viernes, 29 de marzo de 2024

JuevesSanto, pensamientos para la meditación y visita a Monumentos al hilo de losrelatos Evangelios sobre esta noche.

Jueves Santo, pensamientos para la meditación y visita a Monumentos al hilo de los relatos Evangelios sobre esta noche. 

   a) Acabada la cena, ya sin Judas, hay escenas entrañables de Jesús con sus discípulos: Pedro reafirma su amor hasta la muerte, Tomás le pregunta por el camino, para saber hacia dónde ir, y Felipe va al fondo de la cuestión al decir: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta". Jesús le responde: "Felipe, ¿tanto tiempo que estoy con vosotros y no me has conocido?"; su alma manifiesta el ansia de ver a Dios, de su corazón emerge un fuego de amor divino, que pide más.

   Días antes, había dicho a los sabios del Templo: "Yo y el Padre somos uno"; pero aquí explicita ese misterio de la Santísima Trinidad. "Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí…" y les dice que rogará al Padre para que les dé otro Paráclito... el Espíritu de la Verdad. La revelación sobre Dios ha llegado a su punto más alto, y los apóstoles participan de una iluminación tan intensa que dirán: "ahora sí que hablas con claridad y no usas ninguna comparación; ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte".

   También nosotros necesitamos esa iluminación, y en la oración también le decimos: "¡muéstranos al Padre, muéstrate que eres Tú, muéstranos tu Espíritu de Verdad!"

   b) En la oración sacerdotal de la Ultima Cena, Jesucristo también rogó por la unidad de los que habían de creer en su nombre: "que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y Yo en ti, que así ellos sean uno en nosotros" (Jn 17).

   Para eso es necesaria la penitencia, pues las luchas de egos son las que provocan división. Es Jesús quien fue muerto en la persona de Abel y atado en la persona de Isaac, él anduvo peregrino en la persona de Jacob y fue vendido en la persona de José, él fue expósito en la persona de Moisés, degollado en el cordero pascual, perseguido en la persona de David y vilipendiado en la persona de los profetas. Él es quien nos invita a hacer el camino de la unidad.

   c) Pablo, en la primera Carta a los Corintios, solo unos años después de los hechos, nos escribe lo que hizo Jesús "en la noche en que iba a ser entregado". Hecho histórico fiel, pues si no le hubieran corregido los que participaron de la primera Cena, los que la fueron rememorando desde entonces. Podemos proclamar: "Tantum ergo Sacramentum / veneremur cernui – A un Sacramento tan grande / venerémoslo postrados".

   d) El Éxodo habla del cordero "sin defecto, macho, de un año" (Éxodo 12,5) del sacrificio. Jesús es el nuevo Cordero, que con la sangre derramada libremente en la cruz ha establecido una nueva y definitiva Alianza, en un acto de amor supremo: "los amó hasta el extremo" (Juan 13, 1   La letra de las Escrituras enseña lo ocurrido; lo que debes creer, la alegoría. La moral enseña qué es lo que hay que hacer; hacia dónde tender, la anagogía. «La Pascua puede tener un significado histórico, uno alegórico, uno moral y uno anagógico. Históricamente, la Pascua ocurrió cuando el ángel exterminador pasó por Egipto; alegóricamente, cuando la Iglesia, en el bautismo, pasa de la infidelidad a la fe; moralmente, cuando el alma, a través de la confesión y la contrición, pasa del vicio a la virtud; anagógicamente, cuando pasamos de la miseria de esta vida a los gozos eternos» (Sicardo de Cremona).

   Jesús es el "Siervo de Yahvé" que tenía que sufrir para que las injusticias fueran aplacadas, como entendió Edith Stein el drama que se estaba gestando para ella y para su pueblo en la Alemania de Hitler: «Allí, bajo la cruz, comprendí el destino del pueblo de Dios. Pensé: aquellos que saben que esta es la cruz de Cristo tienen el deber de cargar con ella, en nombre de todos los demás». No se habla aquí de culpables sino de perdón para la culpa. No hemos de incriminar a nadie.

   e) Jesús callaba ante las acusaciones... Es el supremo orden ético. Calla ante Caifás, calla ante Pilatos que se irrita por su silencio, calla ante Herodes que esperaba verle hacer un milagro (Cf. Lucas 23, 8). Silencio de Jesús que nos ayuda a comprender el silencio de Dios: «Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, pues con tu santa Cruz redimiste al mundo».

   f) Jesús, "sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía" nos da pistas para entender que también nosotros somos Cristo, que venimos de Dios para cumplir una misión, y a Dios volvemos cuando la hemos cumplido. "El Padre nos entregó a su Hijo para que tengamos vida eterna" (Jn 3, 16) y aunque no lo entendamos vemos ahí el cumplimiento de su misión por amor, que ilumina nuestra misión de dar la vida por amor. Y le decimos con el poeta: "No me tienes que dar porque te quiera, / pues, aunque lo que espero no esperara, / lo mismo que te quiero te quisiera".

   g) El agua es vida, pero en la cultura mediterránea hay tres elementos importantes: el pan de trigo, el vino y el aceite de oliva como dice el Salmo 104: el pan que se obtiene de la tierra, el vino que le alegra el corazón y el aceite, que da brillo a su rostro; representan la bondad de la creación, la fiesta (preparación de la vida eterna), están presentes en los sacramentos.

   También están en la enseñanza de Jesús: hará su primer milagro con vino en las Bodas de Caná donde habla del vino nuevo, que será el último milagro en la Santa Cena. Y la viña será imagen del canto de amor de Dios con los suyos, y también nos asociamos a Jesús con esta imagen: "yo soy la vid, vosotros los sarmientos".

   h) Es el "yo soy" divino que resuena desde el monte Sinaí: "soy" en el sentido presente y futuro: "y seré"… profecía de ese "Yo vendré con vosotros", estaremos injertados a Él como el sarmiento a la vid. El pan está presente desde la multiplicación de los panes hasta la Eucaristía, y los dos están unidos en ese «permanecer» en Él. En Juan 15,1-10 aparece diez veces el verbo griego ménein (permanecer, perseverar).

   Para eso, hemos de vivir las escenas del Evangelio, y con el ciego Bartimeo rezar: ¡Hijo de David, ten compasión de mi! ¡Señor, ten piedad! ¡Señor, ten piedad!

   Con la humildad del centurión: Señor, basta que tú digas una palabra y yo quedaré sano ¡Señor ten piedad!

   Con la fe del leproso te decimos: ¡Señor, si tú quieres, puedes curarme!.¡Señor, ten piedad!

   Con los apóstoles atemorizados te decimos: ¡Señor, sálvanos que perecemos! ¡Señor, ten piedad!

   Con la mujer cacanea te confiamos: ¡Señor, ayúdame! ¡Señor, ten piedad!

   Con el apóstol Pedro hundiéndose en las aguas: ¡Señor, sálvame! ¡Señor, ten piedad!

   Con Dimas el buen ladrón arrepentidos te suplicamos: ¡Acuérdate de mi ahora que estás en tu reino! ¡Señor, ten piedad!

   María nos muestra a Jesús para que vayamos a él: "Éste es el cordero que permanecía mudo y que fue inmolado; éste es el que nació de María, la blanca oveja; éste es el que fue tomado de entre la grey y arrastrado al matadero, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; éste es aquel cuyos huesos no fueron quebrados sobre el madero y que en la tumba no experimentó la corrupción; éste es el que resucitó de entre los muertos y resucitó al hombre desde las profundidades del sepulcro" (Helitón de sardes).

