así, la verdad sobre Cristo Rey. Él no es tanto “el testigo fiel” como el primogénito entre los muertos” (Ap 1,5). Y sí el príncipe de la tierra y de los que gobiernan (“el príncipe de los reyes de la tierra” (Ap 1,5)), lo es por esto, sobre todo por esto y definitivamente por esto: porque “nos ama y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre, y nos ha hecho un reino y sacerdotes de Dios su Padre” (Ap. 1,5-6).
He aquí la plena definición de aquel reino, he aquí toda la verdad sobre Cristo Rey. Pero es ésta una verdad que, de modo particular, exige una respuesta: no sólo comprensión, no sólo su aceptación por el intelecto, sino una respuesta que emerge de toda la vida.
Cristo ha subido a la cruz como Rey singular: como el eterno testigo de la verdad. “Para esto ha nacido y para esto ha venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37). Este testimonio es la medida de nuestras obras. La medida de la vida. La verdad por la que Cristo ha dado la vida -y que ha confirmado con la resurrección- es la fuente fundamental de la dignidad del hombre. El reino de Cristo se manifiesta, como enseña el Concilio, en la “realeza” del hombre. Es necesario que, bajo la luz, sepamos participar en todas las esferas de la vida contemporánea y transformarlas. Pues no faltan en nuestros tiempos propuestas dirigidas al hombre, no faltan programas que se invocan para su bien. ¡Sepamos releerlas en la dimensión de la verdad plena sobre el hombre, de la verdad confirmada con las palabras y la cruz de Cristo! ¡Sepamos discernir bien lo que declaran!, ¿se expresa a la medida de la verdadera dignidad del hombre? La libertad que proclaman ¿sirve a la realeza del ser creado a imagen de Dios, o por el contrario apareja su privación o destrucción? Por ejemplo, ¿sirve a la verdadera libertad del hombre o expresan su dignidad la infidelidad conyugal, aún sancionada por el divorcio, o la falta de responsabilidad para con la vida concebida aunque la técnica moderna enseñe cómo desembarazarse de ella? Ciertamente, todo el permisivismo moral no se basa en la dignidad del hombre, ni educa al hombre en ella. (...).
--- Responsabilidad de los laicos
La raíz más profunda de todo ello se encuentra, (...), en el constante desprecio de la persona humana, de su dignidad, de sus derechos y deberes y del sentido religioso y moral de la vida. Todo ello requiere de vosotros una animosa asunción de responsabilidad, proponiéndoos algunas “perspectivas concretas de compromiso” y exactamente: la construcción de una verdadera comunidad cristiana, capaz de anunciar el Evangelio de forma creíble; el compromiso cultural de investigación y discernimiento crítico, en constante fidelidad al Magisterio, en orden a un correcto diálogo entre la Iglesia y el mundo; el empeño por contribuir al incremente del sentido de responsabilidad social, estimulando en el clero y en los fieles la solidaridad por el bien común tanto en la comunidad eclesial como en la civil; el empeño, en fin, en la pastoral vocacional, hoy particularmente urgente y en la comunicación social.
Hermanas y hermanos queridísimos, he aquí ante vosotros algunas precisas líneas de acción pastoral, que nadie es invitado a aminorar, en adhesión coherente y animosa con las exigencias del Bautismo y de la Confirmación y confirmadas por la participación en la Eucaristía. Ruego a todos y a cada uno que no os quedéis atrás, ante las propias responsabilidades. Os lo ruego en la solemnidad litúrgica de Cristo Rey.
Cristo, en cierto sentido, está siempre ante el tribunal de la conciencia humana, como una vez se encontró ante el tribunal de Pilatos. Él nos revela siempre la verdad de su reino. Y se encuentra siempre, en tantas partes, con la réplica: “¿Qué es la verdad?” (Jn 18,38).
Por ello, que esté Él aún más cerca de nosotros. Que su reino esté cada vez en nosotros. Paguémosle con el amor al cual nos ha llamado, ¡Y amemos en Él cada vez más la dignidad del hombre!
Entonces seremos verdaderamente partícipes de su misión. Llegaremos a ser apóstoles de Su reino.
DP-386 1979
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Termina el año litúrgico en el que hemos contemplado la vida de Jesucristo desde que nace hasta que muere y es llevado al Cielo, con la gran Solemnidad de Cristo Rey del universo. Cristo es Rey. Así lo declara el Antiguo y el Nuevo Testamento; así lo expresa la Liturgia, el Magisterio y la Tradición dos veces secular de la Iglesia. “Yo soy Rey, dijo Jesús a Pilato, yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.
