viernes, 30 de noviembre de 2018

Sábado semana 34 de tiempo ordinario; año par


Sábado de la semana 34 de tiempo ordinario; año par

Hacia la casa del Padre
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre»” (Lucas 21,34-36).
I. Las lecturas de este último día del año litúrgico nos señalan el fin de nuestro caminar aquí en la tierra: la Casa del Padre, nuestra morada definitiva. El Apocalipsis nos enseña, mediante símbolos, la realidad de la vida eterna, donde se verá cumplido el anhelo del hombre: la visión de Dios y la felicidad sin término y sin fin: El nombre de Dios sobre la frente de los elegidos expresa su pertenencia al Señor (SAGRADA BIBLIA, EUNSA ). La muerte de los hijos de Dios será sólo el paso previo, la condición indispensable, para reunirse con su Padre Dios y permanecer con Él por toda la eternidad. Muchos hombres, sin embargo, no tienen la nostalgia del Cielo” porque se encuentran aquí satisfechos de su prosperidad y confort material y se sienten como si estuvieran en casa propia y definitiva, olvidando que no tenemos aquí morada permanente (Hebreos 13, 14) y que nuestro corazón está hecho para los bienes eternos.
II. El Cielo será la nueva comunidad de los hijos de Dios, que habrán alcanzado allí la plenitud de su adopción. Estaremos con corazón nuevo y voluntad nueva, con nuestro propio cuerpo transfigurado después de la resurrección. Jesús, en el que tiene lugar la plenitud de la revelación, nos insiste una y otra vez en una felicidad perfecta e inacabable. Su mensaje es de alegría y de esperanza en este mundo y en el que está por llegar. “Un gran Amor te espera en el Cielo: sin traiciones, sin engaños: ¡todo el amor, toda la belleza, toda la grandeza, toda la ciencia... ! Y sin empalago: te saciará sin saciar” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja).
III. En el Cielo veremos a Dios y gozaremos en Él con un gozo infinito, según la santidad y los méritos adquiridos aquí en la tierra. Es bueno y necesario fomentar la esperanza del Cielo; consuela en los momentos más duros y ayuda a mantener firme la virtud de la fidelidad. Pensemos con frecuencia en las palabras de Jesús: Voy a prepararos un lugar (Juan 14, 2). Allí en el Cielo, tenemos nuestra casa definitiva, muy cerca de Él y de su Madre Santísima. Aquí sólo estamos de paso. “Y cuando llegue el momento de rendir nuestra alma a Dios, no tendremos miedo a la muerte. La muerte será para nosotros un cambio de casa. Vendrá cuando Dios quiera, pero será una liberación, el principio de la Vida con mayúscula. La vida se cambia, no nos la arrebatan (Prefacio I de Difuntos)” (A. DEL PORTILLO, Homilía). Mañana comienza el Adviento, tiempo de la espera y de la esperanza; esperemos a Jesús muy cerca de María.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

jueves, 29 de noviembre de 2018

Viernes semana 34 de tiempo ordinario; año par


Viernes de la semana 34 de tiempo ordinario; año par

Una palabra eterna
“En aquel tiempo, expuso Jesús una parábola a sus discípulos: -«Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, os basta verlos para saber que el verano está cerca. Pues, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. Os aseguro que antes que pase esta generación todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán»” (Lucas 21,29-33).
I. A punto de concluir el ciclo litúrgico, leemos en el Evangelio de la Misa esta expresión del Señor: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Lucas 21, 33) Permanecerán porque fueron pronunciadas por Dios para cada hombre, para cada mujer que viene a este mundo. Jesucristo sigue hablando, y sus palabras, por ser divinas, son siempre actuales. Toda la Escritura anterior a Cristo adquiere su sentido exacto a la luz de la figura y de la predicación del Señor. Él es quien descubre el profundo sentido que se contiene en la revelación anterior. Los judíos que se negaron a aceptar el Evangelio se quedaron como con un cofre con un gran tesoro adentro, pero sin la llave para abrirlo. Desde siempre la Iglesia ha recomendado su lectura y meditación, principalmente del Nuevo Testamento, en el que siempre encontramos a Cristo que sale a nuestro encuentro. Unos pocos minutos diariamente nos ayudan a conocer mejor a Jesucristo, a amarle más, pues sólo se ama lo que se conoce bien.
II. Cuando en el Evangelio de la Misa leemos hoy que el cielo y la tierra pasarán, pero no sus palabras, nos señala de algún modo que en ellas se contiene toda la revelación de Dios a los hombres: la anterior a su venida, porque tiene valor en cuanto hace referencia a Él, que la cumple y clarifica; y la novedad que Él trae a los hombres, indicándoles con claridad el camino que han de seguir. Jesucristo es la plenitud de la revelación de Dios a los hombres. Cuántas veces hemos pedido a Jesús luz para nuestra vida con las palabras –Ut videam!, Que vea, Señor- de Bartimeo: o hemos acudido a su misericordia con las del publicano: ¡Oh Dios, apiádate de mí que soy un pecador! ¡Cómo salimos confortados después de ese encuentro diario con Jesús en el Evangelio!
III. Cuando la vida cristiana comienza a languidecer, es necesario un diapasón que nos ayude a vibrar de nuevo. ¡Cuántas veces la meditación de la Pasión de Nuestro Señor, ha sido como una enérgica llamada a huir de esa vida menos vibrante, menos heroica! No podemos pasar las páginas del Evangelio como si fuera un libro cualquiera. Su lectura, dice San Cipriano, es cimiento para edificar la esperanza, medio para consolidar la fe, alimento de la caridad, guía que indica el camino... (Tratado sobre la oración). Acudamos amorosamente a sus páginas, y podremos decir con el Salmista: Tu palabra es para mis pies una lámpara, la luz de mi sendero (Salmo 118, 105)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
San Andrés, apóstol

