Miércoles de la semana 29 de tiempo ordinario; año impar
Nos pide el Señor estar vigilantes a su venida.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.» Pedro le preguntó: -«Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?» El Señor le respondió: -«¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá»” (Lucas 12,39-48).
1. Jesús, quieres que estemos atentos, en estas últimas semanas que quedan de año litúrgico, cuando vivimos la preparación para tu segunda venida, y nos pones hoy la comparación de estar alerta para que no entre un ladrón en casa.
-“Si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón... Estad también vosotros preparados: pues cuando menos lo penséis llegará el Hijo del hombre.” Para la antigua Grecia y otros pueblos de oriente, la historia es un perpetuo volver a empezar; un círculo continuado… pero la fe nos dice que hay un fin en la historia, vamos en progresión y en el curso de los años Dios se ha ido manifestando con lo que llamamos “revelación” (quitar el velo) de la Verdad, que se ha revelado plenamente en Cristo. Jesús, tú has venido entre nosotros, has vivido con nosotros, y continúas viniendo, y nos anuncias que vendrás... para juzgar el mundo y salvarlo.
Es verdad que los primeros cristianos esperaron, casi físicamente, la última venida -la Parusía- de Jesús... la deseaban con ardor y rogaban para adelantar esa venida: "Ven Señor Jesús". Las nuevas plegarias eucarísticas, desde el Concilio, nos han retornado esa bella y esencial plegaria: "Esperamos tu venida gloriosa... esperamos tu retorno... Ven, Señor Jesús". Sabemos que no sabemos ni el día ni la hora, pues nos dices: "llegará cuando menos lo penséis..." y que tu venida, Señor, puede tardar aún mucho tiempo. Pero, al mismo tiempo, sabemos que ya estás aquí, en nuestra vida y nuestra historia…
"Vino a su casa y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). Quiero verte, Señor, y no dejar que llores otra vez "porque la ciudad no reconoció el tiempo en que fue "visitada" (Lc 19,44). Cada uno estamos invitados a recibir la "visita íntima y personal" de Jesús: "He ahí que estoy a la puerta y llamo: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y tomaremos la "cena" juntos" (Ap 3,20). Oh Señor, ayúdame a pensarlo. Despierta mi corazón para esos encuentros contigo.
-“Pedro le dijo entonces: "Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos en general?" El Señor responde: "¿Dónde está ese administrador fiel y sensato a quien el Amo va a encargar de repartir a los sirvientes la ración de trigo a sus horas? Dichoso el tal empleado si el Amo al llegar lo encuentra en su trabajo”.
Nos invitas a la vigilancia, Jesús, y pides a los que podemos influir en otros que hemos de ser "fieles y sensatos". "Llegará cuando menos lo penséis..." Quieres que estemos atentos, Jesús, y por eso nos lo repites… Los administradores somos nosotros, que no sabemos día y hora, porque ya estás aquí, Señor, en mi día de hoy. Y cuando dependen otras personas de nosotros, hemos de pensar que tendemos que rendir cuentas. Su papel esencial es "dar a cada uno el alimento a sus horas." Pero todos somos responsables de los demás, de cada uno dependen los demás. Así pues, toda la Iglesia tiene que estar en actitud de "vigilancia"... cada cristiano, pero también y ante todo cada responsable. El Reino de Dios ya está inaugurado.
Referirse a ese Reino -que ciertamente no estará "acabado" más que al Fin- no supone para la Iglesia un proyectarse en un futuro de ensueño, sino aceptar el presente como esperanza, y contribuir a que ese presente acepte y reciba el Reino que ya está aquí (Noel Quesson).
-"Dichoso el servidor si su amo al llegar le encuentra en su trabajo". Ayúdame, Señor, a estar en mi trabajo cada día y a captar tu presencia.
-“Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le pedirá.”Podemos sentirnos muy seguros del Reino, porque hemos sido elegidos responsables ante los demás... Tu, Jesús, nos haces reflexionar, hacer examen, pues "al que mucho se le confió, más se le exigirá".
Tenemos el peligro de la pereza, del amodorramiento, y los las comparaciones que nos pones, Señor, del ladrón que puede venir en cualquier momento, o el amo que puede presentarse improvisamente, nos ayudan a examinarnos y no pensar que somos dueños, sino que todo puede acabarse y hemos de tener las cosas preparadas para dar cuentas. No quieres, Jesús, que vivamos con angustia, ni una tensión psicológica, mala, sino una tensión de amor, de tener los ojos abiertos y llenos de luz porque tú nos esperas en cada acontecimiento. Así, con sentido de responsabilidad, sin descuidar ni la defensa de la casa ni el arreglo y el buen orden en las cosas que dependen de nosotros... y si tenemos responsabilidades sociales, procuraremos vivir no como dueños de los demás sino sus servidores. Así nos dice el Concilio Vaticano II: “Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su gloria. Según eso, cada uno según los propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad”.
