Sábado de la semana 14 de tiempo ordinario; año impar
Jesús nos llama a cada uno en el camino de la vida, y nos habla de no tener miedo, pues la providencia de Dios saca bien de todo lo que nos pasa a lo largo del camino de la vida
“No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo. Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos!«No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. «Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mateo 10,24–33).
1.Jesús, eres el Maestro resucitado, que sigues enseñando a tus discípulos por medio del Espíritu. Continúas enviando a tus discípulos para ser misioneros abiertos a todas las gentes, y a todas sus culturas. Los sigues formando en la escucha atenta de tu Palabra en la Biblia y en la vida.
Nos pides, Señor, ser semejantes a ti, imitarte, adoptar tus pensamientos, tus maneras de ver y de amar. Todo el esfuerzo de nuestra vida es reconocerte.
-“Y si al Cabeza de familia lo han llamado "Belcebú" ¡cuánto más a la gente de su casa!” Se te acusa, Jesús, de ser un poseso. Siendo criticados y acusados nos parecemos a ti, Señor, el "cabeza de familia": tu casa, familia, es la Iglesia, nosotros somos "la gente de tu casa". Tú habitas con nosotros. Que seas Tú verdaderamente el "cabeza de familia", el que guía, el que decide, con quien agrada encontrarse, a quien se pide consejo, con quien se confía.
-“No les temáis... No tengáis miedo de los que matan el cuerpo”... No temáis: vosotros valéis más que todos los gorriones juntos. Por tres veces, Jesús, nos repites que no tengamos miedo. Para ti, Dios está presente en los menores acontecimientos de nuestras vidas: no cae un pájaro del nido sin que Dios no lo disponga... No crece una hierba, no madura un fruto, ni un solo animalillo sufre sin que Dios no lo sepa: Dios lo sabe todo, se interesa por todas sus criaturas... Dios ama a todas sus criaturas. Con más razón se interesa por sus criaturas preferidas, los hombres, sus hijos muy amados. "Los cabellos de vuestra cabeza están contados... ¡Vosotros valéis más que todos los pájaros del mundo! ¡No tengáis miedo!" ¿Tengo hacia el Padre esa confianza absoluta, inaudita que Jesús me sugiere?
-“Lo que os digo "en secreto"... "en la oscuridad"... "al oído"... Dadlo a conocer en torno vuestro, a plena luz, ¡proclamadlo!” Esas imágenes evocan la idea de confidencia: Jesús, tú no gritas al hablar... no te impones, nos hablas bajito, a media voz, junto al oído, si sabemos escucharle atentamente... es como un secreto confiado.
Haz, Señor, que oiga tu dulce y discreta voz, en la oración. Que sepa dedicar un tiempo a rezar cada día. Y luego ayúdame a repetir, a proclamar a todos tu Palabra.
-“Todo el que se pronuncie por mí ante los hombres, Yo me pronunciaré por él ante mi Padre del cielo”. Jesús, quieres ser nuestro "mediador": te pido que seas mi defensa (Noel Quesson)
«No tengáis miedo». Es la frase que más se repite en el pasaje de hoy. «No tengáis miedo de soñar», decía Benedicto XVI en el encuentro con los jóvenes en Loreto: «hoy por desgracia, con frecuencia, una existencia llena y feliz es vista por muchos jóvenes como un sueño difícil y, en ocasiones, casi irrealizable».
Quizá el materialismo ahoga la espiritualidad, y –seguía diciendo- «muchos de vuestros coetáneos ven el futuro con miedo y se plantean muchos interrogantes”. Se preguntan «cómo integrarse en una sociedad caracterizada por muchas y graves injusticias y sufrimientos. ¿Cómo reaccionar ante el egoísmo y la violencia que, en ocasiones, parecen prevalecer? ¿Cómo dar un sentido a la vida?»
La respuesta es Cristo: «¡No tengáis miedo, Cristo puede llenar las aspiraciones más íntimas de vuestro corazón!:… cada uno de vosotros, si está unido a Cristo, puede hacer grandes cosas».
«Por este motivo, queridos amigos, no debéis tener miedo de soñar, con los ojos abiertos, en grandes proyectos de bien, y no tenéis que dejaros desalentar por las dificultades». Como hemos de tener un espíritu joven, nos van muy bien estas palabras.
