sábado, 20 de diciembre de 2014

Domingo 4º de Adviento. Ciclo B

Domingo 4º de Adviento; ciclo B

Por el sí de María viene el hijo de Dios al mundo, el Mesías anunciado por los profetas, él es el Templo de Dios
«En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel departe de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y habiendo entrado donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba que significaría esta salutación. Y el ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin.María dijo al ángel: ¿De que modo se hará esto, pues no conozco varón? Respondió el ángel y le dijo: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá será llamado Santo, Hijo de Dios (...). Dijo entonces Maria: He aquí la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró de su presencia». (Lucas 1, 26-38)
1. Leemos hoy la Anunciación a María. El ángel Gabriel la llama “llena de gracia” y le dice: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios:» y ella, viendo la misión inmensa, pero confiando en la gracia divina, responde: «¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón?»  Ella, consagrada a Dios por entero, de acuerdo con su esposo José, pregunta cómo va a ser madre siendo virgen.
«El Espíritu Santo descenderá sobre ti», es la respuesta: Dios te quiere, María, a la vez, Madre y Virgen. «Virgen antes del parto, en el parto y por siempre después del parto» (Pablo IV).
 “He aquí la esclava del Señor”. Es tu respuesta, María, y el centro de este domingo antes de Navidad. Hemos visto los domingos anteriores a Juan Bautista, ejemplo de espera. Y hoy vemos la figura de imponente de María. Tantos pintores han intentado plasmar ese momento de su “sí” incondicional: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Nos podemos entretener un momento en ver como en Jesús –hasta en los números- se cumplen todas las profecías: desde el libro del profeta Daniel (8,16; 9,21; 24-26), Gabriel era considerado como el ángel que anuncia el reino definitivo, que en la profecía de las 70 semanas será el fin de toda maldad. Hemos visto a Gabriel en el anuncio del nacimiento de Juan Bautista (que leímos el día 19); a los seis meses el anuncio a María, a los nueve meses nace Cristo, y 40 días más tarde hace su entrada en el templo: estas cifras hacen un total de 490 días, es decir, las setenta semanas (las de la venida del Reino), y cada una de esas etapas es señalada con la expresión "cuando se cumplieron los días..." (Lc 1,23; 2,6; 2,22). Es la profecía del cumplimiento: de la llegada de Cristo como Mesías, a la vez humano y también misterioso Hijo del hombre de origen divino (Dn 7,13). Estos anuncios son preparativos de la entrada de la gloria de Yahvé, personificada en Jesús, en su templo definitivo.
Las dos naturalezas -divina y humana- se unirán en la persona del Hijo de María con un lazo mucho más fuerte que el de los cuerpos y las almas en el abrazo conyugal. El cielo y la tierra se unen, en el tálamo nupcial de María Virgen. Dios desposa ahí la carne, se hace uno de nosotros.
María responde con su sí de servicio. Está "aquí" para servir, con una actitud activa; aunque toda su actividad, como la nuestra, sea siempre provocada por la acción de Dios y la palabra que la anuncia. La respuesta de María: "Hágase en mí según tu palabra", es la manifestación de la más alta actividad del hombre, que es la acogida de Dios por la fe. Por eso lo que nazca de ella nacerá de Dios, no de la carne y de la sangre y por obra de varón, será el Hijo del Altísimo (“Eucaristía 1972”).
Por su belleza literaria y por la hondura de su teología este texto constituye uno de los pasajes centrales del Evangelio. Dios actúa en la historia. Son muchos los detalles como la aparición de la nube que manifiesta la presencia de Dios. Dios nos acompaña en nuestra historia y que ahora actúa de una forma decisiva por María: "el Señor está contigo", "has encontrado gracia ante Dios". María se convierte en la figura del adviento, en signo de la presencia de Dios entre los hombres.
Ella, la que es “mujer” por excelencia, porque está abierta a lo que Dios quiere, porque comunica la verdad a los demás, es la obra maestra de Dios, “ensayada” en cada mujer de la historia hasta que llegó a su perfección, en cada noche y en los mil luceros que la llenan, en los ríos y cordilleras y puestas de sol. Es modelo para nosotros, a su lado aprenderemos a vivir para acoger ese amor que nos da vida, y transmitirlo hecho vida a los demás.
