sábado, 16 de abril de 2016

Domingo de la semana 4 de Pascua; ciclo C

Domingo de la semana 4 de Pascua; ciclo C

Jesús, el Cordero, pastor en nuestro interior, nos conducirá hacia fuentes de aguas vivas, y nos dice: “Yo doy la vida eterna a mis ovejas”
En aquel tiempo, dijo Jesús: - «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno»” (Juan 10,27-30).
1. “¿Me salvaré?”: es una pregunta que nace en nuestro interior, como me decía una persona que se dedicaba al voluntariado y al servicio a los demás: pues así aseguraba que se salvaría. Es de lo que nos habla hoy Jesús, de la "vida eterna". La vida que se recibe ya por la fe, por la Palabra, como rezamos hoy en la Oración Colecta: “Dios y Padre nuestro, ayúdanos a abrir siempre los oídos del corazón para escuchar tu palabra de Buen Pastor y seguirte”. Juan escribe su evangelio para que, creyendo en Jesús, tengamos vida eterna. Entiende la "vida eterna" como algo que se inicia ya en este mundo. Cuantos creen en Jesús tienen su vida eterna guardada en las mejores manos y no morirán para siempre. Porque Jesús y el Padre son uno. La fe misma es seguridad en Dios. Porque no tenemos a Dios a buen recaudo, sino que es él el que nos tiene con fuerza y el que inspira en nosotros una confianza sin límites (“Eucaristía 1992”).
Pablo VI señaló este domingo como un día para la plegaria en favor de las vocaciones al ministerio y a la vida consagrada, dentro del conjunto de la liturgia pascual. Una vez concluido el ciclo de las apariciones, se nos va presentando al Señor en algunas de sus dimensiones más teológico-espirituales, como hoy la del Pastor enviado por Dios:
-"Yo les doy la vida eterna". El evangelio del Buen Pastor contiene una promesa que supera toda medida; incluso se podría decir que supera toda previsión. A las ovejas de Jesús, a las que él conoce y que le siguen, se les asegura por tres veces su definitiva pertenencia a él y al Padre. Y esto porque ellas ya ahora han recibido por anticipado «vida eterna». Porque lo que Jesús nos da aquí abajo con su vida, su pasión, su resurrección, su Iglesia y sus sacramentos, es ya vida eterna. El que la recibe y no la rechaza, jamás puede ya «perecer», nadie puede ya «arrebatarlo de mi mano»; más aún: nadie puede arrebatarlo de la mano del Padre, del que Jesús dice que es más que él (porque es su origen), y sin embargo que él, el Hijo, es uno con este Padre más grande. Las ovejas, que están amparadas en esta unidad entre el Padre y el Hijo, poseen la vida eterna; ningún poder terreno, ni siquiera la muerte, puede hacerles nada. Sin embargo, aquí no se promete el cielo a todo el mundo, sino a aquellos que «escuchan mi voz» y «siguen» al pastor: una pequeñísima condición sine qua non para una consecuencia infinita, inmensamente grande. Conviene recordar aquí las palabras de san Pablo: «Una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria» (2 Co 4,17) (Von Balthasar).
El buen pastor es una de las primeras imágenes que representan a Jesús. Sin barba, con vestiduras cortas y peinado grecoromano, lleva sobre sus espaldas unas ovejas. Así les gustaba a los cristianos de Roma, en el siglo III, definir e imaginarse a Jesús. De Cristo pastor se nos dice que ama a sus ovejas a las que ha comprado con su propia sangre (Hch 20, 28), que las guía, que las busca si se pierden, que las defiende con su vida, que ellas lo reconocen, que la autoridad que manifiesta sobre ellas está fundada en su entrega y su amor. La semejanza con el pastor da por supuesto que se está andando, buscando entre escaseces y peligros algo vital. El inhóspito desierto y los lobos amenazan de muerte a las ovejas.
