sábado, 9 de marzo de 2019

Domingo semana 1 de Cuaresma, ciclo C Homilias

Domingo de la semana 1 de Cuaresma; ciclo C

(Dt 26,4-10) "Te postrarás en presencia del Señor, tu Dios"
(Rm 10,8-13) "Nadie que cree en él quedará defraudado"
(Lc 4,1-13) "No tentarás al Señor tu Dios"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la parroquia de Santa María de la Merced y San Adrián Mártir (20-II-1983)
--- La tentación
--- Los medios para luchar: sacrificio y oración
--- Mirar a la eternidad
--- La tentación
Hemos empezado la Cuaresma para seguir el ejemplo de Cristo que, al inicio de su actividad mesiánica en Israel, “durante 40 días fue tentado por el diablo” (Lc 4,1), y “todo aquel tiempo estuvo sin comer” (Lc 4,2).
Nos lo dice el Evangelista Lucas en este primer domingo de Cuaresma, y después de haber dicho que Cristo “fue tentado por el diablo” (Lc 4,2), describe detalladamente esta tentación.
Nos hallamos ante un acontecimiento que nos afecta profundamente. La tentación de Jesús en el desierto ha constituido para muchos hombres, santos, teólogos, escritores, artistas, un tema fecundo de reflexión y creatividad. ¡Tan profundo es el contenido de este acontecimiento! Dice mucho de Cristo: el Hijo de Dios que se ha hecho verdadero hombre. Hace meditar mucho a cada hombre.
La descripción de la tentación de Jesús, que volvemos a leer este domingo de Cuaresma, tiene una elocuencia especial. Efectivamente, en este período, incluso más que en cualquier otro, el hombre debe hacerse consciente de que su vida discurre en el mundo entre el bien y el mal. La tentación no es más que dirigir hacia el mal todo aquello de lo que el hombre puede y debe hacer buen uso.
Si hace mal uso de ello, lo hace porque cede a la triple concupiscencia: concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y orgullo de la vida. La concupiscencia, en cierto sentido, deforma el bien que el hombre encuentra en sí y alrededor de sí, y falsea su corazón. El bien, desviado de este modo, pierde su sentido salvífico y, en vez de llevar al hombre a Dios, se transforma en instrumento de satisfacción de los sentidos y de vanagloria.
No se trata ahora de someter a un análisis detallado la descripción de la tentación de Cristo, sino de llamar la atención sobre el deber que tiene cada uno de meditarla convenientemente. Es preciso, sobre todo, que en le tiempo de Cuaresma cada uno entre en sí mismo y se dé cuenta de cómo siente él específicamente esta tentación. Y que aprenda de Cristo a superarla.
--- Los medios para luchar: sacrificio y oración
La tentación nos aparta de Dios y nos dirige de modo desordenado a nosotros mismos y al mundo. Y, por esto, juntamente con la lectura del Evangelio de hoy, tratamos de comprender también otras lecturas de esta liturgia.
La primera lectura del libro del Deuteronomio invita a ofrecer a Dios en sacrificio las primicias de los frutos de la tierra. Si la tentación nos dirige de modo desordenado hacia nosotros mismos y hacia el mundo, tenemos que superar este modo desordenado precisamente con el sacrificio. Cultivando el sacrificio, o mejor, el espíritu del sacrificio, no permitimos a la tentación que prevalezca en nuestro corazón, sino que mantenemos a éste en clima de interioridad y de orden.
El Salmo responsorial nos enseña la confianza en Dios y a abandonarnos en su santa Providencia. Se trata del maravilloso Salmo 90(91), que debemos conocer bien procurando orar de vez en cuando con sus palabras:
“Tú que habitas al amparo del Altísimo,/ que vives a la sombra del Omnipotente,/ di al Señor: "refugio mío, alcázar mío,/ Dios mío confío en ti"“ (Sal 90(91), 1-2).
Así dice el hombre, y Dios responde:
“Se puso junto a mí: lo libraré;/ lo protegeré porque conoce mi nombre,/ me invocará y lo escucharé./ Con él estaré en la tribulación,/ lo defenderé, lo glorificaré” (Sal 90(91), 14-15).
Las lecturas de la liturgia de hoy parecen decir: si no quieres ceder a las tentaciones, si no quieres dejarte guiar por ellas hacia caminos extraviados, ¡Sé hombre de oración! Ten confianza en Dios, y manifiéstala con la oración.
--- Mirar a la eternidad
Y aún nos dice más la liturgia cuaresmal de hoy: ¡Sé hombre de fe profunda y viva!
Escuchad las palabras de la carta de San Pablo a los Romanos: “Entonces, ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra: la tienes en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la fe que nosotros proclamamos. Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los labios, a la salvación” (Rm 10,8-10).
Por lo tanto, ¡Sé hombre de fe! Sobre todo, ahora, en el tiempo de Cuaresma, renueva tu fe en Jesucristo: crucificado y resucitado.
¡Medita la enseñanza de la fe! ¡Medita sus verdades divinas!
Y principalmente: penetra con la fe tu corazón y tu vida (“Por la fe del corazón llegamos a la justicia”).
Profesa esta fe con la mente y con el corazón; con la palabra y con las obras: (“por la profesión de los labios llegamos a la salvación”).
“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).
Efectivamente, debemos orar cada día por el pan cotidiano. Pero, al mismo tiempo, debemos vivir para la eternidad.
DP-52 1983
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Empieza la Cuaresma con la imposición de la ceniza el pasado Miércoles y con una enérgica llamada por parte de la Iglesia a la preparación de la Pascua que se avecina y a la definitiva en el Cielo. En esta espera que es nuestra vida terrena, seremos conducidos como Jesús al desierto. El Tentador aprovechará nuestra hambre de éxito y bienestar para sus engañosas ofertas. Como Jesús debemos responder que no sólo de eso vive el hombre.
Hay en nosotros impulsos perversos que el Diablo aprovecha para excitarlos: la comodidad, la sensualidad, la codicia, la envidia, que desata la lengua y vierte en los demás el veneno de la crítica, la agresividad y el deseo inmoderado de imponernos a los demás... Todo un elenco de malicia que dañan a quienes nos rodean y también a nosotros mismos.
Como suele decirse, sentir estas perversiones no debe desorientarnos o desanimarnos, lo que hemos de procurar, con la ayuda de Dios, es no consentirlas. Es más, las tentaciones desempeñan un importante papel en la madurez que el cristiano está llamado a alcanzar. "Nuestra vida, enseña S. Agustín, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado". "Dichoso el varón que soporta la tentación porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió" (Sant 1,12).
En uno de sus Sermones, el Santo Cura De Ars decía: "Si preguntáis a ese parroquiano de la taberna si el demonio le tienta, os responderá que no, que nada le inquieta. Interrogad a esa joven vanidosa cuáles son sus luchas, y os contestará riendo que no sostiene ninguna, ignorando totalmente en qué consiste ser tentado. Ésta es la tentación más espantosa de todas: no ser tentado; este es el estado de aquellos que el demonio guarda para el infierno. Me atreveré a deciros que se guarda bien de tentarlos ni atormentarlos acerca de su vida pasada, temiendo no abran los ojos ante sus pecados". Aunque Dios no deja de inquietar la conciencia de sus criaturas, entendemos bien lo que el santo de Ars quiere decir.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
La tentación y la victoria de Cristo
I. LA PALABRA DE DIOS
Dt 26, 4-10: Profesión de fe del pueblo escogido
Sal 90, 1-2.10-11.12-13.14-15: Acompáñame, Señor, en la tribulación
Rm 10, 8-13: Profesión de fe del que cree en Jesucristo
Lc 4, 1-13: El Espíritu le iba llevando por el desierto, mientras era tentado
II. LA FE DE LA IGLESIA
«La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto» (540).
«... el mal no es una abstracción, sino que designa una persona,Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El "diablo"["dia-bolos"] es aquel que se atraviesa en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo» (2851).
La lucha y la victoria contra el Tentador y las tentaciones «sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio... y en el último combate de su agonía... Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya... La vigilancia es "guarda del corazón"... El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia...» (2849).
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«... El Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, por las gracias que El quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros, gracias a estos Misterios...» (S. Juan Eudes) (521).
IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA
A. Apunte bíblico-litúrgico
La Cuaresma comienza siempre con el panorama yermo y atractivo, al mismo tiempo, del desierto (cf Os 1, 16), decisivo en la historia de la salvación, por el paso de Israel «durante cuarenta años». Oscuro en la perícopa envangélica por el Tentador. Pero luminoso, pascual, por la victoria de Cristo.
Después del Bautismo de Cristo e inmediatamente antes de las tentaciones, S. Lucas coloca la genealogía de Jesús, que arranca en Adán, el hombre que viene de las manos de Dios (cf 3, 23-38). En el bautismo, Jesús es presentado por el Padre como «mi Hijo querido», sobre el que ha descendido en plenitud el Espíritu Santo de Dios. Por una parte, Jesús pertenece a la raza de Adán (genealogía), a la raza humana. Por eso, como todo hombre, desde el primero, será tentado. Por otra parte, como el Hijo del Padre, lleno del Espíritu Santo de Dios, vencerá la tentación, allí donde sucumbieron el primer hombre y sus hijos. Comienza, pues, con Jesús una nueva humanidad.
B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica
La fe:
Las tentaciones y la victoria de Jesús sustentan nuestra respuesta: 538-540. Meditación sobre la situación del hombre, débil e inclinado al mal, pero «no lo abandonaste al poder de la muerte»: 402-412 (también 1707; puede completarse con el paradigma del primer pecado, 385-401).
La respuesta:
«No nos dejes caer en la tentación»: 2846-2849.
«Y líbranos del mal» [«del Malo»]: 2850-2854.
La lucha y la victoria contra los malos deseos del corazón: 2514-2519; 2534-2543.
C. Otras sugerencias

