Domingo de la Sagrada Familia; ciclo B
Dios inaugura en Jesús una familia, no hecha de la biología sino del Espíritu: la Sagrada Familia es la cuna de la Iglesia, y a esta familia pertenecemos.
“Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor (…) Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba (Lucas 2,22-40).
1. Este domingo dentro de la octava de navidad celebramos la Sagrada Familia. Fiesta relativamente joven: primero fue opcional en 1893, en el siglo XIX era muy popular en algunos sitios como Canadá. El papa León XIII la promovió muchísimo. Hoy tiene un papel especial, en tiempos de crisis de la familia. Y hoy recordamos que el hijo del Dios vivo se hizo Hijo en una familia humana. Navidad es un tiempo hogareño, familiar. Y esto tiene una importancia religiosa y psicológica: necesitamos volver a los orígenes, a las raíces, a la familia de cuando en cuando. En el plano espiritual hacemos esto en nuestras celebraciones litúrgicas, renovando nuestros "orígenes sagrados" cuando celebramos el nacimiento de nuestro Señor. La cueva, el pesebre..., allí comenzó todo. Me mandaron este mensaje: “tal vez el mejor adorno para la Navidad sea una gran sonrisa, y el mejor regalo dar amor a los demás. Es la alegría que trae Jesús, que nace para quedarse para siempre”. Una alegría con fundamento… ojalá cada día sea Navidad.
La profecía de Simeón encuentra eco en profecías: "Él (el Señor de los ejércitos) será una piedra de tropiezo, una roca de escándalo para las dos casas de Israel, un lazo y una trampa para los habitantes de Jerusalén" (Is 8,14). También podemos leer hoy la profecía de la espada que traspasará el alma de María, símil que será usado en otras ocasiones (como Hb 4,12 referido a la palabra de Dios). El dolor de María, por seguir la misión, la Palabra, se expresa de varios modos, como cuando buscaba angustiada a Jesús en Jerusalén y no comprendió su respuesta: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que tengo que estar en la casa de mi Padre? Y ellos no comprendieron sus palabras" (Lc 2,49-50). Conservando en su corazón el enigma de esa frase, ella "avanzó en la peregrinación de la fe" (LG 58), no sin pruebas ni oscuridades. Pero el colmo de la aflicción inundó su espíritu cuando vio a su Hijo rechazado y crucificado. Obedecer a la voluntad del Padre (¡ella, la madre del ajusticiado!), permanecer fiel a las palabras del Hijo sobre todo en aquel momento de tiniebla (cf Redemptoris Mater 18): he aquí el punto crucial de la transfixión que esta palabra produjo en las fibras de María.
¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Belén, de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina! (Pablo VI). Queremos meternos en ese recogimiento e interioridad en medio de un mundo de ruidos, dispuestos a dejarnos iluminar por la luz de ese Niño que al abrir los ojos nos transmite.
María supo educar (sin sobreproteccionismos como vemos hoy) y también aprender de su hijo. La falta de desasimiento por parte de los padres, un apego excesivo lleva a que quieran verse reflejados en los hijos, como forma de prolongación... exige renuncia el auténtico amor, entrega de sí mismo, don de sí mismo para el otro, para su crecimiento y felicidad.
Lucas señala que "el niño crecía y se robustecía, y se llenaba de sabiduría”. Jesús nos ha traído la seriedad en la vida concreta, que es aprender, crecimiento sobre todo espiritual. Y a través de ese aprendizaje es como hemos de caminar hacia el misterio. La vida inmediata, prosaica, se ha cargado de seriedad porque nos conduce a lo último, a lo definitivo. No se trata de grandezas "grandes", sino de "pequeñas cosas" que se hacen grandes. Y este caminar entre cosas inmediatas y pequeñas es el sendero que conduce a la intimidad con Dios. El cumplimiento, el respeto, la constancia, la comprensión que exige la familia, el círculo inmediato de nuestras obligaciones diarias, es el banco donde se templa y troquela nuestra capacidad de acceder a Dios (Carlos Castro).
