lunes, 21 de febrero de 2011

Sábado de la semana 6ª. «La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve», nos da alas para volar, y rezarle a Dios: «Día tras día

Hebreos 11,1–7: 1 La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. 2 Por ella fueron alabados nuestros mayores. 3 Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece. 4 Por la fe, ofreció Abel a Dios un sacrificio más excelente que Caín, por ella fue declarado justo, con la aprobación que dio Dios a sus ofrendas; y por ella, aun muerto, habla todavía. 5 Por la fe, Henoc fue trasladado, de modo que no vio la muerte y no se le halló, porque le trasladó Dios. Porque antes de contar su traslado, la Escritura da en su favor testimonio de haber agradado a Dios. 6 Ahora bien, sin fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan. 7 Por la fe, Noé, advertido por Dios de lo que aún no se veía, con religioso temor construyó un arca para salvar a su familia; por la fe, condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia según la fe.

Salmo 145,2-5,10-11: 2 todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre; 3 grande es Yahveh y muy digno de alabanza, insondable su grandeza. 4 Una edad a otra encomiará tus obras, pregonará tus proezas. 5 El esplendor, la gloria de tu majestad, el relato de tus maravillas, yo recitaré. 10 Te darán gracias, Yahveh, todas tus obras y tus amigos te bendecirán; 11 dirán la gloria de tu reino, de tus proezas hablarán,

Marcos 9,2-13: 2 Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, 3 y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. 4 Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. 5 Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; 6 - pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados -. 7 Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle.» 8 Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. 9 Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. 10 Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos.» 11 Y le preguntaban: «¿Por qué dicen los escribas que Elías debe venir primero?» 12 El les contestó: «Elías vendrá primero y restablecerá todo; mas, ¿cómo está escrito del Hijo del hombre que sufrirá mucho y que será despreciado? 13 Pues bien, yo os digo: Elías ha venido ya y han hecho con él cuanto han querido, según estaba escrito de él.»

