sábado, 14 de enero de 2017

Domingo semana 2 de tiempo ordinario; ciclo A

Domingo de la semana 2 de tiempo ordinario; ciclo A

Jesús es el Cordero pascual, que quita el pecado del mundo
“En aquel tiempo, vio Juan venir Jesús y dijo: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que Él sea manifestado a Israel».Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios»” (Jn 1,29-34).
1. Juan está aún a orillas del Jordán junto a dos de sus discípulos cuando ve pasar a Jesús y no se retiene de gritar de nuevo: «¡He ahí el Cordero de Dios!». Los dos discípulos comprenden y, dejando para siembre al Bautista, se ponen a seguir a Jesús.
En la Misa contemplamos esas palabras: «Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros / danos la paz». Entonces, antes de recibir al Señor en la comunión, el sacerdote las pronuncia en uno de los momentos más solemnes de la Misa, mostrando Jesús en la Eucaristía, como Cordero, y nos unimos a la fe eucarística con aquellas otras: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una sola palabra tuya y mi alma quedará sanada”. La expresión “cordero” aparece aquí unida a “el que sana mi alma”, el que me cura, me salva…
 “Cordero” es una metáfora de carácter mesiánico que habían usado los profetas, principalmente Isaías, y que era bien conocida por todos los buenos israelitas. A orillas del Jordán (quizá por Betaraba o Beth Abarah, el “lugar del pasaje”, en recuerdo del paso del Jordán por los hebreos), Jesús se nos muestra como Pascua: el que pasa por este río de la vida, para abrirnos el camino de la Vida. “La misericordia de Dios es superior a toda expectativa”, decía san Leopoldo Mandic. El Cordero se nos muestra como salvación. San Hipólito exclamaba admirado: “¡Oh, hecho que llena de estupor! El río infinito, que alegra la ciudad de Dios, es bañado por unas pocas gotas de agua. El manantial incontenible y perenne del que brota la vida para todos los hombres, se sumerge en un hilo de agua escasa y fugaz. Aquél que está en todas partes y no falta en ningún lugar, aquél que los ángeles no pueden comprender y los hombres no pueden ver, se acerca voluntariamente a recibir el bautismo”.
¿Por qué se bautiza el Mesías, si es el cordero inmaculado en quien no hay sombra de pecado? Hemos visto que pasa por las aguas para ser el Cordero pascual, que “se ha dado a sí mismo por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad” (Tit 2,14). “En este abajamiento de Dios en el sublime momento de comenzar la predicación de la verdad y la proclamación del Misterio de Dios, se pone de manifiesto la magnitud, la generosidad de esta total donación de Dios en la Encarnación. ¿Por qué el Inmaculado se acerca humildemente a recibir el signo de los que se confiesan pecadores? Es mucho más fácil responder a esta pregunta que responder a la pregunta infinitamente más radical que ésta: ¿Por qué Dios se ha hecho hombre y se ha dado a los hombres que contra él pecaron? Ninguna de las cosas que hace Cristo las hace porque Él las necesita, sino porque las necesitamos nosotros. Todos los actos de Cristo son don a los hombres: Dios no tenía necesidad de hacerse cercano a nosotros en la Encarnación, pero nosotros sí teníamos necesidad de su cercanía, porque la lejanía de Dios es la muerte del alma; Jesucristo no tenía necesidad de purificarse en las aguas del Jordán, pero nosotros necesitábamos contemplar la humildad de Dios encarnado que se abaja hasta nosotros, pecadores; nosotros teníamos la necesidad de escuchar, en este ejemplo de Cristo, la invitación a expresar exteriormente nuestra penitencia (...)        No venía Él a purificarse sino a purificarnos. Es el trasfondo de la maravillosa expresión que acuña Juan para referirse a Jesús: ‘Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’” (Miguel Á. Fuentes).
 “Cordero” tiene sin duda otros significados: animal pacífico que se deja hacer, que se deja comer… también es suave y manso, que se ofrece en sacrificio, inocente sobre el que se vierten las culpas como sacrificio vicario, víctima expiatoria… recordamos el animal que sustituye la muerte de Isaac en el altar del sacrificio, cuando Abraham puede recuperar a su hijo, todos son símbolos mesiánicos, y el hijo recuperado somos nosotros, salvados por la sangre redentora de Jesús. Es un cordero el del sacrificio cotidiano en el templo (cf. Ex 29,38); también hace referencia al Siervo de Yahvéh, de Isaías, llevado al matadero como corderito mudo (cf. Is 53,6.7); se resalta en muchos sitios su cualidad de inocencia o su disposición al sufrimiento. En el fondo Juan cifra todas estas cosas en ese solo nombre. De Cristo dice que “quita” el pecado del mundo; en el sentido de “hacer desaparecer”. Lo explicará también Juan Evangelista en sus cartas: “Sabéis que (Cristo) apareció para quitar los pecados” (1 Jn 3,5). Juan de Maldonado apunta: “Algunos siguiendo al Crisóstomo notan que Juan no dice ‘que quitará’, sino ‘que quita’ los pecados del mundo, usando el presente para significar, más que el hecho, la virtud natural de Cristo de quitar los pecados. A la manera que no decimos ‘el fuego calentará’, sino ‘el fuego calienta’, para expresar que el fuego, de su natural, como no halle impedimento, calienta cualquier cosa en todo tiempo y lugar”.
¿Cómo quita los pecados? Juan, hablando de la misión de Cristo dice: “Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”. La obra de Jesucristo, a diferencia de la de Juan, llega hasta el corazón, lo penetra y lo cambia. Por eso es comparada con el fuego: el fuego quema y purifica la escoria, la destruye; limpia, transforma. Cristo bautiza en el Espíritu Santo porque con su predicación no se limita a decir a los hombres que no pueden seguir viviendo como lo hacían hasta ese momento, sino que Él mismo los cambiará. Hará penetrar en los corazones el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo, penetra, transforma y santifica. Juan prepara y Cristo lleva a plenitud la obra de la santificación de las almas cuando las sumerge con Él en las aguas fecundantes del Jordán espiritual: con Él hemos sido sepultados en el bautismo (Rom 6,4)” (Miguel Á. Fuentes).
Juan habla del bautismo del Espíritu Santo, por el que recibimos la filiación divina. Mucho más que cualquier otro talento o riqueza que podríamos desear o imaginar, es ser hijos de Dios: constituye el único fin que consuma nuestra vida. Esto va unido a la fraternidad, sentir como propias las cosas de los demás, y por tanto ser apóstoles de tan gozosa verdad, que estamos llamados a ser hijos en el Hijo, al camino de santidad, según nuestra condición ser consecuentes con esa filiación divina.
La filiación es complicada, para quien no tiene idea de padre, o ha perdido la confianza en ella, y considera Dios, más que como un Padre amoroso al que debe la vida y todo lo que es y tiene, como un obstáculo de la propia autonomía, o incluso un rival de la libertad personal. A veces, en efecto, hay quien considera a Dios como una complicación incómoda, que lamentablemente existe, que dificulta más aún la vida, ya de suyo difícil de los hombres. La imagen del Padre que perdona, que espera cada día la vuelta del hijo, dispuesto a restituirle su favor apenas regrese arrepentido, es muy plástica para re-construir la idea de padre, viendo al "padre misericordioso". La confesión será así una “actualización” del bautismo, como en los programas informáticos, para reavivar el fuego de la gracia, y cada vez que animamos a otro a "volver", se cumplen las palabras con las que concluye Santiago su carta a una joven comunidad de fieles: si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío, salvará su alma de la muerte y cubrirá sus muchos pecados.
Mirar el Cordero de Dios es participar de su misericordia (la que contemplamos en Semana Santa por ejemplo), dejarnos transformar por el Cordero: es amar a Dios de verdad, participar en su corazón, y nos dolerá que otros ofendan al Señor, aunque no sepan que lo hacen. Saldrán propósitos de pedir la luz de la fe, también con nuestros sacrificios, pues todos buscan la verdad y a Dios aún sin saberlo, todos intentan alcanzar la felicidad que en Él está, la vida plena que la Trinidad nos ha preparado, pues a esa vida nos eligió antes de la constitución del mundo para que seamos santos y felices en su presencia por el amor.
2. Samuel era un niño al servicio del templo y del sacerdote Elí, y acostado oyó que le llamaban, y “fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: —Aquí estoy; vengo porque me has llamado”.
Por tres veces oyó voces Samuel y le dijo Elí: —“No te he llamado; vuelve a acostarte”. Hasta que “Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho y dijo a Samuel: —Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha.» Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: —¡Samuel, Samuel! El respondió: —Habla, Señor, que tu siervo te escucha.
Samuel crecía, Dios estaba con él”, y fue el último Juez, antes de que comenzara la dinastía de los Reyes. Samuel habla con Dios
Nosotros, con el salmo, queremos decirle de algún modo al Señor: aquí está "tu siervo que está dispuesto a escucharte": "Aquí estoy para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero y llevo tu ley en las entrañas”. Dios se inclina hacia cada uno de nosotros, para escucharnos, y darnos fortaleza: "afirmó mi pie sobre la roca”, y darnos su palabra: “me puso en la boca un canto nuevo", -"abriste mis oídos... para que escuchara tu voluntad", y queremos serle fieles: "llevo tu ley en mis entrañas... mira, no guardo silencio". Dios no quiere ya sacrificios de animales... lo que agrada a Dios es la docilidad de cada instante a su voluntad... El "don de sí por amor".
3. “Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre, queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica, peca en su propio cuerpo. ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?” Ser templos del Espíritu Santo, Dios en nosotros respetando nuestro modo de ser, sabiendo que estamos edificando el Templo: “Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseáis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!”
Es falso pensar que el alma está destinada a la inmortalidad y el cuerpo a la corrupción. También los cuerpos resucitarán. Por eso ya ahora los cuerpos de los bautizados, de los creyentes, están unidos a Cristo como los miembros a su cabeza. Cristo es la cabeza; a él le pertenecemos y con él estamos unidos en cuerpo y alma. La separación del alma y la degradación del cuerpo a enemigo del alma obedecen a una concepción platónica distinta de la cristiana. Para Pablo el hombre nunca es pura interioridad; más aún, no puede ser interioridad, alma, sin ser al mismo tiempo expresión corporal. Por eso, o nos unimos a Cristo en cuerpo y alma o no estamos unidos a él de ningún modo. "Ser en Cristo" es el fundamento de la conducta moral del cristiano y su motivación. El fundamento decisivo y el motivo último de la conducta moral es la unión personal con Cristo. No es una ética de normas abstractas sino una vida desde la fe, la esperanza y el amor. "Ser en Cristo" abarca toda la realidad del hombre, alma y cuerpo, todo lo que es y todo lo que hace (P. Franquesa).
Llucià Pou Sabaté