   A la Virgen María nos dirigimos: Oh primicia del pueblo humilde y del resto de Israel, sierva sufriente junto al Siervo sufriente, nueva Eva obediente junto al nuevo Adán, alcánzanos de Jesús, con tu intercesión la gracia de permanecer en él, bien unidos a ti. Amén.

jueves, 28 de marzo de 2024

Jueves Santo: el cáliz de la salvación es amor hasta el extremo, que nos enseña a amar (servir, pasar del egoísmo a la donación)

Jueves Santo: el cáliz de la salvación es amor hasta el extremo, que nos enseña a amar (servir, pasar del egoísmo a la donación)


Por la mañana: MISA CRISMAL

"Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír»" (Lucas 4,16-21)

El Jueves Santo está cargado de significación eclesial: es un día en el que se congrega la Iglesia como comunidad diocesana en torno a su pastor, el Obispo, para la consagración de los santos óleos, que se usan en los Sacramentos del Bautismo, Confirmación, Orden Sacerdotal y Unción de los Enfermos, signo de la donación del Espíritu Santo en diversas circunstancias de la vida; simbolizaron fortaleza, agilidad, medicina, buen olor: todas las significaciones que puedan ser relacionadas con los óleos santos, nos remiten al Espíritu de Dios, que en la Iglesia se nos comunica permanentemente por el Señor. El sacramento de la penitencia y de la reconciliación comunitaria, también encontró siempre en este día su ubicación privilegiada.

Jesús se reúne hoy con los discípulos, de entonces y de todos los tiempos: «los que crean en mí por la palabra de ellos» (Jn 17,20). Y pide: «Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así os envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad» (17,17ss). Para continuar su misma misión nos lo dice. Dice Jesús: «Por ellos me consagro yo». ¿Qué quiere decir? ¿No es «el Santo de Dios»? ¿Cómo puede ahora consagrarse, es decir, santificarse a sí mismo? En la Biblia «santo» y «santificar/consagrar» es "en primer lugar la naturaleza de Dios mismo, su modo de ser del todo singular, divino, que corresponde sólo a Él. Sólo Él es el auténtico y verdadero Santo en el sentido originario. Cualquier otra santidad deriva de Él, es participación en su modo de ser. Él es la Luz purísima, la Verdad y el Bien sin mancha. Por tanto, consagrar algo o alguno significa dar en propiedad a Dios algo o alguien, sacarlo del ámbito de lo que es nuestro e introducirlo en su ambiente, de modo que ya no pertenezca a lo nuestro, sino enteramente a Dios. Consagración es, pues, un sacar del mundo y un entregar al Dios vivo. La cosa o la persona ya no nos pertenece, ni pertenece a sí misma, sino que está inmersa en Dios. Un privarse así de algo para entregarlo a Dios, lo llamamos también sacrificio: ya no será propiedad mía, sino suya. En el Antiguo Testamento, la entrega de una persona a Dios, es decir, su «santificación», se identifica con la Ordenación sacerdotal y, de este modo, se define también en qué consiste el sacerdocio: es un paso de propiedad, un ser sacado del mundo y entregado a Dios. Con ello se subrayan ahora las dos direcciones que forman parte del proceso de la santificación/consagración. Es un salir del contexto de la vida mundana, un «ser puestos a parte» para Dios" (Benedicto XVI).

No es una segregación, sino ser puestos para representar a los otros. "El sacerdote es sustraído a los lazos mundanos y entregado a Dios, y precisamente así, a partir de Dios, debe quedar disponible para los otros, para todos". Cuando Jesús dice «Yo me consagro», se hace a la vez sacerdote y víctima: «Yo me sacrifico». Cuando Jesús dice: «Por ellos me consagro yo», se da "el acto sacerdotal en el que Jesús —el hombre Jesús, que es una cosa sola con el Hijo de Dios— se entrega al Padre por nosotros. Es la expresión de que Él es al mismo tiempo sacerdote y víctima. Me consagro, me sacrifico: esta palabra abismal, que nos permite asomarnos a lo íntimo del corazón de Jesucristo, debería ser una y otra vez objeto de nuestra reflexión. En ella se encierra todo el misterio de nuestra redención. Y ella contiene también el origen del sacerdocio de la Iglesia, de nuestro sacerdocio" (Benedicto XVI).

Y cuando dice «conságralos en la verdad» es la inserción de los apóstoles en el sacerdocio de Jesucristo, la institución de su sacerdocio nuevo para la comunidad de los fieles de todos los tiempos: es la verdadera oración de consagración para los apóstoles. El Señor pide que Dios los atraiga al seno de su santidad, los sustraiga de sí mismos y los tome como propiedad suya, para que, desde Él, puedan desarrollar el servicio sacerdotal para el mundo. Y Jesús añade: «Tu palabra es verdad». Esa inmersión es por la palabra de Dios, baño que los purifica, poder creador que los transforma en el ser de Dios. Nos da materia para examen en el día de hoy, si nos dejamos conducir por la Palabra y no por nuestras preferencias. La libertad absoluta del hombre es tan mala como las caricaturas de una humildad equivocada y una falsa sumisión que no queremos imitar. Cristo nos enseña la recta humildad, que corresponde a la verdad de nuestro ser, y esa obediencia que se somete a la verdad, a la voluntad de Dios: «Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad»… te pedimos, Señor, que tus palabras iluminen nuestra vida y nos llamen a ser siempre nuevamente discípulos de esa verdad que se desvela en la palabra de Dios. Tú, Señor, dijiste «Yo soy la verdad» (cf. Jn 14,6): haznos una sola cosa conmigo, Cristo. Sujétanos a ti, único sacerdote, participando nosotros del tuyo. Pero "unirse a Cristo supone la renuncia. Comporta que no queremos imponer nuestro rumbo y nuestra voluntad; que no deseamos llegar a ser esto o lo otro, sino que nos abandonamos a Él, donde sea y del modo que Él quiera servirse de nosotros. San Pablo decía a este respecto: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). En el «sí» de la Ordenación sacerdotal hemos hecho esta renuncia fundamental al deseo de ser autónomos, a la «autorrealización». Pero hace falta cumplir día tras día este gran «sí» en los muchos pequeños «sí» y en las pequeñas renuncias. Este «sí» de los pequeños pasos, que en su conjunto constituyen el gran «sí», sólo se podrá realizar sin amargura y autocompasión si Cristo es verdaderamente el centro de nuestra vida. Si entramos en una verdadera familiaridad con Él. En efecto, entonces experimentamos en medio de las renuncias, que en un primer momento pueden causar dolor, la alegría creciente de la amistad con Él; todos los pequeños, y a veces también grandes signos de su amor, que continuamente nos da. «Quien se pierde a sí mismo, se guarda». Si nos arriesgamos a perdernos a nosotros mismos por el Señor, experimentamos lo verdadera que es su palabra" (Benedicto XVI).

Señor, te pido hoy de nuevo que mi modo de ser, pensar, actuar sea a imagen tuya. Por la oración que sepa entrar en comunión personal contigo, sobre todo que la Eucaristía me haga vivir tu vida, «un cuerpo solo y una sola alma» contigo. En ti, Señor, verdad y amor son una misma cosa. Y el amor verdadero es exigente. Ayúdame a reconocerlo en los que sufren, en los pobres, en los pequeños de este mundo; entonces nos convertimos en personas que sirven, que reconocen a sus hermanos y hermanas, y en ellos te veré a ti, Jesús.

