viernes, 22 de diciembre de 2017

Feria del 23-XII

Feria del 23-XII

Desprendimiento y pobreza cristiana
“Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan.» Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre.» Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él”(Lucas 1,57–66).

I. El nacimiento de Jesús, y toda su vida, es una invitación para que nosotros examinemos en estos días la actitud de nuestro corazón hacia los bienes de la tierra. El Señor nace en una cueva, en una aldea perdida. Ni siquiera tuvo una cuna, sino un pesebre. Pasó hambre (Mateo 4, 2), no tuvo dos pequeñas monedas para pagar el tributo del templo (Mateo 17, 23-26), y Su muerte en la Cruz es la muestra del supremo desprendimiento. El Señor quiso conocer la pobreza extrema –falta de lo necesario- especialmente en las horas más señaladas de su vida. La pobreza que ha de vivir el cristiano ha de ser una pobreza real, ligada al trabajo, a la limpieza, al cuidado de la casa, de los instrumentos de trabajo, a la ayuda a los demás, a la sobriedad de vida. La pobreza que nos pide a todos el Señor no es suciedad, ni miseria, ni dejadez, ni pereza. Estas cosas no son virtud. Para aprender a vivir el desprendimiento de los bienes, en medio de esta ola de materialismo, hemos de mirar a nuestro Modelo, Jesucristo, que se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza (2 Corintios 8, 9).
II. Los pobres a quienes el Señor promete el reino de los Cielos (8) no son cualquier persona que padece necesidad, sino aquellos que, teniendo bienes materiales o no, están desprendidos y no se encuentran aprisionados por ellos. Pobreza de espíritu que ha de vivirse en cualquier circunstancia de la vida. Yo sé vivir –decía San Pablo- en la abundancia, pero sé también sufrir hambre y escasez (Filipenses 4, 12). El amor a la riqueza desaloja, con firmeza, el amor al señor: no es posible que Dios pueda habitar en un corazón que ya está lleno de otro amor. El cristiano procura y usa los bienes terrenos, no como si fueran un fin, sino como medio de servir a Dios. El desprendimiento efectivo de las cosas supone sacrificio. Un desprendimiento que no cuesta no se vive; se manifestará en la generosidad en la limosna, en prescindir de lo superfluo, en evitar caprichos innecesarios, en renunciar al lujo, a los gastos por vanidad o capricho.
III. La sobriedad con la que vivamos será el buen aroma de Cristo, que siempre tiene que acompañar la vida de un cristiano: Pobreza real, que se note y que se toque. Si luchamos eficazmente por vivir desprendidos de lo que tenemos y usamos, el Señor encontrará nuestro corazón limpio y abierto de par en par cuando venga de nuevo a nosotros en la Nochebuena. No ocurrirá con nuestra alma, lo que sucedió con aquella posada: estaba llena y no tenían sitio para el Señor.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.


San Juan de Kety, presbítero

San Juan Cancio o de Kety (+ 1473)
Hagamos un esfuerzo por imaginarnos el ambiente en que se encuadra la figura de este Santo y que es, en verdad, muy diverso del que hemos encontrado al hablar de otros muchos. Porque Polonia, en plena Edad Media, presentaba características profundamente similares. No era sólo su clima, extremado y duro, ni la vecindad, siempre amenazadora de los turcos, ni de la singularidad de su régimen político, fuertemente dominado por una aristocracia que, en su ceguera, habrá de conducir reiteradamente a lo largo de la historia al país hacia su ruina. Es, sobre todo, el carácter abigarrado del elemento humano.
Polonia, sin fronteras naturales, fácilmente accesible a sus vecinos, presentaba entonces, como continúa presentando hoy mismo, una extremada mezcla de razas. Cuando en 1390 nace el que habia de ser San Juan Cancio, su pueblo, Kanty, situado cerca de Auschwitz, al oeste de Cracovia, no pertenecía propiamente a Polonia, sino a Silesia y sólo muchos años después, hacia el fin de la vida del Santo, vol]vería a ser polaco. Pero no demos demasiada importancia a esto, porque todo era mezcla. En las mismas poblaciones inequívocamente polacas, continuaba rigiendo el Derecho germánico, juntamente con el polaco, y no era raro oir hablar alemán. Las mismas costumbres estaban fuertemente impregnadas de orientación teutónica, Lo mismo se diga, y mucho más, de Cracovia, donde habría de transcurrir casi toda la vida del Santo. Ciudad cosmopolita, constituía el más importante mercado del este de Europa. Aún no se había descubierto América, ni la ruta del Cabo de Buena Esperanza permitía traer los productos exóticos desde el Lejano Oriente. Por eso Cracovia era el gran mercado en que se abastecían españoles, italianos, franceses..., y al que concurrían también húngaros, checos, eslovacos e incluso, en los tiempos de paz, los mismos turcos.
En este ambiente va a actuar nuestro Santo. Y lo va a hacer en tiempos de intensa fermentación intelectual. Durante toda su vida ha de sentir frente a si el peso del atractivo que sobre la multitud estudiantil ejercían las nuevas ideas. La Universidad pasaba por un buen momento. Fundada por Casimiro el Grande en 1364, había conseguido en 1397 la Facultad de Teología, y se encontraba al mediar el siglo xv en una etapa de extraordinario florecimiento. Los reyes la habían mimado, y los estudiantes acudían a ella en gran cantidad. Pero... Ios errores de los husitas y taboritas no dejaban de ejercer atractivo y se imponia un trabajo duro para defender la ortodoxia.
Al llegar a la Universidad, Juan ponia fin a una educación que pudiéramos llamar casi campesina. Habia nacido en el seno de una familia patriarcal, y se habia educado cristianísimamente, con una orientación ortodoxa, sólida y segura. Incorporado a la Universidad, después de algunas duras pruebas que él supo sobrellevar con firmeza, se dedicó con tal entusiasmo a los estudios que su figura pronto destacó. En 1417 obtuvo el doctorado en Filosofía, y poco después en Teología. Ordenado de sacerdote, nombrado canónigo de Cracovia, obtuvo una cátedra de teologia en la Universidad, y continuó residiendo en el mismo Colegio Mayor en que había residido mientras fue estudiante. Fuera de su estancia en una parroquia y de sus viajes, no conocerá Juan ninguna otra residencia.
La estampa que nos ha llegado de él a través de los siglos es la de un profesor universitario verdaderamente ejemplar; sin faltar jamás a clase, enteramente al servicio de los estudiantes, consagrando largas horas al estudio, explicando con claridad y humildad, viviendo intensamente la vida universitaria. Sus méritos le llevarán hasta el mismo rectorado y durante muchos siglos la toga morada que él había ostentado mientras fue rector servirá también a quienes le sucedan en el cargo como una consigna de superación y de fidelidad.
No escapó, sin embargo, a las intrigas, no infrecuentes por desgracia en ambientes universitarios. Cuando el claustro hubo de designar algunos de sus miembros para tareas muy delicadas, pudo observarse que prescindían de él. Es posible que su rectitud hiciera de él un profesor incómodo, de los que no transigen, de los que, con su cumplimiento, constituyen una muda reprensión para los demás. Lo cierto es que un buen día la Universidad, correspondiendo a una petición de los feligreses de la parroquia de Olkusz, le designó como párroco de la misma.
La prueba debió de resultarle dura, porque no suele ser fácil que un intelectual se adapte a las tareas pastorales, en directo contacto con las almas. De hecho nos consta, sin embargo, que fue un párroco admirable, y que en los años, que no fueron muchos, que estuvo al frente de su parroquia, esta cambió profundamente. Había estado hasta entonces muy descuidada, faltando la instrucción religiosa, existiendo en ella facciones y partidos que se odiaban a muerte, y pudiéndose encontrar no poca indiferencia en algunos feligreses. Pero el párroco consiguió transformar por completo la parroquia: la caridad, la unión fraternal, el destierro de los vicios, proclamaron la fina calidad del buen pastor. Sin embargo, a éste se le hacía dura aquella vida, que parece que le condujo a sentir fuertes escrúpulos, y la Universidad terminó por darse cuenta del disparate que había hecho. En 1340 volvía a triunfar a su cátedra de teología. Y poco después fue designado como profesor de religión de la familia real de Polonia.
Es curioso que el Santo, que jamas se permitía faltar a clase, hiciera una excepción para emprender por dos veces muy largos viajes. En efecto, primero emprendió una peregrinación hacia Jerusalén, pasando por Roma, ciudad para él amadisima como sede del Papa. Y años después vuelve de nuevo a emprender el camino de Roma, aunque sin condescender con las peticiones de quienes, pasmados por su ciencia, querían que se quedase allí.
En uno de estos viajes le ocurrió el conocido episodio de su encuentro con los ladrones, que demuestra su amor a la verdad. Cuando le hubieron despojado de todo su dinero le preguntaron si tenía más, contestó que no, pero habiendo recordado que le quedaban unos escudos cosidos en el forro de su manto, llamó a los ladrones para entregárselo.
Más hermosa aún es la anécdota ocurrida en el refectorio del Colegio Mayor en que vivía. Iba a sentarse a la mesa cuando vió a la puerta un pobre pidiendo limosna. Los ojos de todos estaban fijos en él. Con toda sencillez se levantó, entregó su comida íntegra al pobre y al volver a su sitio... estaba allí la comida. Desde entonces, durante siglos, en el Colegio Universitario de Cracovia se preparaba siempre una ración para un pobre. "Pauper venit", viene un pobre, exclamaba el rector. "Iesus Christus venit", Jesucristo viene, contestaban todos los reunidos. Y la comida era entregada al pobre.
Notemos que, no sólo en su época de párroco, sino también en su cargo de profesor de Universidad, San Juan sentía como exigencia de su sacerdocio el trabajo directo con las almas. Con frecuencia se le veía predicando en las iglesias de la ciudad, ordinariamente en latín, lengua entonces muy corriente en Polonia, y a veces en polaco, porque, paradójicamente, en las iglesias de la ciudad se usaba el latín, mientras en la de la Universidad se usaba la lengua nacional.
Inmensamente limosnero, era el paño de lágrimas de todos los estudiantes necesitados de la ciudad. En cierta ocasión, en medio del crudísimo invierno polaco, cruzando la plaza a media noche, encontró a un pobre que temblaba, le entregó su manteo y siguió a cuerpo, muerto de frío, camino de la iglesia para recitar maitines. Casos como éstos, en ocasiones florecidos de milagros, se conservan en gran número en los documentos de la época.
Murió a los ochenta y tres años, en la vigilia de Navidad del año 1473. Pero antes pronunció, ante todo el claustro de la Universidad, reunido en torno a su lecho, una hermosisima alocución, en la que condensó su espiritualidad de sacerdote, de canónigo y de profesor de Universidad santo:
"Confiándoos el cuidado de formar la juventud en la ciencia y en las buenas costumbres, Dios os ha elevado, señores y hermanos mios, lo bastantemente alto para que no dudéis en pisotear, como indigna de vosotros, la gloria que los hombres reciben unos de otros, y cuya búsqueda insensata trae frecuentemente la muerte a nuestras almas. Velad cuidadosamente de la doctrina, conservad el depósito sin alteración y combatid, sin cansaros jamás, toda opinión contraria a la verdad; pero revestíos en este combate de las armas de la paciencia, de la dulzura y de la caridad recordando que la violencia, aparte del daño que hace a nuestras almas, daña las mejores causas. Aunque hubiera estado en el error sobre un punto verdaderamente capital, jamás un violento hubiera conseguido sacarme de él; muchos hombres están sin duda hechos como yo. Tened cuidado de los pobres, de los enfermos, de los huérfanos."
Su voz se quebró al llegar aquí, sin duda por el esfuerzo que estaba haciendo. Descansó un momento, y continuó después:
"Causa y fin de todo lo que existe, Dios eterno y todopoderoso, que gobiernas y conservas por tu divina providencia todo lo que has creado, recíbeme en tu inefable misericordia, y consiente que por la pasión y los méritos infinitos de tu Hijo, yo me reúna a Ti por toda la eternidad."
Y dicho esto, expiró suavemente.
Toda la ciudad se conmovió. Sus funerales fueron verdaderamente extraordinarios. Pronto empezó el rumor de los milagros obtenidos por su intercesión, que Matías de Miechow primero, y después otros continuadores fueron recogiendo en un curioso diario, en el que se reflejan las costumbres polacas del siglo xv, desde 1475 a 1519. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de Santa Ana de Cracovia, en la que sesenta años después se le dió una sepultura más honrosa. Sin embargo, su causa de beatificación se fue retrasando durante muchos años. En 1628 el cura de la iglesia de Santa Ana, Adán Opatavius (Opatowczyk) publicó una vida con un catálogo de milagros, en latín. En 1632 aparecía la traducción polaca. Y en 1680 Inocencio XII le beatificaba. Por fin, el 16 de julio de 1767, Clemente XII le canonizó, cinco años antes de la primera partición de Polonia. Su fiesta fue fijada el 20 de octubre y elevada por Pío VI en 1782 a rito doble.
"Insigne Juan, tú eres la gloria de la nación polaca, el orgullo del clero, el honor de la Universidad, el padre de tu patria".
LAMBERTO DE ECHEVERRÍA