Comentario: 1 (ver domingo 19C) Dejamos de leer ayer el libro del Génesis que se ha leído durante las semanas 5ª y 6ª del tiempo ordinario y volverá a leerse en las semanas 12, 13, 14. Hoy pone la liturgia este texto de la carta a los Hebreos. Es como un "elogio de los Padres". Terminamos nuestra lectura de los primeros once capítulos del Génesis con una página de la carta a los Hebreos, que resume los ejemplos más edificantes de estos capítulos, como estímulo a nuestra perseverancia en la fe. Es un elogio de nuestros antepasados remotos, que comienza con una definición de lo que es tener fe: «La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve». En esto tuvieron mucho mérito los creyentes del AT: aquí nombra a Abel, a Henoc y a Noé. Los tres aceptaron en su vida el plan de Dios. Como todos los demás que vivieron en el AT, no llegaron a ver claro, ni a experimentar la venida del Salvador prometido por Dios. Pero desde ese claroscuro supieron creer en Dios y creer a Dios.
Este repaso a las páginas del Génesis es para el autor de la carta un estímulo para los cristianos de su tiempo. También lo es para los de ahora: para que no exageremos nuestras dificultades, buscando excusas para nuestra poca fidelidad. La página de hoy quiere que nos dejemos animar por los que han sabido ser fieles a Dios también en días difíciles. La Biblia, aunque también contiene relatos de pecado, debilidades y fallos, es siempre aleccionadora. Hemos ido viendo cómo Dios conduce la historia. Cómo sabe animar y a su tiempo corregir y purificar a la humanidad, para que camine por las sendas que él le tiene preparadas y en las que encontrará su felicidad y su plenitud. Se trata de que aprendamos del pecado ajeno y sobre todo de que admiremos e imitemos la fe de tantas personas que desfilan por sus páginas como ha sucedido en los capítulos del Génesis que hemos ido meditando estas dos semanas. Nosotros tenemos otra serie de antepasados que nos animan todavía más de cerca en nuestra carrera: la Virgen María y los santos cristianos de los últimos dos mil años. A los que tenemos que añadir familiares y conocidos que también seguramente nos han dado un ejemplo de fidelidad a Dios desde su vida concreta. Nos tendríamos que hacer la pregunta, traduciendo la situación a nuestra historia: ¿cómo reacciono yo en las diversas circunstancias de la vida?, ¿cómo estoy respondiendo a la llamada de Dios?, ¿qué testimonio de fe estoy dando a los que me conocen?
Los hombres ejemplares del A. T. desfilan en este capítulo como los grandes campeones de la fe. El autor los presenta como modelos para que los cristianos sigan sus huellas y permanezcan de modo perseverante en el ejercicio de la fe. La primera preocupación de nuestro autor es presentarnos una definición de la fe. Una definición que es clásico y deberíamos saber todos de memoria. Es cortísima: v.1: "la fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve". Dice que la fe es la seguridad o certeza forma del cumplimiento de nuestra esperanza. En la fe, tal como la presenta el autor de la carta a los hebreos, la esperanza juega un papel importantísimo, de tal manera que es inseparable de ella. Esta esperanza nos garantiza la realidad de lo que todavía no vemos y en pos de lo cual caminamos. Se nos presenta la fe como la elección entre dos alternativas que nos ofrece la vida: entender la vida desde la fe o entenderla desde nosotros mismos. Entendida desde nosotros mismos, la vida se halla determinada por una concepción materialista, basada en la suficiencia humana o en las posibilidades que la vida nos ofrece, aquí y ahora. Nada de realidades más allá de las que ven nuestros ojos. Entendida desde la fe -la segunda actitud o alternativa- la vida es entendida de forma diferente, como peregrinante hacia una patria mejor, con la seguridad de algo que nos espera y que compensará ampliamente las renuncias y sacrificios que la misma fe nos impone.
La primera concepción de la vida, la materialista, estaba ampliamente difundida en el mundo del N. T. Y había adquirido, sobre todo, la forma de estoicismo. Se proclamaba el desapego de las cosas de este mundo, pero en orden a lograr una paz interior y una seguridad superior a la que podían dar las cosas de este mundo. En el fondo se hallaba presente -en el centro mismo de esta actitud- la autosuficiencia humana. El camino del materialismo es el más fácil y tentador. Por eso nuestro autor nos ofrece el modelo de los grandes hombres ejemplares del A.T. Son recordados por el enfoque e interpretación que hicieron de su vida desde la fe. El A.T. está lleno de hombres y mujeres que hicieron en su vida grandes sacrificios para no desobedecer a Dios. El autor de nuestra carta podía haber puesto ejemplos tomados de los mismos cristianos o de los últimos tiempos del judaísmo, donde los había sumamente elocuentes: el tiempo de los Macabeos, por ejemplo, quienes por fidelidad a la ley y a sus tradiciones, se habían dado auténticos ejemplos de heroísmo hasta el martirio. Pero prefiere remontarse a los tiempos más antiguos, a la prehistoria bíblica. Para convencer a sus lectores de que la interpretación de la vida desde la fe se remonta a los orígenes y se encuentra en cada una de las páginas de la historia de salvación. El primero en ser mencionado es Abel. ¿Por qué Dios se agradó en sus sacrificios y no en los de Caín? La afirmación del Génesis podía dar pie a creer que Dios había sido parcial y arbitrario en la real oración de aquellos sacrificios. Nuestro autor afirma con toda claridad que la oblación de Abel agradó a Dios porque procedía de su fe.
El segundo ejemplo es el de Henoc (Gn 5, 24) una figura misteriosa que entró en el terreno de la leyenda: la creencia de que Henoc no había muerto. La verdadera razón que justifica su desaparición extraordinaria y su estar con Dios fue su fe, sin la cual nadie puede agradar a Dios.
Un tercer ejemplo: Noé. Cumplió la voluntad de Dios, una voluntad aparentemente caprichosa y absurda, pues te mandaba construir un arca-nave en un país seco. El haber obedecido aquel mandato fue un ejemplo claro y una demostración evidente de su fe en Dios. Gracias a ella se salvó él y su familia. El cap. 11 completo de la carta a los Hebreos, 17 veces el autor repite el mismo estribillo: por la fe... por la fe... V. 32 y ¿a qué continuar? Me faltaría tiempo si hubiera de hablar de tantos hombres y mujeres que vivieron de la fe. Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor; otros soportaron burlas y azotes y hasta cadenas y prisiones". Todo el problema reside en esto: ver o creer, asegurarse o arriesgarse. Para esto se necesita haber descubierto la gloria de Dios en el rostro de Cristo, es decir, haber tenido una experiencia personal de que Jesús es realmente tu Salvador, no un simple conocimiento teórico. Un padre de la Iglesia oriental: "Nadie puede renunciar al mundo si no ha visto la luz de la eternidad, al menos en el rostro de un hombre". Siempre el ejemplo de un hombre influye más que la verdad fundamental de una doctrina.
La lectura de una selección de textos del libro del Génesis se acaba con una página de la Epístola a los Hebreos. Uno de los principios esenciales de la Biblia es la relectura incesante de los viejos textos para actualizarlos, y darles un sentido nuevo a la luz de los progresos de la revelación. Es lo que siempre procuramos hacer cuando HOY, meditamos la Palabra de Dios. No hacemos nunca historia antigua, incluso cuando leemos documentos escritos muy anteriormente en un contexto cultural tan diferente del nuestro.
-Hermanos, la fe es un modo de poseer ya lo que se espera. Con demasiada frecuencia se ha definido la fe como una facultad principalmente intelectual: como si «creer» fuese un modo de tener en la mente un conjunto de doctrinas. Este aspecto, que se refiere a la «verdad", evidentemente, no es falso, pero es muy parcial. De hecho, la fe concierne y compromete a todo el ser humano. Y el autor de la epístola a los Hebreos nos la presenta aquí como un «dinamismo de vida» creer es apostar por el futuro... es poseer ya lo que se espera... es anticipar desde ahora la vida eterna.
-...Y la prueba de realidades que no se ven. Tenemos ahora, en segundo lugar, el aspecto más intelectual de la Fe; ¡«creer» es conocer! Mas aquí se trata también de un conocimiento dinámico, todo él orientado hacia «otra cosa», algo así como el desequilibrio del pie derecho tendido hacia adelante y que tiende a la nueva posición del pie izquierdo, no realizada todavía. La fe, en el fondo, es una especie de "entender no entendiendo", un «conocimiento en la noche», «como si viéramos lo invisible».
-Por la fe sabemos que el universo fue formado por la Palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece. La Fe, finalmente, es el aspecto «divino» de las cosas. Dios invisible, Dios escondido... y no obstante «fuente», "sostén", «finalidad» de todas las cosas. El universo, aparentemente, puede prescindir de Dios Sin embargo, en una «segunda mirada», podemos contemplar lo invisible, presente por todas partes. Y este hecho ¡lo cambia todo! En este momento estoy quizá solo en la habitación donde me encuentro: he ahí lo visible, lo controlable. Señor, amor mío. Tú estás conmigo: he ahí el cambio radical que la fe opera. En este momento, unos hombres, unos grupos humanos están todos ellos embarcados en tal acontecimiento, en tal liberación o promoción; esto es lo visible. Señor, creador y liberador, Tú te hallas allí en medio de esos acontecimientos para desarrollar en ellos tu proyecto divino: he ahí lo que la Fe me puede hacer «ver».
-Abel... fue declarado justo... Aun muerto, habla todavía... gracias a la Fe. Henoc... fue trasladado de modo que no vio la muerte... gracias a la Fe... Noé... advertido por Dios de lo que aún no se veía... por la Fe. Estos tres ejemplos nos muestran como reinterpretaron el libro del Génesis los primeros cristianos. Para ellos lo esencial era esa Fe, que, según san Pablo, era la única capaz de salvar al hombre, independientemente de la Ley. En el interior de la historia humana donde prolifera el pecado de los hombres, hay también una historia escondida: la de los hombres que buscan a Dios y tratan de responder a sus voluntades. Esto es también verdad en nuestro tiempo. Compartir los puntos de vista de Dios. Compartir el proyecto de Dios sobre el mundo. Comprometerse en ese proyecto. Tal es nuestra fe (Noel Quesson).
La fe heroica de los antiguos patriarcas de Israel es un buen camino para aproximarnos al núcleo de la desconocida vida de san José. Comprendemos aquella fe con ojos cristianos, a la luz de la palabra, vida, muerte y resurrección de Jesús, el verdadero iniciador y perfeccionador de la fe (12,2). Esto nos ayuda a entender lo que tenía de ejemplar, «pues por ella adquirieron un gran nombre» (11,2), y lo que, a pesar de ello, tenía de imperfecta (39).
La carta a los Hebreos hace el elenco de las obras extraordinarias que aquellos héroes llevaron a término, poniendo de relieve la generosidad, el esfuerzo y la novedad de su vida.
Por la fe sale Abrahán hacia un país que había de recibir en herencia, ofrece su hijo Isaac... (8-12; 17-19); por la fe rechaza Moisés ser prohijado por la hija del faraón, atraviesa el Mar Rojo... (23-29). La descripción acaba con un canto entusiasmado: «por la fe subyugaron reinos, administraron justicia, consiguieron promesas, taparon bocas de leones, apagaron la violencia del fuego, fueron valientes en la guerra...» (33-35). La fe está en las antípodas de un sentimiento o de una idea ineficaz; es precisamente el empeño de toda una vida personal lo que pone en evidencia la autenticidad de la fe. Por eso, al lado de todas las realizaciones, Heb subraya su libertad, la heroica resistencia de todas las persecuciones; «por la fe fueron sometidos a tormento..., soportaron azotes, cadenas y cárceles, fueron apedreados..., aserrados, murieron al filo de la espada...» porque «de ellos no era digno el mundo» (35-38).
A la luz de la vida y la muerte de Jesucristo, Heb penetra en el interior de aquellas vidas generosas y encuentra los elementos constitutivos de su fe. La fe es fundamentalmente una viva y personal experiencia del Dios vivo. Es como «ver al Invisible» (27), es tener una mirada nueva que penetra el misterio de Dios que ama. Fe es el conocimiento vivo, personal, de realidades invisibles (11,1), del Dios vivo que Jesucristo revela, comunión capaz de transformar una vida. Al mismo tiempo comporta la constante tendencia a la comunión definitiva con Dios, saliendo de toda seguridad humana (8; 13-16; 24).
La escena evangélica de la duda de José y la acogida final de María, su esposa (Mt 1,18-25), refleja, desnuda de imágenes los rasgos acentuados por Heb: comprensión interior, oscuridad, esperanza, generosidad, eficacia, fortaleza. También José, «por la fe, al ser llamado, obedeció sin saber adónde iba» (11,8); "como si viera al Invisible, perseveró firme" (27) (G. Mora).
"¡Dios mío, cuánta belleza!". La flor que acaba de abrirse, el paisaje que aparece al coronar una cumbre tras una penosa marcha, la sonrisa que florece en el rostro del niño entre lágrimas aún no del todo enjugadas, el trabajo del artesano... "¡Dios mío, cuánta belleza!".
Maravilla, triunfo de la luz... Hay momentos de gracia en los que todo se ilumina y la vida se transfigura. El amor se convierte en certidumbre, la fraternidad se hace palpable y la vida se vuelve sabrosa. Son momentos de luz que transforman durante mucho tiempo lo cotidiano. Intensa claridad que sostiene la marcha a través de los enervantes tonos grises y conduce a la aurora. En esos momentos, el signo se hace transparente y desaparece ante la realidad, que súbitamente se vuelve tangible. El amor ya no necesita flores para expresarse; es transparencia de dos seres, comunión de dos corazones. La solidaridad no necesita ya ser proclamada; se manifiesta en unas manos uncidas al yugo de una misma tarea.
"Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y al Hijo del hombre los letrados lo condenarán a muerte". Jesús se lleva consigo a Pedro, Santiago y Juan, los mismos discípulos que llevará a Getsemaní.
Les lleva sólo a ellos a una montaña elevada. Allí están, en medio de la luz; y la cara oculta de las cosas se esclarece por unos momentos. La vida de aquel hombre, al que aman, se torna transparente. Más allá del signo de aquella vida entregada por amor, palpan, en medio de la nube, el misterio mismo de Dios.
"Este es mi Hijo amado; escuchadle". Era necesario hacer ver a los discípulos la luz que se esconde detrás de la muerte cuando ésta es abrazada con amor. Había que subir a la montaña para que el Gólgota entrara en la historia de los hombres acompañado por el Tabor. Fogonazo momentáneo que revela cuál es el sentido de la marcha.
Pronto volverá a imponerse el tiempo del signo. El amor volverá a necesitar flores y besos para que la comunión experimentada no se convierta en ilusión. La solidaridad, si no quiere quedar reducida a mera utopía y mero sueño, habrá de nacer de nuevo de la búsqueda prolongada y paciente de los avances inciertos. La luz nos remite más lejos; hay que volver a descender al llano, donde está oculta el término de la marcha.
Muchas veces, vuestra vida se os antoja obscura. Sea como sea, vosotros seguid caminando. Sólo tomando el camino de Jerusalén pudieron entender los discípulos lo que les había sido revelado.
Hasta el día de la Pascua, permanecieron callados, sin saber siquiera lo que quería decir "resucitar de entre los muertos". De signo en signo, llegaremos al final del camino, pues sólo en el asombro del cara a cara conoceremos la parte transfigurada de nuestra vida y podremos, conscientes de la seriedad de nuestro asombro, decir: "¡Dios mío, cuánta belleza!".
Bendito seas, Dios y Padre nuestro, / porque, fiel a tu alianza, / no nos abandonas a nuestra pobreza, / sino que nos llevas aparte, a la montaña, / nos sacas de nuestros caminos empantanados ¡ y nos haces ascender a la luz / para ver cómo se levanta el mundo nuevo.
Tú entreabres los cielos, y nosotros sabemos / cuál es la vocación a que nos llamas. / Tú envías tu Espíritu, / que renueva la faz de la tierra, / y nuestros rostros desfigurados resplandecen / con la gloria del Hijo amado.
Con la mirada asombrada por tan enorme esperanza, / te cantamos, Dios de Jesucristo.
Señor y Dios nuestro, / Jesús transfigurado es la belleza de tu proyecto, / desvelado por un instante. / El pan compartido es el cuerpo roto de tu Hijo, / prenda de nuestra comunión contigo. / Con los ojos aún iluminados, te pedimos / que nos hagas descender de nuevo al llano, / ya que es por él por donde debemos caminar / para llegar a la eternidad (“Dios cada dia, Sal térrea”).
2. Si podemos decir con el salmo de hoy que «una generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazañas», no sólo deberíamos escuchar lo que nos dicen los personajes del Génesis, sino preocuparnos de qué «hazañas de Dios» transmitimos nosotros a las generaciones jóvenes, a las demás personas de nuestra familia o de nuestra comunidad. ¿Les estamos ayudando con nuestro ejemplo y palabras a ser fieles a su identidad humana y cristiana?
3. Marcos 9,1-12. La escena de la Transfiguración pone un contrapunto a la página anterior del evangelio, cuando Jesús tuvo que reñir a Pedro porque no entendía, e invitaba a sus seguidores a cargar con la cruz. A los tres apóstoles predilectos, los mismos que estarán presentes más tarde en la crisis del huerto de los Olivos, Jesús les hace experimentar la misteriosa escena de su epifanía o manifestación divina: acompañado por Moisés y Elías (Jesús es la recapitulación del AT, de la ley y los profetas), oye la voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado». Aparece envuelto en la nube divina, con un blanco deslumbrante, como anticipando el destino de victoria que seguirá después de la cruz, tanto para el Mesías como para sus seguidores. La voz de Dios invita a los discípulos a aceptar a Cristo como el maestro auténtico: «Escuchadlo». El protagonismo de Pedro también aparece resaltado en esta escena. No es muy feliz su petición, después de la negativa anterior a aceptar la cruz: ahora que está en momentos de gloria, quiere hacer tres tiendas. Marcos comenta la no muy brillante intervención de Pedro diciendo que «no sabía lo que decía».
Nosotros escuchamos este episodio ya desde la perspectiva de la Pascua. Creemos en Jesús Resucitado, el que a través de la cruz y la muerte ha llegado a su nueva existencia glorificada y nos ha incorporado también a nosotros a ese mismo movimiento pascual, que incluye las dos cosas: la cruz y la gloria. Sabemos muy bien que, como dice el prefacio de la Transfiguración (el 6 de agosto), «la pasión es el camino de la resurrección». El misterio de la gloria ilumina el sentido último de la cruz. Pero el misterio de la cruz ilumina el camino de la gloria. Es de esperar que nuestra reacción ante este hecho no sea como la de Pedro, espabilado él, que aquí sí que quiere construir tres tiendas y quedarse para siempre. Le gusta el Tabor, con la gloria. No quiere oír hablar del Calvario, con la cruz. Acepta lo fácil. Rehuye lo exigente. Lo cual puede ser retrato de nuestras actitudes, aunque no seamos siempre conscientes de ello. Tenemos que estar a las duras y a las maduras. No hacer censura de páginas del evangelio. De nuevo aparece el mandato de que no propalen todavía su mesianismo. «Hasta que resucite de entre los muertos», porque no veía todavía preparada a la gente. Por cierto que después de la resurrección de Jesús, Marcos nos dirá que las mujeres, temblando de miedo, se callaron y no dijeron nada a nadie de su encuentro con el ángel.
Además, también recibimos la gran consigna de Dios: «Éste es mi Hijo amado: escuchadle». Día tras día, en nuestra celebración eucarística escuchamos la Palabra de Dios en los libros del AT y los del NT, y más en concreto la voz de Cristo en su evangelio. ¿Escuchamos de veras a Jesús como al Maestro, como a la Palabra viviente de Dios?, ¿le prestamos nuestra atención y nuestra obediencia?, ¿comulgamos con Cristo Palabra antes de acudir a comulgar con Cristo Pan? Nuestra actitud ante la Palabra debería ser la de los modelos bíblicos: «habla, Señor, que tu siervo escucha» (Samuel), «hágase en mi según tu palabra» (María), «Señor, enséñame tus caminos» (salmista).
Hay una diferencia en la teofanía de ahora: en el bautismo, esta voz se dirige a Jesús solo... ahora se dirige a los discípulos con ese detalle suplementario "¡escuchadle!". La Palabra del Padre viene a autentificar las enseñanzas de Jesús. Cuando El os dice que va a sufrir, y morir y resucitar ¡es verdad! Hay que escucharle. Jesús de Nazaret, con Dios, es como un Hijo con su Padre. San Juan explicitará más este misterio de relación.
-Bajando del monte, les prohibió contar a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos. Decididamente, nos sentimos turbados por ese secreto constantemente solicitado. La divinidad de Jesús es un misterio muy grande. Jesús nos pone en guardia: si decimos muy a prisa "Jesús es Dios", no decimos nada. Hay que esperar y llenar las palabras de su contenido real. No es una afirmación fácil. Muchos cristianos de hoy se imaginan que, si hubiesen sido contemporáneos de Jesús le hubieran "reconocido". Ahora bien, Jesús era de tal modo hombre que no podía verse que era Dios, desde el primer momento. Dios está "escondido". Dios es un "incógnito". Dios es misterio. Sí, Señor, lo decimos demasiado maquinalmente en el "credo": "Verdadero Dios y verdadero hombre". Leyendo a Marcos, descubrimos el misterio: hubo un hombre ¡que era también Dios! "Dios se hizo hombre", ¡esto significa cosas mucho más inmensas que todo lo que de ellas pueda decirse! A veces es mejor callarse.
-Guardaron aquella orden y se preguntaban qué era aquello de: "cuando resucitase de entre los muertos". Ellos, los tres que han visto... no se hacen los listos. Continúan preguntándose. Son muy modestos. San Pedro, san Jaime, san Juan, rogad por nosotros.
-Le preguntaron: ¿Cómo dicen los escribas que primero ha de venir Elías?" Y bien, responde Jesús, Elías ha venido, le han hecho sufrir y llevado a la muerte: es Juan Bautista. Todos los verdaderos amigos de Dios pasan por ello (Noel Quesson).
Hoy, el Evangelio de la transfiguración nos presenta un enigma descifrado. El texto evangélico de san Marcos está plagado de secretos mesiánicos, de momentos puntuales en los cuales Jesús prohibe que se dé a conocer lo que ha hecho. Hoy nos encontramos con ante un “botón de muestra”. Así, Jesús «les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos» (Mc 9,9). ¿En qué consiste este secreto mesiánico? Se trata de levantar un poco el velo de aquello que se esconde debajo, pero que sólo será desvelado totalmente al final de los días de Jesús, a la luz de su Misterio Pascual. Hoy lo vemos claro en este Evangelio: la transfiguración es un momento, una catadura de gloria para descifrar a los discípulos el sentido de aquel momento íntimo. Jesús había anunciado a sus discípulos la inminencia de su pasión, pero al verles tan turbados por tan trágico fin, les explica con hechos y palabras cómo será el final de sus días: unas jornadas de pasión, de muerte, pero que concluirán con la resurrección. He aquí el enigma descifrado. Santo Tomás de Aquino dice: «Con el fin de que una persona camine rectamente por un camino es necesario que conozca antes, de alguna manera, el lugar al cual se dirige». También nuestra vida de cristianos tiene un fin desvelado por Nuestro Señor Jesucristo: gozar eternamente de Dios. Pero esta meta no estará absenta de momentos de sacrificio y de cruz. Con todo, hemos de recordar el mensaje vivo del Evangelio de hoy: en este callejón aparentemente sin salida, que es frecuentemente la vida, por nuestra fidelidad a Dios, viviendo inmersos en el espíritu de las Bienaventuranzas, se agrietará el final trágico, gozando de Dios eternamente (Xavier Romero).
Contemplar es seguir al Transfigurado: Cristo llama sin cesar nuevos discípulos, hombres y mujeres para comunicarles, gracias a la efusión del Espíritu Santo (cf Rm 5,5) el amor divino, el ágape, su manera de amar, y para exhortarlos a servir a los prójimos en el humilde don de sí mismos, lejos de todo cálculo interesado. Pedro que se extasía ante la luz de la transfiguración exclama: “¡Señor, qué bien estamos aquí!” (Mt 17,4) es invitado por Jesús a volver a los caminos de la vida, para continuar en el servicio del Reino de Dios (Juan Pablo II).
“¡Pedro, baja! Tú querías descansar en la montaña; baja y proclama la Palabra, amonesta a tiempo y a destiempo, reprocha, exhorta, anima con gran bondad y con toda clase de doctrina. Trabaja, esfuérzate, soporta las torturas para poseer lo que está significado en las vestiduras blancas del Señor, también en la blancura y la belleza de tu recto obrar, inspirado por la caridad.” (S. Agustín).
Aunque la mirada del apóstol esté fija en el rostro del Señor, no disminuye en nada su compromiso a favor de los hombres; al contrario, lo refuerza dándole una nueva capacidad de actuar sobre la historia, para liberarla de todo aquello que la corrompe.
La oración, transforma. Nos cambia nuestro rostro, nuestro aspecto, nuestro ser. Quien dice que ora y no ve transformaciones, cambios en su vida, se está mintiendo a sí mismo. La experiencia de oración nos hace realmente sentir la sensación de estar en el Tabor y de querer quedarnos allá. Sin embargo, la oración nos capacita para la vida, debemos bajar a vivir. Es orando como podremos seguir adelante en el mundo y al mismo tiempo dejar que Dios actúe en nosotros. Señor, permítenos contemplarte en el Tabor, llenarnos de ti y reconocerte como Hijo Amado de Dios (Miosotis). Llucià Pou Sabaté

Viernes de la 6ª semana: «Toda la tierra hablaba una sola lengua» pero se desbarató, y ante el afán de éxito y poder, Jesús nos presenta el escándalo

