martes, 9 de marzo de 2010

Día 20º. LUNES TERCERO (8 de Marzo) Cuaresma 3, lunes: Jesús nos da el agua viva que cura, que sacia la sed, que crece cuando se comunica con el amor


Día 20º. LUNES TERCERO (8 de Marzo) Cuaresma 3, lunes: Jesús nos da el agua viva que cura, que sacia la sed, que crece cuando se comunica con el amor
Cuenta el Libro de los Reyes que “Naamán, general del ejército del rey de Arám, era un hombre prestigioso y altamente estimado por su señor, porque gracias a él, el Señor había dado la victoria a Arám. Pero este hombre, guerrero valeroso, padecía de una enfermedad en la piel”. Su mujer tenía una esclava judía que le dijo a su patrona: "¡Ojalá mi señor se presentara ante el profeta que está en Samaría! Seguramente, él lo libraría de su enfermedad". Naamán fue y le contó a su señor: "La niña del país de Israel ha dicho esto y esto". El rey de Arám respondió: "Está bien, ve, y yo enviaré una carta al rey de Israel". Naamán partió llevando consigo diez talentos de plata, seis mil siclos de oro y diez trajes de gala, y presentó al rey de Israel la carta que decía: "Al mismo tiempo que te llega esta carta, te envío a Naamán, mi servidor, para que lo libres de su enfermedad". Apenas el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras y se puso nervioso: “Fíjense bien y verán que él está buscando un pretexto contra mí". Pero Eliseo, el hombre de Dios, dijo al rey: "Que él venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel". Naamán llegó y Eliseo mandó un mensajero para que le dijera: "Ve a bañarte siete veces en el Jordán; tu carne se restablecerá y quedarás limpio". Pero Naamán, muy irritado, se fue diciendo: "Yo me había imaginado que saldría él personalmente, se pondría de pie e invocaría el nombre del Señor, su Dios; luego pasaría su mano sobre la parte afectada y curaría al enfermo de la piel. ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abaná y el Parpar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podía yo bañarme en ellos y quedar limpio?". Y dando media vuelta, se fue muy enojado. Pero sus servidores se acercaron para decirle: "Padre, si el profeta te hubiera mandado una cosa extraordinaria ¿no la habrías hecho? ¡Cuánto más si él te dice simplemente: Báñate y quedarás limpio!". Entonces bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio. Luego volvió con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: "Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor".
Estaba enfermo de lepra, era tozudo, pero al final obedeció y se hizo el milagro.  Los sirios tenían fama de poseer secretos mágicos para curar las enfermedades. Los judíos, inferiores en sabiduría y en ciencia profana, tienen el favor divino de curar. Cuando sufro por mis pecados, cuando me siento impuro o egoísta, cuando veo que soy cobarde ante mis responsabilidades... ¿acudo a Dios, a la gracia de mi bautismo? Yo también he sido lavado por el agua que purifica por la Fe. No saldré de mis debilidades con mis esfuerzos sino con tus sacramentos, Señor: penitencia y eucaristía... Tú eres: "el que salva", eres mi salvador” (Noel Quesson).
Ayer veíamos que Jesús era la roca de donde manaba agua viva. Es desde la Cruz de donde saldrán esos ríos de agua y sangre redentora, los sacramentos, que nos curarán. Su Cruz que explicarán mis cruces. La cruz de Cristo no era sólo el lugar donde murió, el dolor de la soledad, las injusticias que sufrió, los insultos que recibió... Los de aquel momento y los de toda la historia. El dolor que siente por lo que yo he hecho mal hoy contra otra persona, o contra mí mismo o contra Él. Esa es su cruz, Él sufre cuando yo no me porto bien.
Y mi cruz de cada día, la que tengo que coger para seguirle, no es ponerme piedras en los zapatos. Mi cruz es el dolor cuando me duele algo, las injusticias que sufro, el cansancio de una clase larga, luchar contra la pereza, el esfuerzo por ser generoso -porque me cuesta dar mis cosas-. Mi cruz es trabajar bien cuando no me apetece. Y saber obedecer cuando no quiero, y luchar contra esas debilidades que me cuestan... todo esto es obedecer y así al hacer la voluntad de Dios, amar a Dios y a los demás, más que mi voluntad. Durante esta cuaresma, Señor, quiero coger mi cruz de cada día porque quiero seguirte. ¡Que sea generoso, Dios mío! Continúa hablándole a Dios con tus palabras.
Para esto nos ha dado una “poción mágica”, un alimento más potente que el de Asterix y la olla donde cayó Obelix, y es la fe y los sacramentos, la santa Misa. Que no la desaprovechemos. Una historia: A media tarde, Jorge entra en la cocina como un huracán y le dice a su mujer:
"-Hola, cariño... Voy a cambiarme. Felipe y yo vamos a jugar un partido de tenis antes de que se haga de noche".
 