Si no hay «ejercicio cuaresmal», no hay renovación pascual.
El bautizado vive el misterio de la tentación de Jesús en la celebración litúrgica y en las tentaciones que padece. Así, anticipa con Jesús la victoria pascual.

Domingo semana 1 de Cuaresma, ciclo C

Domingo de la semana 1 de Cuaresma; ciclo C

Las tentaciones de Jesús
«En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: -«Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: -“Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”. Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: -“Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.” Jesús le contestó: -“Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”. Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”. Jesús le contestó: -Está mandado: “No tentarás al Señor, tu Dios”. Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión» (Lucas 4,1-13).
I. «La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de esos años de predicación, que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo (Cfr. Mt 4, 111).
»Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender -Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno-, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene».
Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús, y lo hace abiertamente. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida: «como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza -dice San Juan Crisóstomo‑, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate con el demonio, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si no fuera de esperar». Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza.
Quería Jesús enseñarnos con su ejemplo que nadie debe creerse exento de padecer cualquier prueba. «Las tentaciones de Nuestro Señor son también las tentaciones de sus servidores de un modo individual. Pero su escala, naturalmente, es diferente: el demonio no va a ofreceros a vosotros ni a mí -dice Knox- todos los reinos del mundo. Conoce el mercado y, como buen vendedor, ofrece exactamente lo que calcula que el comprador tomará. Supongo que pensará, con bastante razón, que la mayor parte de nosotros podemos ser comprados por cinco mil libras al año, y una gran parte de nosotros por mucho menos. Tampoco nos ofrece sus condiciones de modo tan abierto, sino que sus ofertas vienen envueltas en toda especie de formas plausibles. Pero si ve la oportunidad no tarda mucho en señalarnos a vosotros y a mí cómo podemos conseguir aquello que queremos si aceptamos ser infieles a nosotros mismos y, en muchas ocasiones, si aceptamos ser infieles a nuestra fe católica».
El Señor, como se nos recuerda en el Prefacio de la Misa de hoy, nos enseña con su actuación cómo hemos de vencer las tentaciones y además quiere que saquemos provecho de las pruebas por las que vamos a pasar. Él «permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde Él quiere y por donde Él quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas, y... sobre todo para hacerte humilde, muy humilde». Bienaventurado el varón que soporta la tentación -dice el Apóstol Santiago- porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman.
II. El demonio tienta aprovechando las necesidades y debilidades de la naturaleza humana.
El Señor, después de haber pasado cuarenta días y cuarenta noches ayunando, debe encontrarse muy débil, y siente hambre como cualquier hombre en sus mismas circunstancias. Este es el momento en que se acerca el tentador con la proposición de que convierta las piedras que allí había en el pan que tanto necesita y desea.
Y Jesús «no sólo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar, si podemos hablar así, un problema personal (...).
»Generosidad del Señor que se ha humillado, que ha aceptado en pleno la condición humana, que no se sirve de su poder de Dios para huir de las dificultades o del esfuerzo. Que nos enseña a ser recios, a amar el trabajo, a apreciar la nobleza humana y divina de saborear las consecuencias del entregamiento».
Nos enseña también este pasaje del Evangelio a estar particularmente atentos, con nosotros mismos y con aquellos a quienes tenemos una mayor obligación de ayudar, en esos momentos de debilidad, de cansancio, cuando se está pasando una mala temporada, porque el demonio quizá intensifique entonces la tentación para que nuestras vidas tomen otros derroteros ajenos a la voluntad de Dios.
En la segunda tentación, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles de que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.
Era en apariencia una tentación capciosa: si te niegas, demostrarás que no confías en Dios plenamente; si aceptas, le obligas a enviar, en provecho personal, a sus ángeles para que te salven. El demonio no sabe que Jesús no tendría necesidad de ángel alguno.
Una proposición parecida, y con un texto casi idéntico, oirá el Señor ya al final de su vida terrena: Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él.
Cristo se niega a hacer milagros inútiles, por vanidad y vanagloria. Nosotros hemos de estar atentos para rechazar, en nuestro orden de cosas, tentaciones parecidas: el deseo de quedar bien, que puede surgir hasta en lo más santo; también debemos estar alerta ante falsas argumentaciones que pretendan basarse en la Sagrada Escritura, y no pedir (mucho menos exigir) pruebas o señales extraordinarias para creer, pues el Señor nos da gracias y testimonios suficientes que nos indican el camino de la fe en medio de nuestra vida ordinaria.
En la última de las tentaciones, el demonio ofrece a Jesús toda la gloria y el poder terreno que un hombre puede ambicionar. Le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: -Todas estas cosas te daré si postrándote delante de mí, me adoras. El Señor rechazó definitivamente al tentador.
El demonio promete siempre más de lo que puede dar. La felicidad está muy lejos de sus manos. Toda tentación es siempre un miserable engaño. Y para probarnos, el demonio cuenta con nuestras ambiciones. La peor de ellas es la de desear, a toda costa, la propia excelencia; el buscarnos a nosotros mismos sistemáticamente en las cosas que hacemos o proyectamos. Nuestro propio yo puede ser, en muchas ocasiones, el peor de los ídolos.
Tampoco podemos postrarnos ante las cosas materiales haciendo de ellas falsos dioses que nos esclavizarían. Los bienes materiales dejan de ser bienes si nos separan de Dios y de nuestros hermanos los hombres.
Tendremos que vigilar, en lucha constante, porque permanece en nosotros la tendencia a desear la gloria humana, a pesar de haberle dicho muchas veces al Señor que no queremos otra gloria que la suya. También a nosotros se dirige Jesús: Adorarás al Señor Dios tuyo; y a Él solo servirás. Y eso es lo que deseamos y pedimos: servir a Dios en la vocación a la que nos ha llamado.
III. El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos Confiad: Yo he vencido al mundo. Y nosotros nos apoyamos en Él, porque, si no lo hiciéramos, poco conseguiríamos solos: Todo lo puedo en Aquel que me conforta. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?.
Podemos prevenir la tentación con la mortificación constante en el trabajo, al vivir la caridad, en la guarda de los sentidos internos y externos. Y junto a la mortificación, la oración: Velad y orad para no caer en la tentación. También debemos prevenirla huyendo de las ocasiones de pecar, por pequeñas que sean, pues el que ama el peligro perecerá en él, y teniendo el tiempo bien ocupado, principalmente cumpliendo bien nuestros deberes profesionales, familiares y sociales.
Para combatir la tentación «habremos de repetir muchas veces y con confianza la petición del padrenuestro: no nos dejes caer en la tentación, concédenos la fuerza de permanecer fuertes en ella. Ya que el mismo Señor pone en nuestros labios tal plegaria, bien estará que la repitamos continuamente.
»Combatimos la tentación manifestándosela abiertamente al director espiritual, pues el manifestarla es ya casi vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director espiritual puede estar seguro de que Dios otorga a éste la gracia necesaria para dirigirle bien».
Contamos siempre con la gracia de Dios para vencer cualquier tentación. «Pero no olvides, amigo mío, que necesitas de armas para vencer en esta batalla espiritual. Y que tus armas han de ser éstas: oración continua; sinceridad y franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucarístia y el Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te llevará a huir de las ocasiones y evitar el ocio; la humildad del corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen: Consolatrix afflictorum et Refugium peccatorum, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y dile: Mater mea, fiducia mea; ¡Madre mía, confianza mía!».

