lunes, 24 de julio de 2017

Lunes semana 16 de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 16 de tiempo ordinario; año impar

Dios protege a su pueblo y lo guía a través de la historia, y nos pide correspondencia a su amor.
“En aquel tiempo, algunos de los escribas y fariseos dijeron a Jesús: -«Maestro, queremos ver un signo tuyo.» Él les contestó: -«Esta generación perversa y adúltera exige un signo; pero no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo; pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra. Cuando juzguen a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón»” (Mateo 12,38-42).
1. Algunos escribas y fariseos interpelaron a Jesús: "Maestro, queremos ver un signo hecho por ti". Siempre estamos tentados de hacer a Dios esta pregunta: ¿por qué, no escribes claramente tu Nombre en el cielo?, ¿por qué no nos das una prueba manifiesta de tu existencia... de manera que la duda resulte imposible? ¡Los ateos y los paganos se verían entonces obligados a inclinarse! ¡Y los fieles se tranquilizarían! ¿Por qué Dios no hace este signo? Sencillamente, porque Dios no es lo que pensamos a veces, está muy allá de nuestra capacidad. Dios, sé que eres servidor de los hombres para merecer tu amor, y me fío de ti. Sé que no quieres obligar al hombre a fuerza de poder y de maravillas. Que respetas la libertad con sus riesgos y su grandeza. Que has elegido ganarte el amor del hombre, muriendo, en Cristo, por él.
Jesús responde: “-No se os dará otra señal que la de Jonás”. Jonás estuvo retenido tres días "en la muerte", luego fue salvado por Dios y enviado a Nínive para que predicase la conversión. He ahí la única "señal" que Dios quiere dar: -“Así también el Hijo del hombre estará tres días en el seno de la tierra”. La "señal de Dios es: la muerte de Jesús... la resurrección de Jesús... la conversión y la salvación de los paganos. Es decir, el misterio pascual. (Jonás es un libro más bien sapiencial, con una narración más bien de enseñanza moral, y además es fundamento sólido para este significado cristológico).
-“En el Juicio se alzarán los habitantes de Nínive... Y la reina de Saba... al mismo tiempo que esta generación, y harán que la condenen, pues ellos se arrepintieron con la predicación de Jonás, y hay algo más que Jonás aquí”. Nínive, capital de Asiria, era el símbolo de la ciudad pagana, llena de orgullo y corrupción. Jesús la pone como ejemplo a los fariseos que se tienen por justos y seguros de sí mismos: sí, algunos paganos están más cerca de Dios que ciertos fieles... Jesús, anuncias que los paganos, al convertirse, ocuparán el lugar de los hijos de Israel, e incluso participarán en la sentencia final del Juicio. Este signo de salvación que Dios ofrece a todos los hombres, a todas las razas, a todos aquellos que todavía no lo han oído... ¿somos capaces de reconocerlo a nuestro alrededor? Pedimos "signos" a Dios. Nos los da; pero no sabemos verlos. No sabemos interpretarlos. Quisiéramos nuestra clase de signos, que nosotros pudiéramos juzgar e interpretar, signos que correspondan a nuestras referencias y a nuestros deseos. Sin embargo el mundo y la historia están llenos de signos de Dios. Uno de los objetivos del examen de conciencia, de la oración, de la "revisión de vida", es el de aprender los unos de los otros a ver y "leer los signos de Dios en los acontecimientos": Dios trabaja en el mundo... en el que el misterio pascual continúa realizándose. Dios nos da signos; pero son signos discretos: se puede fácilmente pasar junto a ellos y no verlos. ¡Danos, Señor, ojos nuevos! (Noel Quesson).
Jesús, parece que no te gustaba que te pidieran milagros. Los hacías con frecuencia, por compasión con los que sufrían y para mostrar que eras el enviado de Dios y el vencedor de todo mal. Pero no querías que la fe de las personas se basara únicamente en las cosas maravillosas, sino, más bien, en tu Palabra y tu Persona: «si no véis signos, no creéis» (Jn 4,48), recriminas a los letrados y fariseos que te piden un milagro ya habían visto muchos y no estaban dispuestos a creer en Él, porque cuando uno no quiere oír el mensaje, no acepta al mensajero. Te interpretaban todo mal, incluso los milagros: los hacía «apoyado en el poder del demonio». No hay peor ciego que el que no quiere ver. Jesús apela, esta vez, al signo de Jonás, que se puede entender de dos maneras. Ante todo, por lo de los tres días: como Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días, así estará Jesús en «el seno de la tierra» y luego resucitará. Ese va a ser el gran signo con que Dios revelará al mundo quién es Jesús. Pero la alusión a Jonás le sirve a Jesús para deducir otra consecuencia: al profeta le creyeron los habitantes de una ciudad pagana, Nínive, y se convirtieron, mientras que a Él no le acaban de creer, y eso que «aquí hay uno que es más que Jonás» y «uno que es más que Salomón», al que vino a visitar la reina de Sabá atraída por su fama.