jueves, 21 de diciembre de 2017

Feria del 22-XII


“En aquel tiempo, dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa” (Lucas 1,46-56).
I. En el Magnificat se contiene la razón profunda de toda humildad. María considera que Dios ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava; por eso en Ella ha hecho cosas grandes el Todopoderoso. La virtud de la humildad –que tanto se transparenta en la vida de la Virgen- es la verdad (SANTA TERESA, Moradas rectas), es el reconocimiento verdadero de lo que somos y valemos ante Dios y ante los demás; es también el vaciarnos de nosotros mismos y dejar que Dios obre en nosotros con su gracia. La humildad descubre que todo lo bueno que existe en nosotros, tanto en el orden natural como en el de la gracia, a Dios pertenece. Nada tiene que ver esta virtud con la timidez o la mediocridad. La humildad no se opone a que tengamos conciencia de los talentos recibidos, ni a disfrutaros plenamente con corazón recto; la humildad no achica, agranda el corazón. A María, Nuestra Madre le pedimos que nos ayude a alcanzar esta virtud que Ella tanto apreció.
II. La humildad está en el fundamento de todas las virtudes y sin ella ninguna podría desarrollarse. No es posible la santidad sin una lucha eficaz por adquirir esta virtud; ni siquiera podría darse una auténtica personalidad humana. La humildad es, especialmente, fundamento de la caridad: “la morada de la caridad es la humildad “ (Sobre la virginidad), decía San Agustín. Muchas faltas de caridad han sido provocadas por faltas previas de vanidad, orgullo, egoísmo, deseos de sobresalir. El que es humilde no gusta de exhibirse, sabe que ocupa un puesto para servir, para cumplir una misión. Hemos de estar en nuestro sitio, trabajando para Dios, y evitar que la ambición nos ofusque, y menos convertir la vida en una loca carrera por puestos cada vez más altos, para los que quizá no serviríamos. La persona humilde conoce sus limitaciones y posibilidades, es siempre una ayuda, tiene paciencia con los defectos de quienes lo rodean, y evita el juicio negativo sobre los demás.
III. Entre los caminos para llegar a la humildad está, en primer lugar, el desearla ardientemente, valorarla y pedirla al Señor; ser dóciles en la dirección espiritual; recibir con alegría la corrección fraterna; aceptar las humillaciones en silencio, por amor al Señor; la obediencia rápida y alegre; y sobre todo la alcanzaremos en el servicio a los demás. Jesús es el ejemplo supremo de humildad, y nadie sirvió a los hombres con tanta solicitud como Él lo hizo. María, al confesarse esclava del Señor, se llena de gozo. Nosotros lo tendremos si somos humildes como Ella.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Feria del 21-XII

Feria del 21-XII

Generosidad y espíritu de servicio
“En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lucas 1,39-45).