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

viernes, 8 de marzo de 2019

Sábado después de Ceniza

Sábado de Ceniza

Salvar lo perdido
«Después de esto, salió y vio a un publicano de nombre Leví, sentado en el telonio y le dijo: Sígueme. Y dejadas todas las cosas se levantó y le siguió. Y Leví preparó en su casa un gran banquete para él; había un gran número de publicanos y de otros que le acompañaban a la mesa. Y murmuraban los fariseos y sus escribas decían a los discípulos de Jesús: ¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores? Y respondiendo Jesús, les dijo: No tienen necesidad de médico los que están sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a la penitencia». (Lucas  5, 27-32)
I. Los fariseos se escandalizan al ver a Jesús sentado a la mesa con gran número de recaudadores y otros, y preguntan a sus discípulos: ¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Jesús replicó a los fariseos con estas consoladoras palabras: No necesitan de médico lo sanos, sino los enfermos. No he venido llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan (Lucas 5, 31-32). Jesús viene a ofrecer su reino a todos los hombres, su misión es universal: viene para todos, pues todos andamos enfermos y somos pecadores; nadie es bueno, sino uno, Dios (Marcos 10, 18). Todos debemos acudir a la misericordia y al perdón de Dios para tener vida (Juan 10, 28) y alcanzar la salvación. Las palabras del Señor que se nos presenta como Médico nos mueven a pedir perdón con humildad y confianza por nuestros pecados y también por los de aquellas personas que parecen querer seguir viviendo alejadas de Dios.
II. Cristo es el remedio de nuestros males: todos andamos un poco enfermos y por eso tenemos necesidad de Cristo. Debemos ir a Él como el enfermo va al médico, diciendo la verdad de lo que le pasa, con deseos de curarse. Señor, si quieres, puedes curarme (Mateo 8, 2). Unas veces, el Señor actuará directamente en nuestra alma: Quiero, sé limpio (Mateo 8, 3), sigue adelante, sé más humilde, no te preocupes. En otras ocasiones, siempre que haya pecado grave, el Señor dice: Id y mostraos a los sacerdotes (Lucas 17, 14), al sacramento de la penitencia, donde el alma encuentra siempre la medicina oportuna. Contamos siempre con el aliento y la ayuda del Señor para volver y recomenzar.
III. Si alguna vez nos sintiéramos especialmente desanimados por alguna enfermedad espiritual que nos pareciera incurable, no olvidemos estas palabras consoladoras de Jesús: Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Todo tiene remedio. Él está siempre muy cerca de nosotros, pero especialmente en esos momentos, por muy grande que haya sido la falta, aunque sean muchas las miserias. Basta ser sincero de verdad. No lo olvidemos tampoco si alguna vez en nuestro apostolado personal nos pareciera que alguien tiene una enfermedad del alma sin aparente solución. Sí la hay; siempre. Quizá el Señor espera de nosotros más oración y mortificación, más comprensión y cariño. Muchos de los que estaban con Jesús en aquel banquete se sentirían acogidos y comprendidos y se convertirían a Él de todo corazón. No lo olvidemos en nuestro apostolado personal.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Santa Francisca Romana, religiosa

Francisca nació en Roma en el año 1384. Y en cada año, el 9 de marzo, llegan cantidades de peregrinos a visitar su tumba en el Templo que a ella se le ha consagrado en Roma y a visitar el convento que ella fundó allí mismo y que se llama "Torre de los Espejos".
Sus padres eran sumamente ricos y muy creyentes (quedarán después en la miseria en una guerra por defender al Sumo Pontífice) y la niña creció en medio de todas las comodidades, pero muy bien instruida en la religión. Desde muy pequeñita su mayor deseo fue ser religiosa, pero los papás no aceptaron esa vocación sino que le consiguieron un novio de una familia muy rica y con él la hicieron casar.
Francisca, aunque amaba inmensamente a su esposo, sentía la nostalgia de no poder dedicar su vida a la oración y a la contemplación, en la vida religiosa. Un día su cuñada, llamada Vannossa, la vio llorando y le preguntó la razón de su tristeza. Francisca le contó que ella sentía una inmensa inclinación hacia la vida religiosa pero que sus padres la habían obligado a formar un hogar. Entonces la cuñada le dijo que a ella le sucedía lo mismo, y le propuso que se dedicaran a las dos vocaciones: ser unas excelentes madres de familia, y a la vez, dedicar todos los ratos libres a ayudar a los pobre y enfermos, como si fueran dos religiosas. Y así lo hicieron. Con el consentimiento de sus esposos, Francisca y Vannossa se dedicaron a visitar hospitales y a instruir gente ignorante y a socorrer pobres. La suegra quería oponerse a todo esto, pero los dos maridos al ver que ellas en el hogar eran tan cuidadosas y tan cariñosas, les permitieron seguir en esta caritativa acción. Pronto Francisca empezó a ganarse la simpatía de las gentes de Roma por su gran caridad para con los enfermos y los pobres. Ella tuvo siempre la cualidad especialísima de hacerse querer por la gente. Fue un don que le concedió el Espíritu Santo.
En más de 30 años que Francisca vivió con su esposo, observó una conducta verdaderamente edificante. Tuvo tres hijos a los cuales se esmeró por educar muy religiosamente. Dos de ellos murieron muy jóvenes, y al tercero lo guió siempre, aun después de que él se casó, por el camino de todas las virtudes.
A Francisca le agradaba mucho dedicarse a la oración, pero le sucedió muchas veces que estando orando la llamó su marido para que la ayudara en algún oficio, y ella suspendía inmediatamente su oración y se iba a colaborar en lo que era necesario. Veces hubo que tuvo que suspender cinco veces seguidas una oración, y lo hizo prontamente. Ella repetía: "Muy buena es la oración, pero la mujer casada tiene que concederles enorme importancia a sus deberes caseros".
Dios permitió que a esta santa mujer le llegaran las más desesperantes tentaciones. Y a todas resistió dedicándose a la oración y a la mortificación y a las buenas lecturas, y a estar siempre muy ocupada. Su familia, que había sido sumamente rica, se vio despojada su sus bienes en una terrible guerra civil. Como su esposo era partidario y defensor del Sumo Pontífice, y en la guerra ganaron los enemigos del Papa, su familia fue despojada de sus fincas y palacios. Francisca tuvo que irse a vivir a una casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de puerta en puerta para ayudar a los enfermos de su hospital. Y además de todo esto le llegaron muy dolorosas enfermedades que le hicieron padecer por años y años. Ella sabía muy bien que estaba cosechando premios para el cielo.
Su hijo se casó con una muchacha muy bonita pero terriblemente malgeniada y criticona. Esta mujer se dedicó a atormentarle la vida a Francisca y a burlarse de todo lo que la santa hacía y decía. Ella soportaba todo en silencio y con gran paciencia. Pero de pronto la nuera cayó gravemente enferma y entonces Francisca se dedicó a asistirla con una caridad impresionantemente exquisita. La joven se curó de la enfermedad del cuerpo y quedó curada también de la antipatía que sentía hacia su suegra. En adelante fue su gran amiga y admiradora.
Francisca obtenía admirables milagros de Dios con sus oraciones. Curaba enfermos, alejaba malos espíritus, pero sobre todo conseguía poner paz entre gentes que estaban peleadas y lograba que muchos que antes se odiaban, empezaran a amarse como buenos amigos. Por toda Roma se hablaba de los admirables efectos que esta santa mujer conseguía con sus palabras y oraciones. Muchísimas veces veía a su ángel de la guarda y dialogaba con él.
Francisca fundó una comunidad de religiosas seglares dedicadas a atender a los más necesitados. Les puso por nombre "Oblatas de María", y su casa principal, que existe todavía en Roma, fue un edificio que se llamaba "Torre de los Espejos". Sus religiosas vestían como señoras respetables. No tenían hábito especial.
Nombró como superiora a una mujer de toda su confianza, pero cuando Francisca quedó viuda entró también ella de religiosa, y por unanimidad las religiosas la eligieron superiora general. En la comunidad tomó por nombre "Francisca Romana".
Había recibido de Dios la eficacia de la palabra y por eso acudían a ella numerosas personas para pedirle que les ayudara a solucionar los problemas de sus familias. El Espíritu Santo le concedió el don de consejo, por el cual sus palabras guiaban fácilmente a las personas a conseguir la solución de sus dificultades.
Cuando llegaban las epidemias, ella misma llevaba a los enfermos al hospital, lo atendía, les lavaba la ropa y la remendaba, y como en tiempo de contagio era muy difícil conseguir confesores, ella pagaba un sueldo especial a varios sacerdotes para que se dedicaran a atender espiritualmente a los enfermos.
Francisca ayunaba a pan y agua muchos días. Dedicaba horas y horas a la oración y a la meditación, y Dios empezó a concederle éxtasis y visiones. Consultaba todas las dudas de su alma con un director espiritual, y llegó a tal grado de amabilidad en su trato, que bastaba tratar con ella una sola vez para quedar ya amigos para siempre. A las personas que sabía que hablaban mal de ella, les prodigaba mayor amabilidad.
Estaba gravemente enferma, y el 9 de marzo de 1440 su rostro empezó a brillar con una luz admirable. Entonces pronunció sus últimas palabras: "El ángel del Señor me manda que lo siga hacia las alturas". Luego quedó muerta, pero parecía alegremente dormida.
Tan pronto se supo la noticia de su muerte, corrió hacia el convento una inmensa multitud. Muchísimos pobres iban a demostrar su agradecimiento por los innumerables favores que les había hecho. Muchos llevaban enfermos para que les permitieran acercarlos al cadáver de la santa, y así pedir la curación por su intercesión. Los historiadores dicen que "toda la ciudad de Roma se movilizó", para asistir a los funerales de Francisca.
Fue sepultada en la iglesia parroquial, y al conocerse la noticia de que junto a su cadáver se estaban obrando milagros, aumentó mucho más la concurrencia a sus funerales. Luego su tumba se volvió tan famosa que aquel templo empezó a llamarse y se le llama aún ahora: La Iglesia de Santa Francisca Romana.
Cada 9 de marzo llegan numerosos peregrinos a pedirle a Santa Francisca unas gracias que nosotros también nos conviene pedir siempre: que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a cumplir cada día los deberes que tenemos en nuestro hogar, y que nos consagremos con toda la generosidad posible a ayudar a los pobres y necesitados y a ser extraordinariamente amables con todos. Santa Francisca: ruégale al buen Dios que así sea.
He aquí la descripción de una mujer admirable. "Que las gentes comenten sus muchas buenas obras" (S. Biblia. Proverbios 31).