Génesis 11,1-9: 1 Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. 2 Al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. 3 Entonces se dijeron el uno al otro: «Ea, vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego.» Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. 4 Después dijeron: «Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra.» 5 Bajó Yahveh a ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos, 6 y dijo Yahveh: «He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. 7 Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo.» 8 Y desde aquel punto los desperdigó Yahveh por toda la haz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. 9 Por eso se la llamó Babel; porque allí embrolló Yahveh el lenguaje de todo el mundo, y desde allí los desperdigó Yahveh por toda la haz de la tierra.
Salmo 33,10-15: 10 Yahveh frustra el plan de las naciones, hace vanos los proyectos de los pueblos; 11 mas el plan de Yahveh subsiste para siempre, los proyectos de su corazón por todas las edades. 12 ¡Feliz la nación cuyo Dios es Yahveh, el pueblo que se escogió por heredad! 13 Yahveh mira de lo alto de los cielos, ve a todos los hijos de Adán; 14 desde el lugar de su morada observa a todos los habitantes de la tierra, 15 él, que forma el corazón de cada uno, y repara en todas sus acciones.
Marcos 8,34-38; 9,1: 34 Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 35 Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. 36 Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? 37 Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? 38 Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.» 9,1 Les decía también: «Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios.»
Comentario: 1.- Gn 11,1-9 (ver vigilia Pentecostés). -Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. La página de la torre de Babel, como todas las páginas de los once primeros capítulos del Génesis en sentido estricto no es historia. Pero ¡qué sorprendente página profética! ¡Qué profunda visión de la humanidad! a nivel de símbolos, naturalmente. Página de constante actualidad: Babel es HOY... es la historia de nuestro mundo contemporáneo. Más que nunca conocemos los dificultosos problemas del «lenguaje»: ¡comunicar, hacerse comprender! Ni siquiera basta ya hablar la misma lengua para poder dialogar. Entre clases sociales diferentes es difícil entenderse. Entre padres e hijos, de una generación a otra, la incomprensión se insinúa y acaba instalándose. Entre esposos, entre colegas, ciertos silencios que comienzan y duran, con signo de que no se tiene ya nada que decir, que para nada serviría hablarse, que se es incapaz de comprender... como si se viviera en dos universos diferentes. Entre miembros de una misma Iglesia, la corriente fraterna no circula... como si se perteneciera a Iglesias diferentes. ¿De dónde procede ese trágico mal entendido?
-"Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre cuya cúspide alcance los cielos. Trabajaremos para hacernos famosos..." ¡El orgullo! simbolizado por la desmesura. Conquistar el cielo. Con otra forma, se trata del mito de Prometeo. Es siempre el mismo sueño de «hacerse dios», de «prescindir de Dios». ¿Cuáles son mis formas personales de orgullo que bloquean la comunicación con mis semejantes?, ¿que suscitan su agresividad consciente o inconsciente?
-Bajó el Señor a ver la ciudad y la torre que habían edificado los hombres. Hay un cierto "humor" malicioso en esta frase. Los hombres, esos taimados, creyeron alcanzar el cielo... Pero Dios, cuando quiso ver de cerca su «maravilla» ¡se vio obligado a «bajar»! ¿Eso es todo? ¿No es más que esto? parece decir el «sabio». Vamos, a pesar de vuestras pretensiones haceos conscientes de vuestra pequeñez.
-¡Pues bien! bajemos, confundamos su lenguaje de modo que ya no se entiendan los unos con los otros. La unidad del género humano, la comprensión fraterna se hallan en los deseos del corazón de la humanidad. ¡Cuán agradable es vivir entre personas que se aman y se entienden! Solidaridades. Acuerdos. Diálogos. Sin embargo, el «conflicto», la «lucha de clases», los «racismos» de toda especie se hallan también en el corazón de la humanidad. Oposiciones. No querer escuchar. La caricia... y el puñetazo... dos posibilidades de la mano humana.
-Por eso se la llamó «Babel» ¡porque allí el Señor embrolló el lenguaje de los habitantes de todo el mundo y desde allí los dispersó por todo el haz de la tierra. El amor... y el odio... los dos resortes del corazón humano. La unidad de los hombres, la verdadera unidad, no puede hacerse más que en Dios. El milagro inverso se llamará «Pentecostés»: aquél en que hombres de todo país y de toda lengua pasarán a ser capaces de entenderse. Se llamará "Iglesia", -Ecclesia, en griego, significa «asamblea»- el lugar en el cual hombres muy diferentes y muy diversos, movidos por el mismo Espíritu, llegarán a crear entre ellos una «comunión» real. Cuando la Iglesia insiste sobre el «pluralismo», que desea ver aumentar entre los cristianos, afirma una condición esencial de la supervivencia de la humanidad: la unidad verdadera no se logra por uniformidad o coerción, sino por unanimidad, en el respeto a las diferencias y a las variadas riquezas de cada uno sin pretender nivelarlas todas (Noel Quesson).
2. Siempre ha despertado curiosidad el fenómeno de que en el mundo se hablen lenguas tan numerosas. Hoy se explica de una manera científica, describiendo un proceso de diferenciación que tiene sus causas conocidas y que ha durado siglos. Pero las tradiciones populares recogidas en el Génesis expresan el origen de esa diversidad desde una perspectiva religiosa y psicológica a la vez, con una dramatización que resulta simpática. No nos entendemos sencillamente porque somos orgullosos y hemos querido hacernos como dioses. Probablemente en el origen de esta tradición hay alguna caída estrepitosa de algún imperio y la desintegración social consiguiente. Aquí se quiere sacar una lección: Dios, que «bajó a ver la ciudad» que construían los hombres, decidió confundirles y lo consiguió haciendo que hubiera diversidad de idiomas. «Babel» significa «confusión». Como decimos en el salmo, «el Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos». A los orgullosos los confunde el Señor. A los humildes los ensalza.
Siempre es el pecado el que, según la Biblia, trastorna los equilibrios y las armonías: Adán y Eva, Caín y Abel, corrupción y diluvio. El pecado más común, entonces y ahora, es el orgullo y el egoísmo. Es este pecado el que hace imposible la comunicación y nos aísla a unos de otros, a un pueblo de otro pueblo. El orgulloso se separa él mismo de los demás. «Hablar otra lengua» significa simbólicamente no entenderse, quedar bloqueado en la relación con los demás. El idioma es el mejor instrumento que tenemos para entendernos con los nuestros y, aprendiendo el idioma de los extranjeros, también con ellos. Ahora no haría falta que Dios interviniera para confundirnos. Ya nos confundimos bastante nosotros mismos, más que por las lenguas diferentes, por los intereses egoístas y el orgullo ambicioso que nos hace incapaces de diálogo y de comunicación. Los cristianos tendríamos que compensarlo con lo que pasó en Pentecostés, que fue el Antibabel: si en Babel no se entendían los hombres por hablar lenguas extrañas, en Pentecostés el Espíritu hizo que los que hablaban en lenguas diferentes comprendieran lo que les decía Pedro y se entendieran entre ellos.
¿Vivimos en Babel o en Pentecostés? Babel, la confusión, puede pasar también hablando el mismo idioma. Pentecostés, la unidad del Espíritu, es un ideal de comunicación precisamente entre los que tienen idioma y carácter diverso. ¿Somos tolerantes? Allí donde conviven culturas y lenguas diferentes, ¿aceptamos a todos como hermanos y como hijos del mismo Padre? Que tengamos un idioma diferente no es importante: el amor vence fácilmente este obstáculo (el amor, y también el interés comercial o político). Lo malo es el orgullo y la intolerancia, que levanta torres, y muros también entre los de una misma lengua. La humildad, por el contrario, y la fraternidad, nos hacen construir puentes, no torres ni muros, y tender la mano a todos.
San Ignacio guiaba a san Francisco Javier con las palabras del texto de hoy: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?» (Mc 8,36). Así llegó a ser el patrón de las Misiones. Con la misma tónica, leemos el último canon del Código de Derecho Canónico (n. 1752): «(...) teniendo en cuenta la salvación de las almas, que ha de ser siempre la ley suprema de la Iglesia». San Agustín tiene la famosa lección: «Animam salvasti tuam predestinasti», que el adagio popular ha traducido así: «Quien la salvación de un alma procura, ya tiene la suya segura». La invitación es evidente… “tomar su cruz”, no exactamente la cruz de Jesús, sino la de cada uno (todo condenado a la crucifixión debía cargar el palo transversal de su propia cruz). Esto es importante porque indica no tanto la imitación como el seguimiento del proyecto de Jesús, de acuerdo a la cultura, la ubicación geográfica y la realidad social en que vive cada uno… Se trata de asumir valientemente las consecuencias que implicaba seguir a Jesús, dentro de un imperio que como el romano, castigaba con la cruz a quienes no lo seguían y adoraban. Solo así, se pasa el examen como seguidor de Jesús. Esta segunda exigencia hace eco del refrán que dice: “a veces, perder es ganar”. En efecto, el seguidor de Jesús debe estar listo para entregar su propia vida por la causa del Reino de Dios. Pero perder esta vida significa ganarla para Dios, que paga con la vida en plenitud.
Otra exigencia (v. 36) tiene que ver con el tener y el ser. Hay que estar atentos para que no sea que por vivir preocupados por tener, acumular y enriquecernos, nos empobrezcamos en el ser, perdiendo así la capacidad dar y recibir la vida. Esta exigencia pide una fe a toda prueba, una fe que no se avergüence ni de Jesús ni de su Palabra. La mención de “esta generación adúltera y pecadora” nos indica el rechazo que en carne propia ha experimentado Jesús, tanto de su persona como de su Palabra. De esta manera la persona y la Palabra de Jesús se convierten en pruebas fundamentales a la hora del juicio final. Seguir a Jesús y su proyecto del Reino se convierten en el único camino que conduce con certeza a la casa del padre. La escena del juicio nos presenta a un Hijo del Hombre identificado plenamente con Jesús, el Hijo de Dios, que participa totalmente de su gloria. Los otros actores en este juicio son los ángeles, que tienen como tarea reunir a los elegidos de Dios, que según el evangelio de hoy, son los que siguen a Jesús, por caminos de pasión y muerte, con la convicción que estamos apoyados por el Dios de la vida.
3. Seguir a Cristo comporta consecuencias. Por ejemplo, tomar la cruz e ir tras él. Después de la reprimenda que Jesús tuvo que dirigir a Pedro, como leíamos ayer, porque no entendía el programa mesiánico de la solidaridad total, hasta el dolor y la muerte, hoy anuncia Jesús con claridad, para que nadie se lleve a engaño, que el que quiera seguirle tiene que negarse a sí mismo y tomar la cruz, que debe estar dispuesto a «perder su vida» y que no tiene que avergonzarse de él ante este mundo. Es una opción radical la que pide el ser discípulos de Jesús. Creer en él es algo más que saber cosas o responder a las preguntas del catecismo o de la teología. Es seguirle existencialmente. Jesús no nos promete éxitos ni seguridades. Nos advierte que su Reino exigirá un estilo de vida difícil, con renuncias, con cruz. Igual que él no busca el prestigio social o las riquezas o el propio gusto, sino la solidaridad con la humanidad para salvarla, lo que le llevará a la cruz, del mismo modo tendrán que programar su vida los que le sigan.
Estamos avisados y además ya lo hemos podido experimentar más de una vez en nuestra vida. Seguir a Jesús es profundamente gozoso y es el ideal más noble que podemos abrazar. Pero es exigente. Le hemos de seguir no sólo como Mesías, sino como Mesías que va a la cruz para salvar a la humanidad. Si uno intenta seguirle con cálculos humanos y comerciales («el que quiera salvar su vida... ganar el mundo entero») se llevará un desengaño. Porque los valores que nos ofrece Jesús son como el tesoro escondido, por el que vale la pena venderlo todo para adquirirlo. Pero es un tesoro que no es de este mundo. Las actitudes que nos anuncia Jesús como verdaderamente sabias y productivas a la larga son más bien paradójicas: «que se niegue a sí mismo... que cargue con su cruz... que pierda su vida». No es el dolor por el dolor o la renuncia por masoquismo: sino por amor, por coherencia, por solidaridad con él y con la humanidad a la que queremos ayudar a salvar. Es la respuesta de Jesús a la actitud de Pedro -y de los demás, seguramente- cuando se da cuenta de que sí están dispuestos a seguirle en los momentos de gloria y aplausos, pero no a la cruz. ¿Entraríamos nosotros, los que creemos en Jesús y hemos tomado partido por él, entre los que alguna vez, ante el acoso del mundo o las tentaciones de nuestro ambiente o la fatiga que podamos sentir en el seguimiento de Cristo, «nos avergonzamos de él» y dejamos de dar testimonio de su evangelio? ¿o ponemos «condiciones» a nuestro seguimiento'?
-Jesús, llamando a la muchedumbre y a sus discípulos les dijo: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Jesús acaba de anunciar la "cruz para sí". Decididamente, el evangelio está dando un viraje: habla inmediatamente de la "cruz para los discípulos". El único camino de la gloria es el de la cruz, tanto para sus discípulos como para él. Y esta exigencia es enseñada no sólo a los Doce, sino a la muchedumbre: no hay dos categorías de cristianos... algunos que deberían aplicar a su vida exigencias más fuertes, y la masa, más ordinaria, de cristianos medianos. No, Jesús lo dice a todos. La existencia del cristiano está definida por la de Jesús: seguir e imitar... reproducir y estar en comunión... venir a ser otro Cristo... ¿Qué importancia doy, en mi vida al conocimiento y a la imitación de Jesús? ¿Qué parte tiene la "renuncia a mí mismo"? ¿Cómo se traduce, en mi vida cotidiana, esta invitación de Jesús? ¡Atención, atención! El evangelio va siendo provocante. Quizá también nosotros vamos a perder contacto. Hasta aquí hemos seguido a Jesús y a san Marcos. Pero, ¿estamos decididos y prestos a seguir el evangelio hasta el final?
- Pues quien quiera salvar su vida la perderá. Pero quien pierda su vida por mí y por el evangelio, ese la salvará. Paradoja del evangelio! Quien "gana" pierde. Quien "pierde" gana. Verdaderamente lo que hay aquí es la cruz para Jesús. Y lo evocado es la persecución para los cristianos. Hay que aceptar sacrificar la propia vida por fidelidad a Jesús y al evangelio. Para los primeros lectores de Marcos en Roma, esto significaba precisamente que un candidato al bautismo era a la vez candidato al martirio: ser cristiano implicaba un cierto peligro, y la decisión debía hacerse con pleno conocimiento de causa Si Jesús invita a "sacrificar su vida", es que también puede "salvarla": la resurrección para Jesús como para los discípulos se halla efectivamente en esto. "Perder su vida". No hay vida cristiana sin renuncia de sí mismo. La vida, siguiendo el evangelio, no es una vida fácil. "Salvar su vida". El sacrificio cristiano no es un fin en sí mismo. La renuncia podría ser negativa. En el pensamiento de Jesús, se renuncia para la vida.
-Y ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si él se pierde? En efecto, ¿qué puede dar el hombre a cambio de sí mismo? Jesús pone paralelamente "el universo entero" ... y "yo"... Y tú me dices, Señor, que yo soy más importante que todo el universo. Por la renuncia se trata en efecto de que "me" realice en plenitud.
-Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras ante esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles. Como las gentes de su tiempo, podemos preguntarnos: "¿Quién es pues Jesús para tener tales exigencias?" He aquí la respuesta: Jesús es el "Juez escatológico del fin de los Tiempos" anunciado por el profeta Daniel 7, 13. Es el "Hijo del hombre" que viene sobre las nubes del cielo. Jesús se atribuye aquí un poder extraordinario. Quiero confiar en ti y creer en tu palabra, Señor. Mis renuncias, mis opciones, mis fidelidades, y mis cobardías... comprometen mi vida eterna: esto es algo muy grande, muy serio, algo que vale la pena (Noel Quesson). Llucià Pou Sabaté

viernes, 18 de febrero de 2011

Jueves de la 6ª semana, año I: «El Señor, desde el cielo, se ha fijado en la tierra», y el arco iris es signo de su alianza. «El Hijo del Hombre tiene


Génesis 9,1–13. 1 Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra. 2 Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar; quedan a vuestra disposición. 3 Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde. 4 Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre, 5 y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre: la reclamaré a todo animal y al hombre: a todos y a cada uno reclamaré el alma humana. 6 Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo El al hombre. 7 Vosotros, pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominad en ella.» 8 Dijo Dios a Noé y a sus hijos con él: 9 «He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros, y con vuestra futura descendencia, 10 y con toda alma viviente que os acompaña: las aves, los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros, con todo lo que ha salido del arca, todos los animales de la tierra. 11 Establezco mi alianza con vosotros, y no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra.» 12 Dijo Dios: «Esta es la señal de la alianza que para las generaciones perpertuas pongo entre yo y vosotros y toda alma viviente que os acompaña: 13 Pongo mi arco en las nubes, y servirá de señal de la alianza entre yo y la tierra.