viernes, 13 de enero de 2017

Sábado semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Sábado de la semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Vocación de Mateo, manifestación de la misericordia divina con los pecadores
En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?». Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores»” (Marcos 2,13-17).
1. Hoy acabamos estos evangelios de la primera semana donde hemos visto tu misericordia, Jesús, volcarse sobre los necesitados, hoy sobre Mateo. Es la llamada de Jesús. Algunos de los apóstoles escogidos por Jesús son fervientes observantes de la religión judía, algunos incluso de los más celosos (zelotes). Pero “al otro lado del círculo de los Doce encontramos a Levi-Mateo, estrecho colaborador del poder dominante como recaudador de impuestos; debido a su posición social, se le debía considerar como un pecador público” (Benedicto XVI). Hoy contemplamos su conversión, cuando Jesús pasa: es algo “mágico” (en el sentido de misterioso), que no es solamente una cuestión moral o de ver, una filosofía del instante presente, de aprovechar el momento: tiene Jesús la capacidad de ofrecer un cambio de corazón instantáneo, algo así como una “mutación” de la energía interior, sobrenaturalizarnos…. Un flechazo que transforma el interior.
Por eso muchas cosas “pasan” cuando Jesús “pasa junto a” y “mira” a alguien, vuelca su mirada en la persona que tiene delante, Caravaggio quiso plasmar ese momento en el que Jesús dirigió esa mirada suya a Leví y con ella penetró en su alma, y se metió en su vida. «Pasando», lo miró. Hay una comunión profunda entre Jesús y la persona “mirada” por él. Después de esta mirada, las cosas no quedan nunca como estaban. La vocación es una llamada personalizada. Mirada libre, que no coacciona ni somete de ninguna forma: invita. Jesús se presenta casi siempre en camino. El Jesús en movimiento es también el Jesús que pone en movimiento. La llamada se realiza siempre en el contexto histórico de la persona que es llamada, en medio de sus cosas (barcas o banco...).
Esa mirada tiene algo anterior en el tiempo, un destino y misión: “Antes que fueses formado, en el seno materno, yo te conocí; antes que salieses del seno de tu madre, yo te consagré y te hice profeta” (Jr 1,5). Destino sería el día a día que forjamos con el aprendizaje, las dificultades y otras cosas… la misión, el motivo de nuestra existencia, para lo que Dios nos dio cualidades y ese aprendizaje… Jesús pasa, ama y llama a los que él quiere (cf. Mc 3,13), cuando él quiere y como él quiere, “no en virtud de nuestras obras, sino en virtud de su propósito y de la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos” (2 Tm 1,9). Si por una parte, cuando Jesús invita al seguimiento anima a los discípulos a perseguir metas elevadas (cf Mt 11,12), por otra parte les deja claro que si no fuese por la ayuda divina fracasarían necesariamente en su empresa (cf Mc 10,38). Aunque es en el tiempo cuando descubrimos poco a poco esa llamada suya, en Dios está desde toda la eternidad. Somos amados en Cristo y llamados, a imagen suya, en nuestras circunstancias, para estar con Jesús (cf Mc 3,13), a seguirle (cf Mc 1,17), a estar donde está él (cf Jn 12,26).
La llamada es a veces imprevisible, sorprendente: un pecador, un vendido a Roma, que les sangra impuestos de los invasores para revenderlos a los romanos, quedándose una parte, un traidor, es uno de los escogidos para la nueva alianza. La llamada lleva consigo también la fuerza para responder. Cuando dice “Sígueme”, incluye esta Palabra el poder transformador para hacer todo lo que conviene a seguir a Jesús. Jesús, como Yahweh en el Antiguo Testamento, tiene en su palabra autoridad, y la fuerza para la misión que nos da. Sorprende la pronta respuesta que dan los discípulos a la invitación del Señor: al instante, dejándolo todo, le siguen (Mc 1,22). No es algo a lo que no se pueda resistir, pues la respuesta es libre y hay ejemplos de quien dice “no” (Jonás, el joven rico, Judas). Hay un encuentro entre la libertad de Dios y del que es llamado, ¿a qué? A la misión, pues es un dejarse implicar: “Me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, para que le anunciase entre los gentiles...” (Gal 1,15-16).
Es una llamada en primer lugar a estar con Jesús, seguirle: “Los llamó para que estuvieran con él y enviarlos a predicar” (Mc 3,14). Sólo quien le conoce, quien ‘permanece’ con él (cf Jn 1,39) puede dar fruto, como el sarmiento da fruto sólo si permanece unido a la vid (cf Jn 15,4-5).
Leví se convierte, sigue a Jesús. Con esta prontitud y generosidad hizo el gran "negocio". No solamente el "negocio del siglo", sino también el de la eternidad: «Y todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o campo por mi nombre, recibirá el ciento por uno y gozará de la vida eterna» (Mt 19,29). Cuando le preguntan a Teresa de Calcuta por qué no se casa, ella responde que su vocación de servicio es para todos, esto implica no atarse a una persona, sacrificar el formar una familia particular abre perspectivas como Jesús vivió.
En la comida que después organiza Leví, junto a Jesús invita a sus antiguos colegas, considerados pecadores. Ahí se desarrolla la disputa sobre si Jesús hace mal en juntarse con ese tipo de gente. De hecho, la idea de no juntarse con personas de vida públicamente pecadora es común a muchas culturas, y se ha formulado incluso algún principio moral de “no colaboración con el mal” que ha apartado a los cristianos del trato con algunas personas, y actividades como política (partidos socialistas o de izquierdas), economía, cine y teatro, televisión y cierto tipo de prensa… Jesús afirma venir para los pecadores, cosa que también sorprende y que interpreto en el sentido de que los que se creen sanos no pueden abrir su corazón a la salvación. Todos somos pecadores y, como dirá san Pablo, «todos han pecado y se han privado de la gloria de Dios» (Rm 3,23). Cristo por esto ha muerto en la cruz y derramado su sangre preciosa: para remisión de los pecados: "Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados". Con su muerte, el Hijo nos ha obtenido la redención y el perdón de los pecados. Es decir, que el pecador como Leví se convierte y recupera su dignidad perdida (imagen de Dios); pero todos necesitamos esta conversión (Mt 3,7-12), pues nunca estamos a la altura de la vocación a la que somos llamados; es algo que abarca toda la vida (Mt 3,8; Lc 3,10-14), “cambio de mentalidad” (metánoya); en la propuesta de Jesús no hay nada de coacción (siempre dice: “quien quiera seguirme…”), no violenta los corazones, no coacciona, Dios no quiere imponerse sino que se presenta como un pretendiente a pedir nuestro amor. El mundo no es salvado por los crucificadores, sino por el crucificado por amor (especialmente en su debilidad, colgado en la Cruz, es cuando atrae todos hacia sí).  
Quizá Leví pensaba dejarlo todo, asqueado con aquel camino que no le llenaba, que le degradaba… entonces, precisamente entonces, Jesús aparece, cuando más lo necesita, cuando está para pensar en hacer una tontería, en dejarse llevar por ese fruto del remordimiento cerrado en uno mismo que es el resentimiento, no perdonarse a uno mismo. Pero así como el dolor no es malo, sino un síntoma del mal, el remordimiento es el dolor del alma que indica una herida, que ha de transformar el remordimiento en arrepentimiento. Entonces, nace el deseo de penitencia (Catecismo, 1989); hay una apertura a la verdad y al bien. Aquellas dificultades que hundían, por la humildad se transforman en oportunidades. Nada está perdido, hay más experiencia. Si la voluntad se inclina maliciosamente hacia conductas pecaminosas, si las pasiones y los sentidos experimentan un desorden que les lleva a rebelarse al impulso de la razón, más fuerte es el amor de Dios, que ayuda a ir creciendo una nueva vida; después va influyendo en los que le rodean.
2. El profeta cede a las peticiones de un rey, que le hace el pueblo: -“Conforme a la demanda de los ancianos y del pueblo, Israel tendrá un «Rey»”. Dios está presente en todas las actividades humanas. Gracias, Señor, por la libertad que nos has dado. Y el Concilio Vaticano II ha hablado, a ese respecto, de la "justa autonomía de las realidades terrestres". (G. S., 36-2) Pero Dios nos previene contra una confianza demasiado absoluta en ese sistema. Hay unas aparentes causalidades por las que Dios reconduce todo hacia un plan…
-“Habiéndose extraviado unas asnas, Kish dijo a su hijo Saúl que saliera a buscarlas. Fue durante ese largo viaje cuando, por azar, Saúl encuentra a Samuel y éste le nombra Rey”. Fácilmente queremos absolutizar nuestras opciones políticas, o cuestiones humanas, o creencias religiosas no esenciales y a veces contrarias a la verdad, diciendo: "Dios lo quiere", o bien "el evangelio exige eso ", para justificar nuestros propios análisis. "Frecuentemente, la visión cristiana de las cosas inclinará a tal o cual cristiano hacia una tal o cual solución. Pero, con igual sinceridad, otros fieles podrán juzgar de otro modo" (Concilio Vaticano II, G.S., 43-3).
-“Al día siguiente tomó Samuel el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl: "¿No es el Señor quien te ha ungido como jefe de su pueblo?"” Se pide ayuda a Dios.
3. Señor, el rey se regocija por tu fuerza, ¡y cuánto se alegra por tu victoria! Tú has colmado los deseos de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios. Porque te anticipas a bendecirlo con el éxito y pones en su cabeza una corona de oro puro. Te pidió larga vida y se la diste: días que se prolongan para siempre. Su gloria se acrecentó por tu triunfo, tú lo revistes de esplendor y majestad; le concedes incesantes bendiciones, lo colmas de alegría en tu presencia”.
Llucià Pou Sabaté
San Juan de Ribera, obispo

«Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo.
«Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando, que os améis los unos a los otros.» (Juan 15, 9-17)

1º. Jesús, me amas con amor infinito: «Como el Padre me amó, así os he amado yo.»
Me amas, Jesús, con amor de Dios, con amor divino.
¿Qué he hecho yo para merecer tanto amor?
¿Cómo no voy a estar seguro, sereno, lleno de paz y de alegría, cuando Tú me proteges y me mimas con mil cuidados, cuando eres capaz de dar tu vida por mí?
Esta combinación de confianza en tus conocimientos de Creador, y confianza en tus buenas intenciones de Padre, deberían dejarme bien claro que la mejor opción para mi decisión libre, la opción más inteligente, es la obediencia a tus mandatos, el seguimiento de tu voluntad.
«Permaneced en mi amor.»
Por eso, Jesús, sólo me pides que no te abandone, que no traicione a ese amor tan grande que me tienes, que te devuelva amor por Amor: que te quiera sobre todas las cosas.
Y ¿cómo?
Guardando tus mandamientos.
«Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor.»
Jesús, ayúdame a guardar tus mandamientos, a estar siempre en gracia, a permanecer en tu amor.
Es justo que te ame así, porque Tú me has amado primero.
Jesús, Tú quieres que mi alegría sea completa, máxima, y para eso me das este consejo: permanece en Mí, permanece en estado de gracia, porque entonces Yo estoy en tu alma y mi gozo está en Ti.
Que me dé cuenta de una vez, Jesús.
No vale la pena nada que pueda apartarme de Ti.
Ayúdame Tú, Jesús.
Yo, por mi parte, te prometo poner todos los medios a mi alcance: cuidar la vista; no ir a  -o dejar de ver- ciertos espectáculos o películas; ser sobrio en las comidas; aprovechar bien el tiempo; trabajar con perfección; acudir con regularidad a los sacramentos; no dejar suelta la imaginación; aconsejarme sobre los libros que leo; ser sincero en la dirección espiritual; tener devoción a la Virgen, etc.
Si me ves empeñado en guardar tus mandamientos, te volcarás y me harás saborear -ya en este mundo y, después, en la vida eterna- esa alegría profunda que hoy me prometes: «para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo.»
2º. Jesús, me llamas amigo.
A mí, que te he vuelto tantas veces la espalda, o que he pasado de largo con indiferencia cuando me pedías algo.
Pagas bien por mal.
Gracias.
Que sepa responder a tu amistad tratando de cumplir tu voluntad, que está bien clara: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.»
Jesús, ¿cómo me has amado?
«Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos.»
Tú me has amado con el amor más grande posible: dando tu vida por mí; y ahora me pides que te imite.
Ayúdame a pensar en los demás, a servir a los que me rodean: mi familia, mis compañeros, mis amigos, mis vecinos.
«No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.»
Jesús, me has elegido Tú: te has puesto a mi alcance, me has llenado de gracias.
No es mérito mío el ser cristiano; es un don tuyo, un talento valiosísimo que me has prestado para que lo haga rendir.
Porque no quieres que entierre mis talentos -los dones que me das-, sino que los haga fructificar: «el treinta por uno, el sesenta por uno, y el ciento por uno» (Mateo 4,8).
«Si el Señor te ha llamado «amigo», has de responder a la llamada, has de caminar a paso rápido, con la urgencia necesaria, ¡al paso de Dios! De otro modo, corres el riesgo de quedarte en simple espectador» (Surco.-629).
Jesús, eres Tú el que me has llamado, el que te has metido en mi vida, casi sin darme cuenta.
No soy yo el que te he elegido: Tú has querido contar conmigo.
Por eso, no tengo derecho a dejarte; no puedo quedarme en una posición cómoda, de simple espectador, cuando Tú me estás pidiendo más: «os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.»
Jesús, me pides que dé fruto.
¿Pero qué fruto?
Fruto de santidad, fruto de apostolado,  fruto de trabajo bien hecho, fruto de servicio a los demás.
Este es el fruto que me pides después de decirme que has dado tu vida por mí y que ya no puedes mostrarme más el amor que me tienes; después de llamarme amigo «porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer.»
¿Cómo no voy a responder a tu llamada?
¿Cómo no voy a intentar ir a paso rápido, al paso de Dios?
Pero necesito ayuda, y por eso me aseguras que «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá.»
Padre, te pido más corazón, para corresponder al amor que me tienes; te pido más fortaleza, para no conformarme con «ir tirando», sino que me ponga a luchar en serio en el camino de la santidad; te pido más generosidad, para saber dar la vida por Ti y por los demás como ha hecho Jesús; te pido más lealtad, para no traicionar la amistad que Jesús me ha dado, rechazando el pecado con todas mis fuerzas; te pido más vibración apostólica, para que sepa dar ejemplo y hablar de Ti a mis familiares y amigos: para dar fruto, y que ese fruto permanezca.