Los pastores han de ser responsables con su deber ministerial: los obispos, “santamente y con entusiasmo, con humildad y fortaleza, según la imagen del Sumo y Eterno sacerdote”. Así también los demás sacerdotes, los diáconos, “asiduos en la oración, fervorosos en el amor, preocupados siempre por la verdad, la justicia, la buena fama, realizando todo para gloria y honor de Dios. A los cuales todavía se añaden aquellos seglares, escogidos por Dios, que, entregados totalmente a las tareas apostólicas, son llamados por el Obispo y trabajan en el campo del Señor con mucho fruto”.
“Conviene que los cónyuges y padres cristianos, siguiendo su propio camino, se ayuden el uno al otro en la gracia, con la fidelidad en su amor a lo largo de toda la vida, y eduquen en la doctrina cristiana y en las virtudes evangélicas a la prole que el Señor les haya dado. De esta manera ofrecen al mundo el ejemplo de un incansable y generoso amor, construyen la fraternidad de la caridad y se presentan como testigos y cooperadores de la fecundidad de la Madre Iglesia, como símbolo y al mismo tiempo participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella. Un ejemplo análogo lo dan los que, en estado de viudez o de celibato, pueden contribuir no poco a la santidad y actividad de la Iglesia. Y por su lado, los que viven entregados al duro trabajo conviene que en ese mismo trabajo humano busquen su perfección, ayuden a sus conciudadanos, traten de mejorar la sociedad entera y la creación, pero traten también de imitar, en su laboriosa caridad, a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en el trabajo manual, y que continúa trabajando por la salvación de todos en unión con el Padre; gozosos en la esperanza, ayudándose unos a otros en llevar sus cargas, y sirviéndose incluso del trabajo cotidiano para subir a una mayor santidad, incluso apostólica”.
Jesús, que esté atento a tu venida final, y a esas pequeñas pero irrepetibles venidas en las ocasiones diarias en que muestras tu cercanía; te pido estar despierto, vigilante (J. Aldazábal).
2. En el bautismo se produce una liberación del pecado:
-“Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal obedeciendo a sus concupiscencias”. El cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Co 6,19), miembro de Cristo (1 Co 6,15), símbolo de la Iglesia (1 Co 12,12). Y, aunque caduco, mortal, algo que se marchita, está destinado a la incorrupción, a la inmortalidad (1 Co 15,12/49): “Nuestros antiguos pecados han sido eliminados por obra de la gracia. Ahora, para permanecer muertos al pecado después del bautismo, se precisa un esfuerzo personal aunqeu la gracia de Dios continúe ayudándonos poderosamente” (S. Juan Crisóstomo).
«No obedezcáis a las apetencias de la carne». «No os sometáis a los deseos del cuerpo»: el «egoísmo», que es lo contrario del amor desinteresado. «No dejéis que reine en vosotros el egoísmo... no busquéis la satisfacción de vuestros deseos egoístas»... porque habéis sido hechos amor, por Aquel que es amor.
-“Al contrario, poneos al servicio de Dios... y ofreced a Dios vuestros miembros para el combate de la justicia”. Antes el cuerpo daba frutos malos: "poníamos a su servicio nuestros miembros como instrumentos del mal". Ahora debemos sentirnos libres de ese dueño y servir sólo a Dios, "ofreciéndole nuestros miembros como instrumentos del bien". Ya no somos "súbditos de los deseos del cuerpo", pues "el pecado no sigue dominando en nuestro cuerpo mortal", sino que vivimos como quien "de la muerte ha vuelto a la vida".
Dios opera en lo íntimo de nuestro ser. –“Pues ¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ningún modo!... Pues después de haber sido liberados del pecado, os hacéis esclavos al servicio de la justicia”: ¡el cristiano no tiene ya Ley que se le imponga desde el exterior! Es «libre». Pero es ahora «dócil a la actividad íntima del Espíritu que trabaja su ser desde el interior». «Líbranos del pecado, Señor» (Noel Quesson).
3. "Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, nos habrían tragado vivos... nos habrían arrollado las aguas... nuestro auxilio es el nombre del Señor". Gracias, Señor, pues contigo "hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador", gracias por la liberación de todo mal.
Llucià Pou Sabaté
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