Salmo 102,16-21,29,22–23. 16 Y temerán las naciones el nombre de Yahveh, y todos los reyes de la tierra tu gloria; 17 cuando Yahveh reconstruya a Sión, y aparezca en su gloria, 18 volverá su rostro a la oración del despojado, su oración no despreciará. 19 Se escribirá esto para la edad futura, y en pueblo renovado alabará a Yahveh: 20 que se ha inclinado Yahveh desde su altura santa, desde los cielos ha mirado a la tierra, 21 para oír el suspiro del cautivo, para librar a los hijos de la muerte. 22 Para pregonar en Sión el nombre de Yahveh, y su alabanza en Jerusalén, 23 cuando a una se congreguen los pueblos, y los reinos para servir a Yahveh. 29 Los hijos de tus siervos tendrán una morada, y su estirpe ante ti subsistirá.

Marcos 8,27-33: 27 Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» 28 Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.» 29 Y él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo.» 30 Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él. 31 Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. 32 Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. 33 Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.»

Comentario: 1. Gn 9,1-13. Termina la historia del diluvio con la alianza que Dios sella con Noé y su familia, y con el reinicio de una nueva humanidad. El juicio de Dios ha sido justo, pero salvador y misericordioso. Entre las cláusulas de la alianza hay detalles que se refieren a la comida: por primera vez se dice que el hombre puede comer carne de animales (hasta entonces, se ve que eran vegetarianos), pero no carne con sangre. Sobre todo hay un mandamiento taxativo: «Al hombre le pediré cuentas de la vida de su hermano, porque Dios hizo al hombre a su imagen». Dios propone aquí, como señal de este pacto con Noé, el arco iris. Lo cual probablemente se entiende como una interpretación popular del fenómeno cósmico del arco iris después de la lluvia, en una sociedad que tiende a verlo todo desde el prisma religioso. No es magia: cuando vean ese arco, se comprometen a recordar la bondad y las promesas de Dios. También podría tener otro sentido: el arco iris nos recordará que Dios ya no usará el arco de guerra (en la Biblia se designa con la misma palabra) contra el hombre, «colgará el arco en el cielo».
Dios bendijo a Noé y a sus hijos y les dijo: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra... Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: Todo os lo doy.» Evidentemente, esto es la reanudación del proyecto inicial de Dios respecto a Adán. La diferencia está en que esta nueva bendición sucede al pecado de la humanidad: por lo tanto, más allá del pecado, Dios conserva su amor por sus criaturas. Repitamos, una vez más, que, desde el punto de vista de Dios, el mal no es una fatalidad indudable y definitiva: el más gran pecador conserva todas sus oportunidades... el hijo pródigo puede rehacer su vida, el bandolero condenado a muerte y crucificado junto a Jesús puede entrar en el paraíso. La buena nueva del evangelio aflora ya desde las primeras páginas del Antiguo Testamento.
-Todo os lo doy... ¿A quién van dirigidas estas palabras? Notemos que todavía estamos en el inicio de la humanidad. La elección de un pueblo particular, Israel, tendrá lugar mucho más tarde con Abraham, Jacob, Moisés. La bendición de Dios a Noé y a su descendencia es pues una bendición «universal», destinada a todos los hombres, sin excepción alguna: la vida es el primer don de Dios. Los que no forman parte visiblemente del «pueblo elegido» de la Iglesia HOY se hallan lo mismo que los demás, bajo el impulso de ese amor de Dios: ¡todo os lo doy! Dios ofrece a todos los hombres:
1º Una "bendición": «Sed fecundos; os lo doy todo...»
2º Una «ley única»: «Respetaos los unos a los otros: pediré cuenta de la sangre de cada uno de vosotros...»
3º Una «alianza»: no estoy en «contra» de vosotros, sino "con" vosotros.
-Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir con su sangre. Os prometo reclamar vuestra propia sangre... A cada uno de los hombres reclamaré el alma humana. Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque Dios creó al hombre a su imagen. Una sola «ley» ha sido dada a la humanidad entera: el respeto a la vida, simbolizado por el respeto a la sangre. En diversas religiones la carne se come siempre sin su sangre. Cada vez que un judío cumple ese rito de la carne, «Kascher», recuerda casi cotidianamente esa ley universal de respeto a la «vida». Notemos el motivo dado por la Biblia: el respeto a todo hombre se funda en que es «imagen de Dios». Lo que hacéis al más pequeño de los míos, a Mí lo hacéis, dirá Jesús.
-He aquí que Yo establezco mi alianza con vosotros, con todos vuestros descendientes y con todos los seres vivos que os acompañan... Esta es la señal de la alianza que pongo entre Yo y vosotros y todas las generaciones futuras: pongo mi arco iris en medio de las nubes, para que sea señal de la alianza entre Dios y la tierra.
La alianza universal. En el diluvio Dios pareció estar en «contra» del hombre: desencadenó sus armas, los cataclismos naturales. Afirma ahora solemnemente que ha decidido no volver a estar jamás en «contra» del hombre, sino «con» el hombre, su aliado para siempre. Para los semitas los fenómenos meteorológicos eran signos de Dios: todo lo que pasaba «en el cielo» pertenecía precisamente a ese dominio divino sobre el cual el hombre no tiene poder alguno. Los astros eran los ejércitos de Dios. El viento y el huracán, sus mensajeros. La tempestad, la ejecutora de sus órdenes. El trueno, su voz. El relámpago, su flecha temible. Ese Dios «guerrero» cuelga de nuevo su "arco" en el muro y promete no volver a usarlo jamás: vivamos unidos, seamos aliados de ahora en adelante (Noel Quesson).
La tradición sacerdotal, como la yahvista, concede gran importancia al final del diluvio, estructurada en dos temas capitales: bendición y compromiso divino, muy relacionados entre sí (el último corresponde a 8,21 y el primero a 8,22) y bien definidos (el inicio y el final de cada uno de los bloques: 9,1 con 9,7, y 9,9 con 9,17, forman inclusión y son prácticamente idénticos). La palabra de Dios se manifiesta aquí con un valor absoluto y definitivo. La bendición divina renueva y completa la de Gn 1,28-29. Ahora, sin embargo, los animales pueden ya ser sacrificados para alimentar al hombre. "Os temerán y respetarán" se usa con cierta frecuencia en la promesa de la conquista de Canaán (cf. Dt 11,25), así como «están todos en vuestro poder» es una expresión muy corriente en el vocabulario de la guerra santa de Israel. Las dos limitaciones que se imponen: no comer la carne de animales todavía vivos (la sangre que palpita se identifica con la vida) y la prohibición del homicidio (se puede derramar la sangre de los animales, pero no la sangre humana), tienen la función de salvaguardar la bendición y la generosidad divinas. Sin ellas imperaría el salvajismo, la sed de sangre y el afán homicida. Así como antiguamente existía la venganza de sangre, ejercida por los parientes de la víctima, así también Dios «pedirá cuentas», intervendrá para ejercer la justicia. Puede resultar sorprendente que Dios decrete el castigo de un animal por la muerte de una persona. Cabe explicarlo a partir de la domesticación de los animales y por la relación que tienen con los hombres, y está en consonancia con lo establecido en Ex 21, 28-32. El versículo 6, con ritmos (en puntos culminantes de la narración se suele usar un vocabulario bien medido, como en Gn 2,23 - 8,22 ), ratifica y subraya de una forma medio legal medio proverbial (como Mt 26,52) la prohibición de derramar sangre humana. Imagen de Dios como es el hombre tiene una relación especial con Dios. Matarlo constituye un atentado directo a la soberanía divina. Se da como supuesta la aplicación de la pena capital dentro de la sociedad humana mientras se respete el derecho único de Dios a la vida y a la muerte y la inviolabilidad del hombre. Mediante el compromiso divino, la tradición sacerdotal integra la narración del diluvio dentro de la contextura teológica de toda su obra literaria. No se puede decir que se trata de una alianza propiamente dicha, porque figuran también los animales, y la obligación es unilateral, sólo por parte de Dios. No se puede hacer tampoco la comparación con el pacto de Abrahán, ya que en este caso existe una cierta reacción del patriarca con gestos y palabras, cosa que no se da en Noé. El arco iris se convierte en un signo que confirma que Dios conservará la existencia del mundo y de todos los vivientes. La complementariedad entre creación y diluvio se hace manifiesta en estos versículos, que además ponen de relieve que Dios ama todo lo que existe, como «señor, amigo de la vida» (Sab 11,26) que es. Así nosotros, los cristianos, somos llamados a la vida por la Vida (J. Mas Anto).
2. Salmo. Dios empieza de nuevo, ilusionadamente, ahora con la familia de Noé, después de la purificación general del diluvio. No tenemos a Dios en contra. Siempre a favor. A pesar de todo el mal que hemos hecho, nos sigue amando y concediendo un voto de confianza. Si el salmista podía decir con esperanza: «El Señor, desde el cielo, se ha fijado en la tierra... para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte», nosotros tenemos motivos muchos más válidos para confiar en la cercanía salvadora de Dios. Jesús inició una «nueva creación» y, al atravesar las aguas de la muerte, nos invitó a todos a salvarnos en su Arca, que es la Iglesia, donde ingresamos a través del sacramento del agua, el bautismo. Pero es bueno que recordemos seriamente que en su alianza con la humanidad, Dios nos exige una cosa importante: que respetemos a nuestros hermanos, porque cada uno de ellos es imagen de Dios. Después del asesinato de Abel, que representaba toda la maldad del corazón humano, Dios, para su nueva humanidad, quiere un corazón nuevo, que respete no sólo la vida sino también el honor y el bienestar del hermano. Faltar al hermano va a ser desde ahora faltarle al mismo Dios. Y si esto quedó claro en la alianza con Noé, mucho más en la de Jesús: «a mi me lo hicisteis».
No estaría mal que cada vez que veamos el arco iris, después de la lluvia, también nosotros, aunque somos muy listos y ya sabemos que es un fenómeno que se debe a la reflexión de la luz, recordáramos dos cosas: que Dios tiene paciencia, que nos perdona, que siempre está dispuesto a hacer salir su sol después de la tempestad, su paz después de nuestros fallos; y que también nosotros hemos de enterrar el arco de guerra (no es precisamente nuestro instrumento agresivo de ahora, pero es un símbolo) y tomar la decisión de no disparar ninguna flecha, envenenada o no, contra nuestro hermano, porque es imagen de Dios.
3.- Mc 8, 27-33 (domingo 24B, y jueves de la semana 18ª). Con el pasaje de hoy termina la primera parte del evangelio de Marcos. la que había empezado con su programa: «Comienzo del evangelio de Jesús Mesías, Hijo de Dios» (1,1). Ahora (8,29) escuchamos, por fin, por boca de Pedro, representante de los apóstoles, la confesión de fe: «Tú eres el Mesías». Es una página decisiva en Marcos, la confesión de Cesarea. Es una pregunta clave, que estaba colgando desde el principio del evangelio: ¿quién es en verdad Jesús? Pedro responde con su característica prontitud y amor. Pero todavía no es madura, ni mucho menos, esta fe de los discípulos. Por eso les prohíbe de nuevo que lo digan a nadie. La prueba de esta falta de madurez la tenemos a continuación, cuando sus discípulos oyen el primer anuncio que Jesús les hace de su pasión y muerte. No acaban de entender el sentido que Jesús da a su mesianismo: eso de que tenga que padecer, ser condenado, morir y resucitar. Pedro recibe una de las reprimendas más duras del evangelio: «Apártate de mi vista, Satanás. Tú piensas como los hombres, no como Dios».
Nosotros creemos en Jesús como Mesías y como Hijo de Dios. En la encuesta que el mismo Jesús suscita, nosotros estaríamos claramente entre los que han captado la identidad de su persona y no sólo su carácter de profeta. Nos hemos definido hace tiempo y hemos tomado partido por él. Pero a continuación podemos preguntarnos con humildad -no vaya a ser que tengamos que oír una riña como la de Pedro- si de veras aceptamos a Jesús en toda su profundidad, o con una selección de aspectos según nuestro gusto, como hacían los apóstoles. Claro que «sabemos» que Jesús es el Hijo de Dios. Entre otras cosas, Marcos nos lo ha dicho desde la primera página. Pero una cosa es saber y otra aceptar su persona juntamente con su doctrina y su estilo de vida, incluida la cruz, con total coherencia. Día tras día vamos espejándonos en Jesús. Pero no sólo tenemos que aceptarle como Mesías, sino también como «Mesías que va a entregar su vida por los demás». Mañana nos dirá que acogerle a él es acogerle con su cruz, con su misterio pascual de muerte y resurrección. También para nuestra vida de seguidores suyos: «que cargue con su cruz y me siga». A Pedro le gustaba lo del Tabor y la gloria de la transfiguración. Allí quería hacer tres tiendas. Pero no le gustaba lo de la cruz. ¿Hacemos nosotros algo semejante?, ¿merecemos también nosotros el reproche de que «pensamos como los hombres y no como Dios»? Tendríamos que decir, con palabras y con obras: «Señor Jesús, te acepto como el Mesías, el Hijo de Dios. Te acepto con tu cruz. Dispuesto a seguirte no sólo en lo consolador, sino también en lo exigente de tu vida. Para colaborar contigo en la salvación del mundo».
Llegamos hoy a un viraje en el evangelio de san Marcos -y de los otros-: Después de largas vacilaciones e incomprensiones, Pedro, en nombre del grupo de los Doce, "reconoce" a Jesús por lo que El es. Son ya varias las semanas y los meses que le observan, que están "con El"... para ellos, como para el ciego de Betsaida, sus ojos se han abierto progresivamente. -Iba Jesús con sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo... Marchan hacia países paganos, lejos de las muchedumbres de Galilea. Jesús sabe lo que quiere hacer: someter a prueba la Fe de sus discípulos.
-Caminando les hizo esta pregunta "¿Quién dicen las gentes que soy yo". ¡No es que quiera saber lo que dicen de El! Debe saberlo ya. Le consideran un gran hombre: Juan Bautista, Elías, un profeta... un "portavoz de Dios"... es también lo que siguen diciendo, de modo equivalente muchos hombres de hoy: hoy se reconoce habitualmente que Jesús es un hombre excepcional. ¿Y vosotros? ¿Quién decís que soy?
-Pedro, tomando la palabra, responde "¡Tú eres el Mesías!" -Cristo, en griego-. Así, el grupo de los Doce va mucho más allá de las respuestas corrientes de las gentes. El título de "Xristos" que Pedro otorga a Jesús, es el que Marcos había puesto delante de su evangelio (Mc 1, 1). Se trata pues del reconocimiento de la identidad profunda de Jesús: Jesús no es solamente "uno de los profetas", por los cuales Dios conducía la historia a su término... El es el término, el fin mismo, "aquel que los profetas anunciaban", el Mesías, el Ungido, el "Xristos".
-y les encargó muy seriamente que no hablaran a nadie de El. El "secreto mesiánico". No es una desaprobación de este título, pero sí un evitar su divulgación prematura. Nos encontramos siempre ante el mismo problema que el de aquellos fariseos que pedían una "señal del cielo". La espera mesiánica es tan ambigua en los medios judíos -y en los nuestros también hoy- que será necesario que Jesús pase por la muerte y la resurrección para que su identidad sea manifestada.
-Y por primera vez comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitase después de tres días. Jesús decía todo esto claramente. Hasta la "pasión" de Jesús, tendremos tres relatos parecidos y los tres añaden cada vez el anuncio de la "muerte y resurrección": fue el primer "credo primitivo" de las comunidades cristianas. Estos tres anuncios forman un crescendo: en el último, Jesús dará todos los detalles.... esto sucederá "en Jerusalén", será "entregado a los paganos", "le escupirán" y "le flagelarán"... (/Mc/10/33). En fin, cada anuncio de la cruz va seguido de una instrucción a los discípulos.
-Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle. Pero Jesús, volviéndose reprendió severamente a Pedro: "Quítate allá Satanás, porque tus pensamientos no son los pensamientos de Dios, sino los de los hombres. ¡La consigna del secreto no es pues inútil! Por de pronto Pedro no ha comprendido nada, a pesar del hermoso título que acaba de dar a Jesús. El también espera un mesías glorioso. Y Jesús acaba de anunciar "un mesías que va a morir". Sí, el Mesías que los discípulos esperan es un mesías humano, visto con ojos de hombre, un mesías político, un liberador de aquí abajo. Y Jesús una vez más experimenta esta sugestión como una tentación satánica. Y yo, ¿qué es lo que espero de Dios, de la Iglesia? (Noel Quesson).
«¿Quién dicen los hombres que soy yo? ¿Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Hoy seguimos escuchando la Palabra de Dios con la ayuda del Evangelio de san Marcos. Un Evangelio con una inquietud bien clara: descubrir quién es este Jesús de Nazaret. Marcos nos ha ido ofreciendo, con sus textos, la reacción de distintos personajes ante Jesús: los enfermos, los discípulos, los escribas y fariseos. Hoy nos lo pide directamente a nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,29).
Ciertamente, quienes nos llamamos cristianos tenemos el deber fundamental de descubrir nuestra identidad para dar razón de nuestra fe, siendo unos buenos testigos con nuestra vida. Este deber nos urge para poder transmitir un mensaje claro y comprensible a nuestros hermanos y hermanas que pueden encontrar en Jesús una Palabra de Vida que dé sentido a todo lo que piensan, dicen y hacen. Pero este testimonio ha de comenzar siendo nosotros mismos conscientes de nuestro encuentro personal con Él. Juan Pablo II, en su Carta apostólica Novo millennio ineunte, nos dice: «Nuestro testimonio sería enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro».
San Marcos, con este texto, nos ofrece un buen camino de contemplación de Jesús. Primero, Jesús nos pregunta qué dice la gente que es Él; y podemos responder, como los discípulos: Juan Bautista, Elías, un personaje importante, bueno, atrayente. Una respuesta buena, sin duda, pero lejana todavía de la Verdad de Jesús. Él nos pregunta: «Y vosotros, quién decís que soy yo?». Es la pregunta de la fe, de la implicación personal. La respuesta sólo la encontramos en la experiencia del silencio y de la oración. Es el camino de fe que recorre Pedro, y el que hemos de hacer también nosotros.
Hermanos y hermanas, experimentemos desde nuestra oración la presencia liberadora del amor de Dios presente en nuestra vida. Él continúa haciendo alianza con nosotros con signos claros de su presencia, como aquel arco puesto en las nubes prometido a Noé (J. Pulido). Llucià Pou Sabaté