«Conságralos en la verdad», es tu oración de hoy, Jesús: «Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad» (Jn 17,19). Tantas religiones buscan dar cauce al deseo de Dios que hay en el hombre… tú, Jesús, nos tocas en la profundidad de nuestro ser. Benedicto XVI cuenta su testimonio: "La víspera de mi Ordenación sacerdotal, hace 58 años, abrí la Sagrada Escritura porque todavía quería recibir una palabra del Señor para aquel día y mi camino futuro de sacerdote. Mis ojos se detuvieron en este pasaje: «Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad». Entonces me di cuenta: el Señor está hablando de mí, y está hablándome a mí. Y lo mismo me ocurrirá mañana. No somos consagrados en último término por ritos, aunque haya necesidad de ellos. El baño en el que nos sumerge el  Señor es Él mismo, la Verdad en persona. La Ordenación sacerdotal significa ser injertados en Él, en la Verdad. Pertenezco de un modo nuevo a Él y, por tanto, a los otros, «para que venga su Reino». Queridos amigos, en esta hora de la renovación de las promesas queremos pedir al Señor que nos haga hombres de verdad, hombres de amor, hombres de Dios. Roguémosle que nos atraiga cada vez más dentro de sí, para que nos convirtamos verdaderamente en sacerdotes de la Nueva Alianza. Amén".

Misa vespertina de la Cena del Señor

 

Lecturas:

   1. Éxodo 12, 1-8. 11-14: En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: -«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: "El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.

   Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor.

   Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis; cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones."»

   2. Salmo 115, 12-13. 15-16bc. 17-18: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre.

   Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava; rompiste mis cadenas.

   Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo.

   3. I Corintios 11, 23-26: Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: -«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: -«Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.      

   4. Juan 13,1-15: "Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.

   Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?». Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde». Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza». Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos».

   Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros»".

 

B. Comentario:   

   1. El Éxodo nos cuenta aquel momento de la primera pascua cuando se preparan para salir de Egipto los judíos, la comida del cordero, el día del paso del Señor, cuando la sangre era signo de salvación.

   No sabemos si Jesús siguió la cena judía, pero en cualquier caso hacía la cena acostumbrada en sus ocho partes: 1. Encendido de las luces de la fiesta. 2. La bendición de la fiesta (Kiddush), todos a la mesa, bendiciendo la primera copa y tomando hiervas. 3. La historia de la salida de Egipto (Hagadah), y se servían la segunda copa de vino y leían Éxodo, capítulo 12. Se asaba en un asador en forma de cruz el cordero, sin romper ningún hueso. 4. Oración de acción de gracias por la salida de Egipto. Todos se ponían de pie y recitaban el salmo 113. 5. La solemne bendición de la comida. 6. La cena pascual. 7. Bebida de la tercera copa de vino: la copa de la bendición. 8. Bendición final (leyendo Números 6,24-26) y con una cuarta copa, "de Melquisedec". La Pascua judía era y sigue siendo una fiesta familiar, se celebraba en la casa. Se vive en recuerdo del Éxodo, en aquella noche oscura en que el caos se convierte en salvación.

   2. "El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor".  Este cáliz es identificado por la tradición cristiana con «la copa de la bendición» (1 Cor 10,16), con la «copa de la Nueva Alianza» (1 Cor 11,25; Luc 22,20): expresiones que en el Nuevo Testamento hacen referencia precisamente a la Eucaristía.

   3. Los sentimientos de Jesús en esa despedida de hoy son impresionantes. Cuando algunos se dan una fotografía y unas palabras de recuerdo… él se queda, nos ofrece su cuerpo. San Pablo narra: "Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: -«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: -«Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva". La liturgia define el Jueves santo como «el hoy eucarístico», el día en que «nuestro Señor Jesucristo encomendó a sus discípulos la celebración del sacramento de su Cuerpo y de su Sangre» (Canon romano, Jueves santo). Antes de ser inmolado en la cruz el Viernes santo, instituyó el sacramento que perpetúa su ofrenda en todos los tiempos. En cada santa misa, la Iglesia conmemora ese evento histórico decisivo. Con profunda emoción el sacerdote se inclina, ante el altar, sobre los dones eucarísticos, para pronunciar las mismas palabras de Cristo «la víspera de su pasión». Desde aquel Jueves santo de hace casi dos mil años hasta esta tarde… la Iglesia vive mediante la Eucaristía, se deja formar por la Eucaristía, y sigue celebrándola hasta que vuelva su Señor. Dice también san Agustín: «come la vida, bebe la vida: tendrás la vida y esa vida es íntegra» (Sermón 131, I, 1).  

   «Salve, verdadero cuerpo, nacido de María Virgen»; así reza hoy la Iglesia: «Concédenos pregustarte en el momento decisivo de la muerte». Sí, tómanos de la mano, oh Jesús eucarístico, en esa hora suprema que nos introducirá en la luz de tu eternidad: «O Iesu dulcis! O Iesu pie! O Iesu, fili Maria".

   4. Jesús les lavó los pies dándonos un ejemplo de servicio. En la Última Cena, Jesús se quedó con nosotros en el pan y en el vino, nos dejó su cuerpo y su sangre. Es el jueves santo cuando instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. Al terminar la última cena, Jesús se fue a orar, al Huerto de los Olivos. Ahí pasó toda la noche y después de mucho tiempo de oración, llegaron a prenderlo. Son los momentos en que sale de los muros de lo seguro y va a lo nuevo, a darnos nuestra libertad.

   El lavatorio de los pies significa el servicio que ha de ser punto de referencia para nuestra actitud. Gracias, Señor, por tu levantarse de la mesa, despojarte de las vestiduras de gloria, inclinarte hacia nosotros en el misterio del perdón, el servicio de la vida y de la muerte humanas. Quiero dejarme lavar por ti, Señor, para no rechazar tu amor. Cuenta Ratzinger: "Judas representa al hombre que no quiere ser amado, al hombre que piensa sólo en poseer, que vive únicamente para las cosas materiales. Por esta razón, San Pablo dice que la avaricia es idolatría (Col 3,5), y Jesús nos enseña que no es posible servir a dos señores. El servicio de Dios y el de las riquezas se excluyen entre sí; el camello no pasa por el hondón de la aguja (Mc 10,25)". Pero hay otro tipo de rechazo de Dios; además del rechazo del materialista, se da también el del hombre religioso, representado aquí por Pedro. "Existe el peligro que San Pablo llamó «judaísmo» y que es duramente criticado en las cartas paulinas; consiste este peligro en que el «devoto» no quiera aceptar la realidad, es decir, no quiera aceptar que también él tiene necesidad del perdón, que también sus pies están sucios. El peligro que corre el devoto consiste en pensar que no tiene necesidad alguna de la bondad de Dios, en no aceptar la gracia; es el riesgo a que se halla expuesto el hijo mayor en la parábola del hijo pródigo, el riesgo de los obreros de la primera hora (Mt 20,1-16), el peligro de aquellos que murmuran y sienten envidia porque Dios es bueno. Desde esta perspectiva, ser cristiano significa dejarse lavar los pies o, en otras palabras, creer".

   Aceptar el lavatorio de los pies significa tomar parte en la acción del Señor, compartirla nosotros mismos, dejarnos identificar con este acto. Aceptar esta tarea quiere decir: continuar el lavatorio, lavar con Cristo los pies sucios del mundo. Jesús dice: «Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros» (13,14). No puedo amar en general, sino con los que tengo al lado, con los hermanos. El amor  universal no existe si no es también concreto, como señalaba Dovstojeski: "¿por qué será que cuanto más amo a la humanidad, más me fastidian los hombres?"

   "Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio». El bautizado, ¿por qué y en qué sentido hay necesidad de lavarse los pies? Mientras vivimos aquí abajo, nuestros pies pisan la tierra de este mundo: son los afectos a purificar, como en la oración dominical al decir: perdona nuestras deudas. Todos los días, cuando rezamos el Padrenuestro, el Señor se inclina hacia nosotros, toma una toalla y nos lava los pies.

