sábado, 31 de octubre de 2015

Domingo semana 31 de tiempo ordinario; ciclo B

Domingo de la semana 31 de tiempo ordinario; ciclo B

El amor a Dios y a los demás, es el mandamiento más importante, lo esencial de la vida
«Se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y al ver lo bien que les había respondido, le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos». Y le dijo el escriba: «¡Bien Maestro!, con verdad has dicho que Dios es uno solo y no hay otro fuera de El; y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar al prójimo como a si mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Viendo Jesús que le había respondido con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y ninguno se atrevía ya a hacerle preguntas» (Marcos 12,28-34).
1. Entre centenares de mandamientos "graves" (o de peso) y "leves", los rabinos investigaran cuál de todos estos mandamientos era realmente importante, cuál era el primero y principal y como el resumen de todos. Vemos un letrado que busca lo mejor, en esta versión del Evangelio quiere preguntar sinceramente a Jesús por el primer mandamiento de la Ley y Jesús respondió citando las palabras de ésta: «Escucha Israel: el Señor es nuestro Dios, uno sólo es el Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas». Este hombre pertenece a los quiere descubrir, al contrario de los que ponen el acento en un cúmulo asfixiante de normas, las cosas que verdaderamente cuentan para Dios, el alma de todos los mandamientos. Jesús añadió de inmediato que hay un segundo mandamiento semejante a éste, y es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». 
Hay cosas en la vida que son importantes, pero no urgentes (en el sentido de que si no las haces, aparentemente no pasa nada); y hay cosas que son urgentes pero no importantes. Nuestro riesgo es sacrificar sistemáticamente las cosas importantes para correr detrás de las urgentes, frecuentemente del todo secundarias. ¿Cómo prevenirnos de este peligro? Una historia nos ayuda. Un día, un experto sobre la planificación del tiempo dio una conferencia. Puso un gran vaso de cristal vacío, y lo llenó de grandes piedras. Y preguntó a los alumnos: «¿Os parece que el vaso está lleno?», y todos respondieron: «¡Sí!». Sacó una caja de gravilla que se colaron entre las piedras. «¿Está lleno esta vez el vaso?». Los alumnos ya no sabían qué decir. Sacó esta vez arena que rellenó todos los espacios que había entre las piedras y la gravilla. «¿Está lleno ahora el vaso?». Ya dudaban más, y el experto tomó la jarra que estaba en la mesa y echó agua en el vaso hasta el borde.  Preguntó: «¿Que nos muestra ese experimento?». Uno respondió: «Demuestra que por más llena que esté la agenda, siempre caben más cosas». «No -respondió el profesor-; lo que el experimento demuestra es que si no se introducen primero las piedras grandes en el vaso, ya no cabrán después». «¿Cuáles son las piedras grandes, las prioridades, en vuestra vida? ¿La salud? ¿La familia? ¿Los amigos? ¿Defender una causa? ¿Llevar a cabo algo que os importa mucho? Lo importante es meter estas piedras grandes en primer lugar en vuestra agenda. Si se da prioridad a miles de otras cosas pequeñas (la gravilla, la arena), se llenará la vida de nimiedades y nunca se hallará tiempo para dedicarse a lo verdaderamente importante. Así que no olvidéis plantearos frecuentemente la pregunta: “¿Cuáles son las piedras grandes en mi vida?” y situarlas en el primer lugar de vuestra agenda».
Los dos mandamientos mayores: amar a Dios y amar al prójimo, son las principales “piedras” a meter primero en nuestra vida, así todo encontrará su lugar.
