Día 19º. DOMINGO TERCERO (7 de Marzo): Dios se presenta a Moisés, y le explica su nombre y anuncia que vendrá al mundo más tarde…
“Moisés era pastor del rebaño de su suegro, sacerdote de Madián (en el Sinaí). Una vez llevó las ovejas más allá del desierto; y llegó hasta Horeb, la montaña de Dios. El ángel de Yahveh se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que la zarza no se consumía”. Yahveh le habló: «¡Moisés, Moisés!» Él respondió: «Heme aquí.» Le dijo: «No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada.» Y añadió: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» Moisés no le vio el rostro a Dios, Yahveh le prometió la libertad para el pueblo de Israel, y que les llevaría a “una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel”. Y Dios se presenta: nos preguntamos ¿cómo es Dios? Pues vamos a ver qué ha dicho Él, ya que nos gustaría conocer más cosas de cómo es. Nos gustaría preguntarle: «¿Cómo te llamas, Señor? Dime quién eres. Enséñame tu nombre». Moisés dialogará más tarde con el Señor como con un amigo, que le concede lo que le pide «pues has hallado gracia a mis ojos y yo te conozco por tu nombre». Aquí, cuando se presentan, le dice que quiere conocer su nombre: «Déjame ver por favor tu gloria». Nosotros también se lo decimos: Quiero conocer tu misterio, lo que hay más dentro de ti, la fuente última de tus acciones y sentimientos. Quiero saber cómo nos miras y qué quieres de nosotros. ¿Qué somos nosotros para ti? ¿Qué eres Tú para nosotros? Dios dará a conocer a su amigo sólo parte de lo que pide. Conocer el nombre de una cosa o una persona equivalía casi a poseerla y dominarla. Por eso le dirá: «pronunciaré delante de ti mi nombre... Pero mi rostro no podrás verlo porque nadie puede ver a Dios y seguir con vida». Me podrás ver como de paso, como una ráfaga. Podrás llegar a ver, no mi cara, sino «mis espaldas». Habrá que esperar mucho tiempo para poder ver el rostro de Dios, que se manifestó en Jesucristo, el cual es: «Resplandor de su gloria»; «la gloria de Dios que está en la faz de Cristo».
Pues Dios le dijo: soy “Yahveh”, que significa “El que soy-el que vendré”, la palabra es difícil traducir, por eso también quiere decir Emmanuel, Dios con nosotros, Jesús es Dios que viene. Cuando Jesús nos dice “Yo os digo” está hablando como Dios, con ese Nombre. Así se da a conocer Dios: "Yo soy el que me manifestaré ser en la obra que haga, por la cual sabréis quien soy". Él es el que nos salva, Dios no tiene otro nombre que su misma obra salvadora. La obra de Dios es la revelación de su nombre Yahveh. El nombre de Dios se está siempre descubriendo a quienes ven la obra de Dios, por eso decimos: “santificado sea tu nombre…” el nombre de Dios no termina nunca de revelarse, siempre renovado en su presencia activa a la fe de los creyentes, que lo están conociendo siempre de nuevo en su acción salvadora (edic. Marova).
Por eso le damos gracias y cantamos con el Salmo: “Bendice a Yahveh, alma mía, del fondo de mi ser, su santo nombre, bendice a Yahveh, alma mía, no olvides sus muchos beneficios. El, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura, Yahveh, el que hace obras de justicia, y otorga el derecho a todos los oprimidos, manifestó sus caminos a Moisés, a los hijos de Israel sus hazañas. Clemente y compasivo es Yahveh, tardo a la cólera y lleno de amor; como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para quienes le temen”. Como un padre siente ternura por sus hijos siente el Señor ternura por sus fieles. El salmo de hoy es el de la ternura de Dios, como madre: como una madre consuela a su niño, así os consolaré yo, dice el Señor. Esto nos hace dar gracias a Dios, la que más sabe es la Virgen María con su Magníficat: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador..." Queremos tener mantener encendido el fuego divino de la liberación, del amor, corresponderle. Señor, quiero hacer oración, tratarte como un amigo, saber tu nombre, hablar contigo:
“Cuando estén afinadas, Maestro mío,
todas las cuerdas de mi vida,
cada vez que Tú las toques
cantarán amor” (R. Tagore).