jueves, 12 de enero de 2017

Viernes semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Viernes de la semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Encuentros con Jesús misericordioso
“Entró de nuevo en Cafarnaum; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra.Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde Él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?». Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate, toma tu camilla y anda” Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: “A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”».Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida» (Marcos 2,1-12).
1. Podemos meternos con la imaginación, en la casa junto a Pedro, muy cerca del Señor. Tenemos suerte, porque muchos no caben, se han quedado fuera. Muchos, con la esperanza de tocar su túnica al pasar. Jesús está enseñando.
No faltan varios fariseos y doctores de la ley. Son los que lo saben todo, escuchan buscando qué censurar. ¡Qué distinta la gente sencilla que nos rodea dentro de la sala!
Mientras tanto, cuatro hombres audaces, con fe en el Señor, traen a un paralítico para que lo cure. Y no pueden entrar. Pero no se dan por vencidos. Por detrás la casa suben al tejado, escuchamos sus pasos en el techo. Jesús sigue hablando. Demasiado sabe Él lo que está ocurriendo. Después, comienzan a dar golpes. Todos miramos hacia arriba: están perforando el terrado.
El Señor no se inmuta. Caen trozos de barro seco, a pesar del cuidado de quienes lo hacen. Por fin se ve, por la abertura, el cielo. Jesús sigue hablando. Pero todos miramos las manos afanosas, el boquete descubierto, que se hace más grande. Ya se ven sus rostros. Con cuerdas descuelgan la camilla, un fardo con el cuerpo de aquel hombre paralítico. Y así, lo colocan delante del Señor. Todos guardamos silencio.
El Señor suspende su enseñanza. Mira al hombre paralítico y le sonríe. Los ojos del hombre, que está ahí, en el suelo, se avivan. Los cuatro audaces se han quedado en el techo. Sus cuatro caras pegadas miran respetuosas y atentas. No dicen nada. El Señor también les mira a ellos. Quisieran esconderse, no pueden. La humildad brota en sus semblantes. Y también les sonríe.
Con Jesús volvemos nuestra mirada al paralítico. Parece como si toda su vida se agolpara en sus ojos: miran llenos de esperanza. La compasión divina se posa en esa esperanza. Vuelven a avivarse los ojos del hombre. La Misericordia infinita y la miseria ínfima, frente a frente. Y en la sala, un silencio impresionante.
-“Tus pecados te son perdonados”.
Los escribas y los fariseos se remueven en sus asientos: están pensando mal. Jesús se encarar con ellos, sin corazón, por ignorar la miseria del hombre.
-“¿Qué es lo que andáis revolviendo en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda...?” Misericordiosa y protectora mirada de Jesús para el humilde caído, desafiante y acusadora para la soberbia engreída.
Los aludidos bajan los ojos y enmudecen. Sus cabezas se inclinan. El Señor les sigue hablando, pero ellos no oyen ya, turbados de vergüenza... Cuando han sentido alivio, porque los ojos de Jesús han vuelto a posarse sobre los que le miraban con silenciosa esperanza, logran levantar los suyos.
-“¡Levántate!.. . Carga con tu camilla y vete a tu casa”. Jesús al momento mira a los cuatro del tejado, y nosotros con Él. Como que es este milagro un premio a su fe callada y operativa. Y por mirar arriba no observamos cómo fueron los primeros movimientos del hombre curado. Nos sorprende, ya de pie, levantando su camilla. Por el pasmo, todos los ojos se agrandan más y más.
Es que no nos acostumbramos a los milagros: nos sorprenden siempre. Y el que había sido paralítico obedece, y sale lleno de gozo, dando gloria a Dios. Desde dentro escuchamos el clamor de las gentes en la plaza. Se sorprendieron al ver la obra de Dios, realizada a pesar de ellos.
Salió el hombre de aquella casa por donde no entró. Y volvió a su hogar por un camino que no había andado, a vista de todo el mundo, de forma que todos estaban pasmados y dando gloria a Dios, decían: Jamás habíamos visto cosa semejante.
Hoy aprendo que la audacia debe llevarnos a poner por obra lo que nos enseña la fe. A un hombre así, que vive conmigo, le encomendaron una misión dificilísima, llevada ya a cabo felizmente, porque entendía algo de aquella cuestión, y porque era lo suficientemente lanzado como para no darse cuenta que era imposible (J. A. González Lobato).
A veces no se hace algo por parálisis mental, por no entender los planes de Dios, podemos ver esos planes como algo arduo y sin libertad, cuando precisamente es dejarse querer por Él, ensanchar nuestro corazón, y al escuchar su voz descubrir que es fuente de libertad, de felicidad, y comunicarla, hacerla realidad en el mundo que nos ha tocado vivir. Cuando hay motivaciones profundas, es más fácil llevar adelante las cosas, y ese núcleo de la respuesta cristiana que es el “hacer la voluntad de Dios en nuestras vidas” ya no se ve obedecer algo externo y como impuesto, sino que responde a una motivación interior, que conduce a la oración, a frecuentar la Eucaristía. Porque sería una forma de parálisis limitar la vida cristiana a cumplir unos cuantos ritos. Conduce a buscar la formación y alimentación para el alma. Muchas veces la acción social, que hoy vemos en formas de voluntariado, es un primer paso para luego ir a la fuente del amor en Dios, y llevar de esa agua viva a los demás, como vemos en la escena de hoy.
Sólo Dios puede perdonarnos, como se recuerda hoy en el Evangelio: ante la afirmación llamativa de Jesús, que dice a un paralítico: "hijo, tus pecados te son perdonados", los oyentes sorprendidos pensaron: "¡éste blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?". En el pecado el ofendido es el mismo Dios amor, aunque va unido esto a que el pecado nos hiere y nos daña por dentro. Pues esta herida sólo Dios puede sanarla, ahí está unido el poder infinito y su amor misericordioso. Y es lo que Jesús dice al perdonar: "pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados; miró al paralítico y le dijo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
2. Cada tribu posee su propia organización, y si se unen las tribus, un jefe militar, un "Juez" manda y organiza. Pero… -“se reunieron todos los ancianos de Israel y fueron a ver a Samuel”. Y hacen su petición: -«ponnos un rey para que nos juzgue y gobierne, como todas las naciones.» Hay que ejercitar la inteligencia, progresar con el desarrollo de ideas, organización social… aquí sin embargo se subraya la motivación mala que es apartarse de Dios…
-“Disgustó a Samuel que dijeran: "Danos un rey"... e invocó al Señor. Pero el Señor dijo a Samuel: «Haz caso a todo lo que el pueblo te dice, porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, porque no quieren que reine sobre ellos.»” Las cosas políticas son complejas. Pensaban que Dios era quien gobernaba directamente ese pueblo. Pero, por otra parte, la política tiene su campo propio. Si leemos la Biblia en su contexto cultural, podemos sacar muchas cosas sin atarnos a la cultura de otro tiempo… En resumen: libertad en lo político, fidelidad en lo religioso.
3. Monarquía o república o cualquier otro sistema político: todo puede ser bueno y malo. Lo importante, en cualquier régimen político, es buscar el bienestar de la comunidad siguiendo fielmente los valores de Dios. Así será verdad lo de que «dichoso el pueblo que camina a la luz de tu rostro», como decimos en el salmo.
Llucià Pou Sabaté
San Hilario, obispo y doctor de la Iglesia

San Hilario de PoitiersBenedicto XVI, Audiencia General, 10 de octubre de 2007
Hoy quisiera hablar de un gran padre de la Iglesia de Occidente, san Hilario de Poitiers, una de las grandes figuras de obispos del siglo IV. Ante los arrianos que consideraban el Hijo de Dios como una criatura, si bien excelente, pero sólo una criatura, Hilario consagró toda su vida a la defensa de la fe en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios y Dios como el Padre, que le engendró desde la eternidad.

No contamos con datos seguros sobre la mayor parte de la vida de Hilario. Las fuentes antiguas dicen que nació en Poitiers, probablemente hacia el año 310. De familia acomodada, recibió una formación literaria, que puede reconocerse con claridad en sus escritos. Parece que no se crió en un ambiente cristiano. Él mismo nos habla de un camino de búsqueda de la verdad, que le llevó poco a poco al reconocimiento del Dios creador y del Dios encarnado, muerto para darnos la vida eterna. Bautizado hacia el año 345, fue elegido obispo de su ciudad natal en torno al 353-354.