Ya Oseas dijo: «Quiero misericordia y no sacrificios» (Os 6,6; Mt 12,7). Pero es quizá aquí donde se manifiesta la enorme distancia que existe entre la comprensión judía y la comprensión cristiana (segunda lectura): si los sacrificios de la Antigua Alianza se tornan caducos con Cristo, es porque su cumplimiento del amor a Dios y al prójimo en su muerte en la cruz y en la Eucaristía hace coincidir pura y simplemente amor vivido y sacrificio cultual, y porque gracias a esta suprema entrega de amor, el amor de Jesús al Padre y a nosotros los hombres alcanza una intensidad que era inconcebible en la Antigua Alianza. Pero esto no invalida el «primer mandamiento» que Israel supo formular de modo tan admirable; la diferencia está solamente en que antes de Jesús nadie pudo llegar «hasta el extremo» (Jn 13,1), como llegó Jesús, en el amor a Dios y al prójimo.
Jesús responde citando al pie de la letra el pasaje del Dt 6, 4s (primera lectura), pero añade inmediatamente el mandamiento del amor al prójimo, que en el Antiguo Testamento se halla en otro contexto (Lv 19,18). Para Jesús ambos mandamientos son como uno solo: "No hay mandamiento mayor que éstos". Y es que no se puede amar a Dios sin amar al prójimo (cfr. 1 Jn 4,20). En este mandamiento del amor se funda la única piedad verdadera.
Se atribuye al rabino Hillel esta sentencia: "No hagas al otro lo que no deseas para ti. Esto es toda la Ley. El resto es interpretación". Con todo, no estaba claro en las escuelas rabínicas quién debía ser tratado como prójimo (cfr. Lc 10,29-37) y, en general, creían que el prójimo era solamente el paisano, pero no el extranjero. Por otra parte, la conexión entre los deberes religiosos para con Dios y las obligaciones morales para con el prójimo se entendía a veces de un modo muy extrínseco: la "justicia" consistía sobre todo en el cumplimiento de las prescripciones cultuales y el amor al prójimo quedaba reducido a la limosna, en caso de conflicto prevalecía el culto a la atención de las necesidades del prójimo (en la parábola del buen samaritano los sacerdotes y levitas pasan de largo porque temían contraer una impureza ritual, tocando al que pensaban cadáver, que les inhabilitaría para dar culto a Dios).
Jesús, nos dices que el verdadero culto no puede separarse ya de la atención a las necesidades ajenas. Además enseñas que el prójimo es cualquier necesitado que encontremos en nuestro camino. En esta misma línea, Santiago afirmará rotundamente que "la religión pura e intachable a los ojos de Dios" es cuidar del prójimo en sus necesidades (Sant 1,27). Jesús, gracias por especificar muy bien cómo debo amar a Dios: «con todo mi corazón y con toda mi alma y con toda mi mente y con todas mis fuerzas.» Esto no le quita amor a las demás personas, porque el amor a Dios no es excluyente, sino más bien al contrario: amplía la capacidad de amar. Cuanto más amo a Dios, más puedo amar a los demás y también a las cosas del mundo, que son buenas y han sido creadas por El.
En la última cena, nos propones una formulación nueva del mandamiento nuevo: amar a los demás no ya como a uno mismo, sino como Tú –como Jesús- los amas: «Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor entre vosotros» (Juan 13,34-35).
2. «Escucha, Israel». Es aquí, en la primera lectura, donde el gran mandamiento se expresa por primera vez y en toda su perfección. Está introducido con la afirmación: «El Señor nuestro Dios es solamente uno». No hay más dioses, «nuestro Dios» es el único Dios. El politeísmo divide el corazón del hombre y su culto; el único Dios exige la totalidad indivisa del corazón humano con todas sus fuerzas. Por eso entre el amor que Dios exige y el corazón humano no hay ningún dualismo: no es como si el corazón estuviera dentro y el mandamiento viniera de fuera o de arriba, sino que, por el contrario, el mandamiento debe quedar escrito en el corazón del hombre: «Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria»; con otras palabras: el amor a Dios exige desde dentro todo el corazón y todas sus fuerzas.
