Sábado de la semana 1 de tiempo ordinario; año impar
Vocación de Mateo, manifestación de la misericordia divina con los pecadores
“En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?». Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores»” (Marcos 2,13-17).
1. Hoy acabamos estos evangelios de la primera semana donde hemos visto tu misericordia, Jesús, volcarse sobre los necesitados, hoy sobre Mateo. Es la llamada de Jesús. Algunos de los apóstoles escogidos por Jesús son fervientes observantes de la religión judía, algunos incluso de los más celosos (zelotes). Pero “al otro lado del círculo de los Doce encontramos a Levi-Mateo, estrecho colaborador del poder dominante como recaudador de impuestos; debido a su posición social, se le debía considerar como un pecador público” (Benedicto XVI). Hoy contemplamos su conversión, cuando Jesús pasa: es algo “mágico” (en el sentido de misterioso), que no es solamente una cuestión moral o de ver, una filosofía del instante presente, de aprovechar el momento: tiene Jesús la capacidad de ofrecer un cambio de corazón instantáneo, algo así como una “mutación” de la energía interior, sobrenaturalizarnos…. Un flechazo que transforma el interior.
Por eso muchas cosas “pasan” cuando Jesús “pasa junto a” y “mira” a alguien, vuelca su mirada en la persona que tiene delante, Caravaggio quiso plasmar ese momento en el que Jesús dirigió esa mirada suya a Leví y con ella penetró en su alma, y se metió en su vida. «Pasando», lo miró. Hay una comunión profunda entre Jesús y la persona “mirada” por él. Después de esta mirada, las cosas no quedan nunca como estaban. La vocación es una llamada personalizada. Mirada libre, que no coacciona ni somete de ninguna forma: invita. Jesús se presenta casi siempre en camino. El Jesús en movimiento es también el Jesús que pone en movimiento. La llamada se realiza siempre en el contexto histórico de la persona que es llamada, en medio de sus cosas (barcas o banco...).
Esa mirada tiene algo anterior en el tiempo, un destino y misión: “Antes que fueses formado, en el seno materno, yo te conocí; antes que salieses del seno de tu madre, yo te consagré y te hice profeta” (Jr 1,5). Destino sería el día a día que forjamos con el aprendizaje, las dificultades y otras cosas… la misión, el motivo de nuestra existencia, para lo que Dios nos dio cualidades y ese aprendizaje… Jesús pasa, ama y llama a los que él quiere (cf. Mc 3,13), cuando él quiere y como él quiere, “no en virtud de nuestras obras, sino en virtud de su propósito y de la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos” (2 Tm 1,9). Si por una parte, cuando Jesús invita al seguimiento anima a los discípulos a perseguir metas elevadas (cf Mt 11,12), por otra parte les deja claro que si no fuese por la ayuda divina fracasarían necesariamente en su empresa (cf Mc 10,38). Aunque es en el tiempo cuando descubrimos poco a poco esa llamada suya, en Dios está desde toda la eternidad. Somos amados en Cristo y llamados, a imagen suya, en nuestras circunstancias, para estar con Jesús (cf Mc 3,13), a seguirle (cf Mc 1,17), a estar donde está él (cf Jn 12,26).
La llamada es a veces imprevisible, sorprendente: un pecador, un vendido a Roma, que les sangra impuestos de los invasores para revenderlos a los romanos, quedándose una parte, un traidor, es uno de los escogidos para la nueva alianza. La llamada lleva consigo también la fuerza para responder. Cuando dice “Sígueme”, incluye esta Palabra el poder transformador para hacer todo lo que conviene a seguir a Jesús. Jesús, como Yahweh en el Antiguo Testamento, tiene en su palabra autoridad, y la fuerza para la misión que nos da. Sorprende la pronta respuesta que dan los discípulos a la invitación del Señor: al instante, dejándolo todo, le siguen (Mc 1,22). No es algo a lo que no se pueda resistir, pues la respuesta es libre y hay ejemplos de quien dice “no” (Jonás, el joven rico, Judas). Hay un encuentro entre la libertad de Dios y del que es llamado, ¿a qué? A la misión, pues es un dejarse implicar: “Me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, para que le anunciase entre los gentiles...” (Gal 1,15-16).
Es una llamada en primer lugar a estar con Jesús, seguirle: “Los llamó para que estuvieran con él y enviarlos a predicar” (Mc 3,14). Sólo quien le conoce, quien ‘permanece’ con él (cf Jn 1,39) puede dar fruto, como el sarmiento da fruto sólo si permanece unido a la vid (cf Jn 15,4-5).
Leví se convierte, sigue a Jesús. Con esta prontitud y generosidad hizo el gran "negocio". No solamente el "negocio del siglo", sino también el de la eternidad: «Y todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o campo por mi nombre, recibirá el ciento por uno y gozará de la vida eterna» (Mt 19,29). Cuando le preguntan a Teresa de Calcuta por qué no se casa, ella responde que su vocación de servicio es para todos, esto implica no atarse a una persona, sacrificar el formar una familia particular abre perspectivas como Jesús vivió.