Sólo Yahvé es el pastor de Israel. Y se promete al pueblo disperso que Yahvé volverá a reunir a su rebaño y le dará un pastor: su siervo David, el Mesías. Las ovejas no siguen a un extraño, conocen en su interior ese buen pastor que concede el don de la vida eterna: ven que él anuncia la salvación en una unidad con el Padre: es la respuesta a la pregunta sobre si él era el Mesías. Por tanto, es en mi interior que te reconozco, Señor, donde nadie me engaña, pues mi yo más profundo se abre a ti… Tú y Dios sois lo mismo: «yo y el Padre somos uno» y estableces ya una relación entre ti y nosotros: «yo las conozco y les doy la vida eterna... y ellas escuchan mi voz y me siguen». Te reconozco como cantamos en la Comunión: «Ha resucitado el Buen Pastor, que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya». Y en la postcomunión: «Pastor bueno, vela con solicitud sobre nosotros y haz que el rebaño adquirido por la sangre de tu Hijo pueda gozar eternamente de las verdes praderas de tu Reino». Nos guías a verdes praderas como recuerda el famoso salmo. A veces aparece Cristo como Maestro y Guía, como Salvador y Señor. Hoy te miramos como a nuestro Pastor, que nos acompañas en nuestro camino y se nos das tú mismo como alimento y bebida, sobre todo en la Eucaristía; él es nuestro verdadero alimento, nuestro Guía. Tu Palabra es digna de que yo la escuche, que tenga fe en ti, que deje que des sentido a toda mi vida (J. Aldazábal).
En la Entrada cantamos: «La misericordia del Señor llena la tierra, la palabra del Señor hizo el Cielo. Aleluya» (Sal 32,5-6). Y quieres que seamos nosotros tus testigos: testigos, ¿de qué?: testificar a Jesús, la verdad, "el que es", que pastorea a su pueblo. Y ¿qué puede significar para nosotros hoy la figura de Cristo pastor? En él se fundamentan nuestra esperanza, nuestra serenidad y nuestra ética. En una sociedad que sólo da visiones fragmentadas de la realidad, que no sabe cómo encontrar los valores morales fijos, que ha perdido sus utopías y que todo lo convierte en instrumento (incluso al hombre mismo), la figura del Maestro nos marca la dirección. Jesús "one way", el único camino, la dirección obligada para encontrar la paz, el gozo, como pedimos en el Ofertorio: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por estos misterios pascuales, para que esta actualización repetida de nuestra redención sea para nosotros fuente de gozo incesante»,
Jesús, quiero seguirte, como pastor porque se hizo cordero, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo y por cuya sangre hemos sido purificados y reconciliados con el Padre. Viniste a servir y no a ser servido, a enseñarnos nuestra misión en la vida, crecer en el servicio, aprender a amar. Tú nos conduce por ese camino "a las fuentes de agua viva".
-"No perecerán para siempre" los que te siguen, porque, como decía Pablo, "ni la vida ni la muerte, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas, ni lo alto ni lo profundo, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos tiene y nos ha manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rom 8,38s.). En Jesús resucitado se nos ha revelado un amor más fuerte que la muerte. Los que reciben ese amor, los que se dejan abrazar por ese amor, superan con Jesús todas las dificultades de la vida y resucitan con él. Participan de su resurrección y la muerte no es para ellos ya otra cosa que el desfiladero de la vida, el paso a la verdadera vida, al Padre. -¿Somos conscientes de que el Señor vive y está con nosotros donde dos o más nos reunimos en su nombre? Reunirse en el nombre de Jesús, ¿no es también reunirse bajo su nombre y reconocerlo como nuestro Pastor? -¿Que significa ser pastor de la iglesia o ejercer un ministerio pastoral? -¿Por qué somos cristianos?, ¿por qué seguimos a Cristo? ¿Lo seguimos de verdad?, ¿sólo hasta cierto punto?, ¿hasta la cruz? (“Eucaristía 1983”).
2. La perícopa de Antioquía de Pisidia es muy importante porque el proceso de difusión del evangelio a gentes no judías se presenta ya con forma. Todos invitan a Pablo a que hable sobre el mismo tema el sábado siguiente. Pablo toma en ese momento una importante decisión: en vez de encerrarse entre los judíos, durante la semana, va con preferencia a los "temerosos de Dios", a los que conquista por su total ausencia de racismo. Ellos, a su vez, atraen a mucha gente a la reunión del sábado siguiente; ahí se juntan paganos que nunca se habían comprometido con los judíos.