La pérdida del ser querido, por Lluciá Pou

jueves, 7 de marzo de 2019

Viernes después de Ceniza


Viernes de Ceniza

Tiempo de penitencia
«Entonces se le acercaron los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia, y en cambio tus discípulos no ayunan? Jesús les respondió: ¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el esposo; entonces ayunarán» (Mateo 9, 14-15).
I. El ayuno era y es, una muestra de penitencia que Dios pide al hombre. “En el Antiguo Testamento se descubre el sentido religioso de la penitencia, como un acto religioso, personal, que tiene como término de amor el abandono en Dios” (PABLO VI, Const. Paenitemini). Acompañado de oración, sirve para manifestar la humildad delante de Dios (Levítico, 16, 29-31): el que ayuna se vuelve hacia el Señor en una actitud de dependencia y abandono totales. En la Sagrada escritura vemos ayunar y realizar otras obras de penitencia antes de emprender un quehacer difícil (Jueces 20, 26; Ester 4, 16), para implorar el perdón de una culpa (1 Reyes 21, 27), obtener el cese de una calamidad (Judit 4, 9-13), conseguir la gracia necesaria en el cumplimiento de una misión (Hechos 13, 2). La Iglesia en los primeros tiempos conservó las prácticas penitenciales, en el espíritu definido por Jesús, y siempre ha permanecido fiel a esta práctica penitencial, recomendando esta práctica piadosa, con el consejo oportuno de la dirección espiritual.
II. Tenemos necesidad de la penitencia para nuestra vida de cristianos y para reparar tantos pecados propios y ajenos. Nuestro afán por identificarnos con Cristo nos llevará a aceptar su invitación a padecer con Él. La Cuaresma nos prepara a contemplar los acontecimientos de la Pasión y Muerte de Jesús. Con esta devoción contemplaremos la Humanidad Santísima de Cristo, que se nos revela sufriendo como hombre en su carne sin perder su majestad de Dios, y lo acompañaremos por la Vía Dolorosa, condenado a muerte, cargando la Cruz en su afán redentor, por un camino que también nosotros debemos de seguir.
III. Además de las mortificaciones llamadas pasivas, que se presentan sin buscarlas, las mortificaciones que nos proponemos y buscamos se llaman activas. Son especialmente importantes para el progreso interior y para lograr la pureza de corazón: mortificación de la imaginación, evitando el monólogo interior en el que se desborda la fantasía y procurando convertirlo en diálogo con Dios. Mortificación de la memoria, evitando recuerdos inútiles, que nos hacen perder el tiempo (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino) y quizá nos podrían acarrear otras tentaciones más importantes. Mortificación de la inteligencia, para tenerla puesta en aquello que es nuestro deber en ese momento (Ibídem), y rindiendo el juicio para vivir mejor la humildad y la caridad con los demás. Decidámonos a acompañar al Señor de la mano de la Virgen.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
San Juan de Dios, religioso

San Juan de Dios (Montemor-o-Novo 8 de marzo de 1495 - Granada 8 de marzo de 1550) es el fundador de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Su nombre de pila era João Cidade Duarte (Juan Ciudad Duarte en español).
Cuando aún no contaba con doce años, se establece en Oropesa, (Toledo) (España), en la casa de Francisco Cid Mayoral, al cual le servía como pastor. A la edad de 27 años, (1523) se alistó en las tropas de un capitán de infantería llamado Juan Ferruz, al servicio del Emperador Carlos I, en la defensa de Fuenterrabía, contra de las tropas francesas. Fue para él una dura experiencia, siendo expulsado por negligencia en el cuidado de las ganancias de su compañia (se salvo en el último momento de ser ahorcado). A pesar de ello, volvió a combatir en las tropas del conde de Oropesa en 1532, en el auxilio de Carlos V a Viena, sitiada por los turcos de Soliman I.
Al desembarcar en España por la costa gallega, siente la necesidad de entrar en Portugal y reencontrarse con sus orígenes. Pero este deseo se ve seriamente frustrado: sus padres han muerto; tan sólo queda su tío. De allí pasa a Andalucia y estando de paso en Gibraltar decide embarcar para África. En su mismo barco, encuentra al caballero Almeyda, su mujer y sus cuatro hijas que habían sido desterrados por el rey de Portugal enviándolos a Ceuta. El padre le contrata como sirviente, pero pronto cayeron todos enfermos, gastando la poca fortuna que traían, viéndose en la necesidad de pedir socorro a Juan de Dios. Este, mostrando ya la enorme caridad que le convertiría en santo, se pone a trabajar en la reconstrucción de las murallas de la ciudad, permitiendo que de su salario comiesen todos. Más tarde, pasa a Gibraltar, donde se hace vendedor ambulante de libros y estampas. De ahí se traslada definitivamente a Granada, en 1538, y abre una pequeña librería en la Puerta Elvira. Sería en esta librería donde comienza su contacto con los libros de tipo religioso.
El 20 de enero de 1539 se produce un hecho trascendental. Mientras escuchaba el sermón predicado por San Juan de Ávila en la Ermita de los Mártires, tiene lugar su conversión. Las palabras de Juan de Ávila producen en él una conmoción tal, que le lleva a destruir los libros que vendía, vaga desnudo por la ciudad, los niños lo apedrean y todos se mofan de él. Su comportamiento es el de un loco y, como tal, es encerrado en el Hospital Real. Allí trata con los enfermos y mendigos y va ordenando sus ideas y su espíritu mediante la reflexión profunda. Juan de Ávila dirige su joven e impaciente espíritu y lo manda peregrinar al santuario de la Virgen de Guadalupe en Extremadura. Allí madura su propósito y a los pies de la Virgen promete entregarse a los pobres, enfermos y a todos los desfavorecidos del mundo.
Juan vuelve a Granada en otoño de ese mismo año, lleno de entusiasmo y humanidad. Los recursos con los que cuenta son su propio esfuerzo y la generosidad de la gente. En un principio Juan utiliza las casas de sus bienhechores para acoger a los enfermos y desfavorecidos de la ciudad. Pero pronto tuvo que alquilar una casa, en la calle Lucena, donde monta su primer hospital. Pronto crece su fama por Granada, y el obispo le pone el nombre de Juan de Dios. En los siguientes diez años crece su obra y abre otro hospital en la Cuesta de Gomérez. Es, así mismo, un innovador de la asistencia hospitalaria de su época. Sus obras se multiplican y crece el número de sus discípulos -entre los cuales destaca Antón Martín, creador del Hospital de la Orden en Madrid llamado de Nuestra Señora del Amor de Dios- y se sientan las bases de su obra a través del tiempo. El 8 de marzo de 1550, a los 55 años, moría Juan de Dios en Granada, víctima de una pulmonía a consecuencia de haberse tirado al Genil para salvar a un joven que, aprovechando la crecida del río, había ido para hacer leña pero se cayó en medio de la corriente y estaba en trance de ahogarse. Lógico final para una vida totalmente entregada a los demás.
Fue beatificado por el papa Urbano VIII el 1 de septiembre de 1630 y canonizado por el papa Alejandro VIII, el 16 de octubre de 1690. Fue nombrado santo patrón de los hospitales y de los enfermos.
A su muerte su obra se extendió por toda España, Portugal,Italia y Francia y hoy día está presente en los cinco continentes.