El cielo se acerca a la tierra. Y la tierra escogida para levantar este santuario es María, una joven desconocida de Nazaret, un pueblo insignificante. Esta es la página que divide la historia. Todo rezuma encanto, sencillez, profundidad. Por parte de Dios, el amor más grande, que nos entrega a su Hijo, pero respetando siempre la libertad humana, esperando la respuesta de María para la decisión final. Por parte de María, la fe más grande, docilidad ilimitada, entrega total. Por su palabra se encarnó en su vientre la Palabra. Su afirmación anuló y superó todas las antiguas negaciones. Ahora las promesas hechas a David se cumplen: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre... y su reino no tendrá fin" (“Caritas”).
Y además “para Dios nada hay imposible”; al contrario, con su gracia se pueden realizar “cosas grandes”, como cantó la Virgen misma en el Magnificat.
2. Sólo a la luz de la Anunciación se ilumina la oscuridad de la profecía de Natán: “Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”. David quiere una casa para Dios, y la casa será Jesús que vendrá de su descendencia; por él, Dios será como un padre para los descendientes en el trono de David, y Dios promete vincular su presencia no ya a un lugar sino a una estirpe y a una historia. Jesucristo, será el descendiente de David y, a la vez, su casa y su destino, será también el verdadero templo de Dios no construido por manos de hombre (“Eucaristía 1983”).
El salmo canta también esta Alianza: "Bienaventurado el pueblo que sabe aclamar, que camina a la luz de Tu rostro... Danza de alegría todo el día. Tú eres nuestra fuerza, Tú acrecientas nuestro vigor". Sí, Dios está con nosotros, como un padre con sus hijos: tenemos conciencia de ser amados, elegidos, mimados, por Dios. Es el amor y la fidelidad que repite el salmo.
3. Nos dice san Pablo que Dios se ha "manifestado ahora": Jesús es, en adelante, la clave de la historia universal y del destino de todo hombre.
Terminamos con un saludo afectuoso a María: "¡Salve María!,¡Salve María!, criatura la más preciosa de la creación, salve, María, purísima paloma; salve, María, antorcha inextinguible; salve, porque de ti nació el Sol de justicia. Salve, María, morada de la inmensidad, que encerraste en tu seno al Dios inmenso, al Verbo unigénito, produciendo sin arado y sin semilla la espiga inmarcesible..." (San Cirilo de Alejandría, Disc. en Conc. de Efeso).
Llucià Pou Sabaté

(Para leer este texto en el web y compartirlo pulse aquí)


San Pedro Canisio, presbítero y doctor de la Iglesia

Pedro Kanjis (latín: Canisius), teólogo jesuita holandés, predicador, escritor, Doctor de la Iglesia, llamado "el segundo evangelizador de Alemania" (el primero siendo San Bonifacio), llamado también "Martillo de los herejes" por la claridad con que demolía los errores de los protestantes, entre los iniciadores de la prensa Católica.
Devoto del Corazón de Jesús
Uno de los primeros jesuitas devotos al Corazón de Jesús, se sintió impulsado a buscar a Cristo en el Santísimo Sacramento luego de sus últimos votos y a agradecerle al Cristo presente por la gracia que había recibido de Su Sagrado Corazón de posibilitarle continuar su misión en Alemania.
"no hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma".
San Pedro Canisio, el segundo apóstol de Alemania, despues de San Bonifacio. Se le venera como uno de los creadores de la prensa católica. Además, fue el primero del numeroso ejercito de escritores jesuitas.
Nació en 1521, en Nimega de Holanda, que dependía entonces de la arquidiócesis alemana de Colonia. Era el hijo mayor de noble Jacobo Kanis. Aunque Pedro tuvo la desgracia de perder a su madre cuando era todavía pequeño, su madrastra fue para él una segunda madre. El joven creció en el temor de Dios. Cierto que él mismo se acusa de haber perdido el tiempo, de niño, en juegos inútiles; pero, dado que a los diecinueve años obtuvo el grado de Maestro en Artes, en Colonia, resulta difícil creer que haya sido muy perezoso.