Entonces se produce la crisis. La asamblea se divide en dos bandos. Los judíos más cerrados y orgullosos se asustan al verse invadidos por esos paganos "impuros", se oponen a Pablo e incluso tratan de echarlo fuera por cualquier medio. Intervienen las mujeres ricas y piadosas. Desde ese momento se constituye una comunidad cristiana separada de la de los judíos. “Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones: - «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: "Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra.
¿Quién no se da cuenta que junto a la Iglesia actual todavía hay "prosélitos", o sea, hombres de buena voluntad, que esperan que se les predique un evangelio realmente abierto a todos, y para los cuales no hay cabida en nuestras asambleas? (“Eucaristía 1992”).
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron”. “El hombre no se salva automáticamente. Hay que aceptar la palabra de Dios y de la Iglesia... El pueblo de Israel no debía querer poseer la salvación para él solo, pues ésta estaba destinada para todos los hombres: desear la salvación de una manera egoísta significa autoexcluirse del cielo… también los gentiles deben aceptar personalmente la fe y vivir conforme a ella” (von Balthasar).
 “La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo”. En todo esto hay un sentido eclesial. «Admirable es el testimonio de San Fructuoso, obispo. Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de rogar por él. El santo respondió: “Yo debo orar por la Iglesia católica, extendida de Oriente a Occidente”. ¿Qué quiso decir el  santo obispo con estas palabras? Lo entendéis, sin duda, recordadlo ahora conmigo: “Yo debo orar por la Iglesia Católica; si quieres que ore por ti, no te separes de aquélla por quien pido en mi oración”» (san Agustín, Sermón 273).
Cantamos en el salmo: “Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores”: Realmente el Padre es bueno, eterno es su amor, El es fiel"... "Sois su rebaño, su pueblo". “Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño”. "Él nos ha hecho y le pertenecemos"... “No temáis, ni un pajarito cae a tierra sin que vuestro Padre lo sepa”... (Mateo 10,29). ¡Sí, escuchemos a Jesús que recita este salmo! Escuchémoslo en el fondo de nosotros mismos, allí donde el Espíritu "ora en nosotros" (Rom 8,26-31).
«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.» La alegría, de por sí, es comunicativa. "Reconoced que el Señor es Dios". Esto viene de dentro, sin ninguna presión... Libremente. Soy tuyo, Señor, porque soy oveja de tu rebaño. Hazme caer en la cuenta de que te pertenezco a ti precisamente porque soy miembro de tu pueblo en la tierra… no me salvo solo. Es verdad que tú, Señor, me amas con amor personal, cuidas de mí y diriges mis pasos uno a uno; pero también es verdad que tu manera de obrar entre nosotros es a través del pueblo que has escogido. El pastor conoce a cada oveja y cuida personalmente de ella, con atención especial a la que lo necesita más en cada momento; pero las lleva juntas, las apacienta juntas, las protege juntas en la unidad de su rebaño. Así haces tú con nosotros, Señor.
Haz que me sienta oveja de tu rebaño, Señor. Responsable, sociable, amable, hermano de mis hermanos y hermanas y miembro vivo del género humano. No me permitas pensar ni por un momento que puedo vivir por mi cuenta, que no necesito a nadie, que las vidas de los demás no tienen nada que ver con la mía... No permitas que me aísle en orgullo inútil o engañosa autosuficiencia, que me vuelva solitario, que sea un extraño en mi propia tierra...
Haz que me sienta orgulloso de mis hermanos y hermanas, que aprecie sus cualidades y disfrute con su compañía. Haz que me encuentre a gusto en el rebaño, que acepte su ayuda y sienta la fuerza que el vivir juntos trae al grupo, y a mí en él. Haz que yo contribuya a la vida de los demás y permita a los demás contribuir a la mía. Haz que disfrute saliendo con todos a los pastos comunes, jugando, trabajando, viviendo con todos. Que sea yo amante de la comunidad y que se me note en cada gesto y en cada palabra. Que funcione yo bien en el grupo, y que al verme apreciado por los demás yo también les aprecie y fragüe con ellos la unidad común.