Escrito sobre "Dignidad de la persona con discapacidades"

 Dignidad de la persona con discapacidades

Arcadi Espada dijo hace unos días en TV que una persona que se prevé que nacerá con discapacidades no debe de vivir: "seguir adelante con el niño enfermo" es "una inmoralidad". Y que el servicio público de salud, si "detecta una persona con una anomalía grave que va a impedir que lleve una vida normal" no tiene la "responsabilidad económica de mantener a ese hijo en las condiciones necesarias para la persona y su dignidad". Además, escribió refiriéndose a los que promueven la vida sin prejuicio de que tengan discapacidades: "este tipo de gente averiada alza la voz histérica cada vez que se plantea la posibilidad de diseñar hijos cada vez más inteligentes, más sanos y mejores". Según él, "esa persona va a nacer con gravísimas deficiencias que van a suponer para la sociedad un costo que podía haberse evitado".

El padre de un niño con síndrome de Down respondió muy bien a esas declaraciones de ignorancia, ya que el amor está por encima de los condicionantes que pueda tener alguna discapacidad: todo ser humano tiene derecho a vivir, y tanto la Constitución española como los tratados internacionales protegen estos Derechos Humanos.

A esto quisiera añadir que hemos visto en la historia muchos tipos de discriminación por motivos de raza, como Hitler contra la raza judía; además los nazis estudiaron mucho ese "diseño de hijos cada vez más inteligentes" del que habla el periodista. Ya antes Malthus decía que los pobres no tenían derecho a vivir: "Nos sentimos obligados por la justicia y el honor a negar formalmente que los pobres tengan derecho a ser ayudados". Los veía como enemigos del equilibrio social, y sugería reducir su natalidad.

No pensaba en su ignorancia que extinguir la pobreza es mejor que extinguir a los pobres. Ahora ese señor Arcadi nos habla del "costo económico" que suponen las discapacidades, y no cuenta con que desechar a las personas por sus discapacidades es crear la mayor inseguridad ciudadana: cuando los derechos de las personas no prevalecen sobre la política partidista, aparece el totalitarismo, sea neomalthusiano, nazi o de cualquier otro tipo, como el que propone ese señor que no concibe cuidar de los enfermos y discapacitados. Si su motivación es tan utilitarista de evitar la vida de alguien por motivos de "costos" para el Estado, ¿qué argumento usaría para impedir la muerte de quien ha adquirido esas deficiencias a lo largo de su vida o en la vejez cuando la decrepitud se vuelve una discapacidad? ¿Qué seguridad da una ética tan vacía de contenido?

La dignidad de la persona debe de situarse como base de toda la vida: todas las personas tienen derecho a una vida plena. Y la belleza de la vida se manifiesta también en la discapacidad y en el reto que representa para las personas que están alrededor, y el mejoramiento en el amor que conlleva para todos, ya que el verdadero aprendizaje de esta vida no es el egoísmo de pisar los derechos de los demás, sino el amor, que nos mejora como personas.

Luciano Pou Sabaté

miércoles, 6 de marzo de 2019

Jueves después de Ceniza

Jueves de Ceniza

La cruz de cada día
«Y añadió: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea condenado por los ancianos, los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que sea muerto y resucite al tercer día. Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; el que, en cambio, pierda su vida por mí, ése la salvará. Porque ¿qué adelanta el hombre si gana todo el mundo, pero se pierde a sí mismo, o sufre algún daño?». (Lucas 9, 22-25).
I. En el Evangelio de la Misa, Cristo nos habla: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame (Lucas 9, 23). El Señor se dirige a todos y habla de la Cruz de cada día. Son palabras dichas a todos los hombres que quieren seguirle, pues no existe un Cristianismo sin Cruz, para cristianos flojos y blandos, sin sentido del sacrificio. Uno de los síntomas más claros de que la tibieza ha entrado en el alma es precisamente el abandono de la Cruz.. Por otra parte, huir de la cruz es alejarse de la santidad y de la alegría; porque uno de sus frutos es precisamente la capacidad de relacionarse con Dios y con los demás, y también una profunda paz, aun en medio de la tribulación y de dificultades externas. No olvidemos pues, que la mortificación está muy relacionada con la alegría, y que cuando el corazón se purifica se torna más humilde para tratar a Dios y a los demás.
II. La Cruz del Señor, con la que hemos de cargar cada día, no es ciertamente la que producen nuestros egoísmos, envidias o pereza. Esto no es del Señor, no santifica. En alguna ocasión encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un ser querido. Sin embargo, lo normal será que encontremos la cruz de cada día en pequeñas contrariedades en el trabajo, en la convivencia; en un imprevisto que no contábamos, planes que debemos cambiar, instrumentos de trabajo que se estropean, molestias por el frío o calor, o el carácter difícil de una persona con la que convivimos. Hemos de recibir estas contrariedades con ánimo grande, ofreciéndolas al Señor con espíritu de reparación, sin quejarnos: nos ayudará a mejorar en la virtud de la paciencia, en caridad, en comprensión: es decir, en santidad. Además experimentaremos una profunda paz y gozo.
III. Además de aceptar la cruz que sale a nuestro encuentro, muchas veces sin esperarla, debemos buscar otras pequeñas mortificaciones para mantener vivo el espíritu de penitencia que nos pide el Señor. Unas nos facilitarán el trabajo, otras nos ayudarán a vivir la caridad. No es preciso que sean cosas más grandes, sino que se adquiera el hábito de hacerlas con constancia y por amor de Dios. Digámosle a Jesús que estamos dispuestos a seguirle cargando con la Cruz, hoy y todos los días.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Santa Perpetua y santa Felicidad, mártires