I. La Virgen se da del todo a lo que Dios le pide. Nuestra Señora manifestó una generosidad sin límites a lo largo de toda su existencia aquí en la tierra. La Virgen no piensa en sí misma, sino en los demás. Trabaja en las faenas de la casa con la mayor sencillez y con mucha alegría; también con gran recogimiento interior, porque sabe que el Señor está en Ella. En María comprobamos que la generosidad es la virtud de las almas grandes, que saben encontrar la mejor retribución en el haber dado: Habéis recibido gratis, dad gratis (Mateo 10, 8). La persona generosa sabe dar cariño, comprensión, ayudas materiales..., y no exige que la quieran, la comprendan, la ayuden. Da, y se olvida de que ha dado. Ahí está toda su riqueza. Descubre que amar “es esencialmente entregarse a los demás” (JUAN PABLO II, Alocución). El dar ensancha el corazón y lo hace más joven. A la Virgen le suplicamos hoy que nos enseñe a ser generosos, en primer lugar con Dios, y luego con los demás.
II. Junto a María descubrimos que Dios nos ha hecho para la entrega, y que cada vez que nos “reservamos” para nuestros planes y para nuestras cosas, a espaldas de Él, morimos un poco. Lo ”nuestro” se salva precisamente cuando lo entregamos. La generosidad con Dios ha de manifestarse en la generosidad con los demás: lo que hicisteis con uno de éstos, conmigo lo hicisteis (Mateo 25, 40). La generosidad con los demás se manifiesta de diversas maneras: saber olvidar con prontitud los pequeños agravios que se producen en la convivencia; sonreír y hacer la vida más amable a los demás; juzgar con comprensión a los demás; adelantarse en los servicios menos agradables del trabajo; aceptar a los demás como son; un pequeño elogio; un tono positivo a la conversación. Y sobre todo, facilitar el camino a quienes nos rodean para que se acerquen más a Cristo. Es lo mejor que podemos dar.
III. El Señor recompensa aquí, y luego en el Cielo, nuestras muestras, siempre pobres, de generosidad. Pero siempre colmando la medida. “Es tan agradecido, que un alzar los ojos con acordarnos de Él no deja sin premio” (SANTA TERESA, Camino de perfección) Quien tiene en cuenta hasta la más pequeña de nuestras acciones, ¿cómo podrá olvidar la fidelidad de un día tras otro? El Señor da el ciento por uno por cada cosa dejada por su amor. Un día oiremos: Ven bendito de mi Padre, al cielo que te tenía prometido (Mateo 25, 34). Oír estas palabras de bienvenida a la eternidad ya habría compensado la generosidad. Se entra en la eternidad de la mano de Jesús y de María.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.