En los años sucesivos, Hilario escribió su primera obra, el «Comentario al Evangelio de Mateo». Se trata del comentario más antiguo en latín que nos ha llegado de este Evangelio. En el año 356 asistió como obispo al sínodo de Béziers, en el sur de Francia, el «sínodo de los falsos apóstoles», como él mismo lo llama, pues la asamblea estaba dominada por obispos filo-arrianos, que negaban la divinidad de Jesucristo. Estos «falsos apóstoles» pidieron al emperador Constancio que condenara al exilio al obispo de Poitiers. De este modo, Hilario se vio obligado a abandonar Galia en el verano del año 356.

Exiliado en Frigia, en la actual Turquía, Hilario entró en contacto con un contexto religioso totalmente dominado por el arrianismo. También allí su solicitud como pastor le llevó a trabajar sin descanso a favor del restablecimiento de la unidad de la Iglesia, basándose en la recta fe formulada por el 
Concilio de Nicea. Con este objetivo, emprendió la redacción de su obra dogmática más importante y conocida: el «De Trinitate» (sobre la Trinidad).

En ella, Hilario expone su camino personal hacia el conocimiento de Dios y se preocupa de mostrar que la Escritura atestigua claramente la divinidad del Hijo y su igualdad con el Padre no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en muchas páginas del Antiguo Testamento, en las que ya se presenta el misterio de Cristo. Ante los arrianos, insiste en la verdad de los nombres del Padre y del Hijo y desarrolla toda su teología trinitaria partiendo de la fórmula del Bautismo que nos entregó el mismo Señor: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

El Padre y el Hijo son de la misma naturaleza. Y si bien algunos pasajes del Nuevo Testamento podrían hacer pensar que el Hijo es inferior al Padre, Hilario ofrece reglas precisas para evitar interpretaciones equívocas: algunos textos de la Escritura hablan de Jesús como Dios, otros subrayan su humanidad. Algunos se refieren a Él en su preexistencia con el Padre; otros toman en cuenta el estado de abajamiento («kénosis»), su descenso hasta la muerte; otros, por último, lo contemplan en la gloria de la resurrección. 

En los años de su exilio, Hilario escribió también el «Libro de los Sínodos», en el que reproduce y comenta para los hermanos obispos de Galia las confesiones de fe y otros documentos de sínodos reunidos en Oriente alrededor de la mitad del siglo IV. Siempre firme en la oposición a los arrianos radicales, san Hilario muestra un espíritu conciliador ante quienes aceptaban confesar que el Hijo se asemeja al Padre en la esencia, naturalmente intentando llevarles siempre hacia la plena fe, según la cual, no se da sólo una semejanza, sino una verdadera igualdad entre el Padre y el Hijo en la divinidad.

Esto también nos parece característico: su espíritu de conciliación trata de comprender a quienes todavía no han llegado a la verdad plena y les ayuda, con gran inteligencia teológica, a alcanzar la plena fe en la divinidad verdadera del Señor Jesucristo.

En el año 360 ó 361, Hilario pudo finalmente regresar del exilio a su patria e inmediatamente volvió a emprender la actividad pastoral en su Iglesia, pero el influjo de su magisterio se extendió de hecho mucho más allá de los confines de la misma.

Un sínodo celebrado en París en el año 360 o en el 361 retomó el lenguaje del Concilio de Nicea. Algunos autores antiguos consideran que este cambio antiarriano del episcopado de Galia se debió en buena parte a la fortaleza y mansedumbre del obispo de Poitiers.

Esta era precisamente su cualidad: conjugar la fortaleza en la fe con la mansedumbre en la relación interpersonal. En los últimos años de su vida compuso los «Tratados sobre los Salmos», un comentario a 58 salmos, interpretados según el principio subrayado en la introducción: «No cabe duda de que todas las cosas que se dicen en los salmos deben entenderse según el anuncio evangélico de manera que, independientemente de la voz con la que ha hablado el espíritu profético, todo se refiere al conocimiento de la venida nuestro Señor Jesucristo, encarnación, pasión y reino, y a la gloria y a la potencia de nuestra resurrección» («Instructio Psalmorum» 5).

Ve en todos los salmos esta transparencia del misterio de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia. En varias ocasiones, Hilario se encontró con 
san Martín: precisamente el futuro obispo de Tours fundó un monasterio cerca de Poitiers, que todavía hoy existe. Hilario falleció en el año 367. Su memoria litúrgica se celebra el 13 de enero. En 1851 el beato Pío IX le proclamó doctor de la Iglesia. 
Para resumir lo esencial de su doctrina, quisiera decir que el punto de partida de la reflexión teológica de Hilario es la fe bautismal. En el «De Trinitate», Hilario escribe: Jesús «mandó bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Cf. Mateo 28,19), es decir, confesando al Autor, al Unigénito y al Don. Sólo hay un Autor de todas las cosas, pues sólo hay un Dios Padre, del que todo procede. Y un solo Señor nuestro, Jesucristo, por quien todo fue hecho (1 Corintios 8,6), y un solo Espíritu (Efesios 4,4), don en todos... No puede encontrase nada que falte a una plenitud tan grande, en la que convergen en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo la inmensidad en el Eterno, la revelación en la Imagen, la alegría en el Don» («De Trinitate» 2, 1).

Dios Padre, siendo todo amor, es capaz de comunicar en plenitud su divinidad al Hijo. Me resulta particularmente bella esta formulación de san Hilario: «Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente. Este nombre no admite compromisos, como si Dios sólo fuera padre en ciertos aspectos y en otros no» (ibídem 9,61).

Por este motivo, el Hijo es plenamente Dios sin falta o disminución alguna: «Quien procede del perfecto es perfecto, porque quien lo tiene todo le ha dado todo» (ibídem 2,8). Sólo en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, encuentra salvación la humanidad. Asumiendo la naturaleza humana, unió consigo a todo hombre, «se hizo la carne de todos nosotros» («Tractatus in Psalmos» 54,9); «asumió la naturaleza de toda carne y, convertido así en la vid verdadera, es la raíz de todo sarmiento» (ibídem 51,16).

Precisamente por este motivo el camino hacia Cristo está abierto a todos, porque ha atraído a todos en su ser hombre, aunque siempre se necesite la conversión personal: «A través de la relación con su carne, el acceso a Cristo está abierto a todos, a condición de que se desnuden del hombre viejo (Cf. Efesios 4,22) y lo claven en su cruz (Cf. Colosenses 2,14); a condición de que abandonen las obras de antes y se conviertan para quedar sepultados con Él en su bautismo, de cara a la vida ( Cf. Colosenses 1,12; Romanos 6,4)» (Ibídem 91, 9).

La fidelidad a Dios es un don de su gracia. Por ello, san Hilario pide al final de su tratado sobre la Trinidad poderse mantener siempre fiel a la fe del bautismo. Es una característica de este libro: la reflexión se transforma en oración y la oración se hace reflexión. Todo el libro es un diálogo con Dios. Quisiera concluir la catequesis de hoy con una de estas oraciones, que se convierte también en oración nuestra: «Haz, Señor --reza Hilario movido por la inspiración-- que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en el símbolo de mi regeneración, cuando fue bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Que te adore, Padre nuestro, y junto a ti a tu Hijo; que sea merecedor de tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito… Amén» («De Trinitate» 12, 57).

miércoles, 11 de enero de 2017

Jueves semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Jueves de la semana 1 de tiempo ordinario; año impar