-"¡Pero, Jorge! –se queja su mujer- es muy tarde y tenía preparada una excelente cena: carne a la borgoñesa, y verduras, y una tarta de limón."
"-Lo siento, cariño -responde Jorge- tomaré un bocadillo en un bar. Tómatelo tú..."
A los cinco minutos, Jorge ya está en camino. Su mujer no puede reprimir el llanto.
-"No me quiere", solloza contemplando la excelente cena que había preparado a su marido. Cualquier mujer que lea esto simpatizará con la esposa de Jorge y hasta muchos hombres le darán la razón, sin pensar que casi todos somos culpables de una falta de consideración semejante, cuando no vamos a este encuentro con nuestro Amigo Jesús. Falta de consideración con Jesús. Desprecio del amor que ha derrochado con nosotros. Indiferencia ante el Gran Banquete -la Eucaristía, la Comunión- a que nos invita. ¿Vas a Misa siempre que puedes? ¿Adelantas el estudio para poder ir a estar con tu Amigo acompañándole en la Pasión, que eso es la Misa? Qué buen propósito: durante la Cuaresma ir a Misa siempre que pueda, todos los días que me sea posible (José Pedro Manglano).
Mira qué Salmo tan bonito: “Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, mi Dios.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?
Envíame tu luz y tu verdad: que ellas me encaminen y me guíen a tu santa Montaña, hasta el lugar donde habitas.
Y llegaré al altar de Dios, el Dios que es la alegría de mi vida; y te daré gracias con la cítara, Señor, Dios mío”.
«Ningún manjar es más sabroso para el alma que el conocimiento de la verdad» (Lactancio); pedir luz para en estos días mirar a Dios, mirarnos a nosotros mismos: considerar la vida del Señor, para conocerle más, para tratarle más, para amarle más, para seguirle más. Son momentos de agradecer esta oportunidad de una nueva conversión, de fomentar la esperanza: Dios se vuelca con gracias muy especiales. Es el de hoy un salmo de búsqueda… en nuestra vida aparecen preguntas, dificultades: Si Dios existe, ¿por qué tanto mal en el mundo? ¿Por qué el malo triunfa y el justo viene pisoteado? ¿La omnipotencia de Dios no termina con aplastar nuestra libertad y responsabilidad? Este salmo recoge las aspiraciones del alma: “Como anhela la cierva… así te anhela mi alma… Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo iré y veré la faz de Dios?” Esa aspiración es una necesidad del hombre que no se puede ahogar, nos nace en el interior… Cuando no se encuentra a Dios, esas palabras expresan nuestra sed de Él, la unión con Dios: «Tu gracia vale más que la vida» (Salmo 62,4). Esta sed queda saciada en Cristo crucificado y resucitado. Decía San Josemaría Escrivá: “Los que se quieren, procuran verse. Los enamorados sólo tienen ojos para su amor. ¿No es lógico que sea así? El corazón humano siente esos imperativos. Mentiría si negase que me mueve tanto el afán de contemplar la faz de Jesucristo… mi corazón está sediento de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y veré la faz de Dios?: verle, contemplarlo, conversar con él. Lo podemos realizar ya ahora, lo estamos tratando de vivir, es parte de nuestra existencia”. También aquel himno de vísperas:
“Esta es la hora para el buen amigo,
llena de intimidad y confidencia,
y en la que, al examinar nuestra conciencia,
igual que siente el rey, siente el mendigo.
Hora en que el corazón encuentra abrigo
para lograr alivio a su dolencia
y, el evocar la edad de la inocencia,
logra en el llanto bálsamo y castigo.
 