No es el éxito inmediato delante de los hombres lo que cuenta. Sino el éxito de nuestra misión a los ojos de Dios, que ve, no sólo las apariencias, sino lo interior y el esfuerzo que hemos hecho. Si nos sentimos hijos de ese Padre, y hermanos y testigos de Jesús, nada ni nadie podrá contra nosotros, ni siquiera las persecuciones y la muerte. El ejemplo lo tenemos en ti, Jesús, objeto de contradicciones y muerte de cruz. Pero no cediste, amaste la verdad aunque incomodara a los poderosos. Y salvaste a la humanidad y fuiste elevado a la gloria de la resurrección.
Las pruebas y las dificultades de la vida -las personales, de nuestro ambiente o del mundo- no nos deben asustar; y sigamos anunciando a plena luz, a los cercanos y a los lejanos, la buena noticia de la salvación que Dios nos ofrece (J. Aldazábal)
¿Recordáis que el Papa Juan Pablo II comenzó su pontificado gritando con fuerza ese "No tengáis miedo" de Jesús? Son palabras importantes: porque hay mucho miedo: nos asusta todo lo que no controlamos, y el futuro y la muerte… y la posibilidad de no salvarnos, pero nos dice san Juan que “El amor perfecto echa fuera el temor”, que “el que tiene miedo no es aún perfecto en el amor”: y nos han infundido mucho miedo, se ha entendido mal el temor de Dios, que está usado en la Biblia como sinónimo de reverenciarlo y no prescindir de El; de tomarlo en cuenta para confiar y esperar en Él; de no olvidarse de que Él es la suprema Realidad. Se ha tomado como una opresión a la conciencia para estar sin paz pensando que estamos en pecado, cuando Jesús nos dice: "Soy Yo, no temáis... ¿por qué teméis?... no se turbe vuestro corazón; la paz sea con vosotros; os doy la paz mía".
«No debes desconfiar de Dios ni desesperar de su misericordia; no quiero que dudes ni que desesperes de poder ser mejor: porque, aunque el demonio te haya podido precipitar desde las alturas de la virtud a los abismos del mal, ¿cuánto mejor podrá Dios volverte a la cumbre del bien, y no solamente reintegrarte al estado que tenias antes de la caída, sino también hacerte más feliz de lo que parecías antes?» (Rabano Mauro).
2. Están abreviadas, hoy, las despedidas de los dos últimos patriarcas, Jacob y José, con lo que se cierra el ciclo de Abrahán. Es nuestra última página del Génesis (el lunes iniciaremos la lectura del libro del Éxodo). Jacob siente que va a morir, que va a «reunirse con los suyos», y encarga que sin falta, cuando vuelvan a la tierra de Canaán, lleven sus restos mortales a la aldea de Mambré, cerca de Hebrón, a la cueva de Macpela que había comprado Abrahán y donde están enterrados sus antepasados. La muerte está contada con unos rasgos sencillos y emocionantes: «recogió los pies en la cama, expiró y se reunió con los suyos». Queda José con sus hermanos y sus familias. Cuando Jacob murió, los hermanos de José temieron a éste, y decidieron enviarle este mensaje: ‘antes de morir, tu padre nos encargó que te dijéramos que perdonaras nuestro crimen...’ Al recibirlo, José les respondió: No tengáis miedo...; yo os mantendré a vosotros y a vuestros hijos...” Quien asumió con resignación el ser vendido; quien asumió el trabajo y servicio a los demás como vía de realización personal humana en Egipto; quien alcanzó puestos de gran poder y honor en el mundo; quien no cultivó odio alguno en su corazón, acaba siendo ángel de la guarda de aquéllos que un día le traicionaron. Ése es el triunfo de la caridad, de la suma verdad, del amor.