Soy miembro del rebaño, porque tú eres el Pastor. Tú eres la raíz de nuestra unidad. Al depender de ti, buscamos refugio en ti, y así nos encontramos todos unidos bajo el signo de tu cayado. Mi lealtad a ti se traduce en lealtad a todos los miembros del rebaño. Me fío de los demás, porque me fío de ti. Amo a los demás, porque te amo a ti. Que todos los hombres y mujeres aprendamos así a vivir juntos a tu lado (Carlos G. Vallés).
3. «El Cordero será su pastor», se nos ofrece en una visión del cielo, donde se cumple la promesa que el Señor hace en el evangelio y donde todos los que lo han seguido en la tierra como «sus ovejas» aparecen como una muchedumbre inmensa de todos los pueblos delante del Cordero, su pastor, porque han sido rescatados por la sangre de su cruz y ahora son apacentados y conducidos por él «hacia fuentes de aguas vivas». La vida que se les promete no es un estancamiento, sino algo que fluye eternamente; por eso los que pertenecen al Señor «ya no pasarán hambre ni sed» (Hans Urs von Balthasar).
Llucià Pou Sabaté
Santa Catalina Tekakwitha, virgen

Primera santa piel roja: Kateri Tekakwitha
“En esta época, cuando el principio del placer que domina nuestra sociedad, y cuando la gente gasta todo tipo de tiempo, esfuerzo y energía para eliminar la cruz del cristianismo y para escapar de las realidades a veces duras y responsabilidades de la vida cristiana madura, Kateri Tekakwitha se erige como un ejemplo heroico de cómo integrar el misterio de la cruz con el misterio de la resurrección de una manera que da honor y gloria a Dios y que garantiza un servicio de amor a su pueblo” (Monseñor Howard J. Hubbard, DD, Obispo de Albany, Nueva York)
Conocí de su existencia hace poco más de dos años. Uno de mis hijos pasó unos meses en Milwoky y la familia que le acogió, con una generosidad fuera de lo habitual, le regaló una reliquia de esta beata india, hija de una algonquína cristiana capturada por los iroqueses y un jefe de la tribu Mohak.
Al principio pensé que era un presente cuanto menos original. Llena de curiosidad empecé a buscar documentación sobre esta joven aborigen de la tribu de los iroqueses. Y he de confesar que la vida del ““Lirio- o flor de pascua-, de los Mohawks”, como así la llaman, me fascino desde el primer instante.
En primer lugar, porque como bien señala La Hermana Kateri Mitchell, directora ejecutiva de la Conferencia Nacional Tekakwitha, del mismo clan Turtle de la nación mohawk, “la vida de la beata Kateri fue el vínculo de las dos tradiciones culturales — las formas tradicionales (americana nativa) y el catolicismo (…) Ambas tradiciones me han hecho personalmente más fuerte. Tenemos nuestros valores tradicionales y nuestros valores cristianos, y encuentro que los dos son compatibles en mi vida para caminar por el sendero en forma más fuerte y con mayor dedicación”. (1)
En segundo lugar, porque la vida de Kateri no fue fácil pero si extraordinaria. Es más, si la repasamos con atención nos tropezamos con una mujer tenaz y valiente que no dudó en abrazar la fe aún consciente de que esta decisión le provocaría el rechazo y el desprecio de su pueblo. El Padre John Paret, jesuita y miembro del personal del Santuario de Nuestra Señora de los Mártires en Auriesville, Nueva York, y uno de los vicepostuladores de la causa de Kateri, señala que “en esos días, el que una niña india no se casara era simplemente fuera de lo común, pero ella dijo: ‘No, quiero ser esposa de Cristo’ y nadie pudo quitarle eso de su cabeza”. Es más, Kateri Tekakwitha se erige como un ejemplo heroico de cómo integrar el misterio de la cruz con el misterio de la resurrección de una manera que da honor y gloria a Dios y que garantiza un servicio de amor a su pueblo”. (2)
Su espíritu de mortificación- en algunas ocasiones por el afán de expiar los excesos carnales de su pueblo, en otras como “actos de amor y agradecimiento” a Cristo y a la Santísima Virgen- , la llevo incluso a colocar brasas encendidas entre los dedos de los pies, hacer la oración de rodillas en la nieve, o dormir en un lecho de espinas como San Luis Gonzaga.