San Andrés Apóstol era natural de Betsaida, hermano de Simón y pescador como él. Fue al principio discípulo de Juan el Bautista, y luego uno de los primeros que conoció a Jesús, y quien llevó a Pedro al encuentro con el Maestro. En la multiplicación de los panes, Andrés es quien dice a Jesús que había un muchacho con unos panes y unos peces. Según la tradición, predicó el Evangelio en Grecia y murió crucificado en Acaya en una cruz en forma de aspa.
«Mientras caminaba junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón el llamado Pedro y Andrés su hermano, que echaban la red al mar, pues eran pescadores. Y les dijo: Seguidme y os haré pescadores de hombres. Ellos, al instante, dejaron las redes y le siguieron. Pasando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y Juan su hermano, que estaban en la barca con su padre Zebedeo remendando sus redes; y los llamó. Ellos, al instante, dejaron la barca y a su padre, y le siguieron». (Mateo 4, 18-22)
I. Fueron y vieron dónde vivía, y permanecieron aquel día con Él. Era alrededor de la hora décima.
Andrés, junto a Juan, es el primero de los Apóstoles llamado por Jesús, según nos relata el Evangelio. El Maestro ha comenzado su ministerio público y enseguida, al día siguiente, comienza a llamar a los que estarán más cercanos a su Persona. Se encontraba el Bautista con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Y los dos se fueron detrás del Señor. Se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? Les respondió: Venid y veréis. Era en realidad una amable invitación a que le acompañaran. Durante aquel día Jesús les hablaría de mil cosas con sabiduría divina y encanto humano, y quedaron ya para siempre unidos a su Persona. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y le siguieron. Juan, después de muchos años, pudo anotar en su Evangelio la hora del encuentro: Era alrededor de la hora décima, hacia las cuatro de la tarde. Jamás olvidó aquel momento en que Jesús les dijo: ¿Qué buscáis? Andrés también recordaría siempre aquel día definitivo.
Nunca se olvida el encuentro decisivo con Jesús. Aceptar la llamada del Señor, ser recibido en el círculo de sus más íntimos, es la mayor gracia que se puede recibir en este mundo. Representa ese día feliz, inolvidable, en el que somos invadidos por la clara invitación del Maestro, ese don inmerecido, tanto más valioso por cuanto viene de Dios, que da sentido a la vida, ilumina el futuro, llenándolo de sentido. Hay llamadas de Dios que son como una invitación dulce y silenciosa; otras, como la de San Pablo, fulminantes como un rayo que rasga la oscuridad, y también hay llamadas en las que el Maestro pone sencillamente la mano sobre el hombro, mientras dice: ¡Tú eres mío! ¡Sígueme! Entonces, el hombre, lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo, porque en él está su tesoro. Ha descubierto, entre los muchos dones de la vida, como un experto que busca perlas finas, la de mayor valor.
Venid y veréis. Es en el trato personal con el Señor donde Andrés y Juan conocieron, por experiencia personal, aquello que con las solas palabras no hubieran entendido del todo. Es en la oración personal, en la intimidad con Cristo, donde conocemos sus múltiples invitaciones y llamadas a seguirle más de cerca. Ahora, mientras hablamos con Él nos podríamos preguntar si tenemos el oído atento a su voz inconfundible, si estamos respondiendo hasta el fondo a lo que nos pide, porque Cristo pasa junto a nosotros y llama. Él sigue presente en el mundo, con la misma realidad de hace veinte siglos, y busca colaboradores que le ayuden a salvar almas. Vale la pena decir que sí a esta empresa divina.
II. Dijo Andrés a su hermano Simón: ¡Hemos encontrado al Mesías! (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús.
El encuentro con Jesús dejó a Andrés con el alma llena de felicidad y de gozo; una alegría nueva que era necesario comunicar enseguida. Parece como si no pudiera retener tanta dicha. Al primero que encontró fue a su hermano Pedro. Y comenta San Juan Crisóstomo que, después de haber estado con Jesús, después de haberle tratado durante aquel día, «no guardó para sí este tesoro, sino que se apresuró a acudir a su hermano, para hacerle partícipe de su dicha». Andrés debió hablar a Pedro con entusiasmo de su descubrimiento: ¡Hemos encontrado al Mesías!, le dice con ese tono especial del que está convencido, pues logra que Pedro, quizá cansado después de una jornada de trabajo, vaya hasta el Maestro, que ya le esperaba: Y lo llevó hasta Jesús. Ésa es nuestra tarea: llevar a Cristo a nuestros amigos, parientes y conocidos, hablándoles con ese convencimiento que persuade. Este anuncio es propio del alma que «se llena de gozo con su aparición y que se apresura a anunciar a los demás algo tan grande. Ésta es la prueba del verdadero y sincero amor fraternal, el mutuo intercambio de bienes espirituales». Verdaderamente, quien encuentra a Cristo lo encuentra para todos y, en primer lugar, para los más cercanos: parientes, amigos, colegas...
Nosotros hemos tratado con intimidad ¡quizá desde hace no pocos años! a Cristo, que pasó cerca de nuestra vida: «como Andrés, también nosotros, por la gracia de Dios, hemos descubierto al Mesías y el significado de la esperanza que hay que trasmitir a nuestro pueblo». El Señor se vale con frecuencia de los lazos de la sangre, de la amistad... para llamar a otras almas a seguirle. Esos vínculos pueden abrir la puerta del corazón de nuestros parientes y amigos a Jesús, que a veces no puede entrar debido a los prejuicios, los miedos, la ignorancia, la reserva mental o la pereza. Cuando la amistad es verdadera no son necesarios grandes esfuerzos para hablar de Cristo: la confidencia surgirá como algo normal. Entre amigos es fácil intercambiar puntos de vista, comunicar hallazgos... ¡Sería tan poco natural que no habláramos de Cristo, siendo lo más importante que hemos descubierto y el motor de nuestro actuar!
La amistad, con la gracia de Dios, puede ser el cauce natural y divino a un mismo tiempo para un apostolado hondo, capilar, hecho uno a uno. Muchos descubrirán por nuestras palabras llenas de esperanza y de alegría a Jesús cercano, como lo encontró Pedro, como quizá lo hallamos en otro tiempo nosotros. «Un día no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana que es la razón más sobrenatural, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de Él». Esa alegría que sólo hemos encontrado al seguir los pasos del Maestro, y que deseamos que muchos participen de ella.
III. Un tiempo más tarde, mientras caminaban junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón el llamado Pedro y Andrés su hermano, que echaban la red al mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: Seguidme y os haré pescadores de hombres. Ellos, al instante dejaron las redes y le siguieron. Es la llamada definitiva, culminación de aquel primer encuentro con el Maestro. Andrés, como los demás Apóstoles, respondió al instante, con prontitud. San Gregorio Magno, al comentar esta llamada definitiva de Jesús y el desprendimiento de todo lo que poseían con que respondieron aquellos pescadores, enseña que el reino de los cielos «vale tanto cuanto tienes». Ante Jesús que pasa no podemos reservarnos nada. Mucho dejaron Pedro y Andrés, «puesto que ambos dejaron los deseos de poseer». El Señor necesita corazones limpios y desprendidos. Y cada cristiano que sigue a Cristo ha de vivir, según su peculiar vocación, este espíritu de entrega. No puede haber algo en nuestra vida que no sea de Dios. ¿Qué nos vamos a reservar cuando el Maestro está tan cerca, cuando le vemos y le tratamos todos los días?
Este desprendimiento nos permitirá acompañar a Jesús que continúa su camino con paso rápido, que no sería posible seguir con demasiados fardos. El paso de Dios puede ser ligero, y sería triste que nos quedásemos atrás por cuatro cosas que no valen la pena. Él, de una forma u otra, pasa siempre cerca de nosotros y nos llama. Una veces lo hace a una edad temprana, otras en la madurez, y también cuando ya falta un trayecto más corto para llegar hasta Él, como se desprende de aquella parábola de los jornaleros que fueron contratados a diversas horas del día. En cualquier caso, es necesario responder a esa llamada con la alegría estremecida que nos han dejado los Evangelistas cuando recuerdan su llamada. Es el mismo Jesús el que pasa ahora, el que nos ha invitado a seguirle.
Cuenta la tradición que San Andrés murió alabando la cruz, pues le acercaba definitivamente a su Maestro: «Oh buena cruz, que has sido glorificada por causa de los miembros del Señor, cruz por largo tiempo deseada, ardientemente amada, buscada sin descanso y ofrecida a mis ardientes deseos (...), devuélveme a mi Maestro, para que por ti me reciba el que por ti me redimió». No nos importarán los mayores sacrificios si vemos a Jesús detrás de ellos.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Jueves semana 34 de tiempo ordinario; año par