San Pedro Canisio, presbítero y doctor de la Iglesia

Pedro Kanjis (latín: Canisius), teólogo jesuita holandés, predicador, escritor, Doctor de la Iglesia, llamado "el segundo evangelizador de Alemania" (el primero siendo San Bonifacio), llamado también "Martillo de los herejes" por la claridad con que demolía los errores de los protestantes, entre los iniciadores de la prensa Católica.
Devoto del Corazón de Jesús
Uno de los primeros jesuitas devotos al Corazón de Jesús, se sintió impulsado a buscar a Cristo en el Santísimo Sacramento luego de sus últimos votos y a agradecerle al Cristo presente por la gracia que había recibido de Su Sagrado Corazón de posibilitarle continuar su misión en Alemania.
"no hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma".
San Pedro Canisio, el segundo apóstol de Alemania, despues de San Bonifacio. Se le venera como uno de los creadores de la prensa católica. Además, fue el primero del numeroso ejercito de escritores jesuitas.
Nació en 1521, en Nimega de Holanda, que dependía entonces de la arquidiócesis alemana de Colonia. Era el hijo mayor de noble Jacobo Kanis. Aunque Pedro tuvo la desgracia de perder a su madre cuando era todavía pequeño, su madrastra fue para él una segunda madre. El joven creció en el temor de Dios. Cierto que él mismo se acusa de haber perdido el tiempo, de niño, en juegos inútiles; pero, dado que a los diecinueve años obtuvo el grado de Maestro en Artes, en Colonia, resulta difícil creer que haya sido muy perezoso.
Por complacer a su padre, Pedro estudió algunos meses el derecho canónico en Lovaina; pero, al caer en la cuenta de que ésa no era su verdadera vocación, hizo voto de castidad y volvió a Colonia a enseñar teología. La predicación del Beato Pedro Fabro, miembro del grupo original de jesuitas, había despertado gran interés en las ciudades del Rin. Bajo su dirección, Canisio hizo los Ejercicios de San Ignacio, en Mainz y durante la segunda semana prometió a Dios ingresar en la Compaña de Jesús. Entró en el noviciado y pasó varios años en Colonia, consagrado a la oración, al estudio, a visitar a los enfermos y a instruir a los ignorantes. El dinero que recibió como herencia a la muerte de su padre lo dedicó en parte a los pobres y en parte al mantenimiento de la comunidad. Fue el octavo jesuita en hacer los votos solemnes.
Canisio había empezado ya a escribir. Su primera publicación había sido la edición de las obras de San Cirilo de Alejandría y San León Magno. Después de su ordenación sacerdotal, comenzó a distinguirse en la predicación. Había asistido a dos sesiones del Concilio de Trento, una en Trento y otra en Bolonia, como teólogo del cardenal Truchsess y consejero del Papa. Se distinguió por la profundidad de su cultura teológica, por su celo y actividad, pero también por el espíritu conciliador. De ahí le llamó San Ignacio a Roma, donde le retuvo cinco meses, en los que Canisio dio pruebas de ser un religioso modelo, dispuesto a ir a cualquier parte y a desempeñar cualquier oficio. Fue enviado a Mesina a enseñar en la primera escuela de los jesuitas de la que la historia guarda memoria, pero al poco tiempo volvió a Roma a hacer su profesión religiosa y a desempeñar un cargo más importante.
Recibió la orden de volver a Alemania, pues había sido elegido para ir a Ingolstadt con otros dos jesuitas, ya que el duque Guillermo de Baviera había pedido urgentemente algunos profesores capaces de contrarrestar las doctrinas heréticas que invadían las escuelas. No sólo tuvo éxito Canisio en la reforma de la Universidad, de la que fue nombrado primero rector y luego vicecanciller, sino que, con sus sermones, consiguió la renovación religiosa, en la que también colaboró con su catequesis y su campaña contra la venta de libros inmorales. Grande fue el duelo general cuando el santo partió a Viena, en 1552, a petición del Rey Fernando, para emprender una tarea semejante. La situación en Viena era peor que en Ingolstadt. Muchas parroquias carecían de atención espiritual, y los jesuitas tenían que llenar las lagunas y enseñar en el colegio recientemente fundado. En los últimos veinte años no hubo una sola ordenación sacerdotal; los monasterios estaban abandonados; las gentes se burlaban de los miembros de las órdenes religiosas; el noventa por ciento de la población había perdido la fe y los pocos católicos que quedaban, practicaban apenas la religión. San Pedro Canisio empezó por predicar en iglesias casi vacías, en parte por el desinterés general, o bien porque su alemán del Rin resultaba muy duro para los oídos de los vieneses. Pero, poco a poco, fue ganándose el cariño del pueblo por la generosidad con que atendió a los enfermos y agonizantes durante una epidemia. La energía y espíritu de empresa del santo eran extraordinarios; se ocupaba de todo y de todos, lo mismo de la enseñanza en la universidad, que de visitar en las cárceles a los criminales más abandonados. 
El Rey, el nuncio y el mismo Papa hubiesen querido nombrarle arzobispo de la sede vacante de Viena, pero San Ignacio sólo permitió que administrase la diócesis durante un año, sin el título ni los emolumentos de arzobispo.  En vez del cardenalato que el papa le ofreció Pedro Canisio prefirió el humilde servicio a la comunidad, empleando el tiempo en la oración y en la penitencia.
Pionero de la prensa católica
Se le reconoce como pionero de la prensa católica, siento el primero del numeroso ejército de escritores jesuitas. Por aquella época, San Pedro empezó a preparar su famoso catecismo o "Resumen de la Doctrina Cristiana", que apareció en 1555. A esa obra siguieron un "Catecismo Breve" y un "Catecismo Brevísimo", que alcanzaron enorme popularidad. Dichas obras serían para la contrarreforma Católica lo que los catecismos de Lutero habían sido para la Reforma Protestante. Fueron reimpresos más de doscientas veces y traducidos a quince idiomas (incluyendo el inglés, el escocés de Braid, el hindú y el japonés) en vida del autor.  Ayudó a formar varias editoriales católicas.
El santo nunca trató a los protestantes con falta de caridad. Se limitó a clarificar sus errores para el bien de todas las almas. Supo ser caritativo y amable con los herejes y al mismo tiempo incisivo y claro contra las herejías. Su recomendación a los sacerdotes: "no hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma".
En Praga, a donde había ido a fundar un colegio, se enteró con gran pena de que había sido nombrado provincial de una nueva provincia, que comprendía el sur de Alemania, Austria y Bohemia. Inmediatamente escribió a San Ignacio: "Carezco absolutamente del tacto, la prudencia y la decisión necesarias para gobernar. Soy orgulloso y apresurado por temperamento, y mi falta de experiencia me hace totalmente inepto para el oficio de provincial". Pero San Ignacio sabía lo que hacía. En los últimos años que pasó en Praga, Pedro Canisio devolvió la fe a gran parte de la ciudad, y el colegio que fundó era tan bueno, que aun los protestantes enviaban a él a sus hijos. En 1557, fue invitado a Worms a tomar parte en la discusión entre teólogos católicos y protestantes. Asistió a dicha conferencia, aunque estaba convencido de que ese tipo de reuniones provocaban disputas que no hacían más que ensanchar el abismo que separaba a los cristianos. Es imposible escribir aquí los numerosos viajes de su provincialato y sus múltiples actividades.  El P. Brodrick calcula que, entre 1555 y 1558, recorrió diez mil kilómetros a pie y a caballo y que, en treinta años, anduvo cerca de treinta mil kilómetros por Alemania, Austria, Holanda e Italia. Para responder a quienes decían que trabajaba demasiado, solía decir: "Quien tenga demasiado qué hacer será capaz de hacerlo todo con la ayuda de Dios", otras veces decía: "Descansaremos en el cielo".
 Además de los colegios que fundó o inauguró, dispuso la fundación de muchos otros.  En 1559, a instancias del rey Fernando, fue a residir a Augsburgo durante seis años.  Ahí reavivó una vez más la llama de la fe, alentando a los fieles, tendiendo la mano a los caídos y convirtiendo a muchos herejes.  Además, convenció a las autoridades para que abriesen de nuevo las escuelas públicas, que habían sido destruidas por los protestantes. Al mismo tiempo que hacía todo lo posible por impedir la divulgación de los libros inmorales y heréticos, divulgaba en cuanto podía los libros buenos, ya que comprendía, por intuición, como aumentaba la importancia de la prensa. En aquella época recopiló y editó una selección de las cartas de San Jerónimo, el "manual de los Católicos", un martirologio y una revisión del Breviario de Augsburgo. En Alemania se reza todavía, los domingos, la oración general compuesta por el santo. Al fin de su provincialato, San Pedro residió en Dilinga de Baviera, donde los jesuitas tenían un colegio y dirigían la universidad. Además, ahí residía también el cardenal Otón de Truchsess, que desde hacía largo tiempo era íntimo amigo de San Pedro Canisio. El santo se dedicó sobre todo a la enseñanza, a oír confesiones y a escribir los primeros libros de una colección que había comenzado por orden de sus superiores.  Dicha obra tenía por fin responder a una historia del cristianismo, muy anticatólica, que habían publicado recientemente los escritores protestantes, conocidos con el nombre de "Centuriadores de Magdeburgo".    Canisio continuó su obra mientras desempeñaba el cargo de capellán de la corte en Innsbruck y sólo la interrumpió en 1577, a causa de su mala salud.  Sin embargo, seguía tan activo como siempre, pues predicaba, daba misiones, acompañaba al provincial en sus visitas y aun desempeñó, durante algún tiempo, el puesto de viceprovincial.
En 1580 se hallaba en Dilinga, cuando recibió la orden de ir a Friburgo de Suiza.  Dicha ciudad, que se hallaba situada entre dos regiones muy protestantes, quería que se fundase desde hacía mucho tiempo un colegio católico, pero, además de otros obstáculos que oponían a la empresa, carecía de fondos suficientes para realizarla. En pocos años venció San Pedro Canisio esos obstáculos y consiguió dinero, eligió el sitio y supervisó la erección del espléndido colegio que es en la actualidad la Universidad de Friburgo, aunque nunca fue rector ni profesor en él. Además del interés con que seguía los progresos del colegio, su principal actividad, durante los ocho años que pasó en Friburgo, fue la predicación; los domingos y días de fiesta predicaba en la catedral y, entre semana, visitaba los pueblos del cantón.  Se puede afirmar sin temor a equivocarse, que a San Pedro Canisio se debe el que Friburgo haya conservado la fe en una época tan crítica.  Al final, la debilidad de su cuerpo obligó al santo a renunciar a la predicación.  En 1591, un ataque de parálisis le puso a las puertas de la muerte, pero se rehizo lo suficiente para seguir escribiendo, con la ayuda de un secretario, hasta poco antes de su muerte. Depués de haber rezado el Santo Rosario con varios jesuitas en Friburgo, el 21 de diciembre de 1597, de pronto exclamó lleno de alegría y emoción: "Mírenla, ahí está.  Ahí está".  Y murió.  Era la Virgen Santísima que había llegado a llevárselo para el cielo.
San Pedro Canisio fue canonizado y declarado doctor de la Iglesia en 1925. 
Una de las principales lecciones de su vida es el espíritu y el estilo de sus controversias religiosas.  El mismo San Ignacio había insistido en la necesidad de dar "ejemplo de caridad y moderación cristiana en Alemania".  San Pedro Canisio advertía que era un error "citar en una conversación los temas que antipatizan a los protestantes . . . , como la confesión, la satisfacción, el purgatorio, las indulgencias, los votos monásticos y las peregrinaciones, pues, como algunos enfermos, tienen el paladar estragado, son incapaces de apreciar esos manjares.  Necesitan leche, como los niños; sólo poco a poco es posible llevarles a aceptar los dogmas sobre los que no estamos de acuerdo con ellos". 
San Pedro Canisio se mostraba duro con los que propagaban la herejía y, como la mayor parte de sus contemporáneos, estaba dispuesto a emplear la fuerza para impedírselo. Pero su actitud era muy diferente con quienes habían nacido en el luteranismo o habían sido arrastrados a él. El santo pasó toda su vida oponiéndose a la herejía y tratando de restaurar la fe y la vida católicas. Sin embargo decía, hablando de los alemanes: "Es cierto que muchísimos de ellos abrazan las nuevas sectas y yerran en la fe, pero su manera de proceder demuestra que lo hacen más por ignorancia que por malicia. Yerran, lo repito, pero sin intención, sin deseo y sin obstinación".  Según San Pedro Canisio, no había que enfrentarse ni siquiera a los más conscientes y peligrosos de los herejes "con aspereza y descortesía, pues ello no sólo es el reverso del espíritu de Cristo, sino que equivale a quebrar la rama desquebrajada y a apagar la mecha que humea todavía".
El caso del Padre Couvillon
El Padre Couvillon era muy duro y hostil y estaba alienando a sus compañeros y estudiantes. Pedro Canisio, siendo su superior, no permitió que ese defecto evidente del P. Couvellon le cegara ante los talentos que poseía. En vez de marginar a Couvillon le pidió que se quedara de maestro y lo nombro su secretario. Le dio buena dirección invitándolo a preocuparse menos de si mismo y mas de la oración y el trabajo. Así el buen padre logro hacer mucho bien.
Nota: No se ha probado que él haya sido el editor de los sermones de Juan Taulero, publicados en Colonia en 1543.
Bibliografía
Butler; Vida de los Santos
Sálesman, Eliecer; Vidas de los Santos # 4
Sgarbossa, Mario; Luigi Giovannini - Un Santo para Cada Día
Oración:
San Pedro Canisio, que descubriste lo bueno de las personas mas difíciles. Tu encontraste sus talentos y los utilizaste. Ayúdame a ver mas allá de lo que me molesta para amarlos como Jesús y junto con ellos poder servirle. Amen

Feria del 20/XII

Feria del 20-XII

La vocación de María, nuestra vocación
“Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,  a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.  Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»  Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.  El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;  vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.  El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;  reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»  María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»  El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.  Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril,  porque ninguna cosa es imposible para Dios.»  Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue” (Lucas  1,26–38).

I. Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Gálatas 4, 4). Y esta mujer, elegida y predestinada desde toda la eternidad para ser la Madre del Salvador, había consagrado a Dios su virginidad, renunciando al honor de contar entre su descendencia directa al Mesías. María aparece como la Madre virginal del Mesías, que dará todo su amor a Jesús, con un corazón indiviso, como prototipo de la entrega que el Señor pedirá a muchos. En función de su Maternidad, fue rodeada de todas las gracias y privilegios que la hicieron digna morada del Altísimo. Dios escogió a su Madre y puso en Ella todo su Amor y su Poder. No permitió que la rozara el pecado: ni el original, ni el personal. Fue concebida Inmaculada, sin mancha alguna. Su dignidad es casi infinita. Como en toda persona, la vocación fue el momento central de su vida: Ella nació para ser Madre de Dios, escogida por la Trinidad Beatísima desde la eternidad. No olvidemos que también es Madre nuestra.
II. La vocación es también en cada uno de nosotros el punto central de nuestra vida. El eje sobre el que se organiza todo lo demás. Todo o casi todo depende de conocer, cumplir aquello que Dios nos pide. Pero a pesar de que la vocación es la llave que abre las puertas de la felicidad verdadera, hay quienes no quieren conocerla; prefieren hacer su voluntad en vez de la Voluntad de Dios, sin buscar el camino por el que alcanzarán con seguridad el Cielo y harán felices a otros muchos. El Señor hace llamamientos particulares; también hoy. Nos necesita, porque la mies es mucha y los operarios pocos (Mateo 9, 37). Hay mieses que se pierden porque no hay quien los recoja. Hágase en mí según tu palabra, dice la Virgen. Y la contemplamos radiante de alegría. Hoy podemos preguntarnos: ¿Quiere el Señor algo más de mí?
III. Uno de los misterios del Adviento es el que contemplamos como segundo misterio de gozo del Santo Rosario: la Visitación. Un aspecto concreto del servicio a los demás que lleva consigo la vocación, es el orden de la caridad. Amor a todos porque todos son hermanos nuestros. Pero amor, en primer término, a los que están más cerca, nuestra familia. Este orden ha de manifestarse en afecto y en obras. Queremos vivir estos días de Adviento con el mismo espíritu de servicio con que los vivió nuestra Madre. Apoyados en la humilde entrega de María, vamos a pedirle que su Hijo nos encuentre con el corazón dispuesto, dócil a sus mandatos, a sus consejos y sugerencias.


Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

lunes, 18 de diciembre de 2017

Feria del 19/XII

Feria del 19-XII

Infancia espiritual
“Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad. Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto». Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad». El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo».El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres»” (Lucas 1,5-25).

I. Jesús se enfada con los discípulos cuando intentan alejarle a los niños que se arremolinan a su alrededor. Él está a gusto con las criaturas. Nosotros hemos de acercarnos a Belén con las disposiciones de los niños: con sencillez, sin prejuicios, con el alma abierta de par en par. Es más, es necesario hacerse como niño para entrar al Reino de los Cielos: si no os convertís como niños no entraréis al Reino de los Cielos (Mateo 18, 3), dirá el Señor en otra ocasión. Jesús no recomienda la puerilidad, sino la inocencia y la sencillez. El niño carece de todo sentimiento de suficiencia, necesita constantemente de sus padres, y lo sabe. Así debe ser el cristiano delante de su Padre Dios: un ser que es todo necesidad. El niño vive con plenitud el presente y nada más; el adulto vive con excesiva inquietud por el “mañana”, dejando vacío el “hoy”, que es lo que debe vivir con intensidad por amor a Jesús.
II. A lo largo del Evangelio encontramos que se escoge lo pequeño para confundir a lo grande. Abre la boca de los que saben menos, y cierra la de los que parecen sabios. Nosotros, al reconocer a Jesús en la gruta de Belén como al Mesías prometido, hemos de hacerlo con el espíritu, la sencillez y la audacia de los pequeños. Hacerse interiormente como niños, siendo mayores, puede ser tarea costosa: requiere reciedumbre y fortaleza en la voluntad, y un gran abandono en Dios. Este abandono, que lleva consigo una inmensa paz, sólo se consigue cuando quedamos indefensos ante el Señor. “Se pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa).
III. Esta vida de infancia es posible si tenemos enraizada nuestra conciencia de hijos de Dios. El misterio de la filiación divina, fundamento de nuestra vida espiritual, es una de las consecuencias de la Redención. Al ser hijos de Dios somos herederos de la gloria. Vamos a procurar ser dignos de tal herencia y tener con Dios una piedad filial, tierna y sincera. Los niños no son demasiado sensibles al ridículo, ni tienen esos temores y falsos respetos humanos que engendran la soberbia y la preocupación por el “qué dirán”. El niño cae frecuentemente, pero se levanta con prontitud y ligereza y olvida con facilidad las experiencias negativas. Sencillez y docilidad es lo que nos pide el Señor: trato amable con los demás, y siempre dispuesto a ser enseñado ante los misterios de Dios. Aprenderemos a ser niños cuando contemplamos a Jesús Niño en brazos de su Madre.


Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Feria del 18/XII

Feria del 18-XII

La Virginidad de María, nuestra pureza
“La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer” (Mateo 1,18-24).

I. La Virginidad de María es un privilegio íntimamente unido al de la Maternidad divina, y armoniosamente relacionado con la Inmaculada Concepción y la Asunción gloriosa. María es la Reina de las vírgenes: “La dignidad virginal comenzó con la Madre de Dios” (SAN AGUSTÍN, Sermón 51). La renuncia al amor humano por Dios es una gracia divina que impulsa y anima a entregar el cuerpo y el alma al Señor con todas las posibilidades que el corazón posee. Dios es entonces el único destinatario de este amor que no se comparte. Es en Él donde el corazón encuentra su plenitud y su perfección, sin que exista la mediación de un amor terreno. Entonces el Señor concede un corazón más grande para querer en Él a todas las criaturas. La vocación al celibato apostólico –por amor del Reino de los Cielos (Mateo 19, 12)- es una gracia especialísima de Dios y uno de los dones más grandes a su Iglesia.
II. Para solteros y casados, la Virginidad de María es también una llamada a vivir con finura la santa pureza, indispensable para contemplar a Dios y para servir a nuestros hermanos los hombres. Es una virtud indispensable para ser contemplativos, aunque choca frontalmente con el ambiente materialista, y es incluso muy combatida. El Espíritu Santo ejerce una acción especial en el alma que vive con delicadeza la castidad, y produce muchos frutos: agranda el corazón, da una alegría profunda, posibilita el apostolado, fortalece el carácter, y nos hace más humanos, con más capacidad de compadecernos de los problemas de los demás. En cambio la impureza provoca insensibilidad en el corazón y egoísmo, además que facilita el campo propicio para todos los vicios y deslealtades.
III. En este día podemos ofrecerle a la Virgen la entrega de nuestro corazón y una lucha más delicada en esta virtud de la santa pureza, tan grata a Dios y que tantos frutos produce en nuestra vida interior y en el apostolado. Con la ayuda de la gracia y los Sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia, se puede vivir en todos los momentos y circunstancias de la vida. La santa pureza exige una conquista diaria, porque no se adquiere de una vez para siempre; y necesitamos una profunda humildad y sinceridad en la dirección espiritual. Llevamos este gran tesoro de la pureza en vasos de barro, inseguros y quebradizos, pero tenemos todas las armas para vencer. Al terminar nuestra oración, le pedimos a Santa María, que es la pureza inmaculada, -¡tota pulchra!- que nos ayude a vivir esta virtud con gran delicadeza.


Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

sábado, 16 de diciembre de 2017

Te recordamos el encuentro navideño que tenemos mañana en la sala de plenos del ayuntamiento de Granada sobre: cultivar el amor y despertar la consciencia para crear un mundo mejor😀🎄💫🙏🍾