La misericordia de Jesús nos cura de nuestras dolencias
“En aquel tiempo, vino a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes” (Marcos 1,40-45).
1. Jesús, te veo con tu corazón lleno de misericordia con en el milagro de la multiplicación de los panes, y ahora con las curaciones en tu primera predicación en Galilea. Hoy es un leproso: «Si quieres, puedes limpiarme». Nos sigue diciendo el Evangelio: Jesús, «sintiendo lástima, extendió la mano» y lo curó. La lepra era considerada la peor enfermedad de su tiempo. Se pensaba que tenía que ver con los pecados, como una culpa… y por motivos de higiene nadie podía tocar ni acercarse a los leprosos. Jesús sí lo hace, como protestando contra las leyes de esta marginación.
Jesús, sientes compasión de todas las personas que sufren. Eres el salvador, vences toda manifestación del mal: enfermedad, posesión diabólica, muerte. La salvación de Dios nos ha llegado por ti.
Yo quisiera, Señor, fijarme en tus buenos sentimientos, para ser como tú, misericordioso. Veo que tu misión, Señor, es mostrarnos la misericordia divina, la esencia de toda la historia de la salvación es sentirnos amados por Dios, abrirnos a su amor misericordioso.
Esto se ve cuando tú, Jesús, curas enfermedades, que van más allá del cuerpo, vas a sanar todo, vas hasta el corazón del hombre. La lepra tiene también este sentido simbólico, de estar enfermos del alma; y ésta clama en su interior por la curación, como el paralítico de hoy. Cuando Van Thuân predicó Ejercicios en el Vaticano, dijo que “los escribas y los fariseos se escandalizan porque Jesús perdona los pecados. Sólo Dios puede perdonar los pecados. El amor misericordioso resucita a los muertos, física y espiritualmente. Jesús siempre perdonó a todos. Perdonó cualquier pecado, por más grave que fuera. Con su perdón dio nueva vida a muchas personas hasta el punto de que se convirtieron en instrumentos de su amor misericordioso. Hizo de Pedro, quien le negó tres veces, su primer vicario en la tierra, y de Pablo, perseguidor de cristianos, apóstol de las gentes, mensajero de su misericordia, pues, como él decía, "allí donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia"». Juan Pablo II agradeció a Nguyên Van Thuân sus palabras, en una carta en la que decía: «He deseado que durante el gran Jubileo se diera un espacio particular al testimonio de personas que han sufrido a causa de su fe, pagando con valentía interminables años de prisión y otras privaciones de todo tipo. Usted ha compartido con nosotros este testimonio con calor y emoción, mostrando que, en toda la vida del hombre, el amor misericordioso, que trasciende toda lógica humana, no tiene medida, especialmente en los momentos de mayor angustia. Usted nos ha asociado a todos aquellos que, en diferentes partes del mundo, siguen pagando un tributo pesado en nombre de su fe en Cristo (…) Al basarse en la Escritura y en la enseñanza de los Padres de la Iglesia, así como en su experiencia personal, especialmente de los años en los que estuvo en prisión por Cristo y su Iglesia, usted ha puesto de manifiesto la potencia de la Palabra de Dios que es para los discípulos firmeza en la fe, comida del alma, manantial puro y perenne de la vida espiritual».
«Él manifestó su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y los pecadores. El nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano» (plegaria eucarística V/c). Nosotros deberíamos imitarle: «que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación» (ibídem).
¡Qué pena, una persona desconfiada, insensible, pesimista, desesperanzada!... Este posible deterioro interior lo evitaremos también con el sacramento de la Penitencia o Reconciliación es un modo práctico de vivir la divina misericordia, donde Jesús nos perdona cuando le pedimos, como el leproso, lleno sde confianza: «Señor, si quieres, puedes curarme». Y oiremos, a través de la mediación de la Iglesia, su palabra eficaz: «quiero, queda limpio», «yo te absuelvo de tus pecados».
La divina misericordia es la devoción más importante en este siglo XXI que ha de abrirnos a la esperanza en los umbrales del tercer milenio. “¡Corazón Inmaculado de María, ayúdanos a vencer el mal que con tanta facilidad arraiga en los corazones de los hombres de hoy y que con sus efectos inconmensurables pesa ya sobre nuestra época y parece cerrar los caminos del futuro! ¡Que se revele, una vez más, la fuerza infinita del Amor misericordioso! ¡Que se manifieste para todos, en vuestro Corazón Inmaculado, la luz de la Esperanza!” (Juan Pablo II).
Santa Faustina fue quien inició uno de los movimientos emocionales en torno al amor misericordioso de Dios que surgieron en Europa comienzos del siglo XX. Esa monja polaca fue canonizada por Juan Pablo II justo el año 2000, quien dijo en la homilía de la basílica de la misericordia: "hoy en este santuario quiero realizar un solemne acto de consagración del mundo a la misericordia divina”, para fomentar en todos los corazones la esperanza, y para que se cumpliera la promesa de Jesús, que dice que de esa devoción saldrá la chispa que prepare el mundo a su última avenida. Mensaje pues de amor unido a la esperanza, que recordó también Mons. Stanislaw Rylko, amigo del Papa, es el que dijo al día siguiente de la muerte que este Papa será recordado en la historia como un “Papa de la divina misericordia”, porque también su muerte fue en el día que él instituyó, el II domingo de Pascua, día de la divina misericordia, y todo su magisterio ha sido un anuncio del amor misericordioso de Cristo por la humanidad entera. Cuando en una larga entrevista André Frossard le preguntó qué pedía en su oración, contestó Wojtila: “la misericordia”. Con su lema “Totus tuus” quiso abandonarse en la Virgen, y fue llevado por ella a Dios un primer sábado, día especialmente dedicado a ella según la devoción de Fátima. En una visita al santuario romano de la divina misericordia, Juan Pablo II animó a “que seáis apóstoles de la divina misericordia”, él verdaderamente lo fue con su vida.
Una de sus encíclica más bellas, la «Dives in misericordia» (“Rico en misericordia”, 1980), era una invitación a contemplar al «Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación» (2 Corintios 1,3-4), y mirar a María, la Madre de la Misericordia, que durante la visita a Isabel, alababa al Señor exclamando: «su misericordia se extiende de generación en generación» (Lucas 1,50).
Nuestro mundo necesita completar la justicia con la misericordia, acoger a todos aquellos que tienen necesidad de ayuda, de perdón y de amor… construir la civilización del amor. En un mundo en que domina la idea de juicio, también el juicio divino, hemos de penetrar más el sentido de Jesús: «El Hijo del Hombre no ha venido para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Juan 3,17).
Cada uno de nosotros podemos ser agentes de misericordia, inclinarnos ante el hombre necesitado de hoy para abrazarle y levantarle con amor redentor. Te pedimos, Señor, ser dignos de ti, con un corazón grande para quienes nos rodean. Que seamos buenos samaritanos, sin “pasar de largo” con hipocresía o indiferencia ante las necesidades de los demás, sino com-padecernos de él, “pararnos” y atenderlo, como haces tú, Jesús, con nosotros. Las obras de misericordia son innumerables, tantas como necesidades tiene el hombre: hambre y sed, vestido y hogar, sentirse escuchado y amado, acompañado en su sufrimiento y en la enfermedad y en la hora de su muerte.
2. El Arca de la Alianza tuvo una gran importancia en el Éxodo y más tarde, pero ahora queda en poder de los filisteos… El Templo sustituirá muy pronto al arca y heredará las prerrogativas de esta: la presencia de Dios que, de una forma todavía un tanto mágica.
-“Los filisteos se reunieron para combatir a Israel. Se libró un gran combate y fue batido Israel por los filisteos: cerca de cuatro mil hombres murieron...” La Biblia relata el destino de un pueblo, sus búsquedas, sus luchas, su historia.
-“Los ancianos de Israel dijeron: «¿por qué nos ha derrotado hoy el Señor delante de los filisteos?»” Revisión de vida. Ante un acontecimiento humano: se analiza, se busca su significado, se mira con ojos nuevos, con miras a la propia conversión, se busca especialmente la parte de Dios en ese acontecimiento y se trata de interpretarlo mirándolo «con los ojos de Dios».
-“Vamos a buscar en Silo el Arca de nuestro Dios. Quizá tienen los israelitas el «Arca» de Dios algo olvidada: ¡símbolo de la presencia del Dios de los ejércitos! “Que venga en medio de nosotros y que nos salve del poder de nuestros enemigos”. Vemos que dan un carácter mágico al Arca.
-“Trabaron batalla los filisteos. Los israelitas fueron batidos. La mortandad fue muy grande: cayeron treinta mil soldados de Israel. El Arca de Dios fue capturada y murieron los dos hijos de Elí”. La captura del Arca prefigura ya la «destrucción del Templo» anunciada por Jesús (Noel Quesson).
3. Recordamos, con el salmo, el “silencio” de Dios: «Nos rechazas, nos avergüenzas, ya no sales con nuestras tropas, nos haces el escarnio de nuestros vecinos», pero se convierte el lamento en súplica humilde: «Redímenos, Señor, por tu misericordia; despierta, Señor, ¿por qué duermes?, levántate, no nos rechaces más, ¿por qué nos escondes tu rostro?».
Llucià Pou Sabaté