Nosotros tenemos la suerte del don de la fe. Para creer en Cristo Jesús no necesitamos milagros nuevos. Los que nos cuenta el Evangelio, sobre todo el de la resurrección del Señor, justifican plenamente nuestra fe y nos hacen alegrarnos de que Dios haya querido intervenir en nuestra historia enviándonos a su Hijo. No somos, como los fariseos, racionalistas que exigen demostraciones y, cuando las reciben, tampoco creen, porque las pedían más por curiosidad que para creer. No somos como Tomás: «si no lo veo, no lo creo». La fe no es cosa de pruebas exactas, ni se apoya en nuevas apariciones ni en milagros espectaculares o en revelaciones personales. Jesús ya nos alabó hace tiempo: «dichosos los que crean sin haber visto». Nuestra fe es confianza en Dios, alimentada continuamente por esa comunidad eclesial a la que pertenecemos y que, desde hace dos mil años, nos transmite el testimonio del Señor Resucitado. La fe, como la describe el Catecismo, «es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a Él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida» (26). El gran signo que Dios ha hecho a la humanidad, de una vez por todas, se llama Cristo Jesús. Lo que ahora sucede es que cada día, en el ámbito de la Iglesia de Cristo, estamos recibiendo la gracia de su Palabra y de sus Sacramentos, y, sobre todo, estamos siendo invitados a la mesa eucarística, donde el mismo Señor Resucitado se nos da como alimento de vida verdadera y alegría para seguir su camino (J. Aldazábal).
2. Sigue la odisea de Moisés: -“Cuando anunciaron al rey de Egipto que el pueblo de Israel había huido, se mudó el corazón del Faraón...” Había dejado partir a los hebreos, pero ahora se lanza a perseguirlos.
-“Hizo enganchar su carro, tomó seiscientos carros, los mejores, y todos los demás carros de Egipto, cada uno con su dotación”. Los bajorrelieves nos dan imágenes de ese ejército temible y rápido. Normalmente los peatones, en este caso los hebreos, ¡estaban vencidos por adelantado!
-“Los alcanzaron mientras acampaban junto al mar”. Es el símbolo mismo de la «situación sin salida»: acorralados junto al mar, ante un ejército más poderoso que ellos. Tratemos primero de imaginar ese drama que se está preparando. Y luego pensemos que la Pascua definitiva, la de Jesucristo, nos librará de una situación todavía más radical: ¡la resurrección de Jesús le libera y nos libera de la misma muerte! Cada una de nuestras fiestas de Pascua y cada eucaristía nos permiten dar gracias por la intervención liberadora de Dios en nuestro favor.
-“El Señor endureció el corazón del Faraón”. Esta fórmula me parece que –como todo el capítulo- junta lo decisivo de la Pascua con una interpretación épica: poner un origen divino en todo lo que hacen los del pueblo judío. La épica acentúa el dramatismo, pero ni Dios manda matar a nadie, ni endurece el corazón de nadie… en otros lugares se dice de un modo más acorde con nuestra sensibilidad: -«el corazón del Faraón se mudó»- o bien -«el Faraón endureció su corazón» (Ex 8,11; 8,15; 9,7). Nosotros diremos que Dios no quiere nunca el mal, que los redactores ponen en boca de Dios los acontecimientos que pasan, que es una voluntad de Dios permisiva (Dios permite que pasen estas cosas, en cuanto que lo permite, lo quiere, y de esto sacará un bien) pero en realidad no lo quiere directamente… A los semitas no les preocupaba, como a nosotros, entender cómo se imbrican concretamente la libertad humana y el impulso divino... ¡Sería abusivo hacer responsable a Dios del mal que el hombre comete! Ayúdanos, Señor, a no endurecer nuestros corazones. Líbranos de toda pretensión de total autonomía.
-“Los hijos de Israel, llenos de miedo, dijeron a Moisés: «Déjanos tranquilos, queremos continuar sirviendo a los egipcios. ¡Vale más servir que morir en el desierto!»” Si del momento histórico no podemos juzgar mucho, sí podemos afirmar que aquí vemos Es la prueba de la Fe. Apenas salidos de la esclavitud, están dispuestos a volver a ella, a causa de las ventajas que, a pesar de todo, sacaban de ella. Sí, ésta es también nuestra prueba y nuestra pregunta: ¿Quién es pues este Dios, que se presenta como «salvador» y que aparentemente deja a los suyos en la miseria?