Estas dos santas murieron martirizadas en Cartago (África) el 7 de marzo del año 203.
Perpetua era una joven madre, de 22 años, que tenía un niñito de pocos meses. Pertenecía a una familia rica y muy estimada por toda la población. Mientras estaba en prisión, por petición de sus compañeros mártires, fue escribiendo el diario de todo lo que le iba sucediendo.
Felicidad era una esclava de Perpetua. Era también muy joven y en la prisión dio a luz una niña, que después los cristianos se encargaron de criar muy bien.
Las acompañaron en su martirio unos esclavos que fueron apresados junto a ellas, y su catequista, el diácono Sáturo, que las había instruido en la religión y las había preparado para el bautismo. A Sáturo no lo habían apresado, pero él se presentó voluntariamente.
Los antiguos documentos que narran el martirio de estas dos santas, eran inmensamente estimados en la antigüedad, y San Agustín dice que se leían en las iglesias con gran provecho para los oyentes. Esos documentos narran lo siguiente.
El año 202 el emperador Severo mandó que los que siguieran siendo cristianos y no quisieran adorar a los falsos dioses tenían que morir.
Perpetua estaba celebrando una reunión religiosa en su casa de Cartago cuando llegó la policía del emperador y la llevó prisionera, junto con su esclava Felicidad y los esclavos Revocato, Saturnino y Segundo.
Dice Perpetua en su diario: "Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada porque nunca había estado en un sitio tan oscuro. El calor era insoportable y estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho. Me parecía morir de calor y de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión".
Afortunadamente al día siguiente llegaron dos diáconos católicos y dieron dinero a los carceleros para que pasaran a los presos a otra habitación menos sofocante y oscura que la anterior, y fueron llevados a una sala a donde por lo menos entraba la luz del sol,y no quedaban tan apretujados e incómodos. Y permitieron que le llevaran al niño a Perpetua, el cual se estaba secando de pena y acabamiento. Ella dice en su diario: "Desde que tuve a mi pequeñín junto a mí, y a aquello no me parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía llena de alegría. Y el niño también recobró su alegría y su vigor". Las tías y la abuelita se encargaron después de su crianza y de su educación.
El jefe del gobierno de Cartago llamó a juicio a Perpetua y a sus servidores. La noche anterior Perpetua tuvo una visión en la cual le fue dicho que tendrían que subir por una escalera muy llena de sufrimientos, pero que al final de tan dolorosa pendiente, estaba un Paraíso Eterno que les esperaba. Ella narró a sus compañeros la visión que había tenido y todos se entusiasmaron y se propusieron permanecer fieles en la fe hasta el fin.
Primero pasaron los esclavos y el díacono. Todos proclamaron ante las autoridades que ellos eran cristianos y que preferían morir antes que adorar a los falsos dioses.
Luego llamaron a Perpetua. El juez le rogaba que dejara la religión de Cristo y que se pasara a la religión pagana y que así salvaría su vida. Y le recordaba que ella era una mujer muy joven y de familia rica. Pero Perpetua proclamó que estaba resuelta a ser fiel hasta la muerte, a la religión de Cristo Jesús. Entonces llegó su padre (el único de la familia que no era cristiano) y de rodillas le rogaba y le suplicaba que no persistiera en llamarse cristiana. Que aceptara la religión del emperador. Que lo hiciera por amor a su padre y a su hijito. Ella se conmovía intensamente pero terminó diciéndole: ¿Padre, cómo se llama esa vasija que hay ahí en frente? "Una bandeja", respondió él. Pues bien: "A esa vasija hay que llamarla bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque es una bandeja. Y yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de ninguna otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser para siempre".
Y añade el diario escrito por Perpetua: "Mi padre era el único de mi familia que no se alegraba porque nosotros íbamos a ser mártires por Cristo".
El juez decretó que los tres hombres serían llevados al circo y allí delante de la muchedumbre serían destrozados por las fieras el día de la fiesta del emperador, y que las dos mujeres serían echadas amarradas ante una vaca furiosa para que las destrozara. Pero había un inconveniente: que Felicidad iba a ser madre, y la ley prohibía matar a la que ya iba a dar a luz. Y ella sí deseaba ser martirizada por amor a Cristo. Entonces los cristianos oraron con fe, y Felicidad dio a luz una linda niña, la cual le fue confiada a cristianas fervorosas, y así ella pudo sufrir el martirio. Un carcelero se burlaba diciéndole: "Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuando le lleguen los dolores del martirio qué hará? Ella le respondió: "Ahora soy débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el martirio me acompañará la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza".
A los condenados a muerte se les permitía hacer una Cena de Despedida. Perpetua y sus compañeros convirtieron su cena final en una Cena Eucarística. Dos santos diáconos les llevaron la comunión, y después de orar y de animarse unos a otros se abrazaron y se despidieron con el beso de la paz. Todos estaban a cual de animosos, alegremente dispuestos a entregar la vida por proclamar su fe en Jesucristo.
A los esclavos los echaron a las fieras que los destrozaron y ellos derramaron así valientemente su sangre por nuestra religión.
Antes de llevarlos a la plaza los soldados querían que los hombres entraran vestidos de sacerdotes de los falsos dioses y las mujeres vestidas de sacerdotisas de las diosas de los paganos. Pero Perpetua se opuso fuertemente y ninguno quiso colocarse vestidos de religiones falsas.
El diácono Sáturo había logrado convertir al cristianismo a uno de los carceleros, llamado Pudente, y le dijo: "Para que veas que Cristo sí es Dios, te anuncio que a mí me echarán a un oso feroz, y esa fiera no me hará ningún daño". Y así sucedió: lo amarraron y lo acercaron a la jaula de un oso muy agresivo. El feroz animal no le quiso hacer ningún daño, y en cambio sí le dio un tremendo mordisco al domador que trataba de hacer que se lanzara contra el santo diácono. Entonces soltaron a un leopardo y éste de una dentellada destrozó a Sáturo. Cuando el diácono estaba moribundo, untó con su sangre un anillo y lo colocó en el dedo de Pudente y este aceptó definitivamente volverse cristiano.
A Perpetua y Felicidad las envolvieron dentro de una malla y las colocaron en la mitad de la plaza, y soltaron una vaca bravísima, la cual las corneó sin misericordia. Perpetua únicamente se preocupaba por irse arreglando los vestidos de manera que no diera escándalo a nadie por parecer poco cubierta. Y se arreglaba también los cabellos para no aparecer despeinada como una llorona pagana. La gente emocionada al ver la valentía de estas dos jóvenes madres, pidió que las sacaran por la puerta por donde llevaban a los gladiadores victoriosos. Perpetua, como volviendo de un éxtasis, preguntó: ¿Y dónde está esa tal vaca que nos iba a cornear?
Pero luego ese pueblo cruel pidió que las volvieran a traer y que les cortaran la cabeza allí delante de todos. Al saber esta noticia, las dos jóvenes valientes se abrazaron emocionadas, y volvieron a la plaza. A Felicidad le cortaron la cabeza de un machetazo, pero el verdugo que tenía que matar a Perpetua estaba muy nervioso y equivocó el golpe. Ella dio un grito de dolor, pero extendió bien su cabeza sobre el cepo y le indicó al verdugo con la mano, el sitio preciso de su cuello donde debía darle el machetazo. Así esta mujer valerosa hasta el último momento demostró que si moría mártir era por su propia voluntad y con toda generosidad.
Estas dos mujeres, la una rica e instruida y la otra humilde y sencilla sirvienta, jóvenes esposas y madres, que en la flor de la vida prefirieron renunciar a los goces de un hogar, con tal de permanecer fieles a la religión de Jesucristo, ¿qué nos enseñarán a nosotros? Ellas sacrificaron un medio siglo que les podía quedar de vida en esta tierra y llevan más de 17 siglos gozando en el Paraíso eterno. ¿Qué renuncias nos cuesta nuestra religión? ¿En verdad, ser amigos de Cristo nos cuesta alguna renuncia? Cristo sabe pagar muy bien lo que hacemos y renunciamos por El.

martes, 5 de marzo de 2019

Mesa redonda el próximo día 11 sobre educación y consciencia

Hola!

   Te invitamos a la mesa redonda del próximo lunes 11 marzo 2019, a las 19.30 , sobre "Educación armónica en los niños". Con las intervenciones de:  Nieves Acosta Picado (Maestra Primaria y Máster en Familia, profesora de la  Fundación para el Desarrollo de la Consciencia) que hablará sobre "Creencias limitativas y reprogramación mental en la educación",  Julio César León Chinchilla (psicólogo y doctorando en pedagogía psicológica) hablará sobre "Procesos pedagógicos de reflexión y concienciación, dirigidos a la construcción de relaciones sociales solidarias" y  Luciano Pou Sabaté (Doctor en teología, Licenciado en Filosofía y Letras, Fundación para el desarrollo de la consciencia) hablará sobre "la educación como ayudar a crecer lo mejor de cada uno, para construir un mundo mejor". 

   Lugar: sala Val de Omar (salón de actos) de la Biblioteca de Andalucía – Biblioteca Provincial de Granada, c/ Sainz Cantero 6, 18002 (frente a la Facultad de Ciencias).

   Seguirá coloquio sobre este tema tan bonito: proponer un proyecto educativo centrado en la persona y no tanto en inculcar información al niño.