Amar es un pensar primero en el otro antes que en mí, es actitud de servicio, nunca del dominio. Así es el amor de Dios. Así fue el amor entre José y María, y de ambos hacia el Hijo. A veces no lo entendían, pero lo respetaban y se esforzaban por entenderlo, pues los ojos del corazón penetran en el secreto de la persona. Nunca se puede llegar al secreto último. Toda persona tiene algo de misterio, incluso para ella misma, y ahí está su encanto. Si se pudiera analizar fría y totalmente en el laboratorio, si se pudiera dominar por medio de técnicas psicológicas, dejaría de ser persona. «Sólo un ser dotado de misterio es, a la larga, digno de amor... Si un amante tuviera la conciencia de haber conocido o traspasado con su mirada el objeto de su amor, tal conciencia sería un signo infalible de que el amor ha llegado a su fin» (H. Urs von Balthasar).
No hay nada tan gratificante como cuando dos personas se encuentran en profundidad y se sienten incondicionalmente aceptadas y valoradas. Es como encontrar el tesoro escondido, la dicha que nadie te puede quitar. Entonces es cuando cada uno tiene derecho a pronunciar el nombre del otro, un nombre que se pronuncia en verdad y significa conocimiento, porque sólo se conoce bien lo que se ama. Este encuentro amoroso es el secreto de la felicidad. Adán, sólo al contemplar a la mujer dio un grito de entusiasmo. Así todo Adán enamorado podía repetir con el salmo: "Más estimo yo las palabras de tu boca, que miles de monedas de oro y plata" (Sal. 118, 72); es el secreto de lo cotidiano en la familia: más estimo yo una sonrisa, una caricia, una presencia, un gesto de amor, que todos los tesoros de la tierra. Se trata de un amor auténtico, que llega al fondo de la persona, que es incondicional y tiende a ser definitivo. Ya decía S. Jerónimo: "Amistad que puede perderse nunca fue verdadera". Cuando el amor es verdadero, cuando llega al centro de la persona, ese amor desafía el futuro como la casa cimentada sobre la roca. (En cambio, será edificada sobre arena cuando se dialoga poco, se discute mucho, se vive con los nervios desatados, a golpe de gusto. Se vive a veces con más intensidad fuera que dentro. Hay casas que se convierten en fondas o en lugar de descanso y esparcimiento. Hay veces que las relaciones son tan flojas y tan poco consistentes, que a los pocos años ya se han roto y no queda nada, si acaso traumas y recuerdos).
Es la familia una «comunidad de vida y amor», donde se desviven unos y otros por los pequeños, donde los recién nacidos encuentran una atención adecuada, donde se aprende a soñar y a llenarse de ideales. Cada hijo es «portador de un misterio», con una vocación personal, única e irrepetible, que precisa de la familia para desarrollarse. Pues ahí empieza a enraizarse con los problemas de los demás, a sentir como suyas las aspiraciones y las luchas de sus padres, los juegos, amistades… el hombre aprende a vivir la comunión.
«La familia es la única comunidad en la que todo hombre es amado por sí mismo, por lo que es y no por lo que tiene... El otro no es querido por la utilidad o el placer que pueda procurar; es querido por sí mismo y en sí mismo. La norma fundamental es, pues, la norma personalista: toda persona... es afirmada en su dignidad en cuanto tal, es querida por sí misma… En la familia aprende qué quiere decir amar y ser amado, y por consiguiente qué quiere decir en concreto ser una persona... El don recíproco de sí por parte del hombre y la mujer crea un ambiente de vida en el cual el niño puede nacer y desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único e irrepetible» (Juan Pablo II).
2. “Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole”. El "honra a tu padre y a tu madre" se va concretando en la primera lectura. La madre tiene un papel singular sobre los hijos, que no puede contradecirse por ejemplo por un padre que le lleve la contraria. Los preceptos se dirigen a ese amor de los hijos a los padres, que es honra: “El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha”. Los padres son la imagen de un Dios padre y requiere esmero en ese amor: “Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras seas fuerte. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el calor”.
El salmista insistirá en el amor a los padres. Como no había aún la fe en la resurrección de la carne, se afirman premio en esta vida: “Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa. Esta es la bendición del hombre que teme al Señor: Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida”. Es el cuadro de la "felicidad en familia", donde el éxito humano acompaña al hombre bueno.
3. “Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión”. Pablo señala cinco virtudes fundamentales para la convivencia y las contrapone a otros tantos vicios que la impiden y de los que es preciso despojarse. Y ante las peleas será siempre necesario el perdón. El perdón de Cristo es el fundamento y el motivo del perdón que nos debemos los unos a los otros. Son consejos prácticos, de cómo llevar enfados, cómo hacer las paces… “Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada”. Y como fruto viene: “la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón”: marcará como la línea de actuación. “Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos”.
Llucià Pou Sabaté
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