Por complacer a su padre, Pedro estudió algunos meses el derecho canónico en Lovaina; pero, al caer en la cuenta de que ésa no era su verdadera vocación, hizo voto de castidad y volvió a Colonia a enseñar teología. La predicación del Beato Pedro Fabro, miembro del grupo original de jesuitas, había despertado gran interés en las ciudades del Rin. Bajo su dirección, Canisio hizo los Ejercicios de San Ignacio, en Mainz y durante la segunda semana prometió a Dios ingresar en la Compaña de Jesús. Entró en el noviciado y pasó varios años en Colonia, consagrado a la oración, al estudio, a visitar a los enfermos y a instruir a los ignorantes. El dinero que recibió como herencia a la muerte de su padre lo dedicó en parte a los pobres y en parte al mantenimiento de la comunidad. Fue el octavo jesuita en hacer los votos solemnes.
Canisio había empezado ya a escribir. Su primera publicación había sido la edición de las obras de San Cirilo de Alejandría y San León Magno. Después de su ordenación sacerdotal, comenzó a distinguirse en la predicación. Había asistido a dos sesiones del Concilio de Trento, una en Trento y otra en Bolonia, como teólogo del cardenal Truchsess y consejero del Papa. Se distinguió por la profundidad de su cultura teológica, por su celo y actividad, pero también por el espíritu conciliador. De ahí le llamó San Ignacio a Roma, donde le retuvo cinco meses, en los que Canisio dio pruebas de ser un religioso modelo, dispuesto a ir a cualquier parte y a desempeñar cualquier oficio. Fue enviado a Mesina a enseñar en la primera escuela de los jesuitas de la que la historia guarda memoria, pero al poco tiempo volvió a Roma a hacer su profesión religiosa y a desempeñar un cargo más importante.
Recibió la orden de volver a Alemania, pues había sido elegido para ir a Ingolstadt con otros dos jesuitas, ya que el duque Guillermo de Baviera había pedido urgentemente algunos profesores capaces de contrarrestar las doctrinas heréticas que invadían las escuelas. No sólo tuvo éxito Canisio en la reforma de la Universidad, de la que fue nombrado primero rector y luego vicecanciller, sino que, con sus sermones, consiguió la renovación religiosa, en la que también colaboró con su catequesis y su campaña contra la venta de libros inmorales. Grande fue el duelo general cuando el santo partió a Viena, en 1552, a petición del Rey Fernando, para emprender una tarea semejante. La situación en Viena era peor que en Ingolstadt. Muchas parroquias carecían de atención espiritual, y los jesuitas tenían que llenar las lagunas y enseñar en el colegio recientemente fundado. En los últimos veinte años no hubo una sola ordenación sacerdotal; los monasterios estaban abandonados; las gentes se burlaban de los miembros de las órdenes religiosas; el noventa por ciento de la población había perdido la fe y los pocos católicos que quedaban, practicaban apenas la religión. San Pedro Canisio empezó por predicar en iglesias casi vacías, en parte por el desinterés general, o bien porque su alemán del Rin resultaba muy duro para los oídos de los vieneses. Pero, poco a poco, fue ganándose el cariño del pueblo por la generosidad con que atendió a los enfermos y agonizantes durante una epidemia. La energía y espíritu de empresa del santo eran extraordinarios; se ocupaba de todo y de todos, lo mismo de la enseñanza en la universidad, que de visitar en las cárceles a los criminales más abandonados. 
El Rey, el nuncio y el mismo Papa hubiesen querido nombrarle arzobispo de la sede vacante de Viena, pero San Ignacio sólo permitió que administrase la diócesis durante un año, sin el título ni los emolumentos de arzobispo.  En vez del cardenalato que el papa le ofreció Pedro Canisio prefirió el humilde servicio a la comunidad, empleando el tiempo en la oración y en la penitencia.
Pionero de la prensa católica
Se le reconoce como pionero de la prensa católica, siento el primero del numeroso ejército de escritores jesuitas. Por aquella época, San Pedro empezó a preparar su famoso catecismo o "Resumen de la Doctrina Cristiana", que apareció en 1555. A esa obra siguieron un "Catecismo Breve" y un "Catecismo Brevísimo", que alcanzaron enorme popularidad. Dichas obras serían para la contrarreforma Católica lo que los catecismos de Lutero habían sido para la Reforma Protestante. Fueron reimpresos más de doscientas veces y traducidos a quince idiomas (incluyendo el inglés, el escocés de Braid, el hindú y el japonés) en vida del autor.  Ayudó a formar varias editoriales católicas.