Miremos a Jesús que está maniatado delante de un poderoso de la tierra. Fuera del palacio del gobernador los doctores de Israel están presionando al representante de la autoridad de Roma y manipulando al pueblo para que pida su muerte. Jesús declara que es Rey. Hace falta una confianza en sí mismo no común para afirmar esto en unas condiciones tan lastimosas sin el menor temblor y a sabiendas de que semejante afirmación puede parecer a quien la oye la de un enajenado o, al menos, sorprendente.
Jesús está persuadido de quién es Él, cuál es su misión en la tierra y el futuro que ella tiene. El Señor nos recuerda hoy la necesidad de proclamar la verdad cristiana siempre, incluso en los ambientes más refractarios, aunque ella vaya a ser acogida con indiferencia, con burlas o con el escéptico encogimiento de hombros de Pilato.
En una sociedad en que parece que lo único que cuenta es el éxito inmediato y a cualquier precio, nosotros debemos estar persuadidos y convencer también a los demás que la verdad y el triunfo final es Cristo. Quien sienta el ansia de verdad ante los numerosos enigmas de esta vida, muchos de ellos dolorosos e irritantes; quien note cómo su sensibilidad se eriza ante la colosal presencia del mal y piense que desterrarlo de este mundo es imposible; quien ante un análisis de la situación moral de nuestro mundo sienta la tentación de la parálisis, de que no vale la pena molestarse por mejorarla, debe mirar a Cristo en esta escena y no olvidar que su reino no tendrá fin, como afirmaremos dentro de un momento en el Credo.
No conocemos el tiempo en que ese Reino de Dios será una realidad, ni el modo en que nuestros esfuerzos contribuirán a liberar a la humanidad de la esclavitud de la corrupción y a la transformación del universo, pero debemos alimentar la esperanza de que nuestros trabajos, “una vez que, en el Espíritu del Señor y según su mandato, los hayamos propagado por la tierra, los volveremos a encontrar limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva a su Padre un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. En la tierra este reino está ya presente de una manera misteriosa, pero se completará con la llegada del Señor” (L. G., 39).
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"A ti, Príncipe de los siglos, a ti, Señor Jesús, te proclamamos Rey del mundo, de las mentes y de los corazones" (Himno "Te saeculorum")
Dn 7,13-14: "Su dominio es eterno, no pasa"
Sal 92,1ab.1c-2.5: "El Señor reina, vestido de majestad"
Ap 1,5-8: "El Príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios"
Jn 18,33-37: "Tú lo dices: soy rey"
En las palabras "como un hijo de hombre entre las nubes del cielo", se ha visto una figura del futuro Mesías, y en el "poder, trono y reino", que se le promete, imágenes que en la literatura bíblica hacen referencia siempre a tiempos mesiánicos.
Con tres títulos kerigmáticos, que evocan la pasión, muerte y resurrección de Cristo, comienza esta doxología del Apocalipsis: Jesús es testigo del Padre porque lo ha revelado; es el primer resucitado, que garantiza nuestra resurrección; y príncipe de los reyes de la tierra por su glorificación. Y aplica a Cristo títulos que ya Isaías había atribuido a Yavé, como "el primero y el último". Jesucristo es ahora "alfa y omega".
La frase "mi reino no es de este mundo" conecta con una tradición muy corriente en la tradición sinóptica y en la predicación cristiana, y presenta a Jesús como Mesías rey, pero desvinculado de la idea nacionalista y reivindicativa de algunos de sus coetáneos.
A veces se advierte que hay gente a quien gusta que le den órdenes y que todo esté dispuesto; con tal de limitarse a obedecer y no tener que tomar decisiones. No se sabe muy bien si es que renuncian a ser libres o es pura apatía y desidia. Sin embargo, nada más lejano de la condición humana. Aceptar responsabilidad es comprometerme desde la libertad con la construcción del mundo.
— "Corresponde al Hijo realizar el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de los tiempos; ése es el motivo de su  «misión». El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de  «la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras" (LG 5). Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo  «presente ya en misterio» (LG 3)" (763; cf. 764-765. 865).
— El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre.
— "Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf. GS 22; 32; 39; 45; EN 31)" (2820).
— "En la segunda petición, la Iglesia tiene principalmente a la vista el retorno de Cristo y la venida final del Reino de Dios. También ora por el crecimiento del Reino de Dios en el  «hoy» de nuestras vidas" (2859).
— "Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en Él, puede ser también el Reino de Dios porque en Él reinaremos" (San Cipriano, Dom. orat. 13) (2816).
Porque nos ha ganado al altísimo precio de su Sangre derramada en la Cruz, nuestro Rey no domina ni subyuga; invita, llama y atrae hacia sí todas las cosas.

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