Una vez más, aparece la magnanimidad de José y su perdón: «no tengáis miedo, ¿soy yo acaso Dios?». Es Dios quien juzga y premia y castiga. De nuevo José interpreta lo sucedido desde la visión providencial de Dios: «vosotros intentasteis hacerme mal, pero Dios intentaba hacer bien, para dar vida a un pueblo numeroso». También José les hace prometer que, cuando abandonen Egipto, llevarán sus restos a la tierra prometida por Dios a Abrahán. En efecto, así lo hicieron y fue enterrado en la cueva de Macpela, en Hebrón, la llamada «tumba de los patriarcas».
La muerte de nuestros seres queridos es buena ocasión para reflexionar: nos recuerda la caducidad de la vida, nos invita a reconciliarnos con los que permanecemos aquí, nos ayuda a echar una sabia mirada hacia atrás y hacia delante, nos sitúa en la presencia de Dios como Señor de la vida y de la muerte, nos consuela al pensar que «los nuestros», nuestros seres queridos ya fallecidos, se mantienen en comunión con nosotros de un modo misterioso y nos esperan hasta que también a nosotros nos llegue la hora final...
En nuestra Eucaristía recordamos, no sólo a la Virgen y a los Santos, sino también a nuestros difuntos, con quienes nos sentimos unidos y para quienes pedimos a Dios que les conceda contemplar la luz de su rostro y participar de su felicidad. Cuando nosotros, en nuestra muerte, pasemos también a la nueva existencia, «nos reuniremos con los nuestros» en un reencuentro gozoso y definitivo. Además, como para la familia de José, esos momentos son los mejores para la reconciliación y la amnistía, momentos en que hay que saber olvidar y empezar de cero, reparando brechas y tensiones y dejando el juicio último a Dios. José renueva su perdón con sencillez, sin darse importancia: «y los consoló hablándoles al corazón». Los hermanos renuevan su arrepentimiento. Todos maduran y la historia sigue. Sería bueno que, cuando nos asaltan sentimientos de venganza, repitiéramos la frase de José: «¿soy yo acaso Dios?», y tuviéramos el valor de perdonar y seguir con naturalidad la vida.
3.“¡Dad gracias a Yahvé, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas! ¡Cantadle, salmodiad para Él, sus maravillas todas recitad; gloriaos en su santo nombre, se alegre el corazón de los que buscan a Yahvé!” La obra redentora del Señor, que domina toda la tierra, y cuida de sus criaturas, se expresa en este salmo en una acción de gracias y una invitación a la alabanza. Las invitaciones iniciales van dirigidas a Israel y a los que acuden al templo donde se recitaban el inicio de este salmo con otros, para hacer memoria de la causa de nuestra alegría, de lo que nos llena de esperanza: “¡Buscad a Yahvé y su fuerza, id tras su rostro sin descanso, Raza de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido: Él, Yahvé, es nuestro Dios, por toda la tierra sus juicios”.
Llucià Pou Sabaté
San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia
Lo único que sabemos acerca de este ilustre hijo de San Francisco de Asís, por lo que se refiere a sus primeros años, es que nació en Bagnorea, cerca de Viterbo, en 1221 y que sus padres fueron Juan Fidanza y María Ritella. Después de tomar el hábito en la orden seráfica, estudió en la Universidad de París, bajo la dirección del maestro inglés Alejandro de Hales.
Buenaventura, a quien la historia debía conocer con el nombre de "el doctor seráfico", enseñó teología y Sagrada Escritura en la Universidad de París, de 1248 a 1257. A su genio penetrante unía un juicio muy equilibrado, que le permitía ir al fondo de las cuestiones y dejar de lado todo lo superfluo para discernir todo lo esencial y poner al descubierto los sofismas de las opiniones erróneas. Nada tiene, pues, de extraño que el santo se haya distinguido en la filosofía y teología escolásticas. Buenaventura ofrecía todos los estudios a la gloria de Dios y a su propia santificación, sin confundir el fin con los medios y sin dejar que degenerara su trabajo en disipación y vana curiosidad.
La oración, clave de la vida espiritualNo contento con transformar el estudio en una prolongación de la plegaria, consagraba gran parte de su tiempo a la oración propiamente dicha, convencido de que ésa era la clave de la vida espiritual. Porque, como lo enseña San Pablo, sólo el Espíritu de Dios puede hacernos penetrar sus secretos designios y grabar sus palabras en nuestros corazones.