Además, me sorprende- por lo novedoso e inusual para la época-, como encontraba a Dios en las tareas ordinarias de su vida, como señalaba su director espiritual, el Padre Pierre Cholene , recogidas en la Positio de la causa de beatificación: “Ella logró, sin ningún otro maestro que el Espíritu Santo, un don sublime de la oración,(…) No lo hizo, sin embargo, a la exclusión de las realidades y los deberes de su vida, y de hecho tenía la sensación de que toda la realidad era el lugar donde podía ser buscada y encontrada (…) Al unirse a sí misma a Dios ella se adjunta al trabajo, como a un medio muy adecuado de la unión con Él, así como para conservar durante todo el día las buenas inspiraciones que había recibido en el por la mañana al pie del altar”.
Por esta razón, no es de extrañar que Juan Pablo II, el 22 de junio de 1980, en la Beatificación de cinco nuevos beatos entre los que se encontraba esta joven virgen piel roja, nos recordara que: “esta dulce, frágil y fuerte figura de una joven, muerta a los 24 años de edad: Catalina Tekakwitha, el «lirio de los Mohawks», la primera virgen iroquesa, (…) es gentil, dócil, laboriosa y pasa el tiempo trabajando, rezando y meditando. A los 20 años recibe el bautismo. Incluso en las temporadas de caza, siguiendo a su propia tribu, continúa sus ejercicios de piedad, que realiza ante una tosca cruz, que ella misma ha tallado en la selva. Invitada por su familia al matrimonio, responde con mucha serenidad y firmeza que tiene a Jesús como único esposo; tal decisión, consideradas las condiciones sociales de la mujer en las tribus indias de aquel tiempo, supone para Catalina el riesgo de vivir marginada y en la miseria. Es un gesto valeroso, contracorriente, profético: el 25 de marzo de 1679, a los 23 años, Catalina, con el consentimiento de su director espiritual, hace voto de perpetua virginidad, el primero conocido, de esa índole, entre los indios de Norteamérica.
Los últimos meses de su vida son una manifestación cada vez mayor de su fe sólida, de su límpida humildad, de su serena resignación, de su gozo luminoso, aun en medio de atroces sufrimientos. Sus últimas palabras, sencillas y sublimes, susurradas en trance de muerte, sintetizan, como cántico altísimo, una vida de purísima caridad: «Jesús, te amo»”.(3)

El 21 de octubre de 2012 fue proclamada santa por el papa Benedicto XVI en la Basílica de San Pedro.
SU VIDA
En la (web site oficial del Santuario Nacional de la beata Kateri Tekakwitha http://www.katerishrine.com/ ) en Fonda (New York) encontramos esta pequeña biografía:
“Kateri Tekakwitha fue una joven Mohawk que vivió en el siglo XVII. La historia de su conversión al cristianismo, su coraje en la cara de sufrimiento y de su santidad extraordinaria es una inspiración para todos los cristianos. (…) Kateri nació en 1656 de una madre Algonquin y un jefe Mohawk en la aldea fortificada de Mohawk Canaouaga o Ossernenon (hoy en dia, Auriesville) en el estado de Nueva York. Cuando tenía sólo 4 años de edad sus padres y su hermano murieron de una epidemia de viruela. Kateri sobrevivió a la enfermedad, pero dejó su cara marcada y con una discapacidad grave en su vista.
Debido a su mala visión, Kateri fue nombrado “Tekakwitha", que significa “la que se tropieza con las cosas". Kateri fue recogida por su tío, que se opuso duramente al cristianismo. Cuando tenía 8 años de edad, la familia de acogida de Kateri, de acuerdo con las costumbres iroquesas, la emparejó con un niño a la espera de que se casarían. Sin embargo, Kateri quería dedicar su vida a Dios. Su tío desconfiaba de los colonos debido a la forma en que trataban a los indios y que fueron los responsables de la introducción de la viruela y otras enfermedades mortales en la comunidad indígena.