   San Agustín tenía un dilema entre la oración y la labor de pastor, y señala que cuando acudimos al trabajo apostólico, nos ensuciamos inevitablemente los pies. Pero los ensuciamos por la causa de Cristo, porque aguarda fuera la multitud y no hay otro modo de llegar a ella que metiéndonos en la inmundicia del mundo, en medio de la cual se encuentra: «Y he aquí que me levanto y abro. ¡Oh Cristo, lava nuestros pies: perdona nuestras deudas, porque nuestro amor no se ha extinguido, porque también nosotros perdonamos a nuestros deudores! Cuando te escuchamos, exultan contigo en el cielo los huesos humillados. Pero cuando te predicamos, pisamos la tierra para abrirte paso; y, por ello, nos conturbamos si somos reprendidos, y si alabados, nos hinchamos de orgullo. Lava nuestros pies, que ya han sido purificados, pero que se han ensuciado al pisar los caminos de la tierra para abrirte la puerta".

 

 

 

TRIDUO PASCUAL. Introducción

TRIDUO PASCUAL. Introducción

   Entramos en los tres días de preparación a la Pascua, a la fiesta más importante del año (aunque Navidad es más popular, e igualmente importante pues sin la Pascua de venir Jesús al mundo no habría la Pascua de resucitar).

   El jueves se bendicen los sagrados óleos para el bautismo, para la unción de los enfermos, y el crisma. Luego, por la tarde, después de la misa «in cena Domini», habrá tiempo para la adoración, como para responder a la invitación que Jesús dirigió a sus discípulos en la dramática noche de su agonía: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mateo 26,38).

   El Viernes santo es un día de profunda emoción, en el que la Iglesia nos hace volver a escuchar el relato de la pasión de Cristo. La «adoración» de la cruz será el centro de la acción litúrgica que se celebrará ese día, mientras la comunidad eclesial ora intensamente por las necesidades de los creyentes y del mundo entero.

   A continuación viene una fase de profundo silencio. Todo callará hasta la noche del Sábado santo. En el centro de las tinieblas irrumpirán la alegría y la luz con los sugestivos ritos de la Vigilia pascual y el canto gozoso del «Aleluya». Será el encuentro, en la fe, con Cristo resucitado, y la alegría pascual se prolongará a lo largo de los cincuenta días que seguirán.

   La penitencia cuaresmal es el tiempo favorable para acoger la misericordia divina. El examen de conciencia nos ayuda, para espejearnos en la imagen de Jesús: ¿he puesto a Dios como el centro de mi vida, sin que dominen en mi la preocupación económica, salud, prestigio o imagen social? ¿Pongo los medios para ir creciendo en el amor? ¿Cómo participo en la eucaristía? ¿Y cómo voy en el servicio: en mi familia y amigos, en el trabajo y participación ciudadana, en la Comunidad? ¿Y el uso de mi dinero, deberes de justicia? ¿Y la calidad de mis relaciones humanas: amabilidad, simpatía, hacer la vida agradable a los demás? ¿Soy rencoroso, o sé hacer las paces y reconciliarme con los demás? Perdonándonos unos a otros, nos abrimos al perdón de nuestros pecados y podemos rezar: Padre nuestro...

 

 

martes, 26 de marzo de 2024

Semana Santa, miércoles: poner nuestro corazón en los sentimientos de Jesús, para que estemos con Él y no le traicionemos.

Semana Santa, miércoles: poner nuestro corazón en los sentimientos de Jesús, para que estemos con Él y no le traicionemos.

 

A. Lecturas:

   1. Isaías 50,4-9: El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar? Todos ellos se gastarán como un vestido, se los comerá la polilla.

   2. Salmo 69,8-10.21-22.31.33-34: Por ti he soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro; / me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi madre: / porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian. / La vergüenza me destroza el corazón, y no tengo remedio. Espero compasión y no la encuentro, en vano busco un consuelo: / pusieron veneno en mi comida, y cuando tuve sed me dieron vinagre. / Así alabaré con cantos el nombre de Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias; / que lo vean los humildes y se alegren, que vivan los que buscan al Señor: / porque el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos.

   3. "En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?». Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.

   El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?». Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: 'El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos'». Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.

   Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará». Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?». Él respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!». Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?». Dícele: «Sí, tú lo has dicho»" (Mateo 26,14-25).

 

B. Comentario:

   1. Isaías habla de Jesús y de en medio de sus sufrimientos piensa en los demás; y busca hacer siempre lo que el Padre quiere. Este tercer canto del Siervo (el cuarto y último, más largo y dramático, lo escuchamos el Viernes Santo) sigue la descripción poética de la misión del Siervo, pero con una carga cada vez más fuerte de oposición y contradicciones. La misión que le encomienda Dios es dramática, y está lleno el hijo de confianza en la ayuda de Dios. Estos días veremos que la «humillación» va unida a la «exaltación». Jesús sabía que su muerte sería una victoria, y por eso dirá san Pablo que «al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el Cielo, en la tierra, en el abismo; porque el Señor se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de Cruz; por eso Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Filipenses 2,10.8.11). Y rezamos hoy en la Colecta: «Oh Dios, que para librarnos del poder del enemigo quisiste que tu Hijo muriese en la Cruz; concédenos alcanzar la gracia de la Resurrección». Es el motivo de su muerte, nuestra liberación, como insiste la Antífona  para la comunión: «El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20,28).

   2. El Salmo sigue con esta misión de amor de Jesús al Padre: "por Ti he soportado afrentas… me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi madre: porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian… Así alabaré con cantos el nombre de Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias". Insiste tanto en el dolor como en la confianza. Es el intenso sufrimiento de un justo perseguido a causa de su celo por Dios. Nosotros sabemos que ese justo es precisamente Jesucristo y, en su debida proporción, también la Iglesia. Tendremos que sufrir injurias y vergüenzas, y ser considerados como personas extrañas. Esto jamás debe desanimarnos en el testimonio de fe que hemos de dar, pues en el anuncio del Evangelio debemos recordar aquellas palabras de Jesús: "En el mundo tendrán tribulaciones; pero ¡ánimo! yo he vencido al mundo".

   En la historia de la humanidad no ha sucedido nada más grande, de mayor valor. Nos disponemos a vivir con devoción, con amor, los días más importantes para nuestra fe y seguir a Cristo, salvador del hombre. La Semana santa nos lleva a meditar en el sentido de la cruz, en la que alcanza su culmen la revelación del amor misericordioso de Dios… Nos ha salvado su infinita misericordia. Para sacarnos del pecado y del miedo, de la tristeza y la oscuridad. ¿Cómo no darle gracias? La historia está iluminada y dirigida por la fiesta del perdón: Dios, rico en misericordia, ha derramado sobre todo ser humano su infinita bondad por medio del sacrificio de Cristo. ¿Cómo manifestar de modo adecuado nuestro agradecimiento? Nos reconocemos pecadores y confesamos nuestra ingratitud, nuestra infidelidad y nuestra indiferencia ante su amor. Necesitamos su perdón, que nos purifique y sostenga en el esfuerzo de conversión interior y de constante renovación del espíritu. «Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito; limpia mi pecado» (Salmo 50,3-4). Estas palabras, que nos han acompañado durante la cuaresma, ahora las ponemos ante Cristo que está para ser crucificado. ¿Cómo no arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos al amor?, ¿cómo no reparar concretamente los males causados a los demás y restituir los bienes conseguidos de modo ilícito? El perdón exige gestos concretos: el arrepentimiento sólo es verdadero y eficaz cuando se traduce en obras concretas de conversión y justa reparación.