6ª semana, miércoles. El mal tiene un fin, y hemos de acoger la conversión que el Señor nos ofrece, salir de nosotros mismos y recibir el don de Dios

Génesis 8: 6 - 13, 20 – 22: 6 Al cabo de cuarenta días, abrió Noé la ventana que había hecho en el arca, 7 y soltó al cuervo, el cual estuvo saliendo y retornando hasta que se secaron las aguas sobre la tierra. 8 Después soltó a la paloma, para ver si habían menguado ya las aguas de la superficie terrestre. 9 La paloma, no hallando donde posar el pie, tornó donde él, al arca, porque aún había agua sobre la superficie de la tierra; y alargando él su mano, la asió y metióla consigo en el arca. 10 Aún esperó otros siete días y volvió a soltar la paloma fuera del arca. 11 La paloma vino al atardecer, y he aquí que traía en el pico un ramo verde de olivo, por donde conoció Noé que habián disminuido las aguas de encima de la tierra. 12 Aún esperó otros siete días y soltó la paloma, que ya no volvió donde él. 13 El año 601 de la vida de Noé, el día primero del primer mes, se secaron las aguas de encima de la tierra. Noé retiró la cubierta del arca, miró y he aquí que estaba seca la superficie del suelo. 20 Noé construyó un altar a Yahveh, y tomanda de todos las animales puros y de todas las aves puras, ofreció holocaustos en el altar. 21 Al aspirar Yahveh el calmante aroma, dijo en su corazón: «Nunca más volveré al maldecir el suelo por causa del hombre, porque las trazas del corazón humano son malas desde su niñez, ni volveré a herir a todo ser viviente como lo he hecho. 22 «Mientras dure la tierra, sementera y siega, frío y calor, verano e invierno, día y noche, no cesarán.»
Salmo (116,12-15,18-19) 12 ¿Cómo a Yahveh podré pagar todo el bien que me ha hecho? 13 La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre de Yahveh. 14 Cumpliré mis votos a Yahveh, ¡sí, en presencia de todo su pueblo! 15 Mucho cuesta a los ojos de Yahveh la muerte de los que le aman. 18 Cumpliré mis votos a Yahveh, sí, en presencia de todo su pueblo, 19 en los atrios de la Casa de Yahveh, en medio de ti, Jerusalén.
Marcos 8, 22-26. "Un día, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida, y allí le presentaron a Jesús un ciego pidiéndole que le curase.
Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?» Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan» Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas. Y le envió a su casa, diciéndole: «Hecho eso, Jesús le mandó a casa diciéndole: no se lo digas a nadie en el pueblo».
Comentario: 1.- Gn 8, 6-13.20-22: a) Sigue el relato, popular y sugerente, del diluvio, lleno de detalles simpáticos: el cuervo, la paloma, la hoja de olivo y el suspense del progresivo final del diluvio. El Génesis nos cuenta sobre todo el sacrificio de acción de gracias que ofrece la familia de Noé sobre un altar y la promesa de Dios, llena de comprensión hacia la debilidad del hombre: «No volveré a maldecir a la tierra a causa del hombre, porque el corazón humano piensa mal desde la juventud». Está a punto de dar comienzo una nueva etapa de la humanidad, con los que ha salvado Dios del juicio del diluvio. El arca de Noé es un símbolo de la misericordia de Dios, que en justicia condena el pecado y purifica a la humanidad, pero siempre aparece dispuesto a empezar de nuevo, dando confianza a sus creaturas. Como dice el salmo, «mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles»: intenta siempre que se conviertan y vivan.
"Lamek engendró un hijo y le puso por nombre Noé, diciendo: Este nos consolará de nuestros afanes y de la fatiga de nuestros manos, por causa del suelo que maldijo Yahveh". Esta es la promesa paternal. -"Y Noé encontró gracia ante los ojos del Señor". Es la realización divina. -"Y Noé hizo todo lo que Dios le ordenó". Es la realización personal. Es digno de ver -aquí en este relato del diluvio y en todo el marco de la revelación -lo que el individuo es capaz de hacer. El individuo elegido por Dios y llamado por su nombre. El individuo que responde a la palabra de Dios y sigue su mandato. En este individuo, en él y sobre él, se congrega todo el mundo salvo, se regeneran los hombres y su vida. Y esto expresa el arca como signo. Flotando sobre las aguas, sobrevive al juicio de Dios y supera la catástrofe. El arca oculta la bendición de Dios y garantiza la pervivencia de la humanidad. Por Noé es salvada su mujer, sus hijos y las mujeres de sus hijos; son salvados los animales, los puros y los impuros, un par de cada especie. El individuo -viene a decirnos este relato- tiene una función salvadora y santificadora para toda la comunidad. Noé se convierte en una brillante imagen que consuela porque refleja la amabilidad de Dios; la disposición de Dios a conservar el género humano y a proseguir la historia universal. El aspecto de Dios como juez no ha eclipsado el de salvador y fuente de vida, revelado en primer lugar. Y Noé es ahora el signo de esperanza de que la vida continúa y cobra fuerza renovada. NO se dice que Noé tuviera méritos propios que le distinguieran del resto de los hombres. Se dice sencillamente que halló favor a los ojos de Dios. El autor de la carta a los Hebreos habla de una prueba que Noé había superado; obedecer la orden del cielo de construir el arca sin conocer su objeto. Su obediencia y su fe, expuestas a las burlas de quienes la veían construirla, le habían merecido el ser salvado. Para el autor de esta historia Dios muestra su favor libremente a quien nunca tendría méritos adecuados. La obra personal de este patriarca, el gran representante de la religión cósmica, es considerable. También Noé como Abraham creyó "contra toda esperanza" y fue hecho padre de muchos pueblos. También Noé obró contra las apariencias que reflejaba la humanidad superficial y contra las sombras proyectadas por el comportamiento de su mundo. Esto es lo que viene a decirnos la segunda carta de S. Pedro cuando evoca el recuerdo de Noé. Como en los tiempos de Noé, ahora y siempre, ocurre lo mismo. "Sabed, ante todo, que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias pasiones, que dirán en son de burla: "¿Dónde está la promesa de su venida?". Mientras los hombres ríen y bailan, Noé construye su arca, fiel a los mandatos del otro mundo. Así es el hombre de fe, pendiente de la palabra de Dios, sin hacer caso de comportamiento y de los principios del mundo. ARCA/I: El arca ha sido el instrumento de la salvación de Noé y de su familia. Estos pocos han sido "el resto" salvado de la catástrofe y con los cuales Dios vuelve a empezar la historia de sus maravillas. La humanidad que sale del arca es una humanidad nueva; la salvación realizada equivale a una nueva creación, a una resurrección. La vida comienza de nuevo. Para los salvados todo es nuevo, como recién estrenado, como recién salido de la mano de Dios. Todo vuelve a ser bueno. El arca se ha convertido en el paraíso donde reinaba la paz, la armonía, la amistad con Dios. Los SS.PP vieron en el arca la imagen de la Iglesia. El arca es tipo de la Iglesia -comunidad de los fieles y pueblo santo de Dios-, imagen de aquella familia que confía en el Dios uno y único y le sigue incondicional- mente. Todo esto lo expresaron maravillosamente los primeros cristianos en las pinturas de las catacumbas.
El hombre, por el pecado, está abocado a la destrucción, a la muerte eterna. Dios establece un juicio de ese hombre pecador en el bautismo por el agua. Esta agua destinada a ahogar eternamente al pecador, ahoga en realidad al pecado, y de ese diluvio bautismal resurge el hombre nuevo, la nueva criatura. El agua se ha convertido en instrumento de castigo para el pecado, destruyéndolo, pero ha sido instrumento de salvación, para el hombre, en virtud de los méritos de este Jesús, el Salvador, que se anegó en las aguas de su muerte -pasó por un diluvio de sangre-, por lo cual Dios lo exaltó, lo resucitó, y lo hizo Señor y Salvador.
Con él y por él formamos nosotros parte de una alianza -alianza nueva y eterna- de la cual la alianza con Noé no era más que una figura y un anticipo.
Los relatos babilónicos que narran diluvios están llenos de reyertas de los dioses. Al aprovechar esas viejas narraciones el autor sagrado tuvo buen cuidado de eliminar el politeísmo y de introducir su Fe en el Dios único, en el autor de la Alianza. ¿Somos hoy nosotros capaces de asimilar la cultura de nuestro tiempo para despojarla de sus errores, y utilizar de nuevo su lenguaje y sus estructuras a fin de proclamar la Fe? -Al cabo de cuarenta días abrió Noé la ventana y soltó al cuervo. Después soltó a la paloma para ver si habían menguado ya las aguas de la superficie terrestre. En el relato babilónico encontramos exactamente los mismos detalles concretos, prueba evidente de su parentesco literario. La paloma regresó al atardecer y he ahí que traía en el pico un ramo verde de olivo. No debemos aferrarnos a esas imágenes, pero sí podemos confesar que no les falta poesía. La paloma, con su ramito de olivo ha pasado a ser el símbolo de la paz. Esos relatos, de tradición oral primeramente son muy fáciles de recordar. Cuando se ha oído contar una sola vez, quedan grabados en la memoria para siempre. Sería lástima despreciarlos apelando a no sé qué purismo. Es preciso empero incluso tratando con los niños, no quedarse en el plano material sino, sin quitarles encanto, saber poner en evidencia las lecciones que de dichos relatos se siguen. ¡La paz! ¿Soy un hombre de paz?
-Noé construyó un altar al Señor y ofreció holocaustos. El primer gesto de este «salvado» es «ofrecer un sacrificio de acción de gracias». Tú eres, Señor, quien nos ha liberado. Gracias, Señor. ¿Es mi vida lo suficientemente «eucarística"? ¿Tengo el sentido de la alabanza a Dios?
-El Señor aspiró el agradable aroma... Imagen sacada también del lenguaje pagano de Babilonia: los dioses están contentos «como moscas atraídas por el buen olor de los guisados». El autor sagrado retuvo sólo el beneplácito que Dios otorga a la acción de gracias de Noé. Efectivamente, nuestra alabanza agrada a Dios. Decir «gracias» a los que amamos.
-Díjose a Sí mismo: «Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque las trazas del corazón humano son malas desde su niñez...» El diluvio ha sido copiado de los cuentos babilonios, únicamente para insertar en él ese final optimista y esta revelación sobre el verdadero Dios: A Dios no le agrada castigar... A Dios no le agrada imponerse por la fuerza... preferirá enviar a su Hijo para salvar al hombre pecador antes que volver a castigarle.
¿Por qué esa misericordia? Porque Dios «conoce el corazón del hombre». Conoce mejor que nosotros nuestra debilidad congénita, diríamos hoy. La Biblia expone con esto una observación realista que no deberíamos olvidar: «desde su niñez», ¡antes incluso de ser culpable, el hombre obra el mal! Cuando un niño obra mal, no es «maldición» lo que necesita, sino «amor». Nunca más volveré a maldecir al hombre, dice Dios, lo amaré más todavía.
-No volveré a herir a todo ser viviente como lo he hecho. Mientras dure la tierra, sementera y siega, fríos y calor, verano e invierno, día y noche ¡no cesarán! De nuevo una admirable revelación sobre Dios. El verdadero Dios no es un ser caprichoso. Por lo contrario crea un universo con leyes estables, con las que el hombre puede contar. Gracias a esta estabilidad de las reacciones y de los fenómenos naturales, el hombre ha podido fundar la ciencia, la técnica, el mejoramiento de su vida. La creación tiene una verdadera autonomía, dada por Dios, que permite al hombre ser el «socio" de Dios (Noel Quesson).
2. La humanidad tiene futuro. También ahora, a pesar de que algunas veces nos parezca que haría falta un nuevo diluvio para purificar al mundo de tanta corrupción y maldad. Sobre todo porque en Cristo Jesús, mucho más plenamente que en Noé, se ha reconciliado la humanidad con Dios de una vez por todas y en el Arca de la Iglesia todos deberían encontrar un espacio de salvación y esperanza. Tenemos que aprender del optimismo de Dios. A Dios le gusta mucho más salvar que castigar. Cuando castiga, es como medicina y pedagogía para la conversión. Deberíamos saber dar una y otra vez un margen de confianza a los demás, a esta humanidad en la que vivimos, a esta Iglesia concreta que puede no gustarnos, a nuestra familia y comunidad, a cada uno de los que viven con nosotros, y a nosotros mismos. Después del pecado de Adán y Eva, Dios promete la salvación. Después del asesinato de Abel, Dios da otro hijo a Eva y deja la puerta abierta a la esperanza. Después del diluvio, sella un pacto de bendición para los hombres. ¿Es así de magnánimo nuestro corazón para con el mal que descubrimos en los demás? Dios sigue creyendo en el hombre. ¿Por qué nosotros negamos un margen de confianza a nuestros hermanos?
3.- Mc 8, 22-26. Otro signo mesiánico de Jesús, esta vez la curación progresiva del ciego. ¡Cuántas veces habían anunciado los profetas que el Mesías haría ver a los ciegos! Esta vez Jesús realiza unos ritos un poco nuevos: lo saca de la aldea, llevándolo de la mano, le unta de saliva los ojos, le impone las manos, dialoga con él, el ciego va recobrando poco a poco la vista, viendo primero «hombres que parecen árboles» y luego con toda claridad. Es una curación «por etapas» que puede ser que en Marcos apunte simbólicamente al proceso gradual de visión y conversión que siguen los discípulos de Jesús, que sólo lentamente, y con la ayuda de Jesús, van madurando y viendo con ojos nuevos el sentido de su Reino mesiánico. Ayer mismo leíamos que Jesús les llamaba «torpes» a sus discípulos, porque no entendían: «¿Para qué os sirven los ojos si no véis y los oídos si no oís?».
