miércoles, 6 de abril de 2016

Jueves de la semana 2 de Pascua

ueves de la semana 2 de Pascua

La vida nueva lleva a obedecer a Dios en lo profundo de nuestra conciencia.
“El que es de la tierra es terreno y habla como terreno; el que viene del cielo está sobre todos. Da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie acepta su testimonio. El que lo acepta certifica que Dios dice la verdad. Porque el que Dios ha enviado dice las palabras de Dios, pues Dios le ha dado su espíritu sin medida. El Padre ama al hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas. El que cree en el hijo tiene vida eterna; el que no quiere creer en el hijo no verá la vida; la ira de Dios pesa sobre él” (Juan 3,31-36).
1. En el Evangelio (Jn 3,31-36) sigue Jesús hablándonos de su relación con el Padre y de cómo podemos entrar ahí nosotros, por la fe: El que es de la tierra es terreno y habla como terreno; el que viene del cielo está sobre todos”: el mejor uso de la libertad es no hacer según criterios «de la tierra», sino «del cielo», como decía Jesús a Nicodemo.
-“Da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie acepta su testimonio. El que lo acepta certifica que Dios dice la verdad. Porque el que Dios ha enviado dice las palabras de Dios, pues Dios le ha dado su espíritu sin medida”: Y las palabras de Dios son vida, por eso las besamos en su proclamación de la misa, pues ahí está Jesús en la mesa de la Palabra, como besa el sacerdote el altar donde Jesús dispone la mesa de la Eucaristía.
-“El Padre ama al hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas. El que cree en el hijo tiene vida eterna; el que no quiere creer en el hijo no verá la vida; la ira de Dios pesa sobre él»”. Acoger a Jesús y su palabra es tener Vida eterna. Esta Vida está en la Eucaristía, la Palabra que queda sacramentalmente día a día a nuestra disposición, para escucharla en el Misterio, para alimentarnos de su Cuerpo, para tomar fuerza y defenderla en el mundo ante los ataques contra la dignidad de la persona, y llevar ese Amor donde quiera que vayamos, con fe y valentía.
2. Sigue los Hechos (5,27-33) con esa nueva cárcel de los Apóstoles: “Los trajeron y los presentaron al tribunal supremo. El sumo sacerdote les preguntó: «¿No os ordenamos solemnemente que no enseñaseis en nombre de ése? Y, sin embargo, habéis llenado Jerusalén de vuestra doctrina y queréis hacernos responsables de la sangre de este hombre»”. Los apóstoles no admiten un mandato injusto, por eso desobedecen al Sanedrín, recuerdan a los gobernantes que la obediencia a Dios es lo primero. La profundidad de las convicciones que Jesús ha despertado ya no se apagará con el martirio, al revés: se extenderá más y más la fe. Ante el “non serviam” –no te serviré- de Satanás y tantos que no quieren amar, los primeros cristianos dejan actuar al Espíritu Santo en sus vidas, dejan que actúe Jesús en ellos, y “este grito –serviam!- es voluntad de ‘servir’ fidelísimamente, aun a costa de la hacienda, de la honra y de la vida, a la Iglesia de Dios” (san Josemaría Escrivá). Los poderosos son unos miedosos, personas vacías; Jesús continúa siempre allí, vivo, se prolonga en sus apóstoles. El tribunal que condenó a Jesús debe tener síntomas de impotencia ahora, al ver nacer a la Iglesia como continuación de Cristo. Pedro habla, como portavoz, no sólo de los demás apóstoles, sino de Cristo, como símbolo de unidad. Lo sigue siendo hoy.
Pedro y los apóstoles respondieron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. Dios lo ha ensalzado con su diestra como jefe y salvador para dar a Israel el arrepentimiento y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, como lo es también el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que lo obedecen». Ellos, enfurecidos con estas palabras, querían matarlos”. Al leer la valentía de esos apóstoles, me pregunto: ¿Me hago esta pregunta yo también: obedecer a Dios, o bien, obedecer a los hombres? ¿Sé ir contra corriente, si hace falta a costa de mi honor, de mi dinero, etc.?