El santo nunca trató a los protestantes con falta de caridad. Se limitó a clarificar sus errores para el bien de todas las almas. Supo ser caritativo y amable con los herejes y al mismo tiempo incisivo y claro contra las herejías. Su recomendación a los sacerdotes: "no hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma".
En Praga, a donde había ido a fundar un colegio, se enteró con gran pena de que había sido nombrado provincial de una nueva provincia, que comprendía el sur de Alemania, Austria y Bohemia. Inmediatamente escribió a San Ignacio: "Carezco absolutamente del tacto, la prudencia y la decisión necesarias para gobernar. Soy orgulloso y apresurado por temperamento, y mi falta de experiencia me hace totalmente inepto para el oficio de provincial". Pero San Ignacio sabía lo que hacía. En los últimos años que pasó en Praga, Pedro Canisio devolvió la fe a gran parte de la ciudad, y el colegio que fundó era tan bueno, que aun los protestantes enviaban a él a sus hijos. En 1557, fue invitado a Worms a tomar parte en la discusión entre teólogos católicos y protestantes. Asistió a dicha conferencia, aunque estaba convencido de que ese tipo de reuniones provocaban disputas que no hacían más que ensanchar el abismo que separaba a los cristianos. Es imposible escribir aquí los numerosos viajes de su provincialato y sus múltiples actividades.  El P. Brodrick calcula que, entre 1555 y 1558, recorrió diez mil kilómetros a pie y a caballo y que, en treinta años, anduvo cerca de treinta mil kilómetros por Alemania, Austria, Holanda e Italia. Para responder a quienes decían que trabajaba demasiado, solía decir: "Quien tenga demasiado qué hacer será capaz de hacerlo todo con la ayuda de Dios", otras veces decía: "Descansaremos en el cielo".
 Además de los colegios que fundó o inauguró, dispuso la fundación de muchos otros.  En 1559, a instancias del rey Fernando, fue a residir a Augsburgo durante seis años.  Ahí reavivó una vez más la llama de la fe, alentando a los fieles, tendiendo la mano a los caídos y convirtiendo a muchos herejes.  Además, convenció a las autoridades para que abriesen de nuevo las escuelas públicas, que habían sido destruidas por los protestantes. Al mismo tiempo que hacía todo lo posible por impedir la divulgación de los libros inmorales y heréticos, divulgaba en cuanto podía los libros buenos, ya que comprendía, por intuición, como aumentaba la importancia de la prensa. En aquella época recopiló y editó una selección de las cartas de San Jerónimo, el "manual de los Católicos", un martirologio y una revisión del Breviario de Augsburgo. En Alemania se reza todavía, los domingos, la oración general compuesta por el santo. Al fin de su provincialato, San Pedro residió en Dilinga de Baviera, donde los jesuitas tenían un colegio y dirigían la universidad. Además, ahí residía también el cardenal Otón de Truchsess, que desde hacía largo tiempo era íntimo amigo de San Pedro Canisio. El santo se dedicó sobre todo a la enseñanza, a oír confesiones y a escribir los primeros libros de una colección que había comenzado por orden de sus superiores.  Dicha obra tenía por fin responder a una historia del cristianismo, muy anticatólica, que habían publicado recientemente los escritores protestantes, conocidos con el nombre de "Centuriadores de Magdeburgo".    Canisio continuó su obra mientras desempeñaba el cargo de capellán de la corte en Innsbruck y sólo la interrumpió en 1577, a causa de su mala salud.  Sin embargo, seguía tan activo como siempre, pues predicaba, daba misiones, acompañaba al provincial en sus visitas y aun desempeñó, durante algún tiempo, el puesto de viceprovincial.