   3. Judas Iscariote entrega a Jesús. Siempre me ha dado pena que dos días seguidos de Semana Santa se dedique la lectura del Evangelio a esta traición, para mi gusto otros pasajes son mejores para vivir esos días centrales de nuestra fe. Cuando Jesús quiere celebrar la Pascua de despedida de los suyos, como signo entrañable de amistad y comunión, uno de ellos ya ha concertado la traición y las treinta monedas (el precio de un esclavo, según Exodo 21,32). Pedimos hoy en la liturgia: «por tu fidelidad, ayúdame, Señor». Mañana con la misa crismal comienza el triduo pascual. Quiero contemplarte, Jesús, mirar tu entrega y seguirte, sin traiciones, y verte en la santa cena, donde se acrisolan los afectos con el dolor.

   "El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?». Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: 'El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos'». Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua". "El que todo lo sabe dijo a los apóstoles: Id a casa de tal persona. Dichoso el que por la fe puede recibir al Señor, preparando su corazón a modo de cenáculo y disponiendo con devoción la cena... Estando, oh Señor, a la mesa con tus discípulos, expresaste místicamente tu santa muerte, por la cual los que veneramos tus sagrados padecimientos somos liberados de la corrupción. El que escribió en el Sinaí las tablas de la ley comió la pascua antigua, la de la sombra y figuras, y se hizo a Sí mismo Pascua y mística hostia viviente..." (San Andrés de Creta). Y ahí, en ese ambiente de intimidad y entrega, sufre Jesús la traición. A lo largo del tiempo, la historia de Judas se repite. Es el misterioso y desconcertante proceder de la condición humana.

   "Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará»". ¿Acaso soy yo, Señor, el que te entrega? ¿Lo amamos o vivimos traicionándolo y sólo queriendo aprovecharnos de Él, conforme a nuestros intereses, muchas veces por desgracia, mezquinos? No importa si en el examen vemos pecado, lo importante es abrirnos a la gracia del Señor, celebrar la Pascua (paso de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida). Hay muchas maneras de dirigirse a Dios. Una de ellas es, por supuesto, desde el sentimiento. Sin embargo, los sentimientos son un instrumento de doble filo. Por un lado, muestran algo realmente humano de la persona que los emplea. Pero, por otro lado, existe el peligro de que nos esclavicen, es decir, tienen una facilidad para el bien cuando están a favor, y falta de discernimiento y enfermedad para la voluntad, cuando se absolutiza un aspecto de la realidad, con su complicidad: "¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?" El ejemplo de Judas, es el de estar arrebatado por sentimientos de envidia y avaricia. Es capaz de entregar a Aquel que sólo le ha demostrado amor y compasión, simplemente porque se ha dejado dominar por un aspecto: la codicia. ¡Qué importante, adquirir una auténtica educación del corazón, participar de los sentimientos de Jesús para que los nuestros sean de amor! "¿Dónde podrá encontrarse ni siquiera el símbolo de un amor semejante? Así amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito. Me amó a mí, también a mí, y se entregó a la muerte por mí. Un aspecto fundamental de la vida espiritual es tomar en serio esta realidad; Dios y yo; no la turba... yo. Dios me ama a mí, muere por mí, viene a mí... Un hombre, yo, soy el centro del amor divino. Lo que hace por mí, lo hace con infinito amor personal. Si en una familia la madre ama a cada uno de sus hijos como si fuese el único, y aunque sean diez los hermanos si uno enferma la madre enferma porque es su hijo; en forma mucho más perfecta todavía Dios me ama a mí, y todo lo que hace lo hace por mí... Si yo llegara a tomar en serio esta realidad. ¡Jesús muere por mí! ¡Qué arranques de amor sacaría de mi pobre alma, el comprender algo siquiera de lo que Cristo ha hecho por mí! ¡Mi vida sería entonces entera para Él! Si Él dio su vida por mí, dé yo mi vida por Él... y dándola como Él" (San Alberto Hurtado).

   En algunos lugares de América, las imágenes de Cristo crucificado muestran una llaga profunda en la mejilla izquierda del Señor, esa llaga representa el beso de Judas. Si nos sentimos débiles ante alguna tentación, ¡corramos a protegernos en manos de María, para no caer en la traición! ¡Vamos al Sacramento de la Penitencia! Allí nos espera el Señor, como el padre de la parábola del hijo pródigo, para darnos un abrazo y ofrecernos su amistad. Continuamente sale a nuestro encuentro, aunque hayamos caído bajo, muy bajo. ¡Siempre es tiempo de volver a Dios! No reaccionemos con desánimo, ni con pesimismo. No pensemos: ¿qué voy a hacer yo, si soy un cúmulo de miserias? ¡Más grande es la misericordia de Dios! ¿Qué voy a hacer yo, si caigo una vez y otra por mi debilidad? ¡Mayor es el poder de Dios, para levantarnos de nuestras caídas!

   Grandes fueron los pecados de Judas y de Pedro. Los dos traicionaron al Maestro: uno entregándole en manos de los perseguidores, otro renegando de Él por tres veces. Y, sin embargo, ¡qué distinta reacción tuvo cada uno! Para los dos guardaba el Señor torrentes de misericordia. Pedro se arrepintió, lloró su pecado, pidió perdón, y fue confirmado por Cristo en la fe y en el amor; con el tiempo, llegaría a dar su vida por Nuestro Señor. Judas, en cambio, no confió en la misericordia de Cristo. Hasta el último momento tuvo abiertas las puertas del perdón de Dios, pero no quiso entrar por ellas mediante la penitencia.

    En su primera encíclica, Juan Pablo II habla del derecho de Cristo a encontrarse con cada uno de nosotros en aquel momento-clave de la vida del alma, que es el momento de la conversión y del perdón. ¡No privemos a Jesús de ese derecho! ¡No quitemos a Dios Padre la alegría de darnos el abrazo de bienvenida! ¡No contristemos al Espíritu Santo, que desea devolver a las almas la vida sobrenatural! Pidamos a Santa María, Esperanza de los cristianos, que no permita que nos desanimemos ante nuestras equivocaciones y pecados, quizá repetidos.

Llucià Pou Sabaté

Semana santa, martes: Jesús sufre traición y penas de todo tipo, pero sabe que es necesario pasar por ahí, para salvarnos

Semana santa, martes: Jesús sufre traición y penas de todo tipo, pero sabe que es necesario pasar por ahí, para salvarnos

 

A. Lecturas:

   1. Isaías 49,1-6: ¡Escúchenme, costas lejanas, presten atención, pueblos remotos! / El Señor me llamó desde el seno materno, / desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre. / 2 Él hizo de mi boca una espada afilada, / me ocultó a la sombra de su mano; / hizo de mí una flecha punzante, / me escondió en su aljaba. / 3 Él me dijo: "Tú eres mi Servidor, Israel, / por ti yo me glorificaré". / 4 Pero yo dije: "En vano me fatigué, / para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza". / Sin embargo, mi derecho está junto al Señor / y mi retribución, junto a mi Dios. / 5 Y ahora, ha hablado el Señor, / el que me formó desde el seno materno / para que yo sea su Servidor, / para hacer que Jacob vuelva a él / y se le reúna Israel. / Yo soy valioso a los ojos del Señor / y mi Dios ha sido mi fortaleza. / 6 Él dice: "Es demasiado poco que seas mi Servidor / para restaurar a las tribus de Jacob / y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; / yo te destino a ser la luz de las naciones, / para que llegue mi salvación / hasta los confines de la tierra".