3. «Jesús tiene el sacerdocio que no pasa». La segunda lectura subraya una vez más de la manera más clara el carácter existencial del sacerdocio de Jesús, que ya no necesita ofrecer sacrificios de animales en el templo -algo que los sacerdotes anteriores debían hacer cada día por sus propios pecados y por los del pueblo-, sino que se ofrece a sí mismo como víctima sin mancha en una autoinmolaci6n necesaria para nuestra verdadera expiación. Y como «Jesús permanece para siempre», su ofrenda sacerdotal en la cruz no es un hecho del pasado; Jesús «tiene el sacerdocio que no pasa», su sacrificio es siempre y en todo momento algo actual «porque vive siempre para interceder en nuestro favor». Por eso su Eucaristía, a partir de esta su existencia eterna, puede hacer presente aquí y ahora su sacrificio único en virtud de su «sacerdocio que no pasa» (Hans Urs von Balhtasar). Pues “como siempre permanece, posee eternamente el sacerdocio”; por cuya razón sólo Cristo es verdadero sacerdote; los demás, ministros o servidores suyos (1 Co. IV). 
 “De aquí es que puede perpetuamente salvar a los que por medio suyo se presentan a Dios”. El sacerdocio de Cristo es eterno; no así el levítico. Luego Cristo “puede perpetuamente salvar”; cosa que no pudiera hacer, si no tuviera un poder divino (Is. 45). El modo está en “presentarse”; modo que describe por a excelencia del poder, de la naturaleza y de la piedad. Del poder, porque “se presenta por Sí mismo”: está demostrando el poder que tiene (Is. 63). Luego se acerca en cuanto hombre, mas por Sí mismo en cuanto Dios. La excelencia de su naturaleza la demuestra diciendo: “siempre vivo”; pues de otra suerte su sacerdocio tuviera fin (Ap. 1).La excelencia de su piedad, al decir: “para interceder por nosotros”; que, aunque tan encumbrado y con poder tan grande, es junto con eso de entrañas piadosas, porque intercede en favor nuestro.
—“A la verdad, tal como Este nos convenía que fue se nuestro pontífice...“ De la excelencia de Cristo toma pie para demostrar la excelencia de su sacerdocio (Santo Tomás). “El cual no tiene necesidad, como los demás sacerdotes, de ofrecer cada día sacrificios, primeramente por sus pecados y después por los del pueblo”.
Llucià Pou Sabaté

Todos los Santos

Todos estamos llamados a ser santos, a vivir como hijos de Dios, por el amor.
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y Él se pudo a hablar enseñándolos: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la Tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mateo 5,1-12).
1. El Evangelio es de las Bienaventuranzas que son un canto a las personas que sufren por Jesús: pobreza, no violencia, llanto, ansia de justicia, ayuda a los demás, limpieza de mirada, búsqueda de la paz y, por último, persecución por causa de la justicia de seguir a Jesús. Son dichosas ante un futuro de esperanza, vencieron el egoísmo, perdonaron siempre. Santos son los que aman, son justos, luchan por ser sinceros, buscan la paz, la misericordia. Son abiertos, se dan con la confianza de un niño. Se saben hijos de Dios. Es una aventura, para cambiar el mundo y ayudar a los demás a tener una vida feliz aquí y llegar al cielo: que no se dejen llevar por la avaricia, que seamos todos mansos y busquemos hacer a los demás lo que queremos que hagan con nosotros, nos consolemos, les llevemos a Jesús en los Sacramentos: “Yo soy -dijo Jesús- el pan que ha bajado del cielo”, el pan que quita el hambre para siempre. Los limpios de corazón verán a Dios: preparemos el corazón para llegar a ver, iluminados por la fe y por el amor, un corazón que sepa amar. Hay quien piensa que el cielo es para los campeones que superan marcas de atletas. No: cuando ayudamos a los demás, lo hacemos con Jesús, ésta es la clave…
Cuenta una historia de un samurai que tuvo una visión. Vio el infierno con demonios hambrientos y enflaquecidos que parecían esqueletos. Estaban sentados delante de un enorme plato con un sabroso arroz. En sus manos tenían unos largos palillos de unos dos metros de longitud. Cada demonio intentaba coger la mayor cantidad posible de arroz. Sin embargo cada uno obstaculizaba al otro con sus largos bastones, que además no podían alcanzar a ponérselo en la boca, y ninguno llegaba a comer nada. El samurai espantado apartó su mirada de aquella visión... Más tarde llegó al cielo. Allí vio a la gente feliz, en una estancia preciosa y todos en una mesa con comida muy rica, con el mismo gran plato con el arroz sabroso y los mismos largos palillos. Pero los elegidos respiraban literalmente salud. Los enormes palillos no les causaban ninguna dificultad. Es verdad que ninguno podía alimentarse con su instrumento. Pero cada uno tomaba del plato y se lo ponía en la boca al que tenía al lado… Buscamos la felicidad, pero no tenemos un instrumento para dárnosla a nosotros mismos, cuando hacemos el bien a los demás nos transformamos en buenos, y entonces, “de rebote”, como las canastas, viene la felicidad. Tenemos unos palillos de dos metros para ser felices: darnos a los demás.