Hola! 
   Te recordamos el encuentro navideño que tenemos mañana sábado en la sala de plenos del ayuntamiento de Granada sobre: cultivar el amor y despertar la consciencia para crear un mundo mejor😀🎄💫🙏
   Será de 11 a 13.30, y además del cartel adjunto cartel con los detalles.
   Saludos cordiales

viernes, 15 de diciembre de 2017

Sábado semana 2ª de Adviento

Sábado de la semana 2 de Adviento

El examen de conciencia
“Bajando Jesús del monte con ellos, sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?». Respondió Él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos». Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista” (Mateo 17,10-13).
I. En el Evangelio de la Misa San Mateo habla de las palabras que el Señor dirige a los fariseos por su hipocresía. En sus vidas podemos ver, por una parte, una minuciosidad agobiante; por otra, una gran laxitud en las cosas verdaderamente importantes: abandonan las cosas más esenciales de la Ley, la justicia, la misericordia y la buena fe (23, 23-24). No supieron entender lo que el Señor esperaba de ellos. También nosotros en estos días de Adviento, podemos mejorar el examen de conciencia, para no detenernos en cosas accidentales y dejar escapar las importantes. Un examen –breve, pero profundo-, es como un ojo capaz de ver los íntimos recovecos de nuestro corazón, sus desviaciones y apegamientos. Ahí descubriremos el origen oculto de nuestras faltas evidentes de caridad o de trabajo, de nuestra tristeza o malhumor, o de la falta de piedad, y sabremos ponerle remedio.
II. El examen diario de conciencia es un repaso a fondo de lo que hemos escrito en la página de cada día irrepetible y es ocasión de encuentro con Dios. Una página de horror puede convertirse en algo bueno por la contrición y el propósito para comenzar la nueva página en blanco que nos presentará nuestro Ángel Custodio de parte de Dios. “Y estas páginas blancas que empezamos a garabatear cada día, a mí me gusta encabezarlas con una sola palabra: ¡Serviam!, ¡serviré!, que es un deseo y una esperanza.... Y digo al Señor que vuelvo a empezar, Nunc coepi!, que vuelvo a empezar con la voluntad recta de servicio y de dedicarle mi vida, momento por momento, minuto por minuto.” (S. CANALS, Ascética meditada)
III. La finalidad del examen de conciencia es conocernos mejor a nosotros mismos, para que podamos se más dóciles a las continuas gracias que derrama en nosotros el Espíritu Santo y nos asemejemos cada vez más a Cristo. Quizá una de las primeras preguntas que pueden darnos abundante luz es : ¿Dónde está mi corazón? ¿En Cristo? Unas veces descubriremos que es el ansia de aplauso, o el resentimiento, o la antipatía, o tal vez la sensualidad, o la rutina y la disipación. Podemos preguntarnos si hemos cumplido la voluntad de Dios o la nuestra y descender a detalles concretos en nuestro trato con Él y con los demás. Terminaremos con un acto de contrición, porque si no hay dolor, es inútil el examen. Haremos un pequeño propósito, y daremos gracias al Señor por todas las cosas buenas con las que hemos cerrado la jornada. Si acudimos a la Virgen, Ella y nuestro Ángel nos ayudarán a hacer el examen por amor y con dolor.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Viernes semana 2ª de Adviento

Viernes de la semana 2 de Adviento

Tibieza y amor de Dios
“En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: - «¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: "Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio." Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores." Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios»” (Mateo 11,16-19).

I. Nuestra vida no tiene sentido si no es junto al Señor. ¿Adónde iremos, Señor? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna (Juan 6, 68). Él viene a traernos un amor que lo penetra todo como el fuego y a darle sentido a nuestra vida sin sentido. Amor exigente es el del Señor, que pide siempre más y nos lleva a crecer en finura del alma con Dios y a dar muchos frutos. Pero si el cristiano deja que el amor se enfríe, vendrá esa terrible enfermedad interior que es la tibieza: Cristo queda como oscurecido, por descuido culpable, en la mente y en el corazón; no se le ve ni se le oye. Queda en el alma un vacío de Dios que se intentará llenar de otras cosas, que no son de Dios y no llenan. Esta enfermedad tiene curación si ponemos los medios. Siempre se puede descubrir de nuevo aquel tesoro escondido, Cristo, que un día dio sentido a la vida. En la oración y en los sacramentos nos espera siempre el Señor.
II. Por faltas aisladas no se cae necesariamente en la tibieza. La tibieza nace de una dejadez prolongada en la vida interior que se expresa en el descuido habitual de las cosas pequeñas, en la falta de contrición ante los errores personales, en la falta de metas concretas en el trato con el Señor. Se ha dejado de luchar por ser mejores y se abandona la mortificación. La tibieza es como una pendiente inclinada; casi insensiblemente nace una preocupación por no excederse, por quedarse en el límite, en lo suficiente para no caer en pecado mortal, aunque se descuida y se acepta sin dificultad el venial. Las Comuniones son frías, la Santa Misa distraída, la oración difusa, y el examen se abandona. Estemos alerta para percibir los primeros síntomas de esta enfermedad del alma, y acudamos con prontitud a la Virgen. Ella aumenta nuestra esperanza, y nos trae la alegría del nacimiento de Jesús.
III. Fomentar el espíritu de lucha, nos llevará a cuidar el examen de conciencia. De ahí sacaremos un punto en el que mejorar al día siguiente y un acto de contrición por las cosas en que aquel día no fuimos del todo fieles al Señor. Este amor vigilante es el polo opuesto a la tibieza. Y de nuevo, cerca de Cristo. Con una alegría nueva, con una humildad nueva. Humildad, sinceridad, arrepentimiento... y volver a empezar con una alegría profunda e incomparable. Nuestra Madre nos ayudará a recomenzar.


Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Jueves semana 2ª de Adviento

Jueves de la semana 2 de Adviento

Comenzar de nuevo
En aquel tiempo, dijo Jesús a las turbas: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga»”. (Mateo 11,11-15).
I. El Reino de Dios padece violencia, y quienes se esfuerzan lo conquistan (Mateo 11, 12). Padece violencia la Iglesia por parte de los poderes del mal, y padece violencia el alma de cada hombre, inclinada al mal como consecuencia del pecado original. Será necesario luchar hasta el final de nuestros días para seguir al Señor en esta vida y contemplarle eternamente en el Cielo. La vida del cristiano no es compatible con el aburguesamiento, la comodidad y la tibieza. El Adviento es un tiempo propicio para que examinemos cómo luchamos contra las propias pasiones, los defectos, el pecado, el mal carácter. Esta lucha que nos pide el Señor a lo largo de nuestra vida, muchas veces se concretará en fortaleza para cumplir delicadamente nuestros actos de piedad con el Señor, sin abandonarlos por cualquier cosa, o por el estado de ánimo; se concretará en el modo de vivir la caridad, en hacer un apostolado eficaz a nuestro alrededor. El Señor está a nuestro lado y ha puesto un Ángel Custodio que nos ayudará en la lucha, si acudimos a él.
II. En nuestro andar hacia el Señor no siempre venceremos, tendremos muchas derrotas; unas de escaso relieve; otras tendrán importancia, pero el desagravio y la contrición nos acercarán más a Dios. Y comenzaremos de nuevo sin pesimismo –fruto de la soberbia-, con paciencia y humildad, pidiendo más ayuda al Señor. Nuestro amor a Dios se manifiesta no tanto en los éxitos que creemos haber alcanzado, sino en la capacidad de comenzar de nuevo, de renovar la lucha interior. Pidamos hoy a la Virgen la gracia de no abandonarla jamás y la humildad de recomenzar siempre.
III. No comenzamos de nuevo por un empeño personal, como si tratáramos de afirmar que nosotros podemos sacar adelante las cosas. Nosotros no podemos nada. Precisamente, cuando nos sentimos débiles, la fuerza de Cristo habita en nosotros (2 Corintios 11-12). ¡Y es una fuerza poderosa! El fundamento de nuestra esperanza está en que el Señor desea que recomencemos de nuevo cada vez que hemos tenido un fracaso, quizá aparente, en nuestra vida interior o en nuestro apostolado. “Detesta con todas tus fuerzas la ofensa que has hecho a Dios y, con valor y confianza en su misericordia, prosigue el camino de la virtud que habías abandonado” (SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota). Tenemos una Madre y un Ángel custodio que nos ayudan.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
San Juan de la Cruz, presbítero y doctor de la Iglesia