martes, 10 de enero de 2017

Miércoles semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Miércoles de la semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Jesús sigue curando en sábado, dando sentido al “descanso”, y nos enseña a dedicar tiempo a la oración
“En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (Marcos 1,29-39).
1. Jesús, te veo salir de la sinagoga donde has curado a uno, y vas a casa de Pedro y curas a su suegra: la tomas de la mano y la “levantas”, usando el mismo verbo que se usa para tu resurrección, «levantar» (en griego, «egueiro»). Veo ahí que comunicas tu victoria contra el mal y la muerte, curando enfermos y liberando a los poseídos por el demonio. Es tu misión de Mesías y Salvador: curar enfermos, consolar a los tristes, expulsar demonios, predicar.
Luego, “al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados”. Todos quieren ser curados por ti, Señor. “La ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían”.
 “De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración”. Tienes tiempo para ponerte a rezar a solas con tu PadreNosotros decimos frecuentemente: —¡No tengo tiempo de rezar! Realizamos un montón de cosas importantes, eso sí, pero corremos el riesgo de olvidar la más necesaria: la oración. Hemos de crear un equilibrio para poder hacer las unas sin desatender las otras. San Francisco nos lo plantea así: «Hay que trabajar fiel y devotamente, sin apagar el espíritu de la santa oración y devoción, al cual han de servir las otras cosas temporales».
El Catecismo, al frente de las tentaciones en la oración, pone ésta: “La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes” (2732).
Es muy eficaz la oración, lleva a la audacia: “En San Pablo, esta confianza es audaz, basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único. La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición” (2739).
Y Jesús nos enseña a rezar, con su vida: “La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. Él es su modelo. Él ora en nosotros y con nosotros” (2740). “Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus Palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre. Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones” (2741).
 “Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan»”. Quieren escucharte, Señor, que los cures. “Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios”. San Pedro resumía la vida de Jesús haciendo referencia a esta dimensión taumatúrgica propia de la vida pública del Señor; así lo dice ante los judíos: ...”Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis” (Act 2,22); y ante el centurión Cornelio: ...”Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Act 10,37-38).
Te doy gracias, Señor, por tus milagros, para ayudar a los pobres, para ayudarnos a creer:
-Milagros sobre los espíritus, pues ángeles como demonios se sometían públicamente a ti;
-milagros cósmicos sobre las cosas (como la conversión del agua en vino, la primera pesca milagrosa, el apaciguamiento de la tempestad; las multiplicaciones de los panes, caminar sobre las aguas, moneda extraída del pez, se seca la higuera maldita). También los portentos en algunos momentos, desde la estrella de Belén hasta el cosmos que llora a su muerte;
- milagros sobre personas, de orden moral, y curaciones: resurrecciones (tres), curaciones (16 aparecen) y milagros de majestad (de su potestad, autoridad).
Sólo Dios puede hacer milagros, y Jesucristo los ejecutaba con su propio poder, sin recurrir a la oración, como los otros taumaturgos. Por eso dice San Lucas que salía de Él un poder que sanaba a todos (Lc 6,19). Con esto se muestra, dice San Cirilo, que “no obrara con poder prestado”. El mismo Jesús declara el origen divino de su poder cuando dice: “Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: ...lo que hace [el Padre], eso también lo hace igualmente el Hijo... Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere” (Juan 5,19.21).
Tiempo especialmente importante es la juventud, para ayudar en la educación integral, haciendo ver que necesitamos este tiempo de silencio creador, que es la oración, esos tiempos de reflexión: “No basta ser cristianos por el Bautismo recibido o por las condiciones histórico-sociales en que se ha nacido o se vive. Poco a poco se crece en años y en cultura, se asoman a la conciencia problemas nuevos y exigencias nuevas de claridad y certeza. Es necesario, pues, buscar responsablemente las motivaciones de la propia fe cristiana. Si no llegamos a ser personalmente conscientes y no tenemos una comprensión adecuada de lo que se debe creer y de los motivos de la fe, en cualquier momento todo puede hundirse faltalmente y ser echados fuera, a pesar de la buena voluntad de los padres y educadores. Por eso, hoy especialmente es tiempo de estudio, de meditación, de reflexión. Por eso os digo: emplead bien vuestra inteligencia, esforzaos por lograr convicciones concretas y personales, no perdáis el tiempo, profundizad en los motivos y fundamentos de vuestra fe en Cristo y en la Iglesia, para ser fieles ahora y en vuestro futuro” (Juan Pablo II).
Lo que agobia y cansa es lo que se teme. Se teme lo que se deja para más tarde y como se deja para más tarde sabiendo que se debe hacer agobia, es como una losa que se lleva encima, pesa. Jesús nos enseña a poder atender a la gente, porque atendemos a nuestra alma, donde habita el principal que hemos de atender, el Señor.
2. El Señor se acercó al joven y lo llamó: «¡Samuel! ¡Samuel!» El momento de una vocación es decisivo. Hasta aquí el niño Samuel vive en el templo, en el ambiente litúrgico. -Tres veces... llamó el Señor, para ser oído, para provocar la toma de conciencia. La escucha de Dios no es fácil, ni absolutamente evidente.
-“Fue corriendo hacia el sumo sacerdote y dijo: "Heme aquí"”. La llamada de Dios pasa por la mediación de un hombre, el sumo-sacerdote. «Comprendió entonces Elí que era el Señor quien llamaba al niño, y le dijo...» ¿Tengo yo la simplicidad de aceptar la mediación de mis hermanos, de la Iglesia para ayudarme a interpretar la palabra de Dios?
-“Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la Palabra del Señor”. Escuchar a Dios. Se establece una cierta familiaridad con el pensamiento habitual de alguien, y esto hace que uno acabe por «conocer», por «adivinar». Ayúdanos, Señor, a frecuentar asiduamente tu Palabra.
-“Habla, Señor, tu siervo escucha”, dijo Samuel. Repetir esta oración.
-“Samuel crecía. El Señor estaba con él, y todo Israel reconoció la autoridad de Samuel como profeta del Señor”. La llamada de Dios, la vocación más personal, es siempre una misión, un servicio a los hombres. El profeta es llamado a realizar una tarea en el seno del pueblo de Dios. "Servidor de Dios", es también «servidor de los hombres». La atención a la Palabra de Dios, la oración, la plegaria, me remiten a mis tareas humanas, «el Señor está conmigo...» para cumplirlas mejor (Noel Quesson).
3. El salmo responsorial hace eco a esta actitud con otra consigna similar: «aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Consigna que la carta a los Hebreos aplica a Cristo en el momento de su encarnación.
La del joven Samuel debería ser también nuestra actitud: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Así como la que nos ha propuesto el salmo: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Como hizo María Virgen, contestando al ángel «hágase en mi según tu palabra» y el joven Pablo, con su disponibilidad total a Cristo: «¿Qué tengo que hacer»? Dios nos sigue hablando: tendríamos que saber escuchar su voz en lo interior, o en los ejemplos y consejos de las personas, o en los acontecimientos de nuestra vida, o en las consignas de la Iglesia. No siempre son claras estas voces: Samuel reconoció a Dios a la tercera.
Llucià Pou Sabaté