   2. Salmo 70: A ti, Señor, me acojo: / no quede yo derrotado para siempre; / tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, / inclina a mí tu oído, y sálvame. // Se tú mi roca de refugio, / el alcázar donde me salve, / porque mi peña y mi alcázar eres tú. / Dios mío, líbrame de la mano perversa (…) / porque tú, Dios mío, / fuiste mi esperanza y mi confianza, / Señor, desde mi juventud. // En el vientre materno ya me apoyaba en ti, / en el seno tú me sostenías, / siempre he confiado en ti (…) / Llena estaba mi boca de tu alabanza / y de tu gloria, todo el día. // (…) Dios mío, me instruiste desde mi juventud, / y hasta hoy relato tus maravillas.

   3. Juan 13,21-33.36-38: "En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando». Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?». Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, lo toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.

   Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros». Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces»".

 

B. Comentario:

   1. Isaías nos cuenta su vocación, como Dios desde siempre nos ha pensado y amado: "El Señor me llamó desde el seno materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre… el que me formó desde el seno materno para que yo sea su Servidor... Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza. Él dice: …yo te destino a ser la luz de las naciones,  para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra". Gratuidad total de la llamada y del amor de Dios. ¡Dios es el primero en amar! «En esto consiste su amor: no hemos amado nosotros a Dios, es Él quien nos ha amado» (Juan 4,7).

   Será como una espada, porque tendrá una palabra eficaz («mi boca, una espada afilada»), y será como una flecha que el arquero guarda en su aljaba para lanzarla en el momento oportuno. En este segundo canto de Isaías aparece ya la oposición, el Siervo no tendrá éxitos fáciles y más bien sufrirá momentos de desánimo: «yo pensaba: en vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». Le salvará la confianza en Dios: «mi salario lo tenía mi Dios». La queja del Siervo («en vano me he cansado») se repite en sus labios: «¿no habéis podido velar una hora conmigo?... Padre, ¿por qué me has abandonado?». En verdad «era de noche». A pesar de que Él es la Luz. Nuestra atención se centra estos días en este Jesús traicionado, pero fiel. Abandonado por todos, pero que no pierde su confianza en el Padre: «ahora es glorificado el Hijo del Hombre... pronto lo glorificará Dios». A la vez que admiramos su camino fiel hacia la cruz, podemos reflexionar sobre el nuestro: ¿no tendríamos que ser cada uno de nosotros, seguidores del Siervo con mayúsculas, unos siervos con minúsculas que colaboran con Él en la evangelización e iluminación de nuestra sociedad?, ¿somos fieles como Él? Tal vez tenemos momentos de crisis, en que sentimos la fatiga del camino y podemos llegar a dudar de si vale o no la pena seguir con la misión y el testimonio que estamos llamados a dar en este mundo. Muchas veces estas crisis se deben a que queremos éxitos a corto plazo, y hemos aceptado la misión sin asumir del todo lo de «cargar con la cruz y seguir al maestro». Cuando esto sucede, ¿resolvemos nuestros momentos malos con la oración y la confianza en Dios?

   2. Confianza que subraya muy bien el salmo: «a ti, Señor, me acojo, no quede yo derrotado para siempre... sé tú mi roca de refugio... porque tú fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud». Jesús es el verdadero Siervo, luz para las naciones, el que con su muerte va a reunir a los dispersos, el que va a restaurar y salvar a todos: "Inclina a mí tu oído, y sálvame. Se tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve… tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías,  siempre he confiado en ti". Preciosa perspectiva de toda nuestra vida desde el seno materno.

   3. En el Evangelio vemos que Jesús, "estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará»". Imagino que sufres, Señor, por inminencia de la traición de los tuyos. El diablo, como un perro, ronda ladrando para atacarnos… y de hecho pecamos con frecuencia. En la Colecta pedimos: «Dios Todopoderoso y eterno, concédenos participar tan vivamente en las celebraciones de la Pasión del Señor que alcancemos tu perdón», perdón más fuerte que nuestras flaquezas: «Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros» (Rom 8,32, diremos antes de la comunión). Y en la Postcomunión volvemos a pedir: «Señor, Tú que nos has alimentado con el cuerpo y la sangre de tu Hijo, concédenos que este mismo sacramento, que sostiene nuestra vida temporal, nos lleve a participar de la vida eterna». A esto viene Jesús estos días, como recuerda San Andrés de Creta hablando de Cristo como luz: «La Encarnación de Cristo es como el sol que penetra e ilumina las almas, las cuales ya no permanecen a oscuras por causa de las tempestades de este mundo, que las envanecen y aturden, o por efecto de la abundancia de las riquezas y de las dotes y cualidades que las ofuscan y pervierten. La gloriosa Luz de Cristo es Luz que de verdad ilumina. Y es un misterio que junto a Cristo, que es la verdad, "Luz de las naciones", pueda haber gente con oscuridad…

   "Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche". Es el momento dramático que tendrá el momento máximo el Viernes Santo, y que empieza hoy. Siempre es de noche cuando uno se aleja del que es «Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero». El pecador es el que vuelve la espalda al Señor para ser egoísta. San Agustín describe el pecado como «un amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios». Una traición, un no querer depender de Dios, "no tener necesidad del amor eterno, sino que deseamos dominar nuestra vida por nosotros mismos» (Benedicto XVI). Se puede entender que Jesús, aquella noche, se haya sentido «turbado en su interior» (Juan 13,21). "Afortunadamente, el pecado no es la última palabra. Ésta es la misericordia de Dios. Pero ella supone un "cambio" por nuestra parte. Una inversión de la situación que consiste en despegarse de las criaturas para vincularse a Dios y reencontrar así la auténtica libertad. Sin embargo, no esperemos a estar asqueados de las falsas libertades que hemos tomado, para cambiar a Dios". Según denunció Bourdaloue, «querríamos convertirnos cuando estuviésemos cansados del mundo o, mejor dicho, cuando el mundo se hubiera cansado de nosotros». Seamos más listos. Decidámonos ahora. La Semana Santa es la mejor ocasión. En la Cruz, Cristo abre sus brazos a todos. Nadie está excluido. Todo ladrón arrepentido tiene su lugar en el paraíso. Eso sí, a condición de cambiar de vida y de reparar, como el del Evangelio: «Nosotros, en verdad, recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no hizo mal alguno» (Lc 23,41, Jean Gottigny).

      Hoy nos da pena que el Evangelio de la Misa termine con el anuncio de que los Apóstoles dejarían solo a Cristo durante la Pasión. Jesús, me gusta verte glorificado, cuando contemplo la traición de hoy, que por treinta monedas de plata, "el excremento del diablo" —como califica Papini al dinero— deslumbrado por no sé qué cosas te traicionó. Había una niña que veía la Pasión, en una representación teatral, y al ver la desesperación de Judas se le oyó decir a la pobre: "¡mamá, ¿por qué no va a la Virgen?" Y es verdad, podía haber ido a buscar el consuelo, el perdón…

   Jesús, con Juan recostado en su pecho… Sí, Tú, Señor, has aceptado estos gestos sencillos. No te has avergonzado de haber necesitado este afecto... de poder hablar con verdaderos amigos... Pedro le dice que pregunte al Maestro…: Pedro toma la iniciativa - prioridad oficial-, pero es Juan el que hace el encargo delicado. Cada uno tiene su sitio particular. Todos no pueden hacer todo. Ayúdame, Señor, a cumplir bien mi cometido, y en mi sitio. Durante estos días santos, quisiera, a mi manera, vivir contigo, Señor. Ofrecerte mi amistad. Procuraré pensar mucho más en Ti en el curso de estos días venideros… Tu soledad ¡oh Jesús! es total. Has ido hasta el límite de la condición humana. El hombre que más solo se encuentre a la hora de la muerte, puede reconocerse en Ti (Noel Quesson).