3. El Salmo (34,2.9.17-20) pone en nuestra boca la alegría del Tiempo pascual. Tiempo de esperanza de que todo irá bien, Dios conduce todas las cosa para nuestro bien: “Bendeciré al Señor a todas horas, su alabanza estará siempre en mi boca; / gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el hombre que se refugia en Él”. Jesús ha hecho la redención por su Pascua, y las mujeres fueron las primeras en ver al Resucitado, y así como Eva dio entrada al pecado, las nuevas Evas cristianas serán las portadoras de la salvación. Nosotros somos también llamados a ser testigos de estas cosas, “gustarlas”, como dice el Salmo, y darlas a los demás.
Y sigue: “El Señor se enfrenta con los criminales para borrar su memoria de la tierra. / Ellos gritan, el Señor los atiende y los libra de todas sus angustias; / el Señor está cerca de los atribulados, Él salva a los que están hundidos. / El hombre justo tendrá muchas contrariedades, pero de todas el Señor lo hará salir airoso”. Dios nos da la certeza de que saldremos airosos, si –como dice la primera lectura- somos obedientes a su voz. Esta presencia de Dios nos infunde confianza, pues esas dificultades pueden convertirse enoportunidades. Jesús pasó por la Cruz para llegar a la Resurrección. Es necesario que el grano de trigo muera para que pueda dar fruto. Los sufrimientos unidos a los de Jesús tienen un sentido salvador. Al Señor, que está cerca de los que sufren, le pedimos hoy «que los dones recibidos en esta Pascua den fruto abundante en toda nuestra vida» (oración), con firme esperanza en sus palabras: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (aleluya).
Una consecuencia de esta fe es la objeción de la conciencia cuando en la sociedad se nos pide algo que va contra ella: la defensa de la libertad nos lleva a dar la cara con valentía, pues como decía San Juan Crisóstomo, “no hay peligro para quienes temen a Dios sino para quienes no lo temen (…). Lo que hay que temer no es el mal que digan contra nosotros, sino la simulación de nuestra parte; entonces sí que perderíais vuestro sabor y seríais pisoteados. Pero, si no cejáis en presentar el mensaje con toda su austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos. Porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de molicie. Por tanto, estas maledicencias son inevitables y en nada os perjudicarán, antes serán pruebas de vuestra firmeza». Y San Agustín advierte de algo que tiene plena actualidad en nuestros días: «En otros tiempos se incitaba a los cristianos a renegar de Cristo; en nuestra época se enseña a los mismos a negar a Cristo. Entonces se impelía, ahora se enseña; entonces se oía rugir al enemigo, ahora, presentándose con mansedumbre insinuante y rondando, difícilmente se le advierte. Es cosa sabida de qué modo se violentaba entonces a los cristianos a negar a Cristo; procuraban atraerlos así para que renegasen; pero ellos, confesando a Cristo, eran coronados. Ahora se enseña a negar a Cristo y, engañándoles, no quieren que parezca que se les aparta de Cristo (…). Como ciego que oye las pisadas de Cristo que pasa, le llamo... pero cuando haya comenzado a seguir a Cristo, mis parientes, vecinos y amigos comienzan a bullir. Los que aman el siglo se me ponen enfrente: ¿Te has vuelto loco? ¡Qué extremoso eres! ¿Por ventura los demás no son cristianos? Esto es una tontería. Esto es una locura. Y cosas tales clama la turba para que no sigamos llamando al Señor los ciegos».
Llucià Pou Sabaté
San Juan Bautista de la Salle, presbítero