Los israelitas en el desierto estuvieron protegidos del sol bajo la nube (como un paraguas que les mandaba Dios) y todo esto eran símbolos de lo que vendría: la nube la hemos visto en la transfiguración, cuando pasaron el Mar Rojo era imagen del bautismo que tenemos, los cristianos, dice S. Pablo, saboreaban más a Cristo en su corazón que el maná que tomaban los israelitas en la boca, y la roca de la que salía una fuente era Cristo era Cristo que de su Corazón abierto nacerán ríos de agua viva. Todas aquellas cosas eran figuras de lo que vendría, pero se hallaban oscuras, y hay que iluminarlo para verlo. Como una castaña o nuez, hay que quitarles la corteza para saborearlo, hincarle el diente.
Jesús dice que los que han sufrido unas desgracias no son más pecadores que los demás, que la “mala suerte” no es porque “se lo merecen”. Y explica que hemos de pensar en dar fruto para la vida eterna, con esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador: "Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?"
Pero él le respondió: "Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas."»
Es la “parábola de la paciencia”, pero que hemos de procurar no dormirnos. La idea es que todos tenemos necesidad de cambiar, no sólo cuando nos sale mal algo. Es lógico que deba rectificar si actúo mal. Pero si algo va bien tampoco tengo que estar tranquilo, puedo siempre esforzarme más. No se tratar de ser más que los demás, sino de dar lo mejor de mi mismo, como los artistas. Esta es la excelencia que se nos pide. El Dios que Moisés llegó a conocer es un Dios cercano. No está en las nubes o en el tercer cielo. Es un Dios que se deja encontrar en lo de cada día. Es el Dios del encuentro. Llegará a poner la Tienda del Encuentro, en medio de su pueblo. Jesús, el Emmanuel es el que «acampó entre nosotros»! Está en mi clase, en mi casa, entre mis amigos...
Quiere decir que Dios viene a nuestro encuentro: «He bajado». Se deja encontrar por Moisés y se deja encontrar por todos los que le buscan. Como se dejó encontrar por Magdalena. Se deja encontrar siempre en la tienda del amor. Dios está con nosotros: «Yo estaré contigo», le dijo a Moisés. No viene de visita, para ver cómo nos van las cosas. El se queda y está con nosotros. El «Yo estoy contigo» es una de las frases más repetidas en toda la historia de la salvación. No sólo contigo, sino en ti. Su presencia es muy íntima. Está ahí, alentando nuestra existencia. Es la fuente secreta de nuestra vida. Y quiere decir que Dios está con nosotros especialmente cuando nos encontramos. Donde hay unión, “buen rollo”, allí está Dios: “donde hay verdad y amor allí está Dios”, dice la canción. La dispersión, la desunión, la discordia, los muros y las fronteras, son el signo más claro de la ausencia de Dios.
-Un Dios compasivo y misericordioso. Dios es sensible, entrañable, benévolo. Le llegan nuestros problemas y le duelen nuestros sufrimientos. ¡Que Dios no es impasible! ¡Que Dios no es un duro! ¡Que Dios es capaz de llorar! ¿Cómo serán las lágrimas divinas? En la conversación con Moisés se manifiesta como: El que ve: «Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto». Esta visión le conmueve, le interpela y le hace tomar partido. Es una comprensión profunda y compasiva. El que oye: «He escuchado su clamor. El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí». No hace oídos sordos. Los tiene bien abiertos, especialmente para los que sufren, para el clamor del pobre: «Clamará a mí, y yo le oiré, porque soy compasivo».
Es una revelación preciosa. Dios es el que mira con cariño, el que se prodiga en caricias y gestos de ternura, el que nos sonríe y hace gracia, el que se emociona con nuestras cosas. El que hace gracia, favor, y el que hace gracias, alegrías y chirigotas con nosotros. El que juega con nosotros. ¿Cómo serán sus juegos? El que nos dice palabras y cosas bonitas. El que llega a bailar gozoso y "danzar" emocionado con nosotros, «con gritos de júbilo» (Sof 3,17). Decididamente, Dios es maternal y un pobre enamorado (Caritas).
A la Madre Teresa de Calcuta se atribuyen estos pensamientos: «La vida es una oportunidad, aprovéchala. La vida es belleza, admírala. La vida es un reto, afróntalo. La vida es un deber, cúmplelo. La vida es un juego, juégalo. La vida es preciosa, cuídala. La vida es amor, gózalo. La vida es un misterio, desvélalo. La vida es tristeza, supérala. La vida es un combate, acéptalo. La vida es una tragedia, domínala. La vida es una aventura, arrástrala. La vida es felicidad, merécela. La vida es la vida, defiéndela.»
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