Jueves de la semana 34 de tiempo ordinario; año par

Bendecid todos al Señor
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación»”(Lucas 21,20-28).
I. Los Salmos responsoriales de estos días recogen el bellísimo Canto llamado de los tres jóvenes (Trium puerorum), utilizado en la Iglesia desde la antigüedad como himno de acción de gracias. Comienza el himno con una invitación a todas las criaturas a dirigirse a su Creador, y al final aparecen todos los hombres, llamados a cantar las alabanzas al Creador (B. ORCHARD y otros, Verbum Dei). Nuestra vida cristiana debe ser toda ella como un canto vibrante de alabanza, lleno de adoración, acciones de gracias y entrega amorosa. Por eso, en la acción de gracias de la Comunión, mientras que tenemos en nuestro corazón al Señor del Cielo y tierra, nos unimos a todo el universo en su pregón de agradecimiento al Creador.
II. La vida entera, pero especialmente los momentos después de haber comulgado, es un tiempo de alegría y de alabanza a Dios. Para dar gracias al Señor nos podemos unir interiormente a todas las criaturas que, cada una según su ser, manifiestan su gozo al Señor. Te adoro con devoción, Dios escondido (Himno Adoro te devote), le decimos a Jesús en la intimidad de nuestro corazón después de haber comulgado. En esos momentos hemos de frenar nuestras impaciencias y permanecer recogidos con Dios que nos visita. Las almas de todos los tiempos que han estado cerca de Dios han esperado con impaciencia ese momento inefable en el que tan próximos estamos de Él. Examinemos hoy con qué amor acudimos nosotros a la Santa Misa, donde tributamos a Dios la alabanza suprema, y con qué atención y esmero cuidamos de esos minutos que estamos con Él. Es una cortesía que no debemos descuidar jamás.
III. En la Comunión, llega a nuestro corazón, el mismo Hijo del Hombre que vendrá glorioso al final de los tiempos; viene para fortalecernos y llenarnos de paz. Viene como el Amigo tanto tiempo esperado. Y hemos de recibirlo como lo hicieron sus más íntimos. Hemos de tratar bien a Jesús, que tanto desea visitarnos en nuestra pobre casa. “Y no suele Su Majestad pagar mal la posada, si le hace buen hospedaje” (SANTA TERESA, Camino de perfección). Es una buena ocasión de unirnos a toda la Creación para alabar y dar gracias al Creador que, humilde, se queda sacramentalmente en nuestro corazón esos minutos. Cualquier esfuerzo que pongamos para recibirlo con amor y delicadeza será siempre largamente recompensado. Pidámosle a la Virgen que nos ayude a recibirlo como Ella lo recibió.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvaja

martes, 27 de noviembre de 2018

Miércoles semana 34 de tiempo ordinario; año par

Miércoles de la semana 34 de tiempo ordinario; año par

Pacientes en las dificultades
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»”
I. En los textos de la Misa de hoy, el Señor nos anuncia: en el mundo tendréis grandes tribulaciones; pero tened confianza, Yo he vencido al Mundo (3). En este caminar en que consiste la vida vamos a sufrir pruebas diversas, unas que parecen grandes, otras de poco relieve, en la cuales el alma debe salir fortalecida, con la ayuda de la gracia. Estas contradicciones vendrán de fuera, con ataques directos o velados, de quienes no comprenden la vocación cristiana... Pueden venir dificultades económicas, familiares... Pueden llegar la enfermedad, el desaliento, el cansancio... La paciencia es necesaria para perseverar, para estar alegres por encima de cualquier circunstancia; esto será posible porque tenemos la mirada puesta en Cristo, que nos alienta a seguir adelante, sin fijarnos demasiado en lo que querría quitarnos la paz. Sabemos que, en todas las situaciones, la victoria está de nuestra parte.
II. La paciencia es una virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas, como venidos del amor de Dios. Entonces identificamos nuestra voluntad con la del Señor, y eso nos permite mantener la fidelidad y la alegría en medio de las pruebas. Son diversos los campos en los que debemos ejercitar la paciencia. En primer lugar con nosotros mismos, puesto que es fácil desalentarse ante los propios defectos. Paciencia con quienes nos relacionamos, sobre todo si hemos de ayudarles en su formación o en su enfermedad: la caridad nos ayudará a ser pacientes. Y paciencia con aquellos acontecimientos que nos son contrarios porque ahí nos espera el Señor.
III. Para el apostolado, la paciencia es absolutamente imprescindible. El Señor quiere que tengamos la calma del sembrador que echa la semilla sobre el terreno que ha preparado previamente y sigue los ritmos de las estaciones. El Señor nos da ejemplo de una paciencia indecible. La paciencia va de la mano de la humildad y de la caridad, y cuenta con las limitaciones propias y las de los demás. Las almas tienen sus ritmos de tiempo, su hora. La caridad a todo se acomoda, cree todo, todo lo espera y todo lo soporta, enseña San Pablo (1 Corintios 13, 7). Si tenemos paciencia, seremos fieles, salvaremos nuestra alma y también la de muchos que la Virgen pone constantemente en nuestro camino.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal

lunes, 26 de noviembre de 2018

Martes semana 34 de tiempo ordinario; año par


Martes de la semana 34 de tiempo ordinario; año par

Con los pies de barro
En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: -«Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.» Ellos le preguntaron: -«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» Él contestó: -«Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien "el momento está cerca"; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.» Luego les dijo: -«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo»” (Lucas 21,5-11).
I. Los hombres, como la estatua que soñó el rey Nabucodonosor en una de las lecturas de la Misa de hoy (Daniel 2, 31-35), tenemos una inteligencia de oro, que nos permite conocer a Dios; un corazón de plata, con una inmensa capacidad de amar; y la fortaleza que dan las virtudes... pero los pies los tendremos siempre de barro, con la posibilidad de caer al suelo si olvidamos esta debilidad del fundamento humano, de la que, por otra parte, tenemos sobrada experiencia. Este conocimiento del frágil material que nos sostiene nos debe volver prudentes y humildes. Sólo quien es consciente de esta debilidad no se fiará de sí mismo y buscará la fortaleza en el Señor, en la oración diaria, en el espíritu de mortificación, en la firmeza de la dirección espiritual, De esta forma, las propias fragilidades servirán para afianzar nuestra perseverancia, pues nos volverán más humildes y aumentarán nuestra confianza en la misericordia divina.
II. Nos enseña la iglesia que, a pesar de haber recibido el Bautismo, permanece en el alma la concupiscencia, el fomes peccati, “que procede del pecado y al pecado inclina” (CONCILIO DE TRENTO, Sesión 5). Tenemos los pies de barro, como esa estatua de la que habla el Profeta Daniel, y, además, la experiencia del pecado, de la debilidad, de las propias flaquezas, está patente en la historia del mundo y en la vida personal de todos los hombres. Cada cristiano es como una vasija de barro (2 Corintios 4, 7), que contiene tesoros de valor inapreciable, pero por su misma naturaleza puede romperse con facilidad. La experiencia nos enseña que debemos quitar toda ocasión de pecado. En nuestra debilidad resplandece el poder divino, y es un medio insustituible, para unirnos más al Señor, y para mirar con comprensión a nuestros hermanos, pues –como enseña San Agustín- no hay falta o pecado que nosotros no podamos cometer.
III. Si alguna vez fuera más agudo el conocimiento de nuestra debilidad, si las tentaciones arreciaran, oiremos cómo el Señor nos dice también a nosotros como a San Pablo: Te basta mi gracia, porque la fuerza resplandece en la flaqueza (2 Corintios 12, 9-10). El Señor nos ha dado muchos medios para vencer: se ha quedado en el Sagrario, nos dio la Confesión para recuperar la gracia: ha dispuesto que un Ángel nos guarde en todos los caminos; contamos con la Comunión de los Santos, del ejemplo de tantas personas buenas, de la corrección fraterna... Tenemos, sobre todo, la protección de Nuestra Madre, Refugio de los pecadores... Acudamos a Ella.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa

Las apariciones
El 1830 es un año clave: tiene lugar en París la primera aparición moderna de la Virgen Santísima. Comienza lo que Pío XII llamó la "era de María", una etapa de repetidas visitaciones celestiales. Entre otras: La Salette, Lourdes, Fátima ... Y como en su visita a Santa Isabel, siempre viene para traernos gracia, para acercarnos a Jesús, el fruto bendito de su vientre. También para recordarnos el camino de salvación y advertirnos las consecuencias de optar por otros caminos.
Sta. Catalina Labouré
Catalina nació el 2 de mayo de 1806, en Fain-les-Moutiers, Borgoña ( Francia ). Entró a la vida religiosa con la Hijas de la Caridad el 22 de enero de 1830 y después de tres meses de postulantado, 21 de abril, fue trasladada al noviciado de París, en la Rue du Bac, 140.
El Corazón de San Vicente
La novicia estaba presente cuando trasladaron los restos de su fundador, San Vicente de Paul, a la nueva iglesia de los Padres Paules a solo unas cuadras de su noviciado. El brazo derecho del santo fue a la capilla del noviciado.  En esta capilla, durante la novena, Catalina vio el corazón de San Vicente en varios colores.  De color blanco, significando la unión que debía existir entres las congregaciones fundadas por San Vicente. De color rojo, significando el fervor y la propagación que habían de tener dichas congregaciones. De color rojo oscuro, significando la tristeza por el sufrimiento que ella padecería. Oyó interiormente una voz: " el corazón de San Vicente está profundamente afligido por los males que van a venir sobre Francia ".  La misma voz añadió un poco mas tarde: " El corazón de San Vicente está mas consolado por haber obtenido de Dios, a través de la intercesión de la Santísima Virgen María, el que ninguna de las dos congregaciones perezca en medio de estas desgracias, sino que Dios hará uso de ellas para reanimar la fe ".
Visiones del Señor en la Eucaristía
Durante los 9 meses de su noviciado en la Rue du Bac, sor Catalina tuvo también la gracia especial de ver todos los días al Señor en el Santísimo Sacramento.
El domingo de la Santísima Trinidad, 6 de junio de 1830, el Señor se mostró durante el evangelio de la misa como un Rey, con una cruz en el pecho. De pronto, los ornamentos reales de Jesús cayeron por tierra, lo mismo que la cruz, como unos despojos desperdiciables. "Inmediatamente - escribió sor Catalina - tuve las ideas mas negras y terribles: que el Rey de la tierra estaba perdido y sería despojado de sus vestiduras reales. Sí, se acercaban cosa malas ".
Catalina sueña con ver a la Virgen
El domingo 18 de Julio 1930, víspera de la fiesta de San Vicente de Paúl, La maestra de novicias les había hablado sobre la devoción a los santos, y en particular a la Reina de todos ellos, María Santísima. Sus palabras, impregnadas de fe y de una ardiente piedad, avivaron en el corazón de Sor Laboure el deseo de ver y de contemplar el rostro de la Santísima Virgen. Como era víspera de San Vicente, les habían distribuido a cada una un pedacito de lienzo de un roquete del santo. Catalina se lo tragó y se durmió pensando que S. Vicente, junto con su ángel de la guarda, le obtendrían esa misma noche la gracia de ver a la Virgen como era su deseo. Precisamente, los anteriores favores recibidos en las diversas apariciones de San Vicente a Sor Catalina alimentaban en su corazón una confianza sin limites hacia su bienaventurado padre, y su candor y viva esperanza no la engañaron. "La confianza consigue todo cuanto espera" (San Juan de la Cruz).
El Angel la despierta
Todo era silencio en la sala donde dormía Sor Catalina y cerca de las 11:30 PM oyó que por tres veces la llamaban por su nombre. Se despertó y apartando un poco las cortinas de su cama miro del lado que venia la voz y vio entonces un niño vestido de blanco, que parecía tener como cuatro o cinco años, y el cual le dijo: "Levántate pronto y ven a la capilla; la Santísima Virgen te espera".
Sor Catalina vacila; teme ser notada de las otras novicias; pero el niño responde a su preocupación interior y le dice: "No temas; son las 11;30 p.m.; todas duermen muy bien. Ven yo te aguardo".
Ella no se detiene ya ni un momento; se viste con presteza y se pone a disposición de su misterioso guía, "que permanecía en pie sin separarse de la columna de su lecho."
Vestida Sor Catalina, el niño comienza a andar, y ella lo sigue marchando a "su lado izquierdo". Por donde quiera que pasaban las luces se encendían. El cuerpo del niño irradiaba vivos resplandores y a su paso todo quedaba iluminado.
Al llegar a la puerta de la capilla la encuentra cerrada; pero el niño toca la puerta con su dedito y aquella se abrió al instante.
Dice Catalina: "Mi sorpresa fue mas completa cuando, al entrar a la capilla, vi encendidas todas las velas y los cirios, lo que me recordaba la Misa de media noche". (todavía ella no ve a la Virgen)
El niño la llevó al presbiterio, junto al sillón destinado al P. Director, donde solía predicar a las Hijas de la Caridad, y allí se puso de rodillas, y el niño permaneció de pie todo el tiempo al lado derecho.
La espera le pareció muy larga, ya que con ansia deseaba ver a la Virgen. Miraba ella con cierta inquietud hacia la tribuna derecha, por si las hermanas de vela, que solían detenerse para hacer un acto e adoración, la veían.
Por fin llego la hora deseada, y el niño le dijo: "Ved aquí a la Virgen, vedla aquí"
Sor Catalina oyó como un rumor, como el roce de un traje de seda, que partía del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José. Vio que una señora de extremada belleza, atravesaba majestuosamente el presbiterio, "fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor, al lado del Evangelio".
Sor Catalina en el fondo de su corazón dudaba si verdaderamente estaba o no en presencia de la Reina de los Cielos, pero el niño le dijo: "Mira a la Virgen".
Le era casi imposible describir lo que experimentaba en aquel instante, lo que paso dentro de ella, y le parecía que no veía a la Santísima Virgen.
Entonces el niño le habló, no como niño, sino como el hombre mas enérgico y palabras muy fuertes: -"¿Por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que mas le agrade?" "
Entonces, mirando a la Virgen, me puse en un instante a su lado, me arrodille en el presbiterio, con las manos apoyadas en las rodillas de la Santísima Virgen. "Allí pasé los momentos más dulces de mi vida; me sería imposible decir lo que sentí".
Ella me dijo cómo debía portarme con mi director, la manera de comportarme en las penas y acudir (mostrándome con la mano izquierda) a arrojarme al pie del altar y desahogar allí mi corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad. Entonces le pregunté que significaban las cosa que yo había visto, y ella me lo explicó todo ".
Instrucciones de la Santísima Virgen
Fueron muchas las confidencias que Sor Catalina recibió de los labios de María Santísima, pero jamas podremos conocerlas todas, porque respecto a algunas de ellas, le fue impuesto el mas absoluto secreto.
La Virgen le dio algunos consejos para su particular provecho espiritual: (La Virgen es Madre y Maestra)
1- Como debía comportarse con su director (humildad profunda y obediencia). Esto a pesar de que su confesor, el padre Juan María Aladel, no creyó sus visiones y le dijo que las olvidara.
2- La manera de comportarse en las penas, (paciencia, mansedumbre, gozo)
3- Acudir siempre (mostrándole con la mano izquierda) a arrojarse al pie del altar y desahogar su corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviese necesidad. (corazón indiviso, no consuelos humanos)
La Virgen también le explicó el significado de todas las apariciones y revelaciones que había tenido de San. Vicente y del Señor.
Luego continuó diciéndole:
Dios quiere confiarte una misión; te costara trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios. Tu conocerás cuan bueno es Dios. Tendrás que sufrir hasta que los digas a tu director. No te faltaran contradicciones; mas te asistirá la gracia; no temas. Háblale a tu director con confianza y sencillez; ten confianza no temas. Veras ciertas cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración.
Los tiempos son muy calamitosos. Han de llover desgracias sobre Francia. El trono será derribado. El mundo entero se verá afligido por calamidades de todas clases (al decir esto la Virgen estaba muy triste). Venid a los pies de este altar, donde se prodigaran gracias a todos los que las pidan con fervor; a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres.
Deseo derramar gracias sobre tu comunidad; lo deseo ardientemente. Me causa dolor el que haya grandes abusos en la observancia, el que no se cumplan las reglas, el que haya tanta relajación en ambas comunidades a pesar de que hay almas grandes en ellas. Díselo al que esta encargado de ti, aunque no sea el superior. Pronto será puesto al frente de la comunidad. El deberá hacer cuanto pueda para restablecer el vigor de la regla. Cuando esto suceda otra comunidad se unirá a las de ustedes.