Es el fundador de los Hermanos Cristianos y nació en Francia en 1651.
Nació en Reims y murió en Rouen, las dos ciudades que hizo famosas Santa Juana de Arco.
Su vida coincide casi exactamente con los años del famoso rey Luis XIV.
Probablemente su existencia habría pasado desapercibida si se hubiera contentado con vivir de acuerdo a su clase social adinerada, sin preocuparse por hacer ninguna obra excepcional en favor del pueblo necesitado. Pero la fuerza misteriosa de la gracia de Dios encontró en él un instrumento dócil para renovar la pedagogía y fundar las primeras escuelas profesionales y las más antiguas escuelas normales y fundar una Comunidad religiosa que se ha mantenido en principalísimos puestos en la educación en todo el mundo. Este santo fue un genio de la pedagogía, o arte de educar.
Si San Juan Bautista de la Salle viviera hoy aquí en la tierra abriría los ojos aterrado al ver que la educación se ha secularizado, o sea se ha organizado como si Dios no existiera y sólo se preocupa por hacer de los seres humanos unos animalitos muy buen amaestrados, pero sin fe, sin mirar a la eternidad ni importarle nada la salvación del alma. Porque para él, lo imprescindible, lo que constituía su obsesión, era obtener la salvación del alma de los educandos y hacerlos crecer en la fe. Si no hubiera sido por estos dos fines, él no habría emprendido ninguna obra especial, porque esto era lo que en verdad le interesaba y le llamaba la atención: hacer que los educandos amaran y obedecieran a Dios y consiguieran llegar al reino eterno del cielo.
Juan Bautista había estudiado en el famoso seminario de San Suplicio en París y allí recibió una formidable formación que le sirvió para toda su vida. Fue ordenado sacerdote y por su posición social y sus hermosas cualidades parecía destinado para altos cargos eclesiásticos, cuando de pronto al morir su director espiritual lo dejó como encargado de una obra para niños pobres que el santo sacerdote había fundado: una escuela para niños y un orfelinato para niñas pobres, dirigido por unas hermanitas llamadas de El Niño Jesús. Allí en esa obra lo esperaba la Divina Providencia para encaminarlo hacia la gran obra que le tenía destinada: ser el reformador de la educación.
La Salle le dio un viraje de 180 grados a los antiguos métodos de educación. Antes se enseñaba a cada niño por aparte. Ahora La Salle los reúne por grupos para darles clases (en la actualidad eso parece tan natural, pero en aquel tiempo era una novedad). Antiguamente se educaba con base en gritos y golpes. El padre Juan Bautista reemplazaba el sistema del terror por el método del amor y de la convicción. Y los resultados fueron maravillosos. La gente se quedaba admirada al ver cómo mejoraba totalmente la juventud al ser educada con los métodos de nuestro santo.
No les enseñaba solamente cosas teóricas y abstractas, sino sobre todo aquellos conocimientos prácticos que más les iban a ser de utilidad en la vida diaria. Y todo con base en la religión y la amabilidad.
La Salle empezó a reunir a sus profesores para instruirlos en el arte de educar y para formarlos fervorosamente en la vida religiosa. Y con los más entusiastas fundó la Comunidad de Hermanos de las Escuelas Cristianas que hoy son unos 15,000 en más de mil colegios en todo el mundo. Y siguen siendo una autoridad mundial en pedagogía, en el arte de educar a la juventud. El éxito de los Hermanos Cristianos fue inmenso desde el principio de su congregación, y ya en vida del santo abrieron colegios en muchas ciudades y en varias naciones. Un 15 de agosto los consagró San Juan Bautista a la Santísima Virgen y han permanecido fervorosos propagadores de la devoción a la Madre de Dios.
Al principio algunos le fallaron porque el santo era tan bondadoso que no podía imaginar mala voluntad en ninguno de sus discípulos. Para él todo el mundo era bueno, y por mucho que lo hubieran ofendido estaba siempre dispuesto a perdonar y a volver a recibir al que había faltado. Y tuvo la prueba dolorosísima de ver que algunos lo engañaron y se dejaron contagiar por el espíritu del mundo. Pero luego sus asesores lo convencieron para que no aceptara a ciertos sujetos no confiables y que expulsara a algunos que se habían vuelto indignos. Y el santo aceptando con toda humildad y mansedumbre los buenos consejos recibidos procedió a purificar muy a tiempo su congregación.
Siendo de familia muy rica, repartió todos sus bienes entre los pobres y se dedicó a vivir como un verdadero pobre. Los últimos años cuando renunció a ser Superior General de su Congregación, pedía permiso al superior hasta para hacer los más pequeños gastos. Los viajes aunque a veces muy largos, los hacía casi siempre a pie, y pidiendo limosna para alimentarse por el camino, durmiendo en casitas pobrísimas, llenas de plagas y de incomodidades.
Una vez pasó todos los tres meses del crudísimo invierno, en una habitación sin calefacción y con ventanas llenas de rendijas y con varios grados bajo cero. Esto le trajo un terrible reumatismo que durante todo el resto de su vida le produjo tremendos dolores y las anticuadas curaciones que le hicieron para ese mal lo torturaron todavía mucho más.
En su juventud, por ser de familia muy adinerada, había gozado de una alimentación refinada y muy sabrosa. Cuando se dedicó a vivir la pobreza de una comunidad fervorosa y en la cual, los alimentos eran rudos y desagradables, tenía que aguantar muchas horas sin comer, para que su estómago fuera capaz de recibirle esos alimentos tan burdos.
Su sotana y su manto eran tan pobres y descoloridos, que un pobre no se los hubiera aceptado como limosna.
Su humildad era tan grande que se creía indigno de ser el superior de la comunidad. Estaba siempre dispuesto a dejar su alto puesto y alguna vez que por calumnias dispuso la autoridad superior quitarlo de ese cargo, él aceptó inmediatamente. Pero todos los Hermanos firmaron un memorial anunciando que no aceptaban por el momento a ningún otro como superior sino al Santo Fundador y tuvo que aceptar el seguir con el superiorato.
No se cansaba de recomendar con sus palabras y sus buenos ejemplos, a sus religiosos y amigos que la preocupación número uno del educador debe ser siempre el tratar de que los educandos crezcan en el amor a Dios y en la caridad hacia el prójimo, y que cada maestro debe esforzarse con toda su alma por tratar de que los jovencitos conserven su inocencia si no la han perdido o que recuperen su amistad con Dios por medio de la conversión y de un inmenso horror al pecado y a todo lo que pueda hacer daño a la santidad y a todo lo que se oponga a la eterna salvación.
Pasaba muchas horas en oración y les insistía a sus religiosos que lo que más éxito consigue en la labor de un educador es orar, dar buen ejemplo y tratar a todos como Cristo lo recomendó en el evangelio: "haciendo a los demás todo el bien que deseamos que los demás no hagan a nosotros".
San Juan Bautista de la Salle murió el 7 de abril de 1619 a los 68 años. Fue declarado santo por el Sumo Pontífice León XIII en el año 1900. El Papa Pío XII lo nombró Patrono de los Educadores del mundo entero.
Santo educador: tú que recomendabas que se le concediera la máxima importancia a la clase de religión, considerándola la más provechosa de todas en todo colegio y escuela, pídele al buen Dios que la clase de religión vuelva a estar en primerísimo lugar en nuestros centros de educación y no vaya a ser reemplazada jamás por otras asignaturas menos importantes. Y ruégale a Dios que nos envíe muchos y santos y muy fervorosos profesores de religión.

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