2. El Apocalipsis habla de unos ángeles que señalan “en la frente a los siervos de nuestro Dios”, es la llamada de los escogidos, y luego están todos los que se salvarán que se presentan ante Jesús, que se presentan ante Dios “de todas las tribus de Israel. Después vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero! Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes, cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo: Amén”. Los de vestiduras blancas son los mártires, “los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero”.   Es una fiesta de alegría y se nos habla del cielo, la Jerusalén celestial. Muchos que hemos conocido y han muerto y están en el cielo celebran hoy su fiesta, hombres y mujeres como nosotros, que nos dicen que han recorrido esta tierra como nosotros. Es como una carrera de relevos, como una procesión inmensa, y la cabeza, que es Jesús y los santos, ya ha "entrado", mientras nosotros vamos caminando y otros empiezan a salir o esperan su turno.
El Salmo habla del “monte del Señor", el templo de Jerusalén: "¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?". Es preciso tener "manos inocentes y corazón puro". Hacer las cosas bien y con buena intención. Y luego "no mentir", los ídolos son falsos dioses, es decir, "mentira". Y "no jurar contra el prójimo en falso", no engañar. Es Jesús el que con su vida hace todas las pruebas para poder entrar: «¿Quién  es este Rey de la gloria?» Es el Señor, héroe valeroso, héroe de la guerra que además nos dice que "a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados".
3. Somos hijos de Dios, pero aún no somos lo que seremos en el cielo… San Juan nos habla del cielo y de la esperanza de ser santos, buenos hijos de Dios; por el amor. ¿Quién podrá decir lo que habrá en el cielo? Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni se le ocurre al corazón del hombre, es algo tan grande que nada tiene comparación con la gloria que se revelará en el cielo a los santos. Gustavo Adolfo Bécquer va rezándole a todos los que están ya allí para que intercedan ante Jesús por nosotros, comienza por los profetas y después sigue… “Almas cándidas, Santos Inocentes, / que aumentáis de los ángeles el coro, / al que llamó a los niños a su lado / rogadle por nosotros.
Apóstoles que echasteis en el mundo / de la Iglesia el cimiento poderoso, / al que es de la verdad depositario / rogadle por nosotros.
Mártires que ganasteis vuestra palma / en la arena del circo, en sangre rojo, / al que os dio fortaleza en los combates / rogadle por nosotros.
Vírgenes semejantes a azucenas, / que el verano vistió de nieve y oro, / al que es fuente de vida y hermosura / rogadle por nosotros.
Monjes que de la vida en el combate / pedisteis paz al claustro silencioso, / al que es iris de calma en las tormentas / rogadle por nosotros.
Doctores cuyas plumas nos legaron / de virtud y saber rico tesoro, / al que es caudal de ciencia inextinguible / rogadle por nosotros.
Soldados del Ejército de Cristo, / Santas y Santos todos, / rogadle que perdone nuestras culpas / a Aquel que vive y reina entre nosotros”.
Llucià Pou Sabaté

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