Entrada libre hasta completar el aforo. Para reservar plaza o cualquier información: desarrollodeconsciencia@gmail.com  

Miércoles de Ceniza

Miércoles de Ceniza

Conversión y penitencia
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».«Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará»  (Mt 6,1-6.16-18).
I. Comienza la Cuaresma, tiempo de penitencia y de renovación interior para preparar la Pascua del Señor (CONCILIO VATICANO II, Sacrosantum Concilium). La liturgia de la Iglesia nos invita sin cesar a purificar nuestra alma y a recomenzar de nuevo. En el momento de la imposición de la ceniza sobre nuestra cabeza, el sacerdote nos recuerda las palabras del Génesis, después del pecado original: Acuérdate, hombre, de que eres polvo y en polvo te has de convertir (Génesis 3, 19). Y sin embargo, a veces olvidamos que sin el Señor no somos nada. Quiere el Señor que nos despeguemos de las cosas de la tierra para volvernos a Él. Jesús busca en nosotros un corazón contrito, conocedor de sus faltas y pecados y dispuesto a eliminarlos. También desea un dolor sincero de los pecados que se manifestará ante todo en la Confesión sacramental. El Señor nos atenderá si en el día de hoy le repetimos de corazón: Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme.
II. La verdadera conversión se manifiesta en la conducta: en el trabajo, hecho con orden, puntualidad e intensidad; en la familia, mortificando nuestro egoísmo y creando un ambiente más grato en nuestro entorno; y en la preparación y cuidado de la Confesión frecuente. El Señor también nos pide hoy una mortificación más especial, que ofrecemos con alegría: la abstinencia y el ayuno; también la limosna que, ofrecida con un corazón misericordioso, desea llevar consuelo a quien pasa necesidad. Cada uno debe hacerse un plan concreto de mortificaciones para ofrecer al Señor diariamente esta Cuaresma. Para hacerlo, tengamos en cuenta que deben ser “mortificaciones que no mortifiquen a los demás, que nos vuelvan más delicados, más comprensivos, más abierto a todos” (J, ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa)
III. San Pablo (2 Corintios, 5) nos dice que éste es un tiempo excelente que debemos aprovechar para una profunda conversión. Podemos estar seguros que vamos a estar sostenidos por una particular gracia de Dios, propia del tiempo litúrgico que hemos comenzado. “Tiempo para que cada uno se sienta urgido por Jesucristo. Para que los que alguna vez nos sentimos inclinados a aplazar esta decisión sepamos que ha llegado el momento. Para que los que tengan pesimismo, pensando que sus defectos no tienen remedio, sepan que ha llegado el momento. Comienza la Cuaresma; mirémosla como un tiempo de cambio y de esperanza” (A.Mª. GARCÍA DORRONSORO, Tiempo para creer)

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

lunes, 4 de marzo de 2019

Martes semana 8 de tiempo ordinario, año impar

Martes de la semana 8 de tiempo ordinario; año impar

Generosidad y desprendimiento
«Comenzó Pedro a decirle: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús respondió: En verdad os digo que no hay nadie que habiendo dejado casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el Evangelio, no reciba en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida eterna. Porque muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.» (Marcos 10, 28-31)
I. Después del encuentro con el joven rico que considerábamos ayer, Pedro le dice a Jesús: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido (Marcos 10, 28-31). Nosotros, como los Apóstoles, hemos dejado lo que el Señor nos ha ido pidiendo, cada uno según su vocación, y tenemos el firme empeño de romper cualquier atadura que nos impida correr tras Cristo y seguirle. Hoy renovamos este deseo considerando las palabras de San Pablo: Todo lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo (Filipenses 3, 8). Ninguna cosa tiene valor en comparación con Cristo. El Señor exige la virtud de la pobreza a todos sus discípulos, de cualquier tiempo y en cualquier situación de la vida. También pide la austeridad real y efectiva en la posesión y uso de los bienes materiales, y ello incluye “mucha generosidad, innumerables sacrificios y un esfuerzo sin descanso” (Pablo VI, Populorum progressio). Por lo tanto es necesario aprender a vivir de modo práctico esta virtud en la vida corriente de todos los días.
II. Lo hemos dejado todo... Hemos experimentado que el desprendimiento efectivo de los bienes lleva consigo la liberación de un peso considerable: como el soldado que se despoja de todo lo que le estorba al entrar en combate para estar más ágil. Estamos en el mundo como quienes nada tenemos, pero todo lo poseemos (San Pablo, 2 Corintios 6, 10) Saboreamos así un señorío sobre las cosas que nos rodean. Las palabras de Cristo: recibirán en esta vida cien veces más, y en el siglo venidero, la vida eterna, nos dan seguridad y rebasan con creces toda la felicidad que el mundo puede dar. El Señor nos quiere felices también aquí en la tierra: quienes le siguen con generosidad obtienen, ya en esta vida, un gozo y una paz que superan con mucho las alegrías y consuelos humanos.
III. Vale la pena seguir al Señor, serle fieles en todo momento, darlo todo por Él, ser generosos sin medida: vale la pena, vale la pena, vale la pena. Quien es fiel a Cristo tiene prometido el Cielo para siempre. Oirá la voz del Señor, a quien ha procurado servir aquí en la tierra, que le dice: Ven, bendito de mi Padre, al Cielo que tenía preparado desde la creación del mundo (Mateo 25, 34). Pidamos a Nuestra Madre que nos consiga disposiciones firmes de desprendimiento y generosidad como Ella supo hacerlo para que podamos contagiar alrededor un clima alegre de amor a la pobreza cristiana.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Lunes semana 8 de tiempo ordinario, año impar

Lunes de la semana 8 de tiempo ordinario; año impar

El joven rico
«Cuando salía para ponerse en camino, vino uno corriendo y arrodillado ante él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino uno, Dios. Ya conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, no defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre. Él respondió: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia. Y Jesús, fijando en él su mirada, se prendó de él y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo; luego ven y sígueme. Pero él, afligido por estas palabras, se marchó triste, pues tenía muchos bienes.» (Marcos 10, 17-22)
I. Nosotros hemos de preguntarle a Cristo como el joven rico del Evangelio (Mateo 19, 20) de la Misa: ¿Qué me falta aún? . Y El Señor tiene una respuesta personal para cada uno, la única respuesta válida. El Señor nos ve ahora y siempre, como vio al joven rico, con amor hondo, de predilección. Cuando aquel joven escuchó la respuesta de Jesús a entregarse por completo, se retiró entristecido. Los planes de Dios no siempre coinciden con los nuestros, con aquellos que hemos forjado en la imaginación. Los proyectos divinos siempre pasan por el desprendimiento de aquello que nos ata. Dios nos llama a todos a la santidad, a la generosidad, al desprendimiento, y nos dice: ven y sígueme. No cabe la mediocridad ante la invitación de Cristo; Él no quiere discípulos de “media entrega”, con condicionamientos. Y nosotros le decimos: “Señor, no tengo otro fin en la vida que buscarte, amarte y servirte... Todos los demás objetivos de mi existencia a esto se encaminan. No quiero nada que me separe de Ti”

II. El amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios. Significa sacrificio y disciplina, pero significa también alegría y realización humana. La llamada del Señor a seguirle de cerca exige una actitud de respuesta continua, porque Él, en sus diferentes llamamientos, pide una correspondencia dócil y generosa a lo largo de la existencia. ¿Qué me falta aún, Señor? Seamos sinceros: quien tiene verdaderos deseos de saber, llega a conocer con claridad los caminos de Dios. “La palabra de Dios puede llegar con el huracán o con la brisa” (1 Reyes 19, 22). Pero para seguirla debemos estar desprendidos de toda atadura: sólo Cristo Importa. Todo lo demás, en Él y por Él.

III. El Señor vio con pena que el joven se alejaba de Él; el Espíritu Santo nos revela el motivo de aquel rechazo a la gracia: tenía muchos bienes, y estaba muy apegado a ellos. Hoy podemos examinar valientemente en la oración dónde tenemos puesto el corazón: si nos empeñamos en andar desprendidos de los bienes de la tierra, o si sufrimos cuando padecemos necesidad; si reaccionamos con rapidez ante un detalle que manifieste aburguesamiento y comodidad; si somos parcos en las necesidades personales, si frenamos la tendencia a gastar, si evitamos los gastos superfluos, si no nos creamos falsas necesidades, si llevamos con alegría las incomodidades o la falta de medios... Sólo así viviremos con la alegría y la libertad necesaria para ser discípulos del Señor en medio del mundo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
San Casimiro