También nuestro camino es gradual, como lo es el de los demás. No tenemos que perder la paciencia ni con nosotros mismos ni con aquellos a los que estamos intentando ayudar en su maduración humana o en su camino de fe. No podemos exigir resultados instantáneos. Cristo tuvo paciencia con todos. Al ciego le impuso las manos dos veces antes de que viera bien. También los apóstoles al principio veían entre penumbras. Sólo más tarde llegaron a la plenitud de la visión. ¿Tenemos paciencia nosotros con aquellos a los que queremos ayudar a ver? Este proceso nos recuerda también el itinerario sacramental: con el contacto, la imposición de manos y la unción, Cristo nos quiere comunicar su salvación por medio de su Iglesia. La pedagogía de los gestos simbólicos, unida a la palabra iluminadora, es la propia de los sacramentos cristianos en su comunicación de la vida divina. Tanto las palabras como los gestos simbólicos se han de potenciar, realizándolos bien, para que la celebración sea un momento en que se nos comunique la salvación de Dios de una manera no sólo válida, sino también educadora y pedagógica (J. Aldazábal).
Esta curación ha sido colocada de propósito en un contexto, en que se habla también de la ceguera de los fariseos y de los discípulos. Se trata, pues, de una indicación simbólica a pesar de que el estilo de la narración induce a pensar que se trata de un acontecimiento real. Como en el caso del sordomudo decapolitano (7,31-37), Jesús hace uso de gestos que a primera vista parecerían mágicos. Pero en realidad, Jesús no hace magia, sino que usa el lenguaje táctil, que únicamente podría comprender el pobre ciego. Como siempre, se intenta que la persona objeto del prodigio sea perfectamente consciente de lo que pasa. El relato, comparado con el del sordomudo, parece demasiado prosaico. Ahora bien, como la curación se opera en dos tiempos, lo más probable es que las cosas sucedieran así: en un primer momento, el ciego ve un poco confusamente y confunde los hombres con los árboles, como hacen ordinariamente los niños cuando realizan los primeros dibujos; en un segundo momento la curación es ya completa. Hay que notar que el milagro se acomoda, por así decirlo, al curso normal de la recuperación natural. El relato termina con el "leitmotiv" de Marcos: no hay que hacer del milagro un motivo de actitudes triunfalistas. Volvemos a repetir lo de siempre: Jesús podría ser un taumaturgo en el doble sentido de la palabra: o en virtud de unas extraordinarias facultades psico-físicas o en virtud de una fuerza estrictamente sobrenatural. Un creyente no necesita "demostrar" el carácter sobrenatural del prodigio, ya que los prodigios siempre vienen después de la fe de los creyentes, de tal forma que, cuando no hay fe o la fe es débil, no se realiza el prodigio, como fue el caso de Nazaret. En segundo lugar, los "milagros" jamás son encuadrados dentro de una cristología o eclesiología triunfalista, sino todo lo contrario: son testimonios de la venida del Mesías, que han de ser contados discretamente por aquéllos que han sido objeto de ellos. En todo caso, la "reserva mesiánica" es casi obsesiva en todos los relatos miraculosos del segundo evangelio. Actualmente un creyente no tiene por qué medir sus fuerzas con el no creyente a propósito de los milagros. En primer lugar, porque el auténtico creyente no tiene ningún inconveniente en admitir que muchos "prodigios" fueran efecto de unas fuerzas naturales todavía no conocidas por la razón humana. En segundo lugar, porque su fe no proviene de los milagros, sino que la presupone. En todo caso, un creyente tiene derecho a pensar que ciertos acontecimientos son auténticos "prodigios", ya que cree en la fuerza "sobrenatural" de Dios. Pero no lo puede demostrar racionalmente (edic. Marova).
Debemos ser cada vez más sensibles a los procedimientos de composición literaria de San Marcos. Lo que cuenta para él es lo que podríamos llamar "el evangelio interior": la progresión de la fe, la progresión del descubrimiento de la persona de Jesús... Ese libro, aparentemente ingenuo es obra de un apóstol que quiere conducir a sus oyentes a plantearse cuestiones para llegar a la Fe. No olvidemos que en este relato tenemos algo de la predicación de Pedro en Roma: Este recuerda su propio itinerario interior, el que pasó de la ininteligencia a la fe... de la ceguera a la luz. Y Pedro predica a catecúmenos a quienes propone el mismo itinerario espiritual.
Esta teología, ¿fue completamente inventada? No, pues no tendría ya ningún valor convincente. Pedro recuerda "hechos históricos", que son incluso apremiantes para él, como ya se ha visto. Pero, hay que repetirlo, lo que cuenta para Pedro, por tanto también para Marcos, no es ante todo una historicidad concreta de los detalles materiales y de las palabras de Jesús -¡como si hubiesen sido grabados en un magnetofón!- es la significación interior para la fe. Y por lo tanto estos relatos nos conciernen hoy también a nosotros.
-Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Le llevaron un ciego. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera de la aldea... He aquí precisamente un detalle concreto. ¿Por qué no sería verdadero? ¡Es tan verosímil! Sí, se conduce a los ciegos de la mano: contemplo esta escena... La mano del ciego en la mano de Jesús... Gesto humano, muy sencillo. ¡Que esperanza debió suscitar en el corazón del ciego! mientras iban los dos, de la mano. Si Jesús le lleva "fuera de la aldea", es para esconder en lo posible su milagro. Es también un detalle histórico, pero del cual conocemos bien la significación teológica: el "secreto mesiánico"... Cristo no será realmente comprensible sino después de la cruz, y la resurrección.
-Y poniéndole saliva sobre los ojos le impuso las manos. Son los mismos gestos que, en tiempo de san Pedro se hacían sobre los catecúmenos, para conducirlos de la incredulidad a la iluminación de la fe. Teológicamente hay que relacionar este milagro con el de la curación del "sordomudo", explicado después de la primera multiplicación de los panes y el explicado después de la segunda multiplicación. Marcos piensa evidentemente en el "bautismo": los gestos de los dos milagros son gestos "litúrgicos"... y por esos gestos de Cristo, todo el ser del hombre queda sano. Los tres "sentidos" importantes para la comunicación del hombre con el mundo y con sus hermanos son rehabilitados y renovados: el sentido del oído, el sentido de la palabra, el sentido de la vista ¡He aquí lo que la fe hace en nosotros hoy! El bautismo nos abre a un universo nuevo, solamente transformado desde el interior: oír a Dios que nos habla a través de los acontecimientos y a través de la palabra de nuestros hermanos, ver a Dios que obra en el núcleo de nuestras vidas y de la vida del mundo, y llegar a ser capaz de poder hablar de todo ello... Hago oración partiendo de esta gracia de mi bautismo...
-El hombre empezaba a ver... Seguidamente Jesús le impuso las manos sobre los ojos por segunda vez y el hombre empezó a ver mejor: recobró la vista, y vio claramente todos los objetos... Marcos insiste, evidentemente, sobre esta curación en dos tiempos, que se va haciendo progresivamente. He aquí, de nuevo, uno de esos detalles que no se inventan -que tendería a probar que ¡Jesús carecía de poder!- Marcos, a través de este detalle histórico ve la lentitud del caminar hacia la fe plena: hoy también avanzamos muy lentamente por ese camino... y nos quedamos medio ciegos por mucho tiempo. ¡Abre nuestros ojos, Señor! (Noel Quesson).
Con la mirada limpia… Con frecuencia nos encontramos a muchos ciegos espirituales que no ven lo esencial: el rostro de Cristo, presente en la vida del mundo. El Señor habló muchas veces de este tipo de ceguera, cuando decía a los fariseos que eran ciegos (3). Es un gran don mantener la mirada limpia para el bien, para encontrar a Dios en medio de los propios quehaceres, para ver a los hombres como hijos de Dios, para penetrar en lo que verdaderamente vale la pena, para contemplar junto a Dios la belleza divina que dejó como un rastro en las obras de la creación. Además es necesario tener la mirada limpia para que el corazón pueda amar, para mantenerlo joven. Mirada limpia no sólo en lo que se refiere directamente a la lujuria, sino en otros campos que también caen en la “concupiscencia de los ojos”: afán de poseer ropas, objetos, comidas o bebidas. No se trata de “no ver”, sino de “no mirar” lo que no se debe mirar, de vivir sin rarezas el necesario recogimiento para tener siempre presente el rostro de Cristo.
El cristiano ha de saber –poniendo los medios necesarios- quedar a salvo de esa gran ola de sensualidad y consumismo que parece querer arrasarlo todo. No tenemos miedo al mundo porque en él hemos recibido nuestra llamada a la santidad, ni tampoco podemos desertar, porque el Señor nos quiere como fermento y levadura. Debemos estar vigilantes con una auténtica vida de oración y sin olvidar que las pequeñas mortificaciones –y las grandes, cuando el Señor las pida- han de mantenernos siempre en guardia, como el soldado que no se deja vencer por el sueño, porque es mucho lo que depende de su vigilia. A un alma que viviera en un clima sensual que prolifera en los espectáculos que da lugar a muchos pecados internos y externos contra la castidad, le sería imposible seguir a Cristo de cerca... y quizá tampoco de lejos.
El Cristianismo no ha cambiado: Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y siempre (Hebreos 13, 8), y nos pide la misma fidelidad, fortaleza y ejemplaridad que pedía a los primeros discípulos. También ahora deberemos navegar contra corriente en muchas ocasiones. Nuestra lealtad con Dios nos ha de llevar a evitar las ocasiones de peligro para el alma. Y si por estar mal informados asistiéramos a un espectáculo que desdice de la moral, la conducta que sigue un buen cristiano es levantarse y marcharse con naturalidad, sin miedo a parecer raro. Pidamos a San José que nos ayude a conservar nuestra mirada limpia para poder contemplar a Dios algún día (Francisco Fernández Carvajal).
Elogio de la caridad. Un mendigo, enfermo, estaba cierto día a la vera de un camino que sube de la ciudad de Córdoba, España, a su famosa sierra, concretamente al lugar llamado Scala Coeli, escalera que quiere tocar al cielo. Ese mendigo, enfermo, como acontecía en los itinerarios seguidos por Jesús en Galilea, alargaba la mano a los viandantes: ¡Una caridad, por Dios! ¿A qué viandante alargaba la mano el enfermo aquel día? A un fraile dominico, llamado fray Álvaro de Córdoba, insigne predicador, peregrino de Roma y Tierra Santa, místico y asceta, maestro en Teología, confesor de reyes, iniciador de la reforma dominicana en España, por el año 1415. ¿Cómo reaccionó un hombre tan aureolado de títulos humanos y religiosos?
Al oír la voz del necesitado, fray Luis se detuvo; miró con amor al mendigo y enfermo, y le respondió: Amigo, otra caridad no tengo; y, poniéndolo sobre sus hombros, lo llevó hacia su convento de Scala Coeli.
Por el camino iba un poco preocupado. En el monasterio había amor, pero no había medicamentos ni buen enfermero. ¿Qué podría hacer por el enfermo, excepto ungirle las heridas y darle un poco de calor?
Al llegar al portal de entrada a la Iglesia y al monasterio, colocó al enfermo sobre un banco, junto a la puerta monástica, y, antes de gestionar qué posada podría ofrecerle, pasó a saludar al Señor del sagrario y de la cruz. ¡Allí fue la sorpresa! En el templo, al contemplar el rostro dolorido de Cristo crucificado, percibió que el rostro del Nazareno de la capilla era el mismo rostro del enfermo que había dejado reposando en el portal.
La hagiografía no nos aclara qué sucedió después: si el enfermo desapareció o si más bien fray Álvaro llevó al enfermo a una habitación, lo cuidó, y tuvo la sensación gozosa de que cada vez que limpiaba su rostro estaba limpiando el rostro de Cristo.
Hoy a través de un milagro, Jesús nos habla del proceso de la fe. La curación del ciego en dos etapas muestra que no siempre es la fe una iluminación instantánea, sino que, frecuentemente requiere un itinerario que nos acerque a la luz y nos haga ver claro. No obstante, el primer paso de la fe —empezar a ver la realidad a la luz de Dios— ya es motivo de alegría, como dice san Agustín: «Una vez sanados los ojos, ¿qué podemos tener de más valor, hermanos? Gozan los que ven esta luz que ha sido hecha, la que refulge desde el cielo o la que procede de una antorcha. ¡Y cuán desgraciados se sienten los que no pueden verla!».
Al llegar a Betsaida traen un ciego a Jesús para que le imponga las manos. Es significativo que Jesús se lo lleve fuera; ¿no nos indicará esto que para escuchar la Palabra de Dios, para descubrir la fe y ver la realidad en Cristo, debemos salir de nosotros mismos, de espacios y tiempos ruidosos que nos ahogan y deslumbran para recibir la auténtica iluminación?
Una vez fuera de la aldea, Jesús «le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: ‘¿Ves algo?’» (Lc 8,23). Este gesto recuerda al Bautismo: Jesús ya no nos unta saliva, sino que baña todo nuestro ser con el agua de la salvación y, a lo largo de la vida, nos interroga sobre lo que vemos a la luz de la fe. «Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado, y veía todo con claridad» (Lc 8,25); este segundo momento recuerda el sacramento de la Confirmación, en el que recibimos la plenitud del Espíritu Santo para llegar a la madurez de la fe y ver más claro. Recibir el Bautismo, pero olvidar la Confirmación nos lleva a ver, sí, pero sólo a medias (Joaquim Meseguer García). Llucià Pou Sabaté