Vendrá un momento en que el peligro será grande; se creerá todo perdido; entonces yo estaré contigo, ten confianza. Reconocerás mi visita y la protección de Dios y de San Vicente sobre las dos comunidades..
Mas no será lo mismo en otras comunidades, en ellas habrá víctimas..(lagrimas en los ojos). El clero de París tendrá muchas víctimas..Morirá el señor Arzobispo.
Hija mía, será despreciada la cruz, y el Corazón de mi Hijo será otra vez traspasado; correrá la sangra por las calles ( la Virgen no podía hablar del dolor, las palabras se anudaban en su garganta; semblante pálido). El mundo entero se entristecerá . Ella piensa: ¿cuando ocurrirá esto? y una voz interior asegura: cuarenta años y diez y después la paz.
La Virgen, después de estar con ella unas dos horas, desaparece de la vista de Sor Catalina como una sombra que se desvanece.
En esta aparición la Virgen:
Le comunica una misión que Dios le quiere confiar.
La prepara con sabios consejos para que hable con sumisión y confianza a su director.
Le anuncia futuros eventos para afianzar la fe de aquellos que pudieran dudar de la aparición.
Le Regala una relación familiar de madre-hija: la ve, se acerca a ella, hablan con familiaridad y sencillez, la toca y la Virgen no solo consiente, sino que se sienta para que Catalina pueda aproximarse hasta el extremo de apoyar sus brazos y manos en las rodillas de la Reina del Cielo.
Todas las profecías se cumplieron:
1-la misión de Dios pronto le fue indicada con la revelación de la medalla milagrosa.
2-una semana después de esta aparición estallaba la revolución. Los revoltosos ocupaban las calles de París, saqueos, asesinatos, y finalmente era destronado Carlos X, sustituido por el "rey ciudadano" Luis Felipe I, gran maestro de la masonería.
3-El P. Aladel (director) es nombrado en 1846 Director de las Hijas de la Caridad, establece la observancia de la regla y hacia la década del 60 otra comunidad femenina se une a las Hijas de la Caridad.
4-En 1870 (a los 40 años) llegó el momento del gran peligro, con los horrores de la Comuna y el fusilamiento del Arzobispo Mons. Darboy y otros muchos sacerdotes.
5- solo queda por cumplir la ultima parte.
Aparición del 27 de noviembre del 1830
La tarde el 27 de Nov. de 1830, sábado víspera del primer domingo de Adviento, en la capilla, estaba Sor Catalina haciendo su meditación, cuando le pareció oír el roce de un traje de seda que le hace recordar la aparición anterior.
Aparece la Virgen Santísima, vestida de blanco con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello. Cubría su cabeza un velo blanco que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies. Cuando quiso describir su rostro solo acertó a decir que era la Virgen María en su mayor belleza.
Sus pies posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, y aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. Sus manos elevadas a la altura del corazón sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una crucecita.
La Stma. Virgen mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, circundándola en este momento de tal claridad, que no era posible verla.
Tenia tres anillos en cada dedo; el mas grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y no mas pequeño, en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo; llenaban toda la parte baja.
Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, ella la miró y dijo a su corazón:
Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden.
Con estas palabras La Virgen se da a conocer como la mediadora de las gracias que nos vienen de Jesucristo.
El globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies.
La Medalla Milagrosa:
En este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: "María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti"
Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda .
Oyó de nuevo la voz en su interior: "Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán mas abundantes para los que la lleven con confianza".
La aparición, entonces, dio media vuelta y quedo formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.
En el aparecía una M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una espada. En torno había doce estrellas.
La misma aparición se repitió, con las mismas circunstancias, hacia el fin de diciembre de 1830 y a principios de enero de 1831. La Virgen dijo a Catalina: "En adelante, ya no veras , hija mía; pero oirás mi voz en la oración".
Un día que Sor Catalina estaba inquieta por no saber que inscripción poner en el reverso de la medalla, durante la oración, la Virgen le dijo: "La M y los dos corazones son bastante elocuentes".
Símbolos de la Medalla y mensaje espiritual:
En el Anverso:
-María aplastando la cabeza de la serpiente que esta sobre el mundo. Ella, la Inmaculada, tiene todo poder en virtud de su gracia para triunfar sobre Satanás.
-El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la mujer del Apocalipsis, vestida del sol.
-Sus manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de madre y mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes pidan.
-Jaculatoria: dogma de la Inmaculada Concepción (antes de la definición dogmática de 1854). Misión de intercesión, confiar y recurrir a la Madre.
-El globo bajo sus pies: Reina del cielos y tierra.
-El globo en sus manos: el mundo ofrecido a Jesús por sus manos.
En el reverso:
-La cruz: el misterio de redención- precio que pagó Cristo. obediencia, sacrificio, entrega
-La M: símbolo de María y de su maternidad espiritual.
-La barra: es una letra del alfabeto griego, "yota" o I, que es monograma del nombre, Jesús.
Agrupados ellos: La Madre de Jesucristo Crucificado, el Salvador.
-Las doce estrellas: signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los apóstoles y que nace en el Calvario de su corazón traspasado.
-Los dos corazones: la corredención. Unidad indisoluble. Futura devoción a los dos y su reinado.
Nombre:
La Medalla se llamaba originalmente: "de la Inmaculada Concepción", pero al expandirse la devoción y haber tantos milagros concedidos a través de ella, se le llamó popularmente "La Medalla Milagrosa".
Conversión de Ratisbone:
Alfonso Ratisbone era abogado y banquero, judío, de 27 años. Tenía gran odio hacia los católicos porque su hermano Teodoro se había convertido y ordenado sacerdote, tenía como insignia la medalla milagrosa y luchaba por la conversión de los judíos.
Alfonso pensaba casarse poco después con una hija de su hermano mayor, Flora, diez años menor que el, cuando en enero de 1842, haciendo un viaje de turismo a Nápoles y Malta, por una equivocación de trenes llego a Roma. Aquí se creyó en la obligación de visitar a un amigo de la familia, el barón Teodoro de Bussiere, protestante convertido al catolicismo.
El barón le recibió con toda cordialidad y se ofreció a enseñarle Roma. En una reunión donde Ratisbone hablaba horrores de los católicos, este barón lo escuchó con mucha paciencia y al final le dijo: "Ya que usted está tan seguro de si, prométame llevar consigo lo que le voy a dar- ¿Que cosa?. Esta medalla. Alfonso la rechazó indignado y el barón replicó: "Según sus ideas, el aceptarla le debía dejar a usted indiferente. En cambio a mi me causaría satisfacción." Se echó a reír y se la puso comentando que él no era terco y que era un episodio divertido. El barón se la puso al cuello y le hizo rezar el Memorare.
El barón pidió oraciones a varias personas entre ellas al conde La Ferronays quien le dijo: "si le ha puesto la medalla milagrosa y le ha hecho rezar el Memorare, seguro que se convierte." El conde murió de repente dos días después. Se supo que durante esos dos días había ido a la basílica de Sta. María la Mayor a rezar cien Memorares por la conversión de Ratisbone.
Por la Plaza España se encuentra el barón con Ratisbone en su último día en Roma y este le invita a pasear. Pero antes tenía que pasar por la Iglesia de San Andrés a arreglar lo del funeral del conde. Ratisbone le acompaña a la Iglesia. He aquí su testimonio de lo que entonces sucedió: "a los pocos momentos de encontrarme en la Iglesia, me sentí dominado por una turbación inexplicable. Levanté los ojos y me pareció que todo el edificio desaparecía de mi vista. Una de las capillas (la de San Miguel) había concentrado toda la luz, y en medio de aquel esplendor apareció sobre el altar, radiante y llena de majestad y de dulzura, la Virgen Santísima tal y como esta grabada en la medalla. Una fuerza irresistible me impulsó hacia la capilla. Entonces la Virgen me hizo una seña con la mano como indicándome que me arrodillara... La Virgen no me habló pero lo he comprendido todo."