Llucià Pou Sabaté

domingo, 24 de marzo de 2024

Domingo de Ramos, ciclo B. Gracias, Jesús, por el amor que nos tienes, causa de tu entrega hasta la muerte. Ayúdame a vivir esta semana siguiendo tus pasos, ese amor que te llevó a tanto…

Domingo de Ramos, ciclo B. Gracias, Jesús, por el amor que nos tienes, causa de tu entrega hasta la muerte. Ayúdame a vivir esta semana siguiendo tus pasos, ese amor que te llevó a tanto…

 

A. Lecturas:

   1. Isaías 50,4-7: Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

   2. Salmo 21,8-9.17-18a.19-20.23-24: Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere.»

   Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos.

   Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

   Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel.

   3. Filipenses 2,6-11: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

   4. Marcos 14,1-15,47: "Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los letrados y el sanedrín en pleno, prepararon la sentencia; y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: ¿Eres tú el rey de los judíos? Él respondió: -Tú lo dices. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: -¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.

   Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó: -¿Queréis que os suelte al rey de los judíos? Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: -¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos? Ellos gritaron de nuevo: -Crucifícalo. Pilato les dijo: -Pues ¿qué mal ha hecho? Ellos gritaron más fuerte: -Crucifícalo. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

   Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: -¡Salve, rey de los judíos! Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante Él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.

   Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «La Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero Él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con Él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice:- «Lo consideraron como un malhechor.» Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: -¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz. Los sumos sacerdotes se burlaban también de Él diciendo: -A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos. También los que estaban crucificados con Él lo insultaban. Al llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: -Eloí, Eloí, lamá sabaktaní. (Que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?) Algunos de los presentes, al oírlo, decían: -Mira, está llamando a Elías. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo: -Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo. Y Jesús, dando un fuerte grito expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: -Realmente este hombre era Hijo de Dios".

 

B. Comentario:

   S. Bernardo nos recuerda que "no sin motivo la Iglesia, que tiene el espíritu de aquel Señor que es su esposo y su Dios, presenta hoy unidas de modo nuevo y maravilloso la pasión y la procesión; siendo así que la procesión lleva consigo el aplauso; la pasión, el llanto. En la procesión está representada la gloria de la patria soberana, y en la pasión el camino para llegar a ella. Si en la procesión te vino al pensamiento aquella gloria que esperamos y aquel gozo, grande sobremanera, que tendremos al ser arrebatados en las nubes para encontrar a Cristo en los cielos; si con todo tu deseo aspiras a ver aquel día, en que será recibido Jesucristo Nuestro Señor en la Jerusalén celestial, llevando el triunfo de la victoria,... aprende en la pasión el camino por donde debes ir. La tribulación presente es el camino de la vida, el camino de la gloria, el camino de la ciudad que merece habitarse, el camino del reino" (In dom. palmorum, I,2).

   1. El Siervo de Yahvé permanece firme en el sufrimiento, en la ignominia, en el aparente fracaso. Atento discípulo de la Palabra de Dios, profeta y maestro de sabiduría con el pueblo, con su suerte prefigura la de Cristo, el humilde que no opuso resistencia a la voluntad del Padre ni se sustrajo a la maldad de los hombres, seguro de que el designio de Dios es don de salvación que se ofrece a todos: "El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás".

   Jesús no se echa atrás a la hora de beber su cáliz: "Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos".

   2. La angustiosa protesta del inicio del salmo -que el viernes santo Jesús recitará en la cruz- es de un hombre angustiado: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" El salmo es siempre actual, como es actual el sufrimiento de los hombres, como es actual el grito de quien está roto de cuerpo y espíritu. El enfermo moribundo, el que sufre por tantos motivos… es siempre el que recita con Jesús este salmo. Se puede decir —según la estupenda expresión de Paul Claudel— que realmente Cristo ha cargado sobre si la paga de nuestras miserias...

   Sigue con las afrenta que recibe el crucificado: "Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que le ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere.»"

   También se ve el dolor de Jesús: "Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores: me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos".

   Ese dolor se abre al amor del Padre: "Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme".

   Por fin, la salvación y la nueva asamblea de la Iglesia: "Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alabadlo, linaje de Jacob, glorificadlo, temedlo, linaje de Israel". Se abre con un grito al triunfo. Ha llegado la liberación  esperada. Esta última parte contiene los elementos esenciales de nuestra liturgia,  especialmente de la eucaristía. Un banquete en el que participan todos sin distinciones y  donde existe una única mesa para todos los hermanos. Es memorial, es decir, conmemoración de los acontecimientos que tienen como  protagonista al Señor, que toma partido por la gente humillada, indefensa, pisoteada. Que  interviene para salvar y liberar. Es acción de gracias, que es mucho más que un simple agradecer. Es el tomar  conciencia de la gracia en acción aquí y ahora (Alessandro Pronzato).

   3. La carta a los Filipenses nos transmite lo que sería entonces un himno litúrgico, que habla de cómo Jesús se abaja, y cómo sube por esa humildad: "Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos". Gracias, Jesús, por aceptar hacerte hombre como nosotros, tomar contigo todos nuestros bienes y males, hacer tuyos nuestros pecados, tú, el inocente que se sacrifica por mí.

   "Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz".

   Me gusta, Jesús, tenerte en el cielo, a ti que eres Dios y hombre, que nos conduce suavemente hacia la salvación. Quiero adorarte y seguirte, con las palabras de este himno: "Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: « ¡Jesucristo es Señor!», para gloria de Dios Padre".

   3. Aunque Jesús no era ni blasfemo ni agitador político, murió condenado por el Sanedrín judío, por ambas causas. La institución religiosa y el poder político van de la mano para tal injusticia. Jesús no se defiende. Calla ante Pilato. La causa de la muerte está escrita en lo alto de la cruz: "Jesús Nazareno, Rey de los judíos".

   La flagelación es una práctica cruel. Muchos mueren en esa tortura. Luego viene la coronación de espinas y las burlas, y el camino de la Cruz (via crucis). Luego, eso que la gente llama "casualidades" y que son planes de Dios: un hombre que venía del campo, un campesino que se llamaba Simón, ayuda a Jesús a llevar la Cruz. Este era padre de Alejandro y Rufo, serían conocidos por los primeros cristianos.

   Jesús sufre en la cruz. La mezcla de vino con mirra se daba a los ajusticiados, y era una especie de analgésico. Jesús, que estaba dispuesto a beber hasta la última gota del cáliz que el Padre le había preparado, no quiere disminuir en nada su conciencia en aquella hora suprema. Por eso rechaza el vino mezclado con mirra.

   Cuando levantaron a Jesús, clavaron en la cabecera de la cruz el letrero de la acusación, que hasta ese momento había llevado colgado al cuello. Entonces empezaron a desfilar sus enemigos en son de triunfo y, meneando la cabeza, unos le recordaban su amenaza al templo y otros lo denunciaban como falso Mesías. Se repite, pues, la doble acusación: de blasfemo y de sedicioso político.

   Los profetas ven en el oscurecimiento del sol una señal que acompaña siempre al juicio de Dios. Según esto se trataría aquí de la manifestación de la ira de Dios contra la ciudad y el pueblo que asesina al Mesías que le ha sido enviado.

   "Dios mío, por qué me has abandonado". Con estas palabras comienza el salmo 22, que tiene un sentido mesiánico, pasa de la soledad a la visión de la salvación, como pasarían esas profecías en la mente de Jesús, al ver que se estaban cumpliendo en él. Las palabras finales de Jesús: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46; cfr. Sal 31, 6) abren el mundo a la salvación de la Nueva Alianza. Lo antiguo desaparece: el velo del templo se rasga. Se acabó el viejo culto y los privilegios de los sacerdotes; ahora todos tienen acceso a la presencia de Dios en Jesucristo.