Tan grande era la pureza e inocencia del santo que su maestro, Alejandro de Hales, afirmaba que "parecía que no había pecado en Adán". El rostro de Buenaventura reflejaba el gozo, fruto de la paz en que su alma vivía. Como el mismo santo escribió, "el gozo espiritual es la mejor señal de que la gracia habita en un alma."
El santo no veía en sí más que faltas e imperfecciones y, por humildad, se abstenía algunas veces de recibir la comunión, por más que su alma ansiaba unirse al objeto de su amor y acercarse a la fuente de la gracia. Pero un milagro de Dios permitió a San Buenaventura superar tales escrúpulos. Las actas de canonización lo narran así: "Desde hacía varios días no se atrevía a acercarse al banquete celestial.
Pero, cierta vez en que asistía a la Misa y meditaba sobre la Pasión del Señor, Nuestro Salvador, para premiar su humildad y su amor, hizo que un ángel tomara de las manos del sacerdote una parte de la hostia consagrada y la depositara en su boca."
A partir de entonces, Buenaventura comulgó sin ningún escrúpulo y encontró en la santa Comunión una fuente de gozo y de gracias. El santo se preparó a recibir el sacerdocio con severos ayunos y largas horas de oración, pues su gran humildad le hacía acercarse con temor y temblor a esa altísima dignidad. La Iglesia recomienda a todos los fieles la oración que el santo compuso para después de la misa y que comienza así: Transfige, dulcissime Domine Jesu...
Celo por las almasBuenaventura se entregó con entusiasmo a la tarea de cooperar a la salvación de sus prójimos, como lo exigía la gracia del sacerdocio. La energía con que predicaba la palabra de Dios encendía los corazones de sus oyentes; cada una de sus palabras estaba dictada por un ardiente amor. Durante los años que, pasó en París, compuso una de sus obras más conocidas, el "Comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo", que constituye una verdadera suma de teología escolástica. El Papa Sixto IV, refiriéndose a esa obra, dijo que "la manera como se expresa sobre la teología, indica que el Espíritu Santo hablaba por su boca."
Víctima de ataquesLos violentos ataques de algunos de los profesores de la Universidad de París contra los franciscanos perturbaron la paz de los años que Buenaventura pasó en esa ciudad. Tales ataques se debían, en gran parte, a 1a envidia que provocaban los éxitos pastorales y académicos de los hijos de San Francisco ya que la santa vida de los frailes resultaba un reproche constante a la mundana existencia de otros profesores. El líder de los que se oponían a los franciscanos era Guillermo de Saint Amour, quien atacó violentamente a San Buenaventura en una obra titulada "Los peligros de los últimos tiempos".
‘Éste tuvo que suspender sus clases durante algún tiempo y contestó a los ataques con un tratado sobre la pobreza evangélica, con el título de "Sobre la pobreza de Cristo." El Papa Alejandro IV nombró a una comisión de cardenales para que examinasen el asunto en Anagni, con el resultado de que fue quemado públicamente el libro de Guillermo de Saint Amour, fueron devueltas sus cátedras a los hijos de San Francisco y fue ordenado el silencio a sus enemigos. Un año más tarde, en 1257, San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino recibieron juntos el título de doctores.
Sus escritos y anhelo de la perfección cristianaSan Buenaventura escribió un tratado "Sobre la vida de perfección", destinado a la Beata Isabel, hermana de San Luis de Francia y a las Clarisas Pobres del convento de Longchamps. Otras de sus principales obras místicas son el "Soliloquio" y el tratado "Sobre el triple camino". Es conmovedor el amor que respira cada una de las palabras de San Buenaventura.
Gerson, el erudito y devoto canciller de la Universidad de París, escribe a propósito de sus obras: "A mi modo de ver, entre todos los doctores católicos, Eustaquio (porque así podemos traducir el nombre de Buenaventura) es el que más ilustra la inteligencia y enciende al mismo tiempo el corazón. En particular, el Breviloquium Itinerarium mentis in Deum están compuestos con tanto arte, fuerza y concisión, que ningún otro escrito puede aventajarlos." Y en otro libro, comenta: "Me parece que las obras de Buenaventura son las más aptas para la instrucción de los fieles, por su solidez, ortodoxia y espíritu de devoción. Buenaventura se guarda cuanto puede de los vanos adornos y no trata de cuestiones de lógica o física ajenas a la materia. No existe doctrina más sublime, más divina y más religiosa que la suya." Estas palabras se aplican sobre todo, a los tratados espirituales que reproducen sus meditaciones frecuentes sobre las delicias del cielo y sus esfuerzos por despertar en los cristianos el mismo deseo de la gloria que a él le animaba.
