Feria del día 30-XII
El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre… Ana de Fanuel, modelo de quien busca el rostro de Jesús…
“Vivía entonces una profetisa, llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Esta era ya de edad muy avanzada, y había vivido con su marido siete años desde su virginidad; y habíase mantenido viuda hasta los ochenta y cuatro de su edad, no saliendo del templo, y sirviendo en él a Dios día y noche con ayunos y oraciones. Esta, pues, viniendo a la misma hora, alababa igualmente al Señor, y hablaba de El a todos los que esperaban la redención de Israel” (Lucas 2,36-38).
1. San Ambrosio nos cuenta que “había profetizado Simeón, había profetizado una que era casada, y había profetizado una Virgen. Debió también profetizar una viuda para que no faltase ningún sexo ni condición”. Hoy vemos ese testimonio que faltaba: "Vivía entonces una profetisa llamada Ana", etc. No es algo banal, sino que está presentado con todo tipo de detalles, ambientando bien la escena: Teofilacto hace notar que “se detiene el evangelista describiendo la persona de Ana, diciendo quién era su padre, cuál era su tribu, y presentando como testigos a muchos que vieron a su padre y su tribu”. San Gregorio Niceno admite también que pasados unos años haya más gente con ese nombre…: “O tal vez porque en aquel tiempo había otras mujeres que tenían el mismo nombre de su padre, y dice cuál es su procedencia”. Pero lo más probable, como señala San Ambrosio, es que se quiere destacar la figura de Ana, por sus virtudes en su estado de viuda, “cuanto por sus costumbres, está representada como digna de anunciar al Redentor del mundo, por lo que continúa: "Que era ya de edad muy avanzada, y había vivido desde su virginidad, siete años con su marido y siendo viuda hasta los ochenta y cuatro años"”.
Orígenes hace notar el sentido alegórico de las dos profecías en el templo, cómo Simeón representa el eslabón entre el Antiguo y Nuevo Testamento: “como Ana la profetisa habló poco y no muy claro de Jesucristo, el Evangelio no refiere explícitamente lo que ella dijo. También se puede creer que tal vez habló Simeón antes que ella, porque éste representaba la forma de la ley (puesto que su nombre quiere decir obediencia) y ella representaba la gracia (según la significación del suyo), y como Jesucristo estaba entre ellos, dejó morir al primero con la ley, y fomentó con la gracia la vida de la última”.
La reciente película de “El hombre que hacía milagros” muestra en plastilina y dibujos la vida de Jesús, y al no tener un protagonista famoso se hace más “llevadera” la interpretación. Y es que nos es velado el rostro de Jesús, y la búsqueda no se satisface con las representaciones cinematográficas. La imagen que podemos encontrar sobre todo en el Evangelio es interior.
Juan Pablo II nos invitaba a fijar la mirada en el rostro de Cristo y hacer de su Evangelio la regla cotidiana de vida. Decía una chica que es muy difícil explicar esta experiencia: “cuando crees en el Evangelio, cuando rezas, te sientes mejor, y sería estupendo que viviéramos lo que nos enseña... el mundo sería distinto”. Hay una cierta “experiencia de Dios”, un “laboratorio” en el que descubrimos, aún dentro del ambiente secularizado que nos rodea, el rostro de Jesús. Ana es portadora de este deseo, de querer ver el rostro de Jesús.
Se ha hablado de un «Jesús histórico» que es distinto del que nos ha llegado por la Iglesia, que sería el «Cristo de la fe». Se habla de que el Jesús que pasó entre nosotros era un antirromano, o un moralista o un hippie. Pero si nos hubieran cambiado a Jesús sería una invención. Jesús es hijo de Dios, y esta es la fe que se une a la historia. Ratzinger nos dice: “Éste es también el punto de apoyo sobre el que se basa mi libro: considera a Jesús a partir de su comunión con el Padre. Éste es el verdadero centro de su personalidad. Sin esta comunión no se puede entender nada y partiendo de ella Él se nos hace presente también hoy”. Si dejamos de lado la historia, la fe cristiana quedaría eliminada y transformada en otra religión. Por tanto, la historia forma parte esencial de la fe cristiana. El Antiguo y el Nuevo Testamento están íntimamente relacionados entre sí, y Jesús es la clave de toda la historia. Hay una unidad que se une a la acción del Espíritu Santo, en la tradición de la Iglesia, en el sentido en que se lee la Palabra, o sentidos, dimensiones de la palabra única, que va más allá del momento: “el pueblo de Dios —la Iglesia— es el sujeto vivo de la Escritura; en él, las palabras de la Biblia son siempre una presencia. Naturalmente, esto exige que este pueblo reciba de Dios su propio ser, en último término, del Cristo hecho carne, y se deje ordenar, conducir y guiar por El”.