Santa Catalina Laboure descansa en Rue du Vac,
Paris su cuerpo incorrupto

El barón lo encuentra de rodillas, llorando y rezando con las manos juntas, besando la medalla. Poco tiempo mas tarde es bautizado en la Iglesia del Gesu en Roma. Por orden del Papa, se inicia un proceso canónico, y fue declarado "verdadero milagro".
Alfonso Ratisbone entró en la Compañía de Jesús. Ordenado sacerdote, fue destinado a París donde estuvo ayudando a su hermano Teodoro en los catecumenados para la conversión de los judíos.
Después de haber sido por 10 años Jesuita, con permiso sale de la orden y funda en 1848, las religiosas y las misiones de Ntra. Sra. de Sión. En solo los diez primeros años Ratisbone consiguió la conversión de 200 judíos y 32 protestantes. Trabajó lo indecible en Tierra Santa, logrando comprar el antiguo pretorio de Pilato, que convirtió en convento e Iglesia de las religiosas. También consiguió que estas religiosas fundasen un hospicio en Ain-Karim, donde murió santamente en 1884 a los 70 años.

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Triduo en honor de la Virgen de la Medalla Milagrosa.
Por la señal de la Santa Cruz, etc.
ACTO DE CONTRICION.
Oración para todos los días:
¡Oh María sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
¡Dulcísima Reina de los cielos y de la tierra!; que por amor a los hombres te dignastes a manifestarte, a vuestra sierva Sor Catalina, con las manos llenas de rayos de luz; a fìn de hacer saber al mundo que deseas derramar abundantes gracias sobre todos los que con confianza te piden; Concèdeme Madre mía, que a imitación de Sor Catalina derrames en mi alma la luz necesaria para conocer mi nada y mi miseria; y lo mucho que debo a mi Padre Dios, por tantísimos beneficios, como me ha dispensado; y que cumpliendo su voluntad en esta vida; pueda gozarle en Tu compañía eternamente en el cielo. Amén.
Tres Ave Marías, y 3 veces la jaculatoria “Oh María sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Primer Día:
¡Amorosísima Madre mía!, que placer tiene mi alma, cuando considero que tantos deseos tienes en concederme vuestros favores; que no esperas otra cosa, sino que acuda a Tì, para remediar nuestros males y llenarnos de vuestras gracias y dones.
Oh María, mi Madre amada, reina de la Corte Celestial, te ruego que todos acudamos siempre a Tì, como nuestra única esperanza.
Oración Final:
Acuérdate, ¡Oh piadosísima Siempre Virgen María!, que no se ha oído decir jamás; que ninguno de los que han recurrido a vuestra protección, e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado de Tì. Animado con esta confianza, ¡Oh Virgen de las Vírgenes!, a Tì vengo; gimiendo bajo el peso de mis pecados, me postro a Tus pies.
¡Oh Madre del Divino Verbo!, no desprecies mis súplicas; antes bien, escúchalas favorablemente, y dignate acogerlas. Amén.
Tres veces la jaculatoria: “Oh María sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Segundo Día:
¡Santísima Madre de Dios!, ¡Señora nuestra y mi tierna Madre!; que consuelo tan grande siente mi corazón, cuando contempla Tu imagen, como te viò Sor Catalina, con un globo en vuestras Divinas Manos, que representaba toda la tierra, y lo estrechabas sobre vuestro pecho; simbolizando así el amor que tienes a los hombres. Concèdeme, ¡oh Divina Madre Eterna! ¡Oh Madre mía!, el que sepamos corresponder a tanto amor, procurando imitar vuestras virtudes. Así sea.
Continúe con la oración final.
Tercer Día:
¡Virgen Inmaculada!. ¡Celestial Madre mía! Con que placer llego ante Tu Santísimo Altar; para contemplar Tus virtudes y exponer mis penas. Que aliento santo cobra mi espíritu, al acercarme ante Tu Sagrada Imagen; donde veo representada la más profunda humildad; una modestia admirable y el resto de todas las perfecciones con que el Señor Dios te adornó.
Haz ¡Madre Santísima!, ¡Divina y Celestial Señora! ¡Reina del Clero, de los apóstoles! ¡Madre del Mecías! ¡Hija predilecta de Dios Padre! Que oigamos siempre Tus maternales avisos, para que arrepentidos de nuestras culpas, e imitando vuestras virtudes; logremos la inmensa dicha de estar contigo en el cielo, por toda la eternidad. Así sea.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Lunes semana 34 de tiempo ordinario; año par

Lunes de la semana 34 de tiempo ordinario; año par

La viuda pobre
En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo: -«Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (Lucas 21,1-4).
I. Hoy consideramos en el Evangelio (Lucas 21, 1-4) cómo se conmovió el Señor cuando vio a la viuda pobre depositar dos monedas insignificantes para el sostenimiento del Templo: mientras los demás daban de lo que les sobraba, esta mujer dio todo lo que tenía para vivir. Haría la ofrenda con mucho amor, con una gran confianza en la Providencia divina, y Dios la recompensaría incluso en sus días aquí en la tierra. A nosotros nos enseña este pasaje a no tener miedo a ser generosos con Dios y con las buenas obras en servicio del Señor y de los demás, incluso sacrificar aquello que nos parece necesario para la vida. ¡Qué poco nos es realmente necesario! A Dios hemos de ofrecerle lo que somos y lo que tenemos, sin reservarnos ni siquiera una parte pequeña para nosotros. A Dios se le conquista con la última moneda. ¿Hay algo en nuestro corazón que no sea del Señor? ¿Qué nos pide Jesús ahora?
II. El Señor, a lo largo de su predicación, llama a quienes le siguen a ofrecerse a Dios Padre. Especialmente en la Santa Misa, el cristiano puede y debe ofrecerse juntamente con Cristo: Esta entrega se realiza cada día, ordinariamente en pequeños actos que van desde el esmero en ofrecer el día al comenzar la jornada, hasta las atenciones que requiere la convivencia con los demás; con el corazón siempre dispuesto a lo que el Señor quiera pedirnos, con una disposición de no negarle nada. Nuestra entrega ha de ser plena, sin condiciones, porque la media entrega acaba rompiendo la amistad con el Maestro. Sólo una generosidad plena nos permite seguir el ritmo de sus pasos. No temamos poner a disposición de Jesús todo lo que tenemos, no dudemos de darnos por entero. Le confesaremos rendidamente ¡Tú eres mi Dios y mi todo!
III. El Señor nos ha prometido el ciento por uno en esta vida, y luego la vida eterna (Lucas 18, 28-30). Él nos quiere felices también en esta vida: quienes le siguen con generosidad obtienen, ya aquí en la tierra, un gozo y una paz que superan con mucho las alegrías y consuelos humanos. Esta alegría es un anticipo del Cielo. El tenerle cerca es ya la mejor retribución. Nuestras ofrendas a Dios, muchas veces de tan poca importancia aparente, llegarán mejor hasta el Señor si lo hacemos a través de Nuestra Madre. “Aquello poco que desees ofrecer –recomienda San Bernardo-, procura depositarlo en las manos graciosísimas de María, a fin de que sea ofrecido al Señor sin sufrir de Él repulsa” (Homilía en la Natividad de la Virgen María).