En la comida que después organiza Leví, junto a Jesús invita a sus antiguos colegas, considerados pecadores. Ahí se desarrolla la disputa sobre si Jesús hace mal en juntarse con ese tipo de gente. De hecho, la idea de no juntarse con personas de vida públicamente pecadora es común a muchas culturas, y se ha formulado incluso algún principio moral de “no colaboración con el mal” que ha apartado a los cristianos del trato con algunas personas, y actividades como política (partidos socialistas o de izquierdas), economía, cine y teatro, televisión y cierto tipo de prensa… Jesús afirma venir para los pecadores, cosa que también sorprende y que interpreto en el sentido de que los que se creen sanos no pueden abrir su corazón a la salvación. Todos somos pecadores y, como dirá san Pablo, «todos han pecado y se han privado de la gloria de Dios» (Rm 3,23). Cristo por esto ha muerto en la cruz y derramado su sangre preciosa: para remisión de los pecados: "Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados". Con su muerte, el Hijo nos ha obtenido la redención y el perdón de los pecados. Es decir, que el pecador como Leví se convierte y recupera su dignidad perdida (imagen de Dios); pero todos necesitamos esta conversión (Mt 3,7-12), pues nunca estamos a la altura de la vocación a la que somos llamados; es algo que abarca toda la vida (Mt 3,8; Lc 3,10-14), “cambio de mentalidad” (metánoya); en la propuesta de Jesús no hay nada de coacción (siempre dice: “quien quiera seguirme…”), no violenta los corazones, no coacciona, Dios no quiere imponerse sino que se presenta como un pretendiente a pedir nuestro amor. El mundo no es salvado por los crucificadores, sino por el crucificado por amor (especialmente en su debilidad, colgado en la Cruz, es cuando atrae todos hacia sí).
Quizá Leví pensaba dejarlo todo, asqueado con aquel camino que no le llenaba, que le degradaba… entonces, precisamente entonces, Jesús aparece, cuando más lo necesita, cuando está para pensar en hacer una tontería, en dejarse llevar por ese fruto del remordimiento cerrado en uno mismo que es el resentimiento, no perdonarse a uno mismo. Pero así como el dolor no es malo, sino un síntoma del mal, el remordimiento es el dolor del alma que indica una herida, que ha de transformar el remordimiento en arrepentimiento. Entonces, nace el deseo de penitencia (Catecismo, 1989); hay una apertura a la verdad y al bien. Aquellas dificultades que hundían, por la humildad se transforman en oportunidades. Nada está perdido, hay más experiencia. Si la voluntad se inclina maliciosamente hacia conductas pecaminosas, si las pasiones y los sentidos experimentan un desorden que les lleva a rebelarse al impulso de la razón, más fuerte es el amor de Dios, que ayuda a ir creciendo una nueva vida; después va influyendo en los que le rodean.
2. El profeta cede a las peticiones de un rey, que le hace el pueblo: -“Conforme a la demanda de los ancianos y del pueblo, Israel tendrá un «Rey»”. Dios está presente en todas las actividades humanas. Gracias, Señor, por la libertad que nos has dado. Y el Concilio Vaticano II ha hablado, a ese respecto, de la "justa autonomía de las realidades terrestres". (G. S., 36-2) Pero Dios nos previene contra una confianza demasiado absoluta en ese sistema. Hay unas aparentes causalidades por las que Dios reconduce todo hacia un plan…
-“Habiéndose extraviado unas asnas, Kish dijo a su hijo Saúl que saliera a buscarlas. Fue durante ese largo viaje cuando, por azar, Saúl encuentra a Samuel y éste le nombra Rey”. Fácilmente queremos absolutizar nuestras opciones políticas, o cuestiones humanas, o creencias religiosas no esenciales y a veces contrarias a la verdad, diciendo: "Dios lo quiere", o bien "el evangelio exige eso ", para justificar nuestros propios análisis. "Frecuentemente, la visión cristiana de las cosas inclinará a tal o cual cristiano hacia una tal o cual solución. Pero, con igual sinceridad, otros fieles podrán juzgar de otro modo" (Concilio Vaticano II, G.S., 43-3).
-“Al día siguiente tomó Samuel el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl: "¿No es el Señor quien te ha ungido como jefe de su pueblo?"” Se pide ayuda a Dios.
3. “Señor, el rey se regocija por tu fuerza, ¡y cuánto se alegra por tu victoria! Tú has colmado los deseos de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios. Porque te anticipas a bendecirlo con el éxito y pones en su cabeza una corona de oro puro. Te pidió larga vida y se la diste: días que se prolongan para siempre. Su gloria se acrecentó por tu triunfo, tú lo revistes de esplendor y majestad; le concedes incesantes bendiciones, lo colmas de alegría en tu presencia”.