Nació en Fontiveros, provincia de Ávila (España), hacia el año 1542. Pasados algunos años en la Orden de los carmelitas, fue, a instancias de Santa Teresa de Jesús, el primero que, a partir de 1568, se declaró a favor de su reforma, por la que soportó innumerables sufrimientos y trabajos. Murió en Ubeda el año 1591, con gran fama de santidad y sabiduría, de las que dan testimonio precioso sus escritos espirituales.
Su padre, Gonzalo de Yepes pertenecía a una buena familia de Toledo, pero como se casó con una joven de clase "inferior", fue desheredado y tuvo que ganarse la vida como tejedor de seda. A la muerte de Gonzalo, su esposa, Catalina Alvarez, quedó en la miseria y con tres hijos. Juan, que era el menor, nació en Fontiveros, en Castilla la Vieja, en 1542.
Asistió a una escuela de niños pobres en Medina del Campo y empezó a aprender el oficio de tejedor, pero como no tenía aptitudes, entró más tarde a trabajar como criado del director del hospital de Medina del Campo. Así pasó siete años. Al mismo tiempo que continuaba sus estudios en el colegio de los jesuitas, practicaba rudas mortificaciones corporales.
A los veintiún años, tomó el hábito en el convento de los carmelitas de Medina del Campo. Su nombre de religión era Juan de San Matías. Después de hacer la profesión, pidió y obtuvo permiso para observar la regla original del Carmelo, sin hacer uso de las mitigaciones (permisos para relajar las reglas) que varios Pontífices habían aprobado y eran entonces cosa común en todos los conventos.
San Juan hubiese querido ser hermano lego, pero sus superiores no se lo permitieron. Tras haber hecho con éxito sus estudios de teología, fue ordenado sacerdote en 1567. Las gracias que recibió con el sacerdocio le encendieron en deseos de mayor retiro, de suerte que llegó a pensar en ingresar en la Cartuja.
Santa Teresa fundaba por entonces los conventos de la rama reformada de las carmelitas. Cuando oyó hablar del hermano Juan, en Medina del Campo, la santa se entrevistó con él, quedó admirada de su espíritu religioso y le dijo que Dios le llamaba a santificarse en la orden de Nuestra Señora del Carmen. También le refirió que el prior general le había dado permiso de fundar dos conventos reformados para hombres y que él debía ser su primer instrumento en esa gran empresa. La reforma del Carmelo que lanzaron Santa Teresa y San Juan no fue con intención de cambiar la orden o "modernizarla" sino mas bien para restaurar y revitalizar su cometido original el cual se había mitigado mucho.  Al mismo tiempo que lograron ser  fieles a los orígenes, la santidad de estos reformadores infundió una nueva riqueza a los carmelitas que ha sido recogida en sus escritos y en el ejemplo de sus vidas y sigue siendo una gran riqueza de espiritualidad.
Poco después, se llevó a cabo la fundación del primer convento de carmelitas descalzos, en una ruinosa casa de Duruelo. San Juan entró en aquel nuevo Belén con perfecto espíritu de sacrificio. Unos dos meses después, se le unieron otros dos frailes. Los tres renovaron la profesión el domingo de Adviento de 1568, y nuestro santo tomó el nombre de Juan de la Cruz. Fue una elección profética. Poco a poco se extendió la fama de ese oscuro convento de suerte que Santa Teresa pudo fundar al poco tiempo otro en Pastrana y un tercero en Mancera, a donde trasladó a los frailes de Duruelo. En 1570, se inauguró el convento de Alcalá, que era a la vez colegio de la universidad; San Juan fue nombrado rector.
Con su ejemplo, San Juan supo inspirar a los religiosos e1 espíritu de soledad, humildad y mortificación. Pero Dios, que quería purificar su corazón de toda debilidad y apego humanos, le sometió a las más severas pruebas interiores y exteriores. Después de haber gozado de las delicias de la contemplación, San Juan se vio privado de toda devoción. A este período de sequedad espiritual se añadieron la turbación, los escrúpulos y la repugnancia por los ejercicios espirituales. En tanto que el demonio le atacaba con violentas tentaciones, los hombres le perseguían con calumnias.
La prueba más terrible fue sin duda la de los escrúpulos y la desolación interior, que el santo describe en "La Noche Oscura del Alma". A esto siguió un período todavía más penoso de oscuridad, sufrimiento espiritual y tentaciones, de suerte que San Juan se sentía como abandonado por Dios. Pero la inundación de luz y amor divinos que sucedió a esta prueba, fue el premio de la paciencia con que la había soportado el siervo de Dios.
En cierta ocasión, una mujer muy atractiva tentó descaradamente a San Juan. En vez de emplear el tizón ardiente, como lo había hecho Santo Tomás de Aquino en una ocasión semejante, Juan se valió de palabras suaves para hacer comprender a la pecadora su triste estado. El mismo método empleó en otra ocasión, aunque en circunstancias diferentes, para hacer entrar en razón a una dama de temperamento tan violento, que el pueblo le había dado el apodo de "Roberto el diablo".
En 1571, Santa Teresa asumió por obediencia el oficio de superiora en el convento no reformado de la Encarnación de Avila y llamó a su lado a San Juan de la Cruz para que fuese su director espiritual y su confesor. La santa escribió a su hermana: "Está obrando maravillas aquí. El pueblo le tiene por santo. En mi opinión, lo es y lo ha sido siempre." Tanto los religiosos como los laicos buscaban a San Juan, y Dios confirmó su ministerio con milagros evidentes.
Entre tanto, surgían graves dificultades entre los carmelitas descalzos y los mitigados. Aunque el superior general había autorizado a Santa Teresa a emprender la reforma, los frailes antiguos la consideraban como una rebelión contra la orden; por otra parte, debe reconocerse que algunos de los descalzos carecían de tacto y exageraban sus poderes y derechos. Como si eso fuera poco, el prior general, el capítulo general y los nuncios papales, daban órdenes contradictorias. Finalmente, en 1577, el provincial de Castilla mandó a San Juan que retornase al convento de Medina del Campo. El santo se negó a ello, alegando que había sido destinado a Avila por el nuncio del Papa. Entonces el provincial envió un grupo de hombres armados, que irrumpieron en el convento de Avila y se llevaron a San Juan por la fuerza. Sabiendo que el pueblo de Avila profesaba gran veneración al santo, le trasladaron a Toledo.
Como Juan se rehusase a abandonar la reforma, le encerraron en una estrecha y oscura celda y le maltrataron increíblemente. Ello demuestra cuán poco había penetrado el espíritu de Jesucristo en aquellos que profesaban seguirlo.
La celda de San Juan tenía unos tres metros de largo por dos de ancho. La única ventana era tan pequeña y estaba tan alta, que el santo, para leer el oficio, tenía que ponerse de pie sobre un banquillo. Por orden de Jerónimo Tostado, vicario general de los carmelitas de España y consultor de la Inquisición, se le golpeó tan brutalmente, que conservó las cicatrices hasta la muerte. Lo que sufrió entonces San Juan coincide exactamente con las penas que describe Santa Teresa en la "Sexta Morada": insultos, calumnias, dolores físicos, angustia espiritual y tentaciones de ceder. Más tarde dijo: "No os extrañe que ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor cuando estuve preso en Toledo".
Los primeros poemas de San Juan que son como una voz que clama en el desierto, reflejan su estado de ánimo:
En dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
El prior Maldonado penetró la víspera de la Asunción en aquella celda que despedía un olor pestilente bajo el tórrido calor del verano y dio un puntapié al santo, que se hallaba recostado, para anunciarle su visita. San Juan le pidió perdón, pues la debilidad le había impedido levantarse en cuanto lo vio entrar. "Parecíais absorto. ¿En qué pensabais?", le dijo Maldonado.
"Pensaba yo en que mañana es fiesta de Nuestra Señora y sería una gran felicidad poder celebrar la misa", replicó Juan.
"No lo haréis mientras yo sea superior", repuso Maldonado.
En la noche del día de la Asunción, la Santísima Virgen se apareció a su afligido siervo, y le dijo: "Sé paciente, hijo mío; pronto terminará esta Prueba."
Algunos días más tarde se le apareció de nuevo y le mostró, en visión, una ventana que daba sobre el Tajo: "Por ahí saldrás y yo te ayudaré." En efecto, a los nueve meses de prisión, se concedió al santo la gracia de hacer unos minutos de ejercicio. Juan recorrió el edificio en busca de la ventana que había visto. En cuanto la hubo reconocido, volvió a su celda. Para entonces ya había comenzado a aflojar las bisagras de la puerta. Esa misma noche consiguió abrir la puerta y se descolgó por una cuerda que había fabricado con sábanas y vestidos. Los dos frailes que dormían cerca de la ventana no le vieron. Como la cuerda era demasiado corta, San Juan tuvo que dejarse caer a lo largo de la muralla hasta la orilla del río, aunque felizmente no se hizo daño. Inmediatamente, siguió a un perro que se metió en un patio. En esa forma consiguió escapar. Dadas las circunstancias, su fuga fue un milagro.