En 1580 se hallaba en Dilinga, cuando recibió la orden de ir a Friburgo de Suiza.  Dicha ciudad, que se hallaba situada entre dos regiones muy protestantes, quería que se fundase desde hacía mucho tiempo un colegio católico, pero, además de otros obstáculos que oponían a la empresa, carecía de fondos suficientes para realizarla. En pocos años venció San Pedro Canisio esos obstáculos y consiguió dinero, eligió el sitio y supervisó la erección del espléndido colegio que es en la actualidad la Universidad de Friburgo, aunque nunca fue rector ni profesor en él. Además del interés con que seguía los progresos del colegio, su principal actividad, durante los ocho años que pasó en Friburgo, fue la predicación; los domingos y días de fiesta predicaba en la catedral y, entre semana, visitaba los pueblos del cantón.  Se puede afirmar sin temor a equivocarse, que a San Pedro Canisio se debe el que Friburgo haya conservado la fe en una época tan crítica.  Al final, la debilidad de su cuerpo obligó al santo a renunciar a la predicación.  En 1591, un ataque de parálisis le puso a las puertas de la muerte, pero se rehizo lo suficiente para seguir escribiendo, con la ayuda de un secretario, hasta poco antes de su muerte. Depués de haber rezado el Santo Rosario con varios jesuitas en Friburgo, el 21 de diciembre de 1597, de pronto exclamó lleno de alegría y emoción: "Mírenla, ahí está.  Ahí está".  Y murió.  Era la Virgen Santísima que había llegado a llevárselo para el cielo.
San Pedro Canisio fue canonizado y declarado doctor de la Iglesia en 1925. 
Una de las principales lecciones de su vida es el espíritu y el estilo de sus controversias religiosas.  El mismo San Ignacio había insistido en la necesidad de dar "ejemplo de caridad y moderación cristiana en Alemania".  San Pedro Canisio advertía que era un error "citar en una conversación los temas que antipatizan a los protestantes . . . , como la confesión, la satisfacción, el purgatorio, las indulgencias, los votos monásticos y las peregrinaciones, pues, como algunos enfermos, tienen el paladar estragado, son incapaces de apreciar esos manjares.  Necesitan leche, como los niños; sólo poco a poco es posible llevarles a aceptar los dogmas sobre los que no estamos de acuerdo con ellos". 
San Pedro Canisio se mostraba duro con los que propagaban la herejía y, como la mayor parte de sus contemporáneos, estaba dispuesto a emplear la fuerza para impedírselo. Pero su actitud era muy diferente con quienes habían nacido en el luteranismo o habían sido arrastrados a él. El santo pasó toda su vida oponiéndose a la herejía y tratando de restaurar la fe y la vida católicas. Sin embargo decía, hablando de los alemanes: "Es cierto que muchísimos de ellos abrazan las nuevas sectas y yerran en la fe, pero su manera de proceder demuestra que lo hacen más por ignorancia que por malicia. Yerran, lo repito, pero sin intención, sin deseo y sin obstinación".  Según San Pedro Canisio, no había que enfrentarse ni siquiera a los más conscientes y peligrosos de los herejes "con aspereza y descortesía, pues ello no sólo es el reverso del espíritu de Cristo, sino que equivale a quebrar la rama desquebrajada y a apagar la mecha que humea todavía".
El caso del Padre Couvillon
El Padre Couvillon era muy duro y hostil y estaba alienando a sus compañeros y estudiantes. Pedro Canisio, siendo su superior, no permitió que ese defecto evidente del P. Couvellon le cegara ante los talentos que poseía. En vez de marginar a Couvillon le pidió que se quedara de maestro y lo nombro su secretario. Le dio buena dirección invitándolo a preocuparse menos de si mismo y mas de la oración y el trabajo. Así el buen padre logro hacer mucho bien.
Nota: No se ha probado que él haya sido el editor de los sermones de Juan Taulero, publicados en Colonia en 1543.
Bibliografía
Butler; Vida de los Santos
Sálesman, Eliecer; Vidas de los Santos # 4
Sgarbossa, Mario; Luigi Giovannini - Un Santo para Cada Día
Oración:
San Pedro Canisio, que descubriste lo bueno de las personas mas difíciles. Tu encontraste sus talentos y los utilizaste. Ayúdame a ver mas allá de lo que me molesta para amarlos como Jesús y junto con ellos poder servirle. Amen

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