lunes, 9 de enero de 2017

Martes semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Jesús tiene “autoridad” e impacta
“Llegó Jesús a Cafarnaum y el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios». Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él». Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen». Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea” (Marcos 1,21-28).
1. –“Jesús, acompañado de sus discípulos, llega a Cafarnaúm”. Vemos hoy la "primera jornada de Cafarnaúm": -“Enseguida, el día de sábado, entrando en la sinagoga, enseñaba”. Jesús enseñando en la sinagoga... el contexto de este comienzo de la predicación nos lo dan otros pasajes: «Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios; convertíos y creed en el Evangelio (la Buena Noticia)"». Ayer leímos estas palabras del comienzo de la vida pública de Jesús que recoger, el contenido fundamental de su mensaje (1,4s), como también narra Mateo: «Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y las dolencias del pueblo» (4, 23; cf. 9, 35). Y señala Benedicto XVI: “Ambos evangelistas definen el anuncio de Jesús como «Evangelio». Pero, ¿qué es realmente el Evangelio?
Recientemente se ha traducido como «Buena Noticia»; sin embargo, aunque suena bien, queda muy por debajo de la grandeza que encierra realmente la palabra «evangelio». Este término forma parte del lenguaje de los emperadores romanos, que se consideraban señores del mundo, sus salvadores, sus libertadores. Las proclamas que procedían del emperador se llamaban «evangelios», independientemente de que su contenido fuera especialmente alegre y agradable. Lo que procede del emperador —ésa era la idea de fondo— es mensaje salvador, no simplemente una noticia, sino transformación del mundo hacia el bien.
Cuando los evangelistas toman esta palabra —que desde entonces se convierte en el término habitual para definir el género de sus escritos—, quieren decir que aquello que los emperadores, que se tenían por dioses, reclamaban sin derecho, aquí ocurre realmente: se trata de un mensaje con autoridad que no es sólo palabra, sino también realidad. En el vocabulario que utiliza hoy la teoría del lenguaje se diría así: el Evangelio no es un discurso meramente informativo, sino operativo; no es simple comunicación, sino acción, fuerza eficaz que penetra en el mundo salvándolo y transformándolo. Marcos habla del «Evangelio de Dios»: no son los emperadores los que pueden salvar al mundo, sino Dios. Y aquí se manifiesta la palabra de Dios, que es palabra eficaz; aquí se cumple realmente lo que los emperadores pretendían sin poder cumplirlo. Aquí, en cambio, entra en acción el verdadero Señor del mundo, el Dios vivo”.
-“Se maravillaban de su doctrina pues hablaba como hombre que tiene autoridad y no como los escribas”... Hoy vemos el impacto que causa la proclamación del Evangelio, de la palabra que salva. Esta observación inicial es impresionante. Nos encuadra el estupor que tienen los que escuchan.
Son los demonios los primeros en descubrir "quién" es Jesús. Por su naturaleza espiritual ¿serían ellos más sutiles que los hombres? Mientras los hombres se preguntan y se asombran solamente... los demonios saben. –“Jesús les mandó callar”. El evangelio según san Marcos nos habla de proteger el secreto mesiánico. Jesús hace callar a los que se apresuran a afirmar que Él es el "Hijo de Dios"; quiere revelar este misterio progresivamente, a fin de evitar un entusiasmo popular que falsearía el sentido de su misión. Una revelación demasiado rápida hubiera sido el mejor medio de hacer desviar esta misión: "si tú eres el Hijo de Dios, haz esto... haz aquello..." ¿Qué hubiéramos hecho en su lugar?" (Noel Quesson). No le interesa esta publicidad ruidosa. Todos se preguntaban: "¿Qué significa todo esto? ¡He aquí una enseñanza nueva, proclamada con autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus impuros y le obedecen!"
Jesús comienza a curar en sábado; no se ha despertado aún la polémica de las curaciones en sábado, pero sí que quedan pasmados por el modo en que enseña con autoridad, tiene potestad, núcleo esencial del mensaje que luego se irá explicitando: que Jesús está por encima del sábado, “cuya observancia escrupulosa es para Israel la expresión central de su existencia como vida en la Alianza con Dios. Incluso quien lee los Evangelios superficialmente sabe que el debate sobre lo que es o no propio del sábado está en el centro del contraste de Jesús con el pueblo de Israel de su tiempo. La interpretación habitual dice que Jesús acabó con una práctica legalista restrictiva introduciendo en su lugar una visión más generosa y liberal, que abría las puertas a una forma de actuar razonable, adaptada a cada situación. Como prueba se utiliza la frase: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado» (Mc 2, 27), y que muestra una visión antropocéntrica de toda la realidad, de la cual resultaría obvia una interpretación «liberal» de los mandamientos. Así, precisamente del conflicto en torno al sábado, se ha sacado la imagen del Jesús liberal. Su crítica al judaísmo de su tiempo sería la crítica del hombre de sentimientos liberales y razonables a un legalismo anquilosado, en el fondo hipócrita, que degradaba la religión a un sistema servil de preceptos a fin de cuentas poco razonables, que serían un impedimento para el desarrollo de la actuación del hombre y de su libertad. Es obvio que una concepción semejante no podía generar una imagen muy atrayente del judaísmo; sin embargo, la crítica moderna —a partir de la Reforma— ha visto representado en el catolicismo este elemento «judío», así concebido”, dice Benedicto XVI: “En cualquier caso, aquí se plantea la cuestión de Jesús —quién era realmente y qué es lo que de verdad quería— y también toda la cuestión sobre judaísmo y el cristianismo: ¿fue Jesús en realidad un rabino liberal, un precursor del liberalismo cristiano? ¿Es el Cristo de la fe y, por consiguiente, toda la fe de la Iglesia, un gran error?
Con sorprendente rapidez, Neusner deja a un lado este tipo de interpretación; puede hacerlo porque pone al descubierto de un modo convincente el verdadero punto central de la controversia. Con respecto a la discusión con los discípulos que arrancaban las espigas tan sólo afirma: «Lo que me inquieta no es que los discípulos incumplan el precepto de respetar el sábado. Eso sería irrelevante y pasaría por alto el núcleo de la cuestión». Sin duda, cuando leemos la controversia sobre las curaciones en el sábado, y los relatos sobre el dolor lleno de indignación del Señor por la dureza de corazón de los partidarios de la interpretación dominante del sábado, podemos ver que en estos conflictos están en juego las preguntas más profundas sobre el hombre y el modo correcto de honrar a Dios. Por tanto, tampoco este aspecto del conflicto es algo simplemente «trivial»”, como es el caso de las espigas del sábado”.
La razón de la admiración de los oyentes no es por tanto “la doctrina”, sino “el maestro”; no “aquello” que se explica, sino “Aquél” que lo explica: Jesús enseñaba «con autoridad»: «No lo hacía como los escribas». La curación del hombre lleva a decir: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!» (Mc 1,27). La doctrina es «nueva». Jesús comunica algo inaudito (nunca como aquí este calificativo tiene sentido), con tal autoridad que «hasta a los espíritus inmundos le obedecen». Además de la autoridad, veo en ti, Señor, la fuerza contra los espíritus del mal. Jesús, ayúdame a tener conciencia de que ningún otro hombre ha hablado jamás como tú, la Palabra de Dios Padre. ¿Me siento rico de un mensaje que tampoco tiene parangón? ¿Me doy cuenta de la fuerza liberadora que Jesús y su enseñanza tienen en la vida humana y, más concretamente, en mi vida? Movidos por el Espíritu Santo, digamos a nuestro Redentor: Jesús-vida, Jesús-doctrina, Jesús-victoria, haz que, como le complacía decir al gran Ramon Llull, ¡vivamos en la continua "maravilla" de Ti! (A. Oriol).
2. La buena mujer que ayer veíamos desamparada, “llena de amargura, oró al Señor y lloró mucho”... Yo, señor, a menudo me instalo en mi amargura y no pienso que podría desahogarla en Ti. Ayúdame, Señor, a descubrir más y más esa doble reacción: -esforzarme en resolver humanamente las cuestiones que me atañen... con toda mi energía, y toda mi inteligencia, y mi perseverancia; -llevar a la oración esas mismas realidades... con toda mi fe, toda mi confianza en Ti, Señor.
-“¡Oh Señor del universo! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y darle un hijo varón... lo consagraré al Señor por todos los días de su vida”. La verdadera plegaria transforma al que la pronuncia. No cambia a Dios, nosotros cambiamos en cuanto ella nos prepara a ser más disponibles. Nos sitúa en actitud de mejor buscar, mejor trabajar, de mejor hallar soluciones... nos alcanza la gracia que Dios quiere hacernos. ¡Hágase tu voluntad!
-“Ana se marchó, comió y su rostro no parecía ser el mismo... Volvieron a su casa... Elkana se unió a su mujer y ésta concibió”... Los procesos humanos más naturales se van desarrollando, pero ya de otro modo. El niño Samuel será "dado" por Dios y a la vez «concebido» por sus padres. Sabemos que es ésta una de las leyes habituales del actuar de Dios. Su acción divina no es ruidosa, más bien se esconde tras múltiples «actos humanos» en apariencia.
-“Dio a luz un niño, a quien llamó «Samuel», porque dijo «se lo he pedido al Señor»”. El acontecimiento humano, que podría no ser interpretado más que desde un punto de vista natural por unos ojos no creyentes... esta mujer lo ha descifrado en su profundidad de Fe.
3. “Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios; mi boca se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu salvación”. ¿Sabré yo reconocer así la parte de Dios en mi vida? ¿Tengo el hábito de «descifrar» lo que me acontece? ¿Interpreto los acontecimientos a su doble nivel: natural y sobrenatural? (Noel Quesson). “La mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía. El Señor (…) levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono de gloria”.
Llucià Pou Sabaté