   El capitán de los soldados, que ha visto morir a Jesús dirá: "Realmente este hombre era Hijo de Dios". Es hombre y Dios, y hoy como también leeremos el viernes, lo vemos en su entrega total a beber su cáliz. «¡Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz!». Ve el sufrimiento que está a punto de caer sobre Él, físicos y morales, pues toma nuestras miserias y se hace «el pecado del mundo».

   Pascal dijo: «Cristo está en agonía, en el huerto de los olivos, hasta el fin del mundo. No hay que dejarle solo en todo este tiempo». Agoniza allí donde haya un ser humano que lucha con la tristeza, el pavor, la angustia, como vemos en los niños agredidos desde el vientre de sus madres y luego en todo tipo de barbaridades que personas depravadas hacen con ellos, y tantos hombres y mujeres inocentes que sufren injusticias... podemos unirnos a su sufrimiento y hacer el proceso interior de su alma: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Y es que no entendemos el mal, podemos sentirnos desolados en una noche oscura, y a partir de esa entrega confiada en Dios, podemos ir sintiendo la acción salvadora a través de esa cruz: «Jesús está en la cruz hasta el fin del mundo» en los inocentes que sufren, los enfermos graves, injusticias con los pobres... En un campo de concentración nazi se colgó a un hombre. Alguien, señalando a la víctima, preguntó a un creyente que tenía al lado: «¿Dónde está ahora tu Dios?». «¿No lo ves? -le respondió-. Está ahí, en la horca». Igual que el Cireneo podemos ayudar a Jesús a llevar la cruz (R. Cantalamessa).

   San Andrés de Creta nos anima a salir al encuentro de Cristo que, libremente y por amor, se encamina hacia la cruz:  "Corramos, pues, con el que se dirige con presteza a la pasión, e imitemos a los que salían a su encuentro. No para alfombrarle el camino con ramos de olivo, tapices, mantos y ramas de palmera, sino para poner bajo sus pies nuestras propias personas, con un espíritu humillado al máximo, con una mente y un propósito sinceros, para que podamos así recibir a la Palabra que viene a nosotros y dar cabida a Dios, a quien nadie puede contener… Así, pues, en vez de unas túnicas o unos ramos inanimados, en vez de unas ramas de arbustos, que pronto pierden su verdor y que por poco tiempo recrean la mirada, pongámonos nosotros mismos bajo los pies de Cristo, revestidos de su gracia, mejor aún, de toda su persona, porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo; extendámonos tendidos a sus pies, a manera de túnicas. Nosotros, que antes éramos como escarlata por la inmundicia de nuestros pecados, pero que después nos hemos vuelto blancos como la nieve con el baño saludable del bautismo, ofrezcamos al vencedor de la muerte no ya ramas de palmera, sino el botín de su victoria, que somos nosotros mismos.

   Aclamémoslo también nosotros, como hacían los niños, agitando los ramos espirituales del alma y diciéndole un día y otro: Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel".

   Podemos ir estos días de la mano de María, pues como decía san Bernardo, "si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas… mira a la estrella, llama a María... En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María... Siguiéndola, no te desviarás; rogándole, no desesperarás; pensando en ella, no te perderás. Si ella te tiene de la mano no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si ella te es propicia", con ella llegaremos a la Resurrección de Jesús, y al cielo.

   Llucià Pou Sabaté

Domingo de Ramos, ciclo B: entra Jesús triunfalmente en Jerusalén, donde será sacrificado Jesús como sacrificio para la nueva alianza. Hoy leemos la Pasión para entrar en esta semana Santa y seguir los pasos del Señor

Domingo de Ramos, ciclo B: entra Jesús triunfalmente en Jerusalén, donde será sacrificado Jesús como sacrificio para la nueva alianza. Hoy leemos la Pasión para entrar en esta semana Santa y seguir los pasos del Señor

 

Lectura Marcos 11,1-10: "Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al Monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles: -Id a la aldea de enfrente, y en cuanto entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto. Fueron y encontraron el borrico en la calle atado a una puerta; y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron: -¿Por qué tenéis que desatar el borrico? Ellos le contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron. Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban: -Viva, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva el Altísimo!"

 

Comentario: Comienza la Semana Santa con la procesión, recordando que Jesús entró con un borrico a Jerusalén. Comienza hoy la «semana mayor» o «semana grande», la semana Santa, que tiene dos partes: el final de la Cuaresma (del Domingo de Ramos al Miércoles Santo) y el Triduo Pascual (Jueves, Viernes y Sábado-Domingo). Días de gran intensidad litúrgica en los que queremos acompañar a Jesús.

   A nivel popular, tenemos procesiones y pasos, visitas a los «monumentos», hora santa, sermón de las siete palabras, viacrucis, representaciones teatrales y actos de hermandades… con los que la devoción popular salió de los templos a las plazas, calles y campos enarbolando símbolos más accesibles, como han sido y siguen siendo los «pasos» de las procesiones.

   "El Señor necesita el asno", cumplimiento del viejo texto de Zacarías: "Aclama, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando…" Así, indica S. Agustín que aquel asno somos nosotros: "No te avergüences de ser jumento para el Señor. Llevarás a Cristo, no errarás la marcha por el camino: sobre ti va sentado el Camino. ¿Os acordáis de aquel asno presentado al Señor? Nadie sienta vergüenza: aquel asno somos nosotros. Vaya sentado sobre nosotros el Señor y llámenos para llevarle a donde Él quiera. Somos su jumento y vamos a Jerusalén. Siendo Él quien va sentado, no nos sentimos oprimidos, sino elevados. Teniéndole a Él por guía, no erramos: vamos a Él por Él; no perecemos".

   Aquí Jesús está instaurando el nuevo templo que es su cuerpo que va a ofrecer esta semana para edificarlo, y la gente aclama a Jesús a su paso, proclamando proféticamente al Mesías que había de liberar al pueblo; el "Bendito el que viene en el nombre del Señor..." es un grito propio de una entronización del rey davídico, y el "reino que viene", pues Jesús es salvador y mensajero del Padre. Entra montado en un borrico, que significa que viene con la paz de su corazón, como veremos luego en el lavatorio de los pies del Jueves Santo.

   La liturgia de la Semana Santa comienza con esta bendición de las palmas y una procesión, con una solemne proclamación de la narración de la Pasión en la misa.

   En los primeros siglos, en Jerusalén se comenzó a venerar los lugares donde había sucedido algún acontecimiento en la vida de Jesús. "Por eso el domingo anterior al Viernes Santo todo el pueblo se reunía en el Monte de los Olivos junto con el obispo y desde allí se dirigían a la ciudad con ramos en las manos y gritando Viva, como habían hecho los contemporáneos de Jesús", escribe la monja Egeria, peregrina española del s. IV que en su diario nos cuenta como se celebraba el Domingo de Ramos y nos detalla que el obispo de Jerusalén, representando a Cristo, se montaba en un burro y que la gente llevaba a sus recién nacidos y a los niños a la procesión. En Roma para el siglo IV se le llamaba a este día "Domingo de la Pasión" haciendo ver que la cruz es el camino de la resurrección, y seguimos aún esta tradición (una de tantas para celebrar ese día en la cristiandad). En Francia y en España en el siglo VII se habla ya de la bendición de ramos y de la procesión, que se ve incorporando al rito. Desde Trento se unificó el rito en la iglesia latina: procesión de Ramos y celebración de la pasión.

   El Papa Juan Pablo II ha querido que fuera también el día de la Jornada Mundial de la Juventud: invitar a los jóvenes a dejar entrar a Cristo en su vida y llevar su testimonio.

Llucià Pou Sabaté