-"No temáis, aguantad y veréis lo que el Señor hará hoy para salvarnos... El Señor combatirá por vosotros..." Puesta a dura prueba, la fe ha de triunfar con una fe más pura, más despojados de toda confianza en sí mismos para confiar totalmente en el Otro. Esto es siempre actual. Creemos, Señor, pero acrecienta en nosotros la fe (Noel Quesson).
Un tema importantísimo para nosotros es la fe como respuesta al miedo producido por unos acontecimientos que aparecen como inevitablemente contrarios a nuestra seguridad. Se trata, pues, de aprender a «ver» a Dios en aquello que sucede: ver lo invisible que se manifiesta con fuerza en medio de las realidades visibles que pueden aplastarnos. Se parte de un hecho que ha quedado grabado en la memoria del pueblo como un hecho esencial, pero del que se han perdido los detalles y exactitud histórica que a nosotros tanto nos interesan. El hecho histórico es signo teológico: de un pueblo que duda, que tiene miedo, que no acaba de confiar en la palabra de Yahvé, y se destaca la figura de Moisés como un hombre de fe. Su fe es pura e inquebrantable. Por eso es confiada. Confianza que se entrega. Es una fe vivida con toda sinceridad y proyectada sobre los demás como un testimonio irrebatible de esperanza en Dios, que es quien actúa y base de la esperanza; todo esto es signo de Quien vendrá: “por consiguiente (…) continuemos corriendo con perseverancia la carrera emprendida: fijos los ojos en Jesús, iniciador y consumador de la fe, el cual, despreciando la ignominia, soportó la cruz en lugar del gozo que se le ofrecía, y está sentado a la diestra del trono de Dios” (Hb 12,1-2), el liberador que nos cruza el mar de la vida con el rojo de su sangre redentora, su bautismo que es el nuestro…
3. El relato del paso del Mar Rojo, que continuará mañana, es el acontecimiento clave y el mejor símbolo de la liberación. Aunque el camino hacia la tierra prometida esté lleno de dificultades, la travesía del Mar Rojo es el hecho constituyente del pueblo de Israel. No es una historia científica, imparcial, sino un relato religioso, en el que continuamente aparece el hilo conductor: Dios es fiel a su promesa, salva a su pueblo y lo guía. Cuanto más se exageren las cifras de los adversarios y el carácter épico del paso del Mar, tanto más claramente se proclama la grandeza de Dios y su bondad para con el pueblo.
El salmo no podía ser otro que el cántico que entonó el pueblo al verse ya salvado a la otra orilla del Mar Rojo: «Cantemos al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado al mar... El Señor es un guerrero, su nombre es el Señor... Tu diestra, Señor, es fuerte y terrible». Nosotros cantamos ese mismo cántico en la Vigilia Pascual, después de haber proclamado el relato del Éxodo. En nuestra noche pascual, vemos el sentido pleno de la primera Pascua judía: no sólo admiramos la cercanía que tuvo Dios para con su pueblo, sino, sobre todo, el poder que mostró al resucitar a Cristo de entre los muertos, haciéndole «pasar» (=Pascua) a través de la muerte hacia la nueva existencia, a la que también nos conduce a nosotros por medio de las aguas del Bautismo. En el Bautismo nos introdujo Dios en la nueva comunidad de los salvados. Y a lo largo de toda nuestra vida -camino de desierto, nos quiere liberar de todos los faraones y de todos los peligros que nos acechan. También a nosotros se nos tiene que repetir: «no tengáis miedo». La Pascua de Cristo es el inicio de nuestra victoria. Con nosotros no hará prodigios cósmicos ni podremos contar hazañas milagrosas. Pero sí somos conscientes de cómo Dios, por los sacramentos de su Iglesia, nos concede la fuerza para nuestro camino y nos quiere liberar de toda esclavitud. Ante las quejas del desierto, podemos hacer examen: ¿Queremos de verdad que Dios nos libere de nuestros males, de nuestras pequeñas o grandes esclavitudes, o nos sentimos a gusto en nuestro Egipto particular?, ¿o, tal vez, ni nos hemos enterado de que somos esclavos?
Dios “es un fuerte guerrero”, dice el poeta indicando la antigüedad del texto… “Él es el Señor del universo; (…) es el Señor de la historia: gobierna los corazones y los acontecimientos según su voluntad” (Catecismo 269). “Su nombre es el Señor” (literalmente “Yah”, abreviatura de “Yahwéh”, y quizá esta forma más antigua haya quedado en la alabanza de los salmos, Aleluyah: J. Aldazábal).