miércoles, 16 de febrero de 2011

Martes de la 6º semana. El mal se supera siempre con el bien, si acogemos el don de Dios y evitamos el mal: “tened cuidado con la levadura de los fari


Génesis 6,5-8/7,1-5,10: 5 Viendo Yahveh que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, 6 le pesó a Yahveh de haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón. 7 Y dijo Yahveh: «Voy a exterminar de sobre la haz del suelo al hombre que he creado, - desde el hombre hasta los ganados, las sierpes, y hasta las aves del cielo - porque me pesa harberlos hecho.» 8 Pero Noé halló gracia a los ojos de Yahveh.
7,1 Yahveh dijo a Noé: «Entra en el arca tú y toda tu casa, porque tú eres el único justo que he visto en esta generación. 2 De todos los animales puros tomarás para ti siete parejas, el macho con su hembra, y de todos los animales que no son puros, una pareja, el macho con su hembra. 3 (Asimismo de las aves del cielo, siete parejas, machos y hembras) para que sobreviva la casta sobre la haz de toda la tierra. 4 Porque dentro de siete días haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y exterminaré de sobre la haz del suelo todos los seres que hice.» 5 Y Noé ejecutó todo lo que le había mandado Yahveh. 10 A la semana, las aguas del diluvio vinieron sobre la tierra.

Salmo 29,1-4,3,9-10, 1 ¡Rendid a Yahveh, hijos de Dios, rendid a Yahveh gloria y poder! 2 Rendid a Yahveh la gloria de su nombre, postraos ante Yahveh en esplendor sagrado. 3 Voz de Yahveh sobre las aguas; el Dios de gloria truena, ¡es Yahveh, sobre las muchas aguas! 4 Voz de Yahveh con fuerza, voz de Yahveh con majestad. 9 Voz de Yahveh, que estremece las encinas, y las selvas descuaja, mientras todo en su Templo dice: ¡Gloria! 10 Yahveh se sentó para el diluvio, Yahveh se sienta como rey eterno.

Lectura del santo evangelio según san Marcos 8, 14-21. En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no teman mas que un pan en la barca. Jesús les recomendó: -«Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes.» Ellos comentaban: -«Lo dice porque no tenemos pan.» Dándose cuenta, les dijo Jesús: -«¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?» Ellos contestaron: -«Doce.» -« ¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?» Le respondieron: -«Siete.» Él les dijo: -«¿Y no acabáis de entender?»