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Jesucristo Rey del Universo; ciclo B


Jesucristo Rey del Universo; ciclo B

(Dan 7,13-14) "Su reino no tendrá fin"
(Ap 1,5-8) "Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso"
(Jn 18,33b-37) "Todo el que es de la verdad escucha mi voz"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía a laicos (25-XI-1979)
--- Rey del hombre y del mundo
--- Dignidad humana
--- Responsabilidad de los laicos
--- Rey del hombre y del mundo
Las verdades de fe que queremos manifestar, el misterio que queremos vivir, encierran en cierto sentido, todas las dimensiones de la historia, todas las etapas del tiempo humano, y abren, a la vez, la perspectiva de “un nuevo cielo y una nueva tierra” (Ap 21,1) la perspectiva de un reino que “no es de este mundo” (Jn 18,36). Es posible que se entienda erróneamente el significado de las palabras sobre el “Reino” pronunciadas por Cristo ante Pilatos, esto es, sobre el reino que no es de este mundo. Sin embargo, el contexto singular del acontecimiento en cuyo ámbito fueron pronunciadas, no permite comprenderlo así. Debemos admitir que el reino de Cristo, gracias al cual se abren ante el hombre las perspectivas extraterrestres, las perspectivas de la eternidad, se forma en el mundo y en la temporalidad. En efecto, se forma en el propio hombre mediante “el testimonio de la verdad” (Jn 18,37) que Cristo ha rendido en aquel momento dramático de su misión mesiánica: ante Pilatos, ante la muerte de cruz pedida al juez por sus acusadores. Así pues, nuestra atención no sólo debe ser atraída por el momento litúrgico de la solemnidad de hoy, sino también por la sorprendente síntesis de la verdad que expresa y proclama esta solemnidad.
Jesucristo es “el testigo fiel” (cfr. Ap. 1,5), como dice el autor del Apocalipsis. Es “el testigo fiel” del señorío de Dios sobre la creación y, ante todo, sobre la historia del hombre. En efecto, Dios ha formado al hombre desde el principio como Creador y, al mismo tiempo, como Padre. Y como Creador y como Padre está siempre presente en su historia. No sólo es el Principio y el Fin de todo lo creado, sino también el Señor de la historia y el Dios de la Alianza: “Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios. El que es, el que era y el que viene, el Omnipotente” (Ap 1,8).
Jesucristo -”Testigo fiel”- ha venido al mundo precisamente para dar testimonio de ello.
¡Su venida en el tiempo! De qué modo tan concreto y sugestivo la había pronunciado el profeta Daniel en su visión mesiánica, hablando de la venida de “un hijo del hombre” (Dan 7,13) y delineando la visión espiritual de su reino en estos términos: “a él el poder, la gloria y el reino; todos los pueblos, naciones y lenguas le servirán; su poder es un poder eterno que nunca pasará, y su reino jamás será destruido” (Dan 7,14). Así ve el reino de Cristo el profeta Daniel, probablemente en el siglo II antes de que Él viniera al mundo.
Aquel suceso ante Pilatos el viernes anterior a la Pascua nos permite liberar la imagen profética de Daniel de toda asociación impropia. Pues el propio “Hijo del Hombre” responde a la pregunta hecha por el Gobernador romano. Esta respuesta dice así: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis ministros habrían luchado para que no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Jn 18,36).
Pilatos, representa el poder ejercido en nombre de la poderosa Roma sobre el territorio de Palestina, un hombre que piensa según categorías temporales y políticas, no entiende tal respuesta. Entonces, pregunta por segunda vez: “¿Luego tú eres rey?” (Jn 18,37).
Cristo responde también por segunda vez. Así como la primera ha explicado en qué sentido es rey, ahora, para responder plenamente a la pregunta de Pilatos y, al mismo tiempo, a la pregunta de toda la historia de la humanidad, de todos los reyes y de todos los políticos, responde así: “Yo soy rey. Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz” (Jn 18,37).
--- Dignidad humana
Esta respuesta, en relación con la primera, expresa toda la verdad sobre Su reino, toda la verdad sobre Cristo Rey.
En esta verdad se incluye también aquellas últimas palabras del Apocalipsis con las que el discípulo predilecto completa en cierto modo, a la luz del coloquio que tuvo lugar el Viernes Santo en la residencia jerosolimitana de Pilatos, lo que en su tiempo había escrito el profeta Daniel. San Juan señala: “Ved que viene en las nubes del cielo (así se había expresado ya Daniel) y todo ojo le verá, y cuantos le traspasaron... Sí, amén” (Ap 1,7).
Escribe: Amén. Esta única palabra sella, por decirlo así, la verdad sobre Cristo Rey. Él no es tanto “el testigo fiel” como el primogénito entre los muertos” (Ap 1,5). Y sí el príncipe de la tierra y de los que gobiernan (“el príncipe de los reyes de la tierra” (Ap 1,5)), lo es por esto, sobre todo por esto y definitivamente por esto: porque “nos ama y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre, y nos ha hecho un reino y sacerdotes de Dios su Padre” (Ap. 1,5-6).
He aquí la plena definición de aquel reino, he aquí toda la verdad sobre Cristo Rey. Pero es ésta una verdad que, de modo particular, exige una respuesta: no sólo comprensión, no sólo su aceptación por el intelecto, sino una respuesta que emerge de toda la vida.
Cristo ha subido a la cruz como Rey singular: como el eterno testigo de la verdad. “Para esto ha nacido y para esto ha venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37). Este testimonio es la medida de nuestras obras. La medida de la vida. La verdad por la que Cristo ha dado la vida -y que ha confirmado con la resurrección- es la fuente fundamental de la dignidad del hombre. El reino de Cristo se manifiesta, como enseña el Concilio, en la “realeza” del hombre. Es necesario que, bajo la luz, sepamos participar en todas las esferas de la vida contemporánea y transformarlas. Pues no faltan en nuestros tiempos propuestas dirigidas al hombre, no faltan programas que se invocan para su bien. ¡Sepamos releerlas en la dimensión de la verdad plena sobre el hombre, de la verdad confirmada con las palabras y la cruz de Cristo! ¡Sepamos discernir bien lo que declaran!, ¿se expresa a la medida de la verdadera dignidad del hombre? La libertad que proclaman ¿sirve a la realeza del ser creado a imagen de Dios, o por el contrario apareja su privación o destrucción? Por ejemplo, ¿sirve a la verdadera libertad del hombre o expresan su dignidad la infidelidad conyugal, aún sancionada por el divorcio, o la falta de responsabilidad para con la vida concebida aunque la técnica moderna enseñe cómo desembarazarse de ella? Ciertamente, todo el permisivismo moral no se basa en la dignidad del hombre, ni educa al hombre en ella. (...).
--- Responsabilidad de los laicos