Casimiro nació en 1458 en Cracovia (sur de Polonia). El tercero de los trece hijos del rey Casimiro. Su madre Isabel, hija del emperador de Austria, se esmeró en la formación católica de sus hijos. En una carta a una amiga enumera las cualidades que debe tener una buena madre.
Casimiro tuvo además dos grandes maestros:
1-El Padre Juan, polaco con gran fama de santidad y sabiduría. Escribió: "Casimiro es un joven excepcional en cuanto a virtud".
2-El profesor Calímaco, gran sabio que había sido secretario de Pío II. Según Calímaco: "Casimiro es un adolescente santo".
Según los biógrafos de Casimiro, su más grande anhelo y su más fuerte deseo era siempre agradar a Dios. Para eso trataba de dominar su cuerpo, antes de que las pasiones sensuales mancharan su alma. A pesar de ser hijo del rey vestía sencillamente. Se mortificaba en el comer, en el beber, en el mirar y en el dormir. Muchas veces dormía sobre el puro suelo y se esforzaba por no tomar licor. Si tomamos en cuenta que vivía en un palacio donde el ambiente invitaba a la vida fácil, podremos entender la virtud de este joven santo.
El centro de su devoción era la Pasión y Muerte de Jesucristo la cual meditaba a profundidad paso a paso. Era también muy devoto de Jesús Sacramentado. Mientras por el día ayudaba a su padre en el gobierno del reino, de noche pasaba horas de adoración. Demostró también gran amor a los pobres. La gente se admiraba de que siendo hijo de un rey, nunca ni en sus palabras ni en su trato se mostraba orgulloso o despreciador con ninguno, ni siquiera con los más miserables y antipáticos. Según el biógrafo enviado por el Papa León X, la caridad de Casimiro era casi increíble, un verdadero don del Espíritu Santo. Entregaba a los pobres no solo bienes materiales sino también su tiempo, sus energías, su inteligencia y su influencia respecto a su padre. Prefería siempre a los más afligidos, a los más pobres, a los extranjeros que no tenían a nadie que los socorriera, y a los enfermos. Defendía a los miserables y por eso el pueblo lo llamaba "el defensor de los pobres".
Su padre quiso casarlo con la hija del Emperador Federico, pero Casimiro dijo que le había prometido a la Virgen Santísima conservarse en perpetua castidad.
Los secretarios y otras personas que vivieron con Casimiro confirman que lo más probable es que este santo joven no cometió ni un solo pecado grave en toda su vida. Casimiro llegó, como San Luis Gonzaga, San Gabriel de la Dolorosa, San Estanislao de Koska, San Juan Berchmans y Santa Teresita de Jesús, a una gran santidad, en muy pocos años.
Se enfermó de tuberculosis, y el 4 de marzo de 1484, a la edad de 26 años, murió santamente dejando en todos los más edificantes recuerdos de bondad y de pureza. Lo sepultaron en Vilma, capital de Lituania.
Incorrupto
A los 120 años de enterrado abrieron su sepulcro y encontraron su cuerpo incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Ni siquiera sus vestidos se habían dañado, y eso que el sitio donde lo habían sepultado era muy húmedo. Sobre su pecho encontraron una poesía a la Sma. Virgen María, que él había recitado frecuentemente y que mandó que la colocaran sobre su cadáver cuando lo fueran a enterrar: "Cada día alma mía, di a María su alabanza. En sus fiestas la honrarás y su culto extenderás..."
San Casimiro trabajó incansablemente por extender la religión católica en Polonia y Lituania. Sin duda su intercesión desde el cielo mantiene a estas naciones firmes en la fe, a pesar de grandes dificultades.
Nació en Cracovia donde S.S. Juan Pablo II fue cardenal. La iglesia de la aldea donde nació Sta. Faustina se llama San Casimiro y tiene un hermoso vitral del santo.
Invirtió su tesoro según el mandato del Altísimo
De la Vida de san Casimiro, escrita por un autor casi contemporáneo
La sorprendente, sincera y no engañosa caridad de Casimiro, por la que amaba ardientemente al Dios todopoderoso en el Espíritu, impregnaba de tal forma su corazón, que brotaba espontáneamente hacia su prójimo. No había cosa más agradable y más deseable para él que repartir sus bienes y entregarse a sí mismo a los pobres de Cristo, a los peregrinos, enfermos, cautivos y atribulados.
Para las viudas y huérfanos y necesitados era no solamente un defensor y un protector, sino que se portaba con ellos como si fuera su padre, su hijo o su hermano.
Tendríamos que escribir una larga historia si hubiésemos de contar uno por uno sus actos de amor a Dios y sus obras de caridad con el prójimo.
Es poco menos que imposible describir su gran amor por la justicia, su templanza, su prudencia, su fortaleza y constancia, precisamente en esa edad en la que los hombres suelen sentir mayor inclinación al mal.
A cada paso exhortaba a su padre, el rey, a respetar la justicia en el gobierno de la nación y en el de los pueblos que le estaban sometidos. Y, si alguna vez el rey por debilidad o negligencia incurría en algún error, no dudaba en reprochárselo con modestia.
Tomaba como suyas las causas de los pobres y miserables, por lo que la gente le llamaba «defensor de los pobres». A pesar de su dignidad de príncipe y de su nobleza de sangre, no tenía dificultad en tratar con cualquier persona por humilde y despreciable que pareciera.
Siempre fue su deseo ser contado más bien entre los pobres de espíritu, de quienes es el reino de los cielos, que entre los personajes famosos y poderosos de este mundo. No tuvo ambición del dominio terreno ni quiso nunca recibir la corona que el padre le ofrecía, por temor de que su alma se viera herida por el aguijón de las riquezas, que nuestro Señor Jesucristo llamó espinas, o sufriera el contagio de las cosas terrenas.
Personas de gran autoridad, algunas de las cuales viven aún y que conocían hasta el fondo su comportamiento, aseguran que permaneció virgen hasta el fin de sus días.

domingo, 3 de marzo de 2019

Risto expulsa del plató a Arcadi Espada. El 'Chester' más polémico | Med...

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La importancia de la actitud

   Hola, paso un escrito, sobre "La importancia de la actitud", espero que te guste.
   Saludos!
   Llucià

La importancia de la actitud

   Cuentan de una joven que se quejaba a su madre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. Se sentía hundida. Cuando la cosa parecía que no podía ir a peor, aparecía otro problema. La madre, en la cocina, mientras escuchaba puso en agua hirviendo zanahorias, un huevo y granos de café. Ya hervidas, la madre sacó las zanahorias, huevos y sirvió el café en una taza. Le dijo: "-¿qué ves?"

   -"Zanahorias huevos y café"- respondió: "las zanahorias están blandas, el huevo está duro, el café huele bien".

   La madre le explicó: "los tres han estado en agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente: la zanahoria llegó fuerte y se había vuelto blanda, el huevo había llegado líquido bajo la cáscara, pero su interior se había endurecido,

los granos de café habían cambiado el agua. ¿Cuál eres tú?", le preguntó a su hija.

   Cuando hemos de lidiar con las dificultades, por ejemplo una separación del ser querido por muerte o divorcio, un fracaso o despido… ¿somos zanahoria, nos volvemos blandos?, ¿somos huevo y nos endurecemos hasta ser ásperos?, ¿o somos café que cambia al agua, transforma lo que provocaba malestar hasta darle buen sabor? Las cosas a nuestro alrededor mejorarán, cuando las transformamos gracias a este espíritu, que es como una luz que irradia a nuestro alrededor.

   ¿Cómo es posible que dos personas que han pasado por lo mismo, una está feliz y radiante, mientas que la otra se siente víctima de injusticias, con mala suerte, llena de tristeza? ¿Es que la alegre es inconsciente o ingenua? En realidad, es que ha crecido gracias a esas experiencias que le dificultaban la vida, que le han servido para aprender. Y es que para el crecimiento personal nos sirven mucho más las cosas que otros llaman problemas, que las cosas que van sin esfuerzo. Uno aprende a no aferrarse a nada que es causa de esclavitud, a ser libre y tomar lo que viene de este regalo que es la vida, y no lamentarse de lo que no viene ahora, que quizá ya ha venido o vendrá.

   Así por ejemplo, no culparemos a nadie de que nos ha hecho daño, pues somos nosotros que damos a alguien ese poder. Como aquel que recibió de un enemigo una caja de basura, y se la devolvió limpia y llena de frutos ricos del campo. Cada uno da según lo que lleva en el corazón y si no dejamos lugar al mal, seremos felices independientemente de lo que nos ofrezca esta o aquella persona. Cada uno lleva dentro dos lobos, uno es el amor y otro el miedo: ¿a cuál de ellos alimento? Porque al que alimente será el que domine en mi corazón. Si alimento al miedo, dominará y será causa de tantos desajustes como la agresividad que desemboca en violencia y que hunde más al que la comete que a la víctima. Si alimento al amor, sabré bailar con la vida, dar lo mejor de mí mismo a todos independientemente de cómo me traten, estaré feliz con lo que depare cada día, sin preocuparme de las cosas que no salen bien, sabiendo que lo mejor está por llegar. Todo depende de mi actitud. "La buena vida es la suma de las actitudes con las que decidimos vivirla y entregarnos a ella" (Alex Rovira) y entonces seremos "creadores de la buena suerte" en el trabajo, amor, educación de los hijos, amistades…

   Luciano Pou Sabaté