Comentario: 1.-Gn 6,5-8.7,1-5.10. El oscuro río del pecado se iba haciendo cada vez más ancho y funesto; el NO con que los hombres se enfrentaban a Dios era cada vez más profundo e insistente. Este cáncer del pecado que primeramente se había manifestado sólo en la persona de Caín, devoraba ya a toda la humanidad. La figura de Dios: el escritor sagrado presenta una figura de Dios ingenua y genial el mismo tiempo, con la misma sencillez con que en el relato de la creación y del paraíso habla de las palabras, de las acciones y de los paseos de Dios a la brisa de la tarde, ahora escribe "al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra, y que todo su modo de pensar era siempre perverso, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra, y le pesó de corazón". Nos encontramos ante una humanización de Dios atrevida, incluso arriesgada e inaudita desde el punto de vista teológico. Parece que Dios no es el que lo sabe todo -el omnisciente- y que se ha visto sorprendido por el modo de obrar de los hombres, hasta el punto de sentir pesar y decidir la destrucción de la humanidad. La desilusión y el desaliento -sentimientos tan humanos- son proyectados sobre Dios, sin que por esto su figura aparezca disminuida a los ojos del justo del A.T. El escritor sagrado estaba tan convencido de la eternidad de Dios, de la espiritualidad de Dios y de la grandeza de Dios, que podía permitirse el lujo de humanizarlo hasta ese punto.
El hombre bíblico conoce la insuficiencia de sus propias afirmaciones respecto de Dios y como se encuentra en una relación dinámica y existencial con ese "tú" divino, puede hablar de un Dios que parece puramente humano. Lo que pretende decir es fruto de su piedad, aun cuando la forma de expresarlo sea insuficiente e incluso arriesgada desde el punto de vista teológico. En el fondo, este pesar de Dios, este arrepentimiento de Dios quieren dar a entender su gran interés por los hombres. Cuando aparece alguna desgracia, aquí simbolizada por el diluvio, se puede decir: ¿Qué clase de Dios es éste, cuya cólera destruye de tal manera, que aniquila todo cuanto existe, aunque fue él quien anteriormente lo creó de la nada, y ahora hace esto?
Por un lado, Dios no quiere el mal, aunque la Biblia nos presente ese modo de hablar digamos “a lo humano”, nuestra visión: Dios deja que las cosas pasen y no dejaría que pasaran si no fuera porque incluso del mal sacará un bien. Toda la moral auténtica se basa en esta convicción que los comportamientos del hombre no son indiferentes, sino que van hasta comprometer a Dios: Dios quiere el bien y la felicidad... Dios va contra el mal y la desgracia... Al enviar a su Hijo para la salvación del mundo, Dios es fiel a sí mismo. Nos es un bien contemplar a «Dios dolido» por el mal que los hombres continúan haciendo hoy ¡como en tiempo del diluvio! Esto puede comprometernos a fondo a combatir con El enérgicamente. -Pero Noé halló gracia a los ojos de Dios: «Tú eres el único justo que he visto en esta generación.» Jesús, el único verdadero justo, será también quien salvará la raza humana de la perdición total.
Importancia de nuestras solidaridades interiores: todo hombre que "se" eleva, "eleva el mundo". Todo verdadero acto de justicia, de santidad, de amor, contribuye a la salvación de la humanidad. -Entra en el arca, tú y tu familia, con siete animales de cada especie. En todos esos detalles es patente la inverosimilitud de este relato, si se persiste en querer tomarlo en sentido literal. Sin embargo, su significación simbólica es, en cambio, profundamente verdadera: el hombre es quien salva la naturaleza o la pierde. El único verdadero mal es el mal culpable: el que el hombre hace. De otra parte, esta «arca de salvación», este barco de salvamento, lleno de seres vivos tan dispares, es una imagen de la Iglesia. Porque finalmente, Dios no quiere destruir, sino salvar. El mal no tendrá la última palabra, sigue repitiéndonos la Biblia. Jesús, «Dios salva», se vislumbra en el horizonte del diluvio universal, como salvador universal.
-Dentro de siete días haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches y exterminaré de sobre la haz del suelo todos los seres que hiciere. Simbolismo del agua que destruye. El gran naufragio. El Mar Rojo que engulle a los opresores, cuando salen de Egipto los israelitas. El bautismo que «engulle» nuestros pecados con la muerte de Jesús. Sería conveniente que de vez en cuando recordáramos que nuestro bautismo posee su sentido simbólico y real de un gran combate de Dios contra el mal: seamos conscientes del precio que Jesús pagó, del bautismo de sangre en el que fue sumergido. Nuestra vida de bautizados no puede ser una vida tranquila, como si el mal no existiera.
-Noé ejecutó todo lo que el Señor le había mandado. Verdaderamente, Dios es el que salva. El hombre participa en ello por su libertad y su cooperación. Tu voluntad, Señor, es una voluntad de salvación. Tú quieres la vida. Y el verdadero diluvio es el mal capaz de destruir todo a su paso. Ayúdanos, Señor, a cooperar en tu proyecto. Haz que seamos "salvadores" contigo (Noel Quesson).
En 6,5-8 subraya el yahvista la inmersión de la humanidad en el mal ("en la tierra crecía la maldad del hombre y toda su actitud era siempre perversa"), que motiva la inundación que Dios decreta, y destaca también el arrepentimiento de haber creado al hombre (que intenta justificar la incompatibilidad entre el Dios creador y el Dios destructor). Otra posibilidad de pecado que presenta la tradición yahvista es la corrupción de un grupo de hombres en una o varias generaciones. Si Noé es preservado es debido únicamente a la gracia divina. Las características principales de la forma de introducir el diluvio (que está en todo relato de pueblos antiguos) en la tradición sacerdotal (6,9-22) son que el gran castigo ha sido encuadrado dentro de la genealogía de Noé (convertida así en un relato de héroe del diluvio) y el predominio de la alocución de Dios a Noé, según los esquemas teológicos y estilísticos de esta tradición, según la cual todo lo que sucede obedece al mandamiento divino (Gn 1; 6; 17; Ex 25s). Noé no hace más que ejecutar las órdenes divinas y de esta forma (al revés de la actitud yahvista, en la que Noé es salvado por gracia) se manifiesta su piedad. El mundo, por tanto, es preservado a causa de un hombre piadoso. Las medidas del arca, por grandes que sean, no llegan a la exageración de los relatos extrabíblicos. La divergencia en el número de cada especie de animales entre la tradición yahvista y la sacerdotal (mayor número en la yahvista) estriba, sobre todo, en que la sacerdotal no relata ningún sacrificio después del diluvio y concuerda con el orden inicial, según el cual los hombres se alimentaban de vegetales.
En cuanto a la irrupción de las aguas y a los efectos del diluvio, el yahvista, interesado en el hombre, relata los hechos y la aniquilación de los seres con gran concisión, mientras que la tradición sacerdotal, con mayor dramatismo y despliegue de palabras, insiste en la crecida de las aguas (también la bendición, a la inversa, implica un crecimiento) y en la augusta majestad de Dios en el acto de destruir. El diluvio pone de relieve la contingencia de todo lo creado y la fuerza devastadora de los pecados de los hombres. Por tanto no busquemos aquí restos arqueológicos de naves, ni imaginemos cómo hacer caber tantos animales en una barca, sino más bien en la idea religiosa que se nos muestra (J. Mas Anto).
2. El día de nuestro Bautismo fuimos «salvados a través del agua», como lo fueron los ocho miembros de la familia de Noé (cf. l Pedro 3,20). Fuimos incorporados al nuevo Noé, Cristo Jesús, que atravesó la muerte y pasó a la nueva existencia. En el Arca que es la Iglesia. Debemos poner nuestra confianza en Dios, que es quien dirige la historia y saber captar sus señales para nuestra vida. Seguro que él quiere una nueva humanidad, la que ya inauguró con Cristo Jesús y que no acaba nunca de establecerse de veras: los cielos nuevos y la tierra nueva, purificados de todo mal. Tal vez de nuevo busca un Noé, un grupo, una familia, un «resto de Israel», que sea fermento de la nueva humanidad.
3.- Mc 8,14-21 (par: Mt 16,5-12). A partir de un episodio sin importancia -los discípulos se han olvidado de llevar suficientes panes- Jesús les da una lección sobre la levadura que han de evitar. Jesús va sacando enseñanzas de las cosas de la vida, aunque sus oyentes esta vez, como tantas otras, no acaban de entenderle. La levadura es un elemento pequeño, sencillo, humilde, pero que puede hacer fermentar en bien o en mal a toda una masa de pan. También puede entenderse en sentido simbólico: una levadura buena o mala, dentro de una comunidad, la puede enriquecer o estropear. Jesús quiere que sus discípulos eviten la levadura de los fariseos y de Herodes.
El aviso va para nosotros, ante todo en nuestra vida personal. Una actitud interior de envidia, de rencor, de egoísmo, puede estropear toda nuestra conducta. En los fariseos esta levadura mala podía ser la hipocresía o el legalismo, en Herodes el sensualismo o la superficialidad interesada: ¿cuál es esa levadura mala que hay dentro de nosotros y que inficiona todo lo que miramos, decimos y hacemos? Al contrario, cuando dentro hay fe y amor, todo queda transformado por esa levadura interior buena. Los actos visibles tienen una raíz en nuestra mentalidad y en nuestro corazón: tendríamos que conocernos en profundidad y atacar a la raíz.
El aviso también afecta a la vida de una comunidad. Pablo, en l Corintios 5,6-8, aplica el simbolismo al mal que existe en Corinto. La comunidad tendría que ser «pan ázimo», o sea, pan sin levadura mala: «¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva, pues sois ázimos». Y quiere que expulsen esa levadura (está hablando del caso del incestuoso) y así puedan celebrar la Pascua. «no con levadura vieja, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y de verdad» (J. Aldazábal).
En el entramado del relato evangélico se introduce, de una forma un poco artificiosa, un episodio bastante curioso. Al subir en la barca, los discípulos se habían olvidado de llevarse pan; por casualidad les quedaba un pequeño pedazo. Estando en esta tensión psicológica, oyen a Jesús que, dándole vueltas a la respuesta negativa que había dado a los fariseos, decía: "Cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes". Los discípulos no entienden; a lo sumo creen que se trata de una regañuza por no haber llevado el alimento necesario. Sin embargo, el significado de aquellas palabras era más profundo. Para comprender este texto, hay que conocer antes el significado de la palabra "levadura". La fiesta de la pascua implicaba, entre otras cosas, el rito de comer panes no fermentados. La levadura era considerada como signo y causa de corrupción. La pascua era la fiesta de la novedad, de la renuncia a lo viejo, de la búsqueda de un Dios que se revela en lo nuevo. El NT profundiza este sentido de la novedad y ve en Jesús el ácimo por excelencia, el hombre nuevo frente al hombre viejo (1 Co 6,6-8; 15, 20-23; Rm 6,1-11). Así queda patente cómo la levadura se pone en relación con la maldad y la bondad: "Rechazad la vieja levadura, para llegar a ser una masa nueva, ya que sois ácimos... Celebremos, pues, la fiesta, no con el fermento antiguo, ni con el fermento de la maldad o de la iniquidad, sino con los ácimos de la pureza y de la verdad" (1 Co 5,7-8).
Pero en la literatura judea-helenista la metáfora de la levadura se aplicaba frecuentemente no a cualquier "corrupción" moral, sino muy concretamente al orgullo, a la soberbia, a la hipocresía. En el pasaje paralelo Lucas añade expresamente: "Guardaos de la levadura (esto es, de la hipocresía) de los fariseos" (Lc 12, 1).
Así pues, nos inclinamos a creer que Jesús hubiera puesto en guardia a sus discípulos contra el orgullo y la soberbia de los fariseos, los cuales pensaban probablemente en un mesías triunfal, en un jefe, que con prodigios grandiosos sometía al mundo al nuevo superpoder de Israel. Para Jesús no se trata de alcanzar el poder, sino de servir a la humanidad necesitada. Este es el único milagro que se debe realizar en este mundo mientras se va proclamando la gran noticia del reino de Dios. Los discípulos habían recibido recientemente una espléndida lección con respecto a ello, lección insistentemente repetida: en la primera multiplicación habían recogido cinco cestas llenas de las sobras, en la segunda, doce. Esto significa que el hecho de compartir el pan no empobrece, sino que, todo lo contrario, enriquece. Esta era la lección del " hijo del hombre", que los discípulos, contagiados en parte por los fariseos, no lograban entender (Edic. Marova).
La escena que nos propone hoy Marcos es una de las más dolorosas del evangelio. Jesús acaba de romper voluntariamente el diálogo con los fariseos ante su "ininteligencia" y su "endurecimiento"... ahora bien, en el barco mismo que les aleja, encontramos a Jesús ante la misma "incomprensión" y aquí, de parte de sus amigos más próximos, los Doce elegidos. Inmensa soledad. Jesús está rodeado de incredulidad. Nadie comprende en verdad su mensaje. No, el evangelio no está engalanado, no es un bonito cuento color de rosa inventado por los Doce. Las cosas debieron pasar así para que hayan sido relatadas con esta dureza.
-Los discípulos al embarcar se olvidaron de tomar consigo panes, y no tenían en la barca sino un pan. Jesús les daba esta consigna: "¡Mirad de guardaros del fermento de los fariseos y del fermento de Herodes!" Pero ellos iban discurriendo entre sí porque no habían llevado panes. Este malentendido revela que ellos no se encuentran en la misma longitud de onda. Jesús quisiera ponerles en guardia contra el "fermento" -considerado como fuente de impureza y de corrupción. 1 Co 5, 68, Ga 5, 9- de los fariseos. Jesús continúa todavía bajo el peso de la tentación anterior. El gran problema es el "fariseísmo": ¡Estad atentos, desconfiad! ¡Pero los apóstoles están preocupados por problemas materiales: Temen no tener suficiente para comer... ¡sólo se han llevado un pan de la panadería!
-Por qué discutís por no tener pan? Todavía no comprendéis? ¿Sois obtusos de entendimiento? ¿Teniendo ojos no véis y teniendo oídos no oís? Ellos son también "ciegos" y no entienden en absoluto a Jesús! Notemos que antes de la "profesión de fe" de Pedro (Mc 8 27-30) Jesús ejercerá su poder iluminador, curando, como con dificultad, a un ciego (Mc 8,22-26). "¡Tenéis ojos y no véis!" Los mismos discípulos tendrán que ser curados de su ceguera espiritual para reconocer quién es Jesús. Así los Doce reciben el mismo reproche que las multitudes que no comprendían las parábolas (Mc 4,12). Esta ininteligencia de los apóstoles es aquí subrayada fuertemente. Continuará hasta el final... hasta después de la resurrección: "Jesús se manifestó a los once cuando estaban a la mesa y les reprochó su incredulidad y la dureza de su corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado" (Mc 16,14). Esta ininteligencia, esa incredulidad, debe interpelarnos hoy también a nosotros. ¿No estamos a veces muy orgullosos de nuestra Fe, muy seguros de nosotros mismos? Y sin embargo ¿no somos también a menudo ininteligentes e incrédulos? Señor, ven en ayuda de nuestra falta de Fe. Haznos humildes. Guarda nuestras mentes y nuestros corazones abiertos, alertados, siempre atentos, disponibles para nuevos progresos. Purifícanos, Señor, del "fermento" de la suficiencia, sánanos de nuestras certidumbres orgullosas. Mantén en nosotros, Señor, un espíritu de búsqueda (Noel Quesson).
Jesús pone en alerta al grupo de discípulos sobre el plan que están organizando los fariseos y los herodianos contra él. Jesús sabe que el proyecto del Reino que ha venido predicando de pueblo en pueblo, está incomodando a los líderes del poder religioso y político de Jerusalén. Por eso Jesús le dice al grupo de sus amigos que se cuiden de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes; esas dos levaduras pueden corromper la masa.
Frente a la llamada de atención que hace Jesús, sus apóstoles no le prestan atención, sino que se preocupan de la falta de alimento y de esa forma distorsionan el mensaje de alerta que el Maestro estaba dando. El pan no es el problema fundamental. Siempre que ha faltado ha habido forma de conseguirlo para saciar el hambre del grupo y de la multitud hambrienta. Jesús deseaba que sus seguidores cayeran en cuenta del complot que se estaba preparando contra él.
En el proseguimiento de la causa de Jesús, es decir en el asumir el proyecto del Reino, la persecución es una de las realidades que acompañan a todos aquellos que asumen con radicalidad la obra liberadora iniciada por el Maestro. Los poderosos siempre estarán descontentos con las propuestas de humanizar esta historia y de equilibrar este mundo desequilibrado por el egoísmo institucionalizado. La misión es difícil. Pero tenemos que ser capaces de continuarla para hacer posible el Reinado de Dios en medio de nuestro mundo. La utopía del Reino nos sigue interpelando y nos sigue llamando a desinstalarnos y a dejar las seguridades que nos impiden ponernos en camino para vivir como Jesús vivió. La Iglesia tiene un compromiso con el Reino de Dios. Nosotros que somos Iglesia estamos llamados a combatir con nuestro propio testimonio el poder de dominio e instaurar en medio de nuestro mundo una realidad alternativa, así se nos persiga y se nos calumnie (Juan Mateos).
La levadura de los fariseos, según vemos en Luc 12,1, es la hipocresía. Hemos de guardarnos tanto de compartirla cuanto de ser su víctima. La levadura de Herodes es la mala vida, que se contagia como una peste. Véase Mt 16,6 y 12: "Y Jesús les dijo: "Mirad y guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos. Entonces, comprendieron que no había querido decir que se guardasen de la levadura de los panes, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos".
Hoy notamos que Jesús —como ya le pasaba con los Apóstoles— no siempre es comprendido. A veces se hace difícil. Por más que veamos prodigios, y que se digan las cosas claras, y se nos comunique buena doctrina, merecemos su reprensión: «¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada?» (Mc 8,17).
Nos gustaría decirle que le entendemos y que no tenemos el entendimiento ofuscado, pero no nos atrevemos. Sí que osamos, como el ciego, hacerle esta súplica: «Señor, que vea» (Lc 18,41), para tener fe, y para ver, y como el salmista dice: «Inclina mi corazón a tus dictámenes, y no a ganancia injusta» (Sal 119,36) para tener buena disposición, escuchar y acoger la Palabra de Dios y hacerla fructificar.
Será bueno también, hoy y siempre, hacer caso a Jesús que nos alerta: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos» (Mc 8,15), alejados de la verdad, “maniáticos cumplidores”, que no son adoradores en Espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23), y «de la levadura de Herodes», orgulloso, despótico, sensual, que sólo quiere ver y oír a Jesús para complacerse.
Y, ¿cómo preservarnos de esta “levadura”? Pues haciendo una lectura continua, inteligente y devota de la Palabra de Dios y, por eso mismo, “sabia”, fruto de ser «piadosos como niños: pero no ignorantes, porque cada uno ha de esforzarse, en la medida de sus posibilidades, en el estudio serio, científico de la fe (...). Piedad de niños, pues, y doctrina segura de teólogos» (San Josemaría).
Así, iluminados y fortalecidos por el Espíritu Santo, alertados y conducidos por los buenos Pastores, estimulados por los cristianos y cristianas fieles, creeremos lo que hemos de creer, haremos lo que hemos de hacer. Ahora bien, hay que “querer” ver: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14), visible, palpable; hay que “querer” escuchar: María fue el “cebo” para que Jesús dijera: «Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28; Lluís Roqué Roqué).
La levadura, en la mentalidad judía, tiene una imagen negativa. Igualmente en el NT, con excepción de la parábola para ilustrar el Reino (Lc 13,20-21; Mt 13,33). Los rabinos veían en la levadura una fuerza maligna que predispone a las personas hacia al mal. Dado que la levadura tiene la función de fermentar, era considerada como signo y causa de corrupción. Sobre esto nos dice 1 Cor 5,7-8 “echen fuera la vieja levadura y purifíquense; ustedes han de ser una masa nueva, pues si Cristo es para nosotros la víctima pascual, ustedes son los panes sin levadura. Entonces basta ya de vieja levadura, la levadura del mal y del vicio, y celebren la fiesta con el pan sin levadura, que es pureza y sinceridad”. Podríamos concluir diciendo que la metáfora de la levadura se aplicaba a la corrupción moral, pero sobretodo al orgullo, la soberbia y la hipocresía.
En el pasaje paralelo a nuestro texto de hoy, Lucas dirá expresamente “cuídense de la levadura de los fariseos que es la hipocresía”. Jesús advierte entonces de la soberbia, el orgullo y la hipocresía de los fariseos, deseosos de un mesías triunfalista, revelado a través de grandes prodigios cósmicos, que someta el mundo conocido bajo el poder de Israel, y les permita mantener su poder religioso. Al fin y al cabo, ellos parecen ponerse como los únicos jueces autorizados para determinar quien es el verdadero mesías.
En la misma línea están los herodianos, temerosos de perder sus privilegios políticos. Cuando Jesús dice a sus discípulos “abran los ojos”, se contrapone a la actitud de los fariseos y herodianos, que hasta el momento han cerrado sus ojos ante Jesús de Nazaret, la verdadera señal revelada por Dios para que la humanidad tuviera vida, y vida en abundancia. Al contrario, ambos grupos se habían puesto de acuerdo para intentar eliminar a Jesús (Mc 3,6). Los discípulos deben estar atentos para no dejarse contagiar de esta levadura. Las palabras de Jesús no parecen tener eco en los discípulos que siguen preocupados por la falta de pan. Jesús entonces los reprocha, utilizando advertencias echas precedentemente a sus adversarios (Mc 3,5; 4,12), que a su vez tiene su origen en los profetas”.”Oye pueblo estúpido y tonto, que tienes ojos y no ves, orejas y no oyes” (Jer 5,21). Llama la atención que la expresión “ojos que no ven y oídos que no oyen”, se encuentra en medio de relatos de curaciones de un sordomudo y un ciego. Esto significa que, aún los discípulos, dependen totalmente de Jesús para abrir sus ojos y sus oídos, o lo que es lo mismo, sólo Jesús abre los ojos y los oídos para ver y escuchar el verdadero proyecto de Dios.
A partir del v. 19, Jesús evoca el recuerdo de los dos relatos de multiplicación, en los que solo se mencionan los panes omitiendo los peces. Esto permite afirmar la lectura simbólica cristológica y eucarística que hace Marcos de estos relatos. Aquí incluso, podríamos releer de manera simbólica, el único pan (v. 14) como una alusión a Jesús. En las preguntas sobre los relatos de la multiplicación, Marcos insiste en las expresiones “repartir” (o “partir el pan”, término con que en el cristianismo primitivo llamaba a la eucaristía) y “recoger”. Podríamos interpretar estas palabras diciendo que lo que aún no logran entender, ni ver, ni oír los discípulos, es que lo opuesto a la levadura de los fariseos y los herodianos, es el repartir o compartir el pan con los necesitados, sólo así recogeremos la riqueza del Reino de Dios. Llucià Pou Sabaté, con textos de mercaba.org