Llucià Pou Sabaté
San Juan de Ribera, obispo
«Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo.
«Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando, que os améis los unos a los otros.» (Juan 15, 9-17)
1º. Jesús, me amas con amor infinito: «Como el Padre me amó, así os he amado yo.»
Me amas, Jesús, con amor de Dios, con amor divino.
¿Qué he hecho yo para merecer tanto amor?
¿Cómo no voy a estar seguro, sereno, lleno de paz y de alegría, cuando Tú me proteges y me mimas con mil cuidados, cuando eres capaz de dar tu vida por mí?
Esta combinación de confianza en tus conocimientos de Creador, y confianza en tus buenas intenciones de Padre, deberían dejarme bien claro que la mejor opción para mi decisión libre, la opción más inteligente, es la obediencia a tus mandatos, el seguimiento de tu voluntad.
«Permaneced en mi amor.»
Por eso, Jesús, sólo me pides que no te abandone, que no traicione a ese amor tan grande que me tienes, que te devuelva amor por Amor: que te quiera sobre todas las cosas.
Y ¿cómo?
Guardando tus mandamientos.
«Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor.»
Jesús, ayúdame a guardar tus mandamientos, a estar siempre en gracia, a permanecer en tu amor.
Es justo que te ame así, porque Tú me has amado primero.
Jesús, Tú quieres que mi alegría sea completa, máxima, y para eso me das este consejo: permanece en Mí, permanece en estado de gracia, porque entonces Yo estoy en tu alma y mi gozo está en Ti.
Que me dé cuenta de una vez, Jesús.
No vale la pena nada que pueda apartarme de Ti.
Ayúdame Tú, Jesús.
Yo, por mi parte, te prometo poner todos los medios a mi alcance: cuidar la vista; no ir a -o dejar de ver- ciertos espectáculos o películas; ser sobrio en las comidas; aprovechar bien el tiempo; trabajar con perfección; acudir con regularidad a los sacramentos; no dejar suelta la imaginación; aconsejarme sobre los libros que leo; ser sincero en la dirección espiritual; tener devoción a la Virgen, etc.
Si me ves empeñado en guardar tus mandamientos, te volcarás y me harás saborear -ya en este mundo y, después, en la vida eterna- esa alegría profunda que hoy me prometes: «para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo.»
2º. Jesús, me llamas amigo.
A mí, que te he vuelto tantas veces la espalda, o que he pasado de largo con indiferencia cuando me pedías algo.
Pagas bien por mal.
Gracias.
Que sepa responder a tu amistad tratando de cumplir tu voluntad, que está bien clara: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.»
Jesús, ¿cómo me has amado?
«Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos.»
Tú me has amado con el amor más grande posible: dando tu vida por mí; y ahora me pides que te imite.
Ayúdame a pensar en los demás, a servir a los que me rodean: mi familia, mis compañeros, mis amigos, mis vecinos.
«No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.»
Jesús, me has elegido Tú: te has puesto a mi alcance, me has llenado de gracias.
No es mérito mío el ser cristiano; es un don tuyo, un talento valiosísimo que me has prestado para que lo haga rendir.
Porque no quieres que entierre mis talentos -los dones que me das-, sino que los haga fructificar: «el treinta por uno, el sesenta por uno, y el ciento por uno» (Mateo 4,8).
«Si el Señor te ha llamado «amigo», has de responder a la llamada, has de caminar a paso rápido, con la urgencia necesaria, ¡al paso de Dios! De otro modo, corres el riesgo de quedarte en simple espectador» (Surco.-629).
Jesús, eres Tú el que me has llamado, el que te has metido en mi vida, casi sin darme cuenta.
No soy yo el que te he elegido: Tú has querido contar conmigo.
Por eso, no tengo derecho a dejarte; no puedo quedarme en una posición cómoda, de simple espectador, cuando Tú me estás pidiendo más: «os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.»
Jesús, me pides que dé fruto.
¿Pero qué fruto?
Fruto de santidad, fruto de apostolado, fruto de trabajo bien hecho, fruto de servicio a los demás.
Este es el fruto que me pides después de decirme que has dado tu vida por mí y que ya no puedes mostrarme más el amor que me tienes; después de llamarme amigo «porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer.»
¿Cómo no voy a responder a tu llamada?
¿Cómo no voy a intentar ir a paso rápido, al paso de Dios?
Pero necesito ayuda, y por eso me aseguras que «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá.»
Padre, te pido más corazón, para corresponder al amor que me tienes; te pido más fortaleza, para no conformarme con «ir tirando», sino que me ponga a luchar en serio en el camino de la santidad; te pido más generosidad, para saber dar la vida por Ti y por los demás como ha hecho Jesús; te pido más lealtad, para no traicionar la amistad que Jesús me ha dado, rechazando el pecado con todas mis fuerzas; te pido más vibración apostólica, para que sepa dar ejemplo y hablar de Ti a mis familiares y amigos: para dar fruto, y que ese fruto permanezca.
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