Como dice en un escrito, "Dios, todos los espíritus gloriosos y toda la familia del Rey Celestial nos esperan y desean que vayamos a reunirnos con ellos. ¡Es imposible que no se anhele ser admitido en tan dulce compañía! Pero quien en este valle de lágrimas no haya tratado de vivir con el deseo del cielo, elevándose constantemente sobre las cosas visibles, tendrá vergüenza al comparecer a la presencia de la corte celestial." Según el santo, la perfección cristiana, más que en el heroísmo de la vida religiosa, consiste en hacer bien las acciones más ordinarias.
He aquí sus propias palabras: "La perfección del cristiano consiste en hacer perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas pequeñas es una virtud heroica". En efecto, tal fidelidad constituye una constante crucifixión del amor propio, un sacrificio total de la libertad, del tiempo y de los afectos y, por ello mismo, establece el reino de la gracia en el alma. El mejor ejemplo que puede darse de la estima en que San Buenaventura tenía la fidelidad en las cosas pequeñas, es la anécdota que se cuenta de él y del Beato Gil de Asís (23 de abril).
Es elegido superior general de los FranciscanosEn 1257, Buenaventura fue elegido superior general de los Frailes Menores. No había cumplido aún los treinta y seis años y la orden estaba desgarrada por la división entre los que predicaban una severidad inflexible y los que pedían que se mitigase la regla original; naturalmente, entre esos dos extremos, se situaban todas las otras interpretaciones. Los más rigoristas, a los que se conocía con el nombre de "los espirituales", habían caído en el error y en la desobediencia, con lo cual habían dado armas a los enemigos de la orden en la Universidad de París. El joven superior general escribió una carta a todos los provinciales para exigirles la perfecta observancia de la regla y la reforma de los relajados, pero sin caer en los excesos de los espirituales.
El primero de los cinco capítulos generales que presidió San Buenaventura, se reunió en Narbona en 1260. Ahí presentó una serie de declaraciones de las reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran influencia sobre la vida de la orden, pero no lograron aplacar a los rigoristas. A instancias de los miembros del capítulo, San Buenaventura empezó a escribir la vida de San Francisco de Asís.
La manera en que llevó a cabo esa tarea, demuestra que estaba empapado de las virtudes del santo sobre el cual escribía. Santo Tomás de Aquino, que fue a visitar un día a Buenaventura cuando éste se ocupaba de escribir la biografía del "Pobrecillo de Asís," le encontró en su celda sumido en la contemplación. En vez de interrumpirle, Santo Tomás se retiró, diciendo: "Dejemos a un santo trabajar por otro santo". La vida escrita por San Buenaventura, titulada "La Leyenda Mayor", es una obra de gran importancia acerca de la vida de San Francisco, aunque el autor manifiesta en ella cierta tendencia a forzar la verdad histórica para emplearla como testimonio contra los que pedían la mitigación de la regla.
Lo nombran cardenalSan Buenaventura gobernó la orden de San Francisco durante diecisiete años y se le llama, con razón, el segundo fundador. En 1265, a la muerte de Godofredo de Ludham, el Papa Clemente IV trató de nombrar a San Buenaventura arzobispo de York, pero el santo consiguió disuadirle de ello. Sin embargo, al año siguiente, el Beato Gregorio X le nombró cardenal obispo de Albano, le ordenó aceptar el cargo por obediencia y le llamó inmediatamente a Roma. Los legados pontificios le esperaban con el capelo y las otras insignias de su dignidad; según se cuenta, fueron a su encuentro hasta cerca de Florencia y le hallaron en el convento franciscano de Mugello, lavando los platos. Como Buenaventura tenía las manos sucias, rogó a los legados que colgasen el capelo en la rama de un árbol y que se paseasen un poco por el huerto hasta que terminase su tarea. Sólo entonces San Buenaventura tomó el capelo y fue a presentar a los legados los honores debidos.