La raíz más profunda de todo ello se encuentra, (...), en el constante desprecio de la persona humana, de su dignidad, de sus derechos y deberes y del sentido religioso y moral de la vida. Todo ello requiere de vosotros una animosa asunción de responsabilidad, proponiéndoos algunas “perspectivas concretas de compromiso” y exactamente: la construcción de una verdadera comunidad cristiana, capaz de anunciar el Evangelio de forma creíble; el compromiso cultural de investigación y discernimiento crítico, en constante fidelidad al Magisterio, en orden a un correcto diálogo entre la Iglesia y el mundo; el empeño por contribuir al incremente del sentido de responsabilidad social, estimulando en el clero y en los fieles la solidaridad por el bien común tanto en la comunidad eclesial como en la civil; el empeño, en fin, en la pastoral vocacional, hoy particularmente urgente y en la comunicación social.
Hermanas y hermanos queridísimos, he aquí ante vosotros algunas precisas líneas de acción pastoral, que nadie es invitado a aminorar, en adhesión coherente y animosa con las exigencias del Bautismo y de la Confirmación y confirmadas por la participación en la Eucaristía. Ruego a todos y a cada uno que no os quedéis atrás, ante las propias responsabilidades. Os lo ruego en la solemnidad litúrgica de Cristo Rey.
Cristo, en cierto sentido, está siempre ante el tribunal de la conciencia humana, como una vez se encontró ante el tribunal de Pilatos. Él nos revela siempre la verdad de su reino. Y se encuentra siempre, en tantas partes, con la réplica: “¿Qué es la verdad?” (Jn 18,38).
Por ello, que esté Él aún más cerca de nosotros. Que su reino esté cada vez en nosotros. Paguémosle con el amor al cual nos ha llamado, ¡Y amemos en Él cada vez más la dignidad del hombre!
Entonces seremos verdaderamente partícipes de su misión. Llegaremos a ser apóstoles de Su reino.
DP-386 1979
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Termina el año litúrgico en el que hemos contemplado la vida de Jesucristo desde que nace hasta que muere y es llevado al Cielo, con la gran Solemnidad de Cristo Rey del universo. Cristo es Rey. Así lo declara el Antiguo y el Nuevo Testamento; así lo expresa la Liturgia, el Magisterio y la Tradición dos veces secular de la Iglesia. “Yo soy Rey, dijo Jesús a Pilato, yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.
Miremos a Jesús que está maniatado delante de un poderoso de la tierra. Fuera del palacio del gobernador los doctores de Israel están presionando al representante de la autoridad de Roma y manipulando al pueblo para que pida su muerte. Jesús declara que es Rey. Hace falta una confianza en sí mismo no común para afirmar esto en unas condiciones tan lastimosas sin el menor temblor y a sabiendas de que semejante afirmación puede parecer a quien la oye la de un enajenado o, al menos, sorprendente.
Jesús está persuadido de quién es Él, cuál es su misión en la tierra y el futuro que ella tiene. El Señor nos recuerda hoy la necesidad de proclamar la verdad cristiana siempre, incluso en los ambientes más refractarios, aunque ella vaya a ser acogida con indiferencia, con burlas o con el escéptico encogimiento de hombros de Pilato.
En una sociedad en que parece que lo único que cuenta es el éxito inmediato y a cualquier precio, nosotros debemos estar persuadidos y convencer también a los demás que la verdad y el triunfo final es Cristo. Quien sienta el ansia de verdad ante los numerosos enigmas de esta vida, muchos de ellos dolorosos e irritantes; quien note cómo su sensibilidad se eriza ante la colosal presencia del mal y piense que desterrarlo de este mundo es imposible; quien ante un análisis de la situación moral de nuestro mundo sienta la tentación de la parálisis, de que no vale la pena molestarse por mejorarla, debe mirar a Cristo en esta escena y no olvidar que su reino no tendrá fin, como afirmaremos dentro de un momento en el Credo.
No conocemos el tiempo en que ese Reino de Dios será una realidad, ni el modo en que nuestros esfuerzos contribuirán a liberar a la humanidad de la esclavitud de la corrupción y a la transformación del universo, pero debemos alimentar la esperanza de que nuestros trabajos, “una vez que, en el Espíritu del Señor y según su mandato, los hayamos propagado por la tierra, los volveremos a encontrar limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva a su Padre un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. En la tierra este reino está ya presente de una manera misteriosa, pero se completará con la llegada del Señor” (L. G., 39).
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"A ti, Príncipe de los siglos, a ti, Señor Jesús, te proclamamos Rey del mundo, de las mentes y de los corazones" (Himno "Te saeculorum")
Dn 7,13-14: "Su dominio es eterno, no pasa"
Sal 92,1ab.1c-2.5: "El Señor reina, vestido de majestad"
Ap 1,5-8: "El Príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios"
Jn 18,33-37: "Tú lo dices: soy rey"
En las palabras "como un hijo de hombre entre las nubes del cielo", se ha visto una figura del futuro Mesías, y en el "poder, trono y reino", que se le promete, imágenes que en la literatura bíblica hacen referencia siempre a tiempos mesiánicos.
Con tres títulos kerigmáticos, que evocan la pasión, muerte y resurrección de Cristo, comienza esta doxología del Apocalipsis: Jesús es testigo del Padre porque lo ha revelado; es el primer resucitado, que garantiza nuestra resurrección; y príncipe de los reyes de la tierra por su glorificación. Y aplica a Cristo títulos que ya Isaías había atribuido a Yavé, como "el primero y el último". Jesucristo es ahora "alfa y omega".
La frase "mi reino no es de este mundo" conecta con una tradición muy corriente en la tradición sinóptica y en la predicación cristiana, y presenta a Jesús como Mesías rey, pero desvinculado de la idea nacionalista y reivindicativa de algunos de sus coetáneos.
A veces se advierte que hay gente a quien gusta que le den órdenes y que todo esté dispuesto; con tal de limitarse a obedecer y no tener que tomar decisiones. No se sabe muy bien si es que renuncian a ser libres o es pura apatía y desidia. Sin embargo, nada más lejano de la condición humana. Aceptar responsabilidad es comprometerme desde la libertad con la construcción del mundo.
— "Corresponde al Hijo realizar el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de los tiempos; ése es el motivo de su  «misión». El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de  «la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras" (LG 5). Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo  «presente ya en misterio» (LG 3)" (763; cf. 764-765. 865).
— El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre.
— "Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf. GS 22; 32; 39; 45; EN 31)" (2820).
— "En la segunda petición, la Iglesia tiene principalmente a la vista el retorno de Cristo y la venida final del Reino de Dios. También ora por el crecimiento del Reino de Dios en el  «hoy» de nuestras vidas" (2859).
— "Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en Él, puede ser también el Reino de Dios porque en Él reinaremos" (San Cipriano, Dom. orat. 13) (2816).
Porque nos ha ganado al altísimo precio de su Sangre derramada en la Cruz, nuestro Rey no domina ni subyuga; invita, llama y atrae hacia sí todas las cosas.