Cuando Kateri tenía diez años, en 1666, una partida de guerra compuesta por soldados franceses e indios hostiles de Canadá destruyó las fortalezas de Mohawk situados en la orilla sur del rio Mohawk, incluyendo Ossernenon. Los mohawks supervivientes se trasladaron a la parte norte del río y construyeron su pueblo fortificado cerca del actual pueblo de Fonda. Kateri vivió en Caughnawaga, sede del Santuario de la actualidad, durante sus siguientes diez años.
Cuando Kateri tuvo 18 años de edad, comenzó las instrucciones de la fe católica en secreto. Su tío, finalmente cedió y dio su consentimiento para que Kateri se convirtiera al cristianismo, a condición de que ella no tratara de salir de la aldea india. Por unirse a la Iglesia Católica, Kateri fue ridiculizada y despreciada por los aldeanos. Fue sometida a acusaciones injustas y su vida se vio amenazada. Casi dos años después de su bautismo, en el lugar donde hoy se erige el Santuario de Kateri, se escapó a la Misión de San Francisco Javier, un asentamiento de indios cristianos en Canadá.
El pueblo en Canadá llamado Caughnawaga (Kahnawake). Aquí era conocida por su dulzura, amabilidad y buen humor. El día de Navidad 1677 Kateri hizo su primera comunión y en la Fiesta de la Anunciación en 1679 hizo voto de virginidad perpetua. Asimismo, se ofreció a la Santísima Madre para que la aceptara como una hija.
Durante su estancia en Canadá, Kateri enseñaba oraciones a los niños y trabajaba con los ancianos y enfermos. Ella solía ir a misa, tanto al amanecer como al atardecer. Ella era conocida por su gran devoción al Santísimo Sacramento y de la Cruz de Cristo.
Durante los últimos años de su vida, Kateri soportó un gran sufrimiento de una enfermedad grave. Ella murió el 17 de abril de 1680, poco antes de cumplir 24 años, y fue enterrado en Kahnawake, Quebec, Canadá.
Las últimas palabras de Kateri fueron:. “Jesos Konoronkwa”, que significa: “Jesús, Te amo”
Los testigos informaron de que a los pocos minutos de su muerte, las marcas de viruela le desaparecieron por completo y su rostro resplandecía con encanto radiante.
Antes de su muerte, Kateri prometió a sus amigos que iba a seguir amando y orar por ellos en el cielo. Tanto los nativos americanos y los colonos, de inmediato, comenzaron a orar por su intercesión celestial. Varias personas, incluyendo a un sacerdote que asistió a Kateri durante su última enfermedad, informaron que Kateri se les había aparecido y muchos milagros de sanación fueron atribuidos a ella".
Novena a la Beata KateriKateri, hija favorita, Flor de la algonquinos y lirio de los mohawks, venimos a buscar tu intercesión en nuestra necesidad actual: (mencionar aquí).
Admiramos las virtudes que adornaban tu alma: el amor a Dios y al prójimo, la humildad, la obediencia, la paciencia, la pureza y el espíritu de sacrificio.
Ayúdanos a imitar tu ejemplo en nuestra vida. A través de la bondad y la misericordia de Dios, que te bendijo con tantas gracias que te llevaron a la verdadera fe y con un alto grado de santidad, ruega a Dios por nosotros y ayúdanos.
Concédenos una devoción muy ferviente de la Sagrada Eucaristía para que podamos amar a la Santa Misa como tu lo hiciste y recibir la Santa Comunión con la frecuencia que nos sea posible. Enséñanos también a ser devotos como tú, de nuestro Salvador crucificado, que con gozo podamos llevar nuestras cruces de cada día por amor a El. Quien tanto ha sufrido por amor a nosotros. Más que todo te ruego que ores para que podamos evitar el pecado, llevar una vida santa y salva nuestras almas. Amén.
En acción de gracias a Dios por las gracias concedidas a Kateri: un Padre Nuestro, Avemaría y Gloria tres de Be. Kateri, la flor de los algonquinos y lirio de los mohawks, ruega por nosotros.(4)
(1)Tom Tracy escribe desde West Palm Beach, Florida
(2)Tres cualidades de Kateri Tekakwitha, el obispo Hubbard
(3)Juan Pablo II, Santa misa para la proclamación de cinco nuevos beatos,22 de junio de1980)
(4) Del libro del Padre Lovasik: Kateri de los mohawks

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