Gregorio X encomendó a San Buenaventura la preparación de los temas que se iban a tratar en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión con los griegos ortodoxos, pues el emperador Miguel Paleólogo había propuesto la unión a Clemente IV. Los más distinguidos teólogos de la Iglesia asistieron a dicho Concilio. Como se sabe, Santo Tomás de Aquino murió cuando se dirigía a él. San Buenaventura fue, sin duda, el personaje más notable de la asamblea. Llegó a Lyon con el Papa, varios meses antes de la apertura del Concilio. Entre la segunda y la tercera sesión reunió el capítulo general de su orden y renunció al cargo de superior general. Cuando llegaron los delegados griegos, el santo inició las conversaciones con ellos y la unión con Roma se llevó a cabo. En acción de gracias, el Papa cantó la misa el día de la fiesta de San Pedro y San Pablo. La epístola, el evangelio y, el credo, se cantaron en latín y en griego y San Buenaventura predicó en la ceremonia.
Muere el Doctor SeráficoEl Seráfico Doctor murió durante las celebraciones, la noche del 14 al 15 de julio. Ello le ahorró la pena de ver a Constantinopla rechazar la unión por la que tanto había trabajado. Pedro de Tarantaise, el dominico que ciñó más tarde la tiara pontificia con el nombre de Inocencio V, predicó el panegírico de San Buenaventura y dijo en él: "Cuantos conocieron a Buenaventura le respetaron y le amaron. Bastaba simplemente con oírle predicar para sentirse movido a tomarle por consejero, porque era un hombre afable, cortés, humilde, cariñoso, compasivo, prudente, casto y adornado de todas las virtudes."
La autoridad al servicioSe cuenta que, como superior general, fue un día a visitar el convento Foligno. Cierto frailecillo tenía muchas ganas de hablar con él, pero era demasiado humilde y tímido para atreverse. Pero, en cuanto partió San Buenaventura, el frailecillo cayó en la cuenta de la oportunidad que había perdido y echó correr tras él y le rogó que le escuchase un instante. El santo accedió inmediatamente y tuvo una larga conversación con él, a la vera del camino.
Cuando el frailecillo partió de vuelta al convento, lleno de consuelo, San Buenaventura observó ciertas muestras de impaciencia entre los miembros de su comitiva y les dijo sonriendo: "Hermanos míos, perdonadme, pero tenía que cumplir con mi deber, porque soy a la vez superior y siervo y ese frailecillo es, a la vez, mi hermano y mi amo. La regla nos dice: ‘Los superiores deben recibir a los hermanos con caridad y bondad y portarse con ellos como si fuesen sus siervos, porque los superiores, son, en verdad, los siervos de todos los hermanos’. Así pues, como superior y siervo, estaba yo obligado a ponerme a la disposición de ese frailecillo, que es mi amo, y a tratar de ayudarle lo mejor posible en sus necesidades".
Tal era el espíritu con que el santo gobernaba su orden. Cuando se le había confiado el cargo de superior general, pronunció estas palabras: "Conozco perfectamente mi incapacidad, pero también sé cuán duro es dar coces contra el aguijón. Así pues, a pesar de mi poca inteligencia, de mi falta de experiencia en los negocios y de la repugnancia que siento por el cargo, no quiero seguir opuesto al deseo de mi familia religiosa y a la orden del Sumo Pontífice, porque temo oponerme con ello a la voluntad de Dios. Por consiguiente, tomaré sobre mis débiles hombros esa carga pesada, demasiado pesada para mí. Confío en que el cielo me ayudará y cuento con la ayuda que todos vosotros podéis prestarme". Estas dos citas revelan la sencillez, la humildad y la caridad que caracterizaban a San Buenaventura. Y, aunque no hubiese pertenecido a la orden seráfica, habría merecido el título de "Doctor Seráfico" por las virtudes angélicas que realzaban su saber. Fue canonizado en 1482 y declarado Doctor de la Iglesia en 1588.
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