Llucià Pou Sabaté
San Chárbel Makhlouf, presbítero. Santos Bernardo, María y Gracia, mártires

Gran amante de la Eucaristía y de la Virgen Santísima. Ejemplo de vida consagrada y de ermitaño.
Dios ha querido manifestar su gloria por medio de este humilde ermitaño.  Gran cantidad de milagros ocurren por su intercesión.  Numerosas de sus imágenes milagrosamente exudan aceite el cual se utiliza en la oración por los enfermos.  Además de ser bien conocido en el Medio Oriente y en toda la Iglesia, en América es, particularmente venerado en México a partir de la inmigración maronita que comenzó en el siglo XIX. Su devoción se propaga en la actualidad muy rápido por el aumento de milagros. Parece que Dios desea utilizar este santo como signo de su deseo de unificar el Oriente con el Occidente.
"Yo tomaré de lo mas escogido del Cedro, de lo alto de sus ramas y le plantaré sobre un monte alto...Y dará fruto y llegará a ser un Noble Cedro"  -Ezequiel 17:22-23
San Chárbel en México
Breve historia  y  Oración a San Chárbel
Nació en el pueblo de Beqakafra, a 140km. del Líbano, capital libanesa, el 8 de mayo, de 1828.  Era el quinto hijo de Antun Makhlouf y Brigitte Chidiac, una piadosa familia campesina. Fue bautizado a los ocho días en la Iglesia de Ntra. Señora en su pueblo natal, recibiendo por nombre Yusef (José). A los tres años el padre de Yusef fue inscrito en el ejército turco en la guerra contra los egipcios y muere cuando regresaba a casa. Su madre cuida de la familia siendo gran ejemplo de virtud y fe. Pasado un tiempo, ella se casa de nuevo con un hombre devoto quien eventualmente será ordenado sacerdote (en el rito maronita, hombres casados son elegibles al sacerdocio).
Yusef ayudó a su padrastro en el ministerio sacerdotal.  Ya desde joven era ascético y de profunda oración. Yusef estudió en la pequeña escuela parroquial del pueblo.  A la edad de 14 años fue pastor de ovejas y aumenta su oración. Se retiraba con frecuencia a una cueva que descubrió cerca de los pastizales para adentrarse en horas de oración.  Por ello recibió muchas burlas de otros jóvenes pastores. Dos de sus tíos maternos eran ermitaños pertenecientes a la Orden Libanesa Maronita. Yusef acudía a ellos con frecuencia para aprender sobre la vida religiosa y el monacato en especial.
Vocación
A los 20 años de edad, Yusef es el sostén de su casa. Es el tiempo de contraer matrimonio pero el se siente llamado a otra vida.  Después de tres años de espera, escuchó la voz del Señor: "Deja todo, ven y sígueme".  Así, una mañana del año 1851 se dirige al convento de Ntra. Señora de Mayfouq, donde fue recibido como postulante. Al entrar en el noviciado renuncia a su nombre bautismal y escoge como nombre de consagración : Chárbel. 
Un tiempo mas tarde lo envían al Convento de Annaya, en donde profesó los votos perpetuos como monje en 1853.  Lo enviaron inmediatamente al Monasterio de San Cypriano de Kfifen, donde realizó sus estudios de filosofía y teología, llevando una vida ejemplar de obediencia y observancia.  Fue ordenado sacerdote el 23 de julio, de 1859 por Mons. José al Marid, bajo el patriarcado de Paulo Massad. Al poco tiempo regresó al Monasterio de Annaya por orden de sus superiores. Ahí pasó muchos años de vida ejemplar de oración y apostolado.  Entre estos, el cuidado de los enfermos, el pastoreo de almas y el trabajo manual en cosas muy humildes.
Ermitaño
Chárbel recibió autorización para la vida ermitaña el 13 de febrero, de 1875 . Desde ese momento hasta su muerte, ocurrida en la ermita de los Santos Pedro y Pablo, la víspera de la Navidad del año 1898, se dedicó a la oración (rezaba 7 veces al día la Liturgia de las Horas), la ascesis, la penitencia y el trabajo manual.  Comía una vez al día y llevaba silicio.
Muerte y milagros
El padre Chárbel alcanzó la celebridad después de su muerte. Dios quiso señalar a este santo por numerosos prodigios: Su cuerpo se ha mantenido incorrupto, sin la rigidez habitual, con la temperatura de una persona viva. Suda sangre, ocurren prodigios de luz constatados por muchas personas. El pueblo lo veneraba como santo aunque la jerarquía y sus mismos superiores prohibieron su culto formal mientras la Iglesia no pronunciara su veredicto. 