Hora en que arrullas, Cristo, nuestra vida
con tu amor y caricia inmensamente
y que a humildad y a llanto nos convida.
 
Hora en que un ángel roza nuestra frente
y en que el alma, como cierva herida,
sacia su sed en la escondida fuente”.
Es además una sed que se quita compartiendo el agua que Dios nos da, como leemos en santa Teresa: el amor crece cuando se sabe comunicar, y en una pequeña historia que leí por Internet: En cierta ocasión, un reportero le preguntó a un agricultor si podía divulgar el secreto de su maíz, que ganaba el concurso al mejor producto, año tras año. El agricultor confesó que se debía a que compartía su semilla con los vecinos.  - "¿Por qué comparte su mejor semilla de maíz con sus vecinos, si usted también entra al mismo concurso año tras año?" preguntó el reportero. - "Verá usted, señor," dijo el agricultor. - "El viento lleva el polen del maíz maduro, de un sembrío a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz de calidad inferior, la polinización cruzada degradaría constantemente la calidad del mío. Si voy a sembrar buen maíz debo ayudar a que mi vecino también lo haga". Lo mismo es con otras situaciones de nuestra vida. Quienes quieran lograr el éxito, deben ayudar a que sus vecinos también tengan éxito. Quienes decidan vivir bien, deben ayudar a que los demás vivan bien, porque el valor de una vida se mide por las vidas que toca. Y quienes optan por ser felices, deben ayudar a que otros encuentren la felicidad, porque el bienestar de cada uno se halla unido al bienestar de todos.
“Jesús dijo a los de Nazaret que «ningún profeta es bien recibido en su patria... muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio». Y se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó”.
Esperaban ver cosas extraordinarias. No tienen fe, y Jesús no hizo allí ningún milagro. Aquellas gentes sólo vieron en Él al hijo de José, el que les hacía mesas y les arreglaba las puertas. No supieron ver más allá. No descubrieron al Mesías que les visitaba. Nosotros, para contemplar al Señor, también debemos purificar nuestra alma. La Cuaresma es buena ocasión para intensificar nuestro amor con obras de penitencia que disponen el alma a recibir las luces de Dios (Noel Quesson). No te reconocen, Jesús. Tu infancia y juventud habían sido tan normales que ahora no pueden aceptar tu divinidad y necesitan milagros como prueba de que eres el Mesías. ¡Auméntanos la fe! «Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua» (oración). «Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen» (salmo), y queremos también vivir este deseo: «Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón» (aclamación).
Esta apertura hacia la gracia supone ser dócil a las cosas pequeñas que el Señor nos pide, a esa conversión, y si yo cambio se harán realidad las grandes cosas, como señalan aquellas frases que corren por internet: “Si yo cambiara mi manera de pensar hacia otros, me sentiría seren@.
Si yo cambiara mi manera de actuar ante los demás, los haría felices.
Si yo aceptara a todos como son, sufriría menos.
Si yo me aceptara tal como soy, quitándome mis defectos, cuánto mejoraría mi familia, mi ambiente.
Si yo comprendiera plenamente mis errores, sería humilde.
Si yo encontrara lo positivo en todos, la vida sería digna de ser vivida.
Si yo amara al mundo, a mi país....lo cambiaría.
Si yo me diera cuenta de que al lastimar, el primer lastimad@ soy yo!  
Si yo criticara menos y amara más....
Si yo cambiara... cambiaría el mundo”.
 
 
 
 
 

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