En el fondo, tenía razón Dostoyevsky cuando en "Los demonios" preguntaba "¿Puede un hombre culto, un europeo de nuestros días, creer aún en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios? Pues en ello consiste propiamente la fe toda". Hay gente que busca solo literatura, en palabras muertas, cuando Jesús es la Palabra viva; como si volviéramos a oír la voz del ángel: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado» (Lucas 24,5-6).
Ana de Fanuel no quería llegar a tanto, era simplemente la mujer que no moriría hasta ver el salvador, tenía 84 años y era viuda, servía Dios noche y día, era perseverante, porque era piadosa, y había madurado por los padecimientos. -“Ella proclamaba las alabanzas de Dios, y hablaba del niño a todos aquellos que esperaban la liberación de Israel”.
Hay maneras de madurar como la vitalidad juvenil, cuando podemos entregarnos a un ideal, pero junto a la decisión hay faltas de constancia, desánimos. La paciencia, perseverancia, viene con los años, cuando se acrisola con el tiempo y el sacrificio ese amor, como los viejos robles que no sufren la sequía, en cambio los brotes tiernos siempre pueden secarse y morir, de forma que la edad hace mejorar lo bueno y empeorar lo que es malo. Ana era buen vino, y fue recompensada. Puede ser porque al ser mayor iba más a lo esencial, como hacen las abuelas. Saben que en la vida lo importante es amar y sentirse amado, y ese amor es capaz de cualquier sacrificio. Ella había visto de todo y entendía que todo es vanidad, que los placeres no dan la felicidad y la misma sabiduría si nos aparta de Dios no vale nada. Por eso ella escoge con su piedad sencilla y fuerte, vivir de esperanza, y esperar el Cordero de Dios, confiar en la Palabra divina, no dejarse llevar por el sentimentalismo, que es campo de superstición, música melosa pero hueca, cursiladas vacías... como tampoco se deja llevar por el mundo intelectual y frío, sino que busca en su corazón el centro de la piedad. Sabe que no es el cumplimento de prácticas la base de la santidad, sino el amor, y eso intuye que nos trae Jesús, que somos hijos en brazos de nuestro Padre Dios.
Ana pertenece al grupo de los pobres de Yahvé (los "anawim"). Su vida, su pobreza son de un valor infinito; con lo que salva al mundo. Esta mujer es más importante a los ojos de Dios que todos los doctores de la Ley y los sacerdotes que ejercen sus funciones oficiales en el Templo.
-"Cumplidas todas las cosas ordenadas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de Dios, estaba en El". Es un misterio que Jesús sea Dios, y al mismo tiempo un niño que aprende cosas como todo niño, que sigue todas las leyes naturales del crecimiento humano, crecimiento físico, crecimiento intelectual (progresa en ciencia). Pasa por la pubertad y la adolescencia (Noel Quesson).
2. Nos invita san Juan a revisar nuestros criterios en la vida normal: -"Os escribo, padres, porque conocéis al que es desde el principio": han entrado a participar de su cualidad de testigo y podrán así transmitir a otros su fe y su comunión con Dios.
-"Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al Maligno". Frente al maligno, tenemos nosotros la energía combativa y la fuerza de victoria que tienen los jóvenes; que nosotros hemos de recibir y hemos recibido ya de Dios la energía para caminar en la luz.
-Os digo, hijos míos: «Vuestros pecados están perdonados por obra del nombre de Jesús».Incansablemente, debemos repetirnos esas palabras a fin de que del fondo de nuestras vidas surja: -nuestro agradecimiento absoluto a Dios. -y el deseo sincero de nunca más pecar...
-“Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. Ya decía Jesús: «¡No se puede servir a dos amos!». Sin embargo, ese mundo pecador con el que ningún compromiso es posible, ¡Dios lo ha amado! para salvarle.
-Todo lo que hay en el mundo es: -Deseos egoístas de la naturaleza humana... -Concupiscencia de los ojos. -Orgullo de las riquezas... ¡Todo ello no procede del Padre! El mundo pagano no es lo que queremos cuando amamos a Dios.
-“Ahora bien, el mundo con sus deseos desaparecerá; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. ¡Todo lo solamente humano... pasa! es frágil, transitorio, efímero. Todo lo que tiene fin es corto. Sólo Dios permanece. Uniendo mi vida a la tuya. Señor, ligo mi destino a tu vida eterna (Noel Quesson).
3. Dios, nuestro Rey poderoso, no viene a nosotros como alguien que llega a aplastar nuestra dignidad, sino a salvarnos, por eso rezamos en el salmo: “Familias de los pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor”.
Queremos dar gracias a Dios por su bondad: “Entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos ante el Señor en el atrio sagrado, tiemble en su presencia la tierra toda. Decid a los pueblos: «El Señor es rey, él afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente».”
Llucià Pou Sabaté
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