El santo se dirigió primero al convento reformado de Beas de Segura y después pasó a la ermita cercana de Monte Calvario. En 1579, fue nombrado superior del colegio de Baeza y, en 1581, fue elegido superior de Los Mártires, en las cercanías de Granada. Aunque era el fundador y jefe espiritual de los carmelitas descalzos, en esa época participó poco en las negociaciones y sucesos que culminaron con el establecimiento de la provincia separada de Los Descalzos, en 1580. En cambio, se consagró a escribir las obras que han hecho de él un doctor de teología mística en la Iglesia.
La doctrina de San Juan es plenamente fiel a la tradición antigua: el fin del hombre en la tierra es alcanzar "Perfección de la caridad y elevarse a la dignidad de hijo de Dios por el amor"; la contemplación no es por sí misma un fin, sino que debe conducir al amor y a la unión con Dios por el amor y, en último término, debe llevar a la experiencia de esa unión a la que todo está ordenado. "No hay trabajo mejor ni mas necesario que el amor", dice el santo. "Hemos sido hechos para el amor." El único instrumento del que Dios se sirve es el amor." "Así como el Padre y e1 Hijo están unidos por el amor, así el amor es el lazo de unión del alma con Dios".
El amor lleva a las alturas de la contemplación, pero como que amor es producto de la fe, que es el único puente que puede salvar el abismo separa a nuestra inteligencia de la infinitud de Dios, la fe ardiente y vívida el principio de la experiencia mística. San Juan no se cansó nunca de inculcar esa doctrina tradicional con su estilo maravilloso y sus ardientes palabras.
Las verdades que enseñó no deben empañarse por las prácticas que puedan ser exageradas. Al mismo tiempo se ha de tener quidado en discernir que es exageración. ¿Cual es nuestro punto de referencia?, ¿Fueron todos los santos exagerados?, ¿Fue Jesucristo exagerado, aceptando morir en la Cruz?. ¿O no será mas bien que nosotros no sabemos amar hasta el extremo?.
Dios no pide lo mismo a todos. El sabe la capacidad y el corazón de cada uno. El amor expande el corazón y las capacidades de entrega.
Solía pedir a Dios tres cosas: que no dejase pasar un solo día de su vida sin enviarle sufrimientos, que no le dejase morir en el cargo de superior y que le permitiese morir en la humillación y el desprecio.
Con su confianza en Dios (llamaba a la Divina Providencia el patrimonio de los pobres), obtuvo milagrosamente en algunos casos provisiones para sus monasterios. Con frecuencia estaba tan absorto en Dios, que debía hacerse violencia para atender los asuntos temporales.
Su amor de Dios hacía que su rostro brillase en muchas ocasiones, sobre todo al volver de celebrar la misa. Su corazón era como una ascua ardiente en su pecho, hasta el punto de que llegaba a quemarle la piel. Su experiencia en las cosas espirituales, a la que se añadía la luz del Espíritu Santo, hacían de un consumado maestro en materia de discreción de espíritus, de modo que no era fácil engañarle diciéndole que algo procedía de Dios.
Juan dormía unas dos o tres horas y pasaba el resto de la noche orando ante el Santísimo Sacramento.
Después de la muerte de Santa Teresa, ocurrida en 1582, se hizo cada vez más pronunciada una división entre los descalzos. San Juan apoyaba la política de moderación del provincial, Jerónimo de Castro, en tanto que el P. Nicolás Doria, que era muy extremoso, pretendía independizar absolutamente a los descalzos de la otra rama de la orden.
El P. Nicolás fue elegido provincial y el capítulo general nombró a Juan vicario de Andalucía. El santo se consagró a corregir ciertos abusos, especialmente los que procedían del hecho de que los frailes tuviesen que salir del monasterio a predicar. El santo opinaba que la vocación de los descalzos era esencialmente contemplativa. Ello provocó oposición contra él.
San Juan fundó varios conventos y, al expirar su período de vicario, fue nombrado superior de Granada. Entre tanto, la idea del P. Nicolás había ganado mucho terreno y el capítulo general que se reunió en Madrid en 1588, obtuvo de la Santa Sede un breve que autorizaba una separación aún más pronunciada entre los descalzos y los mitigados. A pesar de las protestas de algunos, se privó al venerable P. Jerónimo Gracián de toda autoridad y se nombró vicario general al P. Doria. La provincia se dividió en seis regiones, cada una de las cuales nombró a un consultor para ayudar al P. Gracián en el gobierno de la congregación. San Juan fue uno de los consultores.
La innovación produjo grave descontento, sobre todo entre las religiosas. La venerable Ana de Jesús, que era entonces superiora del convento de Madrid, obtuvo de la Santa Sede un breve de confirmación de las constituciones, sin consultar el asunto con el vicario general. Finalmente, se llegó a un compromiso en ese asunto. Sin embargo, en el capítulo general de Pentecostés de 1591, San Juan habló en defensa del P. Gracián y de las religiosas.
El P. Doria, que siempre había creído que el santo estaba aliado con sus enemigos, aprovechó la ocasión para privarle de todos sus cargos y le envió como simple fraile al remoto convento de La Peñuela. Ahí pasó San Juan algunos meses entregado a la meditación y la oración en las montañas, "porque tengo menos materia de confesión cuando estoy entre las peñas que cuando estoy entre los hombres."
Pero no todos estaban dispuestos a dejar en paz al santo, ni siquiera en aquel rincón perdido. Siendo vicario provincial, San Juan, durante la visita al convento de Sevilla, había llamado al orden a dos frailes y había restringido sus licencias de salir a predicar. Por entonces, los dos frailes se sometieron pero un consultor de la congregación recorrió toda la provincia tomando informes sobre la vida y conducta de San Juan, lanzando acusaciones contra él, afirmando que tenía pruebas suficientes para hacerle expulsar de la orden. Muchos de los frailes prefirieron seguir la corriente adversa a Juan que decir la verdad que hace justicia. Algunos llegaron hasta quemar sus cartas para no caer en desgracia.
En medio de esa tempestad San Juan cayó enfermo. El provincial le mandó salir del convento de Peñuela y le dio a escoger entre el de Baeza y el de Ubeda. El primero de esos conventos estaba mejor provisto y tenía por superior a un amigo del santo. En el otro era superior el P. Francisco, a quien San Juan había corregido junto con el P. Diego. Ese fue el convento que escogió.
La fatiga del viaje empeoró su estado y le hizo sufrir mucho. Con gran paciencia, se sometió a varias operaciones. El indigno superior le trató inhumanamente, prohibió a los frailes que le visitasen, cambió al enfermero porque le atendía con cariño, sólo le permitía comer los alimentos ordinarios y ni siquiera le daba los que le enviaban algunas personas de fuera. Cuando el provincial fue a Ubeda y se enteró de la situación, hizo cuanto pudo por San Juan y reprendió tan severamente al P. Francisco, que éste abrió los ojos y se arrepintió.
Después de tres meses de sufrimientos muy agudos, el santo falleció el 14 de diciembre de 1591.
En su muerte no se había disipado todavía la tempestad que la ambición del P. Nicolás y el espíritu de venganza del P. Diego habían provocado contra él en la congregación de la que había sido cofundador y cuya vida había sido el primero en llevar.
La muerte del santo trajo consigo la revalorización de su vida y tanto el clero como los fieles acudieron en masa a sus funerales. Dios quiso que se despejaran las tinieblas y se vieses su vida auténtica para edificación de muchas almas. Sus restos fueron trasladados a Segovia, pues en dicho convento había sido superior por última vez.
Fue canonizado en 1726
Santa Teresa había visto en Juan un alma muy pura, a la que Dios había comunicado grandes tesoros de luz y cuya inteligencia había sido enriquecida por el cielo. Los escritos del santo justifican plenamente este juicio de Santa Teresa, particularmente los poemas de la "Subida al Monte Carmelo", la "Noche Oscura del Alma", la "Llama Viva de Amor" y el "Cántico Espiritual", con sus respectivos comentarios. Así lo reconoció la Iglesia en 1926, al proclamar doctor a San Juan de la Cruz por sus obras Místicas.
La doctrina de San Juan se resume en el amor del sufrimiento y el completo abandono del alma en Dios. Ello le hizo muy duro consigo mismo; en cambio, con los otros era bueno, amable y condescendiente. Por otra parte, el santo no ignoraba ni temía las cosas materiales, puesto que dijo: "Las cosas naturales son siempre hermosas; son como las migajas de la mesa del Señor."
San Juan de la Cruz vivió la renuncia completa que predicó tan persuasivamente. Pero a diferencia de otros menores que él, fue "libre, como libre es el espíritu de Dios". Su objetivo no era la negación y el vacío, sino la plenitud del amor divino y la unión sustancial del alma con Dios. "Reunió en sí mismo la luz extática de la Sabiduría Divina con la locura estremecida de Cristo despreciado".
Fuente Bibliográfica:
-Butler, Vidas de los Santos de Butler, Vol. IV.
-Oficio Divino I, p. 1031