En 1950, al pasarle un amito por la cara, quedó impresa en la prenda el rostro de Cristo como en el Sudario de Turín. 
(Ver "Leyendas Negras de la Iglesia" por Vittorio Messori pg. 210).
Beatificación y Canonización
Dado al constante culto del pueblo, el Padre Superior General Ignacio Dagher solicitó al Papa Pío XI en 1925, la apertura del proceso de beatificación del P. Chárbel.  Fue beatificado durante la clausura del Concilio Vaticano II, el 5 de diciembre, de 1965 por el Papa Pablo VI.  El Papa dijo: "Un ermitaño de la montaña libanesa está inscrito en el número de los Bienaventurados... Un nuevo miembro de santidad monástica enriquece con su ejemplo y con su intercesión a todo el pueblo cristiano. El puede hacernos entender, en un mundo fascinado por las comodidades y la riqueza, el gran valor de la pobreza, de la penitencia y del ascetismo, para liberar el alma en su ascensión a Dios".
El 9 de octubre de 1977, durante el Sínodo Mundial de Obispos, el Papa canonizó al P. Chárbel con la siguiente proclama: "En honor de la Santa e Individua Trinidad, para la exaltación de la fe católica y promoción de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y nuestra, después de madura deliberación y tras implorar intensamente la ayuda divina... decretamos y definimos que el beato Chárbel Majluf es SANTO, y lo inscribimos en el catálogo de los santos, estableciendo que sea venerado como santo con piadosa devoción en toda la Iglesia. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo."
Es el primer santo oriental desde el siglo XIII.
Oración
Dios, infinitamente santo y glorificado en medio de tus santos. Tú que inspiraste al santo monje y ermitaño Chárbel para que viviese y muriese en perfecta unión con Jesús Cristo, dándose la fuerza para renunciar al mundo y hacer triunfar desde su ermita, el heroísmo de sus virtudes monásticas: pobreza, obediencia y santidad. Te imploramos nos concedas la gracia de amarte y servirte siguiendo su ejemplo.
Dios Todopoderoso, Tú que has manifestado el poder de la intercesión de San Chárbel a través de sus numerosos milagros y favores, concédenos   la gracia que te imploramos por su intercesión (....)  Amén.   (Padrenuestro, Ave María y Gloria).

SANTOS BERNARDO, MARÍA Y GRACIA, MÁRTIRES
Patronos de Alzira (Valencia). La tradición dice que nacieron en el cercano pueblo de Carlet, de donde también son patronos, en la época de dominio islámico en España. Eran musulmanes y sus nombres de nacimiento eran Ahmed, Zaida y Zoraida. Ahmed era el segundo hermano, siendo Almanzor el mayor, y las dos hermanas menores. Cuentan que Ahmed fue enviado por sus padres a la corte del rey de Valencia para servirle de embajador, y que un día el monarca lo destinó a Cataluña para tratar con el rey cristiano la liberación de unos presos musulmanes.
Sin embargo, por el camino, Ahmed se perdió y se encontró de noche solo en la montaña. Guiándose por unos cantos que oyó en la lejanía, llegó al monasterio de Poblet, y se alojó allí durante un tiempo. Admirado por la religión y la vida monacal que estaba contemplando, se hizo instruir y bautizar como cristiano, y cambió su nombre por el de Bernardo. Luego tomó los hábitos, pero quiso regresar primero a casa para dar noticia a su familia. Sus padres, como es evidente, se mostraron disgustados, pero las dos hermanas menores quedaron cautivadas por el relato de su hermano y quisieron bautizarse: Zaida pasó a llamarse María, y Zoraida tomó el nombre de Gracia.
Cuando Almanzor, el hermano mayor, llegó a casa y los encontró a los tres cristianos, montó en cólera y los expulsó del hogar. Ellos se pusieron en camino, pero no contento con ello, Almanzor mandó tras de ellos a sus hombres para que cumpliesen venganza por lo que, a sus ojos, era una injuria contra la familia y contra el Islam. Los alcanzaron a las afueras de la villa de Alzira. Bernardo fue crucificado en una higuera y lo mataron atravesándole la frente con un clavo, mientras las hermanas fueron descuartizadas vivas a golpes de cuchillo. Acabada la masacre, abandonaron los restos al carroñeo de los cuervos. Sucedió esto en torno al año 1180. Las reliquias se conservan en Alzira y desde entonces son protectores de la ciudad, conocidos como “Los Santos Patronos” o “Sant Bernat i Les Germanetes”. Su memoria es el 23 de julio.

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